Perón '64: El frustrado retorno

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l 4 de diciembre de 1964 dio comienzo el ciclo de conferencias organizado por la Federación Universitaria de Córdoba sobre el tema Universidad y País. El primer orador invitado fue John William Cooke. En medio de la conmoción pública provocada por la tentativa de retorno al país que apenas cuarenta y ocho horas antes había realizado el general Perón, la palabra de Cooke, dirigente peronista, era aguardada con comprensible ansiedad. Ahora bien, ante la dimensión y claro está que deducible proyección que cobraría el acto, las autoridades universitarias revocaron, bajo la presión del gobierno, la autorización ya concedida para que se efectuara en una sala de la facultad de Arquitectura; concomitantemente, se difundieron por radiotelefonía gacetillas que comunicaban de la suspensión del acto, lo cual era una falsedad. Entonces la FUC resolvió, superando incluso las trabas puestas a la divulgación de la nueva decisión, llevarlo a cabo en su propia sede, cuya capacidad fue desbordada por un numerosísimo público. Al exponer los propósitos que el mencionado ciclo perseguía, el dirigente universitario Kozac expresó estos conceptos, entre otros: “Queremos mostrar una realidad tal cual es, denunciar y dar soluciones, determinar dónde está el pueblo y cuáles son sus reales y verdaderos enemigos, definir qué piensan los estudiantes, los intelectuales y los trabajadores, y cuál va a ser su papel en este proceso de la vida nacional. Queremos que esta tribuna sea ocupada por hombres que nos respondan honestamente, sin demagogia, sin ambigüedad, porque queremos sobre todo que su palabra y su presencia sirvan para esclarecernos a todos. El movimiento estudiantil, y en este sentido no hay excepciones, tiene una deuda para con la clase trabajadora argentina. Los estudiantes (y destaco que, si bien pertenecemos a otra generación, bajo el rótulo genérico de “estudiantes” debemos hacernos cargo de todo nuestro pasado) hemos estado en los últimos cincuenta años casi completamente divorciados del sentimiento popular y de las luchas populares. La historia política argentina lo demuestra. Cuando debimos estar junto al pueblo, lo enfrentamos; fuimos instrumento de la oligarquía, del imperialismo, de la burguesía nacional. Los años ’30, ’45, ’55 ponen de manifiesto cómo el movimiento estudiantil fue de error en error. Hay que buscar las causas. En parte éstas se deben a que estuvimos imbuidos de una concepción liberal, errónea, y también al hecho de que nuestro movimiento se vio manejado, de una u otra manera, por partidos que, ya que se decía de izquierda, deberían haber estado con la verdadera izquierda del país, con la clase trabajadora, y no lo estuvieron. “Comprendemos que la clase revolucionaria, la que va a dar una respuesta eficaz al proceso de liberación nacional, es la clase trabajadora: nosotros, los estudiantes, queremos unir a ella nuestra lucha. En el país ya no caben indefiniciones; hay que tomar posición en uno u otro bando. Como parte de esta tarea, de esta lucha, consideramos necesario traer a la tribuna de la FUC voces que dejen a un lado el puro formalismo, la pura demagogia, y digan las cosas como son”. Como se esperaba, Cooke abordó el tema relativo a la llamada Operación Retorno y con ese motivo formuló un lúcido análisis acerca de los problemas fundamentales de nuestro país y su relación con el movimiento peronista. He aquí su exposición.

GRANICA EDITOR, Buenos Aires, 1971.


colección NACIONAL, POPULAR y LIBERTARIA BIBLIOTECA POPULAR LOS LIBROS DE LA BUENA MEMORIA

EL RETORNO DE PERÓN* por JOHN WILLIAM COOKE

Fuente: GRANICA EDITOR Digitalización, diseño de texto, portada y edición: GON-SATUR, www.GonSatur.blogspot.com Difunde: BIBLIOTECA POPULAR LOS LIBROS DE LA BUENA MEMORIA www.laBiblioPop.blogspot.com (actividades) www.issuu.com/laBiblioPop (publicaciones) www.facebook.com/Editores.Matreros labibliopop@gmail.com Impreso en Baires, Provincias Unidas del Río de la Plata, Patria Grande, Julio de 2014. *

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EDITORES MATREROS difundí, copiá, agregá, modificá… la creación, la producción cultural son patrimonio de nuestros pueblos


ÍNDICE

EL RETORNO DE PERÓN (1964) * INTRODUCCIÓN 1. LA PROPAGANDA DEL RÉGIMEN 2. LAS CRÍTICAS INTERNAS 3. Las variantes del oportunismo 4. REFORMISMO O TREMENDISMO: FALSA DISYUNTIVA 5. ¿Qué fracasó el 2 de diciembre? 6. EL RÉGIMEN AL DESNUDO 7. PERONISMO E INTELECTUALIDAD 8. LA PACIFICACIÓN: EL EQUÍVOCO REACCIONARIO 9. LOS AUXILIARES DEL CONFUSIONISMO 10. PERÓN, AMENAZA PARA EL IMPERIALISMO 11. EL PERONISMO ES INCOMPATIBLE CON EL RÉGIMEN 12. ¿QUIÉN ORIENTA LA POLÍTICA INTERNACIONAL DEL PAÍS? 13. EL PAPEL DE LAS FUERZAS ARMADAS 14. LAS CAUSAS DE LA HISTERIA 15. LOS FUNDAMENTOS DE LA VIOLENCIA 16. LLAMADO A LAS TAREAS REVOLUCIONARIAS

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Este texto ha sido extraído del tomo publicado por GRANICA EDITOR en 1971 bajo el título general “LA LUCHA POR LA LIBERACIÓN NACIONAL”. Otros dos textos completaban aquel tomo: “LA REVOLUCIÓN Y EL PERONISMO” (1967) y “LA LUCHA POR LA LIBERACIÓN NACIONAL” (1959). Para quienes deseen leerlos, los hemos incluido en nuestro catálogo virtual, donde podrán leerlos on-line: www.issuu.com/laBiblioPop Si los quieren en formato impreso, escríbannos a: labibliopop@gmail.com


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EL RETORNO DE PERÓN

por JOHN WILLIAM COOKE

NTRODUCCIÓN

El 4 de diciembre de 1964 dio comienzo el ciclo de conferencias organizado por la Federación Universitaria de Córdoba sobre el tema Universidad y País. El primer orador invitado fue John William Cooke. En medio de la conmoción pública provocada por la tentativa de retorno al país que apenas cuarenta y ocho horas antes había realizado el general Perón, la palabra de Cooke, dirigente peronista, era aguardada con comprensible ansiedad. Ahora bien, ante la dimensión y claro está que deducible proyección que cobraría el acto, las autoridades universitarias revocaron, bajo la presión del gobierno, la autorización ya concedida para que se efectuara en una sala de la facultad de Arquitectura; concomitantemente, se difundieron por radiotelefonía gacetillas que comunicaban de la suspensión del acto, lo cual era una falsedad. Entonces la FUC resolvió, superando incluso las trabas puestas a la divulgación de la nueva decisión, llevarlo a cabo en su propia sede, cuya capacidad fue desbordada por un numerosísimo público. Al exponer los propósitos que el mencionado ciclo perseguía, el dirigente universitario Kozac expresó estos conceptos, entre otros: “Queremos mostrar una realidad tal cual es, denunciar y dar soluciones, determinar dónde está el pueblo y cuáles son sus reales y verdaderos enemigos, definir qué piensan los estudiantes, los intelectuales y los trabajadores, y cuál va a ser su papel en este proceso de la vida nacional. Queremos que esta tribuna sea ocupada por hombres que nos respondan honestamente, sin demagogia, sin ambigüedad, porque queremos sobre todo que su palabra y su presencia sirvan para esclarecernos a todos. El movi-


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miento estudiantil, y en este sentido no hay excepciones, tiene una deuda para con la clase trabajadora argentina. Los estudiantes (y destaco que, si bien pertenecemos a otra generación, bajo el rótulo genérico de “estudiantes” debemos hacernos cargo de todo nuestro pasado) hemos estado en los últimos cincuenta años casi completamente divorciados del sentimiento popular y de las luchas populares. La historia política argentina lo demuestra. Cuando debimos estar junto al pueblo, lo enfrentamos; fuimos instrumento de la oligarquía, del imperialismo, de la burguesía nacional. Los años ’30, ’45, ’55 ponen de manifiesto cómo el movimiento estudiantil fue de error en error. Hay que buscar las causas. En parte éstas se deben a que estuvimos imbuidos de una concepción liberal, errónea, y también al hecho de que nuestro movimiento se vio manejado, de una u otra manera, por partidos que, ya que se decía de izquierda, deberían haber estado con la verdadera izquierda del país, con la clase trabajadora, y no lo estuvieron. “Comprendemos que la clase revolucionaria, la que va a dar una respuesta eficaz al proceso de liberación nacional, es la clase trabajadora: nosotros, los estudiantes, queremos unir a ella nuestra lucha. En el país ya no caben indefiniciones; hay que tomar posición en uno u otro bando. Como parte de esta tarea, de esta lucha, consideramos necesario traer a la tribuna de la FUC voces que dejen a un lado el puro formalismo, la pura demagogia, y digan las cosas como son”. Como se esperaba, Cooke abordó el tema relativo a la llamada Operación Retorno y con ese motivo formuló un lúcido análisis acerca de los problemas fundamentales de nuestro país y su relación con el movimiento peronista. He aquí su exposición. *

Tal vez en la primera charla de un ciclo que tiene por tema el que acaba de enunciar el compañero Kozac, lo lógico hubiese sido plantear en términos generales la problemática de las relaciones entre la Universidad y la realidad del resto del país, entre los estudiantes y las clases revolucionarias. Contribuiría a la autocrítica del movimiento estudiantil, porque si esta generación ha cambiado con respecto a la de 1945/55, los que no nos movemos en un mundo de puras esencias no admitimos que el estudiantado constituya una entidad siempre igual a sí misma, en que los errores de unos recaigan sobre otros y las rectificaciones de una generación beneficien a otras generaciones. Hay razones objetivas que explican las diversas posiciones del estudiantado en los momentos críticos de nuestra historia reciente; sería bueno enumerarlas, pero yo no lo voy a hacer esta noche porque he querido, ya que represento a una parte del país que viene a exponer sus razones en la Universidad, no prescindir de un hecho vivo, real, concreto que acaba de vivir la Nación Argentina en estos días pasados: me refiero a la llamada Operación del Retorno de Perón.


