El martirio de mi vida Sé que estas dolida. Sé que no te lo esperabas, pero escúchame ¿qué pretendías? ¿qué me siguiera bancando el maltrato al que me tenes sometido hace veinte años? Sí, sí. No pongas cara de “no puedo creer lo que me estás diciendo”. Sos tan manipuladora que primero me tratas como el culo y después das vuelta las cosas y me queres hacer sentir culpable de que no te comprendo, que no te tengo paciencia. ¡Vos me haces reír Claudia! Yo no sé cómo haces, pero tenes el don de romperme las pelotas cada vez que paso por esa puerta. ¡Sos insufrible! No puedo tener una conversación medianamente normal con vos sin que trates de hacerme sentir un pelotudo con tus planteos filosóficos. ¿Quién mierda te crees que sos? Me agotás refregándome en la cara que sos universitaria, que fuiste el primer promedio de tu clase, que no te comprendo porque apenas terminé el secundario, que tengo el mismo razonamiento de un orangután. Flaca: que te quede claro que este orangután pone todos los días la comida en la mesa, paga los impuestos y te llena el ropero de pilchas. Estoy re podrido que te creas la dueña de la verdad. Mi vieja tenía razón. El día que te conoció me dijo: “Julito: esta chica es brava”. ¡Una sabia mi vieja! Pero claro, yo estaba tan caliente que no la quise escuchar. Ahora me doy cuenta de todo. Ya desde pendeja eras una histérica. Me tuviste como un año entero atrás tuyo haciéndote la linda, la que “quiero pero no quiero” y no sé cuántas pelotudeces más. Me tenías caliente como una pava y claro; caí como un boludo. Me alejaste de mi familia, me alejaste de mis amigos. Ya no hago nada de lo que antes me hacía feliz. Cada vez que iba a jugar al fútbol con los muchachos cuando volvía era un drama. Que por qué se te hizo tan tarde, que anda a bañarte que apestás, que no ensucies la alfombra con los botines, que tuve que cenar sola. ¿Nunca se te ocurrió preguntarme al menos si había ganado? No, ni en pedo. Para vos lo único que cuenta es lo que te pasa a vos, los otros que se mueran. A lo de mi vieja no fuimos más a comer. Cada vez que íbamos terminabas enroscada en alguna discusión con mi hermana o le criticabas la comida a mamá. Que “tenes que cocinar con menos sal”, que “¿se te quemó el tuco suegra?”. Nunca un gracias por invitarnos, nada. No se te iba a escapar un halago ni por equivocación. Si hasta hiciste calentar a mi hermano, que es un santo. ¡A Raúl! También, le rompiste tanto las bolas preguntándole que por qué no conseguía trabajo, dándole consejos de cómo tenía que armar un curriculum. ¿Un curriculum Claudia? Si mi hermano es mecánico, ¿de qué curriculum me hablás? Lo pinchaste tanto que aquel, que es más bueno que Lassie, te escuchó y te escuchó y no te dijo nada hasta que lo colmaste cuando le dijiste que en pijama y tomando mate no iba a conseguir trabajo tan fácil. Pero ¿quién te pidió un consejo Claudia? Menos mal que todavía tengo reflejos y me vi venir el sopapo de la mujer. Te corrí justito. Si no, todavía estabas con la cara hinchada. Mirta tiene una mano que si te alcanza te borra todos los dientes de una sola vez. No me olvido más de ese día. Ese domingo, con lágrimas en los ojos, la viejita me dijo que no te llevara más. “Ya no es bienvenida” me dijo con la voz quebrada. Y vos, como si nada. Cuando me subí al auto, pusiste cara de sorprendida y me dijiste: “No sé por qué tanto escándalo. Ya veo a quién salís. Claramente a tu familia no le gusta escuchar verdades” ¿Verdades? ¿Y quién te erigió en paladín de la verdad? ¿Quién te crees que sos? ¿Quién te dio el derecho para hablar de lo que no te importa, de opinar sobre la vida de los otros? Al final, te saliste con la tuya. Después de tanta mala onda, rompiste con una de las pocas tradiciones familiares que me quedaban. Ahora los domingos son una joda: cambié los ravioles con tuco y el fútbol por una ensaladita del orto y una tarde de cine independiente que no entiendo un carajo. Sí, porque soy un orangután, un rústico, como vos me decís, y ¿qué?
Pero por lo menos yo tengo amigos que me quieren. Vos estás más sola que un cactus. Decime ¿cuándo fue la última vez que una amiga te llamó para tomar un café? Si ni amigas te quedan. ¿Julia? ¿Julia, me decís? ¿Te acordas la última vez que vino a visitarte? Ah no te acordas. Bueno te refresco la memoria. La última vez que vino antes de decirle “hola”, le preguntaste por qué había engordado tanto. Sí, no me digas que no. ¡Yo estaba presente! No me lo contaron. La pobre se puso roja como un tomate y no se animó a probar ni una de las medialunas que había traído. Y eso que yo le insistía: “Dale Julia, agarra una medialuna, te va a caer mal tanto mate con el estómago vacío” y vos encima, tan yegua, me decías “no insistas, no insistas si no quiere. Dejala tranquila que quizás quiere cuidarse”. Sí sí, no me la quieras cambiar ahora. Por algo no apareció más por acá. Encima cuando se iba le pasaste el número de teléfono del nutricionista que hizo adelgazar a tu prima. Si ella no te había pedido nada. ¿Para qué le diste el teléfono? Esa tarde Julia se fue tan angustiada que cuando le bajé a abrir me dio no sé qué y le dije que estaba muy linda y ella me aclaró que seguramente su gordura era culpa de la menopausia. ¡Pobrecita! Estaba tan descolocada que me empezó a contar que hacía como tres meses que no le venía. ¡A mí! Que la charla más profunda que tuve con ella fue cuando me pidió el número del pintor. ¡Sos tan mala Claudia! Y lo peor es que recién ahora me doy cuenta. Pero ¿sabes qué? Te tengo una noticia: no te banco más. Me agotaste. No soporto más tus caprichos, ni tu mala onda, ni tu cara de ojete, ni tus planteos. Tengo ganas de llegar y que alguien me reciba con una sonrisa. Ya ni me acuerdo tu sonrisa Claudia. Estas tan amargada que parece que tu único propósito es cagarme la vida a mí. Estoy cansado de dar vueltas con el auto retrasando la llegada a casa para no verte, para no escucharte. Cuando entro al garaje, me empiezo a quedar sin aire. Para cuando subo al ascensor siento que la cabeza me pesa. Pongo la llave en la puerta y respiro hondo antes de encontrarte. Si pudiera, no te vería más Claudia. Pero sos tan inteligente que me haces sentir culpable hasta de dejarte. De saber que mal o bien te dedicaste todos estos años a estar al lado mío. ¿Qué voy a hacer con vos? ¿Te voy a dejar en la calle? Si nunca trabajaste, no tenes a dónde ir y ni siquiera te queda una sola amiga. Dale Claudia, cambiá la cara. Basta, no llores más. Me hace mal verte así. Dale, Clau, preparate unos mates que me doy un baño y miramos la película francesa esa de la que me hablaste.
Georgina West