nueve- CUENTOS PARA DECIR ADIÓS En estos casi treinta años de búsqueda y camino recorrido por el ejercicio de la Terapia Ocupacional, han sido miles de relatos los construidos, las páginas leídas, las historias creadas, recreadas, dibujadas, habladas desde el cuerpo, bailadas, estampadas, trenzadas, grabadas… Historias de ellos, los que sufren, los que piden apoyo, los que solicitan de nuestra compañía, los que quieren hacer oír sus voces y respetados sus silencios. Historias prestadas de otros autores que sabiamente pintaron con sus palabras exactamente lo que queríamos decir. Historias robadas y mutadas. Páginas creadas (todavía recuerdo aquellos primeros “boletines” tipo collage, todas pegoteadas y mezcla en manuscrito y tipiado en una obsoleta máquina de escribir, allá en la clínica psiquiátrica a fines de los ´80). Después la modernidad nos fue alcanzando y también las prácticas se tiñeron de cambios. Y fueron dos revistas (con registro y todo!) una en Renacer –grupo de ayuda mutua para padres con hijos fallecidos-, de tirada nacional y cuyo contenido fue un remanso para el alma de muchos padres en pleno dolor; la otra, con el significativo nombre de Pasos y Rastros…una creación de los chicos con cáncer y sus familias, dentro del grupo de extensión universitaria Paanet. Otro canto de esperanza en medio del dolor. Y en esta cornisa por la que transitamos juntos, algunas veces hay que poder decir adiós. Hasta luego…como prefieras, como lo marque tu corazón. Pero hablamos de despedidas, de cierres, de historias que pueden decir lo que tantas veces el corazón se rehúsa a aceptar. Decir adiós no es fácil: no se puede ensayar, se da siempre de manera inesperada (aunque hubieran señales a tiempo para despedirse)... uno no quiere despedirse. Implica que algo se acaba? ¿una distancia? ¿un cambio? Tal vez, el adiós supone una separación que duele por anticipado, entonces, rechazamos hasta la idea de pronunciar “la palabra”. Conjurar la soledad, el dolor del ya no verse, el miedo a seguir solos, temor al cambio... ¿Quién dice adiós? El que se va o parte, o quien se queda en el andén? Adiós es compartido: se da y se recibe, es a la vez un permiso y una confirmación. Me voy, dice uno; te acompaño hasta el último momento, confirma el otro. Para que exista una despedida debe existir otro que acompañe y confirme esta realidad. ¿Por qué cuentos para decir adiós?
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Transitando la quinta década de mi vida, he asistido como observador y otras veces como parte en este proceso de despedida. Acompañé a mi hijo de tres años cuando ambos debimos decirnos adiós. Nos abrazamos, nos acunamos mutuamente. Nos dimos permiso para seguir cada cual con su camino: él, mas allá de esta vida, entrando en terrenos desconocidos en donde yo, su mamá, todavía no podía acompañarlo, y luego de este último abrazo y suspiro, un nuevo camino después de ese adiós, aprendiendo a vivir aquí sin él. ¿Cómo ayudar a un niño a decir adiós? ¿Cómo preparar a un padre, un hermano, tío, abuelo o amigo para ser parte de ese adiós? Esas preguntas se fueron extendiendo con el tiempo hacia otras despedidas, ya que no necesariamente la muerte puede llevarnos a decir adiós. Cuantas veces decimos adiós en la vida: a una escuela, una etapa, un lugar con una mudanza, una mascota querida, un amor que se termina... El cambio marca el ritmo de las despedidas y los adioses que hay que pronunciar. Hacerse cargo del poder brindar el adiós cuando el otro lo pide: •
Dejar partir
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No retener
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Dejar “lo mío”, el egoísmo
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Entender el desapego
Aprendamos a despedirnos, a cerrar ciclos, a expresar lo que sentimos, aunque esto no resulte sencillo. La propuesta Muchas veces las palabras no brotan solas cuando la angustia ajusta las gargantas o se teme pronunciar lo indecible. Es entonces cuando un cuento puede ayudar a decir, a comprender, a acercar, a llenar el hueco de lo no-dicho. Relatos breves y cuentos, explicando el uso de la metáfora para poder decir aquello a lo que se teme. Temo perderte, temo a la muerte, a la soledad, al dolor (temores universales)
Aquí van….algunos cuentos para decir adiós.