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LA PROPAGANDA DEL RÉGIMEN

Porque el peronismo aspira a ser comprendido por la masa estudiantil; pero, al mismo tiempo, necesita avanzar mucho en el conocimiento de sí mismo. Y la “Operación Retorno”, tomada no para ningún despliegue de apologética partidista sino como un hecho en sí, nos va a ayudar mucho en ese autoconocimiento. Los hechos son conocidos por todos: la interpretación de los hechos, por supuesto, ha sido desfigurada por toda la maquinaria de propaganda del régimen. Esa es la función de la prensa en un régimen capitalista: ocultar lo esencial, perderse en detalles, disfrazar; en otras palabras, no contribuir al esclarecimiento de la verdad. Así tenemos que, desde que se anunció que el general Perón se proponía regresar al país, sucesivamente fue: primero, un cobarde que jamás renunciaría a su vida ociosa para correr riesgos acercándose a su patria; después, durante un período, un peligro que se cernía sobre la democracia perfecta entre exquisitos, que gozamos; y por fin, hoy, es un derrotado, una víctima de la “solidaridad continental”, tal vez un motivo para befas y escarnio. De la visión de la horda de cabecitas negras irrumpiendo en los reductos de la civilización que se maneja con valores puros, ahora hemos pasado a la burla. Y los mismos que ayer temblaban, hoy nos echan en cara que no hayamos querido dar solución, violentamente, al problema que estuvo planteado en el aeropuerto del Galeao. El gobierno nacional, que adoptó una actitud de desdeñosa displicencia frente al anuncio del retorno, trató por medio de todos sus prohombres de adentro y fuera del poder, de reducir el episodio a lo banal, a un simple problema de decisiones personales y subjetivas del exi-

5 liado en Madrid. Y, por supuesto, explicaron claramente que, viniese o no viniese, no habría de turbarse la tranquilidad feliz de este milenio radical que estamos viviendo. Pero, cuando el viaje que los brujos y adivinos del radicalismo habían anunciado que no se haría se transformó en una certeza, esta elegancia se transformó también en un gesto de espasmo nervioso, porque un año de gobierno ha demostrado que la realidad no se ataja con metáforas radicales. Y entonces corrieron, diligentes, a pedirle a la liga de satélites agrupados en al OEA que detuviesen la marcha de ese general enemigo que no traía más armas que su decisión, ni más fuerza que su prestigio en el pueblo. Una vez más, como en 1852 el despotismo brasileño solucionó los problemas del despotismo argentino. Con la diferencia de que entonces ganó la guerra para nuestra oligarquía, mientras que ahora apenas si han resuelto una escaramuza. Sin embargo, a esta “hazaña” han de tratar de sacarle el mayor provecho de propaganda. Eso a nosotros nos tiene sin cuidado. Los insultos del régimen, nos dejan tan indiferentes como los halagos que a veces nos propina para tratar de meternos en alguna variante conciliacionista. Ya sabemos que sobre el hecho concreto del fracaso de la llegada de Perón, han de esmerarse ahora los módicos talentos del régimen exaltando otra vez los ídolos tristes a cuyos pies quieren postrar al país, y han de inundarnos con la retórica incandescente que exalta a los ideales harapientos con que han sustituido a una auténtica teoría de la Nación Argentina. Todo esto es lo de menos; lo importante es que ante la jactancia, la confusión y ante la ignominia del régimen, nosotros veamos cuáles son las verdaderas consecuencias de la “Operación Retorno”, en qué consistió el fracaso –si fracaso hubo– y en qué medida ella puede constituir una victoria si se traduce en un ascenso de la conciencia revolucionaria de nuestro pueblo.


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LAS CRÍTICAS INTERNAS

Ya desde el seno de nuestro movimiento se alzan voces que especulan diciendo: “Fracasó la burocracia en la Operación Retorno”. Pero quienes se han adelantado a exponernos esa crítica en largos comunicados, no nos han explicado en qué consiste la superioridad de ellos sobre la burocracia que actualmente detenta los máximos cargos de dirección. No nos han explicado de qué manera ellos hubiesen obviado la etapa brasileña, con qué nave aeroespacial hubieran depositado al general Perón en una travesía sin etapas desde la Puerta de Hierro al punto de destino. Desconfiemos de este tipo de críticas, porque la diferencia entre un burócrata que está en la conducción y otro burócrata que aspira a suplantarla es de situación y no de calidad. Ni uno ni otro pueden apreciar dónde estuvieron las verdaderas fallas del planteo retornista o sacar las debidas conclusiones del episodio reciente. Al lado de esos críticos están también los super-violentos que, como los anteriores, se apresuran a proclamar el fracaso de la operación y, por su parte prometen guerra civil, baños de sangre y apocalipsis a corto plazo. Su lógica viene a ser así: “Como la burocracia no logró traer a Perón por las buenas, nosotros lo traeremos por las malas”; y desde ya anuncian que están en guerra total contra el gobierno y proceden como poseedores de las recetas infalibles para la revolución perfecta, trazada con escuadra y tiralíneas. Pero la burocracia oportunista – tanto la que está en posesión de los cargos como la que se ofrece a reemplazarla– y el tremendismo revolucionario, son dos expresiones de una misma

concepción errónea. Ambos tienen el mismo tipo de razonamientos, ambos tienen sus millonarios corruptos que los financian, ambos tienen sus apóstoles incoherentes, ambos tienen sus crédulos de cabeza hueca y sus traficantes minoristas. Ambos nos llevarían al abismo con la misma impavidez de sonámbulos con que nos llevan las conducciones actuales.


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LAS VARIANTES DEL OPORTUNISMO

Proponerse como reemplazo de las direcciones en mérito a presuntas calidades revolucionarias que se autoconfieren burócratas maniobreros y tremendistas de la violencia, son formas diversas de evasión de la realidad. Ambas son concepciones no revolucionarias. Porque entra la no-violencia del burócrata y la violencia sin base teórica y sin base moral del tremendismo, la única diferencia viene a ser la violencia, pero despojada de su carácter instrumental, transformada en inmediatez, en respuesta por sí misma suficiente. La noviolencia corresponde a una manera de ser, a una modalidad intrínseca de la burocracia reformista; la violencia sin fundamentos teóricos suficientes es también una simplificación de la realidad, supone un expediente –el de la violencia– sacado del contexto revolucionario, desvinculado de la lucha de las masas, es la acción de una secta iluminada. Ambos tienen la misma falla con respecto a la realidad. Uno la acta tal cual es; mide la correlación de fuerzas y, como evidentemente el enemigo tiene la máxima concentración de fuerza material, los tanques, las armas, el dinero, más las armas y el dinero del imperialismo, se resigna y busca que el régimen le dé entrada con alguna porción de poder compartido; es el neoperonismo y todas las variantes de la burocracia reformista. Al mismo tiempo, el violento porque sí, el que se proclama exclusivamente como “línea dura”, cree que esa correlación de fuerzas puede ser modificada por el mero voluntarismo de un grupo pequeño de iniciados; no aspira a un movimiento de masas en que la salida revolucionaria sea la consecuencia lógica y la dirección revolu-

7 cionaria se convierta en la única posible, sino que aspira a constituirse como vanguardia del movimiento caído de la estratosfera para venir a decirle las verdades reveladas de esa revolución sin fundamento doctrinario, sin base en la realidad, sin otro elemento que la pura demagogia del llamado a la violencia inorgánica y anárquica, por sí.


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JOHN W ILLIAM COOKE REFORMISMO O TREMENDISMO: FALSA DISYUNTIVA

En síntesis, las “líneas duras” –burocráticas o seudo revolucionarias– plantean el cambio de aquella correlación por métodos violentos, sin decir en virtud de qué procesos, por qué mecanismos sociales, la acción de grupos dispersos, ha de transformarse en el triunfo final del movimiento de masas. Son soluciones milagreras: se espera que las cosas salgan bien, se espera que, como el régimen anda mal, nosotros automáticamente andemos bien, se espera que con algún cambio de elenco dirigente, o con la proclamación de líneas duras, también cambie la situación. Es decir, que no se plantean todos los factores en juego, no se plantea una verdadera política revolucionaria, una línea de acción con fundamentos teóricos reales. El reformismo burocrático y el tremendismo revolucionario no son los términos del dilema peronista. Esa es una falsa disyuntiva. La verdadera disyuntiva es entre una política reformista y una política revolucionaria, entre una política de grupos y una política de masas. Por eso prescindo de las personalizaciones. No porque tema personalizar: cuando debo hacerlo, lo hago sin vacilar. Los que ahorran las personalizaciones para no quedar mal no es que se elevan por encima de lo individual, sino que obran por temor a asumir los riesgos de sus convicciones. Pero la crítica a la burocracia como sistema de conducción del Movimiento Peronista; lo que hay que cambiar no es el equipo burocrático de turno: hay que cambiar los métodos. Porque hace años que vemos aparecer “dirigentes” que luego se esfuman en su propia insignificancia; las que permanecen incambiadas son

las prácticas: el estilo de conducción, los sistemas internos de promoción, la visión de la política frente al régimen. Sobre el ejemplo vivo de la “Operación Retorno” se pueden sacar enseñanzas que son muy importantes. En primer lugar, ese fracaso de que se habla, ¿en qué consiste? ¿En que no llegó el avión? Entonces, ¿es un problema técnico? De ser así, habría que llegar a la conclusión de que, como ningún país ha de permitir que haga escala el avión que conduzca a Perón –desde que todos están regimentados por el imperialismo– debemos resignarnos y esperar hasta que contemos con alguna nave de extraordinaria autonomía de vuelo. En otras palabras: la diferencia entre el triunfo y la derrota vendría a ser Castelo Branco. Me parece que esa no es una manera profunda de mirar el asunto. Claro que, en contraposición a ese análisis simplista, hay un optimismo babieca, que saca conclusiones rosadas pase lo que pase. Tampoco es ese nuestro método. Rechazamos el optimismo cándido, pero también el pesimismo caprichoso de quienes sólo aspiran a un cambio de dirección en el Movimiento Peronista. Tomar el suceso aisladamente, fuera del marco de circunstancias, desprovisto de las relaciones entre las diversas fuerzas en juego, es una manera como cualquier otra de no ver la realidad. Porque hasta que la revolución no triunfe, sólo podemos esperar triunfos tácticos; los burócratas que se asustan porque no triunfamos en el plan de Retorno no se dan cuenta que toda revolución es el final de un proceso, y hasta que se cumpla ese proceso, solamente se anotan éxitos parciales; y hechos que parecen fracasos por su resultado inmediato, son aportes decisivos para el triunfo final. Así como la Revolución Rusa del año ’17 hubiese sido imposible sin la revolución fracasada de 1905, algún día, cuando culmi-


EL RETORNO DE PERÓN (1964) ne el proceso revolucionario argentino, se iluminará el aporte que cada episodio ha hecho, y ningún esfuerzo será en vano, ningún sacrificio será estéril, y el éxito final redimirá todas las frustraciones. Pero hasta entonces, un concepción burocrática renuncia al triunfo total y se resigna a los pequeños éxitos parciales. Y una línea seudorrevolucionaria busca sólo apoteosis totales, por encima de cualesquiera sean las condiciones que se den en un momento dado: tampoco concibe la revolución como proceso, la concibe como suceso fulminantes, sin que antes medien los sacrificios, y las tareas revolucionarias que no lucen, la acción anónima de miles de militantes.

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¿QUÉ FRACASÓ EL 2 DE DICIEMBRE?

La “Operación Retorno” debe analizarse independientemente del hecho de si Perón llegó o no llegó. En primer lugar, tomó el avión y emprendió viaje hacia aquí: ahí se vino abajo toda una mitología de la clase dirigente que partía del supuesto de que Perón no pensaba moverse de España. Si llegó o no, es secundario: en todo caso, sería el fracaso de una tentativa, no del operativo retorno en su conjunto. No es un fracaso estratégico, sino un revés de tipo táctico. Pero ese revés táctico constituyó, en cambio un desastre estratégico para el régimen imperante en el país. Lo que fracasó en esa tentativa no fue, como dicen algunos, el grupo burocrático dirigente; o, como dicen otros, el propósito de venir antes de que se haga la revolución. Lo que fracasó el día 2 de diciembre fue la concepción burocrática de la política en general; fracasó la concepción de que es posible hacer cualquier tipo de acuerdo con el régimen; la concepción de que el peronismo puede progresar en base a concesiones y no en base a mantener inflexiblemente sus principios de fuerza revolucionaria frente al régimen. Lo que fracasó también fue el desprecio por la organización, el desprecio por la estructuración de nuestro potencial de masas y activistas, el desprecio por una metodología correcta. El desprecio por la teoría. Eso es lo que fracasó. El que Perón no llegase a destino es algo que nos entristece, pero no un fracaso que nos disminuya. Podrá intentarlo, con mejor resultado, en otra oportunidad. Pero de poco nos serviría su presencia si ella no fuese oportunidad y razón para que remediásemos las fallas del Movimiento, que estoy exponiendo


10 con toda claridad porque la autocrítica es esencial para la teoría revolucionaria. Me temo que quienes andan a la pesca de dividendos para la lucha interna por el poder contribuyen a enturbiar la visión de lo ocurrido, en lugar de ayudar al pueblo a aprovechar la experiencia. Hay quienes trafican con la ambigüedad, así como hay quienes –y esos son los revolucionarios– tratan de presentar claramente cada episodio, porque la política revolucionaria no parte de una verdad conocida por una minoría sino del conocimiento que tengan las masas de cada episodio y de las grandes líneas estratégicas. El burócrata es proclive a abandonarse a la desesperación; considera que han muerto una parte de sus ilusiones; el dirigente revolucionario escudriña en el hecho para encontrar una comprobación o una refutación a sus tesis. Y nosotros creemos que la Operación Retorno, vista desde la perspectiva revolucionaria, además de no ser un fracaso ni mucho menos una catástrofe, deja un balance que mucho nos ha de servir. Fue un momento de crisis, y como tal, fértil en enseñanzas para el movimiento de masas. Si nuestro análisis llega a la médula de las circunstancias, el balance ha de ser positivo, permitiéndonos superar los déficit actuales. Algunas de esas conclusiones correctas estamos sacando, juntos, esta noche.

