Ellos me enterrarán si mañana muero. Si mañana muero, también me gustaría que Marta tocara para mí la música que tocó para Marcelo
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Si mañana muero Fuentes, Eugenio: Si mañana muero. Col. Andanzas. Editorial Tusquets. Barcelona. 2013. Primera edición. En esta narración se cuentan con palabras unos acontecimientos que les suceden a unos personajes en un lugar y en un tiempo determinados. Indaguemos en la novela a través de sus elementos: El título (página 192). El narrador o los narradores. Los acontecimientos que conforman la acción y el argumento. Los personajes. El lugar de los hechos. El tiempo y la época histórica. El orden de la narración. Estructura: planteamiento, nudo y desenlace. Su arquitectura. Temas. Estilo y recursos estilísticos. La verosimilitud de lo contado.
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Primera parte (1-6) (82 páginas). Los civiles (julio-septiembre de 1936).
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Segunda parte (7-23) (236 páginas). Los soldados (septiembre de 1936-mayo de 1937).
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Tercera parte (24-26) (122 páginas). Los muertos (19, 20 y 21 de noviembre de 1951).
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Primera parte Los civiles Almeida Rubén Marta Jerónimo de las Hoces El maestro pintor El maestro de viola
Marcelo Transeúntes Funcionario de alistamiento Madre y abuelo de Rubén Tío y padres de marta Músicos del Quinteto
1 Arranca la novela. Desde el principio sabemos que el protagonista, y también narrador, es pintor: “le había dicho a Almeida … por eso ahora escucho al hombre de acento indefinible”. Ese hombre tiene la voz seca. Se repetirá este rasgo a lo largo de la novela. Pasamos del Pretérito al Presente. Al comprador no le gusta la pintura que grita. Se habla de un grito. ¿tiene que ver con El grito? El grito (en noruego Skrik), es el título de cuatro cuadros del noruego Edvard Munch (1863-1944). La versión más famosa se encuentra en la Galería Nacional de Noruega y fue completada en 1893. Otras dos versiones del cuadro se encuentran en el Museo Munch, también en Oslo, mientras que la cuarta versión pertenece a una colección particular. En 1895, Munch realizó también una litografía con el mismo título. Todas las versiones del cuadro muestran una figura andrógina en primer plano, que simboliza a un hombre moderno en un momento de profunda angustia y desesperación existencial. El paisaje del fondo es Oslo visto desde la colina de Ekeberg. El grito está considerado como una de las más importantes obras del artista y del movimiento expresionista, constituyendo una imagen de icono cultural, semejante al de la Gioconda de Leonardo da Vinci. El cuadro es abundante en colores cálidos de fondo, luz semioscura y la figura principal es una persona en un sendero con vallas que se pierde de vista fuera de la escena. Esta figura está gritando, con una expresión de desesperación. En el fondo, casi fuera de escena, se aprecian dos figuras con sombrero que no se pueden distinguir con claridad. El cielo parece fluido y arremolinado, igual que el resto del
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3 fondo. La fuente de inspiración para El grito podría encontrarse quizá, en la atormentada vida del artista, un hombre educado por un padre severo y rígido que, siendo niño, vio morir a su madre y a una hermana de tuberculosis. En la década de 1890, a Laura, su hermana favorita, le diagnosticaron un trastorno bipolar y fue internada en un psiquiátrico. El estado anímico del artista queda reflejado en estas líneas, que Munch escribe en su diario hacia 1892: Paseaba por un sendero con dos amigos - el sol se puso - de repente el cielo se tiñó de rojo sangre, me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio - sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad - mis amigos continuaron y yo me quedé quieto, temblando de ansiedad, sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza. Munch inmortalizó esta impresión en el cuadro La desesperación, que representa a un hombre con un sombrero de copa, de medio lado, inclinado sobre una prohibición y en un escenario similar al de su experiencia personal. No contento con el resultado, Munch pinta un nuevo cuadro, esta vez con una figura más andrógina, de frente, mostrando el rostro, y con una actitud menos contemplativa y más activa y desesperada. Lo mismo que la anterior, esta primera versión de El grito, se llamó La desesperación. Según detalla Robert Rosenblum (un especialista de la obra del pintor), la fuente de inspiración para esta estilizada figura humana podría haber sido una momia peruana que Munch vio en la Exposición Universal de París en 1889.[ El cuadro fue expuesto por primera vez en 1893, formando parte de un conjunto de seis piezas titulado Amor. La idea de Munch era la de representar las distintas fases de un idilio, desde el enamoramiento inicial a una ruptura dramática. El grito representaba la última etapa, envuelta en angustia. La obra no fue muy bien acogida por la crítica y, el conjunto Amor fue clasificado como arte demente (más tarde, el régimen nazi clasificó a Munch de artista degenerado y retiró todos los cuadros que había en una exposición en Alemania). Un crítico consideró el conjunto, y en particular El grito, tan perturbador, que aconsejó a las mujeres embarazadas que no visitaran la exposición. La reacción del público fue discrepante y el cuadro se convirtió en motivo de discusión y por primera vez se hace mención de El grito en las críticas y reportajes de la época.
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Munch realizó cuatro versiones de El grito. El original de 1893 (91 x 73,5 cm) con una técnica mixta de óleo y pastel sobre cartón, está expuesto en la Galería Nacional de Oslo. La segunda (83,5 x 66 cm) en témpera sobre cartón se exhibió en el Museo Munch de Oslo hasta que fue robado en 2004. La tercera pertenece al mismo museo y la cuarta es propiedad de un particular. Para responder al interés del público, Munch realizó también una litografía (1895) que permitió imprimir el cuadro en revistas y periódicos. El 31 de agosto del 2006 la policía de Oslo anunció que la segunda versión de la obra fue recuperada, junto con la Madonna, otra obra de Edvard Munch también robada en el 2004.
Pero el cuadro que se nos presenta es bien distinto: Una mujer que, con gesto decidido, sin esconderse ni justificar su huida, viene caminando de frente hacia quien la mira. Huye de un fondo de lejanos edificios en ruinas, bajo un cielo del que no se sabe si está en llamas, si refleja un atardecer de nubes incendiadas o los rescoldos de una gran explosión. Se ve un fusil a sus pies, pero su actitud no aclara si acaba de soltarlo para coger al niño desnudo, de gesto doloroso y enfermo, que lleva en brazos, o si se dispone a soltarlo para coger el fusil. Entre ella y las casas semidestruidas se distingue una masa confusa de hombres con banderas que parecen gigantescas mariposas que revolotean por encima. El tamaño es demasiado pequeño para soportar tanta presión. Parece a punto de estallar, romper el marco y expandirse por las paredes.
Al lado, las dos naturalezas muertas, que dice el narrador que “ha intentado que estén llenos de vida”: Unas truchas sobre las que revolotea un moscardón buscando un párpado bajo el que depositar sus huevos, un conejo, una perdiz, la escopeta que la ha derribado y un sombrero de cazador con una pequeña pluma en el cintillo. Un racimo de uvas blancas, casi transparentes, una granada abierta, unas naranjas, un par de manzanas gordas y orgullosas que humillan a un puñado de albaricoques, más humildes y maduros, y un plato y un cuchillo.
Se trata de un joven pintor, de veinticuatro años, que tiene miedo al fracaso. Frente a él el ricote de provincias, Jerónimo de las Hoces, y Almeida, que sabe mucho de arte, que tiene intuición para detectar el talento y que es un usurero. 4
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Ahora sabemos que es julio (el chófer, para aliviar el calor de julio…) Se quema la Maternidad ante los ojos del autor: No puedo creer lo que estoy viendo y corro hacia la calle, donde el cuadro arde entre llamas rojas, azules y violetas que parecen haber surgido del agitado fondo de la propia pintura y que deforman los rostros del niño y de la madre.
Observemos la actitud del ricote: —¡No! —grito, y me revuelvo contra De las Hoces, que también contempla el fuego con un contradictorio gesto doloroso, como si se hubiera visto obligado a quemarlo contra su voluntad, porque había algo en el cuadro de la mujer y el niño enfermo que, colgara donde colgara, siempre le causaría dolor. Perplejo y agraviado, quiero exigirle explicaciones. Todos lo advierten, porque los dos empleados se adelantan un paso y Almeida me sujeta el brazo con firmeza. Sin embargo, mi rabia se calma pronto, no forcejeo con él. En las pocas peleas que tuve siendo niño se agotó mi capacidad para las batallas.
Todo parece tener una explicación: —Era demasiado bueno —dice De las Hoces—. No podía permitir que alguien se lo llevara. Y yo no hubiera podido dejar de mirarlo.
El pintor quema el dinero: —Dame el dinero —le digo a Almeida sin mirarlo. —¡No! —¡Dame el dinero! —¡No seas tonto! Él no va a aceptarlo. Duda unos segundos, pero al fin me entrega los diez grandes billetes y antes de que pueda impedirlo los pongo sobre las brasas, que se avivan a su contacto mientras un escandalizado rumor de asombro y de protesta se eleva entre los transeúntes que nos contemplan y se remueven ofendidos. —¡Estás loco! —gime Almeida mirando el dinero convertido en cenizas. —Ahora estamos en paz —me dice De las Hoces sin ocultar su sorpresa, 5
con una voz que el fuego parece haber resecado por completo. —No —replico—. Ahora me debe algo.
