11 de diciembre de 2008
1 11 de diciembre de 2008 • Número 15 Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver Suplemento informativo de La Jornada
C@MPESIN@S: LA MITAD DE LA TIERRA TEMA DEL MES
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CAMPESINAS: COMITÉ EDITORIAL Armando Bartra Coordinador Luciano Concheiro Subcoordinador Enrique Pérez S. Lourdes E. Rudiño Hernán García Crespo CONSEJO EDITORIAL Elena Álvarez-Buylla, Gustavo Ampugnani, Cristina Barros, Armando Bartra, Eckart Boege, Marco Buenrostro, Alejandro Calvillo, Beatriz Cavallotti, Fernando Celis, Luciano Concheiro Bórquez, Susana Cruickshank, Gisela Espinosa Damián, Plutarco Emilio García, Francisco López Bárcenas, Cati Marielle, Brisa Maya, Julio Moguel, Luisa Paré, Enrique Pérez S., Víctor Quintana S., Alfonso Ramírez Cuéllar, Jesús Ramírez Cuevas, Héctor Robles, Eduardo Rojo, Lourdes E. Rudiño, Adelita San Vicente Tello, Víctor Suárez, Carlos Toledo, Víctor Manuel Toledo, Antonio Turrent y Jorge Villarreal.
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Diseño Hernán García Crespo
PORTADA: Jimena Azpeitia y Daniel Chávez
La Jornada del Campo, suplemento mensual de La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, SA de CV; avenida Cuauhtémoc 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, delegación Benito Juárez, México, Distrito Federal. Teléfono: 9183-0300. Impreso en Imprenta de Medios, SA de CV, avenida Cuitláhuac 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, delegación Azcapotzalco, México, DF, teléfono: 5355-6702. Reserva de derechos al uso exclusivo del título La Jornada del Campo en trámite. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin la autorización expresa de los editores.
EL AGRO PROFUNDO
A
penas cubierto por una camiseta que le queda grande, el chamaco sale corriendo a todo lo que dan sus dos años escasos, tropieza, vuela casi un metro y se estampa estrepitosamente contra el piso de tierra. En la asamblea nocturna se hace un silencio expectante. Desde la esquina iluminada por el mechero los hombres miran al caído, en un rincón algo más oscuro las mujeres interrumpen sus cuchicheos en tzeltal y voltean en la misma dirección, el resto de los niños suspende el bullicioso revoloteo que había acompañado el debate. Los fuereños, un hermano jesuita habilitado de agrónomo y yo, miramos alternadamente al chamaco y a los adultos. También callado, el pequeño caído observa con desconfianza a su alrededor sin saber si debe incorporarse como si nada o puede soltar el llanto. En medio del silencio, el polvo levantado por el azotón comienza a asentarse. El pequeño yacente me queda a un paso y podría alzarlo, no lo hago para no invadir las que supongo atribuciones de sus padres, o quizá de su madre. Pero salvo las palomillas y mariposas nocturnas nadie se mueve. Por fin, del grupo infantil se desprende una pequeña figura: una niña de seis o siete años que alza al caído, le limpia los mocos y se lo lleva de regreso al rincón de las infanterías. Tras el brevísimo ejemplo de dramaturgia social protagonizado por el del tropezón, su hermanita y los espectadores, la asamblea se reanuda como si nada. Las mujeres rurales se imponen desde pequeñas a ser mujeres y una de sus responsabilidades es cuidar de los hermanos menores. No es la única. La vida en el campo es trabajosa para todos, pero en el reparto de tareas a ellas se les sirve con la cuchara grande. Y así como hay asuntos de mujeres, hay asuntos de hombres, funciones que son exclusivas de los varones. En el campo, como en la ciudad, la relación entre los géneros es dispareja. Las cosas están cambiando. Las jornaleras rurales son cada vez más numerosas, con la migración prolongada son muchas las que en ausencia de sus maridos se encargan de los cultivos, y en los últimos años la migración femenina ha crecido más rápido que la masculina. Hay mujeres titulares de derechos agrarios, hay voces femeninas en las asambleas ejidales y comunales, hay socias y no sólo socios en las organizaciones rurales, hay técnicas que se desempeñan en las empresas asociativas, hay líderes campesinas y dirigentes indígenas, hay regidoras y alcaldesas, hay comandantas. En los programas públicos se manejan cuotas de género y ciertos proyectos son exclusivamente para ellas. Las rústicas se salieron del huacal para colarse en espacios antes netamente masculinos. En el campo, ellas ya se ponen jeans… en cambio ellos no usan “naguas”. O sea, que la mujer hace trabajos “de hombre” pero en lo fundamental sigue a cargo de los “de mujer”. Doble o triple jornada, pues. Y es que hoy las campesi-
nas tienen atribuciones inéditas, sin duda, pero no por ello se emanciparon del fogón. Jornaleras, migrantes, empresarias sociales, activistas o con jerarquía en ejércitos libertarios, las mujeres rurales siguen siendo titulares del hogar, responsables de las labores domésticas, que en el campo son más extensas e intensas que en las ciudades porque incluyen buena parte de la producción de autoabasto. De antiguo les encargaron preservar el fuego y desde entonces su vida gira en torno al focaris, al hogar. Esa responsabilidad ha sido una carga injusta y en cierto modo una maldición, pero al desempeñarla con enjundia las mujeres han hecho aportaciones civilizatorias funda-
FOTO: Lourdes E. Rudiño
Suplemento informativo de La Jornada 11 de diciembre de 2008 • Número 15 • Año II
quedó a cargo de ellas. Sumergida en el sistema capitalista y acosada por los intercambios inicuos, la unidad de producción doméstica camina, por lo general, con dos piernas: una de sus estrategias es extrovertida, comercial, especializada, riesgosa; la otra es introvertida, de autoconsumo, diversificada, segura. Abordaje dual que a su vez define dos vías del hacer y del saber: por un lado el pensamiento abstracto y cuantitativo, por el otro la ciencia de lo concreto y lo cualitativo. Una aproximación es simplificadora, instrumental, homogénea; la otra es intuitiva, holista, heterogénea. La primera es masculina, remite al orden económico dominante y tiene por referencia al futuro; la segunda es femenina, hunde su raíz en el sustrato profundo de nuestra civilización y se acoge al pasado para dotar al mundo de significado. Con una cara los campesinos avizoran el porvenir y sus promesas, con la otra miran al ayer en busca de seguridad y razón de ser. Como los de Jano, los dos rostros rústicos son complementarios. Pero no se dirigen a oriente y poniente, como los del dios de la mitología romana, sino a los tiempos pretéritos y los tiempos por venir, porque sin permanencia no hay cambio y sin firmes referentes en el pasado la marcha al futuro carece de rumbo y la historia deviene puro carrereo, simple prisa, pues. La estrategia introvertida que he llamado femenina, pues sigue el patrón del traspatio o del solar, es sin duda más segura y también sustentable en lo ambiental, pero por sí misma no es económicamente sostenible pues –dado que siempre hay necesidades mercantiles– el puro autoabasto no garantiza la viabilidad reproductiva de la familia. En cambio, la estrategia extrovertida que he llamado masculina, pues adopta el patrón de la huerta o parcela comerciales, supone riesgos mayores y puede tener impactos ambientales negativos, pero si todo sale bien garantiza cierta solvencia económica. La enseñanza es –como siempre– una paradoja, un oximoron: lo local y lo global, lo introvertido y lo extrovertido, el autoabasto y la producción mercantil, la parcela y el solar, lo femenino y lo masculino no son opciones contrapuestas y excluyentes, sino estrategias complementarias, el anverso y el reverso del otromundismo rústico, la pierna izquierda y la pierna derecha del caminante rural. Pero, siendo complementarias las estrategias, en el momento actual la salida a la crisis que nos agobia está principalmente en el paradigma femenino. Porque en el mundo del gran dinero el futuro ha sido secuestrado por el capital y en el espejismo de “progreso” que ofertan sus corifeos no hay espacio para los campesinos (en realidad no hay espacio para nadie). Entonces el agro profundo tiene que romper con el porvenir fetichizado del imaginario mercantilista y asentarse firmemente en el pasado para desde ahí emprender, junto con los no campesinos, la tarea de imaginar un futuro propio: un mundo en el que realmente quepan muchos mundos. Y en esta labor de prospectiva utópica el mirador de las doñas rurales es privilegiado.
mentales. No es exagerado decir que en la presente crisis sistémica la porción femenina de las estrategias campesinas de sobrevivencia constituye un paradigma alterno digno de la mayor consideración. Y es que la vuelta a una economía doméstica sustentable es, de algún modo, un triunfo cultural de la mujer campesina que desde su traspatio o su solar mantuvo la lógica de la diversificación y el autoabasto, mientras que los varones entraban hipnotizados en la carrera del monocultivo intensivo en agroquímicos y netamente mercantil. “No hay que buscarle pencas al quiote ni dejar el maíz por los olotes, viejo”, le dice la doña refranera a su agobiado señor que no le halla la punta al mecate porque sembró picante con mucho gasto y a la mera hora la cosecha no tuvo precio. “Eso te pasa por cavar hoyos donde hay tuzas. Date de santos que yo hice poquita milpa y con las hortalizas y los animalitos del solar nos la iremos pasando”. Y ni la burla perdona: “¿Quién te manda, zopilote, haberte echado a volar, cuando te podías estar en tu casa metidote?” Porque sucede que cuando los hombres que lo apostaron todo al café, a la caña, a la copra... y regresan a casa derrotados por los demonios del mercado, encuentran que aun en la desgracia hay algo que comer, porque las mujeres no dejaron caer por completo la huerta, la hortaliza, las gallinas, los guajolotes, los puercos, las plantas de recolección... El agro profundo tiene aires de mujer. No es determinismo biológico, es que por razones culturales la nuez de la economía campesina
BUZÓN DEL CAMPO Te invitamos a que nos envíes tus opiniones, comentarios y dudas a
jornadadelcampo@gmail.com
RIMAS RURALES C O N
E N F O Q U E
D E
G É N E R O
EL PAÑUELO D.P.
Macetita embalsamada con hojitas de laurel, ¡qué bonitos son los hombres!, cuando empiezan a querer con cartitas, con pañuelos, engañando a la mujer, luego que la ven perdida la empiezan a aborrecer.
canciones rancheras empoderadas Y
D E
L A S
O T R A S
YO ME MUERO DONDE QUIERA D.P.
En mi tierra mexicana nos morimos entonando una canción. Los rebozos son cananas de las balas, al rugido del cañón, con el clarín que tocará el himno de la libertad.
Mi novio me dio un pañuelo con cuatro puntas para llorar, ¡qué pensaría ese borrego, que yo le había de rogar, mejorcitos he tenido y les he pagado mal, cuantimás esa basura tirada en el muladar! JUANA MATAMARIDOS D.P.
Entre las diez y las once Juana se puso a pensar: Voy a matar mi marido para salirme a pasear. Luego que ya lo mató, se agachaba y le decía: Ya te moristes José lucero del alma mía. Le trasculcaron la casa, como lo manda la ley. Le hallaron una pistola y una navaja de muey Calle de la Palma Real, por qué estás tan espantosa: Es que se ha muerto José y lo ha matado su esposa.
SAMUEL M. LOZANO
¡Ay!, yo me muero donde quiera; en la raya la primera, yo me juego el corazón. ¡Ay!, yo soy hembra de a de veras:
Tengo mi par de pistolas con sus cachas de marfil, para agarrarme a balazos con los del ferrocarril
Si me echan un lazo, respondo a balazos; si me echan un grito, de en medio los quito.
Tengo mi par de pistolas con su parque muy cabal, una para mi querida otra para mi rival.
Allá en las trincheras, allá donde quieran, me juego de veras por mi pabellón.
Si porque me ves con botas piensas que soy "melitar", soy un pobre rielerito del Ferrocarril Central.
Yo soy rielera, tengo mi Juan él es mi encanto, yo soy su querer, cuando me dicen que ya se va el tren: –Adiós mi rielera, ya se va tu Juan.
LA BORRACHITA
LA ENTALLADITA
TATA NACHO
JOSÉ ALBARRÁN MARTÍNEZ
Borrachita me voy para olvidarlo, lo quero muncho y él también me quere...
Roberto Gudiño le dijo a Teodora: Respeta el cariño, que traigo pistola. La traigo con ocho tiros y llevan dedicatoria.
Borrachita me voy hasta la capital, ¡ay!, pa' servirle al patrón que me mandó llamar anteayer.
Tú ya estás pedida y me arde la cara, que salgas vestida con ropa entallada. Todos los hombres te miran, y eso no me cuadra nada.
Yo lo quise traer, dijo que no, que si había de llorar pa' qué volver.
Yo no te quería, mis padres me han dado. Estaré pedida, mas no me he casado. No voy a pasar la vida con un celoso amargado.
Borrachita me voy hasta la capital, ¡ay!, pa' servirle al patrón que me mandó llamar anteayer.
No seas tan coqueta, sé más decentita. Y ella le contesta con una sonrisa: Pues yo no tengo la culpa de haber nacido bonita.
LA TEQUILERA
Sacó la pistola para amenazarla. Pero la Teodora le arrebató el arma. Con ella, los ocho tiros se los sepultó en el alma.
Borrachita de tequila llevo siempre el alma mía, para ver si se mejora de esta cruel melancolía. ¡Ay!.. por ese querer, pos qué le he de hacer, si el destino me lo dio para siempre padecer. Como buena mexicana sufriré el dolor tranquila, al fin y al cabo mañana tendré un trago de tequila. ¡Ay!.. por ese querer pos qué le he de hacer, aunque me haya traicionado no lo puedo aborrecer. Me llaman la tequilera como si fuera de pila, porque a mí me bautizaron con un trago de tequila. ¡Ay!.. ¡ya me voy mejor, por qué aguardo aquí; dizque por la borrachera, dicen todo... lo perdí!
de Silvia
Tomasa Rivera D E D U E L O D E E S PA D A S La finca de la viuda Pereira está a 7 km de la carretera para llegar allá hay que atravesar el arroyo sobre un puente de horcones. Todo el camino hay flores y aun en estos tiempos se pueden ver conejos entre los matorrales. La viuda nos recibe con quesos y frutas; metida en unos pantalones de mezclilla se para a medio patio y ordena que traigan los caballos. Vamos a montar todos –dice– pero las niñas no, porque a los caballos si les sueltan la rienda se desbocan rumbo al desfiladero y por ahí andan los peones buscando niñas para ahogarlas en el arroyo.
LA RIELERA
Las mujeres y los hombres por su patria dan la vida con valor; Valentina y Jesusita pelearon, pero nunca morirán, y la Adelita morirá peleando al lado de su Juan.
ALFREDO D´ORSAY SOTELO
poemas
Luego la aprehendieron, pero a Teodorita, los jueces la vieron tan entalladita, que la libertad le dieron nomás porque era bonita. Roberto se ha ido, ella se ha quedado robando suspiros, mas no se ha casado. A darle vuelo a la vida con su vestido entallado.
Vino el abuelo a visitarnos y le trajo a mi hermano un rifle para matar conejos; a mí no me dio nada, yo soy la mayor pero soy mujer.
Cuando las campesinas caminan por la carretera corren peligro… como las perdices frente al cable eléctrico.
Mi hermano desde que carga el rifle no me habla, tiene 10 años y yo 12 Pobre hermanito, por andar correteando perdices se cayó de la yegua, montaba a pelo y la reata que le servía de rienda se le enredó en un pie; la bestia lo arrastró entre los huzaches Se lo llevaron al pueblo en una camioneta, tiene tres días en el hospital y no sale. Mi madre no hace más que llorar y ver la carretera.
A la Pastora le ha nacido un hijo, ya era tiempo, su embarazo fue una larga cadena de penurias, acarreó agua en sendos baldes hasta que dio a luz. Las mujeres se arremolinaban alrededor del jacal, ya con agua caliente, ya con alcohol. A eso de las 4 le nació, no pegó ni un grito.
Estamos de fiesta en un rancho cercano; llegamos a caballo y nos reciben con cervezas y agua de tamarindo. Es la boda de Rosa Pecero, aquí vinimos el año pasado cuando Rosa cumplió 15; ahora está toda de blanco en lo que llaman el umbral de la vida
La comadrona le anudó un pañuelo rojo en la cabeza y puso hojas de albahaca debajo de los pechos. De madrugada todas fuimos al breñal a cortar yerbas escarchadas para que se bañaran la Pastora y su hijo. Al amanecer, cuando el sol coqueteaba detrás de las palmeras, el llanto del niño se desplegó con fuerza rompiendo la quietud del campo.
Apenas sale, los jaraneros empiezan a trovar, las muchachas la rodean, tienen una gota de envidia en los ojos El novio Cipriano no se acerca para nada, debajo del mezquite, sólo toma cerveza.
Yo nací en marzo, en el mero tiempo de los loros. Cuando rompí la fuente todavía era invierno, y no me sacaron de la casa hasta que un chupamirto anunció la primavera Mis padres me cuidaron como a un jarrón chino, |12 años después, arriba de un ciruelo, un espasmo en el vientre me hizo descender Ese día, por mala suerte sobre la falda de popelina blanca quedó la mancha, inevitable, como un tulipán rojo.
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CAMPESINAS ECONOMÍA
AGUA, TIERRA Y MUJERES
CAMPO
FOTO: Diana Hernández C.
EN EL
MEXICANO Hilda Salazar
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ierra y agua son un binomio inseparable en la vida rural, no sólo porque son la base de la agricultura, la ganadería, la silvicultura y la producción de traspatio, sino también por su estrecha relación con el acceso a estos recursos.
La tendencia a la mercantilización de la tierra ha conducido a la pérdida de las tradiciones comunitarias de libre acceso a las fuentes de agua. El registro de predios impulsado por el Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Solares Urbanos (Procede) generó un mercado del agua que condiciona el uso de los pozos, manantiales
y arroyos al pago de derechos a los dueños de la tierra. Y si el acceso a las fuentes de agua es limitado para los campesinos, lo es aún más para las mujeres rurales porque son propietarias de la tierra en una proporción mucho menor que los varones: sólo una de cada cinco ejidatarios y comuneros es mujer y 18 por ciento tiene una parcela individual. Las
mayores responsabilidades económicas de las mujeres en el campo no han sido acompañadas por un aumento proporcional en su propiedad de la tierra y, por consiguiente, por un mayor acceso al agua. La escasez no es pareja. En México 14 millones de personas carecen de agua potable para consumo humano dentro de su vivienda y deben obtenerla mediante el acarreo desde diversas fuentes. El problema no es uniforme para toda la población. Mientras en las zonas urbanas 93.8 por ciento de los hogares tiene acceso al líquido, en las rurales sólo el 67 por ciento. Las cifras se polarizan cuando se consideran las variables de pobreza y marginación. Por ejemplo, una investigación realizada en los Altos de Chiapas, muestra que sólo 9.55 por ciento de la población tiene agua dentro de la vivienda, con un rango que va de 57.9 por ciento para el municipio de San Cristóbal de las Casas hasta el 0.74 por ciento en Larráinzar. La calidad de vida al interior de los hogares –urbanos y rurales– depende, en gran medida, del acceso a los servicios. La falta de agua se convierte en trabajo extraordinario. De acuerdo con las encuestas de uso del tiempo, el acarreo de agua significa en promedio una carga de trabajo
EL IMPACTO DE LA CRISIS ALIMENTARIA: un enfoque de género • Profundiza la crisis la subordinación femenina y la desnutrición infantil Blanca Rubio
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uando inició la crisis alimentaria, por marzo y abril de 2008, pensamos que el aumento de los precios iba a beneficiar a las unidades campesinas. En este marco, la Red Nacional de Promotoras y Asesoras Rurales decidió hacer un diagnóstico nacional sobre el efecto de la crisis en las mujeres rurales. La primera etapa comprendió siete estados: Sonora en el norte, Estado de México, Morelos, Hidalgo y Puebla en el centro y Chiapas y Tabasco en el sureste. Actualmente se encuentra en proceso la segunda etapa que incluye a Oaxaca, Michoacán, Guanajuato y el Distrito Federal. Lo primero que observamos es que el aumento de los precios tuvo efecto sobre las familias que siembran otros cultivos además del maíz y el frijol, como café en la región centro, fresas en Chiapas y jitomate en Morelos, ya que en la mayoría de los casos el maíz y el frijol son básicamente para autoconsumo. Sin embargo, tal aumento de precios se anuló rápidamente por el encarecimiento de los fertilizantes e insumos de trabajo, y además la economía familiar fue fuertemente afectada por el aumento de alrededor de 50 por ciento de los precios de bienes de consumo, principalmente aceite, arroz, leche, azúcar, pan, huevo, carne y “la minsa”. Menos leche para los niños. Tal carestía, en el contexto de salarios bajos, de entre 50 y 80 pesos el jornal, trajo graves consecuencias de más empobrecimiento de las campesinas. En primer lugar, ha obligado a las mujeres a salir a buscar trabajo para obtener más ingresos, además de que repercutió en la disminución o declive de la calidad de los
bienes consumidos. Algunas mujeres declararon que redujeron la ración de leche para sus hijos. En segundo lugar, el aumento de los precios de los insumos ha encarecido aún más la producción de maíz y frijol para autoconsumo. En tercer lugar, el aumento en los costos de los insumos como el hilo para la fabricación de las artesanías también ha golpeado a las mujeres rurales, además de que la demanda para dichos productos ha bajado, con lo cual se torna cada vez más difícil producirlos. Más trabajo, menos organización. Tales procesos han repercutido en la jornada de las mujeres, quienes se ven obligadas a trabajar más para alcanzar el sustento; con ello reducen el tiempo que dedican a las organizaciones a que pertenecen. En el ámbito de la migración, las mujeres señalaron que los hombres habían empezado a regresar en los meses en que se levantó la encuesta, entre junio y agosto. Aun cuando todavía no se manifestaba en toda su dimensión la crisis en Estados Unidos, los migrantes ya no encontraban trabajo y ante las elevadas rentas que pagaban empezaron a volver, con lo cual las familias campesinas perdieron el ingreso de las remesas que resulta importante en estados como Hidalgo y Tabasco. Otro fenómeno nuevo en el campo es el incremento en la concentración de la tierra, en algunos casos vinculado al aumento de los precios de las materias primas que ha generado la reapertura de minas o bien el impulso de cultivos como la palma africana –tal es el caso de Sonora–, hecho que ha presionado para que se vendan o renten tierras. Asistencialismo condicionado. Acerca de cómo perciben las mujeres rurales la política pública en este proceso,
adicional de tres horas semanales para los hombres y tres horas y media para las mujeres. En algunas comunidades de los Altos de Chiapas las mujeres reportaron que destinan entre dos y seis horas diarias a la obtención del líquido en tiempo de secas. Vida digna es también salud. Si se combina la irregularidad en el acceso al agua con los agudos problemas de contaminación que aquejan a muchas de las aguas superficiales y subterráneas en el país, los resultados son enfermedades de diverso tipo. Las deformidades pélvicas y de columna, así como el reumatismo degenerativo están asociados al acarreo del agua, en tanto que enfermedades gastrointestinales, de la piel e infecciosas tienen que ver con consumo o contacto con agua contaminada o de mala calidad. El cuidado de las personas enfermas en los hogares aún es parte de las tareas que se asignan a las mujeres, de acuerdo con los roles de género tradicionales. En otras palabras, contar con agua en la casa de las familias campesinas o carecer de ella determina cuántas horas de trabajo tiene el día de una mujer rural. Gestoras del agua. Esto explica por qué las mujeres son las gestoras por excelencia de los servicios de agua potable y drenaje de sus
señalaron que el gobierno aumentó en 120 pesos mensuales el programa Oportunidades por un lapso de siete meses. Este aumento, sin embargo, no compensa el incremento de los bienes de consumo además de tener una corta duración y, como señalan las mujeres, se los dan condicionado a que limpien la clínica, la plaza y la escuela, asistan a talleres informativos y cumplan con requisitos en relación al control de su salud, mientras que la entrega de Procampo para los hombres no tiene ningún condicionante. En este contexto desolador, las mujeres exigen esencialmente que se les reconozca como productoras y se les otorguen apoyos de aliento productivo y no de carácter asistencialista. Señalaron que se debe recordar “que las mujeres del campo saben responder con decencia y responsabilidad”. Por ello piden crédito, capacitación, semillas para hacer huerto, bajar los precios de los insumos, mercado para sus artesanías, pago justo por su trabajo, y en el terreno personal, que los esposos y los padres las dejen salir a trabajar. Los resultados de esta primera etapa de la encuesta permiten concluir que el aumento de los precios de los bienes básicos ya no es capaz por sí solo de reactivar la producción campesina, debido a que se ha devastado su capacidad productiva. Por el contrario, les afecta como consumidores, tanto de alimentos como de insumos de trabajo, lo cual genera una mayor desestructuración de las unidades productivas. Este proceso daña a los sectores más débiles del campo, pues agudiza la subordinación de las mujeres y deteriora los niveles nutricionales de los niños. Los procesos organizativos que se han logrado consolidar se ven golpeados por la crisis alimentaria, mientras que las políticas públicas ubican a las mujeres rurales como indigentes sin ningún potencial productivo. Además, los programas como Oportunidades se han introducido en la vida rural como normales, como parte de la vida cotidiana, hecho que vela su rol discriminatorio y paliativo. La crisis alimentaria constituye pues un nuevo golpe al campo y un proceso que deteriora la difícil vida de las mujeres rurales del país.