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EL RÉGIMEN AL DESNUDO

La primera conclusión teórica podría ser la siguiente: que la teoría es necesaria. Que la teoría no es un ornamento de la acción, ni de las ideas un vicio del pensamiento, como cree la burocracia. Los burócratas creen que la política es puro pragmatismo, y como ellos son los empíricos por excelencia, también se creen los más altos políticos; la teoría es extraña o “exótica”, como dicen repitiendo las consignas oligárquicas. No ven que la acción y la práctica no son categorías independientes, sino partes indivisibles de la lucha revolucionaria. No ven que toda acción es conocimiento, y que no hay conocimiento revolucionario que se sustente a sí mismo, separado de la acción. La lucha revolucionaria es acción enriquecida por el conocimiento; compenetración de la realidad. El trabajador tiene una visión del mundo que proviene de su situación en el régimen social, de las tareas que desempeña, de la convivencia con sus hermanos de clase. Pero, superpuesto a ese conocimiento, y coexistiendo con él, hay una “ideología”, que es el sistema de ideas impuesto por las clases dominantes, mediante la educación, la propaganda, etc. En los momentos de crisis, en que los obreros actúan unidos por la solidaridad de la clase, su consciencia propia avanza rápidamente, y los valores que difunden los burgueses aparecen en su verdadera función de mitos que encubren la explotación de unos hombres por otros. El 17 de octubre hizo eclosión un fenómeno que no sólo ocurría en las estructuras económicas del país, sino en la consciencia de las clases trabajadoras argentinas, y que la política social de Perón desde la


EL RETORNO DE PERÓN (1964) Secretaría de Trabajo permitió que tomase formas orgánicas y cohesionadas. La Operación Retorno duró 24 horas, pero fueron 24 horas de experiencia, 24 horas de crisis aguda, de prueba. Si las direcciones peronistas están a la altura de su papel, a un mínimo de esa altura, esas 24 horas sirven para un gran avance en la consciencia de las masas populares, porque en ese lapso quedó expuesto el régimen tal cual es, y la posición que dentro de él tienen los sectores no privilegiados. Avance que no puede ser producto de meros esfuerzos didácticos, porque los pueblos no absorben las ideas como pura teorética, sino combinadas con la acción, mezcladas con sus reivindicaciones inmediatas y con sus objetivos político, como parte de una lucha en que todas esas experiencias se van acumulando como bagaje teórico –es decir, como experiencia generalizada– para que en cada etapa el enfrentamiento se plantee a más alto nivel. El régimen no puede ser cuestionado desde sus mismos valores, sino que, al atacarlo, debemos atacar a esos valores que son parte de él, una de las funciones de la dirección revolucionaria: su incapacidad para cumplirla es el gran pecado de la burocracia peronista. Acabamos de ver al régimen desnudo de sus mistificaciones. Las masas acaban de verlo tal cual es: como violencia desnuda, sin el follaje de la juridicidad burguesa. En estos momentos de crisis las masas se sienten, se saben solas, libradas a su propio esfuerzo. los derechos y garantías que en teoría todos poseemos, quedan patrimonio de algunos, de una minoría. Las instituciones revelan su contenido clasista, y los trabajadores saben que ellas no son instituciones de todos y para todos, sino formas cristalizadas del privilegio.

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PERONISMO E INTELECTUALIDAD

Una de las condiciones para la clase obrera asuma la conducción del proceso nacional, para que tome el poder, es el rechazo de las formas ideológicas que corresponden a la organización económico-social vigente y la creación de una visión del mundo propia: eso es la teoría revolucionaria. Lo que la masa trabajadora necesita no es que la halaguen, que le dediquen loas enternecedoras, que le digan que tiene razón, sino que sus direcciones políticas le vayan explicando cómo tiene que tener razón, que vayan ayudándola en el esfuerzo por conocer el mundo a través de sus propios valores y no de valores ajenos. En el régimen capitalista, lo material, la posesión de la riqueza, condiciona lo espiritual y cultural. La cultura popular será imposible mientras impere el capitalismo; y la teoría revolucionaria es una creación en que se funden los esfuerzos de los intelectuales revolucionarios y los sacrificios y penurias de las masas trabajadoras. El intelectual revolucionario es aquel que no concibe el acceso a la cultura como un fin en sí mismo ni como un atributo personal, sino como una ventaja que un régimen injusto pone al alcance de unos pocos y sólo tiene justificación en cuanto parte de ese conocimiento sea compartido por las masas y contribuya a que éstas enriquezcan su consciencia de la realidad: en cuanto pueda transformarse en acción revolucionaria. Por eso, un intelectual debe comenzar por reconocer el valor radical que está implícito en toda lucha de masas. Los intelectuales que se mueven en un mundo de conceptos revolucionarios perfectos sin el marco y la erosión de la vida práctica, y que desde allí juzgan al


12 Movimiento Peronista, no son intelectuales revolucionarios: son, en todo caso, eso que se conoce como “intelectual de izquierda”, definición que entonces pasa a no querer decir nada. Yo no rechazo el uso del término “izquierda” pero diferencio entre lo que significa como distinción en el plano exclusivo de las ideas o como posición relativa dentro del orden burgués, y lo que significa como definición “revolucionaria”, que no puede existir desvinculada de la lucha concreta de las masas. A esta altura del proceso argentino, no hay revolucionarios sino de izquierda, pero se puede ser de izquierda sin ser revolucionario. El burócrata no sirve como dirigente porque, en definitiva, no se considera parte de la masa; actúa por ella, tal vez para ella, pero no con ella. Es un personero auténtico o ficticio, pero siempre diferenciado de la masa. El reformismo del burócrata conjuga su goce tranquilo de posiciones directivas con la expectativa de gozar de posiciones similares en una sociedad nueva, que devendría por la adición de sucesivas reformas. Quedan eliminados los saltos violentos, los virajes de la historia, la irrupción violenta de nuevas fuerzas que destruyen lo viejo para crear lo nuevo. Es cierto que el burócrata suele condenar grandilocuentemente al sistema capitalista; pero ser anticapitalista no es ser revolucionario, porque esa definición es sólo posible en el campo de la acción práctica contra el capitalismo, en su negación global. La tarea revolucionaria es cotidiana, y no postura para los días de fiesta en que hay que declamar para las masas; es acción en profundidad, y no labores de rutina iluminadas con los resplandores de los fuegos artificiales tremendistas. Algunos de nuestros compañeros sostienen la siguiente tesis: “Dado que el peronismo es la organización política de la clase trabajadora, no son revolu-

JOHN W ILLIAM COOKE cionarias los intelectuales que no se integran en sus filas”. Discrepo con este punto de vista: la exactitud de la primera parte de la proposición no implica necesariamente una conclusión tan terminante. LO QUE NO PUEDE EXISTIR ES UN REVOLUCIONARIO QUE SEA ANTIPERONISTA, O UNA LUCHA REVOLUCIONARIA DESVINCULADA DE LA LUCHA CONCRETA DEL PERONISMO. Se trata, creo yo, de un

error simétrico al de algunos intelectuales que, en lugar de juzgar al peronismo por lo que ha hecho, por lo que hace, por su posición en el juego de fuerzas reales que actúan contemporáneamente en la Argentina, le aplican extraños sistemas de medición y lo rechazan por no encontrarle suficiente voltaje revolucionario. Nos niegan posibilidades de sobrepasar nuestras limitaciones teóricas y ayudar al desarrollo de la consciencia revolucionaria de las masas. Lo ocurrido con el operativo del retorno prueba la debilidad de ambas tesis: reveló, por una parte, la amenaza concreta para el statu quo que somos los peronistas; por otra, la polarización de fuerzas a que dio lugar; alineó junto a nosotros a sectores extra-peronistas que vieron nítidamente esa contradicción básica. Lo que no admitimos es el progresismo de intelectuales que prescinden de la lucha de las masas y del peronismo como expresión de ellas. Pero el peronismo no tiene derecho a exigir a los jóvenes que tienen otra extracción política o social que, además, acepten todas sus modalidades y se hagan cargo indiscriminadamente de aspectos y hechos negativos que no escapan al análisis racional; es ilícito demandarles que sientan como los que tenemos una larga militancia peronista. De la misma manera que los intelectuales no tienen derecho a exigirle al peronismo que responda a esa imagen ideal que ellos crean en el mundo de las abstracciones perfectas. Deben


EL RETORNO DE PERÓN (1964) considerar que las limitaciones del peronismo son las limitaciones de una realidad social determinada, que condiciona a quienes la integran. Los déficits del peronismo son los déficits de las clases argentinas que han de construir nuestra sociedad del futuro. Es cierto –y a remediarlo tiende mi prédica (incluida esta conferencia)– que hay estratos burocráticos que actúan como freno de esos avances de consciencia. Pero también es cierto que el peronismo fue la causa y el resultado de inmensos progresos de esa consciencia colectiva. Y que el peronismo no es una alineación de la clase trabajadora sino el nucleamiento donde esta confluye y se expresa, la organización a través de la cual hace sus experiencias y da sus batallas. Hay que eliminar todo lo que obstruye ese desarrollo, que no ocurrirá al margen de las masas sino que será más rápido a medida que actúe adecuadamente la interrelación entre las masas y las estructuras de su Movimiento. El ascenso de los obreros peronistas en su grado de comprensión del mundo y de su ubicación en él debe ser, lo esperamos, correlativo al ascenso de la consciencia revolucionaria de los intelectuales y universitarios de la izquierda. Porque las tareas no son aisladas sino que son comunes, son inmediatas y son concretas. Ninguna jactancia autoriza a despreciar el aporte de todos los que, de buena fe, quieran unirse a esa lucha común, ni imponerles la exigencia del sometimiento a determinados esquemas partidarios. Nosotros reivindicamos el carácter revolucionario del Peronismo por lo que ha hecho, por sus combates constantes a lo largo de veinte años, por sus sacrificios desde 1955; y lo reivindicamos como futuro. Porque no aceptamos la apresurada caracterización que nos hacen ciertos núcleos de izquierda, dis-

13 puestos como máximo a concedernos méritos por nuestro pasado, pero decretándose nuestra incapacidad para exceder ciertos límites teóricos. Nos resulta difícil admitir que la dialéctica funcione para esos núcleos vanguardistas, que funcione para nuestra sociedad en su conjunto, pero que, por algún extraño capricho del destino, no funcione para nuestro Movimiento. La clase trabajadora, claro está, forma parte del desarrollo dialéctico. Pero el peronismo, como nucleamiento de esa clase trabajadora, quedaría congelado sin que lo tocase ese desarrollo. Esos universitarios de la izquierda teórica y nuestros dirigentes de derecha tienen una misma valoración de peronismo. Más que refutarla con argumentos lógicos señalamos que el instinto de conservación de la oligarquía argentina es mejor guía para caracterizarnos. A diferencia del juicio intelectualista de unos y de la estrechez mental de otros, el régimen no juzga al peronismo por las posturas conciliadoras de su capa de voceros burgueses y reaccionarios, sino por lo que es realmente: una amenaza real a sus privilegios, una expresión revolucionaria concreta. Ante la inminencia del arribo de Perón, la actitud del régimen nos ubicó en el papel que objetivamente cumplimos.