Aquí concluye el primer episodio de la novela. ¿Qué función tiene el cuadro a lo largo de la novela? ¿Es sólo el punto de unión entre los personajes que después se reunirán de nuevo en la novela? El fuego del arte y el fuego real de julio de 1936. Además la repetición imposible del cuadro. La calle. Son muy parecidas las prisas del miedo y de la fiesta. Aquí está el contexto histórico. Esto reaparecerá a lo largo de la novela, que el autor construye con pinceladas. Cenizas en la acera de la Maternidad, pero también humo de los disparos. Regresa a casa. En pie frente al caballete, como frente a una ventana cerrada, esperando que alguien la abra desde fuera. Tal vez éste es el sentido de la creación artística. El pintor ha recibido la técnica de su maestro, pero que es incapaz de hacer un autorretrato que refleje la perfecta totalidad de su alma. Aquel a quien había comenzado a pintar veinte años atrás ya no era él mismo. Un Golem compuesto por trozos de cadáveres de edades diferentes. La luz y la oscuridad. El equilibrio entre la luz y la oscuridad. “además hay cosas que deben permanecer siempre en la sombra”, que nos recuerdan la disquisición sobre la pintura. —Hay dos tipos de pintores: los que parece que pintan de día y los que parece que pintan de noche. Y no se trata de que empleen más luz, o tonalidades más claras en escenarios más abiertos. Rembrandt pintaba de día, aunque muchos de sus cuadros estén llenos de sombras y oscuridad, y en cambio El Bosco y Zurbarán pintaban como si fuera de noche, aunque algunas de sus obras estén llenas de natas y colores blancos. Velázquez era claro y pintaba de día, y Ribera era oscuro y pintaba de noche. Van Gogh pintaba al mediodía, a brochazos rápidos y desesperados, como si tuviera miedo de que se escapara el sol que doraba sus girasoles y ya no volviera a salir al día siguiente, y ToulouseLautrec siempre pintaba de noche. —¿Y quiénes son mejores? ¿Los del día o los de la noche?—le 6
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7 preguntábamos. —Los mejores fueron los que pintaron la noche porque la amaban, y los que pintaban el día porque lo amaban. Paso el resto de la tarde pintando y borrando, sin salir de la buhardilla a pesar del poderoso reclamo que suponen los disparos, los coches que circulan a gran velocidad por la calle, el olor a humo de algún incendio, descorazonado por todo lo que me queda por aprender. Al final lo raspo todo y llego a la conclusión de que tal vez se pueda repetir una obra mediocre, pero no se puede repetir una obra que uno cree magnífica, en cuya composición confluyeron de modo irrepetible una serie de circunstancias favorables. No puedo insistir más en la Maternidad: ese cuadro existió, fue destruido y con las llamas se acabó. Tal vez era la mejor obra de la exposición, pero con ella se ha cerrado un ciclo en el que di todo lo que supe. Ahora estoy vacío, no encuentro nada nuevo dentro de mí. Comienza una nueva etapa y no sé en qué quiero convertirme, si en un pintor de día o en un pintor de noche, pero al menos sé que no quiero terminar como mi maestro, no quiero pasarme la vida en una buhardilla mirándome en un espejo, intentando pintar mi rostro y morirme sin haberlo encontrado. —Pinta siempre como si fuera el último cuadro de tu vida. Como si te fueras a morir mañana —me dijo en otra ocasión. Necesito abordar temas nuevos que me obliguen a pintar a bocanadas. No puedo seguir aquí encerrado, dudando, como el fotógrafo que, a la espera de la imagen perfecta, no se decide a apretar el disparador y, cuando por fin quiere hacerlo, la escena ha pasado de largo y ya no la recuperará nunca.
La guerra. La calle. La rebelión militar. Otro día. Sección de apoyo y propaganda. Conoce a Marta Medina Ortiz. Se identifica: Rubén Cobos Pumar. Es en la página 27 en la que sabemos quién es el protagonista. Marta es violista. Dos artistas serán los protagonistas de esta novela. Ambos se van a alistar. No se han dado explicaciones de las razones por las que lo hace Rubén, pero sí sabemos que lo hace por la defensa de la República. La cartelería de la guerra civil. El Centro Documental de la Memoria Histórica conserva una de las mejores colecciones de carteles de la guerra civil existentes en el mundo. Especialmente rica y completa respecto a los producidos por la República, ha sido ampliada posteriormente con la incorporación de otros carteles significativos editados en su día por el bando nacional. Dichos carteles ya se dieron a conocer a través de la publicación en formato CD-ROM realizada por el Ministerio de Cultura en dos
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volúmenes (el 1º de ellos en el año 2002 y el 2º en 2005). En la actualidad la colección consta de 2.280 carteles. El Archivo General de la Guerra Civil Española custodia una valiosa colección de carteles compuesta por un total de 2.280 piezas de diversa procedencia, una buena parte de las cuales son resultado de la incautación llevada a cabo por los organismos represores que actuaron durante el avance de las tropas rebeldes comandadas por el general Franco, y de manera especial por parte de la Delegación Nacional de Servicios Documentales (DNSD). Más de la mitad (1.280) forman parte de la Sección Político-Social creada por dicho organismo. El resto han ingresado en distintos momentos, a partir de la creación del Archivo en 1979. Se trata de una colección de gran interés pues reúne un conjunto más que notable de carteles editados en su mayor parte durante la Guerra Civil Española (1936-1939), de los años que le precedieron y de los posteriores, es de un volumen considerable y contiene algunos ejemplares difíciles de hallar. La Delegación Nacional de Servicios Documentales, creada en 1944 a partir de organismos surgidos en 1937 y suprimida en 1977, estaba estructurada en dos secciones: Político-Social y Especial, con documentos incautados en territorio republicano para utilizarlos en tareas represivas fundamentalmente, pero también de contrapropaganda. Para estas últimas se formó una colección de carteles en la Sección Político-Social, a la que se han añadido por razones de conservación otros trece ejemplares que aparecieron entre el resto de los documentos al avanzar en las tareas de descripción, todos ellos de los años anteriores a la guerra, entre 1931 y 1936, anunciando mítines o festivales e incluso una carrera ciclista. La Sección Especial es la otra gran unidad de ese organismo y en ella se elaboraron los expedientes relativos a la Masonería y otras organizaciones ideológicamente disidentes del catolicismo oficial franquista, que fueron empleados para reprimir sistemáticamente a los masones. Junto a estos documentos se reunieron toda una serie de objetos con la finalidad de utilizarlos para desprestigiar la Orden, son los mandiles, bandas, insignias, espadas e incluso muebles con los que se recreó la supuesta logia masónica que aún hoy subsiste, y que constituye un exponente del fantasioso imaginario del régimen franquista, obsesionado con la persecución y desprestigio de la institución masónica. Entre estos materiales se conservan una serie de cuarenta y seis carteles que fueron recogidos de las paredes de los templos masónicos de cuya decoración formaban parte o bien eran elementos rituales, entre los que predominan los que contienen textos y consignas de la filosofía masónica así como imágenes con los principales símbolos que sus miembros reconocen, y algún manifiesto dirigido a la sociedad en general o el original de un cartel de propaganda. El segundo grupo de carteles (876 piezas) procede de la Colección José Mario Armero sobre la Guerra Civil Española, adquirida por el Estado en 2001, y compuesta por una gran cantidad de documentos, libros, prensa y objetos, que de alguna manera tienen relación con el conflicto y con los primeros años del Franquismo. Destacan por su interés y volumen, las fotografías, las tarjetas postales y los carteles. Originalmente estos últimos estaban clasificados, no siempre correctamente, en los siguientes apartados: Nacionales, Republicanos, Internacionales, Preguerra y Posguerra. A ellos se han unido en el Archivo algunos otros que aparecieron mezclados y doblados entre la documentación textual y que completan la colección de carteles republicanos editados durante la guerra y en los años anteriores, a la vez que añaden un número significativo de carteles producidos por el bando nacional,
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9 especialmente los impresos en la inmediata posguerra. Otros 54 carteles, todos ellos de los años 1936-1939 con la idea de completar la recopilación existente, se han incorporado por adquisición directa. De los años posteriores y de otra temática, la masonería y el exilio casi siempre, son los ejemplares que se han incorporado últimamente en el Archivo. Proceden del archivo de Dionisio Ridruejo, uno relacionado con su actividad política y el otro con la literaria. Doce de la Colección de José Luis García Cerdeño, ingresada en el archivo en 2001, y compuesta fundamentalmente por documentación de particulares y organizaciones españolas en el exilio, entre las que tiene una presencia destacada la Masonería, siendo esta la razón de que la mayor parte de dichos carteles correspondan a sus actividades, quedando otros que anuncian conferencias de exiliados como Indalecio Prieto o Luis Jiménez de Asúa así como algún manifiesto. Por su contenido, la mayoría se refieren a la Guerra Civil Española y al ámbito republicano, por ser la España leal el espacio donde fueron incautados la mayoría de los que hoy componen esta colección. En primer lugar destacan los relativos a la actividad militar, el reclutamiento y la movilización, las consignas de guerra, el fortalecimiento de la disciplina, e incluso normas para la instrucción, no faltando los que se refieren a la intervención extranjera. También abundan los relacionados con la economía de guerra, especialmente el trabajo en la retaguardia y la agricultura. Otro grupo importante es el que contiene mensajes ideológicos, especialmente los referidos al antifascismo, que son abundantes al presentarse como una norma básica de actuación, pero están también los vinculados con los grupos anarquistas y la revolución. Tampoco faltan aquellos que presentan caricaturas de personajes o grupos del otro bando, o los que pretenden concienciar contra las actividades subversivas que puedan minar la moral y favorecer el triunfo del enemigo. Con personalidad propia figuran los carteles de prensa, que anuncian publicaciones o son periódicos murales, al igual que pasa con los dedicados a la educación de adultos. Abundantes son también los relacionados con las actuaciones de ayuda y solidaridad y las asociaciones que se ocupan de ello. Aquí cabría indicar el elevado número de los dedicados a los niños y a las mujeres, los primeros como objeto de protección, y las segundas por su valiosa contribución al esfuerzo bélico. Los lugares de impresión fueron Madrid, Barcelona y Valencia fundamentalmente, como grandes ciudades donde las artes gráficas estaban desarrolladas, y de las que resistieron mas tiempo y donde las instituciones públicas y privadas tuvieron sus órganos directivos y por tanto de propaganda. También destacaron Bilbao, Castellón, Gijón, Santander, París, Moscú y Leningrado. Sus editores fueron también de lo más variado, destacando instituciones públicas como el Ministerio de Instrucción Pública y del Ministerio de Propaganda, además del Ejército de la República. Entre las entidades privadas citar a los sindicatos y partidos políticos, especialmente CNT-AIT, UGT, PCE o Juventudes Libertarias, organizaciones como Altavoz del Frente o las Asociaciones de Amigos de la Unión Soviética. Punto aparte es la Editorial soviética Iskusstvo, responsable de los carteles que sobre la URSS tenemos. Los carteles conservados en el Archivo General de la Guerra Civil Española constituyen un conjunto excepcional para el estudio de la propaganda durante la guerra, sus antecedentes y sus consecuencias. Su mera contemplación sirve para
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comprobar la fuerza evocadora del dibujo, de las alegorías, para representar la tensión, el drama vivido en los angustiosas jornadas, interminables, de una guerra que desgarró nuestro país y fue preludio de casi cuatro décadas de ominosa dictadura.