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EL VIAJERO
Los caminos llevan y traen, acercan y alejan...todo depende hacia qué dirección uno se oriente. ¿Voy por la derecha o tomo el de la izquierda? ¿Será el más angosto menos sinuoso y empinado al tomar hacia la colina? Por uno de esos caminos, en una tardecita de esas comunes, normales, en las que en el pueblo nada interesante sucede, llegó un Viajero. ¿Quién será? ¿Hacia dónde va? ¿A quién viene a visitar?. Desde las gastadas ventanas adornadas con cortinas de liencillo se podía intuir el revuelo y la novedad. ¿Habría alguna historia por cerrar? ¿Conocería a alguien del pueblo? ¿Sería el amor de alguno de ellos? ¿Un hijo que regresaba?. Finalmente, una Mujer se le acercó para saber, porque ya no soportaban más tanta incertidumbre. ¿Quién era aquel viajero? El, con ojos cansados y sonrisa cantarina respondió pacientemente a todas las preguntas de la mujer: sí era hijo de alguien, hermano de otros, amor de muchos. Era el Viajero. Tomaba diferentes caminos empujado por sus ganas de conocer, descubrir y crecer. Mas no tenía nombre, ni era de ningún lado: era la vida, un espíritu libre que viajaba ligero de equipaje, buscando un lugar en todos los corazones que le permitieran entrar. La Mujer dio un respingo, un saltito casi imperceptible hacia atrás, y luego arremetió con más preguntas, dudas que le surgían como borbotones de agua de una canilla recién abierta. ¿Cómo que de ningún lado? ¿Cómo sin historia? Llegando a este punto, el Viajero sintió que ya podía comprender por que este camino lo había conducido hacia el pueblo. El viajaba con su mochila liviana, casi vacía diría. Transitaba por la vida dejando los espacios suficientes como para que hubiera lugar para incorporar cosas nuevas: dejarse sorprender con lo diferente, sin atarse solo a lo conocido y seguro... ya que nada resulta permanente. La mujer lo escuchaba con suma atención y bebía cada una de esas palabras que le resultaban como un buen trago de agua fresca. 3
...renovar, cambiar, no atarse. ...que la vida es un cambio permanente. ...que de los cambios se aprende y se crece. ...que se pueden capitalizar experiencias las pasadas para generar cosas nuevas. Eso resonaba en sus oídos, ya lo había leído en algún lado. ¿En un libro? ¿con algún maestro?. Recordó aquel viejo seminario de arte al que su marido no quería que fuera “porque es una pérdida de tiempo”, y por el cual luchó. Ahora lo traía al presente de manera muy clara: La creatividad consiste en poder transformar, innovar, generar cosas nuevas a partir de los que ya existe... El Viajero sonrió junto a la Mujer, y ya no hubo más interrogatorio. El sol salió y se ocultó varias veces más en el pueblo marcando un espiral que siempre avanza en el tiempo, al igual que las semillas y las flores, las olas del mar, la vida y la muerte. De eso se trataba este viaje: del poder vaciarse para dejar el lugar suficiente para lo nuevo. Del poder recibir, y también de decir adiós. Al día siguiente, con el sol ya alto al costado del pueblo, el Viajero se marchó por otro camino, con su mochila vacía.