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LA PACIFICACIÓN: EL EQUÍVOCO REACCIONARIO

Si tomamos los polos del enfrentamiento político, entre un gorila y un obrero peronista no hay puntos de semejanza. Pero, en la medida en que nos acercamos al centro del espectro, entre los sectores “esclarecidos” del régimen y la burocracia peronista las diferencias van siendo mínimas. Porque en última instancia, tienen una visión similar del mundo: sobre las fuerzas armadas, la Iglesia, sobre la conciliación de clases, sobre ciertos principios generales de justicia social. La historia se convierte en una lucha de buenos y malos. Unos y otros lamentan la muerte de Kennedy, pero no como podemos hacerlo nosotros, por considerar que era la expresión del imperialismo menos regresiva, sino porque piensan que Kennedy podía –y quería– terminar con el imperialismo. El imperialismo, así, deja de ser un fenómeno inherente al capitalismo en determinada fase de su evolución, para constituirse en “una política”, susceptible de ser eliminada por la voluntad de un gobierno norteamericano. El gorilismo deja de ser la expresión terrorista de la conjunción oligárquicoimperialista, para transformarse en una acumulación de odios individuales. Y como consecuencia de ese pensamiento llevado a sus extremos lógicos, los que pregonamos que no hay conciliación entre peronismo y régimen pasamos a ser una especie de gorilas al revés; verdugos y víctimas, los ejecutores del odio clasista más irracional y los que lúcidamente propugnan el fin de la explotación, pasamos a quedar equiparados para el enfoque de ese imbecilismo centrista. Cuando el gobierno y los políticos burgueses repudian “los extremistas de

izquierda y de derecha” o declaran que no se tolerará “la violencia, venga de donde venga” están actuando con el máximo de hipocresía, comparando una violencia que ya existe y que el gobierno aplica, con otra violencia que procura, débil e inorgánicamente, atenuar los efectos de la primera. El extremismo de derecha busca intensificar al máximo la fuerza que están aplicando, mientras lo que se llama “extremismo de izquierda” es una aspiración para que los oprimidos abandonen esa condición que les es impuesta. Como los burgueses también se mueven en la superficie de las cosas, ven las cosas pero no las relaciones entre las cosas, creen que toda violencia tiene el mismo signo, y que la violencia aparece como una interrupción de la “normalidad” burguesa. Los revolucionarios, en cambio, ven las cosas pero buscan las relaciones entre esas cosas. Saben que las relaciones entre las clases son relaciones de fuerza, aún cuando no haya barricadas, banderas rojas y tanques reprimiendo motines fabriles. Por eso, más que a cobardía o entreguismo (que también existieron en muchos casos), debemos imputar a esa estrechez burguesa propia de la burocracia, el absurdo planteo que se hizo de la pacificación. Cuando el general Perón se propuso regresar y anunció que se proponía contribuir a la pacificación, estaba expresando dos cosas fundamentales: 1. Que, pese a ser el líder del movimiento de las masas oprimidas, las circunstancias hacían que su regreso se produjese no como consecuencia de una revolución triunfante, ni como parte del estallido de esa revolución, sino en tren pacífico. 2. Que su presencia en esta coyuntura gravísima que atraviesa el país, podía contribuir a evitar que los conflic-


EL RETORNO DE PERÓN (1964) tos derivasen hasta alcanzar dimensiones de catástrofe. La primera proposición reconocía el hecho de que el peronismo no estaban en condiciones de tomar el poder por la fuerza: si el retorno debía producirse en el futuro inmediato, sólo podría ser pacífico. La segunda, ofrecía al régimen desgarrado por sus contradicciones internas y asediado por las masas, una posibilidad de buscar ciertas soluciones transitorias que una paz interna relativa haría posible, y crear condiciones para evitar las convulsiones políticas que agravan y exacerban la crisis económico-social. La burocracia confundió esa actitud táctica, perfectamente lógica por parte de Perón una vez que consideró que debía retornar, con una concepción general reformista y conciliadora del proceso social argentino. Creyeron que su falta de visión revolucionaria, sus toqueteos con factores de poder, sus entrevistas sigilosas con espadones en auge y arzobispos oligárquicos recibían, de pronto, la consagración de pasar a ser estrategia del Movimiento. Ignorantes de la lucha de clases, creyeron que la presencia de Perón la suprimía; al margen de las angustias de los hogares obreros, pensaron que un Perón predicándoles resignación acallaría sus reclamos; ajenos a las corrientes revolucionarias, las suponen fácilmente neutralizables y adjudican a Perón esa tarea apaciguadora. La pacificación dejó de ser una exigencia tácita y una instancia transitoria para constituirse en una filosofía. Y esa política, que contemplaba una situación nacional ficticia y se había inventado un Perón dispuesto a diseminar la semilla del conformismo, descreía de las propias fuerzas del peronismo y jugaba todo a la buena voluntad de los centros de poder del régimen, ante quienes se hacían repugnantes exhibiciones de

15 mansedumbre y acatamiento ante figurones castrenses y prelados de alma helada que nos respondían con agravios despreciativos o con silencios altaneros. Es que la pacificación, tal como Perón la insertaba como elemento del retorno, no era la humillación del peronismo ante los enemigos del pueblo, sino una posibilidad que, de existir, derivaba de nuestra fuerza y no de nuestra debilidad y mansedumbre. Si el peronismo, despojado por la fuerza del gobierno que legítimamente le correspondería, puede, a su vez, impedir que el régimen se estabilice y se maneje con la fachada de formalismo democrático, entonces podía haber habido una fórmula de coexistencia transitoria con la parte menos bestial del régimen. Fórmula que era el compendio de nuestras respectivas limitaciones y de nuestras respectivas fuerzas. Desarmarnos, como con tanta paciencia se intentó, era invalidarnos para intentar ese equilibrio de facto. Hubo, en consecuencia, una estrategia retornista que siguió el general Perón y otra, que en el fondo de contradecía con aquella, que aplicó nuestra burocracia localmente. De esta última hemos dicho que era, además de repugnante, absurda. De aquella, moralmente inobjetable y lógica en su planteo, cabe preguntarse, ¿era viable? Los sucesos, tal cual ocurrieron el 2 de diciembre no nos dan la respuesta. Por otra parte, toda operación de esta índole incluye un alto porcentaje de riesgos, de incógnitas, de imponderables; dista mucho de ser una jugada de ajedrez. Admitido todo eso, nuestra pregunta no se relaciona con las múltiples variantes adversas –una de las cuales ocurrió– sino con las posibilidades reales en base a las cuales se planificó desde el comienzo el retorno. Dicho de otra manera: los datos que se les suministraron al general Perón, y en base a los cuales


16 trazó su proyecto y lo fue modificando, ¿fueron correctos? ¿Hubo, por más que sujeta a la influencia de tantos factores imprescindibles, una probabilidad real de retorno dentro de los lineamientos expuestos por el general Perón? Ahora es fácil negarlo, y hasta hacer mérito de nuestra convicción de todo momento en tal sentido, inspirada en el análisis de nuestra realidad objetiva. El régimen está en definitiva decadencia: no necesita un “pacificador”, como podría ocurrir en el caso de que sólo estuviese atravesando por una declinación transitoria. Sus períodos de reactivación no dependen de la obtención de treguas sociales, ni su crecimiento global como capitalismo está ligado a la prosperidad generalizada del conjunto de la población; de manera que una solución política para atemperar las contradicciones sociales no podría ser afirmada luego en mejoras sustanciales a las clases desposeídas. Por lo tanto, la estabilidad de las estructuras dominantes no puede sustentarse en su eventual aceptación por parte de los trabajadores, sino en el fortalecimiento de sus mecanismos coactivos y en el estrechamiento de sus lazos con el imperialismo. Una actitud de respeto hacia la voluntad popular de que Perón esté en el país les daría un respiro, pero al precio de deteriorar las bases de su hegemonía en cuanto los antagonismo sociales –que las condiciones económicas no permiten atenuar– los enfrenten con masas dinamizadas por la presencia de su líder. Hay una contradicción insalvable entre el dispositivo económico y policial que garantiza la supervivencia del régimen, y una instancia pacífica que tiene como condición multiplicar la potencia de las fuerzas históricas que amenazan ese dispositivo. Lo ocurrido el 2 de diciembre parece confirmar la validez de los razonamientos que acabo de resumir. Sin embargo,

JOHN W ILLIAM COOKE es una falacia suponer que en la superestructura política obran en todo momento, rígida y mecánicamente, las condiciones de la infraestructura económico-social; y que los centros de decisión dan infaliblemente la mejor respuesta ante cada problema planteado a los intereses de que emanan. Tal cientificismo de geómetras desconoce que, además de esos factores objetivos que marcan las líneas tendenciales de la historia a corto término pueden jugar otros, desde el porcentaje de azar que encierra cada acontecimiento hasta las pasiones e intereses inmediatos de sus ocasionales protagonistas. Por eso, descartamos que el general Perón tuvo en cuenta también determinados datos que nosotros desconocemos; y por lo tanto él puede confrontar los elementos de juicio que dieron pie a la estrategia del operativo con el comportamiento de los factores en el curso de estos últimos meses. Así, al margen de las repercusiones importantísimas que su tentativa tiene en la política argentina, tendrá la respuesta a esta otra serie de interrogantes: ¿hubo una posibilidad malograda de retorno pacífico? ¿O, por el contrario, nunca existió tal posibilidad y fue una ilusión creada por una información deficiente?


EL RETORNO DE PERÓN (1964)

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LOS AUXILIARES DEL CONFUSIONISMO

Pero, volviendo a la operación retorno en sí, ¿cómo analizarla desde puntos de vista no revolucionarios? Se dirá que Castelo Branco es un gorila; lo que no explicará la conducta de Frei, que poco tiene que hacer con Castelo Branco. O se nos explicará que Onganía es malo, que Lanusse es peor y que hay algún otro que es ultra maldito. Todos razonamientos que explican poco y confunden mucho. Sólo si estudiamos a la luz de la teoría cómo se da la lucha revolucionaria mundial, si consideramos al imperialismo no como una modalidad de la política de los países industriales desarrollados sino como una necesidad existencial del capitalismo occidental, si vemos esta etapa en que Asia y África se alzan contra la opresión y en que Cuba es un bastión de libertad en plena América Latina, entonces sí veremos que Estados Unidos necesita regimentar al hemisferio; nos explicaremos que la democracia cristiana chilena, por diferente que sea de otros regímenes, no escapa al alineamiento dictado por el imperialismo norteamericano, porque ningún país gobernado por la burguesía latinoamericana puede gozar de efectiva soberanía. Y no habrá misterio en cuanto al interés y la obligación que comparten en impedir el regreso de Perón. Y en esta comprobación está la respuesta de quienes veían a Perón como carta de los yankis, sean ciertas izquierdas empachadas de teoría, sean burócratas encanallecidos que nos veían como posible instrumento para la lucha anticomunista en el Cono Sur. Las cosas no son lo que querría la voluntad de esos reaccionarios infiltrados ni lo que se les ocurre a los maestritos

17 de las revoluciones extraídas de manuales; las cosas son por su naturaleza y no por el nombre que se les dé. Y el peronismo es la agrupación de las clases revolucionarias en este momento de la historia argentina; así como el papel que cumple Perón es el de encabezar y promover esa rebeldía contra el imperialismo y el privilegio interno. Ese Perón dispuesto a transar con el imperialismo, que venía a aplacar al rebaño para que no se ponga arisco, ese es un fantoche que no existe, tan irreal y arbitrario como el famoso “tirano sangriento” de que nos habla la leyenda cipaya. Esta es una creación de la infamia oligárquica; aquel, un invento de similar laya moral, para el que hay cómplices dentro del Movimiento, algunos por inmadurez y otros porque están demasiado maduros de tanto chapotear en el cenagal del régimen. Ese es el caso extremo, la reducción al absurdo, de un fenómeno que tiene manifestaciones menos burdas en el seno del Peronismo: incluso militantes que con su acción han contribuido a la causa del pueblo, suelen repetir consignas que son parte del régimen que ellos se proponen destruir. Esos errores conceptuales no desmerecen el mérito de sus conductas peronistas; rectificarlos no es un ejercicio de vanidad para solaz de censores infalibles, sino un deber revolucionario, tarea de comprensión y compañerismo. La negligencia teórica trae desastres prácticos. No desarrollar la consciencia revolucionaria de las masas es abdicar de una cualidad de lo revolucionario. Porque esa falta de desarrollo no es que deje un vacío, sino que prolonga la hegemonía de formas de pensamiento que son burguesas, antirrevolucionarias. No hay “tierra de nadie”; lo que es ocupado por la teoría revolucionaria permanece ocupado por los mitos del régimen imperante.