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CAMPESINAS ECONOMÍA
una mayor igualdad de oportunidades para mujeres y hombres dedicados a la agricultura. Proyectos productivos ¿sin agua? Además del trabajo invisible –y muchas veces no remunerado– de las mujeres en la producción agrícola fuera del hogar, se encuentran los proyectos productivos que constituyen la oferta mayoritaria de las instituciones de apoyo al campo. Emma Zapata y Josefina López reportan en un trabajo de 2005 que cerca de 70 por ciento de los proyectos financiados por el Programa de la Mujer en el Sector Agrario (Promusag) son agrícolas, avícolas, frutícolas, pecuarios, porcinos, bovinos, ovinos, forestales y acuícolas. Una proporción similar se presenta en la oferta de la Comisión Nacional de Pueblos Indios, de la Secretaría del Medio Ambiente y, en general, de los programas estatales y municipales destinados a mujeres de zonas rurales. En todos ellos el agua es un insumo importante y con frecuencia no considerado a la hora del diseño y puesta en marcha de los proyectos. Claro está que en circunstancias de abundancia del líquido esta omisión no sería importante pero, desafortunadamente, la escasez relativa de agua es creciente aun en zonas de alta precipitación, ya sea por problemas ambientales o debido a su desigual distribución. Además de la dudosa viabilidad económica y social y de las horas de trabajo que implican, estos pequeños proyectos se convierten, a la larga, en amortiguadores de las carencias y no en detonadores del fortalecimiento de las mujeres como productoras y sujetas sociales cabalmente reconocidas por sus comunidades, los gobiernos y en general por la sociedad. Las mujeres en los servicios ambientales. Las zonas rurales proveen además múltiples servicios ambientales asociados al ciclo del agua como son la formación del clima, la humedad de los suelos, la recarga de los acuíferos y la purificación del agua. La conservación de los ecosistemas acuáticos depende mucho de la población rural. Las limitaciones estructurales encaradas por las mujeres gravitan también en su participación en actividades como la reforestación, los
programas de manejo de cuencas y micro-cuencas, la conservación de especies marinas, el cuidado y limpieza de playas, por mencionar algunas. Instituciones como la Comisión Nacional Forestal o la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas han flexibilizado sus reglas de operación para incorporar a las mujeres en sus programas, no sólo para cubrir las exigencias de género, sino también ante la ausencia de hombres en algunas zonas. No obstante, los montos de los proyectos para mujeres, en este y otros casos, son ostensiblemente menores que los proporcionados a los hombres. En la práctica, esta desproporción constituye una discriminación basada en la idea de que el ingreso de las mujeres es complementario a la economía familiar, lo que no siempre es así. Del mismo modo, el pago por servicios ambientales raramente es accesible a las mujeres, ya que es entregado a las autoridades formales en las cuales la participación femenina es muy reducida: las mujeres ocupan sólo 2.5 por ciento de las presidencias de comisariados ejidales y únicamente 64 mujeres de habla indígena, de un total de 31 mil, ocupan este cargo. La construcción de alternativas con enfoque de género. Desde luego que las asimetrías entre mujeres y hombres en el acceso y administración de los recursos hídricos no son las únicas. De hecho, los campesinos, indígenas y pequeños propietarios están también excluidos, se enfrentan a situaciones de competencia no equitativa o padecen grandes desventajas. Las idea de que el agua y la tierra son mercancías cuyo valor debe ser regulado por el mercado favorece su apropiación privada y despoja a estos recursos de su carácter cultural, de su manejo colectivo, holístico y sustentable. En realidad, las mujeres y los hombres, en sus estrategias de resistencia y construcción de alternativas para rescatar al campo mexicano, emprenden una batalla conjunta con propósitos y aspiraciones comunes. Sin embargo, las organizaciones campesinas –mixtas, de hombres y de mujeres– deben diseñar estrategias que combatan explícitamente las desigualdades de género y eviten la yuxtaposición de una forma de desigualdad sobre otras. Hay que recordar que difícilmente se encontrará en nuestro país a una persona con mayores desventajas que una mujer que viva en una zona rural, sea pobre e indígena. La lucha por el agua y la tierra tiene también cara y cuerpo de mujer. Este articulo está basado en la información sistematizada en La Agenda Azul de las Mujeres, publicada por la Red de Género y Medio Ambiente y otros trabajos realizados por Mujer y Medio Ambiente, AC www.comda.org.mx
Yo no trabajo igual que mi marido, yo tengo mis quehaceres propios. Éste es mi día, desde que amanece hasta que me acuesto: 5 a.m. Me paro pronto a moler el nixtamal que puse ayer en la noche. Muelo en el metate. Mientras ya prendí el fogón y arrime la leña. Voy a acarrear agua al arroyo con dos cubetas, para tenerla lista antes de que se despierten mis siete hijos y mi marido. 7 a.m. Voy al traspatio y arrejunto huevos y corto jitomate de la maceta, chiles y epazote. Hago el desayuno y me pongo a tortear. Paro los frijoles que dejé remojando en la noche. 8 a.m. Luego de comer, mis hijas ayudan a levantar y lavar los trastes en la pila donde acarreé el agua. Se van a la escuela. Mi marido sale para la milpa. 9 a.m. Voy a maicear a los pollos, al guajolote y a los patos, limpio el chiquero y le doy olotes a la marrana. De vuelta, acarreo agua del río y voy llenando la pila, luego limpio la hortaliza y riego. Acerco más leña al fogón y le echo más agua a los frijoles. Preparo el almuerzo del marido: tortilla y huevo en salsa de jitomate con chile. 11 a.m. Salgo a la milpa caminando una hora por el monte. Llego y mi marido me dice que limpie aquí y allá, que jale unos rastrojos. Mientras él almuerza, junto leña, hacemos un buen atado y regreso a la casa. 1 p.m. Llegan mis hijos de la escuela. Las niñas ayudan a moler nixtamal y, ya con la masa, entre las dos mayores y yo torteamos y echamos hartas tortillas. Todos comen frijol, tortillas, salsa de chile y queso duro. 2 p.m. Hago mi bulto de ropa sucia, y es tiempo de caminar al río para lavar. Mis hijas también van y me ayudan. Los chicos nos acompañan para jugar. 3 p.m. Acabo de lavar un poco de ropa, y ya se la llevan las muchachas a la casa para tenderla. 4 p.m. Sigo lavando, y me paro un poco a platicar con el mujerío que está lavando. Nos decimos cosas y nos reímos. 5 p.m. Los niños se bañan. Yo también, porque hace harta calor y mucho sol. 6 p.m. Toca que mis hijos y yo nos pongamos a desgranar. Juntamos maíz para poner a cocer el nixtamal. 7 p.m. Pongo la cubeta de nixtamal al fuego y se va removiendo. Pongo la sopa de hoja de chayote con quelites y maíz tierno, mientras molemos nixtamal y torteamos otra vez. Remojo frijol. Mis hijas hacen pinole en el molino del maíz y le echamos canela al pinole. Preparo té de naranja. 8 p.m. Dejamos los trastes sucios para lavar mañana. 9 p.m. Empiezo a coser ropa, ya de los chamacos, ya del señor. Los niños se acuestan. 10 p.m. Con el marido enjarro la pared de la casa y barro y mojo el piso de tierra para que se asiente. 12 a.m. Ya dormidos todos, prendo mi veladora y me voy al petate. Hoy trabajé poco, mañana toca ir a la milpa temprano, y luego hay junta de las mujeres de la organización para limpiar el río y barrer las calles del pueblo, pero me gusta ir, me distrae mucho ver al mujerío y platicar y reírse. L ORENA PAZ PAREDES
LAS NOVIAS ROBADAS En la zona tlapaneca y mixteca de Guerrero aún se acostumbra “comprar” a la novia luego de un acuerdo de suegros independiente del consentimiento de los prometidos; no en todos los casos es igual: en la zona purépecha de Michoacán y entre los náhuas de Veracruz, “robar a la novia” ya es sólo un rito que formaliza una decisión de la pareja; en varios casos, cuando se roba a la novia, ésta ya va preñada. Así lo indica un diálogo que sostuve con un grupo de purépechas: – ¿Usted fue novia robada? Pregunto a Barbarita Cacari, partera de 78 años. –¡Sí! – contesta – me robaron como a los 13. –Yo también fui robada –dice otra mujer joven. –Y yo –tercia una más. –¿Usted también?, pregunto. –Sí, yo también. –¿Y usted?, cuestiono a una cuarta –Ah, a mí me robaron a los 15. –¿Alguna de ustedes no fue robada?, pregunto. –No –contesta una más –, a mí también me robaron. Es que por aquí hay muchos ladrones. Y todas se ríen divertidas. –¿Ustedes se opusieron al rapto?, pregunto. FOTO: Eunice Adonorno
FOTO: Hernán García Crespo
UN DÍA EN LA VIDA comunidades. Sin embargo, su capacidad de gestión no se transforma automáticamente en capacidad de decisión. Una interesante investigación realizada por Edith Kauffer, también en Chiapas, encontró que sólo 4.16 por ciento de los mil 129 comités de agua tienen representación femenina, uno por ciento de los cargos existentes está en manos de mujeres y sólo dos mujeres ocupan el puesto de mayor jerarquía. En el desempeño de las actividades de reproducción social que realizan, las mujeres enfrentan limitaciones que se profundizan con los problemas de escasez del líquido y otros fenómenos asociados a la llamada crisis del agua. Pero las mujeres ya no son sólo amas de casa dedicadas al trabajo doméstico y de cuidado. Los datos oficiales reportan que la población femenina económicamente activa alcanza poco más de 40 por ciento. Se sabe que este dato subestima el trabajo informal y no remunerado, en especial el de las mujeres en actividades agrícolas para el mercado e incluso para el autoconsumo. Es difícil cuantificar con certeza la participación femenina en la producción de alimentos y otros bienes agropecuarios no sólo por el sub-registro estadístico, sino también porque las inercias culturales propician que las propias mujeres consideren su trabajo en la milpa y en el traspatio como una “ayuda”. Lo que sí se sabe con certeza es que la escasez de agua y el limitado acceso a ésta dificultan las labores de obtención de ingresos desarrolladas por las mujeres. El campo en manos de las mujeres. No hay duda de que el campo mexicano se ha feminizado, pero hay poca información que dé cuenta de la participación directa de las mujeres en todo el ciclo de la producción agrícola. Lo es cierto es que son las ellas quienes, cada vez con más frecuencia, administran los predios y las remesas y constituyen el principal soporte de la vida rural. La migración masculina y de la población joven ha abonado a esta situación. No obstante, las estructuras para la administración del agua de riego son excluyentes de las mujeres. Ellas no son consideradas “usuarias” pues eso depende, como ya se ha dicho, de la propiedad de la tierra. Un estudio realizado en 2000 por Gabriela Monsalvo y Emma Zapata informa que las mujeres constituyen entre cuatro y 26 por ciento de las y los regantes, pero sólo dos por ciento están reconocidas formalmente y tienen representación en las organizaciones de riego. El agua marca una tremenda diferencia en la producción agrícola: en áreas de riego, la productividad es en promedio 3.7 veces mayor que en tierras de temporal. En otras palabras, la falta de acceso al riego juega en contra de
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CAMPESINAS PROGRAMAS PÚBLICOS
–No, que va –dice Barbarita, mirando a las jóvenes. Ya no es como antes. Ahora las muchachas ya casi se roban a los hombres. –Los novios se ponen de acuerdo –interviene una mujer. –¿Y cuánto tiempo después del rapto tuvieron a su primer hijo? –¡Luego luego! –dicen varias jocosamente– Si eso es lo primero. –Ay –se ríe otra–. ¿Para qué nos hacemos tontas?, casi todas nos casamos embarazadas. –A mí me robaron a m’hija hace dos años, ahora ya tengo nieto. Primero me la fueron a pedir pero ella tenía 12 años y yo le dije al muchacho que no, que estaba muy chica. –Pero me la van a ganar, me voy a ir al “otro lado” y me la van a ganar –dijo él. –No, yo te la guardo –le dije. –¿De veras me la va a guardar? –Sí te la guardo, vete sin cuidado. Vino como a los dos años, ya traía coche y m’hija tenía 14. Se la robó en la feria. Yo estaba viendo la rueda de la fortuna cuando me avisaron que se la habían robado, yo corrí, pero luego luego llegaron los papás de él con una botella de charanda. Allí en la feria empezamos a tomar. Cuando volví a la casa y vi su cuarto vacío y oscuro sentí refeo. Ya no está m’hija pensé, y me puse a llorar (Taller de Michoacán). En la mixteca guerrerense las cosas son de otro modo: Cuando yo andaba, antes chiquita, mi suegro estaba a mi lado viendo cómo ando. Y como rápido, estoy lavando el traste, rápido estoy moliendo, rápido hago la comida. Por eso dice: “Aquella mujer bien rápida le hace la comida, a lo mejor la vamos a comprar, a lo mejor la vamos a pedir”. Na’más cumplí 13 años, luego vino mi suegro a pedir con mi papá, con mi mamá: “Yo no quiero robar con tu hija, yo tengo gusto de casar mi hijo con tu hija. Pues vamos a estar compadres”. Yo no quería casarlo pues, nomás que mi mamá me hizo fuerza... Porque yo no quería acostar con mi esposo, luego me estaba pegando mi mamá. Ahorita siempre se estaba acordando mi esposo: “Tienes que pagar todo lo que tú me hiciste, porque no querías casar, no querías junto con nosotros”, dice. TOMADO DE “D OSCIENTAS TRECE VOCES CONTR A L A MUERTE ”, G ISEL A E SPINOSA D AMIÁN , EN L A MORTALIDAD MATERNA EN M ÉXICO . C UATRO VISIONES CRÍTICAS , 2004)
FEMINIZACIÓN DEL PRESUPUESTO
• Mujeres, beneficiarias de 42.4% de programas rurales
• Mayor enfoque desde Sedesol y SRA; escaso desde Sagarpa Héctor M. Robles Berlanga
L
LA ESTHER DEL EZLN ANTE LEGISLADORES
Señores y señoras diputados y diputadas, senadores y senadoras: Quiero explicarles la situación de la mujer indígena que vivimos en nuestras comunidades, hoy que según esto está garantizado en la Constitución el respeto a la mujer. La situación es muy dura. Desde hace muchos años hemos venido sufriendo el dolor, el olvido, el desprecio, la marginación y la opresión. Sufrimos el olvido porque nadie se acuerda de nosotras. Nos mandaron a vivir hasta en el rincón de las montañas del país para que ya no lleguen nadie a visitarnos o a ver cómo vivimos. Mientras, no contamos con los servicios de agua potable, luz eléctrica, escuela, vivienda digna, carreteras, clínicas, menos hospitales. Mientras, muchas de nuestras hermanas, mujeres, niños y ancianos mueren de enfermedades curables, desnutrición y de parto, porque no hay clínicas ni hospitales donde se atiendan. Sólo en la ciudad, donde viven los ricos, sí tienen hospitales con buena atención y tienen todos los servicios. Para nosotras, aunque haya en la ciudad no nos beneficia para nada, porque no tenemos dinero, no hay manera cómo trasladar; si lo hay, ya no llegamos a la ciudad, en el camino regresamos ya muerto. Principalmente las mujeres, son ellas las que sienten el dolor del parto, ellas ven morir sus hijos en sus brazos por desnutrición, por falta de atención, también ven sus hijos descalzos, sin ropa, porque no alcanza el dinero para comprarle, porque son ellas que cuidan sus hogares, ven qué le hace falta para su alimentación. También cargan su agua de dos a tres horas de camino con cántaro y cargando su hijo, y lo hace todo lo que hace dentro de la cocina. Desde muy pequeña empezamos a trabajar cosas sencillas. Ya grande sale a trabajar en el campo, a sembrar, limpiar y cargar su niño. Mientras, los hombres se van a trabajar en las fincas cafetaleras y cañeras para conseguir un poco de dinero para sobrevivir con su familia, a veces ya
FOTO: Heriberto Rodríguez / La Jornada
F RAGMENTO DEL MENSAJE CENTRAL DEL E JÉRCITO Z APATISTA DE L IBERACIÓN N ACIONAL (EZLN), DADO POR LA COMANDANTA E STHER ANTE EL C ONGRESO DE LA UNIÓN , 28 DE MARZO DE 2001
a participación de la mujer en las actividades económicas rurales y en especial como propietaria de tierras y trabajadora rural es un fenómeno relativamente nuevo y poco estudiado. Si revisamos la información generada en los años recientes sobre la presencia de la mujer en el campo, nos encontraremos con una nueva realidad, muy distinta a la que prevalecía antes de los años 80s. Este nuevo escenario nos obliga a pensar y actuar de manera diferente si en verdad queremos dar respuesta a las necesidades e inquietudes de la población rural. Debemos de reconocer que el campo mexicano ya no es más un campo de hombres y que los recursos públicos se están feminizando. Equidad esperada. En el artículo 25 del Presupuesto de Egresos de la Federación 2008 se estableció que el Ejecutivo Federal impulsará la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, por medio de la incorporación de la perspectiva de género en el diseño, elaboración y aplicación de los programas de la administración pública federal. Este planteamiento fue producto del esfuerzo de muchas mujeres: legisladoras, organizaciones no gubernamentales, defensoras de los derechos de las mujeres e investigadoras de los temas de género que han insistido que las políticas públicas tengan un enfoque de género. Por primera vez en 2008, en el Anexo 9A denominado “Presupuesto para mujeres y la igualdad de género”, se desglosaron los recursos que se destinarían a ellas. En el 2008, el monto total aprobado fue de ocho mil 981.6 millones de pesos e involucra a 22 entidades gubernamentales, donde destacan las secretarías de Desarrollo Social (Sedesol), Salud, Hacienda y Crédito Público, Reforma Agraria (SRA) y Economía (Secon). En conjunto son unos 65 programas o instituciones. Programas especiales para ellas. Para darnos una idea de la feminización de presupuesto destinado al sector rural, permítanme dar unos datos: en los años recientes se crearon programas que apoyan las actividades productivas de las mujeres: en la Secon, el Fondo de Microfinanciamiento a Mujeres Rurales (FOMMUR); en la SRA, el Programa de la Mujer del Sector Agrario (Pro-
musag), y en la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), el Programa de Organización Productiva para Mujeres Indígenas (POPMI). Al analizar el ejercicio presupuestario 2007 de los principales programas de subsidios destinados al sector rural, encontramos que en términos relativos la Secon destinó 87.2 por ciento de sus recursos a mujeres; la SRA, 75.8; el Programa de Vivienda Rural (Fonhapo), 54.3; la Secretaría de Turismo (Sectur), 51.8; la Sedesol, 51.6; Diconsa, 51.4; la CDI, 50.6; la Financiera Rural (Finrural), 31.3; la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, 29.3; Fideicomisos Instituidos en Relación con la Agricultura (FIRA), 26.3; Apoyos y Servicios a la Comercialización Agropecuaria (Aserca), 21.8; la Comisión Nacional Forestal (Conafor), 16.2 por ciento, y la Secretaría de Agricultura (Sagarpa), 12.1 por ciento. Si el análisis lo realizamos por número de beneficiarias de los 63 programas revisados, encontramos que en total se apoyó a 18.7 millones de mujeres. Sobresalen los siguientes programas: Oportunidades, 12.1 millones de beneficiarias; Unidades de Promoción de la Financiera Rural, 1.8 millones; Micro-regiones, 1.3 millones; Programa Integral (Finrural), 790 mil; Atención a Adultos Mayores, 516 mil; Procampo Tradicional, 503 mil, e Infraestructura Básica a Indígenas, 430 mil. Por el contrario, programas como el de Servicios Ambientales, Equipamiento e Infraestructura de la Conafor, e Investigación y Transferencia Tecnológica, Acuacultura y Pesca, Fortalecimiento de Sistemas Producto, Fortalecimiento de los Sis-
temas Productos Pecuarios y Salud Animal, de la Sagarpa, prácticamente no benefician a mujeres. En términos relativos, las mujeres representan el 42.4 por ciento de los beneficiarios totales. Los programas que destinan la totalidad o mayor parte de sus recursos a mujeres son: Promusag, FOMMUR y POPMI (los tres al cien por ciento); Programa de Apoyo Alimentario (75.7 por ciento) Fondo Nacional de Población (54.3), Vivienda Rural (54.3), Promoción de Convenios en Materia de Justicia (53.3), Micro-regiones (52.2), Fondo de Apoyos a Proyectos Productivos Agrarios y Programa de Ecoturismo y Turismo Rural (51.9), Apoyo a los Proyectos de Inversión Rural (51.8), Oportunidades (51.6), Fondos Regionales Indígenas (51.3), Programa de Infraestructura Básica a Indígenas (51.3) y Atención a Adultos Mayores (50.1 por ciento). Buenas administradoras. La entrega de recursos de apoyo productivo o de asistencia social a las mujeres era impensable hace diez o 15 años. Se les empezaron a entregar porque las mujeres administran mejor los recursos públicos, los aplican conforme al proyecto solicitado y por lo general cumplen con sus compromisos. Las dificultades económicas por las que atraviesa el sector rural conllevan la necesidad de que las mujeres titulares asuman nuevas responsabilidades. No sólo se incorporaron a tareas que se consideraban propias de su género como las artesanías, ahora participan en actividades económicas muy diversas. Investigador del CEDRSSA de la Cámara de Diputados hector.robles@congreso.gob.mx
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CAMPESINAS PROGRAMAS PÚBLICOS
LOS PROGRAMAS ALIMENTARIOS Gabriela Rangel Faz y Elsa A. Pérez Paredes
S
egún evaluaciones impulsadas por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), en 2007 se atendieron a tres millones 805 mil mujeres rurales –todas ellas madres del familia– y se convirtieron así en una “vía” de la política social de combate a la pobreza, y especialmente en un medio fundamental para el desarrollo de programas alimentarios conocidos como “de transferencia en efectivo”. Familias en pobreza rural y hogares atendidos por programas alimentarios de transferencia en efectivo
¿AHORRO NETO? Otra hazaña de la mitad borrosa del mundo
Familias en pobreza rural y hogares atendidos por programas alimentarios de transferencia en efectivo Número de familias rurales en pobreza (2006) Alimentaria
1,784,234
Capacidades
2,423,656
Patrimonial
4,320,574
Total familias en pobreza
8,528,454
Hogares con programas alimentarios (2007 y 2008) Oportunidades
3,462,000
PAL
143,423
PAAZAP*
200,000
Total familias atendidas
3,805,423
Fuente: Coneval y evaluaciones de los programas.