Pinta siguiendo el modelo de los carteles que se le enseñan: la desratización de los banqueros, y a pique con la monarquía y Alfonso XIII. Se trata de carteles que responden muy bien con la estética cartelera que acabamos de explicar. Lleva a la oficina de alistamiento unos carteles en los que aparecen unos hombres cavando trincheras con la leyenda RESISTENCIA; y un mecánico alistándose, con el texto ALÍSTATE. Sabemos más de Rubén: es de Betanzos. Toma del Cuartel de la Montaña:
Se alzaba sobre la montaña del Príncipe Pío de Madrid, sobre el lugar en el que las tropas francesas del ejército de Napoleón fusilaron a los sublevados del alzamiento de 1808. Su construcción comenzó en 1860 bajo la dirección de Ángel Pozas, terminando en 1863. El coste de la obra fue de unos 20 millones de reales, bastante elevado para la época, los cuales fueron financiados en buena medida con los fondos obtenidos por el Estado tras la desamortización civil y eclesiástica de 1858–1863 (conocida como desamortización de Madoz). Se trataba de un sólido edificio de ladrillo y granito de gran sobriedad, de planta cuadrangular y dos patios, con capacidad para albergar una guarnición de 2.600 a 3.000 soldados de infantería, ingenieros y un grupo de alumbrado. El Cuartel se construyó en lo que entonces eran los arrabales de Madrid, constituyendo el primer punto del camino militar que, arrancando en el principio de la calle de Bailén, pasaba frente al Palacio Real y el declive de la calle de Segovia, debiendo terminar en las Vistillas de San Francisco y cuartel del mismo nombre, que no llegó a edificarse.
Su relevancia proviene de su papel en la sublevación militar de 1936 en Madrid. El 19 de julio de 1936, el general Fanjul, militar sin mando de tropas en Madrid, pero encargado de la sublevación de la ciudad, entró, vestido de civil, en el cuartel de la Montaña. Sin embargo, en lugar de salir con las tropas para tomar los puntos vitales de la capital, proclamó simplemente el estado de guerra y se hizo fuerte junto con 1.500 de sus hombres (de los cuales unos 140 eran solo cadetes de permiso en la
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11 capital) y unos 180 falangistas en el Cuartel de la Montaña. Esperaba que llegasen refuerzos desde las guarniciones de Campamento, Getafe y Cuatro Vientos, lugares todos ellos en donde la rebelión sería sofocada poco después. En el Cuartel de la Montaña se guardaban varias decenas de miles de cerrojos de fusiles, cuya falta hacía inútiles los correspondientes fusiles, en manos del gobierno.
Esa tarde, el cuartel fue rodeado por tropas leales al gobierno de la República, Guardia de Asalto, Guardia Civil y milicias populares, fuertemente armadas (artillería de 105 y 155 mm., aviación,...). Al amanecer del día 20, se inició el cañoneo del cuartel dirigido por el teniente de artillería Orad de la Torre. Los sublevados sólo resistieron algunas horas. Las diferencias de opinión entre los propios sublevados llevaron a unos a enarbolar la bandera blanca mientras otros seguían disparando sobre los asaltantes. Cuando se utilizó la aviación contra ellos, la Guardia Civil logró forzar la toma del cuartel, siendo prácticamente destruido en el intento. La entrada de los milicianos asaltantes se tradujo en el asesinato de la mayor parte de los sublevados, especialmente los oficiales-cadetes (noventa de unos ciento cuarenta) y los falangistas. Se contabilizaron entre 500 y 900 muertos. El teniente Moreno, de la Guardia de Asalto, capturó al general Fanjul, su hijo, teniente médico, y a otros oficiales, enviándolos a prisión. Tras ser juzgados el 15 de agosto por rebelión militar, se les fusiló ese mismo mes. El edificio, que ya había resultado dañado durante el asedio y posterior asalto, recibió durante la guerra el impacto de numerosos proyectiles de artillería debido a su cercanía con la línea de frente, prácticamente estabilizada desde inicios de 1937. Hacia el final de la contienda era ya tan sólo un conjunto de ruinas irrecuperables, algunas de las cuales podían aún verse a principios de los años sesenta.
2 Con el segundo capítulo cambiamos de voz narradora. Ya no es Rubén. Ahora será un narrador omnisciente el que nos cuente los días inmediatos al inicio de la sublevación del día 18 de julio de 1936. Marta acude ahora acompañada de Marcelo a la oficina de 11
Reclutamiento, donde coincide con Rubén. De este modo se conecta el fin del capítulo anterior, entrega de los carteles, con el inicio de este: encuentro entre los protagonistas. Desde el primer momento el optimismo de Marcelo ante el conflicto, junto al pesimismo de Rubén. Será un elemento importante en el desarrollo de la novela. Se quedan solos los personajes, tomando un café. Marta, narra, dentro de la estructura del diálogo, su llegada al mundo de la música. Cartas que dicen cosas en el vagón de tren entre Alcalá y Madrid, y una música que pueda ser la que lo transmita. La música es comunicación también. La música no sólo acompaña los estados de ánimo, también influye y modifica los estados de ánimo de los oyentes. Volvemos a los temas iniciales. A la pregunta de “¿Qué tipo de personas pintas?” Las que provocan miedo. Miedo a no ser capaz de pintarlas. El concierto del quinteto del domingo 19 de julio. Es el Concierto para cuerda en Do mayor, de Schubert, que compuso en 1828 antes de morir. Marta toca el Adagio. A Rubén le pareció que en los dedos de Marta encontraba la unión que iba persiguiendo en su pintura: la técnica vasalla de la emoción. O dicho de otro modo, la estética adaptada al corazón. Estos dos primeros capítulos han servido para conocer a los dos personajes fundamentales de la novela, y para plantear los dos temas que van a orientar la novela: el conflicto bélico y la creación artística.
3 El capítulo tercero significa un cambio de escenario. Dejamos Madrid para trasladarnos a un nuevo lugar. Breda, que se nombra con su mitología, los dos soles en la cueva de El Paternóster. Así conocemos al resto de los personajes civiles de la novela, los que situamos en este lugar de la narración: Cuarema y su mujer Chon. 12
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Antonio Paraíso que tiene una imprenta. Botín, que es monárquico y conservador. Magro, que es comunista. Martín Cupido, que tiene un flamante camión y va a tener un hijo que se llamará Ricardo, como su abuelo. Adriana, la mujer muerta de Jerónimo de las Hoces. Julia y su marido el barbero. Son los otros civiles que se incorporarán a la acción, desde la visión del conflicto desde la lejanía, o desde la construcción de la campana para el mausoleo. Hablan del comunismo, de la guerra. Cada personaje se perfila a través de una frase muchas veces dicha por otro.
El fuego atávico está allí.
4 El palacio. Estatua de Andrómeda desnuda marcada por disparos de escopetas de balines. La madre de Andrómeda, Casiopea, habiendo presumido de ser tan bella como las
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Nereidas, provocó la furia de Poseidón, que decidió inundar la tierra y enviar al monstruo marino Ceto para que acabase con los hombres y el ganado. Cefeo, padre de Andrómeda, sabía por el oráculo de Amón cuál era la única solución: entregar a su hija al monstruo. Para ello, la dejó vestida únicamente con unas joyas y encadenada a una roca. Perseo, que tras matar a Medusa había recibido como obsequio de las Hespérides unas sandalias aladas, la vio encadenada y se enamoró de ella. Bajó hasta la playa para hablar con Cefeo y Casiopea para pedir la mano de la joven a cambio de acabar con el monstruo. Los reyes, a regañadientes, aceptaron y Perseo, con la cabeza de Medusa -que convertía en piedra a quién la mirara-, acabó con Ceto y lo convirtió en un coral. El héroe creía que su boda con la joven sería inminente, pero había un problema: la madre de Andrómeda había prometido ya a su hija con el príncipe Agénor, por lo que Perseo tuvo que luchar contra él y todo su séquito. De nuevo, utilizó la cabeza de Medusa y consiguió casarse con su amada. Cuando Andrómeda murió, la diosa Atenea la situó entre las constelaciones del cielo del norte, cerca de su marido y su madre, Casiopea. Es representada en el cielo del hemisferio norte por la constelación Andrómeda, que contiene la galaxia de Andrómeda.
Parece simbólica la presencia de esta estatua en los jardines del palacio Reconocemos el Mausoleo: Sobre una planta de veinte metros de diámetro se eleva una construcción circular de granito visto, con el nacimiento de la cúpula muy bajo, a cinco metros de altura, de modo que parecería brotar del suelo como un túmulo primitivo si no fuera porque su perfecta convexidad de media esfera atemperaba su carácter funerario u le otorgaba un aire de homenaje. En la cúspide se alzaba una amplia linterna de dos pisos en forma de torrecilla octogonal. En el primero, los ocho vanos del lucernario daban luz al interior y eliminaban esa atmósfera húmeda y subterránea de ese tipo de edificios. El segundo nivel, en cuyo solado se abría una ancha trampilla por la que subirían la campana, serviría de campanario.
Es la descripción de uno de los espacios más importantes de la novela. El lugar elegido para los restos de la amazona Adriana, madre del niño que llora y llora, inconsolable, esposa querida de Jerónimo de las Hoces, muerta por los celos de Ciclón, su caballo. El mausoleo es el final de una estirpe que tres siglos antes 14
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había fundado Breda, quince generaciones de De las Hoces, con su escudo. Y la campana, simbólica, en el campanario: VIVOS ADMONEO, Advierto a los vivos, FUNERA PLANGO lloro por los muertos. CAMILUS ME FECIT. BREDA, ANNUS DOMINI MCMXXXVI. Y cinco cuadros, dos naturalezas muertas.
5 Ha pasado más de una semana. Se nos muestra el territorio: Extremadura. El objetivo es cortar con tenazas el ancho cinturón extremeño que ahoga las comunicaciones de los sublevados. Esa es la estrategia que había trazado aquel hombre, al que no se le nombra y se le describe: Aquel hombre hermético, implacable y orgulloso, paciente, calculador, astuto y tenaz, más ambicioso de poder que de gloria, siempre con aspecto de acabar de salir de las manos de un peluquero que atendiera más a la medida militar que a la estética, y de la que nadie logró desviarlo, ni las opiniones de sus colegas generales, ni las excusas de la tropa, ni los sufrimientos de la población civil.