18 La teoría revolucionaria es lo que, junto con la organización revolucionaria y los métodos de lucha, dan el triunfo a los movimientos de masas. Son tres aspectos de una misma cuestión, no tres unidades separadas y divisibles. Sostener que la indefinición, la superposición de líneas contradictorias mantiene intacto nuestro caudal numérico, es una manera retrógrada de pensar. Porque, en primer lugar, reducidos a ser un gigante invertebrado y miope, ¿para qué nos sirve el número? ¿Para votar en la elección que no se ha de realizar? El número es un inconveniente para la clase trabajadora: políticamente, por cuanto nuestro carácter mayoritario es lo que determina que se nos proscriba; desde el punto de vista de las condiciones de vida, porque cuanto mayor sea el número de brazos disponibles con relación a la demanda de fuerzas de trabajo, en peores condiciones se encuentran los obreros para negociar con los patrones. En estos momentos, en que la ocupación es precaria, las empresas están llevando al máximo la superexplotación de los trabajadores. Pero el número se transforma en potencia cuando los elementos más combativos, más claros ideológicamente, están al frente de sus organizaciones gremiales y políticas. El número con que cuenta el Movimiento Peronista gravitará si es encuadrado adecuadamente desde el punto de vista organizativo y movilizado en una política revolucionaria de objetivos claros, tácticas adecuadas y métodos de lucha correctos, coordinados en una estrategia que dé respuesta global al statu quo que soportamos. Si lo ocurrido al general Perón se explica como simple ineptitud de un equipo como maldad extrema de los enemigos, ayudamos al imperialismo y a las clases explotadoras. El terror que despertó la proximidad segura de Perón es el sentimiento generalizado en quie-

JOHN W ILLIAM COOKE nes viven de explotar al hombre y vieron aproximarse al líder que cohesiona y congrega para la lucha a los explotados. El obrero no es simplemente un ser humano que trabaja con sus manos y que vende la fuerza de su trabajo. El obrero es un ser humano malogrado por la posición que ocupa en el sistema productivo, despojado de parte del valor que su trabajo crea, pero despojado también de su humanidad, de sus posibilidades de desarrollo espiritual y cultural. Sujeto para sí, es objeto para quienes lo explotan, carente de bienes materiales y también de los bienes espirituales a los que se accede por la cultura y el desenvolvimiento de la personalidad. El primer paso para dejar de ser objeto no es la cultura, que los regímenes de trabajo extenuantes no le permitirán formarse, sino la acción revolucionaria. Por eso, una dirección que no se ocupe de crear la consciencia de esa explotación y la búsqueda de los medios para terminar con ella, es una dirección que está traicionando a esa masa, aunque subjetivamente esos dirigentes crean que cumplen con su deber, aunque sentimentalmente consideren como propios los dolores de los trabajadores. En segundo lugar, conozco las objeciones de quienes afirman, para oponerse a ese desarrollo teórico que propugnamos, que corremos el peligro de “convertirnos en un partido clasista”. Nosotros sabemos, claro está, que en el peronismo no todos son proletarios, que en parte está integrado por sectores de la burguesía. Pero, ¿quién ha dicho, que porque el peronismo tenga una composición social policlasista su ideología es también policlasista? Si hemos dicho que no hay “tierra de nadie” entre la ideología burguesa y la teoría revolucionaria, ¿por qué el peronismo ha de resignarse a un policlasismo orientado por la ideología burgue-


EL RETORNO DE PERÓN (1964) sa? ¿Por qué ha de someterse a los esquemas de pensamiento de su sector minoritario, el menos combativo, y sobre todo cuando esa ideología es impotente para resolver los problemas de la comunidad argentina y de la Nación como Estado soberano? La ideología revolucionaria es la única que dará soluciones, no solamente para la clase trabajadora sino también para los sectores de nuestra burguesía que tienen una función constructiva que desempeñar en las etapas de transición hacia nuevas formas de organización de la sociedad.

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PERÓN, AMENAZA PARA EL IMPERIALISMO

El régimen está en crisis: muchas voces lo vienen repitiendo. Pero no por eso ha de caer. También el capitalismo como sistema mundial está en crisis, y nada permite predecir su caída a plazo más o menos corto. Un sistema en crisis puede subsistir mucho tiempo; no hay ninguna garantía de que se derrumbe por sí mismo, o por acciones espontáneas que esa crisis desate. Caerá cuando lo volteen; cuando el movimiento de masas oponga a esa crisis –que es total– la superación de su propia crisis –que es superable–; a esa anarquía, su acción orgánica, coherente, ordenada. Los partidos clásicos ya no pueden ser consecuentes ni con los mismos principios que enuncian como fundamento de su razón de ser y de su actividad. Por eso es que los partidos son antiimperialistas desde la oposición y cipayos desde el gobierno. Por eso Frondizi cambió su programa en cuestión de horas, por eso la milonga Radical del Pueblo se convirtió en el “realismo” con que hoy gobiernan. Cuando toma alguna medida que perjudica a un sector imperialista –caso, aún muy dudoso, de la anulación de los contratos de petróleo– lo hace como resolución aislada, no como parte de una política antiimperialista; las plantea como reparaciones a la moral y no como rectificación de políticas que conspiran contra un desarrollo independiente. De cualquier manera, aunque quisiesen, no podrían ir más allá de semejantes actos esporádicos e inconexos. Aunque más no fuera porque todos los planes burgueses para el desarrollo se basan, sustancialmente, en el aporte financiero foráneo a través de préstamos, ayudas o inversiones. O sea, que


20 no hay política nacionalista sino bajo la conducción de la clase trabajadora, que movilice la voluntad nacional tras la empresa revolucionaria de cambiar el orden social existente y asegurar sus bases materiales mediante el desarrollo independiente. Las diferencias entre los partidos van perdiendo importancia en la medida que el régimen en su conjunto ha llegado a sus límites históricos. En otras épocas, aunque todos aceptaban ciertos presupuestos comunes, las particularidades que separaban a un radical de un conservador o un demócrata progresista eran profundas. Pero como ahora esos presupuestos y las instituciones respectivas están cuestionadas por el movimiento de masas, sus defensores tienen menos libertad de maniobra y las divisiones partidistas son verbales meramente. Es así como nosotros derrotamos a la Unión Democrática en 1945, pero desde 1955 estamos gobernados por la Unión Democrática. El gobierno de Frondizi, aún absteniéndose de compararlo con su programa previo y tomándolo simplemente como gobierno radical, ¿cuántos hombres del oficialismo de la “década infame” –que era el enemigo tradicional del radicalismo– incorporó a sus elencos? Para no citar más que lo concerniente a Relaciones Exteriores, mencionaré a Taboada, a Mujica, Cárcano. Y la UCRP, ¿acaso no tiene hecha una repartija de embajadas entre los matices del arco iris político – incluidos los neoperonistas–? ¿Y acaso no integran sus filas, destacadamente, los que formaban parte, como Radicales Antipersonalistas, de la Concordancia que gobernó en el período 1930/43 a costa de perseguir al radicalismo? Cada vez ese pluripartidismo es una unidad y no una variedad. Y ante la vuelta de Perón, los matices se borraron rápidamente. El antiperonismo –ya sea en su forma militante y estrepitosa,

JOHN W ILLIAM COOKE ya sea disimulado con miras al aprovechamiento de la proscripción– une a gorilas y a cripto-gorilas. Por encima de las divergencias sin sentido, todos convergen a la doctrina del anticomunismo, que es la ideología común implantada por el imperialismo en el orbe de su dominación. Ese anticomunismo está dirigido en la Argentina, contra nosotros: “comunismo” es todo movimiento que ponga en peligro los intereses de la explotación interna y del saqueo semicolonial, es decir, el Peronismo en primer término. Cuando Perón dice: “sólo hacen anticomunismo los idiotas”, se refiere concretamente a los “occidentalistas” que están emboscados en nuestras filas. Recientemente, un documento importantísimo de la CIA (Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos) cayó en manos de periodista mexicanos y fue transcripto, en la parte referente a América Latina, por el periódico Marcha de Montevideo. En el texto se comprueba que la CIA, que contribuye preponderantemente a la profusa propaganda anticomunista, no se deja confundir por ella y ubica perfectamente al enemigo, pues afirma: “Los elementos políticos que presentan la amenaza más seria para los regímenes existentes –ya sean progresistas o tradicionalistas en carácter– no son los que se llaman a sí mismos comunistas o castristas, sino los grupos nacionalistas de izquierda que achacan sus propias dificultades a una alianza del capitalismo extranjero – especialmente el de EEUU–, y los latifundios nativos, los líderes militares y los aventureros políticos. Estas fuerzas están representadas, por ejemplo, en la tradición peronista argentina y en el grupo de Brizola en el Brasil; su programa político es fuertemente anti-EEUU, izquierdistas en ideología y demagógico en método. Ataca por igual a los regímenes tradicionales y a los progresistas, y no tiene reparos


EL RETORNO DE PERÓN (1964) en aceptar apoyo comunista o castrista.” ¿Cómo no iba a funcionar, ante el viaje de Perón, la “solidaridad continental” a que aludió el gobierno argentino y que estremece de gratitud a nuestro presidente Illia y a sus correligionarios? El jefe del peronismo puso zozobra en los corazones de todo el dispositivo colonial, que se movió en escala hemisférica para tranquilidad de los restantes satélites del interamericanismo. He ahí otra enseñanza de la Operación Retorno: los apaciguamientos con el imperialismo, las apelaciones para que se nos reconozca como parte de la cruzada occidental, las consignas cipayas, son, como lo hemos denunciado siempre, una traición al peronismo cometida por los que sirven a la reacción desde su propio seno. Los que intentan justificarlo como “astucia” ecuménica.