Vacíos en el enfoque. Los programas sociales de Oportunidades (diseñado como Progresa en 1997), Programa de Apoyo Alimentario (PAL, desde 2003) y Programa de Apoyo Alimentario en Zonas de Atención Prioritaria (PAAZAP desde 2008), basan su operación e instrumentalización en las mujeres, presumiendo de incorporarlas en las políticas públicas rurales; sin evidenciar: a) la propuesta de visualizarlas como sujetas sociales; b) la importancia e implicaciones que tienen sus roles productivos y reproductivos en el desarrollo local, y c) las estrategias existentes para cambiar su calidad de vida individual, independientemente del ámbito familiar.
Oportunidades, PAL, PAAZAP 261,063.7 millones de pesos (1997-2008) 50,000 40,000 30,000 20,000 10,000 0
1998
El costo de atender niños y enfermos figura en las cuentas nacionales si lo asumen colegios y sanatorios, pero cuando –por instrucciones del Banco Mundial– se reducen horarios escolares y camas de hospital, transfiriendo a las familias la cobertura de los servicios suprimidos, como por arte de magia el gasto desaparece de las estadísticas. Y es que los trabajos domésticos, más si los desempeñan mujeres, no existen para la economía, son labores invisibles. A.B.
2000
2002
2004
2006
2008
Fuente: 2º Informe de Gobierno del presidente Felipe Calderón, Anexo Estadístico.
A pesar de que pudiera ser obvio el papel de las mujeres en los programas alimentarios y que en el discurso oficial se plantea como fundamental, hemos identificado una contradicción entre discurso, presupuestación y evaluación de beneficios. Por un lado, el artículo 25 del Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF) 2009 señala que todos los programas de la administración pública federal deberán tener perspectiva de género; sin embargo, sólo un conjunto de programas incluidos en el anexo 9ª, “Presupuesto para mujeres e igualdad de género del PEF”, tendrán un seguimiento “en materia de mujeres e igualdad de género”. Los programas alimentarios no son considerados dentro de este anexo, cuyo monto total es de ocho mil 981.6 millones de pesos. Al
mismo tiempo, Oportunidades contará el próximo año con 43 mil 580 millones de pesos, que representan casi cinco veces el total del monto de los programas para mujeres mencionados en el mismo anexo. Con esto queremos dimensionar y plantear, desde una postura crítica, preguntas que han formulado y han argumentado desde hace años la academia; organizaciones sociales, campesinas y feministas, y redes de mujeres rurales e indígenas. Muchas preguntas. Aun cuando ya contamos con el CONEVAL y con un Comité Técnico para la Medición de la Pobreza, hasta el momento no se ha logrado que, con una revisión profunda y crítica, contestemos desde la acción las incógnitas que aún tienen las políticas sociales dirigidas a las mujeres rurales. ¿Por qué se da seguimiento a la perspectiva de género de programas que tienen cinco veces menos presupuesto que un programa en el que ellas son sólo intermediarias, operadoras y a menudo incluso “responsables” de los beneficios que éste genera en las familias? ¿Qué hacer para que las y los tomadores de decisiones posean visiones integrales, con perspectiva de género y que incluyan los aspectos estratégicos de las mujeres del campo? ¿Cómo transitamos de programas diseñados y dirigidos a mujeres a programas con enfoque de género? ¿Qué ruta debemos seguir para poseer políticas de desarrollo rural en donde las mujeres sean protagonistas y sujetos sociales? ¿Qué hacer para que las políticas sociales incluyan a las mujeres del campo que no son madres y que no sólo se dirijan a acciones para la educación, salud y alimentación? Parece que el camino es largo y lo que no es muy alentador es que han predominado los oídos sordos y ha faltado la humildad para corregir lo que no ha funcionado. Esperemos que el quehacer público tenga una mayor responsabilidad de lo que su carácter público significa para la vida de las mujeres campesinas.
no regresan porque se mueren de enfermedad. No da tiempo para regresar en su casa o, si regresan, regresan enfermos, sin dinero, a veces ya muerto. Así queda con más dolor la mujer porque queda sola cuidando sus hijos. También sufrimos el desprecio y la marginación desde que nacimos porque no nos cuidan bien. Como somos niñas, piensan que nosotras no valemos, no sabemos pensar, ni trabajar, cómo vivir nuestra vida. Por eso, muchas de las mujeres somos analfabetas, porque no tuvimos la oportunidad de ir a la escuela. Ya cuando estamos un poco grande, nuestros padres nos obligan a casar a la fuerza, no importa si no queremos, no nos toman consentimiento. Abusan de nuestra decisión, nosotras como mujer nos golpea, nos maltrata, por nuestros propios esposos o familiares, no podemos decir nada porque nos dicen que no tenemos derecho de defendernos. A nosotras las mujeres indígenas nos burlan los ladinos y los ricos por nuestra forma de vestir, de hablar, nuestra lengua, nuestra forma de rezar y de curar y por nuestro color, que somos el color de la tierra que trabajamos. Siempre en la tierra porque en ella vivimos, también no nos permite nuestra participación en otros trabajos. Nos dicen que somos cochinas, que no nos bañamos por ser indígena. Nosotras las mujeres indígenas no tenemos las mismas oportunidades que los hombres, los que tienen todo el derecho de decidir de todo. Sólo ellos tienen el derecho a la tierra y la mujer no tiene derecho, como que no podemos trabajar también la tierra y como que no somos seres humanos, sufrimos la desigualdad. Toda esta situación, los malos gobiernos los enseñaron. Las mujeres indígenas no tenemos buena alimentación, no tenemos vivienda digna, no tenemos ni un servicio de salud, ni estudios. No tenemos proyecto para trabajar, así sobrevivimos la miseria. Esta pobreza es por el abandono del gobierno que nunca nos ha hecho caso como indígena y no nos han tomado en cuenta, nos han tratado como cualquier cosa. Dice que nos manda apoyo como “Progresa”, pero ellos lo hacen con intención para destruirnos y dividirnos. Así es de por sí la vida y la muerte de nosotras las mujeres indígenas. Y nos dicen que la Ley Cocopa va a hacer que nos marginen. Es la ley de ahora la que permite que nos marginen y que nos humillen. Por eso nosotras nos decidimos a organizar para luchar como mujer zapatista, para cambiar la situación porque ya estamos cansadas de tanto sufrimiento, sin tener nuestros derechos. No les cuento todo esto para que nos tengan lástima o nos vengan a salvar de estos abusos. Nosotras hemos luchado por cambiar eso y lo seguiremos haciendo. Pero necesitamos que se reconozca nuestra lucha en las leyes porque hasta ahora no está reconocida. Sí está pero sólo como mujeres y ni siquiera ahí está cabal. Nosotras además de mujeres somos indígenas y así no estamos reconocidas. Nosotras sabemos cuáles son buenos y cuáles son malos los usos y costumbres. Malas son de pegar y golpear a la mujer, de venta y compra, de casar a la fuerza sin que ella quiere, de que no puede participar en asamblea, de que no puede salir en su casa. Por eso queremos que se apruebe la Ley de Derechos y Cultura Indígena; es muy importante para nosotras las mujeres indígenas de todo México. Va a servir para que seamos reconocidas y respetadas como mujer e indígena que somos. Eso quiere decir que queremos que sea reconocida nuestra forma de vestir, de hablar, de gobernar, de organizar, de rezar, de curar; nuestra forma de trabajar en colectivos, de respetar la tierra y de entender la vida, que es la naturaleza, que somos parte de ella. En esta ley están incluidos nuestros derechos como mujer; que ya nadie puede impedir nuestra participación, nuestra dignidad e integridad de cualquier trabajo, igual que los hombres. Por eso queremos decirle para todos los diputados y senadores, para que cumplan con su deber, sean verdaderos representantes del pueblo.
SACAR LA VIDA TODOS LOS DÍAS M ARÍA , ORGANIZACIÓN DE MUJERES E COLOGISTAS DE LA SIERRA DE P ETATLÁN (OMESP), GUERRERO. Nací en Tierra Caliente, en Limón Potrero del municipio de Coyuca de Catalán. Cuando tenía un añito, me trajeron a la Barranca de Monte Grande, acá en Petatlán. Se vino mi abuelita que era viuda, bueno, separada de mi abuelo, y le quedó una hija que es mi mamá; ella se fue con un señor y tuvo dos hijos, después tuvo otro señor y otra hija, y luego se regreso al Limón y ahí me tuvo a mí. Y allá se buscó otro señor, y con ninguno ella era casada. Después de mí, se buscó otro marido y tuvo seis hijos. Tuvo varios señores (...) En total fuimos10 hermanos. Desde los seis años viví en Los Cimientos, con mi abuelita, que ya no me dejó con mi mamá, porque ella se buscó otro marido. “Mejor te quedas conmigo”, dijo mi abuelita. Al cumplir 11 años nos fuimos a Parotitas con un tío que se casó. Entonces viví con él y su esposa. Ahí crecí, cuidándoles siempre a su hijos aunque yo era niña. Ni tiempo tuve de jugar y menos estudiar porque yo era la arrimada. De chica me quemé el cuello con al-
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MISIONERA, ACTIVISTA Y ADMINISTRADORA M ARÍA DOLORES G ALLEGOS TREVIZO, MEJOR CONOCIDA COMO HERMANA L OLITA , REPRESENTANTE LEGAL DE LA COOPERATIVA E L R ANCHERO SOLIDARIO, EN A NÁHUAC, CHIHUAHUA . Tengo 69 años de edad y soy religiosa misionera. Llegué a Anáhuac a fines de 1986, en tiempos de cosecha de temporal. Había oído que el padre Camilo Daniel trabajaba mucho por la gente del campo y, por reportajes periodísticos, sabía yo sobre la pobreza de las zonas rurales de Chihuahua. Vine a ver al sacerdote para decirle que quería ayudar a los campesinos y él me presentó con los 13 pueblitos que pertenecen a esta cabecera municipal y me puse a sus órdenes. Estaban en una de esas luchas de siempre del campo, era por sus precios de garantía; estaban tomando bodegas, oficinas. A la semana siguiente ya tuve que venir con ellos a tomar bodegas. Me llenaba mucho venir a comprometerme. Aquí es zona temporalera que casi no levanta nada y a veces se hiela o no llueve a tiempo. Producen sólo maíz y frijol, y un promedio de cinco a diez saquitos por familia.
CAMPESINAS
ALTERNATIVAS CON ENFOQUE DE GÉNERO Gisela Espinosa Damián
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scasez, carestía y despilfarro; hambre, obesidad y desnutrición; consumo creciente de alimentos chatarra y pérdida de cultura alimenticia; aumento de la demanda mundial de alimentos simultánea a su creciente e irracional uso para agrocombustibles; cambio climático y crisis ambiental; crisis energética; crisis financiera, y crisis social. Todo junto, todo imbricado. La crisis alimentaria que hoy se vive, y que amenaza ser de larga duración, tiene hondas raíces y múltiples articulaciones. No es un fenómeno coyuntural, epidérmico o asilado, es estructural y profundo; no sólo evidencia el crack del sistema capitalista en su fase neoliberal, sino el resultado crítico de la perspectiva y de la vía civilizatoria adoptada desde hace siglos por los países capitalistas y por los que formaron parte de lo que algún día fue el bloque socialista. Crisis civilizatoria que en el plano alimentario enfrentamos ahora desde la periferia de un mundo unipolar. Hoy no sólo estalla y se muestra sin tapujos la desigualdad social gestada en un sistema moderno y explotador que acumula la riqueza en manos de unos cuantos a costa del empobrecimiento y, desde hace unas décadas, también de la exclusión y migración de cientos de miles. No sólo eso, también truena la idea dicotómica y jerárquica que separa de tajo sociedad de naturaleza, la creencia de que el hombre puede someterla y convertirla en “capital natural”, gratuito y listo para el saqueo, ideas y prácticas que hoy se traducen en desastres ambientales, agrícolas, económicos y culturales. Entra en trance la racionalidad profunda del sistema, su entraña económica que arrastra en su caos al sistema financiero mundial. Si la crisis alimentaria es sólo una faceta de una crisis más profunda y total, desterrar la amenaza del hambre obliga a repensar el camino y las rutas del cambio social. El mundo rural e indígena representa el germen vivo de un proyecto civilizatorio alternativo que, pese a los embates de la modernización, resiste y florece entre grietas oponiendo el bienestar social a la ganancia, el bien común al interés privado, la colectividad al individualismo, la satisfacción de necesidades al consumismo, la comprensión de la naturaleza como morada de la humanidad y no como capital natural, el policultivo al monocultivo de la agricultura industrial, la valoración del uso de los bienes sobre su utilidad monetaria, una estrategia económica de largo plazo contra el ansia inmediatista de ganancia del capital. En el corazón de esta “otra” racionalidad que pone el bienestar colectivo y el bien común sobre el interés privado, están las mujeres rurales, campesinas e indígenas. Su responsabilidad en el cuidado de la salud, en la creación de condiciones adecuadas y agradables para la vida familiar y comunitaria; su preocupación cotidiana por la alimentación; el ser las depositarias de la cultura alimentaria, termómetro infalible de la carestía de la vida, magas para que la comida alcance... las convierte en portadoras privilegiadas de esta “otra” racionalidad, de esta “otra” posibilidad de alimentarse y vivir. Así, lo femenino rural se convierte en un referente clave para la búsqueda de alternativas ante la crisis actual. Situación de desventaja. Reconocer esta potencialidad también obliga a ver y admitir que el papel familiar y social que cumplen las mujeres rurales ha tenido y tiene costos muy altos para ellas, que la generosidad del “ser para otros” se ha hecho a costa de su propio bienestar, salud y despliegue de capacidades, que la desigualdad de género se expresa en toda su magnitud en el espacio rural: el acceso restringido de las mujeres
a la tenencia de la tierra, su participación limitada en las decisiones familiares y comunitarias, la falta de reconocimiento de su trabajo como productoras agrícolas, la minimización o acceso restringido al crédito y a programas de fomento, la paga menor por sus jornales, la invisibilidad de sus múltiples trabajos de traspatio, la no valoración de su labor doméstica y la invisibilidad de su cultura alimentaria. En suma, la situación desventajosa en que se hallan ante la sociedad nacional, el Estado y sus agencias, la comunidad rural, la familia y los varones, permite afirmar que las desigualdades de género van de la mano con su generosidad. Subsumidas pero en resistencia, las mujeres campesinas e indígenas conservan y recrean esta “otra” racionalidad, otros valores, otras prácticas que se expresan en la vida cotidiana de la familia, de la comunidad, en la parcela, el hogar y el traspatio. Experiencias femeninas individuales y colectivas que discurren en espacios despreciados por el mercado global, inadvertidas por su pequeña escala. Justo ahí, en lo femenino rural, se aloja el núcleo de otra racionalidad que hoy puede ser punto de apoyo en la construcción de modelos alternativos de socialidad. La búsqueda de opciones ante la crisis actual exige visibilizar el aporte de las mujeres y potenciarlo en una dimensión social, pero simultáneamente demanda remontar el rezago y la desigualdad, pues no se trata de aprovechar que las mujeres del campo hayan sido educadas para dar o ceder todo a los demás, para que ahora sean ellas quienes carguen el peso y la responsabilidad de administrar la escasez y la carestía de alimentos haciéndose pedazos y desgastándose más. Hay que reposicionarlas, recuperar su perspectiva modificando simultáneamente las desigualdades de género en cada espacio y relación social. Profesora investigadora de la UAM-Xochimilco giselae@correo.xoc.uam.mx
FOTO: Enrique Pérez S. / Anec
cohol, y ni caso me hicieron, no me llevaron al médico aunque estaba muy mala, con puros remedios me curaron y por eso quedé así jalada (...) Yo digo que sufrí mucho, puro cuidar niños desde chica, y es que sólo estudie el primer año. Pensaba yo: si tuviera a mis papás me pondrían a estudiar, verían por mí. En Los Cimientos no había escuela ni nada, y cuando nos fuimos a Parotitas la escuela quedaba lejos, había que caminar hasta Canalejas. Y como tenía 12 años, mi abuelita dijo “¿cómo vas solita? Algo te va a pasar, mejor ya no vas (...) y a mí que harto me gustaba estudiar (...) mis hermanas tampoco fueron a la escuela. Todo lo que sé, lo aprendí en ese año. Orita ya sé un poco más porque hago cuentas para el fondo de ahorro y préstamo de la comunidad, soy la mera tesorera, y también algo escribo, y es que siempre me han gustado las matemáticas. Ahora ya le entiendo bien a todo eso. Ya de joven empecé a ir a los bailes del pueblo, ahí conocí a mi esposo, ahí me casé cuando iba a cumplir 16 años y mi esposo 21. No tuve novios y no me casé enamorada. Lo que pasó es que en esa familia donde estaba yo arrimada sufría mucho con los niños (...) ellos tuvieron hijos, pero yo los cuidaba. Mi tío primero tuvo cuatro, y yo puro cuidando chamacos. Oye, me dije, de estar aquí encerrada a puro cuidar y trabajar, mejor me caso; a los bailes no me llevan, no me compran ropa, no me compran zapatos, y eso es el gusto que tiene una en la vida, ¿no?, salir y ponerse cosas, y yo nomás puro cuidar niños. Mejor me caso aunque no por ganas (...) él le caía bien a la familia, me dijeron cásate con él mejor que con otro que no conoces y no sabes qué vida te va a dar, mejor con él que trabaja. Yo me casé por salirme de la casa, y porque no me fuera a tocar otro peor. Mi marido es pobre, pero trabaja (...) nomás que él tampoco me dejaba salir, no me comprendía, puro quehacer; me llevaba a trabajar a la milpa y luego a trabajar en la casa, yo no tenía libertad. Iba con mis amigas al arroyo, ahí se juntaba el montón de mujeres a lavar y platicar, pero llegaba él y me regañaba y me llamaba a la casa. Ya casada me vine al Zapotillal, primero con mis suegros. Luego empezamos a construir. Mi marido no tiene tierras, solamente el solar donde estamos, que no era de nadie, estaba solo, y le dije “hay que cercar”. A mi esposo le prestan para sembrar de riego, para sembrar de temporal le prestan, y además él se alquila. Sembramos maíz, frijol, arroz, hay que dejar la flojera digo y ponernos a sembrar. Mucho se ahorra uno en sembrar arroz. Hoy tengo 30 años, y seis hijos que están estudiando. Yo quisiera que todos terminaran. Yo acabé la primaria abierta en el INEA (Instituto Nacional de Educación para Adultos) y ora ya estoy inscrita en la secundaria. En mi casa lo que más nos falta es el drenaje, el baño, tenemos luz desde hace un año, agua potable desde hace dos años. Antes trajinaba mucho por el quehacer: el día que lavaba sólo hacía eso, a puro lavar en el río. No cosía, no enjarraba la casa con tierra. Llevaba la ropa al río, y traía agua cargando en cubetas, una vez y otra vez y de vuelta y así, todo el día, para regar la hortaliza, para cocinar, para todo lo de la casa. Antes nos aluzábamos con ocote, con veladoras, un día hasta se me quemó un altar (...) Ahora que tengo agua, el trabajo es más fácil: lavo, hago la comida, y hay tiempo para coser servilletas y vestidos, también bordo, y a veces me encargan costuras, y es que desde hace 12 años tengo máquina de coser. También me puse a estudiar. Desde hace dos años sirvo de tesorera en el fondo de ahorro. Me siento mejor que antes (...) y ora está cercada mi huerta y no se meten animales, de ahí saco verdura, mango, mandarino, naranjo y también plantas de jardín. De mi infancia no me queda ningún recuerdo bonito, pero sí muchos muy tristes. Cuando me casé tampoco fui más feliz que cuando viví con mis tíos, yo creo que no mejoré. Y es que ya casada sufre una más por el marido, por los hijos (...) que ya tiene que ver el trabajo, que ya tiene preocupación una por la comida del diario, por sacar la vida todos los días (...) L ORENA PAZ PAREDES