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Se trata de un retrato moral, de una etopeya de Franco. Sin nombrarlo. Luego Breda y su situación junto al río Lebrón. Es el paisaje de la novela. Mediados de agosto. La columna de la muerte de Yagüe y Castejón, que camina hacia Talavera de la Reina. La figura de Moscardó en el Alcázar de Toledo. Restos de resistentes junto al Lebrón y en las Villuercas. Ha sucedido la masacre de Badajoz. La columna de la muerte. El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz es un libro histórico sobre la Guerra Civil Española escrito por el historiador español Francisco Espinosa Maestre. El libro analiza minuciosamente los sucesos ocurridos durante el avance de las tropas franquistas desde el desembarco en la península del Ejército de África hasta la toma de la última localidad de Extremadura, período durante el cual se produjeron graves episodios de represión y asesinatos masivos. Por extensión, la denominación la columna de la muerte comenzó a ser utilizada en algunos contextos para denominar al ejército dirigido por el general Juan Yagüe en su avance por Andalucía y Extremadura. El avance desde Andalucía del ejército sublevado, a través de Extremadura, hacia el norte de la península, era vital para los intereses del golpe de estado, pues significaba la unión del ejército del sur, que desde el norte de África había desembarcado en Algeciras con el del general Mola que dominaba el norte. Al mando de este Ejército Español de África, formado por legionarios, y regulares marroquíes se encontraba el teniente coronel Juan Yagüe. La situación en Extremadura al estallar el conflicto, reunía algunas características que la diferenciaban del resto del país, especialmente debido a la Ley de Reforma Agraria, que otorgó a los campesinos (más del 50% de la población activa) la posibilidad de ser dueños de las tierras que trabajaban, a través de la expropiación a los latifundistas y que produjo un enorme enfrentamiento entre clases sociales, sobre todo cuando en marzo los campesinos de Badajoz decidieron acelerar la entrada en vigor de la ley e invadieron las fincas a las que iba a afectar. La Campaña de Extremadura duró desde el 3 hasta el 27 de agosto de 1936, e incluyó varias batallas cruciales (Batallas de Badajoz, Mérida y Almendralejo) y varios
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17 episodios de represión por parte republicana (matanza de Fuente de Cantos) y, muy especialmente, por parte de los sublevados (matanzas de Badajoz, Mérida y Almendralejo). Tras la campaña, el ejército franquista logró el control absoluto del corredor y comenzó el asedio sobre Madrid. Basado en un exhaustivo trabajo de campo, La columna de la muerte parte de la fase inicial de la Guerra Civil Española y concluye con la toma de Badajoz y la brutal represión llevada a cabo en la ciudad y poblaciones aledañas. Espinosa lleva a cabo un minucioso estudio pueblo a pueblo de los sucesos allí desarrollados, intentando demostrar que la represión "no fue una consecuencia de la guerra, sino una de sus razones explicativas fundamentales". Según él: "la violencia formaba parte del proyecto inicial de los insurgentes, dispuestos a exterminar a todos aquellos
elementos
de
la
sociedad
española
–políticos,
sindicalistas,
profesionales, maestros...- que habían contribuido a articular la alternativa reformista iniciada en 1931", concluyendo que la masacre de Badajoz es un anticipo de Auschwitz.
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Mapa de las operaciones entre agosto y septiembre de 1936. Como se puede observar, la campaña de Andalucía y Extremadura llevada a cabo por la «columna de la muerte» era vital para el Bando sublevado, pues comunicaba el grupo de ejércitos del Sur con la zona Norte controlada por el general Mola. En rojo se puede ver la zona controlada por la república, en azul el territorio bajo control de los sublevados y en verde los avances de éstos en este período.
Conquistadas Badajoz y Mérida, Yagüe trasladó su cuartel general a Trujillo. Siguiendo las órdenes de Franco, cuyo máximo objetivo era progresar por el Este hasta Madrid, los nacionales trazaron un plan de combate cuya finalidad era adueñarse del Valle del Tajo como fase previa al asedio de Madrid. En líneas generales, el plan consistía en asegurar el puente de Almaraz y avanzar por la línea Navalmoral-Oropesa-Talavera. Yagüe disponía de un flanco izquierdo perfectamente asentado, puesto que se apoyaba en pueblos de Cáceres, totalmente adictos a los nacionales ya desde el primer día de la guerra. Por el centro, sus tropas poseían una gran capacidad ofensiva. El problema radicaba en su flanco derecho, donde Castejón no había podido avanzar más allá de Santa Amalia, y ello a costa de numerosas bajas en su columna debido a los intensos bombardeos de la aviación enemiga. Desde Sevilla, Franco organizó una línea de transporte cuya finalidad era el suministro de materiales de guerra a las tropas legionarias que combatían en Extremadura. Éstas, tras casi un mes de combates, estaban exhaustas y habían sido
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19 diezmadas en demasía, a pesar de haber conquistado una gran porción de terreno. Dos columnas de tropas de refuerzo se añadieron a las que ya combatían bajo el mando unificado de Yagüe: la de los tenientes coroneles Barrón y Delgado Serrano. Desde Trujillo, Yagüe ordenó a Tella el avance sobre Navalmoral, a través del puente de Almaraz. La columna del teniente coronel Asensio establecería, su base en Logrosán, mientras que la del comandante Castejón, bordeando el flanco derecho junto a las líneas republicanas, intentaría avanzar sobre Guadalupe. Su misión era la más complicada: debía penetrar los kilómetros suficientes en ese flanco para que las tropas que avanzaban por el centro pudieran ir más deprisa, sin temer ataques republicanos desde el Este. El día 24 de agosto -con Navalmoral y Guadalupe ya en manos de Tella y Castejón-, se reunieron todos en Trujillo para celebrar Consejo en el Cuartel General de Yagüe. Las órdenes recibidas fueron las de reunificar las fuerzas en Navalmoral y avanzar sobre Talavera. Con anterioridad, en el bando republicano se había organizado una contraofensiva ante el avance de las tropas de Yagüe. Su objetivo era fortificar las posiciones en la derecha del Tajo, en un área que iba desde Oropesa a Navalmoral, y atacar a través del Puerto de San Vicente, el ala derecha de las tropas nacionales. En el Sur del frente extremeño los republicanos situaron la columna del capitán Rodríguez Medina y, en La Serena, la del teniente coronel Fernández Navarro. En el Norte, el comandante Ruiz Farrona se hallaba al mando de los regimientos de milicias Extremadura 1 y Extremadura 2. Para combatir a Tella en el área de Navalmoral, se desplazó a Oropesa el comandante Jurado, que tomó bajo su mando a las columnas de los capitanes Orgaz, Merino y Martínez. Finalmente salió hacia Extremadura, desde Valencia, la famosa «columna fantasma», al mando del capitán de la Guardia Civil Manuel Uribarri Baturell. Estas tropas, que venían de conquistar Ibiza, se dirigieron al Puerto de San Vicente para hostigar desde allí el flanco derecho de los nacionales. Entre ellas se encontraba la afamada columna de Orencio Labrador, a quien acompañaba como asesor militar el comandante Bertomeu. Los historiadores no se ponen de acuerdo en el número total de hombres al mando del capitán Uribarri. En todo caso, era bastante superior al de la columna Castejón, con la que habría de enfrentarse en las afueras de Guadalupe. La «columna fantasma», cruzó el Puerto de San Vicente el 19 de agosto y esa misma tarde tomó Alía, estableciendo allí el cuartel general y continuando después su progresión hacia Guadalupe. La guarnición del pueblo, aproximadamente unos 50 guardias civiles, junto con otros tantos milicianos falangistas, y el vecindario de la localidad, a los que se añadieron los escapados de Alía, se refugiaron en el Monasterio a la espera del auxilio de Yagüe. En total serían cerca de 5.000 personas las allí refugiadas. Previamente, los aviones republicanos habían bombardeado en
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dos ocasiones la localidad. Los sitiados consiguieron que dos hombres rompieran el cerco enemigo y se trasladaran hasta Cañamero y Logrosán en demanda de auxilio. Se preparó una columna de ayuda que rápidamente salió hacia el pueblo. Según el diario «Hoy» (8-11-36), «cien hombres acudieron a Guadalupe para sostener un pequeño frente y dar tiempo a las tropas del Tercio para tomar el pueblo». Este primer enfrentamiento ya demostró que las milicias republicanas no estaban bien cualificadas para el combate, ya que apenas contaban con militares profesionales, y además muchos de sus hombres, sobre todo los anarquistas, no aceptaban fácilmente órdenes del mando jerárquico. Además las tropas republicanas no estaban habituadas a las condiciones de lucha de este árido e inhóspito valle. Hubo abundantes deserciones. Los milicianos se negaban a cavar trincheras, pues lo consideraban poco digno o cobarde. Ante la presión de la columna de socorro los milicianos huyen con gran indignación de Uribarri, que solicitó autorización para fusilar a los oficiales y diezmar a la tropa. En esas condiciones, luchar con tropas tan cualificadas militarmente como las africanas resultaba prácticamente imposible. Ante la situación, el propio general Riquelme, jefe del Ejército del Centro, se desplazó a Guadalupe con el objetivo de aplicar una férrea disciplina a sus tropas. Tras la columna de socorro, los nacionales enviaron el II Tabor de Regulares de Tetuán y varias compañías de la V Bandera de la Legión. El día 21 de agosto se combatió en el cruce de la carretera de Alía y Guadalupe, y en los montes cercanos al pueblo. Uribarri esperaba atrincherado, pero ante la movilidad de las tropas de Castejón se vio incapaz de maniobrar. La estrategia de las fuerzas africanas fue la de envolver el grueso de las tropas de Uribarri, cortando el camino que las unía con su retaguardia. Fueron más de cinco horas de intenso combate, con numerosas bajas por las dos partes. Al final, las milicias republicanas fueron perdiendo sus posiciones, abandonándolas rápidamente sin recoger el material. El día 22 huyeron definitivamente, levantándose así el sitio sobre el Monasterio. En el campo de batalla, el Ejército Rojo abandonó 20 camiones, 6 coches ligeros, 16 ametralladoras, 100.000 cartuchos y todo su material sanitario. El propio general Riquelme estuvo a punto de caer prisionero de las tropas nacionales. Según carta de Prieto al Ministro de la Guerra, los republicanos tuvieron de 200 a 300 bajas. Castejón, tras la liberación de Guadalupe, se dirigió a Navalmoral, donde llegó el 26 de agosto, un día antes que la columna de Asensio. Desde hacía días combatían en la zona las fuerzas del teniente coronel Tella, que se enfrentaban a la ofensiva sobre Navalmoral desencadenada por las tropas del comandante Jurado. El día 21, Tella ocupó Millanes; el 24, Belvís de Monroy. El día 25 se combatió duramente en Valdelacasa, Villar del Pedroso y Carrascalejo. Rechazada la ofensiva republicana, y una vez unificada la “columna Madrid”, los nacionales avanzaron por la carretera de Navalmoral a Oropesa, conquistando esta última el día 30 de agosto. Perdida definitivamente Guadalupe, el capitán Uribarri se fortificó en Puente del Arzobispo.
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21 Más tarde, las fuerzas republicanas volverían a cruzar el Puerto de San Vicente y tomarían nuevamente la localidad cacereña de Alía.
Aparece el capitán Fermín Guedea. Comparación con la Guerra de la Independencia, y el recuerdo de las batallas de Arapiles y La Albuera. Se nos describe el personaje, tan distinto a los militarotes africanistas que se han sublevado. Elabora un plan de defensa. Al sur está la columna Fantasma del general Uribarri. Al norte, en Breda, entre las faldas del Yunque y del Volcán. Se trata de una ofensiva de cincuenta kilómetros, y así poder cortar el paso y copar la retirada de Yagüe. Ya ha sucedido la masacre de Badajoz. Con doscientos hombres, mitad militares, mitad milicianos pasan desde Talavera de la Reina a Breda, al mando del comandante Guedea y el capitán Méndez. Es ese día de septiembre cuando la guerra llega a Breda.
