El mundo tiene tu aroma.
Los cumpleaños me entristecen. Tiñen todo de un gris plomizo, gris de ausencia. No quiero salir de mi cama. Si pudiese manejar el tiempo, hacer correr las manivelas del reloj, despertaría mañana. Un día anónimo. Un día cualquiera. Un día más… Los llamados telefónicos acechan, perturban, molestan. Las disculpas ante la ausencia de festejo, brotan de mis labios en forma automática: estoy atareada, estoy cansada, estoy agotada. Mentiras descaradas. Excusas vanas. Todos conocen el porqué de mi tristeza, el porqué de mi tormento. Ayer, hoy, mañana. Los días pasan lentos y tú no regresas. Mi existencia se transformó el día en que te has ido. Las risas escaparon por la ventana como ingratas mariposas llevando los colores de mi vida pegados a sus alas. Ya nada es igual. Te extraño tanto que me pesan los párpados. Solo quiero dormir… Suena el timbre. No pienso salir de mi guarida. Sólo tengo mi escudo de sábanas blancas, al que me aferré el día que cerraste la puerta. Suena el timbre nuevamente. Su sonido perfora mis tímpanos desnudando mi cárcel autoimpuesta. Me siento invadida, atropellada, vulnerada.
Silencio… Contengo la respiración. Bajo mis pulsaciones, no quiero que ningún ruido me ponga en evidencia. Inspiro suavemente, exhalo silenciosamente. Silencio… Un sonido familiar entrecorta mi rítmica danza de vida. Tres golpes a la puerta. ¿Acaso eres tú? Mis músculos se tensan. Descubro mi cara corriendo suavemente el blanco velo que la protege. Mis oídos están alerta. Tres golpes a la puerta. ¿Acaso has vuelto? Lentamente comienzo a caminar hacia la puerta, temerosa como un animal herido. Tres golpes a la puerta, y ahora tu voz pronunciando mi nombre. Mi alma da un brinco y se mete en mi pecho, cansada de esperar tantos años sentada junto a la foto que nos tomamos aquel verano. Mis manos temblorosas giran el picaporte. Abro la puerta y ahí estás; sonriente, lleno de luz y color, con un ramo de violetas en la mano. Te acordaste: mis flores preferidas. Del bolsillo de tu saco asoma un panfleto del circo aquél que te arrancó de mi lado. Extiendes tu mano hasta encontrarla con la mía. ¿Una burla del destino, o una invitación a ser parte de tu vida? Te abrazo, te beso. Hueles a tilo fresco. Hueles a nostalgia. Hueles a vida.
Corro a ponerme el vestido lila que me regalaste aquella tarde en que nos besamos por primera vez. Te espío a través de la puerta. No te vayas. No me dejes. Ya estoy lista. Tomas mi mano y corremos por las calles del pueblo mientras los últimos rayos de sol imprimen de un cálido anaranjado nuestra aventura. Legamos a tu mundo. Llegamos al circo. Llegamos a tu destierro. Las piernas nos tiemblan y el corazón nos da brincos dentro del pecho. Que felicidad. Estoy viva. Nos sentamos a un costado de la pista. No sueltes mi mano, por favor no lo hagas. La pista se ilumina y tu padre con su inconfundible capa roja, da comienzo a la función. Payasos, malabaristas, domadores y trapecistas desfilan ante mis ojos. Tu madre, bella y majestuosa, me saluda detrás del telón de terciopelo. Disfruto de cada acto, de cada prueba, de cada momento. Embriagada de gozo, me duelen las mejillas de tanto reír. Te miro una vez más, para comprobar que estás ahí, que no eres una broma cruel de mi mente. Si, estás ahí. Saludo final. Me aferro a tu mano. Se apagan las luces. No quiero que esta felicidad termine. Me tomas del brazo y nos dirigimos lentamente a la salida. Acerco mi cara a tu cuello. Te huelo. Quiero imprimir en mi memoria tu aroma a hierba. Atravesamos la calle y nos
sentamos sobre la rama de un árbol, que como un palco natural nos brinda la otra cara de tu mundo. Me cuentas de los lugares que recorriste y me besas. Me cuentas que me extrañaste y me besas una vez más. Nos quedamos en silencio. ¿Han pasado horas o minutos? A tu lado nuevamente pierdo la noción del tiempo. Extrañaba esta entrega infinita. Noche clara en el campo. Una luna brillante, blanca y enorme, baña la lona roída del circo. Silencio críptico, sepulcral. Los artistas ya duermen en sus carromatos, cansados, agotados, sudorosos. El calor invade los sueños volviéndolos densos, lujuriosos, ardientes. El perfume a tilo y violetas impregna el aire, sepultando el hedor cotidiano de las bestias. Noche mágica. Noche voluptuosa. Noche inolvidable. Te beso suplicándote en silencio que no me abandones. Tus besos saben a miel. Mis besos saben a incertidumbre. Caminamos de regreso por las calles desiertas. Sólo el sonido de nuestros pasos, acompañan rítmicamente nuestra despedida. No sueltes mi mano, no quiero perderte. Al llegar al umbral de mi prisión, siento que envejezco. Tu mirada me atraviesa el alma. ¿Acaso es lo que yo creo? ¿Acaso tú también me has extrañado? ¿Acaso tú también me amas como yo te amo?
El corazón habla a través de los ojos. Entramos corriendo por última vez a mi dormitorio. Estas ahí. Estoy aquí. Miro a mi alrededor y los colores bañan nuevamente las paredes antes desnudas. Estas ahí. Estoy aquí. Nuestras almas se funden hasta dejarnos exhaustos. Las sábanas desordenadas sobre la cama, desprenden un dulce perfume a hierbas. La pasión, el arrebato y la eternidad deciden por nosotros. Atravieso la calle hacia la casa de mi madre. Es muy tarde, no quiero despertarla. No me gustan las despedidas. En mis oídos aún resuenan sus palabras, aquel día que partiste: “Solo tú decides tu destino. Deja que tu alma vuele y te arrastre hasta el lugar del mundo donde encuentres la felicidad.” Aquel verano, mi alma envejecida por el miedo y la pena de dejarla, no supo volar. Hoy es diferente. Hoy me siento joven. Hoy al fin, me siento tu mujer. Miro a mi madre dormir e intento grabar su rostro en mi memoria. Beso su frente marchita por el tiempo. Su piel también huele a tilo. ¿Acaso el mundo entero tiene tu aroma? Dejo en su mesa de noche, el ramo de violetas. Ella es mi madre. Ella lo sabe todo. Ella entenderá.
Camino hacia la calle lentamente, asaltada bruscamente por los miedos. Mi cuerpo tiembla tironeado entre el ayer y el maĂąana. Me dejo arrastrar. Dejo a mi alma volar. Abro la puerta. Mis ojos se encuentran con los tuyos. Los fantasmas que hace unos segundos asolaban mi mente, desaparecen ante el brillo de tu mirada. En tus ojos encuentro paz. En tus brazos estĂĄ mi hogar. Georgina West