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PROPUESTA Mujer rural, producción y mercado. La unidad doméstica campesina e indígena es un núcleo de producción y consumo capaz de producir alimentos de manera sustentable para la población mexicana del campo y la ciudad y de aportar invaluables servicios ambientales y de conservación de los recursos naturales. La producción de alimentos de las mujeres rurales en el traspatio, la milpa y en los proyectos productivos constituye el sostén de la vida rural en un campo feminizado, abandonado y sin apoyos. El aporte y la potencialidad de las mujeres rurales para ofrecer alternativas sólidas a la crisis alimentaria implica:
TEMA DEL MES
• Reconocimiento de la unidad doméstica como núcleo de producción y consumo. • Reconocimiento de las mujeres rurales como sujetas sociales fundamentales del campo mexicano • Nuevas formas de organización productiva y reproductiva que equilibren el reparto de la tierra, los recursos naturales, financieros, educativos, informativos y la distribución equitativa del trabajo doméstico y el tiempo libre. Consumo. El encarecimiento de la canasta básica, la dependencia en la importación de granos básicos, la modificación de los patrones de consumo, la chatarrización de la dieta, el alarmante incremento de enfermedades como el sobrepeso, la obesidad y la diabetes hace pertinente la revaloración de la cultura alimentaria de la que son depositarias las mujeres rurales. La recuperación de hábitos que favorezcan el consumo de alimentos frescos, orgánicos, sanos, mexicanos y campesinos amerita: • La regulación de precios de la canasta básica. • La inclusión de productos locales, mexicanos y campesinos en los programas oficiales (desayunos DIF, canasta básica) y la exclusión de productos chatarra. • Fomento de programas y subsidios a prácticas y proyectos orientados a mejorar la nutrición y el uso sustentable de los recursos naturales. • Adhesión a la propuesta de la Organización Panamericana de la Salud para promover programas saludables en centros escolares que corrijan la obesidad y sobrepeso de niñas y niños en educación básica. Derechos humanos. La migración masiva hacia Estados Unidos, los campos agrícolas del norte del país y hacia las ciudades ha sido la estrategia para sortear la crisis de miles y millones de mujeres y hombres rurales. Los derechos humanos de las mujeres rurales que migran para emplearse como jornaleras, en las maquilas, en el comercio o en el servicio doméstico de las ciudades, son casi inexistentes. La discriminación de género se suma a la falta de cumplimiento de los derechos laborales que prevalece en los empleos formales e informales en los que mayoritariamente se insertan. En Estados Unidos por su carácter ilegal y, en nuestro país, por la indolencia o complicidad del gobierno ante el incumplimiento de las leyes por parte de empleadores y patrones. Ante ello se propone: • Reconocimiento del derecho a alimentarse garantizado por la Constitución. • Reconocimiento de los derechos laborales y sociales de las mujeres rurales. • Reconocimiento del valor del trabajo doméstico como productor de bienes y servicios indispensables para la vida. Es un trabajo socialmente necesario por lo que el trato a las mujeres que lo realizan debe ser en condiciones de dignidad y respeto a sus derechos como personas y como trabajadoras. • Garantía de los derechos de las mujeres itinerantes, incluyendo
MUJERES RURALES Y CRISIS ALIMENTARIA
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as mujeres tienen un papel central en la familia campesina, y la provisión de los alimentos es una responsabilidad que absorbe buena parte de su tiempo y supone muchas y diferentes actividades que van desde la atención de la milpa, huerta y traspatio hasta la preparación de la comida. Poner el nixtamal y llevarlo a moler, echar tortilla, parar frijoles, cocer quelites, hacer salsa, son diligencias cotidianas de las mujeres, tanto como cuidar las hortalizas y dar de comer a las gallinas, los patos, los conejos, los chivos, los borregos o los cerdos. Además lavan y cosen ropa, recolectan leña para el fogón, acarrean agua... Por lo general reciben ayuda de los niños y las niñas, pero la responsabilidad es de ellas: madres, abuelas, hijas, hermanas. Esté presente el marido o no, trabajan en la parcela, en la volteada de la tierra o en la siembra, en el aterrado o en el deshierbe, “doblando las cañas” y pizcando, según sea la costumbre de la región. Los productos del traspatio, la huerta y la milpa se intercambian por otros o se venden en pequeñas cantidades para tener dinero que las saque de “apuros”. Pero su trabajo como reproductoras del núcleo familiar y como productoras de alimentos en el traspatio y en la milpa, no se reconoce, no se ve, no se paga. Y si sus aportes son poco valorados en el hogar y en la comunidad, también lo son en el mercado. Además de que están invisibilizadas como entes del desarrollo, pues por el sesgo patriarcal de las políticas públicas y sociales, tienen menos posibilidades de acceder a los recursos destinados al fomento de la producción rural, pese a que hay cuotas por género. La migración ha cambiado la cara del campo mexicano A causa de la crisis, el campo ha venido feminizándose desde hace casi dos décadas. Al principio son los hombres jóvenes quienes se marchan a las ciudades o a Estados Unidos, dejando comunidades habitadas sólo por mujeres, niños y ancianos. Esto significa que el peso de las responsabilidades económicas, productivas y domésticas se ha incrementado enormemente para las que se quedan. Es frecuente que los hombres ya no regresen y
al poco tiempo dejen de enviar remesas, de modo que las mujeres tienen que hacerse cargo de la familia sin ningún apoyo. Otras también emigran dejando atrás el hogar y los hijos, casi siempre al cuidado de otras mujeres, y algunas se lanzan con sus hijos pequeños al riesgoso peregrinar. Y cuando son jornaleras en México o Estados Unidos, reciben salarios menores y carecen de todos los derechos. En su papel de productoras, la actual crisis afecta a las mujeres de distintos modos: el alza de los precios del maíz y el frijol no las beneficia pues además de que las alzas mayores son para el consumidor y no para el productor, lo que ellas cosechan es para el autoconsumo. En cambio, sí las perjudica el encarecimiento de los insumos y sobre todo de los comestibles, pues, mucho o poco, todos los campesinos son consumidores. Hay campesinas que además son tejedoras, bordadoras, hacen canastas, adornos, diversas artesanías… y algunas venden alimentos preparados. A todas ellas les afecta el aumento de precios de los insumos. El acceso a la tierra y otros recursos naturales. La feminización del campo mexicano no ha corrido pareja al acceso de las mujeres a la propiedad de la tierra. Según el censo agropecuario de 2007, sólo uno de cada cinco ejidatarios y comuneros es mujer. Son muchas más las que están a cargo de la parcela, pero el acceso a los programas públicos por lo general está condicionado a la propiedad del predio, de modo que, al no ser titulares, se quedan sin apoyos. La participación directa de las mujeres en todo el ciclo de la producción agrícola se ha incrementado notablemente y en muchos sentidos constituye el principal soporte de la vida rural. A veces se piensa que, a cambio, han adquirido más poder y capacidad de decisión, pero no es así. Las mujeres ocupan sólo 2.5 por ciento de las presidencias de comisariados ejidales, frente a 97.5 encabezadas por hombres. Recursos como el agua, el bosque, la fauna y la flora son también de difícil acceso para las mujeres pues están ligados a la propiedad de la tierra. Por ejemplo, con el Programa de
Certificación de Derechos Ejidales (Procede), se ha creado un mercado del agua que condiciona el uso de los pozos, manantiales y arroyos al pago de derechos a los dueños de la tierra. Y si el acceso a las fuentes de agua es limitado para los campesinos, lo es aún más para las campesinas. Las mujeres constituyen entre cuatro y 26 por ciento de las y los regantes, pero sólo dos por ciento están reconocidas formalmente y tienen representación en las organizaciones de riego. Las mujeres del campo mexicano son depositarias de la cultura alimentaria tradicional. Saben qué alimentos brinda la naturaleza, conocen sus cualidades, cuándo y cómo comerlos, en qué cantidades, en qué combinaciones y cuál es su uso medicinal. Se trata de una enorme y ancestral riqueza cultural. Los roles impuestos socioculturalmente llevan a que mujeres y hombres tengan funciones distintas en la división del trabajo. En general, ellos se preocupan de la producción comercial; ellas valoran el consumo y la disponibilidad de los recursos necesarios para reproducir la unidad familiar. Pero en la actual crisis migratoria y alimentaria estos patrones ya no son sostenibles, pues hoy las mujeres tienen que multiplicarse para tan sólo procurar el sustento. Las campesinas padecen de forma directa el aumento de precios de la canasta básica, que en un año alcanzó 40 por ciento. Muy pronto las cifras de desnutrición se dispararán, particularmente de las mujeres y de los niños. Paradójicamente el aumento de la pobreza conlleva nuevos patrones de consumo que incluyen cada vez más productos chatarra altos en azúcares y harinas refinadas, y con una gran cantidad de edulcorantes y conservadores, que han sustituido alimentos nutritivos. Así, a la desnutrición tradicional de las zonas rurales marginales, se añade ahora la obesidad y su secuela de enfermedades. Los resultados del cambio de hábitos alimentarios son catastróficos: la obesidad o el sobrepeso que afectan a 70 por ciento de los adultos, a uno de cada tres adolescentes y a uno de cada cuatro niños. De 1999 a 2006, el sobrepeso y la obesidad crecieron 40 por ciento entre los niños de cinco a 11 años de edad. Las familias campesinas son acosadas por la publicidad multimillonaria de los alimentos chatarra, y puntos donde se entregan los recursos de Oportunidades se convierten en verbenas donde los productos empaquetados y de fábrica sustituyen a los frescos y naturales.
condiciones de vida y de trabajo dignas (apoyo para la alimentación, la crianza y la educación de las mujeres y sus hijos). Políticas públicas. El discurso gubernamental de fomento a la equidad de género no corresponde a la calidad y características de las políticas públicas dirigidas a las mujeres del campo. Los programas tienen un carácter asistencialista, reproducen los roles tradicionales de género, responsabilizan de manera desproporcionada a las mujeres de la educación de los hijos e hijas y del bienestar familiar y comunitario y consideran su actividad productiva como subsidiara y de segundo nivel. Las políticas públicas con equidad de género deberían dar:
Las mujeres como proveedoras de alimentos son también formadoras de gustos, hábitos de consumo y de una educación nutricional; son agentes claves que inducen tanto buenas prácticas como patrones de deterioro alimenticio. Y son ellas, y sólo ellas, las que podrán frenar la degradación de los hábitos alimentarios y su perniciosa secuela. Políticas públicas insuficientes y discriminatorias. La falta de políticas públicas de fomento productivo ha generado una fuerte dependencia de los subsidios al consumo generalmente de carácter monetario. Claro que unos cuántos pesos no le caen mal a nadie, pero estos programas no erradicarán la pobreza ni estimulan la producción campesina de alimentos. Muchos recursos públicos destinados al campo están etiquetados para mujeres, pero los programas no están bien diseñados o se han pervertido. Oportunidades, por ejemplo, condiciona los pagos a la realización de tareas que refuerzan los roles de las mujeres como responsables de la educación de las niñas y los niños y de la limpieza, ya no sólo de sus casas sino también de las comunidades. No se ha observado, en cambio, que a los hombres se les condicione la entrega de los apoyos a que barran las comunidades o asistan a una plática. De esta manera, un programa que presuntamente busca favorecer a las familias vía las mujeres se va pervirtiendo y termina por convertir al gobierno en el controlador de los tiempos, decisiones y hasta de los cuerpos de las mujeres. Los proyectos especialmente dirigidos a las mujeres rurales no propician el mejoramiento de su posición social, pues casi todas las actividades que se promueven están ligadas a la unidad doméstica: huertos de traspatio, artesanías, cría de animales, tortillerías, elaboración de comida. Y ellas demandan esos proyectos porque saben que es la oferta institucional y quieren acceder a ella. Pero además, la falta de capacitación, seguimiento y de apoyos en la comercialización, así como la pequeña escala de los proyectos, los hacen poco viables económicamente. Las horas de trabajo que exigen estos proyectos se suman a la jornada doméstica y a las labores del traspatio, la huerta y la milpa. La suma de estas tres jornadas no se ve compensada por un mejor reparto del trabajo de la casa entre todos sus integrantes. A las mujeres se les sobrecarga de trabajo, y así se les controla, se les subordina y se limitan sus tiempos para capacitarse, para participar en espacios de decisión, o simplemente para descansar o divertirse.
Las propias instituciones consideran marginales los proyectos de las mujeres. No se reivindican las unidades de producción doméstica como verdaderas alternativas de desarrollo, ni se reconoce el carácter multifuncional y ambientalmente sustentable de muchas de sus prácticas. Esto se refleja en los montos mucho más bajos para los proyectos de mujeres. Por ejemplo, en promedio, el Programa de Mujeres del Sector Agrario (Promusag) entrega 150 mil pesos a los proyectos de mujeres, frente a 400 mil que otorga el Fondo de Apoyo a Proyectos Productivos (Fappa) a los varones. Si los campesinos en general son ciudadanos de segunda, excluidos del desarrollo económico, las mujeres rurales son doblemente discriminadas, tanto al interior de la unidad doméstica, como en el ámbito social y político. No son sujetas sociales plenas, no se les reconoce valor ni derechos, a veces ni por sus pares campesinos. En las zonas indígenas sufren triple discriminación: por ser pobres, por ser indígenas, por ser mujeres. Resistencia a la crisis y alternativas. En los momentos difíciles la economía campesina se desequilibra y deteriora. Pero también surgen alternativas y en algunos casos la tendencia a fortalecer la producción de autoconsumo que refuerce la seguridad alimentaria familiar. Cuando estas estrategias se potencian y colectivizan por medio de la organización, dejan de ser defensivas y de simple sobrevivencia para tornarse alternativas sociales y económicas cada vez más generalizadas. La unidad campesina, y en particular su porción femenina, privilegia el bienestar y la seguridad familiar buscando mejorar la calidad de vida mediante el aprovechamiento de los recursos laborales, naturales y económicos disponibles de la manera más equilibrada y sustentable posible. Ante la carestía alimentaria y la falta de ingresos, la opción de producir la propia comida en vez de comprarla se fortalece de muchas maneras. No sólo se recupera la diversidad de cultivos de la milpa tradicional, también se diversifican los huertos con frutales, plantas de ornato, árboles maderables y otros, a la vez que se intensifica el cultivo de verduras en los traspatios, donde en ocasiones hay también puercos, ovicaprinos, aves y hasta peces. En algunos lugares se restablecen siembras perdidas como el arroz temporalero. Es decir, se impulsan los policultivos frente al monocultivo, tanto en las siembras de autoconsumo como en las comerciales, lo que abona a la seguridad alimentaria y propicia un mejor cuidado de suelos y agua. El esfuerzo por ha-
cer un uso sustentable pero intensivo de los recursos domésticos no pretende la autarquía en la sobrevivencia familiar; por el contrario, es frecuente que se presente en un contexto comunitario donde se afianzan redes solidarias de trabajo; se intensifican los intercambios y trueques de alimentos, semillas, herramientas y saberes; se fortalecen los mercados informales; se crean mecanismos de autofinanciamiento comunitario basados en la confianza y en la corresponsabilidad de los ahorradores, y en general se revitaliza el colectivismo y la búsqueda de opciones compartidas. El corazón femenino en el centro de las opciones alimentarias equitativas e incluyentes. Es claro que gran parte de las opciones productivas, asociativas y alimentarias emergentes son protagonizadas por mujeres. No sólo porque el campo se ha feminizado, sino porque ellas han sido y siguen siendo las proveedoras del alimento, las encargadas de la reproducción del núcleo doméstico. Son ellas quienes introducen lombricomposta en los huertos de traspatio, multiplicando la variedad de verduras y hierbas comestibles o medicinales; son ellas las que usan abonos orgánicos y establecen cercos vivos; son ellas las que desarrollan sus ya cuantiosos conocimientos en cualidades dietéticas y medicinales de las plantas; son ellas las que procesan artesanalmente una parte de la producción para conservarla, intercambiarla o venderla. También comercializan sus productos agrícolas o artesanales en mercados locales o más remotos y tienden a organizarse para ello, y gozan de una muy bien ganada fama de ser ahorradoras sistemáticas y pagadoras puntuales en las instancias financieras comunitarias, que frecuentemente ellas promueven. No solamente en el ámbito doméstico y comunitario, las mujeres rurales están construyendo alternativas sociales y potenciando las virtudes de una agricultura campesina y un modo de vida sustentables. Son también activas en las organizaciones económicas, sociales y cívicas, y con frecuencia constituyen la columna vertebral de las movilizaciones, en las que, como siempre, preparan la comida, pero también están presentes en las gestiones, participan en mítines y se incorporan a los plantones. Por lo general son ellas las que aparecen en primera fila cuando hay que hacerle frente a la fuerza pública. Por éstas y otras muchas razones, las mujeres son el corazón de la lucha campesina por la soberanía alimentaria. Resumen de un documento elaborado por el Seminario de Mujer Rural y Soberanía Alimentaria, de la Campaña Sin Maíz no hay País.
FOTO: Archivo Anec
FOTOS: Edgardo Mendoza R., Guillermo Bonnave C., Enrique Pérez S. e Instituto Maya
• Cumplimiento de los programas gubernamentales para las mujeres jornaleras: seguridad social, prestaciones, seguridad en el empleo y servicios e instalaciones para el cuidado y crianza de los niños y niñas. • Programas y proyectos correspondientes a la contribución económica, social y cultural de las mujeres rurales al campo mexicano con techos financieros similares a los ofrecidos a los productores rurales. • Reglas de operación, garantías y formatos accesibles a las mujeres sin condicionantes que son imposibles de cumplir si se considera sus condiciones económicas y sociales actuales. • Acciones afirmativas en materia de capacitación, acompañamiento, equipamiento que permitan a las mujeres remontar las asimetrías y desventajas. Derechos agrarios. La feminización del campo mexicano no ha corrido pareja del acceso de las mujeres a la propiedad de la tierra. Por el contrario, las políticas de privatización y comercialización del suelo agrario han tenido impactos negativos en los derechos agrarios de las mujeres y en su acceso a la tierra, al agua y otros recursos como el bosque. Para fortalecer a las mujeres rurales en su la calidad de administradoras de la tierra, productoras y consumidoras se propone. • Garantizar los derechos agrarios de las mujeres que promueva un mayor acceso de las mujeres a la tierra y a los recursos naturales. • Titulación de los predios habitacionales para todas las mujeres que lo necesitan (adultas mayores, madres solteras y mujeres solas). • Reconocimiento de las mujeres como usuarias del agua, del bosque, la fauna y flora (para la producción y reproducción) con independencia de la propiedad de los predios.