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La operación contada en dos párrafos del capítulo anterior se referirá ahora en Primera Persona. Servirá para conocer a los personajes. Sabemos que es Rubén. Entre los grupos de milicianos Marta y Marcelo. Aparecen también Mangas y Tena. El primero anarquista, hombre ingenuo; el segundo, comunista. Junto a ellos, que se harán íntimos. Rocha, cómico de la legua, es otro de los milicianos. Magro es el miliciano lugareño que les lleva hasta el Mausoleo. Rubén reconoce sus bodegones. Una miliciana con el cabello color de arena: Gema. Rubén piensa en cuánto le gustaría pintar esas paredes blancas. Llevan los cuadros a palacio. Se reconocen Jerónimo de las Hoces y Rubén. Aparece João, el portugués mudo y Julia, casada con el barbero.
Ya están todos los civiles, que al pasar la página serán los soldados.
Segunda Parte Los soldados 22
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(septiembre de 1936-mayo de 1937)
7 Volvemos al narrador en tercera persona. Jerónimo de las Hoces, con un gesto de resignación y pérdida podía haber levantado un lugar para albergar tumbas. Rubén se reconoce con De las Hoces. Marta lo descubre. Los elementos que alimentaron la primera parte se vuelven a presentar en esta segunda parte de la novela, y aquí está el vínculo entre la muerte de Adriana y su hijo que llora como si la llamara, y la Maternidad, ahora sí, con su fondo de violencia y revueltas sociales. Marta y Marcelo: Lo terrible era que Marcelo seguía siendo el mismo y, por tanto, no existían razones para que ella cambiara. Su nobleza de comportamiento, su habitual conformidad, su incompatibilidad con la intriga y con los secretos, la claridad con que distinguía lo importante de lo superfluo, la serenidad con que enfrentaba las situaciones más extrañas y la naturalidad con que estaba enamorado de ella sin necesidad de demostrar en todo momento que lo estaba hacían que en su relación todo fuera sencillo, sosegado y previsible. Cuando no sabía algo de él, podía adivinarlo, de modo que no siempre pudiera escuchar todo lo que decía. Sin embargo, al regresar al Mausoleo media hora después, no habría sabido responder sobre qué habían hablado, porque marta se había hundido en sus propios pensamientos. Ya está formado el pelotón. El grupo de hombres, y mujeres, que estarán unidos en esta contienda: Teniente Noguerol Magro 23
Tena, cabo Mangas Marcelo Marta Rubén João Rocha Gema Viriato Marta toca la Suite nº 2 para viola de Bach: Marta se encajó de nuevo la viola en el cuello, y comenzó a interpretar la Suite nº 2 para viola de Bach, que siempre le resultaba tan fluida y tan refrescante. Fuera lo que fuera lo que hubieran hecho sus manos, e incluso tocando de un modo tan mecánico como en ese momento, Bach la arrastraba con delicadeza de una nota a otra y terminaba limpiando sus dedos de temblores y suciedad para dedicarlos únicamente a la melodía. Cuando miró hacia Gema, vio tras ella, en el hueco de la puerta, sin atreverse a entrar, a varios milicianos que amontonaban sus rostros duros y curiosos, llenos de barba.
Estamos a finales de septiembre, Breda con forma de paloma desde los dos mil cuatrocientos metros desde el Yunque. Reaparecen las ideas sobre la guerra. Es el segundo choque entre Rubén y Marcelo: el pesimismo frente al optimismo, pero las razones son otras: Caminaba mirando hacia el suelo como si temiera tropezar, con un gesto concentrado en el rostro sudoroso y con la respiración agitada por el esfuerzo, como si estuviera subiendo el monte en lugar de bajarlo. Sabía que no tenía razón en las discrepancias mantenidas con Marcelo. En vísperas de la entrada en combate, su pesimismo estaba fuera de lugar y era contradictorio: si no creía en la guerra, ¿entonces por qué se había alistado como voluntario? Media hora de camino le había bastado para reconocer su contradicción. Se había opuesto a Marcelo hablando de la guerra porque no podía oponerse hablando de Marta. Y algo de todo eso debió de advertir ella cuando, confusa, aceleró el paso y lo dejó de nuevo solo en la cola de la sección.
Aparecen el Barbero y Julia, que tras sus palabras (-No os han preparado lo suficiente.¡Lleváis aquí solo unos días!) hace comprender a Marta que tenía razón. Es el bautizo de fuego. Y el paisaje: el Lebrón, las Huertas de la Abundancia, el Puente del Jinete, el Montón de Trigo. 24
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Viriato, con su único disparo, ha vengado la muerte de su conocido.
8 En el otro bando está Ugarte. Un Ugarte adulto que recuerda 25
al niño que fue quince años atrás, cuando con otros niños cazaba murciélagos en la ermita. Tiene trece años. Hijo huérfano de un molinero al que la industrialización dejó atrás. El muchacho, frente a su casa, recuerda la lucha del padre, hacha en mano, contra el progreso. El niño recuerda el canto al progreso de Camilo como regreso al Paraíso, con la llegada de la electricidad. La luz y la oscuridad. El equilibrio entre la luz y la oscuridad. “Además hay cosas que deben permanecer siempre en la sombra”, que nos recuerda también la disquisición sobre la pintura del Primer capítulo. Llegó la luz a Breda en la noche. Suena el tambor de Camilo. Al llegar el día a nacido una niña que se llamará Luz. Al año muere el padre. Ugarte regresa de sus recuerdos. Y también a casa: Ya debe de haberse ido. Rompe la bombilla de la calle: Tú también deberías alegrarte por esta oscuridad. Tú también. Tú también. El que debe haberse ya ido es un hombre joven, un técnico encargado de instalar el tendido. Un técnico que habla de sindicato, república democracia. Un técnico que representa todo lo que él odiaba. El símbolo de los ojos que llora porque el lacrimal no está roto. Escena de la cama. Las dos mujeres en una. Él inmóvil, callado, y muriendo. Muchos años después el odio a esos hombres que saben muy bien cómo conseguir que las mujeres les amen, aunque ellos no sepan amar. Ugarte, con la república, regresa a Breda, tras años en Barcelona. 26
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Añoraba el futuro. La radio. Se habla de Falange Española y su líder, José Antonio Primo de Rivera. Era 1933. En 1935 tiene que movilizar a los afiliados y simpatizantes . Se trata de sublimar el odio al desorden. Comparemos el discurso de José Antonio (páginas 128-129) con el que aquel día ofreció en el Teatro Norba de Cáceres: Una de las fotos históricas de Cáceres que más impresiona es una del fotógrafo Javier, que pertenece al Archivo de Curiosidades de Marchena que compró el Ayuntamiento. Es la de un mitin de José Antonio Primo de Rivera en el desaparecido teatro Norba (estaba frente a la Fuente Luminosa). Se ve al líder de los falangistas en plena arenga, con una pose de orador, la mano derecha extendida y la izquierda como a punto de descargar un puñetazo para dar más fuerza a sus palabras. ¿Qué estaría diciendo de forma tan vehemente? Gracias a la hemeroteca de HOY podemos saber que el mitin fue el 19 de enero de 1936. Era domingo y el «acto fascista» (como se escribió en el periódico de la época) comenzó a las 11 de la mañana. La parafernalia fue espectacular. Había cientos de falangistas uniformados, perfectamente disciplinados, que a una voz de mando tomaron todos los pasillos centrales y laterales de los dos pisos del teatro que estaba lleno. En el estrado estaban los jefes locales de Falange rodeando a José Antonio. Al fondo un paño con el yugo y las flechas y los nombres bordados en dorado de «24 mártires de la idea». En la foto también llama la atención los cuatro periodistas que no dejan de tomar nota. Entre ellos se reconoce a uno de gafas, que es el médico Miguel Jiménez Aguirre. Cuenta la crónica de ese día, que después de que hablara el jefe provincial de falange, el señor Luna «aplaudido con entusiasmo y simpatía», tomó la palabra el hombre que aseguraba por entonces que cada vez había que ser más violento y revolucionario. ¿Que de qué habló? Pues nada más y nada menos que del paro. «En el año 33 había en España 700.000 obreros parados. Yo no sé - dijo declamando - como puede haber quien duerma tranquilo, quien tenga conciencia cristiana que viva bien, sabiendo que hay 700.000 familias españolas que se acuestan sin cenar, y acaso no tengan albergue donde recogerse». La crónica señala que logró una estruendosa ovación final, cuando dijo que no le importaba desaparecer de la vida de España si los falangistas seguían con las enseñanzas aprendidas, «regando los surcos de la vida».