EL CARDUMEN Y LA PERSEVERANCIA
¿Por qué perseverar? Era la pregunta que rondaba su corazón desde hacía ya algún tiempo. Perseverar, y lo repetía en voz alta como queriendo atrapar en el aire algún otro significado oculto. Le resultaba muy difícil aceptar que esta palabra tan importante que se había transformado en un valor para su vida, fuera ahora (y desde otro ángulo) aquello que lo anclara estático e inmóvil en un lugar del no-retorno. Perseverancia (había sentido siempre) es la hermana gemela de la tenacidad y la constancia; se llevan bien y hacen un equipo tan sólido que sostienen a la persona que los porta en su estandarte de vida, en un lugar de seguridad y permanencia, en el que aparentemente el equilibrio reina y nada cambia. Pero fueron pasando los años, y a la perseverancia (como les pasa a muchas personas) la estabilidad y falta de movimiento endureció algunas de sus aristas. 4
Quiso profundizar más en su significado, le encontró los sinónimos: persistencia, firmeza, tenacidad, tesón, apego, insistencia.. terquedad. Este último no le gustaba. Esta perseverancia que había sido su amiga, no encajaba con los sucesos de los últimos meses, y lo alejaban del tan conocido (y ahora añorado) rincón de seguridad y calma que anidaba en su corazón. Una mezcla de amor y sufrimiento habían sido el cóctel justo para que se filtrara la duda dentro de la enorme coraza que se había construido en base a la perseverancia. Fue cuando tras interminables meses de sostener la tibia y regordeta manito de su hijo con cada quimioterapia, y de repasar cuidadosamente todos los datos en su mente sobre los avances y retrocesos de la enfermedad (claro! como se debe hacer para que todo quede ordenado y prolijo) pudo darse cuenta que los cambios rompen con todo aquello que uno consideraba inalterable. ¿Eso era malo? ¿Perseverar en una postura podía causar más daños en vez de ser el aliciente para una vida exitosa como siempre había sido? Perseverar... se repetía en la cabeza. Hasta que un día la idea que siempre había tenido sobre la perseverancia, comenzó a girar en su cabeza, como lo hace un gran cardumen de peces en la libertad profunda y azul del inmenso mar. Con cada giro el cardumen que veía como una imagen clara en su mente, cobraba mayor velocidad y adoptaba formas alternativas. Cambiaba. Y así cambió también su idea de perseverancia, enriqueciéndose, mutando. Y varió tanto pero tanto, que hasta cambió de domicilio: se mudó de la cabeza al corazón, hasta impregnarle el alma. Y fue en ese preciso momento, cuando le llegaba esta nueva perseverancia justo al centro del alma, que comprendió que también podía contener (sin que resultara opuesto a la tenacidad y la constancia) un “permiso” para dejar partir. El cardumen al perder la forma anterior, gana una nueva. Con cada gesto profundo y sincero de desprendimiento, se gana un legítimo recuerdo. Porque no se puede atrapar al pasado, ni contener al futuro; solo se habita en el hoy. Dejando partir el hoy, este puede ocupar un nuevo lugar en el pasado, y dejar un espacio muy necesario para que pueda entrar un poquito de futuro. Así, con la mano de él entre las suyas (ya no en el presente, sino desde el cálido y amoroso recuerdo) cada día podía enfrentarse a un nuevo mañana, sabiendo que había encontrado tal vez una de las respuestas a su pregunta inicial: ¿para qué 5
perseverar?. Era sencillo: perseverar para ser capaz de ver el cambio en el umbral de la puerta, y en ese justo momento, ni antes ni después, animarse a decir adiós, a dejar lo conocido, partir... y seguir girando como parte del cardumen en libertad.
VIENTO Y VIDA
Era del Viento de la Patagonia, ese viento poderoso que barre, borra...pero a veces también arrulla. Tenía la capacidad de llegar con toda su inmensa energía, pasar por las rendijas más pequeñas de las casas de los hombres, colarse entre las ramas desnudas y retorcidas de algunos árboles que le hacen frente, y de hacer cantar a los guijarros huérfanos de historia sobre la costa. Juega con las olas en el mar, y las reproduce con igual ritmo sobre los pastizales amarillentos y secos de la extensa meseta patagónica. Viento fuerte, arrasador, sin dueño. Y de pronto, él pensó que el Viento era muy similar a la Vida: que comienza de a poquito, como asomando tímidamente, para luego ir cobrando fuerza, valor y valentía. Se abre paso como Ventarrón e insufla su energía a otros seres que comparten su camino. Que tanto el Viento como la Vida en algunos momentos se tornan caóticos, aparentemente sin rumbo, para luego recalar sobre el surco ya marcado. Y llega el tiempo, una etapa impensada y casi siempre inesperada, en la que luego de esa gran explosión de energía, su fuerza comienza a menguar, a hacerse más tibio... El Viento, cuando se cansa de jugar a ser Viento, se parte en miles de remolinitos que se desprenden y se pierden suavemente entre el polvo y la arena, así como con hipo, en un chis chis de oh!! me deshago... Y la Vida se evapora en el último suspiro, muy parecido a aquel airecito juguetón de la Patagonia, que devuelve su energía al universo.
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