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TRABAJO DE PRINCIPIOS, DE COMPROMISO
ILUSTRACIÓN: Pedro Guevara (Clip)
M ARÍA L ETICIA L ÓPEZ Z EPEDA , RESPONSABLE DEL ÁREA DE O RGANIZACIÓN Y F ORMACIÓN DE LA A SOCIACIÓN N ACIONAL DE E MPRESAS C OMERCIALIZADORAS DE P RODUCTORES DEL C AMPO (ANEC) Con el cambio en el papel de la mujer, nos hemos llenado de más chamba, porque mantenemos el trabajo tradicional de casa y además hacemos labores antes exclusivas de los hombres: Lo veo con quienes en la ANEC tenemos proyectos de género, por ejemplo de traspatio o engorda de bovinos: las señoras los emprenden pero siguen manteniendo el trabajo de casa, lo cual no es justo. No se ha buscado que el hombre comparta el trabajo de la casa. En las reuniones las mujeres dicen “ya me tengo que ir porque mis hijos... la comida”. De repente me da hasta temor ese tipo de trabajo porque le estás dando a las mujeres una doble chamba. Es muy difícil que encuentres a un campesino hombre que diga “hoy sí le entro a hacer de comer, lavar los trastes o cuidar a los ni-
CAMPESINAS SALUD
LA MUERTE
TIENE PERMISO
Lorena Paz Paredes
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l embarazo no es una enfermedad y el parto es un acontecimiento esperado durante largos meses en los que el cuerpo de la mujer se transforma: el vientre crece tomando una forma perfectamente esférica, de superficie suave y ondulante, y el rostro se ilumina por el baño de vida que ocurre día a día hasta el alumbramiento. Parir es “dar a luz”, porque sucede una explosión luminosa. Pero el proceso tiene riesgos que si no se identifican y atienden pueden tener un desenlace fatal. En Cuba desde hace décadas no muere una sola mujer en este trance, tampoco en países del primer mundo. Pero en México sí, y en el muy pobre estado de Guerrero, más que en ninguna otra entidad, porque aquí mueren 128 mujeres por cada cien mil nacidos vivos, frente al índice nacional de 60. Sobre todo en las zonas centro, Montaña y Costa Chica, habitadas por miles de mujeres indígenas mixtecas, tlapanecas, amuzgas y náhuatl, la mortalidad materna es un estigma permanente y una vergüenza nacional. Pobres e indígenas, vulnerables. Es cierto que todas las embarazadas sufren riesgos, pero se acentúan en las pobres sin acceso a ningún servicio de salud –como en Guerrero donde casi tres cuartas partes de la población es no derechoabiente–, o en las analfabetas que desconocen sus derechos –y Guerrero es la segunda entidad con mayor índice de analfabetismo en mujeres: 23 por ciento de la población femenina en comparación con un promedio nacional de 9.5– y en las indígenas, porque 27.9 por ciento de las guerrerenses son monolingües que viven en zonas rurales de difícil acceso, donde no hay transporte, clínicas, medicinas, o donde las parteras y parteros tradicionales, sin ningún apoyo ni reconocimiento del sistema oficial de salud, hacen milagros para salvar vidas. Y es que en Guerrero la cobertura de los servicios de salud es tan precaria que más de 50 por ciento de los partos ocurren en el hogar. Las embarazadas mueren de hemorragias durante el parto o el posparto, de sepsis puerperal, de preclamsia/ eclampsia, de parto obstruido, por complicaciones de aborto y emergencias obstétricas. Todas, muertes evitables si ellas tuvieran acceso a servicios de salud oportunos y de calidad y si recibieran atención prenatal. Pero también mueren por discriminación, violencia intrafamiliar y comunitaria, por subordinación de género, por machismo institucional y familiar. O sea que además de las causas “clínicas”, hay muchos factores que conspiran contra la vida de las futuras madres: pocos y malos servicios de salud, presupuestos ínfimos, pobreza, discriminación, violencia, falta de transporte, lejanía y hasta el clima llega ser una maldición. Labor insuficiente. Y sí, ha habido esfuerzos institucionales para reducir la muerte materna y mucho trabajo de organismos civiles como la Coordinadora Guerrerense de Mujeres Indígenas, la Casa de Salud Manos Unidas de Ometepec, la agrupación Kinal Antzetik y la Red de Promotoras y Parteras, o la labor nacional de la Coalición por la Salud de las Mujeres, que agrupa a varios organismos civiles en defensa del derecho a la salud sexual y reproductiva de las mujeres. Y hasta eventos de compromiso legislativo e institucional para abatir el problema, como el foro “Prevención de muertes maternas en México: ¿y las mujeres indígenas?”, en San Luis Acatlán en 2005 con presencia del legislativo estatal y federal; o la reunión técnica de promoción de la salud materna en Guerrero, Oaxaca y Chiapas, en febrero del 2008, donde el secretario de Salud firmó compromisos; o los foros regionales de Guerrero en Costa Chica y la zona centro, con autoridades municipales, personal médico, parteras, promotores de salud y mujeres indígenas. Pero la muerte no para y los muchos factores que la causan persisten, como lo confirman mu-
chos testimonios de embarazadas, parteras, promotoras de salud y organismos civiles. Para Martín Cortez, partero mixteco, “todos los indígenas, tlapanecos, mixtecos, amuzgos, sufrimos lo mismo. Estamos haciendo esfuerzos, dicen las instituciones, pero no es cierto, en nuestros pueblos no hay medicina, no llega la ambulancia, no hay doctor. En el centro de salud de Buena Vista, hay un solo médico que sale a descansar 15 días, un mes (...)” “Cuando se pone grave la embarazada –cuenta la promotora de salud Gardina García, de Pueblo Hidalgo, en Costa Chica–, hay que trasladarse a Ometepec, se dilata de tres a cinco cinco horas, el camino es duro y la mujer va sufriendo golpe tras golpe, es mucha la distancia y a veces se muere o al llegar no hay especialista. Dicen que hay programas para mujeres, pero la verdad no, menos para comunidades lejanas.” Lucina López, de Cumbres de Barranca Honda de la Costa Chica, cuenta que su nuera llegó a la clínica con mucha dilatación. “Llevamos cien pesos y nos dicen, aquí no se puede presentar si no trae lo suficiente. Quiero una ayuda, les dije, pero no la atendieron y mi nuera se alivió en la sala de espera, su niña nació con el lomito pelado y se murió, también mi nuera, la pusieron en una ambulancia pero falleció antes. Bueno, ni modos, dije yo, todo es porque no se leer, le dije al doctor, si supiera tomaría su nombre, pero hay un buen Dios y algún día tendrá que darle cuentas.” Primero la gente bien. Se discrimina a las indígenas y a las pobres. “Para llegar a la unidad médica, salgo de la comunidad a las cinco de la mañana. Llego a la consulta a las ocho, pero cansada, empolvada o enlodada. Entro a la clínica y no falta quien diga: salte, traes lodo, vas a ensuciar el piso” (Taller Veracruz). “Si llegamos a la consulta y hay gente esperando, no respetan nuestro lugar, pasan primero a la gente bien, a los que tienen dinero, a nosotras nos ven así pobres, humildes, y nos dejan al final. Las que sólo hablan lengua tienen más problemas, las sacan rapidito del consultorio y quién sabe de qué las curan si no pudieron decir qué tienen” (Taller Oaxaca). Carencias económicas. En la Red de Promotoras y Parteras Comunitarias hay 137 mujeres que acompañan y atienden a embarazadas de 30 localidades de 13 municipios de la Costa Chica y La Montaña. Reciben una beca que no rinde. “Estamos ahorrando nuestros 300 pesos –dice una partera– para llevar a la mujer al hospital, pero no alcanza ni para los gastos, menos para las medicinas, menos creer que es un salario”. A otros ni eso les dan, como a Martín Cortez, partero mixteco de Buena Vista, “el gobierno no me paga ni un peso aunque diga que sí. Lo hago gratis por salvar la vida de las mujeres.” “La Coordinadora de mujeres indígenas viene peleando desde hace tiempo que la Comisión de Derechos Indígenas reconozca a las parteras –dice Libni Chautla, de Chilapa–; hasta una iniciativa de ley presentamos. Y es que las parteras atienden en la clandestinidad, y aunque el gobierno diga que no, se sabe que si una partera no está certificada por la Secretaría de Salud, es denunciada y detenida.” Los testimonios fueron recogidos por Gisela Espinosa Damián en el ensayo “Doscientas trece voces contra la muerte”, publicado en La mortalidad materna en México. Cuatro visiones críticas, México, 2004. Coordinadora Nacional de Mujeres Indígenas, Fundar, Centro de Análisis e Investigación, AC, Kinal Antzetik, AC, Foro Nacional de Mujeres y Políticas de Población y UAM-X. Y en el Foro Nacional por la Vida y la Salud de las Mujeres, en Chilpancingo, Guerrero, septiembre de 2008.
ILUSTRACIÓN: José Guadalupe Posada
Participé con la Unión para el Progreso de los Campesinos de la Laguna de Bustillos (Upcala). Tuvimos una lucha muy fuerte que fue muy conocida, marchamos a pie a Chihuahua; éramos poquitos hombres y mujeres, algunas tarahumaras, y caminábamos 25 kilómetros diarios; cuando ya nos faltaba sólo un tramo, llegó gente de la sierra, de todo el estado y entonces la entrada a la ciudad fue de mucho campesinado, mujeres y hombres. Eso fue en 1988. En mi caso, me sentía libre, como una gaviota, pero las que iban o eran esposas de campesinos, iba una que era madre soltera y unas jóvenes que no eran casadas. También iba Chabelita, una joven que había llegado acá a conocer la vida religiosa conmigo. No es por nada pero las mujeres en general somos más perseverantes, no somos dadas a buscas puestos, posiciones de poder. Hicimos un plantón en Chihuahua. Colaboré llevando la contabilidad de las boteadas; nos llevaban mucha comida y yo organizaba para comer los perecederos. Con lo demás, a los que se regresaban a su casa, a su rancho, les daba yo su cajita de mandado y el pasaje y luego me mandaban a otros. Por eso ese plantón se fortaleció. Chabelita y yo no nos movimos de la plaza durante casi mes y medio porque, después de que se levantó el plantón, tuvimos que entregar las tiendas de campaña, las ollas y otras cosas que teníamos prestadas. Allí los campesinos de la Upcala vieron que yo sabía de organización, de administración. Desde hacía cinco años tenían una cooperativita que no progresaba y me invitaron a trabajar allí. Empecé en 1990. Es una cooperativa de consumo –para acercar al productor con el consumidor–, pero entonces casi no vendían alimentos; tenían cigarros y muchos anaqueles de Sabritas, pura chatarra. Les aclaré: “yo no vengo a vender eso”, Un campesino dijo “Uhmm... pues así la vamos a hacer”. “Como gusten”, les dije y luego luego puse un gran letrero: “Nuestro proyecto es de vida; no vendemos cigarros”. Ahora la cooperativa es muy grande, tenemos nueve computadoras, diariamente trabajan aquí 34 personas; a mí ya me pensionaron pero colaboro con lo que se va ofreciendo en asuntos legales. Como religiosa, mi labor con los campesinos es más plena. Si estamos llamados a ser luz, a ser sal de la tierra, a ser levadura en la masa, yo me siento más. Creo yo que esa es nuestra misión, ser fermento en la masa. Como mujer, siento que a veces no queremos asumir cosas; nos hace falta arriesgarnos. No es común que andemos con grupos de puros hombres, en luchas, en tomas de oficinas. Pero cuando lo hacemos, vemos que tenemos mucha potencialidad, mucha capacidad. Creo que tenemos una fortaleza que no tienen los hombres (...) La misma mujer se devalúa el machismo lo fomentamos nosotras mismas, por ejemplo, en la plaza un día le tocaba lavar los platos a un rancho y al día siguiente al otro, o limpiar los frijoles, y así la lucha se hacía liviana. La cosa es tener táctica; cuando uno quiere tomar la autoridad, o la posición de los hombres, ellos se sienten mal, pero cuando uno los acompaña, de una manera natural, se va dando una relación equitativa. L OURDES E. RUDIÑO
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CAMPESINAS SALUD LA CASA DE SALUD MANOS UNIDAS DE OMETEPEC Gisela Espinosa* y Flor Bonilla**
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asi a la entrada de Ometepec, Guerrero, sobre una calle de terracería se halla la Casa de Salud Manos Unidas, promovida por la Coordinadora Guerrerense de Mujeres Indígenas luego de investigar que Guerrero ocupaba el primer lugar en muertes maternas entre las entidades del país, y que en las zonas indígenas ese triste indicador era más grave. La Casa de Salud se abrió en 2004, con el objetivo de reducir la mortalidad materna en cinco municipios de la Costa Chica-Montaña de Guerrero, donde habitan los pueblos mixteco, tlapaneco y amuzgo, además de población mestiza de escasos recursos. Lograr el objetivo es asunto mayor, pues el sector público, con muchos más recursos, infraestructura, personal profesional y capacidad para tomar decisiones, tiene grandes dificultades para bajar las tasas de muerte materna. Pese a ello, desde la Casa de Salud se hacen enormes esfuerzos, se tienen resultados y se enfrentan retos que vale la pena compartir con las y los lectores. Desde 2004 las promotoras de la Casa se propusieron construir una red de parteras y promotoras de salud, y lo lograron. Hoy, en red y en torno a la Casa, se agrupan 42 mujeres que desde hace algunos años tienen citas periódi-
cas, se capacitan, comparten problemas y experiencias. Apenas el 14 de noviembre se juntaron en su Casa a medio construir las responsables del proyecto y varias parteras y promotoras de salud que viven en localidades rurales-indígenas, donde buscan mujeres embarazadas y las acompañan en su espera, acomodan al niño en el vientre materno, atienden partos normales, dan seguimiento a la cuarentena. Son muy apreciadas por las indígenas pues son mujeres, hablan su propia lengua, están cerca, permiten a la mujer estar parada o hincada durante el parto, consienten a las parturientas, comparten la idea de que el parto es “caliente” y no las obligan a ponerse bata ni a hacerse la episiotomía. Las parteras cobran barato, a veces en especie y a veces ni siquiera cobran. Servicio múltiple. Estas trabajadoras de la salud también han aprendido a reconocer embarazos de alto riesgo, y lograron un convenio con la Secretaría de Salud para referir mujeres en peligro al Hospital Regional, donde deben recibir atención gratuita. Las parteras las llevan, se convierten en sus traductoras, sus protectoras, sus defensoras, ante un sistema médico que no comprende otra lengua, que discrimina a mujeres pobres e indígenas, que no reconoce el saber ni la experiencia de las parteras, que ignora el convenio signado
A la memoria de Othón Salazar
RECHAZA CONOC “ALIANZA PARA EL DESARROLLO RURAL” QUE PROPONE EL EJECUTIVO • Intenta Sagarpa una firma fast track de documento insustancial con fines electoreros • El gobierno no ha acreditado su voluntad de concertación democrática • Lo que requiere el agro es un cambio de modelo para enfrentar la crisis • Debe el gobierno iniciar renegociación del capítulo agrícola del TLCAN, para concertar con organizaciones Por medio de la Secretaría de Agricultura (Sagarpa), el gobierno federal pretende firmar junto con organizaciones campesinas y agrícolas afines (CNA, CAP, UNIMOSS) una “alianza para el desarrollo rural sustentable” y lo quiere hacer vía fast track y sin mayor discusión, el 18 de diciembre próximo en el seno del Consejo Mexicano para el Desarrollo Rural Sustentable (CMDRSS) Los integrantes del Consejo Nacional de Organizaciones Campesinas (CONOC)1*expresamos desde ya nuestro rechazo a esta simulación, pues el documento “a discusión” de 39 páginas, es sólo un torpe e insustancial diagnóstico del sector rural que gira en torno a un concepto de “desarrollo humano sustentable”, ajeno totalmente 1* Asociación Mexicana de Uniones de Crédito del Sector Social (AMUCSS), Asociación Nacional de Empresas Comercializadoras de Productores del Campo (ANEC), Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras (CNOC), Coordinadora Estatal de Productores de Café de Oaxaca (CEPCO), Frente Democrático Campesino de Chihuahua (FDCCH), Movimiento Agrario Indígena y Zapatista (MAÍZ), Red Mexicana de Organizaciones Campesinas Forestales (RED MOCAF).
por la Secretaría de Salud: “Aunque llevemos la fotocopia no lo quieren aceptar, sólo si peleamos nos hacen caso. A veces tenemos que pagar el taxi, la medicina de la mujer. Lo que nos pagan no alcanza”. Las mujeres de la Casa de Salud, también dan talleres comunitarios para informar sobre las señales de alarma en el embarazo y el parto; para prevenir y detectar la violencia; para informar de los derechos humanos y reproductivos a mujeres, a señores, a jóvenes. El tema de violencia, que no era su centro, ha ido ganando terreno en su práctica, pues “sale” y “sale” y “sale” en todos sus espacios de trabajo: “Estoy viendo que desde que yo entre aquí ya no te tratan como simple promotora de salud, como simple partera, ahora la gente te dice: ‘cómo le voy hacer, mi marido me pega, mi marido me maltrata’”. Otra promotora cuenta: “Allá la mujer no sabe qué es violencia, muchas la sufren pero no conocen qué es violencia. Allá las mujeres quieren taller”. La consejería también toca el maltrato de las madres a las hijas: “Era una niña de 14 años, se alivió y estaba triste, triste. No se movía, a tres días del parto no se había bañado. Hablé con su mamá. Ahora la señora sabe que hizo mal”. Desde su labor también enfrentan el machismo: “Vi a una señora que ya tenía 14, 15 hijos, le dije que se fuera a aliviar de esa barriga a Ometepec, tenía muy baja la presión. ‘No mamita’, me dice ella, ‘ese hombre me va a matar’. Y no fue. Entonces llevé a la doctora Maribel a su casa y el marido le dice: ‘Tú,
a la Ley de Desarrollo Rural Sustentable y con supuestas metas para el 2012 y difusos buenos propósitos, que carece de intención y mecanismos para modificar el rumbo de la política pública, no obstante los cambios urgentes y drásticos que exige la crisis alimentaria y rural. El documento presentado a los consejeros es una falta de respeto, no sólo en materia de fundamento y diagnóstico sino también porque los supuestos compromisos que se pretenden suscribir, en realidad son las metas sectoriales que se han propuesto las diferentes dependencias, que junto con la Sagarpa inciden en el sector rural, como son la SRA, SEMARNAT, SEDESOL y Economía, entre otras. La Alianza que se propone firmar a la sociedad rural es pues un documento ajeno al marco jurídico que nos rige y que recuerda de manera inevitable los dislates del ex Presidente Fox y sobre todo es irrelevante en cuanto al contenido frente a los fundamentales cambios que se requieren frente a la crisis del sector rural. Crisis que se expresa con una inflación desmesurada de los alimentos durante los dos años recientes; como una caída del poder adquisitivo que induce menor consumo de alimentos y más pobreza y desnutrición; con una dependencia de importaciones de más de 40 por ciento del consumo doméstico, que este año llegarán casi a 25 mil millones de dólares y superarán el monto de las remesas de los migrantes, previsto en menos de 23 mil millones. Crisis que se manifiesta también con un deterioro ambiental alarmante; con un encarecimiento excesivo de insumos para los campesinos y la negligencia gubernamental para enfrentar el reto de la oferta de fertilizantes; con el dominio de monopolios en el sector agroalimentario que se han enriquecido en estos años con fórmulas especulativas; con un Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que impone condiciones de competencia absolutamente adversas a los campesinos de México; con volátiles precios internacionales de las materias primas que ponen en riesgo el abasto de las naciones dependientes, etcétera. El CONOC considera que la crisis impone la urgencia de un cambio drástico al modelo neoliberal impuesto desde 1982, y hace un llamado al conjunto de organizaciones campesinas y agrícolas del país a rechazar la “alianza” y a establecer que si realmente el gobierno pretende una concertación, un pacto sobre las políticas rurales y agroalimentarias, la condición es una negociación entre iguales y aún más, el gobierno federal debe dar señales claras de un cambio real en la política rural anunciando públicamente y com-
doctora, ¿a qué perro vienes?, si te la llevas se va contigo porque aquí no vuelve a entrar’”. Luchar por la salud materna las lleva a difundir derechos humanos y reproductivos; desde esa noción del derecho también luchan por la procuración de justicia, como la partera que, ante la Policía Comunitaria de San Luis Acatlán, pelea porque los adolescentes que violaron a una jovencita de 13 años no sean liberados sin más ni más, sólo “para que no les vaya a doler el estómago de hambre”, y que no se arredra ante los padres de los violadores que piden: “Callen a esa señora, ¿qué no tiene miedo?”. “Ya me curé de espanto”, responde y sigue en defensa de la joven. En sólo cuatro años, las parteras y promotoras de la Casa de Salud han ganado reconocimiento por su apoyo invaluable a embarazadas y mujeres al borde del parto, por la consejería que brindan, por la difusión y defensa de derechos y por su lucha contra la violencia a las mujeres. La relevancia de su labor es evidente, y deja clara la insuficiencia de los programas del sector público, así como el enorme ahorro de recursos públicos que representa su trabajo. “Recibimos 300 pesos al mes. No alcanza. Estamos ahí porque pensamos que hay más personas detrás de nosotras que no se saben defender, que no saben español, personas del campo que nos necesitan. Nosotras podemos hacer algo”. *Profesora-investigadora de la UAM-X giselae@correo.xoc.uam.mx **Egresada de la Maestría en Comunicación y Política de la UAM-X faboni@correo.xoc.uam.mx
prometiéndose a iniciar con sus contrapartes de Estados Unidos y Canadá la renegociación del apartado agropecuario del TLCAN, demandas fundamentales de las organizaciones campesinas. Los miembros del CONOC demandamos que se traiga a la mesa de discusión el Manifiesto Campesino, que múltiples organizaciones2** firmamos el 31 de enero de 2008. Este documento, cuyo precepto es “la alimentación es un asunto de seguridad nacional”, se mantiene totalmente vigente y es el que expresa los cambios de fondo que requiere la política agroalimentaria. Éste debe ser el punto de partida de la negociación con el gobierno. El Manifiesto Campesino prevé la renegociación del capítulo agrícola del TLCAN, la recuperación de la soberanía alimentaria por medio del impulso a la productividad de los productores de pequeña y mediana escala, mecanismos de administración de importaciones y exportaciones de alimentos de alimentos estratégicos, el establecimiento de una reserva alimentaria nacional, la prohibición de la siembra de maíz transgénico y la moratoria al uso de alimentos como biocombustibles, como compromisos ineludibles para enfrentar la crisis. Asimismo, establece la urgente necesidad de aprobar la Ley de Planeación para la Soberanía y la Seguridad Agroalimentaria y Nutricional y la elevación a rango constitucional del derecho a la alimentación. Hemos analizado el documento de la “alianza” y observamos que lo que busca la Sagarpa y en general el gobierno de Felipe Calderón es un objetivo político: frente a las elecciones de 2009, quieren dar una imagen de concertadores, de conciliadores, de que están interesados en sacar adelante a los pobladores rurales. Pura simulación e imagen. Ello, luego de dos años de gobierno en que el secretario de Agricultura, Alberto Cárdenas Jiménez, se ha negado sistemáticamente a negociar con las organizaciones campesinas y agrícolas asuntos medulares, como las reglas de operación de los programas públicos de 2008 y 2009 y la iniciativa de presupuesto sectorial 2009. 2 ** El Manifiesto Campesino fue signado por la Campaña Nacional en Defensa de la Soberanía Alimentaria y la Reactivación del Campo Sin maíz no hay país y sin frijol tampoco, (AMUCSS, ANEC, CNOC, FDCCH, RED MOCAF, UNOFOC, MAÍZ, CNPA, BARZÓN-ANPAP, COAECh); Consejo Nacional de Organismos Rurales y Pesqueros (CONORP), (CCC, CODUC, CIOAC, COCyP, CNPA-MN, BARZÓN POPULAR, UGOCM, UPAX, APNDRU, UFIC, FEPUR, STINCA); Confederación Nacional Campesina (CNC), Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas (UNTA), Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas (UNORCA), Central Campesina Independiente (CCI), Unión Campesina Democrática (UCD), UCIZONI.
