Tres Baules (id 50)

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TRES BAÚLES PRÓLOGO de la AUTORA Honrar las raíces. Honrar la vida, es también, honrar las raíces. Honrar el esfuerzo, el desarraigo, el sacrificio, la paciencia, la lucha, la resignación, el trabajo, las risas, las lágrimas y por sobre todo, los valores que trajeron consigo, aquellos Seres que nos precedieron. Hace muchos…muchos años, oleadas de inmigrantes de diversos lugares del mundo europeo, llegaron a estas tierras para fecundarlas, acosados por el terror y la miseria… Espantados por las guerras. Cada uno en si mismo, entraña una gigantesca historia. Cada uno, es un libro inagotable. En este relato, pretendo, con absoluta modestia, reivindicar a todos los que como mis abuelos, recalaron en este país, en busca de un mundo mejor. Atrapar la luz de la antorcha que aún hoy, brilla en las almas de muchos hijos, nietos y bisnietos, de quienes llegaron surcando los mares desde lugares remotos. Anhelo al fin, que por siempre resplandezca su fulgor, en el ejemplo y en el recuerdo. Dedico este relato a mis cuatro abuelos: América (emiliana romagnola); Domingo (calabrés); Raquel y Octavio (toscanos), al igual que mi padre, Silvio. Todos italianos. Todos pobladores de vidas duras y dignas. En particular, en esta narración, revalorizo mi vínculo con mi “nona Raquel”, quien logró penetrar todas las capas de mi piel, hasta lugares recónditos de mi sustancia. Va dirigido a quienes presumo se sentirán identificados en un recuerdo o un sentimiento. Aspiro a que llegue al corazón de inmigrantes y descendientes de la Región Toscana, Provincia de Florencia, de donde ella era originaria. Sin embargo confío que en esta historia se hallarán otros, que arribaron de diferentes regiones de Italia, de España, de Holanda, de Turquía, de Alemania, de Polonia, de Francia o de Eslovenia… Puesto que las adversidades y las dichas de quienes vivieron aquí, como inmigrantes, tienen sin duda, un denominador común. Muchos nietos, sorbimos la nostalgia y el amor a la tierra natal que ellos dejaron e hicimos en parte nuestra segunda tierra. Sin embargo, la luz encauza su brillo hacia lo más preciado. Hacia quienes derramaron como semillas a manos llenas: sus saberes. Saberes que no hallamos en muchos libros que nos llevaron a obtener aquel diploma, con el que ellos soñaron para nosotros. Eran suyas las sabidurías peculiares, intrínsecas, básicas, elementales… Imperiosas, para resistir a la intemperie de ser necesario. Esenciales, para apreciar la grandiosidad de la sencillez en las pequeñas cosas, en lo intangible, en lo invisible…y sobrevivir cantando.



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