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EL PERONISMO ES INCOMPATIBLE CON EL RÉGIMEN

La crítica histórica ha exhibido a la democracia burguesa como forma institucional de la dictadura de clases. Sin embargo, durante un largo período de la historia, fue aceptada por la sociedad en su conjunto. La oligarquía la implantó y para no ser desplazada apeló al fraude, mientras las fueras de extracción popular veían la solución de los problemas nacionales en el funcionamiento de los mecanismos constitucionales: unos y otros pugnaban con el control del aparato político del Estado, aceptando las estructuras jurídicas que protegían el orden económico-social. Esa época primaveral ya pasó. Esos partidos siguen aceptando la filosofía básica del sistema democráticorepresentativo, pero están de acuerdo en negarla en su funcionamiento práctico. Si fuesen consecuentes consigo mismos, perderían el manejo del Estado a mano del peronismo, que expresa fuerzas sociales oprimidas por las relaciones capitalistas. El régimen subsiste negándose a sí mismo, como patrimonio de la burguesía a costa de renegar de sus ilusiones democráticas, de violar sus propias leyes. La dictadura burguesa ya no es producto del consenso general sino que su título es la fuerza, cuya desnudez no se tapa con formalismos y ritos vacíos de contenidos democráticos. Gobiernos que no son más que el campo de lucha entre los sectores capitalistas. Un parlamento que da la impresión de estar compuesto por supernumerarios, con nombramientos provisorios y de favor, sin conexión con la lucha político-social que se libra en el país. La proscripción del peronismo ya no puede ser interpretada como producto


22 de la presión de sectores militares setembrinos sino que es una necesidad del régimen para seguir funcionando: El peronismo es incompatible con el régimen. El electoralismo como método para alcanzar el poder queda deshauciado: que como expediente para pescar algunas posiciones representativas e inocuas, para usufructo de burócratas mansos. Serviría, tácticamente, si fuese empleado como una de las tantas formas de lucha al servicio de los fines revolucionarios; lo que no ocurre, ni ocurrirá mientras no ocurran cambios en la conducción del Movimiento. Los partidarios del “diálogo” han obtenido una contundente respuesta el 2 de diciembre: se dialoga con nosotros para entretenernos o para crear falsas ilusiones. O se dialoga con los que no son peligrosos. Pero cuando Perón resuelve regresar, cuando no se propone asaltar el poder sino hacer uso del derecho que tiene todo argentino de habitar en el territorio de su Patria, ya no es “cuestión personal de Perón”, “asunto que compete a Perón y no al gobierno”, “problema de la justicia y no del Poder Ejecutivo” sino problema de todo el régimen y de los regímenes que comparten con él la coyunda de la condición factoril. Esa es otra cosa que fracasó con la Operación Retorno: la politiquería de las entrevistas y acuerdos con monseñores y generales, las combinaciones con el gobierno, las transacciones.

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¿QUIÉN ORIENTA LA POLÍTICA INTERNACIONAL DEL PAÍS?

Perón, devuelto a su punto de origen, no es el melancólico personaje de una derrota sino un caso de dignidad humana en contraste con la indignidad de los siervos de la OEA. El panamericanismo se defendió, y, de paso recompensó la obsecuencia de nueve años de dimisión de nuestra soberanía. Los que viven planteándose jugadas de ingenio para aprovechar la heterogeneidad del régimen argentino, olvidan que en lo fundamental es bastante monolítico. La política internacional es un ejemplo patente, con su orientación rectilínea al margen de los vaivenes de los grupos políticos. ¿Quién traza y dirige la política internacional del país? Los amantes de la letra muerta dicen que los presidentes de la República. Nosotros sabemos que la fijan las fuerzas armadas, que son lo permanente en medio del cambio de partidos y personajes gobernantes. Cada vez disminuye, en esto también, el margen de maniobra. Frondizi hizo algunos juegos en Punta del Este; no para liberarnos del imperialismo, por cierto, sino para negociar la ayuda económica en que se basaba su “desarrollo”. Pero en cuanto llegó aquí, más rápido que ligero tuvo que romper relaciones con Cuba y seguir la línea que le marcaron los sectores castrenses. Cuando el gobierno ha estado bajo directo manejo de las fuerzas armadas, como en el período de Guido, llegó al máximo de la degradación de nuestra independencia como Nación, hasta llegar a la ignominia de participar en una operación de agresión imperialista contra Cuba. Los ministros como el doctor Bonifacio del Carril proclamaron su ci-


EL RETORNO DE PERÓN (1964) payaje sin el mínimo pudor que suministra el lenguaje diplomático. Pero no hay necesidad de ir a casos extremos: con un estilo y otro, el satelismo es la política invariable. Así se explica la actuación del doctor Zavala Ortiz en la conferencia de ministros convocada por la OEA en Washington, en que declaró una cosa, votó otra y explicó una tercera diferente. Según declaró entonces el ministro de Relaciones Exteriores del Brasil, “Brasil y la Argentina han realizado un cambio revolucionario en su política con respecto a la reunión de Punta del Este”. Quiso decir que del margen de maniobra del eje Goular-Frondizi –que aquel mantuvo y este abandonó– se evolucionó hasta el satelismo total. Y esos cómplices que juntamente con nosotros, cumplieron ese giro “revolucionario” y consiguieron que toda la banda cipaya se uniese al atropello yanki contra Cuba, son los que ahora han hecho la Operación del Aeropuerto de Galeao, impidiendo que Perón continuase hacia el punto de su destino. Y cuando el general Onganía pasó por Brasil hizo un desmesurado elogio del gobierno Castelo Branco, que acababa de asaltar el gobierno contra la libertad de los pueblos, para después ir a abrazarse con Chiang Kai-shek, otro sátrapa aunque venido a menos. El señor Castelo Branco es la prolongación del Ejército Argentino, así como el Ejército Argentino lo es de Brasil, y ambos, junto con las restantes fuerzas armadas hemisféricas son una prolongación del dispositivo mundial de opresión montado por los Estados Unidos. Ahora lo hemos visto en funcionamiento, y el mundo ha sido testigo del desmán. Pero en esto también hay una experiencia que extraer: la burocracia carece de autoridad moral para sentirse indignada por el agravio, porque con su silencio ha sido cómplice de actos per-

23 petrados por ese mismo dispositivo contra otros pueblos. Cuando los yankis patrocinaron la invasión de Bahía de los Cochinos, los burócratas eludieron pronunciarse contra ese ataque imperialista a un país hermano liberado. Cuando la crisis del Caribe, en que Cuba afrontó una situación dramática y nuestros gorilas se hicieron presentes para ayudar al más grande imperio de la tierra a ejercer su prepotencia contra una minúscula isla de heroicos hermanos nuestros, nuestra burocracia no se sintió obligada a protestar. En seis años de esa lucha, los cubanos no recibieron la solidaridad y el apoyo moral de nuestros burócratas, a pesar de que el general Perón en varios documentos, planteó la “solidaridad activa” con los movimientos de liberación y mencionó expresamente el caso Cuba. A pesar de que es el único país de América que invitó a Perón y cuyas puertas permanecen abiertas para él.* Decir que eso es cobardía, temor a irritar a los “factores de poder” es poco: eso es traición. Ni la lucha de los congoleños contra los colonizadores, ni la del pueblo vietnamés contra los títeres de Norteamerica, ni la de los guerrilleros venezolanos, en fin, nada los conmueve. Esos “factores de poder” que se busca siempre no irritar acaban de reaccionar ante el viaje de Perón, amparados por todo el frente reaccionario mundial, mientras que nosotros debido a la insensibilidad de nuestros representantes oficiales, estamos ausentes del frente revolucionario mundial. *

Después de pronunciada esta conferencia, el primer ministro cubano, comandante Fidel Castro, ratificó la decisión referida, anunciando que el general Perón sería “bienvenido a Cuba; que lo recibiría como un refugiado, como turista o asilado”. J.W.C.


24 Pequeña treta de enanos muertos de miedo, víctimas del terrorismo ideológico, temblando ante la verdad y ante las palabras. Administran el silencio y el equívoco, temen que el régimen los acuse de comunistas, pero no temen que se los acuse de cipayos. La masa ha visto que los poderes del capitalismo actúan concertadamente en todo el mundo; está viendo cuán necesaria es la solidaridad de los pueblos hermanos y de los países unidos en la lucha común contra la opresión. La Operación Retorno ha desnudado también los alcances de la política de halagar al enemigo y darle la espalda a los hermanos.

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EL PAPEL DE LAS FUERZAS ARMADAS

Ninguna especulación de ventajas políticas justifica el abandono de los principios: una política burguesa puede carecer de base moral; una política revolucionaria, nunca. Ignoro de que se habla, que promesas se entrecruzan en las entrevistas entre dirigentes peronistas y jerarcas militares; tampoco me interesa saberlo. Pero las ilusiones a que den nacimiento jamás pueden compensar los perjuicios de exceder los límites, bastante amplios y flexibles, de los compromisos tácticos compatibles con una línea sin abdicaciones. Pero ubicándonos en el terreno de lo exclusivamente práctico en que acostumbran a moverse los burócratas, la Operación Retorno permite apreciar qué consiguieron para el Movimiento al precio de comprometer la dignidad de éste tanto con algunas actitudes como con algunos silencios y omisiones. Lo característico es que el tema de las fuerzas armadas se eluda, o se toque en forma que no los irrite. Algunos porque quieren granjearse la buena voluntad de ese factor decisivo de nuestra vida política; otros, aunque no esperan ningún apoyo de ellas, temen que ejerzan el derecho no escrito del veto de que disponen; otros por temor a su fuerza. Nosotros no esquivaremos este tema peligroso; y así como no aceptamos que el estudiantado o el peronismo sean entidades con atributos invariables, denunciamos la farsa generalizada de atribuir a las fuerzas armadas determinados atributos que serían de su esencia, hagan lo que hagan o sean quienes sean sus integrantes. Las fuerzas armadas, como toda institución están formadas y dirigidas por hombres, y según procedan, así será el juicio que corresponda, sin que los méritos de otrora cancelen los vicios de


EL RETORNO DE PERÓN (1964) hoy, ni estos disminuyan aquellos. Nadie podrá convencerme que el Ejército de San Martín y de Dorrego es también el Ejército del Conintes y las torturas y la represión. O que la gloria que nuestros antepasados conquistaron con la lanza cubra ahora el manejo de la picana o se empañe por la actividad represiva de ahora. Ya hemos expresado el concepto que nos merecen los partidos políticos tradicionales. Pero no vemos qué títulos tienen los militares para enjuiciarlos y adoptar aires de superioridad ante ellos, como no sea la sensación de considerarse parte de una casta cuyos cuadros superiores se comportan como si fuesen príncipes de la sangre. Desde 1955, el Ejército es un partido más, el partido continuo del régimen, el partido con la máxima capacidad de violencia en una fase histórica en que la institucionalidad democrático-representativa no funciona y todo es acción directa. Si la democracia funcionase, el peronismo sería gobierno; cosa que no sucede – para beneficio de todos los partidos– porque el partido fuerte, las fuerzas armadas, se lo impiden mediante la acción directa. Las fuerzas armadas ya no son un órgano del Estado; son una fuerza, un poder del Estado, que lo vertebran y dirigen, supliendo con su potencial armado la debilidad de los restantes partidos, anacrónicos ideológica y funcionalmente. Hay una patria prisionera, y otra patria sobreimpresa, hecha de desfiles, fanfarrias y arengas occidentalistas, que se reduce a la adoración de símbolos de otros símbolos, un juego de abstracciones y fantasmas para que no aparezcan los hombres de carne y hueso ni se oiga su clamor. ¿Puede haber patria sin soberanía? ¿Soberanía sin liberarnos del imperialismo? ¿Desarrollo sin autodeterminación? Eso pueden creerlo quienes están bajo el influjo de las hechicerías frigeristas o de similares desarrollismos que proliferan en todas las corrientes burguesas.