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CAMPESINAS POLÍTICA
ños para que mi esposa se vaya a la asamblea o a ver el proyecto tal”. Entonces el trabajo fuera de casa de la mujer se ve como secundario, incluso como algo curiosito. Eso es injusto sobre todo cuando el fenómeno de la migración está afectando impresionantemente a las mujeres, que se vuelven cabeza de familia. Particularmente en el sureste, las campesinas miembros de la organización no acuden a las reuniones, con ciertas excepciones de jóvenes con puestos de responsabilidad en sus agrupaciones locales; son nueva generación. Sin embargo, cuando una mujer sobresale, resulta muy buena líder, mejor que los hombres. Y es que ellas son más organizadas y sobre todo responsables y honestas. Son mujeres que deben tener dotes sobrenaturales, para imponerse a los hombres. La falta de equidad no es un problema de las mujeres ni de los hombres, es de la organización. Si se lucha por la igualdad campo-ciudad, también tenemos que hacerlo para hombre-mujer. En el concepto se tiene muy claro, pero por la vía del hecho, como no se resuelven problemas estructurales, las mujeres participan menos, pues quién va a cuidar a los hijos. Respecto a mí, al coordinar reuniones de campesinos, me respetan absolutamente; nunca he sentido que por ser mujer me traten como inferior. En general respetan mucho el trabajo de los técnicos. Hay reuniones donde hasta el final me llego a dar cuenta, y no siempre, que soy la única mujer. Yo doy cursos de todo, en particular de fortalecimiento organizacional, de liderazgo, administración, métodos de control, conducción de asambleas, desarrollo organizativo interno. A mí me toca identificar líderes y desarrollarlos. Cuando vemos una mujer con ese perfil, tratamos de impulsarla. Tengo 48 años de edad y dos hijos de 24 y 25. Desde hace 25 años trabajo comprometida con el campo. Mis hijos me reclaman todo el tiempo que le doy prioridad al trabajo. Pero no me da culpa. Yo digo: ni modo me tocó, porque estoy soltera. Desde hace 15 años enfrento sola toda la responsabilidad de los hijos. Y es que a las mujeres de nuestro tipo nos da por sentirnos heroínas. Yo puedo con todo, decimos. Nos sentimos muy autosuficientes. Es un problema. Si el papá no responde, dice una yo puedo y agarro toda la responsabilidad. En este tipo de trabajo te vas a encontrar muchas divorciadas, es muy absorbente, es de principios, de valores, de compromiso personal, no tienes horario de burócrata. Si no entras con convicción, compromiso e ideales personales, no funcionas. Y es que estamos en una lucha, cambiando conciencias, con un ideal organizativo, para que los productores mejoren sus condiciones de vida, que la agricultura campesina sea viable. En todas las mujeres técnicas que conozcas vas a ver eso. Trabajan sus fines de semana sin problema y andan encargando a los hijos no sé en donde. O algunas deciden no tener hijos. L OURDES E. RUDIÑO
EXCLUSIÓN DE MUJERES
FOTO: Hernán García Crespo
GUERRERENSES EN EL CABILDO
Dalia Barrera Bassols
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ESPOSAS DE MIGRANTES ENFRENTANDO LA VIDA
La CNPA en Michoacán tiene trabajo en la costa y en la meseta Purépecha; en la primera los campesinos participantes son hombres y mujeres, pero en la segunda, que es una zona de mucha migración, hay unas dos mil campesinas beneficiarias, todas mujeres. Y así se dio de manera natural: mujeres solas, a cargo de sus hijos y con los maridos en Estados Unidos, se fueron acercando a la organización movidas por la urgencia económica y se comenzó a trabajar con grupos de ellas para solicitar créditos e impulsar proyectos productivos artesanales. Soy comunicóloga, con 33 años de edad, con pareja pero sin hijos. Ellas son indígenas con un esquema familiar que permite que las abuelas cuiden a los niños, o ellas trabajan acompañadas de los niños; les resulta raro ver que a mi edad aún no tengo hijos; es un contraste cultural, pues para mí lo primero ha sido estudiar, trabajar, avanzar en mi carrera. Mi labor es enriquecedora, pero ha requerido tiempo, pues al principio la participación de las mujeres en actividades económicas fuera del hogar era mal vista en la comunidad, y había resistencia de las autoridades a que ellas participaran en los consejos de desarrollo municipal. Pero poco a poco se han abierto esos espacios, y veo un cambio de actitud de la comunidad; ellas se han ganado el respeto. Además, las mujeres se dan cuenta de la capacidad que tienen, y varias se han vuelto parte medular de la organización: son promotoras que animan a otras mujeres a inte-
FOTO: Antonio Nava
M ARÍA M AISTERRA , RESPONSABLE DEL P ROYECTO E DUCATIVO DE LA C OORDINADORA N ACIONAL P LAN DE AYALA (CNPA) EN MICHOACÁN.
ujeres síndicas y regidoras sufren múltiples formas de exclusión en el ámbito del cabildo, que son evidentes en discursos sexistas y prácticas que las aíslan, y que van desde la agresión verbal, las amenazas y el acoso político, hasta la agresión física. Además, en el entorno comunitario enfrentan ataques a su buen nombre, chismes y murmuraciones acerca de su vida sexual, supuestamente “licenciosa”, por el simple hecho de participar políticamente, formar parte de una planilla y ejercer un cargo en el cabildo. Este hecho afecta en muchos casos sus relaciones de pareja, por el trato con otros hombres, el temor que desata su acceso a espacios de poder y la autoridad que adquieren con el cargo. Es común que vivan chantajes, amenazas y confrontaciones, e incluso que se separen de sus parejas bajo acusaciones de una supuesta vida sexual “impropia” de una mujer decente y “de su casa”. En primer lugar, para llegar al cargo de síndicas y regidoras, las mujeres suelen enfrentar problemas para obtener recursos destinados a sus campañas. Se trata de sumas considerables: “A Lety Márquez la estamos proponiendo como síndica y ¿saben qué le empezaron a decir?: ‘¿de veras quieres?, ¿cuánto ganas en tu trabajo?, para ver si de veras tienes posibilidades de competir y de registrarte’. Fueron tres mil pesos para que nosotros entráramos al curso de ICADEP. ¿Cuánto de regidora?, 20 mil pesos para que se registre. ¿Para diputada?, 50 mil pesos. ¿De dónde vas a sacar 50 mil pesos?” (Rosa María Ramírez López, regidora, PRI, Iguala de la Independencia). Frenos machistas. Síndicas y regidoras tienen claro que la cultura machista que se expresa en su entorno familiar, en el ayuntamiento y en todos los espacios sociales es el
sustento del cúmulo de obstáculos y limitaciones para llegar al cargo. He aquí un testimonio: “Lamentablemente, creo que los obstáculos siempre son por parte de los varones, y es lógico: ¿cómo una vieja va a ser más cabrona que ellos? Dicen ‘esa vieja hija de tal por cual ¿quién se cree? Aquí los varones somos los que la movemos y no la dejaremos llegar’. Y bueno, te quieren boicotear por todos lados, inclusive van y le dicen a las comunidades: ‘no le crean, son puros chismes, al fin, ella ni está en el ayuntamiento’” (Patricia Tornez Talavera, regidora, PRI, La Unión). Ya en el cargo, se despliegan frente a ellas una serie de actitudes, prácticas y discursos que buscan aislarlas, humillarlas y hacerlas desistir de las tareas de su responsabilidad. Esto puede suceder con un presidente municipal o miembros del cabildo del mismo partido político y de otro distinto. Va un caso que ilustra: “Desde que quise contender, que yo ¿por qué?, que había mujeres que tenían más años que yo en el partido y que por qué yo, que porque yo fui amante de… Claro, lo dicen con obscenidades, no creas que así como yo te lo estoy diciendo. Y cuando llegué a la presidencia, yo me sentí excluida. Incluso, el cubículo que me dieron es el más pequeño, ahí hace mucho calor, se trasmina el agua y sí le dije al presidente: ‘oiga presidente, se trasmina el agua’, y se empezó a reír y me dijo ‘¿y si te compraras una sombrilla?’ Luego fui y le dije ‘oiga presidente, es que sabe qué, que hace mucho calor, yo quisiera un ventilador o algo’, y me dijo ‘bueno, lo que pasa es que tienes que tomar en cuenta que estás en la menopausia’. Al inicio, cuando yo quería hablar con el presidente, tenía la audiencia en la mañana y si se le antojaba me recibía y si no, no, y ahora le digo ‘dígale al presidente que quiero hablar tres minutos’, y un día le dije ‘presidente, ¿por qué los demás compañeros entran como burros y se pasan y yo tengo que hacer cita?’, y me dijo ‘¡ah bueno!, lo que pasa es que tú eres educada’” (Luz del Carmen Pineda Borja, regidora, PRI, Pungarabato). Espacios de hombres. Las entrevistadas coinciden en que la complicidad entre hombres y la construcción de consensos para la toma de decisiones en espacios considerados “masculinos”, es también una estrategia de exclusión: “El obstáculo para ejercer el cargo más importante que encontramos en primer lugar, es la com-
plicidad masculina, entre hombres todo está permitido ‘Dale el avión, dile que sí’ (…) Esta complicidad masculina muchas veces nos impide ejercer correctamente nuestro cargo. También la exclusión de las mujeres, por realizar la toma de decisiones en lugares no aptos para ellas. A veces los hombres se van ‘a comer’, digo entre comillas, porque terminan en bares, copas, dos, tres de la mañana, y al otro día llegan muy tranquilos y están de acuerdo en lo que se va a hacer, porque fueron compañeros de parranda y nosotras no podemos invitar a los regidores a la parranda, a la copa. Bueno, sí podemos, pero no es bien visto que lo hagamos, que nos metamos a una cantina, que nos vayamos al bar; eso nos lo castiga la sociedad, los mismos compañeros andan diciendo ‘me la llevé, estuvo aquí conmigo’, y esto representa una desventaja, un obstáculo que tenemos casi todas” (Consuelo Pérez Jiménez, regidora, PRI, Coyuca de Catalán). Finalmente, síndicas y regidoras desarrollan diversas estrategias para enfrentar la exclusión y el estigma social generado por chismes y maledicencias que buscan incidir en su honorabilidad y prestigio. El testimonio muestra una de las posibles respuestas: “En mi caso, afortunadamente, yo pensé que a mí no me iban a ver así, como un objeto sexual. Bueno, pues dos compañeras de mi partido, a quienes yo había apoyado y todo, dijeron que yo había llegado porque me había acostado con el que más me había apoyado, y me echaban las dos. Entonces me decían ‘¿no las vas a callar?’, yo dije ‘no, déjalas que hablen. Me gusta uno, a ese sí me lo quisiera yo echar; el otro no me gusta tanto’. Entonces, como actué de esa manera cínica, ya no me dijeron nada. Ahora, así como estoy, ya vieja, porque ya tengo 52 años, hay unas de 18, 16, que se andan ofreciendo y les digo: ‘a mis 52 años me respetan, voy con los compañeros a echarme una copa, me voy a bailar, me voy a cantar con ellos y ahí anda María Gallo, pero ninguno de ellos me ha faltado al respeto’. Es decisión de nosotras como mujeres, y tomarse una dosis de ‘me vale madre’ en la mañana, a medio día y en la noche para que te puedas enfrentar. Esa fue la receta que me dio mi hijo. Eso nos hace falta: decisión (Teresa Miranda Vázquez, síndica, PRI, Chilpancingo). Profesora-Investigadora de la ENAH. Miembro de GIMTRAP, A.C barreradi2001@yahoo.com.mx
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MANOS DE MAÍZ en Santa Catarina Elsa Guzmán Gómez
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l pueblo de Santa Catarina pertenece al municipio de Tepoztlán, se encuentra a 12 kilómetros de la capital de Morelos y está atravesado por la carretera Cuernavaca-Tepoztlán. En la región es conocido por sus tortillas. Las mujeres dicen que desde siempre las han vendido; hay quien dice que hace 15 años las que más vendían eran mujeres de Ocotepec –pueblo contiguo–, que el crecimiento urbano absorbió sus tierras y acabó con su agricultura y que desde entonces la tarea quedó a Santa Catarina. Todo empieza con el cultivo de maíz, tradicional en el pueblo, se siembra con frijol, chile y calabaza. Antes se vendía más maíz, ahora poco, quienes lo hacen prefieren vender elotes porque dejan más. El maíz también se usa para tamales, pozole, atole; tanto el grano como el forraje son alimento para los animales; pero sobre todo se usa para las tortillas. Preparar la masa y elaborar tortillas es conocimiento básico de todas las mujeres campesinas, lo aprenden desde niñas, en sus casas, es parte de la cultura femenina, tarea central para la alimentación familiar, función nutricia de la mujer rural. Así, preparar tortillas como actividad económica, es fácilmente integrable a las rutinas cotidianas de las mujeres, pues no requiere capacitación especial al formar parte de sus conocimientos y experiencias primarias; ciertamente implica mayor dedicación a la tarea, pero al mismo tiempo obtienen el alimento familiar. Hacerlo en la casa o en la puerta, les permite realizar o cuidar sus otras actividades domésticas. Mercado femenino. En los años recientes la venta de tortilla se ha intensificado, el número de comales aumenta y el mercado se amplía. Mientras el maíz pierde importancia en los escenarios nacionales y en el discurso modernizador, en Santa Catarina la venta de tortilla cobra auge: más o menos la tercera parte de las mujeres que venden a orillas de la carretera se iniciaron en los dos años pasados. En el pueblo hay
quienes tienen entre cuatro o cinco años dedicándose a esta actividad y algunas que llevan 30 o 40. Este mercado femenino está ampliándose cada vez por más mujeres que quizá, ahora más que antes, necesitan ingresos extras para solventar necesidades familiares. Parece que la competencia entre ellas se acentúa, pero cada vez hay nuevos compradores que se suman al consumo de tortillas de comal, hechas a mano. En Cuernavaca han ganado espacios y marchantes, venden masa y tortillas en tianguis, puestos fijos, esquinas, al lado de la Universidad o de otras escuelas donde también venden quesadillas. La ciudad les permitió abrir otro mercado: la entrega a domicilio de tortilla, a veces con clientes fijos. La ruta de la tortilla de Santa Catarina “saca” a las mujeres de su casa, de su pueblo. No son ya unas señoras encerradas, salen y tienen reconocimiento familiar a su aportación económica generada desde una actividad que forma parte de la identidad femenina rural y de la cultura campesina. Al echar y vender tortilla ganan espacio, movilidad, reconocimiento. Sobreprecios. El auge de su actividad es termómetro del gusto creciente por las tortillas hechas a mano, de nixtamal, de maíz criollo. Se educa el gusto, pues la masa de maíz criollo es más suave, el olor a tortilla más intenso –“huele más a tortilla”, dicen– y el sabor más dulce. No sólo se reconstruyen sanos hábitos de consumo, se valora y se paga la biodiversidad, pues hay sobreprecio local de las tortillas, más alto aún si se trata de maíz azul, muy demandado por locales y turistas en las ventas diarias y en fines de semana. En Santa Catarina, la venta de tortillas es una estrategia económica con fondo cultural, que permite a las mujeres desarrollar una actividad conocida, acoplar lo doméstico con lo mercantil, obtener un ingreso económico que se adiciona al ingreso familiar total. La venta de masa y de tortilla conserva e innova, conjuga la permanencia y el cambio, la subsistencia y la ganancia, revaloriza lo que el mercado global y el Estado subestiman; moviliza recursos y potencia elementos la historia y cotidianidad de una población forjada por la cultura del maíz. Universidad Autónoma del Estado de Morelos elsaguzmang@yahoo.com.mx
Visiblemente invisibles: mujeres en la ciudad indígena más grande del mundo Ainara Arrieta Archilla “Hubo un tiempo que salí a vender dulces aquí en Salto del Agua y hay mucha discriminación, siempre te dicen ‘quita de aquí que estorbas’ o te dicen ‘india que no sé qué’”
Indígena ñáhñú residente del DF
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as mujeres indígenas que viven y trabajan en la ciudad son un claro ejemplo de cómo la exclusión se expresa en las historias de vida, ya que por el hecho de ser mujeres, indígenas y pobres lidian cotidianamente con lo que se ha llamado la triple discriminación. A pesar de ésta, en la ciudad las mujeres indígenas se convierten en protagonistas de la lucha por la supervivencia, por el mantenimiento de la economía familiar y en agentes de cambio fundamentales, ya que confrontan los límites sociales y culturales, impuestos por la desigualdad en la ciudad y por la inequidad de género en las comunidades de origen. Al migrar a la ciudad, las mujeres indígenas van reformulando las estrategias campesinas de reproducción familiar, cambiando también los
límites de su identidad como mujeres e indígenas. Tal vez el rostro indígena más visible en la ciudad es la venta en los cruceros: chicles, pañuelos y muñecas multicolores. Las muñecas artesanales que autorrepresentan la vestimenta y peinado tradicional de las otomíes se han convertido en icono de la presencia indígena femenina en la ciudad. Llena de sentidos y significados atribuidos por artesanas y citadinos, la imagen etnificada de las mujeres ha acompañado la migración durante años, convirtiéndose en uno de los principales ingresos económicos para las familias indígenas residentes de la ciudad. El trabajo doméstico. En el otro lado de la moneda, invisibles ante los ojos de la sociedad, están las mujeres indígenas trabajadoras del hogar, insertas desde jóvenes en un trabajo poco valorado y mal pagado. Enfrentando graves condiciones de explotación laboral y a menudo desdibujando su identidad, han de adecuarse a las normas y los estilos de vida en hogares de orígenes culturales diferen-
tes al suyo, confrontar el trato social discriminatorio dentro y fuera de los lugares de trabajo, así como generar redes de apoyo y solidaridad multiétnicas para adaptarse a un medio hostil como la ciudad de México. Aun invisibles y excluidas, las mujeres indígenas son un soporte económico fundamental para la subsistencia de sus familias en las comunidades rurales y en la ciudad. La permanencia de imágenes de las indígenas como sujetos pasivos en la urbe no ayuda a entender el papel fundamental que juegan las mujeres en la construcción de la nueva relación campo-ciudad. En un escenario complejo donde la promoción del desarrollo rural es urgente, la importancia de visibilizar el papel de las indígenas en la ciudad y en los procesos de desarrollo es acercarnos a nuevas e innovadoras visiones que nos permitirán avanzar en la resolución de los retos que nos plantea este siglo. Maestra en Desarrollo Rural por la UAM-X sorgintxori@yahoo.es
FOTO: Kyle Katz
CAMPESINAS
OAXACA: ¿USOS Y COSTUMBRES
VS DERECHOS POLÍTICOS? Verónica Vázquez García
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n 1990 la Constitución estatal de Oaxaca reconoció la “composición étnica plural” del estado, dos años antes de que el artículo cuarto de la Constitución mexicana reconociera la “composición pluricultural” de la nación. El código electoral de Oaxaca fue reformado en 1995 para incorporar los llamados usos y costumbres (UyC) de municipios indígenas y, por segunda vez en 1997, para prohibir formalmente la intervención de partidos políticos en los 418 de los 570 municipios oaxaqueños que desde entonces se rigen por UyC. Las reformas al código electoral fueron acompañadas de la Ley de Derechos de los Pueblos y Comunidades Indígenas aprobada en 1998 por el congreso local. En 1995 sumaban 412 los municipios que se regían por UyC; en 1998 ya eran 418. A pesar de la relevancia del tema hay pocos estudios sobre la relación entre los UyC y los derechos políticos de las mujeres. Un trabajo pionero de María Cristina Velásquez Cepeda (“Comunidades migrantes, género y poder en Oaxaca”), de 2004, señala que en uno de cada diez de los municipios costumbristas de Oaxaca las mujeres no votan y tienen nula o escasa participación política; en nueve por ciento no votan pero ocupan cargos comunitarios; en 21 por ciento sí votan pero su nivel de participación es escaso o nulo; finalmente, en seis de cada diez sí votan, ocupan cargos y participan en la vida política de sus comunidades. En otras palabras, existe una contradicción entre el orden jurídico nacional, que otorga igualdad de derechos a mujeres y hombres, y las prácticas electorales de los UyC. El caso de Eufrosina Cruz evidenció esta contradicción y propició una reforma al artículo 25 de la Constitución del estado de Oaxaca que obliga al sistema de UyC a respetar el derecho de la población indígena femenina a participar en la vida política de la entidad. Desde la aprobación de las reformas hasta el momento, 24 mujeres han sido elegidas presidentas municipales por medio del régimen de UyC, aunque hay que tomar con cautela la cifra ya que algunos nombres como Guadalupe, Asunción y Carmen pueden ser de hombres o de mujeres y siete del total de 24 tienen uno de estos nombres. Más que la condena y abolición de los UyC, lo que hay que buscar es la armonización de los derechos políticos de las mujeres con el derecho indígena a la autodeterminación, es decir, la defensa de la equidad de género al interior de sociedades culturalmente distintas. Las mujeres zapatistas han hecho importantes avances en este sentido: sabedoras de su triple opresión, luchan por mejorar sus condiciones de vida, y defienden el reconocimiento de su ciudadanía por parte del Estado mexicano y el respeto a su dignidad como mujeres al interior de sus comunidades. Así como las zapatistas, las indígenas oaxaqueñas podrían reelaborar la tradición desde sus propias experiencias de clase, etnia y género, señalando los elementos que valoran y los que necesitan cambiar. Tienen ante ellas una enorme tarea: la resignificación de las relaciones hombre-mujer en cuatro campos: la familia, la comunidad, la organización/movimiento y el multicultural y multiclasista de la arena social y la política externa. Colegio de Postgraduados en Ciencias Agrícolas verovazgar@yahoo.com.mx
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grarse, con el estímulo de que su trabajo mejorará el ingreso y desarrollo de sus familias y comunidades. Lo curioso de la organización en la meseta es que el coordinador es hombre, si bien el equipo técnico es de puras mujeres. Él, Gerardo, es carismático, es líder junto con otras mujeres líderes. Que sea hombre favorece, genera confianza en algunas mujeres, pues vivimos en una sociedad machista. A veces nos encontramos con programas de gobierno que forzosamente imponen que realicemos talleres de género, pero aquí no hace falta, pues eso ocurre de forma natural. trabajamos el género pero implícitamente dentro de talleres de desarrollo económico, pues éstos ocurren con una comprensión implícita de los problemas de las mujeres. Los proyectos que tenemos son de bordado y textiles, así como de terminado de productos de madera, como muebles y juguete, que son elaborados por las comunidades, por las familias, por hombres dentro de las familias. No estamos cerradas a que entren hombres a la agrupación, pero ellos, al ver que sólo hay mujeres, se autoexcluyen. L OURDES E. RUDIÑO
CAMPESINAS
MUJERES RURALES
EN AMÉRICA LATINA • Ellas proveen alimentos pero carecen de tierras • Largas jornadas sin remuneración
Celia Aguilar Setién
M ARIBEL PATIAPA , PROMOTORA DE LA CNPA EN LA MESETA P URÉPECHA , MICHOACÁN. Tengo 34 años y tres hijos. Una se tropieza siempre con obstáculos como madre, como esposa, pero si se tiene la intención de mejorar como persona, como familia, se pueden ir explicando las cosas. De repente mis hijos me reclaman: “¿a dónde vas?” Les digo que andamos en la lucha, que queremos buenos proyectos para seguir trabajando, en especial porque nuestra organización, que nació en 1992, es de puras mujeres (...) Hay hombres que nos han dicho que les gustaría trabajar con nosotras porque somos más cumplidas, y por ello el gobierno nos ha facilitado proyectos. Gracias a esto, tenemos un poquito más, aparte de que es un apoyo familiar, también es un desarrollo para la comunidad, y es allí donde se ven nuestros éxitos. Y es allí donde hijos y esposos comprenden, dicen “sí, es un apoyo tanto económico como moral para nosotros”. Ahora con la crisis actual, con el alza de los productos básicos, nos hemos preocupado, pues tenemos que buscar la forma de subsistir. Algo que hemos estado haciendo es que en algunas comunidades salgan proyectos de huertos familiares, y de traspatio y de gallinas. Antes las autoridades nos ponían frenos, a la hora de pedir apoyos y créditos, nos veían mal por ser mujeres, pero ahora ya nuestra organización es conocida y saben que no nos damos por vencidas, además de que somos cumplidas con los créditos. Nosotros mismas les hemos dicho a las dependencias cuando nos autorizan un proyecto que nos visiten y vean nuestro trabajo a la hora que quieran. Ser cumplidas nos permite tener más las puertas abiertas. Tengo más de 15 años en la organización. Soy coordinadora de la Casa Integral de la Mujer de Paracho. Ésta es una de varias casas que tenemos; allí nos reunimos, nos capacitamos. Tenemos maquinaria, computadoras, panadería, textil; también aprendemos contabilidad y administración. En esta región tenemos el problema de que se van los maridos y la mujer se queda al mando de la familia. Si mandan dinero o no, debemos ver la forma de llevar a nuestros hijos adelante. L OURDES E. RUDIÑO
MATRIMONIO DE IGUALES; TRABAJO COMPARTIDO A RACELI MERCADO MORA , CAMPESINA MIEMBRO DE LA CNPA MICHOACÁN Tengo 24 años y vivo con mi esposo. Todavía en las comunidades hay mucho machismo. Porque eres mujer no tienes derecho a opinar, pero ya estamos saliendo; nos dan más que estemos opinando, que estemos en las asambleas de la comunidad. Estamos saliendo adelante con nuestros hijos. Yo tengo dos chiquitos, de cinco y dos años de edad; los dejo y vengo a buscarle para salir adelante, para que nos superemos otro poquito más. Primero mi esposo me decía “¿cómo vas a andar por allá?”. Pero ahora ya me da mucha confianza al salir, a veces se queda con mis hijos, dice córrele, y me ayuda con los hijos y con las tareas del hogar. Yo produzco camisas de deshilados. Mi marido produce maíz y yo le ayudo con las labores de siembra y escarda, pero no estoy muy relacionada con el campo. Con las camisas tengo como seis o siete años; esto sirve para complementar el ingreso del campo. Con esto tenemos otro poquito más para los niños. Así como vamos llevando la relación, sí hay más equidad. Él ve en qué le ayudo y también él me ayuda, como que estamos saliendo más pronto adelante que como lo hicieron nuestros papás. La relación es muy de iguales. Esto no es lo común. La mayoría de los hombres de esta región están en Estados Unidos, pero como mi marido ve que le ayudo y vamos progresando de a poquito, no ha tenido la tentación de irse, aunque cuando nos casamos sí lo pensó, porque decía “¿cómo le vamos a hacer?” L OURDES E. RUDIÑO
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or décadas, el tema de la pobreza ha ocupado un espacio prioritario en la agenda de los países latinoamericanos: medidas de ajuste estructural, programas de desarrollo, cooperación internacional para el desarrollo, reuniones de alto nivel para encontrar las alternativas, y sin embargo no solamente el modelo ha sido incapaz de resolver los problemas sociales y económicos de la ciudadanía de los países, sino que en un quiebre espectacular, sin precedentes, ha mostrado que las críticas del sentido común, de los centros académicos y de los movimientos sociales eran correctas. Cierto, en América Latina, el tema de la pobreza ha estado en el centro de la agenda, pero nunca el tema de la desigualdad. La desigualdad como causa estructural del empobrecimiento de las personas discriminadas y excluidas. Latinoamérica, la región más desigual e injusta del planeta, condena a la condición de pobreza a mujeres y hombres por las discriminaciones sucesivas: discriminación por género, por clase social, por etnia, por preferencia sexual, por edad. Discriminaciones evidentes en la vida cotidiana transformadas en una “cultura” de la que nadie se salva. Los grupos discriminados por un motivo, discriminan por diferentes motivos a otros grupos. En este contexto queremos compartir algunas reflexiones, desde la perspectiva de las mujeres rurales, quienes, lejos de reducir su existencia a la condición de discriminación y exclusión, han desplegado sus capacidades para desarrollar estrategias de sobrevivencia para la protección de los grupos familiares, de las comunidades y de la sociedad en su conjunto. Las mujeres rurales, y especialmente las indígenas, sufren múltiples discriminaciones: por género, por clase, por edad y por etnia. Esta discriminación las coloca en su mayoría en la condición de pobreza, en 2001 el informe Políticas para el empoderamiento de las mujeres, de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), señalaba que las mujeres conformaban dos tercios de la población en condición de pobreza. No sola-
FOTO: Guillermo Bonnave C.