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DISCURSO DE JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA Teatro Norba; Cáceres, 19 de enero de 1936 Por pocos parlamentarios que seamos no tiene que sobrecogernos esta coyuntura electoral. Más todavía desde que uno de los ejércitos contendientes, el de izquierda, ha perfilado ya su formación de lucha en el manifiesto reciente. Quienes hayan leído ese manifiesto habrán observado en él cuatro partes: una de puro señuelo electoral, promesas arcaicas de bienandanzas para todos, sin que se diga por qué caminos van a venir esas bienandanzas: rebajas de impuestos, aumentos de escuelas, de hospitales, de obras públicas... Otra, la parte social, conservadora y cicatera; nada de nacionalización de la Banca; nada de nacionalización de la tierra; nada de control obrero... Otra, que es un puro anuncio de guerra civil: represalias, persecuciones, inquisición de la "lealtad al régimen" en los funcionarios... Por último, otra parte del halago al separatismo: será restablecido el régimen autonómico que implantaron las Constituyentes y que ha dado los resultados conocidos. Con tal espíritu viene el que, bajo el nombre de bloque de izquierdas, es pura y simplemente el frente marxista. Y ante su amenaza, ¿qué es lo que se alinea para afrontarla? Se alinean unas masas cuya única consigna parece ser la del miedo. Ved los carteles por las calles: "¡Que viene el marxismo!" "¡Que viene el separatismo!" "¡Que viene la masonería!"... En torno de este terror se nos convoca, se nos llama apremiantemente a las urnas, porque hay que salvar a España, en peligro, y a la civilización occidental, en riesgo de hundimiento. Pero ante tales llamadas preguntamos todos: ¿Cómo? ¿Pues no habíamos ya salvado a España y a la civilización occidental en 1933? ¿Es que cada dos años se va a repetir esta broma? La victoria de 1933 fue una victoria sin alas, porque fue, como la que se quiere obtener ahora, hija del miedo. Los partidos sólo se agruparon por temor al enemigo común; no vieron que frente a una fe atacante hay que oponer otra fe combatiente y activa, no un designio inerte de resistencia. Faltó esa fe en 1933, y por eso las Cortes que se eligieron entonces fueron estériles. Sólo hubo en ellas coincidencias para no hacer. Examinad su obra: el primer bienio había hecho una Ley de Reforma Agraria. Respondía a una tendencia falsa: no creaba patrimonios humanos, familiares, sino que se ajustaba a un patrón colectivista. Era, en algún detalle, injusta. Pero el segundo bienio no la mejoró: la suprimió por completo bajo la púdica envoltura de una reforma. Con la ley de las Cortes fenecidas no se instalará nadie sobre el suelo de España. Era una congoja –que no se sabe cómo deja dormir a nadie en paz– el paro forzoso. Entre los partidos triunfantes el 33 empezó un pugilato de promesas: uno ofreció cien millones para el paro; otro mil millones. A última hora, cuando apremiaba la proximidad electoral, se hizo una ley contra el paro. Por virtud de ella se están edificando en Madrid más casas de las precisas, con lo que dentro de un año se presentará un paro mucho más duradero, aterrador... Y, además, para el mayor número de obreros parados, que son los campesinos, no ha habido
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29 remedio alguno. Estaba en vigor un Estatuto de Cataluña. Que la Administración esté más o menos descentralizada es cuestión de pura técnica, en la que no se cruza ninguna consideración esencial; lo que importa, cuando se quiere conceder a una región facultades descentralizadas, es comprobar que no hay en ella el menor germen de separatismo. En Cataluña lo había, y la rebelión de octubre vino a ponerlo de manifiesto. Entonces las Cortes disueltas, ¿derogaron un Estatuto que sólo pudo concederse, sin traición, sobre el supuesto de no existir separatismo? No; las Cortes suspendieron tímidamente el Estatuto y los Gobiernos se fueron encargando de restaurarlo poco a poco, para que sirva de instrumento a otra tentativa de secesión. No se emprendió a fondo la reconstrucción de nuestro Ejército y de nuestras fuerzas navales y aéreas. Nuestra frontera y nuestras costas siguen desguarnecidas y el heroísmo secular de nuestros oficiales y soldados expuesto a la estéril gloria de las empresas desgraciadas. No se ha reinstalado el sentido nacional y espiritual de la escuela, materializada por el marxismo. No se ha hecho justicia por los sucesos de octubre. El Estado, cobarde y cruel, como todo Estado débil que no se siente justificado su rigor por el servicio a un gran destino, fue excesivo en la represión con los humildes y claudicante en el castigo de los grandes culpables. Se dijera que los gobernantes, inseguros de su razón y de su permanencia, querían granjearse la benignidad futura de quienes, si ahora eran reos, podían ser jueces mañana. Así, mientras fue ejecutado, tras de saludar a la bandera, el sargento Vázquez, pronto veremos al traidor Pérez Farrás reír sobre la tumba del heroico capitán Suárez, a quien asesinó. Todo esto salió de las elecciones del 33, aparte de los asuntos turbios que las Cortes dejaron impunes y el aparato de sujeción en que España, sin libertad, ha vivido sujeta, como si se estuviera sosteniendo una comprometida guerra exterior o llevándose a cabo una ingente empresa interna. ¿Se nos moviliza para sacar otras Cortes iguales? Entonces no acudiremos. Para cerrar el paso al marxismo no es voto lo que hace falta, sino pechos resueltos como los de esos veinticuatro camaradas caídos, que por cerrarles el paso dejaron en la calle sus vidas frescas. Pero hay algo más que hacer que oponerse al marxismo. Hay que hacer a España. Menos "abajo esto", "contra lo otro", y más "arriba España", "por España, una, grande y libre", "por la Patria, el pan y la justicia". Queremos el orgullo recobrado de una patria descargada de chafarrinones zarzueleros: exacta, emprendedora, armoniosa, indivisible; unidad de destino superior a las pugnas entre los partidos, los individuos, las clases y las tierras distintas. La política internacional de España deberá regirse por su interés y su conveniencia, no por presión alguna exterior. Para eso, España tiene que ser fuerte; su Ejército y sus flotas marítima y aérea han de asegurarle en todo instante la independencia y la jerarquía. La educación ha de encaminarse a formar un espíritu nacional fuerte y unido, y a implantar en el alma de las juventudes la alegría y el orgullo de la Patria. Todo lo que sea invocación patriotera sin este sentido, sin este contenido, será una música de charanga con la que unos cuantos privilegiados traten, en vano, de distraer al pueblo para que no se acuerde de su hambre. El hambre del pueblo: he aquí otra angustia apremiante y a la que España puede
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poner remedio. La gran tarea de nuestra generación consiste en desmontar el sistema capitalista, cuyas últimas consecuencias fatales son la acumulación del capital en grandes empresas y la proletarización de las masas. El capitalismo –ya lo sabéis– no es la propiedad; antes bien, es el destructor de la propiedad humana viva, directa; los grandes instrumentos de dominación económica han ido sorbiendo su contenido a la propiedad familiar, a la pequeña industria, a la pequeña agricultura... El proceso de hipertrofia capitalista no acaba más que de dos maneras: o interrumpiéndolo por la decisión heroica incluso de algunos que participan en sus ventajas, o aguardando la catástrofe revolucionaria que, al incendiar el edificio capitalista, pegue fuego, de paso, a inmensos acervos de cultura y de espiritualidad. Nosotros preferimos el derribo al incendio, y estamos seguros de que ese derribo –que al alumbrar las nuevas formas de vida colocará a la cabeza del mundo a la primera nación que lo logre– es en España más fácil que en parte alguna, porque apenas tropieza con un gran capitalismo, industrial, que es el más difícil de desarticular rápidamente. Aquí, con la reforma crediticia, que tiende a la nacionalización del servicio de crédito en bien de quienes lo necesitan, a quienes hay que redimir de sórdidos usureros y bancos suntuosos, y con la reforma agraria, que levantase el tono de vida del pueblo campesino español, estaría casi todo hecho en lo económico. Explicar con detalle la concepción ya conocida de la Falange en orden a la reforma agraria: delimitación de las áreas cultivables de nuestro suelo; reconstrucción de las unidades económicas de cultivo; devolución al bosque y a la ganadería de las tierras ineptas para la siembra, e instalación revolucionaria del pueblo labrador sobre las tierras cultivables. Por último, necesitamos justicia, que sólo puede dar un Estado seguro de su propia razón de existencia, de su propia justificación histórica. Nuestro Estado será más fuerte y menos cruel que el torpe Estado autor de la represión de Asturias; nosotros hubiéramos sido más rigurosos con los jefes y mucho menos duros con los mineros alucinados, cuyo ímpetu magnífico, desviado hacia el error, puede, bajo otro signo, deparar jornadas gloriosas a la revolución nacional de España. Este es nuestro lenguaje. No vamos por ahí especulando con menudos chismes, sino llamando a lo más profundo de una España profunda y eterna. Sabemos que esta tierra entrañable de Extremadura, labradora, conquistadora y doliente, fértil en vanguardias de camisas azules, entenderá nuestra voz y estará con nosotros. (Arriba, 23 de enero de 1936).
Dos meses antes Ugarte, aquí termina el recuerdo, huye de Breda tomada por los milicianos. Está al otro lado del Montón de Trigo.
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9 Volvemos a la primera persona, junto al Mausoleo. Magro invita a Rubén a la visita de las pinturas rupestres que se encuentran en El Paternóster. Marta también irá. Viajan en el 31
camión de Martín Cupido. Allí, las pinturas rupestres y los dos soles que nos hacen hacer lo que nunca hubiéramos pensado. Rubén besa a Marta. Comienza la ofensiva. Llegan a Silencio.
10 Narrador otra vez en Tercera Persona omnisciente. Estamos junto a Ugarte. El fuego de mortero es el anuncio del ataque republicano. Retroceden hacia el sur. Huida. La sangre de un camarada nunca mancha. 32
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Su lucha era una purificación del pasado: ¿tan incompatibles eran las sangres de íberos, romanos, godos y árabes mezcladas en ella como para producir tantos enfrentamientos? ¿Qué incestos hubo que ahora debían ser purificados?
Había encontrado la fraternidad en el partido, al que había llegado no por tradición familiar, ni por defender unos privilegios de casta o apellidos, ni mucho menos por unos intereses económicos que despreciaba, sino por honor y anhelo de un orden político y personal en el que todo encajara de forma natural, por rechazo y odio a todo lo que significara caos, corrupción o desintegración de las leyes naturales, hacia todo lo que se había hecho carne en aquel técnico que entraba en la casa de su madre viuda después de haber provocado la muerte de su padre… ¡Ahhhh!! Algunas veces imaginaba que se encontraba con él cara a cara, durante un control rutinario o durante una visita a una central eléctrica, y que obligaba a todos a marcharse y se quedaba a solas con él y le preguntaba: “¿te acuerdas de mí? ¿Te acuerdas ahora ya? ¿Quién te creías que eras tú? ¿Por qué tuviste que elegirla precisamente a ella para manchar su dulzura y su inocencia?
En Éufrates Ugarte conoce a un cura del que había oído hablar: Con la cruz y la pistola este sacerdote manco, alcanzarán la victoria los falangistas de Mola y los soldados de Franco. En el cuartel de la guardia civil el sacerdote tiene guardada La figura negra del santo ascético y descalzo que Ugarte había visto durante toda su infancia en la iglesia de Breda y que había desaparecido en los primeros días del levantamiento militar.
Se les comunica que llegaría un nuevo tabor de regulares. Todas las fuerzas se concentrarían en Éufrates. Había que reconquistar el Montón de Trigo, cruzar el Lebrón y llegar a Breda.
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11 Narrador en Primera persona. Dos columnas. Una tomará Éufrates; la otra descenderá hasta Matapán. Han de hacerse fuertes a la espera del general Uribarri y su Columna Fantasma. Se recuerdan las hazañas de Valencia y Baleares. Los de Éufrates no se rinden. Sabemos que el narrador es Rubén. Nombra a todos miembros de su pelotón. 34
Ellos me enterrarán si mañana muero. Si mañana muero, también me gustaría que Marta tocara para mí la música que tocó para Marcelo
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La columna fantasma no llega pero sí el tabor de regulares. El cañón nacional les apunta. Rubén tiene miedo. Solo la presencia de Marta le hace estar allí. Le gustaría pintarla. He venido a la guerra y la guerra me ha traído el amor. Pero la guerra no es el mejor lugar para enamorarse. El amor te puede empujar a hacer disparates que evitarías con la cabeza fría.
Pero un relincho de cañón: Marcelo está sentado en medio de la sangre y del polvo y mira aturdido su pierna izquierda, que el proyectil del cañón le ha arrancado y ha lanzado a varios metros. Intenta arrastrarse apoyándose en las manos, pero cae sobre su propia sangre. El desgarrador grito de Marta no logra sostenerlo.