25 El fetichismo técnico debía prender fácilmente en instituciones que operan con el utilaje bélico y a las fuerzas armadas les sirve como coartada o como escape. Pero los problemas del desarrollo son parte del problema nacional, que se resuelve a nivel político y no a nivel técnico. Las desigualdades no son técnicas en ningún caso: la aparente neutralidad de la técnica envuelve decisiones políticas que el pueblo no puede adoptar porque está privado de la facultad de resolver su destino. Nosotros no somos antimilitaristas: somos pronacionales, patrióticos, y juzgamos al Ejército por el papel que juega. A diferencia de los antimilitaristas sistemáticos que trasladaron valoraciones que no correspondían a nuestra circunstancia histórica, reconocemos el papel progresista que pueden tener las fuerzas armadas en un país subdesarrollado y apreciamos la obra de los jefes como Mosconi, Baldrich, Savio en defensa de los intereses nacionales, como así también reconocemos que el Ejército, en 1945, fue un factor de avanzada que se proponía tareas y planteaba problemas que hacían a nuestra independencia económica y política. Ese concepto cambia cuando, a partir de 1955, la posición del Ejército también cambia, y pasa a convertirse en el eje de la política reaccionaria. Una modificación de ese comportamiento haría variar, de más está decirlo, nuestro juicio. Aunque hay razones objetivas que nos llevan a suponer, sin que pueda imputársenos un pesimismo catastrófico, que esa hipótesis ya no es posible. Algunos sectores antiliberales de derecha cultivan amorosamente el mito de las fuerzas armadas como depositarias de valores que, por perversas maquinaciones de los políticos, no graviten actualmente en forma decisiva, pero terminarán por prevalecer pese a todo. Es que el Ejército, última institución jerarquizada en una sociedad cuyas je-


26 rarquías están en crisis es la garantía final del statu quo, tanto bajo su forma liberal como bajo formas paternalistas o foscilizantes. El Ejército los satisface adoptando la defensa de lo “nacional” entendido como lo opuesto a lo revolucionario. El pueblo, por consiguiente, está reducido a ser víctima resignada o a ser “subversivo” en cuanto se rebela contra la explotación y la servidumbre imperialista. Es decir, en cuanto, mediante su acción intenta que la Argentina se realice como Nación, para lo cual debe luchar contra el Ejército, que ya no defiende la soberanía del país sino que defiende la “frontera interna” del imperialismo, de acuerdo a la teoría adoptada de la “guerra subversiva”. Entonces, el “enemigo” ya no es el invasor potencial: somos nosotros. Los oficiales aprenden en los ejércitos de las potencias coloniales, las técnicas para enfrentar a los movimientos de liberación nacional, para aplicarlas al pueblo argentino cuando intente liberarse. Al adscribirse a la teoría de la “guerra subversiva” el Ejército constituye, no sólo el puntal del régimen imperante internamente, sino el instrumento de la dominación imperialista en nuestra propia tierra.. y no lo hemos de juzgar, por más fuerza que tenga, por más represalias que pueda descargar sobre nosotros; por lo que dice ser y valer, sino por lo que es en realidad. Esa fuerza material es lo que le da prestigio ante quienes se sienten defendidos por ella, lo que inspira el prudente respeto de muchos que no desean sufrirla en carne propia desde que se constituyó en guardián de la “frontera interna”, el militar renunció a lo que antes le confería una aureola de prestigio; era el encargado, en caso de que la patria fuese agredida, de morir defendiéndola. Ya no han perdido ese prejuicio favorable, desde que no han de morir por nosotros sino por la oligarquía y el imperialismo combatiendo contra el pueblo argentino.

JOHN W ILLIAM COOKE Desde que el Ejército es el árbitro de la situación política, muchos burócratas, que siempre están inventándose atajos hacia el poder porque son incapaces de proponerse la dura y abnegada vía de la revolución, sueñan el golpismo salvador y fulminante. Negocian, halagan, tratan de presentarse como intermediarios que aseguren la adaptación del peronismo a los esquemas mentales de la oficialidad, explican que hay sectores proclives al entendimiento con nosotros. Hasta ahora, jamás el Movimiento ha tenido pruebas de que existe esa coalición de corazones tiernos, aunque a esa posibilidad se han sacrificado deberes inexcusables en una dirección de masas. El máximo de “comprensión” que se nos demostró es regalarnos el uso de los derechos que en teoría los ciudadanos argentinos, a condición de convertirnos en neo-peronistas vale decir, en planta híbrida que vegeta junto a la flora anémica del partidismo burgués. Desde que la Operación Retorno cobró verosimilitud, hasta que se concretó en el viaje reciente, ese papel del Ejército que no se quería reconocer y que se evitaba por todos los medios que el pueblo comprendiese, se presentó sin velos ni disimulos: declaraciones de las tres armas, planes asesinos, golpes reparadores, a todo estaban dispuestos a recurrir las fuerzas armadas, sin que trascendiese una sola disidencia. mÁs vale que el pueblo se haya visto ante la necesidad de aceptar con realismo que en el camino de sus objetivos se interpondrá siempre el poder militar, y debe formular su estrategia tomando en cuenta ese dato de la realidad. Ha quedado demostrado para quienes no quieren engañarse, que la diferencia entre un militar colorado y un militar azul consiste en que el colorado es un cipayo y un verdugo las veinticuatro horas del día y todos los días, mientras que el azul es un cipayo y un verdugo solamente cuando hace falta.


EL RETORNO DE PERÓN (1964)

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LAS CAUSAS DE LA HISTERIA

El odio contra Perón, como persona, ha sido cultivado sin descanso y es de esperar que tome formas exacerbadas. Pero eso explica parte de la histeria que despierta y no las razones más amplias y profundas. Perón es el símbolo que congregan la resistencia al régimen, Perón en el país, o cerca del país, es un factor de desarrollo de la consciencia y de la combatividad revolucionaria de la masa. Perón considerado al margen de las masas que lo siguen, no sería motivo de alarma y hasta el odio que despierta en las fuerzas oligárquicas perdería las razones que lo mantienen vivo y beligerante; su viaje no hubiese sido motivo de zozobra sino oportunidad para venganza y la crueldad con el enemigo indefenso. La relación Perónmasas es la que, durante nueve años, se ha intentado destruir en vano. Lo que los militares proclaman brutalmente, los políticos exponen con sutileza y disimulo. Los peronistas no son el blanco de la hostilidad y la persecusión, sino el peronismo. Como ciudadanos dispersos, por cierto que se nos acepta: lo inadmisible es que actuemos como fuerza organizada y cohesionada, que peronismo y antiperonismo sean, en esta etapa, la forma en que se da políticamente la lucha de clases. Los políticos que dicen respetarnos y proclaman su adhesión a la causa de la personalidad humana, nos piden, sin embargo, renunciemos a nuestra militancia política, que es uno de los derechos primordiales de la persona. Nos quieren sometidos; no como somos, sino como seríamos si renegásemos de nuestras convicciones. Perón es el factor unitivo y el símbolo de esa resistencia, y como tal fue atajado, como tal despierta toda la malignidad y bajeza del régimen. Declaraciones y

27 editoriales cipayos declararon que no se permitirá la vuelta al régimen depuesto en setiembre de 1955; omitieron el pequeño detalle que el retorno no era ese régimen sino el regreso de una persona a su país, pero tras ese barullo malintencionado podemos captar el pánico de las clases jaqueadas aferrándose a la posesión del país para seguir corroyéndolo como alimañas. La proximidad de Perón acrecía las posibilidades del peronismo para encontrar las condiciones de la victoria. Ante eso, se provocó una reacción que es la mejor respuesta a quienes creen que el peronismo –mientras mantenga su vigencia– puede ser admitido en la lucha democrática por el poder. Se nos dio otra prueba de que el peronismo es incompatible con el régimen, punto que muchos bruócratas están dispuestos a conceder teóricamente, pero sin extraer las conclusiones correspondientes, como ser, que esa incompatibilidad es irreversible y nos impide admitir sus estructuras económicas y sus superestructuras económicas. La Operación Retorno hirió de muerte al reformismo burocrático, empeñado en convencer a las fuerzas tradicionales de que sólo nos separan de la incomprensión de los malos entendidos. No es así como se nos ve, y con sobrado fundamento: somos diferentes, más aún, antagónicos. No aspirantes que hacen méritos para ser admitidos en el juego burgués de la lucha por el poder, sino el agrupamiento de las clases que necesitan destruir esos mecanismos y suplantar esa sociedad. Otra lección clarita, objetiva y concluyente que brindó a nuestro pueblo la Operación Retorno, es la unidad de las fuerzas proimperialistas en escala universal y continental, así como la unidad oligárquico-imperialista en el orden interno del país. Demostró que la perspectiva de que venga Perón y desate procesos revolucionarios en las masas convierte el mosaico de los partidos en pugna en un


28 sólido haz, unido tras las fuerzas pretorianas. Y mostró algo que, siendo una modalidad más o menos constante de las fuerzas imperantes, se agudizó y fue en aumento desde que, meses atrás, se anunció el regreso de Perón. En los editoriales de los diarios, en los discursos de las figuras patricias y de los tribunos políticos, en las declaraciones oficiales y de las fuerzas armadas, nos vienen diciendo: “El país no permitirá el retorno del tirano”, “el pueblo ya ha pronunciado su palabra…”, “La historia ha dado su fallo definitivo…”, etc. Quiere decir que el país, la Nación, el pueblo, la historia, son ellos; nosotros somos el residuo, lo que sobra. Ellos son los mandatarios, por derecho sagrado, de la Argentina; nosotros somos los parias. Pero los parias de la India, intocables de la última categoría aceptaban durante años su condición de excluidos, mientras, que el peronismo es la resistencia a aceptar este estado de cosas. El régimen retiene el poder, pero la presencia del peronismo le impide hacerlo funcionar plácidamente. Lo hostiga, lo combate, lo acecha. Es positivo todo lo que tienda a mantenerlo en esa combatividad constante y a sobrepasar teórica y organizadamente su situación actual, para dar efectividad a sus aspiraciones al poder. Es nefasto, lo que fomenta la complacencia, la conformidad con el grado alcanzado como agrupamiento de masas, el blando conformismo que hace descuidar el perfeccionamiento constante. El peronismo no responde a ningún decreto de la providencia que le asegure el triunfo y lo proteja de las fuerzas de desintegración. Tal como hemos afirmado con respecto a cualquier empresa humana, el peronismo no tiene otros valores que los que va creando con su acción y debe irse superando para estar a la altura de la misión histórica que recae sobre él. Si no lo hiciese, no por eso se detendrá el proceso popular, otras organizaciones nos suplan-

JOHN W ILLIAM COOKE tarán, pero se retrasará tal vez por muchos años. El BUROCRATISMO REFORMISTA nos quiere empujar a cambiar ese destino por la participación marginal en el reparto de las posiciones del gobierno político, donde se nos concederán mayores prerrogativas a medida que nos vayamos degradando como intérpretes de las capas desposeídas: obtendremos la libertad a condición de que no nos sirva. El GOLPISMO, aunque presupone la violencia que el reformismo elimina, tiene su misma filiación. El reformismo nos lleva a remolque del régimen como pálidos espectros; el golpismo nos lleva a la zaga de determinados grupos militares que también actúan dentro del régimen. En ambos casos, nuestra posición es subordinada a fines ajenos. El golpismo nos expone a todos los riesgos de la aventura militar sin tener la compensación de ser nosotros quienes la conduzcamos. Las FORMAS DE VIOLENCIA AISLADA que preconizan grupos sin organización adecuada ni teoría correcta ni estrategia acertada, encierran peligros que van desde servir –sin que sus militantes tengan consciencia de ello– de tropa de choque utilizada por intereses que generalmente la dirigen por control remoto, hasta prestarse a la provocación cuando el régimen necesita justificar represiones. Y malogrando, frecuentemente, cuadros revolucionarios que hubiesen sido valiosos de haber podido discernir entre empresa revolucionaria y aventurerismo. Entre las diversas posiciones que venimos enumerando deseo detenerme brevemente en una que eventualmente ejerce atractivo sobre ciertos sectores del Movimiento: la que tiene por principal exponente al Dr. Matera. Este propone, en síntesis, la necesidad del “diálogo”, la posibilidad de la “convivencia” y preconiza una “revolución pacífica”. La única manera en que puede proponerse en la Argentina una “revolución