LAS MUJERES SOMOS MÁS CUMPLIDAS
mente están sobre-representadas en la población pobre, sino esta condición las hace más vulnerables. Aun en esta circunstancia, está comprobado que los hogares que tienen como jefa una mujer, enfrentan mejor las condiciones de pobreza. Sobre esta aparente contradicción queremos reflexionar: Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las mujeres rurales y entre éstas las indígenas producen más de 50 por ciento de los alimentos que el mundo consume. Sin embargo, en la mayoría de los países no tienen acceso a la propiedad de la tierra. Responsabilidad sin contrapeso. En América Latina las mujeres rurales tienen jornadas de 12 a 16 horas de trabajo porque asumen casi la totalidad del trabajo reproductivo y gran parte del productivo, y sin embargo por lo general no reciben remuneración, ni protección social. Las mujeres rurales han asumido la gestión, la administración y el desarrollo de la producción agropecuaria ante la migración de una gran parte de la población masculina; sin embargo no tienen el mismo acceso que los hombres a los recursos tecnológicos técnicos y financieros. Asimismo, han asumido responsabilidades sociales y económicas de importancia fundamental para la sobrevivencia del sector rural, y no sólo eso, estas mujeres, y en particular las indígenas, tienen un
profundo conocimiento sobre los procesos de la naturaleza, sobre los productivos, y muy especialmente sobre los de la producción de alimentos, tan importantes para la autonomía y seguridad alimentaria, actualmente en crisis. Tienen conocimientos sobre la diversidad biológica y la ambiental, estratégicos para la sostenibilidad. Siguiendo la lógica de Armando Bartra en sus artículo “El laberinto de la explotación campesina” (La Jornada, 16/04/2007), las mujeres rurales se encuentran en condición de pobreza por la explotación. Lo más grave y lo más triste para nuestra esperanza, es que aun con todas estas capacidades y saberes, sufren la más perversa de las discriminaciones: la exclusión de la toma de decisiones. Al revisar la página web de la Secretaría de Agricultura y Ganadería Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa), encontramos que en sus objetivos está el desarrollar la política para la producción del sector, pero cuenta entre sus autoridades de primer nivel con 58 hombres y sólo cinco mujeres (suponemos que el nombre Guadalupe es de mujer; de no ser así, serían sólo cuatro mujeres). Esa misma discriminación se observa en las organizaciones campesinas, los ejidos, las cooperativas. Aun cuando gran parte de los campesinos varones han migrado y alimentan con sus remesas excelentes posibilidades de inversión, las mujeres que las reciben y administran, no tienen el acceso a los espacios en donde sus conocimientos y los recursos pudieran encontrarse para el desarrollo de alternativas de producción rentable y sostenible. Cuánta esperanza, cuántas posibilidades y cuánto avance en la lucha por la justicia se lograría si todas estas organizaciones se manifestaran contra la “cultura de la discriminación”, valoraran las capacidades de las mujeres y transformaran sus organizaciones incorporando la sabiduría, la experiencia, el compromiso y la imaginación de las mujeres rurales, de las mujeres indígenas, de las mujeres campesinas en la toma de decisiones para, frente a la crisis, crear oportunidades de desarrollo humano, justo y sostenible. Oficial de Programación del Fondo de Desarrollo para la Mujer de las Naciones Unidas (UNIFEM).
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CAMPESINAS
Alexandra Spieldoch
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l Foro para la Soberanía Alimentaria, en Mali en febrero de 2007, fue titulado “Nyelini 2007”. Los organizadores escogieron el nombre de una mujer para subrayar el papel importante de las mujeres en la agricultura, en este caso de África. Como niña, Nyelini sufrió discriminación en su comunidad en el área rural de Mali por su sexo y por ser hija única. A pesar de esto, Nyelini se convierte en la mejor agricultora de su aldea. Ella transforma su estatus en uno de equidad y respeto. Crea el actual grano básico de Mali y una variedad de mijo llamado “samio “ o “mijo pequeño”. Recordemos que una mujer es la fuente de la sustancia; ella es productora y es la proveedora para la familia y la comunidad. Mientras agricultores alrededor del mundo luchan por concretizar la soberanía alimentaria, es una necesidad absoluta asegurar que las voces y experiencias de las mujeres sean parte de este proceso. Aprendiendo más sobre el papel de la mujer en la alimentación y la agricultura. En 2005, la red Food First International informó que “más de 75 por ciento de la gente más pobre del mundo vive en áreas rurales y depende mayoritaria o parcialmente de la agricultura para sobrevivir”. Dos tercios de la población en las regiones más pobres, el África sub-Sahariana y el sur-centro de Asia, son rurales y las mujeres representan 66 por ciento de la población económicamente activa en el sector rural. Las mujeres son las responsables de más de la mitad de la producción mundial de alimentos y están involucradas en la producción en parcelas familiares y como jornaleras en la agricultura comercial. En los países en desarrollo, las mujeres rurales producen entre 60 y 80 por ciento de los alimentos y también son las mayores productoras de los granos básicos del mundo (como arroz, trigo y maíz), que participan hasta con 90 por ciento del ingreso en las áreas rurales y pobres. Las mujeres son aún más dominantes en la producción de legumbres y verduras en parcelas pequeñas, crían aves y animales pequeños y proveen la mayor parte del trabajo para actividades poscosecha, como el almacenamiento y procesamiento de granos. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las mujeres contribuyen con hasta 90 por ciento del trabajo para el cultivo de arroz en el suroeste de Asia y producen hasta 80 por ciento de los alimentos básicos para el consumo familiar y la venta en el África sub-Sahariana. Hay 450 millones de mujeres y hombres trabajando como jornaleros alrededor del mundo, quienes no son los dueños ni los inquilinos de la tierra donde trabajan (ni de las herramientas y el equipo que usan). Estos jornaleros forman más de 40 por ciento de la fuerza laboral agrícola y, junto con sus familias, son parte del núcleo pobre y extremadamente pobre en muchos países. El número de mujeres jornaleras se está incrementando (ya constituyen entre 20 y 30 por ciento del total). Los nuevos trabajos para las mujeres generalmente se encuentran en la agricultura de exportación, particularmente en la de cultivos tradicionales; en el corte de flores, y en la siembra y empaque de verduras, entre otros. Estos trabajos suelen ser por temporada. Normalmente son mal pagados, con salarios muy por debajo de los que reciben trabajadores industriales. Los niños también forman parte de la fuerza de trabajo asalariada. De hecho, 70 por ciento de los niños trabajadores están en el sector agrícola. Un número creciente de mujeres trabajan en el sector agrícola informal, muchas veces haciendo trabajo en casa, tareas con pago a destajo, o trabajando como vendedoras de la calle en los mercados locales. El Comité sobre la Economía Informal de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)) argumenta que las políticas macroeconómicas fallidas, la mala distribución de los beneficios de la globalización y la feminización de la pobreza han contribuido al incremento en el número de mujeres trabajando en la economía informal.
Según el Informe del estado de la inseguridad alimentaria mundial, que la FAO publicó n 2006, en vez de disminuir el número de personas con hambre en el mundo, está creciendo a un ritmo de cuatro millones de personas al año. En 2001-03 la FAO estimó que hay 854 millones de personas desnutridas en el orbe: 820 millones en los países en desarrollo, 25 millones en las economías en transición y nueve millones en las naciones industrializadas. Esto contrasta con las reducciones de gran escala en la subnutrición, tanto en la década de los 70s como en los 80s, y actualmente representa un incremento de 23 millones desde 1996. Este número de 852 millones de subnutridos está fuera de proporción frente a las metas establecidas en la Cumbre Mundial de Salud de reducir el hambre por la mitad para el 2015. El incremento en el hambre, junto con otras tendencias inestables relacionadas con la seguridad alimentaria y el sustento, es alarmante. La inseguridad alimentaria afecta a más mujeres que hombres. La falta de equidad de género, que implica obstáculos para un empleo digno, para la educación y la participación de las mujeres en la toma de decisiones, afecta en consecuencia la seguridad alimentaria de ellas y la de sus hijos. Garantizar el acceso de las mujeres a la tecnología, a la tierra y al crédito es un gran desafío para los gobiernos que buscan lograr la seguridad alimentaria. Por ejemplo en Níger 97 por ciento de las mujeres en la economía rural trabajan en la agricultura, pero no tienen acceso a la economía o al poder. Están concentradas en la agricultura de subsistencia (como la producción de mijo) sin tener opciones de percibir ingresos por las restricciones que sufren en el acceso al crédito, a la tecnología, a los servicios de extensión, al transporte y a los mercados. Las mujeres son marginadas dentro del hogar y dentro de la sociedad en todo el mundo. La discriminación ha hecho que las mujeres sean más vulnerables que los hombres al abuso físico y mental, y son sujetas a condiciones extremas de pobreza con poco o ningún apoyo. Las mujeres y los niños siempre son más numerosos que los hombres en las estadísticas sobre los más pobres y vulnerables en la mayoría de las sociedades. Las mujeres del sector agrícola en los países en desarrollo también enfrentan verdaderos desafíos con el estallido de la epidemia del VIH/SIDA. El 95 por ciento de las personas que viven con VIH y que mueren por SIDA están en los países en desarrollo. La gran mayoría son pobres rurales en la flor de la vida (entre 15 y 49), y las mujeres son más numerosas que los hombres. Por ejemplo, en África hay 13 mujeres infectadas por cada diez hombres infectados. En el África sub-Sahariana, el VIH/SIDA está quitando a la región sus productores de alimentos y sus campesinos. Las mujeres tienen una carga particular: como las responsables del hogar, asumen el cuidado de los enfermos en la familia. El número de niños jefes de hogar se está incrementando. La comunidad rural también tiene una carga significativa, ya que los que se infectan con el virus de las áreas urbanas suelen regresar a sus aldeas cuando se enferman para que las familias los cuiden. El VIH/SIDA impone un estrés significativo sobre la familia, en la producción de alimentos, el empleo y el acceso a la alimentación. La falta de cuidado adecuado para esta enfermedad y otras situaciones, como el recorte en programas de extensión rural que antes proveía servicios de salud en las áreas rurales, han incrementado la carga de trabajo de las mujeres y están amenazando la seguridad alimentaria. El incremento de mujeres jefas de hogares está vinculado con la mezcla de desafíos relacionados con la producción, el suministro y la oferta de alimentos. Por ejemplo, las mujeres son las encargadas principales de aproximadamente un tercio de los hogares rurales en la África sub-Sahariana. El hecho de que el hogar encabezado por una mujer tiene menor tierra y capital que los dirigidos por hombres significa que el incremento de hogares con mujeres a la cabeza está correlacionado con un aumento de la inseguridad alimentaria y de la desnutrición en general. La agricultura de riego utiliza aproximadamente 70 por ciento del uso total de agua en el mundo; en muchos países de bajo ingreso esta proporción llega hasta 90. Al mismo tiem-
FOTO: Diana Hernández C.
SOBERANÍA ALIMENTARIA Y DERECHOS DE LAS MUJERES po, el agua disponible para la agricultura está en declive por la combinación de una disminución en la disponibilidad del líquido de buena calidad y una mayor competencia para el agua disponible. Tradicionalmente, las mujeres en el sector rural también buscan y transportan el agua, y han tendido a atravesar mayores distancias para encontrarla. Las mujeres indígenas enfrentan desafíos particulares como uno de los sectores más empobrecidos y oprimidos de la sociedad. Como guardianas de un conocimiento tradicional, las mujeres indígenas tienen una relación crítica con los recursos naturales, la tierra, el agua y la seguridad alimentaria. Sin embargo, siguen siendo excluidas de las políticas creadas por los modelos dominantes enfocados al crecimiento económico. En donde los gobiernos han confiscado tierra de comunidades campesinas e indígenas usando la fuerza, como en Guatemala, las mujeres han sido víctimas de una variedad de abusos como el desplazamiento, la violación y la tortura. Los derechos de las mujeres y la soberanía alimentaria en apoyo al derecho a la alimentación. Las normas internacionales de derechos humanos, como el Derecho a la Alimentación (ratificado en 1948), el Convenio sobre la Eliminación de Todas Formas de Discriminación Contra las Mujeres (CEDAW, por sus siglas en inglés, adoptado en 1979) y la Plataforma de Acción de Beijing (1995), en vez de servir como la base para políticas micro y macroeconómicas, son casi totalmente ignorados. El ingreso y el espacio político que los gobierno necesitarían para cumplir los compromisos en materia de derechos humanos se disminuyen a causa de las políticas de comercio internacional y de inversión que se están negociando (o que ya han sido determinadas) dentro de las instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o la Organización Mundial de Comercio. En el CEDAW los gobiernos se comprometieron a poner especial atención a las necesidades de las mujeres rurales, a eliminar la discriminación en las áreas rurales, y a asegurar el acceso a la salud, la seguridad social, la capacitación, la educación, los préstamos, la tecnología, el agua, las condiciones adecuadas de vivienda, el saneamiento, la vivienda, el suministro y el transporte para las mujeres. En la Plataforma de Beijing, firmada por todos los miembros de Naciones Unidas en 1995, los gobiernos se comprometieron a asegurar que el comercio no tendría un impacto adverso sobre las actividades económica de las mujeres (tanto nuevas como tradicionales); a realizar análisis de impacto en género en el diseño de políticas económicas para garantizar equidad en oportunidades para las mujeres; a realizar reformas legislativas que aseguren a las mujeres los derechos equitativos en el acceso a los recursos económicos (incluyendo la propiedad, el crédito y la nueva tecnología); a medir el trabajo no remunerado en las parcelas familiares; a reconocer y fortalecer el papel de la mujer en la seguridad alimentaria y como productora, además de apoyar a las mujeres indígenas y revalorar el conocimiento tradicional. Sin embargo, la privatización, la liberalización y las condiciones desiguales de comercio e inversión en el área de la agricultura han llevado al dumping (exportaciones a un costo más bajo que la producción), a la concentración de las corporaciones que distorsiona los mercados, a precios bajos para los productos básicos y a la falta de espacio político. Todo esto ha ejercido un efecto negativo en la habilidad de los gobiernos a cumplir con los compromisos de Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentación (incluyendo los que apoyan los derechos de las mujeres). Parte de un trabajo publicado en la revista Territorios, año 2, número 2, de octubre de 2007, editada por el Instituto de Estudios Agrarios y Rurales de Guatemala. Traducción del inglés de Jill Replogle.
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CAMPESINAS VIOLENCIA
MUJERES INDÍGENAS DEMANDAN JUSTICIA Soledad González Montes
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ué posibilidades tienen las mujeres de acceder a la procuración de justicia cuando sufren violencia conyugal, que es la forma más común de violencia hacia ellas? Una aproximación a la respuesta la tenemos en la Encuesta Nacional sobre Salud y Derechos de las Mujeres Indígenas (Ensademi, 2008), la cual --diseñada por el equipo del Instituto Nacional de Salud Pública que elaboró la Encuesta Nacional sobre Violencia contra las Mujeres (Envim 2003)-- se aplicó a usuarias de los centros de salud del IMSSOportunidades y de la Secretaría de Salud, en ocho regiones en donde 40 por ciento y más de la población habla alguna lengua indígena.