La Columna fantasma está retenida en las Villuercas y no logran romper la línea. El dolor de Marta. Somos los supervivientes de un ejército derrotado que en la noche se aleja del campo de batalla.
Marta camina entre nosotros, en silencio. Sus ojos brillan en la oscuridad como si estuvieran llenos de lágrimas. Cuando se retrasa me detengo con cualquier excusa para que vaya delante, como si por el simple hecho de ir tras ella pudiera protegerla, cuando la realidad es que no podría hacer mucho.
Regresan a Breda.
12 Suena la campana del Mausoleo a duelo. Marta toca el adagio del Concierto para cuerda en Do mayor, de Schubert. La muerte de Marcelo abría un inmenso vacío que, como un agujero negro, engullía todas sus fuerzas y le dejaba una tristeza demoledora y una insoportable sensación de frío que, de un modo extraño, terminaba provocándole una punzante y dolorosa presión en los oídos.
Marta, en el duelo por la muerte de Marcelo, recibe carta de la 35
familia. Están preocupados por su situación, aunque desconocen la realidad de la guerra que su hija está viviendo, ni lo sabrán por ella Queridos papá y mamá: No sabéis cuánto me ha alegrado recibir vuestra carta y comprobar que estáis bien. No os preocupéis por mí, yo también estoy bien. . Aunque nos hallamos relativamente cerca del frente, no estamos pegados a la línea de combate. Hasta aquí no llegan los balazos ni las bombas. Y como esta zona ha quedado un poco arrinconada y no tiene importancia estratégica, no les merece la pena enviar aviones a bombardearnos, como esos que tú mencionas que atacan tus trenes. Tienes razón: a las trincheras van los soldados de reemplazo y muchos milicianos, pero a los músicos nos destinan a otras tareas.
Camino del estanco Marta conoce a Luz, aquella muchacha que nació cuando el alumbrado llegó a Breda. Su nombre lo conocemos solo al final de diálogo: -¿Qué quieres Luz?- le preguntó el dueño con familiaridad. -Un paquete de picadura y un librillo.
13 Ahora Luz llega a la fragua. Allí, junto a Camilo, su padre, están Paraíso, Martín Cupido, Botín, capataz de la familia de De las Hoces. Luz se acercó a él y le entregó el tabaco. -Pero no hay librillos –dijo- . Se han terminado. -Ya se ve la hoja roja. –advirtió. No podemos dejar de acordarnos de la novela de Miguel Delibes La hoja roja. La novela arranca en el momento en el que 36
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se jubila Eloy, el anciano protagonista de la novela. Tras medio siglo de trabajo en el Departamento de Sanidad, el festejo que organizan ante su marcha es bien poca cosa, sobre todo si se advierte el desinterés de quienes asisten a él. Tras el adiós, previsiblemente, llega el vacío, la sensación de ausencia, y sobre todo, la idea de que las manecillas del reloj no han de seguir girando por mucho tiempo. Ese periodo, todo sea dicho, es particularmente intenso y decisivo para Eloy, cuya única compañía fiel es Desi, la joven pueblerina que le atiende en las tareas domésticas. En torno a este par de personajes deambulan otros de no menor interés: Leoncito, el hijo desagradecido y egoísta; Isaías, amigo de Eloy; y Picaza, el violento bribón con quien Desi pretende casarse y que acabará en la cárcel. Al final, puesto que la soledad incumbe tanto al viejo protagonista como a su criada, él le hace una propuesta que puede atenuar el desconsuelo: un matrimonio de conveniencia, sin otro fin que buscar el beneficio común; esto es: la compañía para Eloy y el hecho de que, a la muerte de éste, ella reciba la pensión de viudedad. Al fin y al cabo, cuando el jubilado plantea ese propósito a Desi, le confiesa algo que resume toda la enjundia de la novela: Tendrás estorbo por poco tiempo, hija. A mí me ha salido ya la hoja roja en el librillo de papel de fumar.
Llega Magro, ya sargento, que le solicita un hierro para marcar cien vacas, requisadas a Cuaresma: Sin embargo, los cinco hombres sabían que se trataba de algo más, que no era sólo el valor de las vacas, de la leche o de la carne, sino de poder ejercer al fin una revancha que habían esperado durante siglos y que por fin abordaban como el explorador que penetra en tierras vírgenes y hostiles, llenos de esperanza pero al mismo tiempo recelosos de los peligros.
Con estos animales y otros señala la metáfora de la condición humana: -¿No habéis pensado en ofrecerles algún tipo de compañía?- preguntó Cupido. _¿A las vacas? -Para que no se aburran. He oído decir que cuando están contentas dan más leche. -¿Qué tipo de compañía? -No sé… Algo como un rebaño de cabras… Aunque seguramente las cabras tengan ideas anarquistas.
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-Sí, siempre tirando al monte, individualistas, con poca disciplina de grupo y poco interés por las granjas de explotación colectiva –apuntó paraíso. -O un rebaño de ovejas –sugirió Botín. -¿ovejas? ¿Cuándo has visto tú una oveja que no sea de derechas? –replicó Martín Cupido.
14 Regresamos al narrador en Primera Persona.. Vuelta al Montón de Trigo. Ya no miran hacia el sur esperando la llegada de la Columna Fantasma. Se enfrentan con los regulares: En la refriega han ocurrido entre nosotros pequeños actos de valentía y de miedo, de los que ya me cuesta hablar, porque la acumulación de relatos de anécdotas bélicas no puede expresar la verdadera naturaleza de esta guerra, cuyo confuso sentido no reside solo en la acción d los fusiles y de los cañones. Pero también surgen entre nosotros pequeños gestos miserables motivados por la incomodidad, el cansancio o las carencias.
La guerra llega a Breda con los aviones alemanes. Las bombas caen en Breda y mueren una mujer y sus dos hijos. 38
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Viriato se levanta a ayudarlo y entre ambos avivan la mortecina fogata con la coscoja y las ramas secas de encina. Sentados alrededor, aparece una botella de coñac que nos vamos pasando de mano en mano. Con un profundo sentimiento de solidaridad, los miro beber, charlar y reír, sus rostros levemente deformados a través del humo y de las llamas. Ellos me enterrarán si mañana muero. Si mañana
muero, también me gustaría que Marta tocara para mí la música que tocó para Marcelo. Cansado, voy a la tienda y elijo mi sitio en un rincón. Desde hace unos días este es nuestro ritmo: luchar y dormir, luchar y dormir. Cierro los ojos y entre en el sueño como un refugio.
Hay que fusilar a dos compañeros que intentaron cambiar de bando. Rubén, por sorteo, aunque intenta evitarlo, participa en el pelotón de fusilamiento. Han tenido que retroceder. Los sublevados cuentan con refuerzos. El miedo está cada vez más presente entre ellos. De la Columna fantasma no saben nada. Los regulares han avanzado desde Silencio y pelean al otro lado del puente. Están encerrados entre dos fuegos. Han de regresar a Breda. El capitán Méndez ha muerto. Se ven en la necesidad de cruzar el río. Son Magro, Viriato, Marta, Tena y Rubén. Faltan Gema y João. Pero Marta y Rubén se quedan solos, aunque después, en la huida, se les incorpora Rocha. Aguardan a que pase la noche: -¿Tú crees que podremos resistir? -Sí –respondo sin ningún derrotismo. -Algo debemos haber hecho mal. -Tenemos buenos soldados, pero quizá no tenemos buenos generales –pienso en el abandono en que nos han dejado desde Madrid. Nos quedamos en silencio, compartiendo el creciente calor de nuestros cuerpos, viendo por la puerta abierta la luz de la luna y la punta roja de la brasa del cigarrillo que Rocha esconde en el hueco de la mano Se oyen algunos ruidos, pero no son de enemigos, sino de animales que, como los hombres, vagan en la oscuridad en busca de comida, de apareo o de vigilancia de su territorio. Poco a poco la respiración de Marta se va serenando y, a pesar del frío y del miedo, se queda dormida, lo noto en el peso con que abandona su cabeza en mi hombro. Sin pizca de sueño, excitado, no puedo olvidar lo cerca que están sus labios de mi boca. El día no ha sido ni apacible ni hermoso ni radiante, pero estos momentos alivian su terrible discurrir. Ahora mismo soy el único soldado feliz de las tropas republicanas de Breda.
Termina el desastre del Montón de Trigo. 39
Hace unos días, por fin, dio señales de vida la Columna Fantasma. Alusiones a la matanza de Badajoz. Marta está enferma: padece otitis. El comandante Guedea encarga a Rubén un mural, como los de México, Rusia y EEUU, en el Mausoleo. De las Hoces acepta que se haga si el que lo pinta es Rubén: serán, dice, escenas de guerra y escenas de paz. Pintará personajes con rostro. No quiere predicar ideología, ni quiere reflejar la realidad como un notario. No quiere ser un predicador, ni un fotógrafo. Quiere pintar lo que ve y dejar huecos para mostrar sus estados de ánimo. No quiero que la expresión de Marta quede difuminada por los reflejos de la luz. No, no quiero que mi pintura se limite a predicar ideología, ni a reflejar la realidad como un notario, ni a rellenar un muro con colores idílicos que intenten ocultar el horror vacui. No quiero ser un predicador, ni un fotógrafo, ni un millonario. Sólo quiero ser un pintor. Un pintor. Pintaré lo que veo ahí fuera y dejaré huecos para reflejar mis estados de ánimo. Sólo puedo despertar emociones ajenas si expreso de manera convincente mis propias emociones.
15 El capítulo quince se construye de distintas escenas que son también distintas miradas de la realidad. Estamos a finales de noviembre Franco ha lanzado sus tropas contra la capital. Es la mirada desde el bando sublevado. Allí están los ojos de Ugarte, pero quien cuenta es el narrador que todo lo sabe. Breda y sus defensores son como una verruga, imagen ya repetida y que seguro tendrá un efecto narrativo posterior: Desde finales de octubre Franco por fin había lanzado sus mejores tropas contra la capital, decidido a no distraer en la conquista de aquella comarca unas energías muy necesarias en otros puntos más prestigiosos, convencido de que el frío del invierno y la carencia de medicinas y municiones irían madurando la resistencia de los combatientes y minando su moral, sin duda ya maltrecha por el fracaso de sus
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41 objetivos, hasta que con la llegada de la primavera aquella verruga roja en la piel azul del territorio militar se pudriera por su propia debilidad.
Ya antes se dijo: Ahora que ellos han recuperado lo perdido y con la inercia de su avance han ganado enclaves importantes, se diría que ya no tienen prisa. Una vez reducido y neutralizado nuestro territorio, parece que de nuevo se limitan a esperar su final, como el médico que aísla y venda un absceso para impedir su desarrollo y espera a que el paso de los días lo vaya secando sin necesidad de utilizar el bisturí.
