Mi designio: la soledad Mi amor por ti no tuvo edad, mi amor por ti fue un desatino. La condena, arbitraria y descarnada, declaró nuestro dulce amor, impío. Verdugos implacables, sicarios despiadados, ensuciaron con prejuicios nuestro nombre por descuido. Ignoraban nuestro amor inmaculado. Ignoraban nuestro amor correspondido. El amor… Oh el amor… Tú eras tan joven, inocente, inexperto; yo, una dama solitaria empapada en descontento. El mundo no estaba preparado para aceptar este amor tan incorrecto. Acaso tú tampoco… ¿Acaso lo sabías?... Me dejaste sin motivo ni palabras; me dejaste herida y sin venganza. Mi razón te desprecia y te maldice; mi corazón te desea y te bendice. No quiero más recuerdos que evoquen mi indecencia. No quiero más recuerdos que insinúen mi demencia.
El amor… Oh el amor… Tu mirada crispa mi piel envejecida urgida de deseo, anhelante de caricias. Tus ojos recorren mi cuerpo tramo a tramo y desatan mi pasión enloquecida. Tus pupilas se me clavan como dagas y fascinan mi ultrajada madurez desatendida. En mutua confidencia. En íntimo deseo. Susurros licenciosos y lascivos estallan en mi pecho enardecido. “Cuando murmuras poemas de memoria me transportas de rodillas a la gloria” te recito, por lo bajo, al oído agobiada con tu aliento estremecido. El amor… Oh el amor… Tu recuerdo me conmueve; tu memoria me lastima. El sonido viril y masculino de tu verbo me hace olvidar tu genuina juventud, tu lozanía. Soñaba con tu voz antes de oírla, soñaba con tu cuerpo antes de verlo. Embelesada y cautiva de tu hombría, soñaba con besarte, soñaba con tenerte, soñaba que eras mío. Cierro, una vez más, los ojos encendida,
y te abro mis vísceras profundamente conmovida. El amor… Oh el amor… Me dejaste abandonada en la locura, de sostenerme sola con tu olvido. Hoy mi alma grita tu nombre desgarrada por la pena de no verte, por la pena de extrañarte, de saber que has partido. Amor espurio. Amor maldito. Es mi último deseo que te enteres que esperé por tí toda la vida; que la pena infinita que me asola es artífice del rencor y la apatía. Lágrimas absurdas, necias, inoportunas asoman por mis ojos casi ciegos. Ruedan delirantes, errantes, moribundas sobre mis mejillas anhelantes de escarmiento. El amor… Oh el amor… Arribada la hora final de mi deshonra expío uno a uno mis inocentes desaciertos . Tomo el arma ejecutora entre mis manos decidida a silenciar la culpa que me ahoga; su frío metal presagia mi destino, mi destierro, mi condena, mi castigo. La teofanía hace presente a mi ángel de la guarda futuro compañero involuntario en el averno;
-Gira suavemente tu rostro y reza conmigo- le suplico -O serás tú, cómplice, en mi último destierro. Aprieto el gatillo con mano temblorosa urgida en el final por tu partida. El disparo me atraviesa el corazón de medio a medio agrietando, criminal, mi alma herida. El amor… Oh el amor… Mi cuerpo por la ofensa desangrado yace inerte agobiado por la pena y el hastío. Es la prueba de un amor casto y sagrado. Es la prueba de un amor enloquecido. Georgina West