La Ensademi 2008 encontró que, a pesar de la fuerte carga de violencia estructural (caracterizada por la pobreza y la marginación) y de género que sufren las mujeres en las ocho regiones seleccionadas, un alto porcentaje recurrió a las autoridades para poner una denuncia. En el caso de las que sufrieron alguna forma de violencia conyugal en los 12 meses recientes, casi un tercio denunció a los maridos maltratadores, mientras que el porcentaje se eleva a cerca de 40 en el caso de las que sufrieron violencia física y/o sexual específicamente. Esta segunda cifra es más del doble registrado por la Envim 2003 para el conjunto de la población nacional. Denuncia y castigo. Estudios de caso, realizados en diferentes comunidades, han encontrado que por medio de la denuncia las mujeres buscan que las autoridades intervengan para poner un alto a la violencia, que castiguen
a los responsables, que los obliguen a reparar los daños que les han causado, o para que se fijen nuevas condiciones que permitan mejorar la convivencia cotidiana. Las autoridades generalmente están más preocupadas porque las partes lleguen a un acuerdo conciliatorio que por garantizar los derechos de las mujeres y su seguridad e integridad física. Se ha documentado que las autoridades suelen minimizar los problemas presentados por las mujeres y las instan a cumplir con el papel de “buena esposa”, subordinándose al marido “por el bien de la familia” y en particular de los hijos. Peor aún, al igual que los maridos, las diferentes instancias judiciales suelen justificar la violencia conyugal cuando ésta se ejerce para “corregir” a las mujeres por sus supuestas faltas. No sorprende entonces que la lucha contra la violencia se haya convertido en uno de los aspectos centrales del trabajo que realizan las organizaciones de mujeres rurales e indígenas. Ellas han señalado que la violencia, junto con la pobreza, no sólo es fuente de penuria y sufrimiento, sino que también es uno de los problemas más fuertes que enfrentan en sus vidas. Por una parte, les impide tomar decisio-
nes y llevarlas a cabo en el plano íntimo y privado de la sexualidad y la reproducción; por el otro, les dificulta o les impide participar libre y plenamente en la vida pública –en los espacios laborales, organizativos y de gobierno. Conciencia en hombres y mujeres. En la lucha contra la violencia hacia las mujeres las organizaciones utilizan múltiples estrategias: realizan talleres de reflexión, discusión y “sensibilización”, no sólo con mujeres sino también con varones, prestadores de servicios de salud y autoridades; preparan y difunden programas de radio, y discuten los convenios internacionales sobre los derechos de las mujeres y los derechos humanos. Algunas participan en el Foro Internacional de Mujeres Indígenas (FIMI), y desde allí han advertido que la violencia hacia ellas debe definirse “no sólo por la discriminación de género dentro de los contextos indígenas y no indígenas, sino también por un contexto de continua colonización y militarismo, racismo y exclusión social, así como por políticas económicas y de ‘desarrollo’ que aumentan la pobreza.” Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer, El Colegio de México
FOTO: Hernán García Crespo
Un día sin golpes, Sin insultos, sin gritos, sin ofensas,
Paloma Bonfil S.
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s martes a media mañana en un pueblo mazahua de los bosques del Estado de México. Un grupo de mujeres estamos alrededor de un comal. Pasa una señora delgada, camina despacio, tiene el rostro pálido con moretones; se detiene ante una funcionaria del municipio: “Voy donde el doctor. Ayer me… paliza” y sigue su camino, despacio, dolorida. Es esposa de un migrante al que la crisis en Estados Unidos ha traído de vuelta; ha acudido varias veces a las oficinas del municipio a quejarse de maltrato, de que ya no aguanta al señor, que le da asco, que la obliga a hacer lo que ella no quiere. Es un martes límpido, frío y claro, 25 de noviembre. Es día de la no violencia contra las mujeres del mundo. Hace dos años en México se promulgó la Ley General de Acceso para las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, que convierte en asunto de interés público un problema que se consideraba privado, hijo de la mala suerte y las circuns-
tancias personales de cada víctima. Refleja la conciencia madurada por miles y miles de víctimas individuales y personales, compone ya un panorama social imposible de ignorarse. La promulgación de esta Ley también tuvo que ver con la conciencia sobre la crítica situación de inseguridad de las mexicanas. Desde los feminicidios hasta la discriminación en el lenguaje, en los valores y en las relaciones cotidianas, el maltrato contra las mujeres de toda edad y condición tendría que ser hoy una prioridad para la democracia. Así que esta ley sale justo ahora, cuando el país parece secuestrado por la violencia del narco, la de la ampliación de la pobreza y de la desigualdad. La Ley es un retrato de nuestra mala conciencia colectiva; es un pacto que no sólo castiga, sino busca garantizar a las mujeres una vida libre de violencia; aterriza las recomendaciones de marcos internacionales que México siempre ha firmado, y que se estrellaban contra nuestros marcos jurídicos, pero sobre todo, contra la cultura y la práctica políticas del país. La ley no deja espacio a la duda, determina y define las acciones y actitudes de las conductas violentas contra las mujeres, reconoce la necesidad de atender el binomio víctimaagresor para transformar esta relación en ambos extremos. La “ley contra la violencia a las mujeres”, como se le conoce, es un referente de protección para las mexicanas pero ha dejado sin cobijo a las mujeres indígenas, pues no consigna la obligatoriedad de su observancia para las autoridades tradicionales de los pueblos indígenas ¿Qué puede representar este olvido? Las mujeres indígenas han manifestado que un obstáculo para acceder a la protección y defensa de sus derechos en el ámbito comunitario es, precisamente, la falta de canales de atención allí. En las denuncias, cada vez más numerosas a pesar de las dificultades, se muestra que las autoridades comunitarias –tradicionales y civiles– siguen siendo contrarias a sus demandas.
sin humillaciones...
“¿Qué cosa podemos esperar, si ellos también son hombres y se cuidan y protegen y nomás nos dicen: ‘aguántate’; o ‘qué hiciste para que se enojara’? Y cuando sí nos hacen caso, nosotras pagamos el pato porque tenemos que buscar de dónde sacar para la multa y cuando los esposos regresan del encierro, están más enojados que antes y nos va peor.” Los espacios comunitarios –indígenas– de autoridad y toma de decisiones están fundamentados en una idea cultural de las funciones y atribuciones de género, del lugar que toca a unos y otras en el poder, el respeto y las formas de trato. Ciertamente, ninguna cultura indígena proclama la violencia contra las mujeres como rasgo propio, por el contrario, hay unas que incluso señalan que esta práctica es herencia del colonialismo. A pesar de eso, los códigos sociales proponen la autoridad de los varones sobre las mujeres y las estructuras de autoridad, decisión y protección, responden a esa división de funciones. La violencia es hoy también un problema importante para las mujeres indígenas. El respeto a la madre tierra y a las figuras de la fertilidad y la vida que se asocian a ellas no corresponden al trato y las oportunidades que se les dan. La tristeza, la depresión, la baja autoestima, el miedo y la derrota son algunas de las enfermedades del alma que muchas mujeres padecen y para las que buscan alivio en las plantas. La violencia emocional es la menos atendida institucionalmente. “La tristeza es una enfermedad que se mete en el cuerpo: pesan las piernas y se cansan los brazos, la cabeza parece como si no tuviera agarradera, la mirada se pierde y la voz se quiebra. Una como que se va quedando entumida y las ganas de vivir se apagan, igual que el carbón en el comal. Da coraje haber nacido, ya ni los cerros, ni los borreguitos y a veces ni siquiera los hijos que una anda cargando calientan ni el corazón ni la mañana. Como que ya no es uno nada.” Integrante de GIMTRAP amantina2007@gmail.com
¿Cómo se distribuyen los subsidios al campo en México? ¿Quién recibe cuánto y en dónde?
Visite la página: http://subsidiosalcampo.org.mx
11 de diciembre de 2008
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CAMPESINAS ser indígena en guatemala Wendy Santa Cruz
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n Guatemala ser mujer, indígena, campesina y vivir en el área rural se vincula estrechamente a condiciones de vida precarias, pobreza, dobles y triples jornadas de trabajo, falta de reconocimiento de sus aportes en todos los ámbitos y tener que enfrentarse a una recurrente violación de sus derechos más fundamentales. En un contexto neoliberal, esta situación tiende a agudizarse y las indígenas y campesinas con su organización y múltiples luchas están haciendo aportes para transformar esa realidad. Aproximadamente 64 de cada cien guatemaltecas viven en el área rural y de ellas 59 por ciento son indígenas, la mayoría de origen maya. Gran parte de la población femenina rural económicamente activa se dedica a actividades vinculadas a la agricultura, caza, silvicultura y pesca, aunque también son importantes el comercio por mayor y menor, los servicios y el trabajo en la industria manufactura textil y alimenticia. Múltiples jornadas. La vida de las campesinas está determinada por su relación y trabajo con la tierra, la cría y venta de animales, que constituye su medio principal de sobrevivencia. Con variantes, dependiendo de la región del país que habitan, efectúan actividades agrícolas vinculadas a la preparación del terreno, siembra, limpia, abono, cosecha, traslado, venta, selección y almacenaje de semillas para próximas cosechas; la cría y venta de aves, cerdos, vacas, etcétera. Sin embargo, su labor no se limita a lo anterior, ya que además de las labores agrícolas y pecuarias, realizan otras actividades para complementar los ingresos familiares, como las artesanales y preparación y venta de alimentos, entre otras. Su aporte es fundamental, ya que contribuye y garantiza la subsistencia de la familia y la unidad productiva. Asimismo se encargan del trabajo doméstico y desarrollan actividades comunitarias, asuntos vinculados a la educación, la salud, los servicios básicos y tendientes a la solución de necesidades concretas. Por otra parte, en años recientes se ha incrementado el número de campesinas que desarrollan un rol como promotoras de actividades para mujeres, que ejercen
cargos de representación en grupos locales y/o participan en organizaciones de carácter nacional. También participan en movilizaciones y efectúan diversas acciones que buscan solución a múltiples demandas. Carencias. A pesar de todos estos aportes y pequeños avances, continúan siendo sujetas económicas, sociales, políticas y culturales sin reconocimiento. Las desigualdades, discriminación, abandono y falta de información que rodean sus vidas desde su niñez implican una serie de desventajas, grandes sacrificios y carencias: dependencia de las decisiones de otras personas sobre sus vidas, menos educación, violencia, mala nutrición, menor salario, acceso más restringido a la tierra y otros recursos, entre otros. Con la organización, los procesos de formación y sus múltiples luchas cotidianas, muchas mujeres campesinas han tenido la posibilidad de comprender y analizar cómo el trabajo reproductivo se vincula estrechamente con los procesos de producción y acumulación de riqueza, el papel del Estado y la reproducción de un modelo económico explotador en la sociedad. Es justamente en la división sexual del trabajo que el patriarcado y el machismo se relacionan con dicho modelo, donde lo principal constituye las ganancias que unos pocos puedan adquirir, dejando fuera de posibilidades para una vida digna a la mayor parte de la población. De tal cuenta han desarrollado agendas y propuestas para contribuir a transformar sus realidades. Las mujeres campesinas e indígenas han jugado un papel fundamental en la lucha, algunas incluso han resultado afectadas con órdenes de captura como ha ocurrido en Sololá y San Marcos, departamentos ubicados al oeste del país. A pesar de los problemas que enfrentan, el intercambio les ha permitido ir analizando que de esa defensa depende buena parte del futuro no sólo de ellas como campesinas sino de las y los guatemaltecos en general y de toda la humanidad. Ellas están reivindicando un desarrollo rural que tome en cuenta lo humano, social, cultural, económico y ambiental; la redistribución equitativa de los recursos entre mujeres y hombres, pobres y ricos; que no sea patriarcal ni racista y que valore la vida comunitaria y la recuperación y conservación de los recursos naturales.
Migración de mujeres poblanas a Nueva York: ¿cambian las relaciones de género? Josefina Manjarrez Rosas
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n México cada vez más mujeres emigran a Estados Unidos. Antes, el perfil más común del migrante era masculino, casado o unido, de mediana edad, proveniente de zonas rurales del occidente del país. Hoy no sólo ha cambiado este perfil, sino que otras regiones nutren el flujo migratorio hacia el país del norte. Una de ellas es el Valle de Atlixco, Puebla, de donde sale mucha gente a Nueva York. Las primeras emigrantes de San Juan Huiluco, comunidad nahua del municipio de Huaquechula, ubicada en el Valle, se dio a mediados de los años 80s. Era una migración de retorno. A partir de los 90s, las mujeres que se van son más jóvenes, con mayor nivel educativo, recién unidas o casadas, y su estancia en aquel país es más prolongada debido al fuerte control de la frontera. ¿La migración contribuye a modificar las relaciones de género? ¿Los cambios son benéficos para las mujeres? Sobre la experiencia laboral de las mujeres en Estados Unidos, varios estudios dicen que puede potenciar cambios positivos para ellas, debido a que salen del espacio privado y logran mayor libertad, a que tienen un salario y toman decisiones sobre su dinero, y a que amplían su capacidad de negociación con los hombres sobre labores domésticas. Efectivamente, las huiluquenses asentadas en Nueva York se han incorporado al mercado laboral y comparten más las tareas domésticas con sus cónyuges. Sin embargo, ellas no
siempre se incorporan de inmediato al trabajo y cuando lo hacen la mayoría se integra a mercados laborales segmentados, sobre todo a los servicios de cuidado (niños, ancianos, trabajo doméstico); labores precarias, mal pagadas, con horarios extenuantes, en las que se ocupa un gran número de mujeres migrantes en Nueva York. La migración también produce cambios en las sociedades de origen, ya de suyo sometidas a vertiginosas modificaciones, lo cual acelera los cambios intergeneracionales. Si bien no hay plena equidad de género, el que en Estados Unidos los hombres realicen parte de las labores domésticas flexibiliza la distribución de éstas en la comunidad, sobre todo entre parejas jóvenes. Hoy, algunos hombres dan de desayunar a sus hijos e incluso planchan su ropa. La violencia en las relaciones de género se modifica también: varios autores han documentado que en el imaginario de los hombres de la comunidad, la protección legal de las mujeres contra la violencia doméstica en Estados Unidos se liga a su independencia y autonomía; los hombres dicen que no pueden pegarles porque ellas podrían llamar a la policía. Esta legislación ha impactado a varones y mujeres que poco antes asociaban los golpes a una mujer con el “ser hombre”. No sólo se reduce la violencia física sino el control sobre las mujeres. Pueden salir solas. En los relatos de los primeros hombres que migraron hacia Estados Unidos e incluso de mujeres que nunca han migrado, se percibe la creencia de que allá las mujeres pueden hacer lo que quieran.
No siempre es posible recurrir a la legislación protectora, muchas veces la violencia no se denuncia por miedo a la deportación. En lugar de estar empoderadas, las migrantes tienen que decidir entre aguantarse, o parar la violencia de sus parejas arriesgando su estancia en Estados Unidos. Aun cuando las huiluquenses no reportan casos de violencia física, sí la cuestionan abiertamente y expresan un nuevo ideal del matrimonio, de mayor compañerismo; también sus parejas se manifiestan a favor de una relación más equitativa y de cariño. Finalmente, hay preguntas sobre la “liberación sexual” de las mujeres que emigran. Mecanismos de control, que parecen muy arraigados en la comunidad, sufren un relajamiento cuando hombres y mujeres residen en Estados Unidos. Allá resulta más fácil socializar y tener relaciones sexuales a pesar de los chismes que viajan trasnacionalmente. Las jóvenes solteras pueden tener novio más rápido y pueden salir con él porque no están sus padres para impedirlo, pese a que exista una red de parientes que vigilan sus acciones y a que persiste la idea de mantener la virginidad hasta el matrimonio. En síntesis, la migración ha potenciado cambios positivos en las relaciones de género en la comunidad. Las mujeres solteras han ganado cierta independencia en Nueva York, aunque sigan operando reglas que impiden la transgresión de lo establecido. Las huiluquenses mejoran su condición de género, a pesar de su estatus indocumentado y a la naturaleza del trabajo que realizan en una ciudad global como Nueva York. Doctora en sociología por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesora en la Universidad Iberoamericana-Puebla jmanjarrez21@yahoo.com.mx.
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ALFARERA “SURREAL”
FOTOS: Eli Bartra
DE LAS MUJERES
DE OCUMICHO Eli Bartra
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l origen del nombre de Ocumicho es tan controvertido como el del pueblo o el de las actividades productivas y artísticas de sus más o menos tres mil habitantes. Hay quien afirma que ocumicho significa lugar de curtidores, que es lo que fue, al parecer, pero los hombres abandonaron esa actividad después de la Revolución de 1910. En la actualidad, ya no se curten pieles ni se talan árboles, pocos árboles hay para talar. La principal actividad es el arte de las mujeres, la alfarería, que se desarrolló a partir de 1920 justamente al declinar el curtido de pieles. Se cultivan unas tierras, las que quedan tras una larga historia de despojos de los bienes comunales, y se aprovecha la escasa madera que se encuentra. Los hombres han estado emigrando al norte, hoy es probable que también esa faena se vea afectada por la crisis en el vecino país por lo que las casas de tabique serán aún más escasas. Existe la leyenda de que un tal Marcelino Vicente (nacido alrededor de 1940 y muerto a fines de los 60s) fue quien dio un fuerte impulso creativo a la alfarería y les “enseñó”, con el ejemplo, a las mujeres del pueblo. Dicen que era un hombre muy raro (desde el posmodernismo, hoy dirían tal vez queer); vivía solo, hacía sus tortillas y se dedicaba a trabajo de mujer: la alfarería. Relatan que él fue el primero en hacer diablos, que en el presente es la figura más características de la alfarería del pueblo. Los ocumichos representan una de las expresiones de arte popular más sofisticadas de México. De ahí, quizá, que se intente demostrar por todos los medios posibles que las mujeres indígenas no los inventaron y que tampoco son hoy en día producto casi exclusivo de su fértil imaginación. Se habla una y otra vez de las influencias externas, se intenta demostrar también que la idea de los diablos vino de afuera y que hacen piezas eróticas porque las calcan de revistas extranjeras. Esta actitud es muy común frente al arte popular y, en este caso, al ser un arte de las mujeres indígenas cierta gente intenta mostrar ante todo a los pocos hombres alfareros como los maestros. En esta comunidad purépecha se hace gran variedad de piezas: desde silbatos y alcancías de mil formas, hasta vírgenes, huares (mujeres vestidas con el traje tradicional), escenas de la vida cotidiana, carruseles, soles, lunas, animales, sirenas, últimas cenas, nacimientos y... diablitos. El tamaño de las piezas va desde pocos centímetros hasta medio metro. Muy a menudo los temas se entrecruzan. Hay últimas cenas con puros diablitos; las hay con sirenitas, trece sirenas muy sentadas con Jesús. Hay diablitos que son alcancías y otros no. Hacen también máscaras de diablo, de negritos, de viejitos. Al recrear las escenas de la vida diaria, bodas, partos, operaciones, campesinos en el campo... moldean piezas que podrían
parecer surrealistas pero que, de hecho, son más bien realistas. Hay una, por ejemplo, que representa a un campesino sentado en su milpa con un burro muerto y despanzurrado y, en un primer plano, una calabaza con agujeros, ambos llenos de enormes gusanos. No se trata de un sueño o de un acto de creación surrealista deliberada como hubiera podido hacer Luis Buñuel, es la recreación de su ser en el mundo, de la vida y la muerte que las rodea. En este sentido es que algunas de sus piezas estarían más cerca de la crudeza realista con la que pintó Frida Kahlo, por ejemplo, que de las visiones surrealistas de Remedios Varo o Leonora Carrington. Otras, creo que podrían entrar de plano en el terreno de lo irreal o lo “surreal”, si se me permite decirlo así. Los diablos representan, sobre todo, escenas de la vida diaria imaginaria o religiosa. Los diablitos van en bicicleta, cantan, bailan, tocan, se montan en autobuses, en aviones, beben, manejan camiones de Coca Cola, aparecen en últimas cenas, practican cesáreas en quirófanos, hacen el amor... pero, sobre todo, se ríen. Éstos están inspirados, al parecer, en los danzantes de carne y hueso del pueblo que se disfrazan de diablos, ermitaños y negritos y salen durante las pastorelas de Navidad. Una gran mayoría de los diablitos tiene elementos fálicos en la boca, muy a menudo comen plátanos, elotes y pescado, o tocan la flauta, la trompeta, y se ríen a carcajadas. Y frecuentemente se hallan en posiciones de abrazo amoroso o montados en otra figura, que puede ser una tortuga, una sirena o cualquier otra cosa. Hay algunas figuras realizadas con mayor destreza que otras; es lógico, hay artistas más hábiles y más imaginativas que otras. La cocción del barro no es a muy alta temperatura, de ahí que sean piezas extremadamente frágiles. Se cuecen en el horno, se sacan, se pintan y, al final, se barnizan. Ellas, en general, prefieren no barnizar las piezas, pero la gente que las compra las prefiere barnizadas y, a menudo, la complacen. Las pinturas que usan son anilinas con cal, pinturas vinílicas y de aceite. Emplean los colores puros sin mezclarlos y son chillantes como los propios vestidos de las mujeres. En Ocumicho hay una clara división del trabajo. Las mujeres son las artistas y los hombres (hijos, compañeros), a veces, cuando están, las “ayudan”. Traen el barro, colaboran en la pintada de los “monos”, en la venta. Sin embargo, empezando por el famoso y mítico Marcelino Vicente, hubo y hay algunos alfareros hombres. Son justamente los que tienen más fama y de quienes se conocen mejor sus nombres, sus vidas y milagros y con base en ello se crea una imagen un tanto distorsionada de la realidad. Se da a entender que ellos son los auténticos maestros tanto de sus propias esposas como de todo un pueblo de alfareras. Lo que puede apreciarse actualmente es que los hombres se están incorporando cada vez más en el proceso de
creación de las piezas; pero aprenden ya de grandes porque en la socialización de los niños no se encuentra el aprendizaje de la técnica, en cambio de las niñas sí. Estas figuras de barro se comercializan principalmente fuera de la comunidad, no hay compradores de piezas terminadas dentro del propio pueblo, aunque hay mujeres que compran piezas sin pintar y ellas las terminan para así venderlas. Este hecho, en general, es mal visto en el pueblo. En 1989 Mercedes Iturbe encargó a las artesanas una serie de figuras que representaran la Revolución Francesa para conmemorar los 200 años del suceso. Las piezas fueron llevadas a París a una exposición en la Casa de México. En 1992 se repitió la experiencia con motivo del V Centenario de la llegada de los españoles a América; mostraron a las artesanas antiguos grabados europeos sobre la Conquista, fotografías de fragmentos de murales mexicanos del siglo XX, fotografías de códices y se les encargó que los reprodujeran en barro. De hecho, aunque en ese año se conmemoraba la llegada de los españoles a América, a ellas se les indicó que se abocaran a la tarea de reproducir escenas de la conquista de México por Hernán Cortés y su ejército. En 1993 se inauguró en Barcelona, en el Museo Etnológico y después en el Museo de Arte Moderno del DF, una exposición con unas 30 piezas bajo el tramposo título de “Arrebato del encuentro”. Estas figuras son una clara expresión de sincretismo cultural. Las artistas vieron los modelos y luego ellas los “tradujeron” lenguaje con el que comúnmente se expresan en sus obras; preciso es comentar que la fidelidad al original deja todo que desear y casi no se establece negociación alguna en este proceso de traducción por lo que Humberto Eco lo denominaría más bien “interpretación”. Profesora-investigadora, g UAM-X