EL RETORNO DE PERÓN (1964) pacífica” es definiendo como “revolución” lo que no es tal cosa. El Dr. Matera es honesto consigo mismo: cree que determinados cambios –impulsados por la Alianza para el progreso, el imperialismo a la Kennedy– y algunas mejoras obtenidas mediante la convivencia democrática son la revolución. Y efectivamente, para una “revolución tan exigua, no vale la pena apelar a la violencia. Pero si por revolución entendemos un cambio total que suprima la explotación del hombre por el hombre y realizarnos como país soberano, entonces no se puede lograr ni evolutivamente ni por pactos ni por acuerdos generales. Sólo la violencia la hará posible. La “conciliación” traslada al plano de lo subjetivo, de la “buena voluntad general”, lo que son contradicciones de la sociedad; y en lugar de terminar con esa sociedad dividida en clases, nos propone arreglo por encima de las clases, sin suprimirlas. Como si de esa división en clases no naciesen las desigualdades. Como si las relaciones entre clases no fuesen relaciones entre hombres, en que unos son oprimidos y otros son opresores, sino una de las tantas formas de agrupamiento que suelen adoptar los miembros de una comunidad. Una manera de desechar los grandes cambios es este apego a los cambios pequeños, característico de todo pensamiento burgués. Hemos dicho que la Operación Retorno cierra las esperanzas de cuantos creían en el “diálogo”. O el peronismo se realiza como movimiento revolucionario, o está fracasado como posibilidad argentina de futuro. La astucia de los neoperonistas consiste en sacar la conclusión contraria: el “fracaso” del operativo retornista, resentiría la jefatura de Perón, y sobre ese vacío de poder el neoperonismo, concurrencista y legalizado, ofrece una canalización para nuestras masas. En alguna proporción, ello puede ocurrir; pero esa canalización sería para expre-

29 sarse electoralmente en comicios parciales, no para obtener el poder y desde él procurar soluciones a los grandes problemas. Consecuencia de la anterior premisa, se enuncia la hipótesis de que el diálogo, que es imposible para Perón, ¿por qué ha de serlo también para Matera? A partir de esta apertura se hacen múltiples conjeturas, entre las cuales no debe descartarse la de que en alguna coyuntura futura, puedan crearse las condiciones para una salida frentista de esa índole con los factores de poder debidamente tranquilizados con respecto a los fines pacíficos del Movimiento. Lo que ocurre es que esa no sería una respuesta a los interrogantes nacionales. No es que de esa forma se planteen mal; es que ni siquiera se plantean. Efectivamente, las fuerzas dirigentes no tienen para el diálogo con el Dr. Matera la actitud de total rechazo que tienen para todo contacto con Perón, por la sencilla razón de que éste es un factor de la revolución y aquél un factor para evitarla. Mientras Perón viva, el Dr. Matera podrá dialogar; pero tendrá muy poco que ofrecer a sus interlocutores. Y, desaparecido Perón, el Dr. Matera, aún admitiendo que pudiera ser circunstancialmente respaldado popularmente para el “arreglo”, aún así no sería la solución del problema sino una breve postergación del mismo, porque no podría ir más allá de ese supuesto episodio electoral. Las masas seguirían con sus reivindicaciones irresueltas, la revolución que hoy es imprescindible lo sería mucho más aún, entonces. La desaparición del general Perón dejaría vacante una jefatura revolucionaria, que jamás podrá asumir un titular reformista.


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LOS FUNDAMENTOS DE LA VIOLENCIA

Todo movimiento revolucionario se debe proponer la toma del poder. No es una suma de rebeldías aisladas sino la estructuración de las rebeldías populares en torno a formas revolucionarias, lo cual implica teoría, organización y métodos revolucionarios. Generalizando la experiencia que vivimos, diría que la crisis del movimiento popular argentino es la crisis del peronismo como organización revolucionaria. En el partido revolucionario la historia se hace consciencia, la experiencia se transforma en teoría. Las voluntades dispersas se aúnan organizativamente. El peronismo es revolucionario, pero no está organizado adecuadamente para las tareas revolucionarias. Por eso sus mejores jornadas son producto del espontaneísmo, que la burocracia no ha conseguido matar, pero que debe ser superado por la estrategia del partido revolucionario. El Partido Justicialista no puede reemplazar al partido revolucionario, con el cual no tiene parecido. El Partido Justicialista es la organización legal del Movimiento para actuar en uno de los frentes, así como los organismos gremiales son organizaciones para actuar en el frente del trabajo. El partido revolucionario comprende a uno y a otros, pero englobándolos en una estructura más amplia e integrándolos a estrategias globales. Las actividades legales no pueden ser despreciadas, como algunos pretenden. Lo malo es que, no estando integradas al servicio de una estrategia general, tienden a perder su carácter táctico para convertirse en un fin en sí mismas, metiendo al Movimiento en el callejón sin salida del electoralismo; que, para cualquiera que conozca la

realidad argentina, es inapto para alcanzar los objetivos buscados. El partido revolucionario combina todas las formas de lucha, las aprovecha a todas, porque no confunde tácticas con estrategia, objetivos inmediatos con objetivos fundamentales. La teoría revolucionaria comprende la teoría de la violencia, para que no ocurran los desastres de la violencia sin teoría del aventurerismo o se incurra en errores de concepto como los del reformismo. Por ejemplo, el Dr. Matera nos habla de la “revolución pacífica”, porque cree que la violencia empieza cuando nos alzamos insurreccionalmente. Pero el que algunos tengan mucho y otros no tengan nada, ¿acaso no es un hecho de violencia? La desnutrición infantil en el Norte argentino, a la que se refirió hace poco, ¿cree él que no es un hecho de violencia? La opresión no es una fatalidad que nos llega del cielo: la opresión es algo que unos hombres le hacen a otros hombres. No es un situación de la que nadie sea responsable: es responsable el régimen, son responsables los hombres del régimen, los que la implantan, los que la consienten y los que se benefician con ella. Es responsable el imperialismo y todos cuantos lo sirven en el país. Si en el Noroeste hay una mortalidad infantil altísima – de 460‰– eso no ocurre porque sí, si no porque hay hombres que han creado las condiciones para ello, y hombres que son cómplices porque las aceptan. Ante la explotación y la miseria, el revolucionario no se limita a las protestas teóricas o a prometer que en algún futuro remoto todo ha de arreglarse; sabe de dónde proviene la opresión, conoce sus raíces, y entonces no puede ser tranquilo, ni conciliador, ni apóstol de la conciliación, ni partidario del diálogo, como caballero tratando con otros caballeros. Esas son valoraciones burguesas: nosotros somos peronistas,


EL RETORNO DE PERÓN (1964) no caballeros. No nos regimos por formulismos establecidos. Respetamos al hombre como tal, y no lo queremos ver oprimido; no aceptamos las reglas de juego del régimen, porque es él, el responsable, el sistema capitalista y la dependencia del imperialismo la causa primordial de nuestros males. Condolerse por las condiciones de los niños norteños es lo que viene haciendo la oligarquía desde hace cien años. El que realmente lo sienta, que tome parte en la lucha. No con llamados a la buena voluntad de los opresores, sino armando el brazo de los oprimidos, dándoles consciencia de su opresión y de las causas y despertando su voluntad para buscar la libertad. Por eso la revolución pacífica del Dr. Matera no existe. No solamente porque los objetivos que se propone no son revolucionarios, sino además porque no hay cambios pacíficos, ya que la opresión y la explotación son, de por sí, ejercicios de la violencia. Es falsa la elección entre violencia y no-violencia: lo que se debe resolver es si se ha de oponer a la violencia de los opresores la violencia libertadora de los oprimidos. Por eso los que vienen con revolucionarismos abstractos, anunciando baños de sangre y declarando la guerra civil porque sí y ante sí, también están lejos de la violencia revolucionaria, que presupone la moral. El revolucionario no desprecia la moral: desprecia la ética del régimen para sustituirla por la ética de la solidaridad revolucionaria. La violencia revolucionaria no es como la del régimen, una violencia mecánica, violencia en sí misma, sino con base ideológica y moral. Porque no es puede exponer a un ser humano a la cárcel –y tal vez a la muerte– sino conmoviéndolo como consciencia individual, como parte de la consciencia colectiva. Es violencia contra los enemigos de los seres humanos; o sea, es amor a los hombres que se traduce en

31 odio a quienes causan su desgracia. Los que aman a los hombres pero se niegan a pronunciarse contra los responsables de la opresión, son consciencias muertas: que se vayan a predicar su mustio evangelio por ahí, pero que no vengan a presentarse como dirigentes revolucionarios. Así como los que creen que puede haber nacionalismo sin antiimperialismo. La Patria es proyecto, es movimiento. Quererla es no resignarse a la ignominia presente, a estos militares que nos tienen metidos en una guerra que no es la nuestra, como parte de un frente occidental que tampoco es el nuestro. La Patria es sentido del futuro, es posibilidad de construirnos como Nación, como parte de la revolución latinoamericana, como parte del frente revolucionario mundial.


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LLAMADO A LAS TAREAS REVOLUCIONARIAS

Por todo esto digo que el retorno ha dejado muchas enseñanzas, objetivando ante el pueblo argentino verdades, que había interesado en desfigurar o embarullar. La Operación Retorno no fracasó: cuanto más, una tentativa determinada salió mal, pero el régimen se presentó tal cual es, mostró sus raíces violentas, su miedo, su impotencia, su pasaje de la burla soez al pavor (y hoy, supongo, a la compadrada radical). Si algunos de los participantes en la operación nos merecen reparos, si alguno merece nuestro franco repudio, eso es secundario, lo que no debe interferir en nuestro balance. Seguramente por no evitar esa confusión entre lo circunstancial y minúsculo con lo sustantivo y fundamental, es que se haya incurrido en algún error al plantearse integralmente la operación. Quiero decir que se especuló, en algún aspecto de la misma, con la buena voluntad que fuerzas del régimen dispensan a la burocracia, pero que no pueden extender a Perón. Se estimó a Perón y al pueblo de acuerdo con la visión que tiene la burocracia del Movimiento; pero la oligarquía, que nos mira con los ojos del miedo, vio el peligro que ella y el imperialismo corrían por el simple hecho de que Perón estuviese en medio de su pueblo. El intento ya fue suficiente como estímulo y como avance del pueblo hacia la comprensión de que es imprescindible que el peronismo evolucione hasta estructurarse de manera que su potencial revolucionario alcance su máximo desarrollo y cumpla con mayor eficacia su función de vanguardia de la lucha popular.

Para esa lucha llamamos a todos: a los que quieran formar en las filas peronistas y a los que no deseen hacerlo, pero se sientan identificados con nuestros propósitos. La acción revolucionaria no rechaza a nadie: llama a todos. No es mezquina, como la de los burócratas; no es sectaria e insensata, como la de los seudorrevolucionarios. No teme a la capacidad de los grupos intelectuales sino que los llama, porque necesita de todos los esfuerzos. Porque no se cierra a nadie que venga con buena voluntad. Los que hayan sacado balance correcto de la Operación Retorno habrán comprendido que la revolución argentina pasa por el peronismo, lo tienen como centro, aunque no como único participante. Habrán visto que la unidad de los opresores hace imperativa la solidaridad de los que combaten la opresión. La liberación será tarea colectiva de aquellos a quienes se ha querido reducir a muchedumbre sin voz, mano de obra en la paz y carne de cañón en la guerra. La clase trabajadora hallará, más tarde o más temprano la oportunidad y las formas para conducir victoriosamente la indomada vocación de la comunidad argentina para realizarse como destino nacional.


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