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La imagen

EN LA ACTUALIDAD, SE afirma con exagerada frecuencia que vivimos en un mundo de imágenes; que nos movemos en realidades virtuales; que los íconos con que nos nutren la televisión, el Internet y otros instrumentos electrónicos modernos hacen que confundamos realidad y fantasía; en suma, que las imágenes virtuales nos han enajenado y nos dominan. Por desgracia se olvida, con frecuencia también, que la palabra produce imágenes virtuales, que es la herramienta virtual por excelencia y que proporciona, entre otras cosas, la posibilidad de evocar tanto una situación como una persona, igual una idea que un paisaje o un amor, y que las palabras y la disputa por ellas genera querellas personales y guerras entre los pueblos.

La palabra evoca, construye una realidad virtual, hacer imágenes y la poesía posee como una de sus funciones la de crear imágenes. La voz española imagen viene

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de la raíz latina imago, -inis que traduce la voz griega εἰκών (icon) y guarda estrecha relación con el verbo imaginar: ícono, imagen reproduce algo que parece existe en la realidad. De ahí que se asocie a la facultad de imitar. Sin embargo, en la poesía, la imagen es una creación novedosa: impone una visión distinta de lo que acaso vemos todos los días. He aquí algunos ejemplos de imágenes poéticas (que se diferencian, como examinaremos, de las metáforas).

En Góngora hallamos multitud de imágenes. Citemos las que pertenecen a una de las octavas por las que le dedica la “Fábula de Polifemo y Galatea” al Duque de Niebla, su benefactor:

Templado pula en la maestra mano el generoso pájaro su pluma, o tan mudo en la alcándara que en vano aun desmentir al cascabel presuma; tascando haga el freno de oro cano del caballo andaluz la ociosa espuma; gima el lebrel en el cordón de seda, y al cuerno al fin la cítara suceda.

Estos versos, dispuestos en una octava, han sido construidos mediante un artificio lingüístico específico: el modo subjuntivo del indicativo, suprimiendo, sin embargo, la preposición que… El poeta le pide al Duque algo preciso: que escuche el poema que le

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dedica y que abandone, al hacerlo, el ejercicio de la caza. Todas las imágenes tienden al mismo objetivo: primero, que el ave de cetrería (halcón, azor, milano, gavilán), el pájaro generoso que le entrega la presa a su amo, descanse en la mano maestra y allí, con el pico, pula su pluma; segundo, que el ave permanezca en la alcándara, la percha en la que se guardan las aves de cetrería y en ella, pese a que intente desmentir al cascabel que cuelga de su pecho, lo haga sonar con el movimiento de su cabeza; tercero, que el caballo andaluz permanezca amarrado y tasque el freno hasta convertir en plata el oro que lo recubre (transformado por la espuma blanca que sale de su boca); cuarto, que el lebrel quede sujeto; quinto, por último, que al cuerno le suceda la cítara. En ese último verso, en vez de imágenes, Góngora se vale de dos metáforas: la cacería es sustituida por algún objeto que la representa, el cuerno, y la poesía se sustituye por la cítara, el instrumento músico propio de ese arte. Así proceden los poetas: por medio de imágenes y de metáforas, sustituyendo una palabra por otra, otorgando nuevos significados a palabras que parecen gastadas. Veamos otros casos.

Escribe García Lorca:

y un horizonte de perros ladra muy lejos del río.

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El hallazgo poético de estos versos radica en unir los ladridos de los perros con la figura del horizonte. Un horizonte de perros: pero, ¿alguien ha visto jamás un horizonte así? Nadie, tal vez, pero el poeta lo imagina de ese modo: son tantos los ladridos de los perros en la noche, que semejan, a lo lejos, todo un horizonte, un largo sonido de animales que se oye cuando conduce a la casada infiel hasta el río.

Examinemos otro ejemplo del mismo poeta, García Lorca. La Guardia Civil ha entrado, a saco, en Jerez, la ciudad de los gitanos. Ha quemado casas. Calcinados, los pilares de las casas se derrumban y con ellos sus techos. ¿Qué se guarda en pie? Nada, muy poco. El poeta inventa, por decirlo así, una imagen de enorme fuerza:

Cuando todos los tejados eran surcos en la tierra…

Los techos de teja yacen en el suelo: semejan surcos, como los que traza el arado en la siembra. Pero en vez de decirlo de modo directo, el poeta inventa unos versos que sugieren con fuerza la destrucción de las casas por el fuego. Los versos dicen y evocan más, con esta imagen, que la palabra directa. No es una descripción, es una creación verbal, una imagen.

Los poemas que forman el Romancero gitano, de García Lorca, están escritos en octosílabos, la forma

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tradicional, popular, de la poesía española. A pesar de esto, sus hallazgos musicales, sus imágenes y metáforas, audaces y novedosas, inscriben este libro en la revolución moderna de la poesía española. Esa audacia culmina en Poeta en Nueva York, primero y, luego, en Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Quiere decir que el vino nuevo se puede arrojar en los odres viejos, o sea, que se puede renovar la poesía dentro de las estructuras habituales. También veremos ejemplos de estos cambios más adelante, cuando examinemos cómo se renuevan los sonetos al utilizar imágenes audaces.

Tomemos otro ejemplo, ahora del poeta Carlos Pellicer. Es el atardecer y el poeta se halla, sentado, al borde de un cultivo de maíz, en diálogo con el “hermano sol”, cuya luz toca las espigas:

Tiene la milpa edad para que hicieras con puñados de luz sonoros tramos.

Adviértase que el poeta ha conjugado, en la imagen, dos sentidos distintos: la luz del sol, que es arrojada al azar, a puñados, produce tramos, o sea, porciones de diseño geométrico que tienen, además de luz y de color, un determinado sonido: parece que se pudieran escuchar, son tramos sonoros. Luego, el poeta dice (al sol con el que dialoga):

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Si en la última piedra nos sentamos verás cómo caminan las hileras y las hormigas de tu luz raseras moverán prodigiosos miligramos.

La luz del sol, la tarde, las espigas: movimiento que semeja el de hormigas que movieran miligramos de luz nacidos del maíz: partículas que danzan, maravilla de colores y sonidos, los minúsculos granos de la luz solar, un cúmulo de hormigas, miligramos prodigiosos. ¿Es acaso necesario subrayar el hallazgo que priva en estos versos, una creación verbal, insólita, de Carlos Pellicer?

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