Y después: … necesita empeñar todos su recursos, por lo que ha dejado frente a nosotros las fuerzas imprescindibles para inmovilizarnos, convencido de que, una vez resueltas sus prioridades, volverá a caer sobre Breda, como el cirujano que al cabo de los días vuelve al absceso que acotó para eliminar definitivamente sus últimas secreciones y adherirlas.
Es lo que ya piensa Ugarte: A pesar de la resistencia de Breda, mayor de la esperada, en su experiencia había comprobado que para derrotar a los milicianos bastaba con ser constante y tener paciencia.
La segunda escena es en las Huertas de la Abundancia y en las cuevas del Paternóster. Un miliciano, en la noche, despierto, se pregunta por el enemigo: ¿También cree que la justicia y la razón están de su lado, como lo cree él? ¿Qué edad tiene el otro? ¿de qué lugar procede, de dónde ha venido hasta recalar aquí, en esta villa cuyo nombre nunca había oído? ¿Se conocerán acaso, habrán cruzado algunas palabras en alguna fiesta, en una oficina, en una taberna? ¿Estará ahora pensando en su enemigo, como lo está él mientras da una última calada a la colilla que, de tan corta, le quema los labios? ¿También se estremece de remordimiento cuando ve caer a un adversario atravesado por la bala que acaba de disparar?
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16 Marta está enferma. Rubén la visita. Muestras, leves, de amor entre ambos. Amor no dicho. Marta, curada, se convierte en la ayudante de Rubén en el mural: -¡Pero si yo no sé nada de pintura! -Pues toca música mientras yo pinto. Marta se quedó pensativa unos instantes, recuperándose de la sorpresa. -¿De verdad quieres que yo sea tu ayudante? -Me gustaría mucho.
Pero no podía dejar de pensar en Marcelo. Aceptar era traicionar su memoria. Pronto aprendió su trabajo. Y una tarde de la tercera semana volvió a tocar la viola. Es el concierto nº1 de 42
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Telemann: D pronto, sin que hubiera intervenido la voluntad, apareció Telemann y su Concierto n.º 1, que había tocado muchas veces. Su contundencia armónica, su sencillez, u serena perfección dejaban muy atrás la tristeza de Schubert. Comenzó a tocar y notó en la yema de los dedos la dureza y el grosor de cada cuerda, la tensión del arco. Aquella música templada calmaba sus estratos emocionales más profundos, alojados allí donde no llegaba ni la pintura de Rubén, ni la literatura, ni los prodigios de la naturaleza que había contemplado en algunos atardeceres, los aireaba y los limpiaba de contaminación sentimental. Sus manos poco a poco iban transfiriendo los posos de su angustia a la viola y la sencilla melodía la disolvía en el aire, convertida en una tristeza serena y soportable.
17 Lleva Rubén un mes pintando el mural. Otra vez la narración contada en Primera Persona. Es la voz de Rubén. Recordemos el consejo del maestro pintor: “pinta cada cuadro como si fuera el último de tu vida, como si te fueras a morir mañana”. Todo mural es un relato. También el mío: un conjunto de escenas desplegadas en un paisaje democrático, sin ninguna jerarquíaa. Aquí no habrá un pantocrátor preeminente y central., rodeado de nubes de putti gordinflones y asexuados, que organice toas las secuencias y al que se dirijan todas las miradas y todos los puntos de fuga.
Organizó tres niveles: 43
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La villa al margen de la guerra. La naturaleza de Breda. Escenas de la guerra. Y los tres ambientes iluminados por los dos soles del parhelio.
Es tan real lo que pinta que está tentado por pintar unas uvas, como las de Zeuxis, para comprobar si es capaz de engañar a un gorrión que ha entrado en el Mausoleo. La imagen de Andrómeda, que más adelante volverá a aparecer, con su hermoso y dolorido rostro. . Ella, inocente, que contempla con perplejidad lo que ocurre en el jardín. Regresan los milicianos del combate: -Hoy nos han dado bien. Los fascistas no se cansan de disparar –me dice Mangas. -A ellos no se les acaban las balas –se queja Viriato. No hay ningún reproche en sus palabras, no es una alusión a mi cambio de las trincheras por las paredes protectoras del Mausoleo, pero no puedo dejar de pensar que ya no estoy con ellos en el frente. Alguien ha tenido que ocupar el hueco que yo he dejado y es posible que sea uno de los muertos o heridos que se ajejan en el camión.
Es sábado. Llega el barbero. Logran sintonizar la voz de Rafael Alberti: Que resuena con un aire de bóveda, como si estuvieran transmitiendo desde un sótano o desde un refugio antiaéreo. Recita con ese tono apocalíptico que desde el principio de la guerra han adoptado los poetas republicanos y que más parece predecir una tragedia que animar a la lucha por la victoria.
Aparece una avión Junker alemán.
Marta va a tocar en el Mausoleo el Concierto n.º 1 de George Telemann. “Está tocando para mí”, piensa Rubén. Ya sabe que va, que puede, pintar a Marta. Van a descolgar la campana para hacer munición en la fragua de Camilo: 44
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Subirla en el camión de Martín Cupido, que poco después arranca hacia la fragua, donde morirán su llanto y su advertencia [VIVOS ADMONEO, FUNERA PLANGO], muda, convertida en munición Es Nochebuena y la tregua, no pactada, llega. Comen técula mécula y beben gloria y cantan villancicos populares. Paseo nocturno con Marta en el jardín italiano junto a Andrómeda: -¿Por qué está encadenada? –me pregunta. -Por vanidad. Era hija de un rey griego y las hijas de los reyes están acostumbradas a que todo el mundo las alabe como las muchachas más hermosas. Andrómeda lo creyó, se volvió vanidosa y, como castigo, el dios Poseidón la encadenó en una roca en medio del mar, donde la vigilaba un monstruo marino con tres cabezas. Así pasó mucho tiempo hasta que un día llegó un héroe llamado Perseo, montado en un caballo volador… -¿Y ella todavía era joven? -¡Claro que sí! Las ninfas nunca envejecen…Perseo le cortó las tres cabezas al monstruo y la liberó. -Supongo que después de ese susto ya no sería vanidosa. -Supongo que no. -¡Lástima que tengamos que aprender tantas cosas a fuerza de dolor!
Ya ha llegado el amor dicho (“Te quiero”): Oigo sus palabras dulcísimas vibrando dentro de mi boca y las saboreo, y su lengua no pesa sobre mi lengua. Excitados, buscamos cobijo en un rincón del jardín.
18 Estamos en la fragua de Camilo. Regresamos a la voz narradora en Tercera Persona. Volvemos también a los debates tertulianos sobre la revolución. Nos anuncia Chon, la mujer de Cuaresma, que las vacas comunistas han regresado a sus tierras. Humor y… tal vez tristeza.
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19 Se prepara una ofensiva en serio: Rojo va a lanzar definitivamente una ofensiva aquí, en el frente de Extremadura, para descongestionar la presión sobre Madrid.
Estamos a finales de febrero. Ha muerto Rocha: Rocha, el miliciano actor con el que huimos del desastre del Montón de Trigo y que posó para el mural como modelo para uno de los segadores. Ya no interpretará más, el de soldado fue su último papel, ni siquiera de protagonista. Es la tercera víctima de entre quienes están pintados ahí arriba y temo que, si la lucha continúa, el mural se irá llenando de retratos de gente muerta. Rocha era muy hábil, parecía que nadie podría cazarlo, pero una bala le acertó en la frente y cuando cayó al fondo de la trinchera ya estaba muerto.
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Y sin embargo, Rubén es feliz: Pinto y amo. Es lo único que hago en estos días, podría prescindir de todo lo demás: de la comida, del descanso, del sueño. Voy del mural a su cuerpo, y de su cuerpo vuelvo a la pintura, inspirado y feliz.
¡Qué contradictorio ser dichoso en medio de la guerra! Y sin embargo, ¡qué lógico!
20 Ya es finales de abril. El mural del Mausoleo ya está terminado. Es el momento de la inauguración. Pintura y música juntas. Pero: La tarde de la inauguración del mural fue la última en que los combatientes de Breda aún creyeron que era posible la victoria. El día siguiente amaneció con un fuerte ataque de los sublevados y a partir de esta jornada tuvieron que asumir que estaban definitivamente encerrados en la comarca, que el Gobierno de Madrid nunca lanzaría la ofensiva prometida y que no les iba a ser fácil escapar de allí. Esta tarde el avión alemán –ya sabían que era siempre el mismo y habían deducido que sus insistentes ataques respondían a la venganza por el derribo del Junker- de nuevo había sobrevolado Breda, pero en lugar de bombas había soltado centenares
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de octavillas en las que exigían la rendición con la promesa de no ejercer represalias sobre los combatientes que entregaran las armas y no tuvieran delitos de sangre. A pesar de los temores de los vencidos, no se produjo una de esas sangrientas luchas finales en las que la defensa del último reducto y el ansia de botín provocan una carnicería. En general, los combatientes republicanos tiraron las armas al suelo y se entregaron prisioneros. Algunos se escondieron y, si los encontraron armados, fueron fusilados en el mismo escondite. En el desorden del sálvese quien pueda, el grupo de Rubén fue retrocediendo instintivamente hacia el centro de la villa, pero cambiaron de dirección cuando alguien sugirió refugiarse en el Mausoleo, el terreno que mejor conocían y de cuya fortaleza ya habían tenido una clara evidencia. En un momento de caos, al mirar tras de sí, Rubén no vio a Marta…
Marta no ha llegado con ellos al Mausoleo. Así concluye esta segunda escena del capítulo. En la siguiente, encontramos a Marta corriendo con sus compañeros por el centro de Breda. Ve llegar a los regulares “inconfundibles por sus gorros rojos y sus uniformes color garbanzo; al cambiar de dirección cae y ve como su grupo de aleja. Retrocede para escapar por otra calle y pierde el contacto con su grupo. Entra en una casa y, saltando corrales, llega hasta la herrería: Sus ojos se enfocaron sobre lo único que se movía en su interior, unos pies femeninos sobre los que se agitaba algo confuso, cubierto con una tela. En su resistencia uno de los pies había perdido un zapato y el talón sangraba por una herida producida al haberse cortado o rozado contra algún trozo de hierro del suelo. Se maldijo por haber tardado tanto tiempo en comprender la escena y dudaba en huir cuando descubrió, tirado a unos metros, el máuser que el marroquí había abandonado para tener las manos libres.
Marta contempla una violación de la que todos estamos informados pero que no se nombra. La sangre, otra sangre, nos la señala también. Por eso: Se apartó un paso hacia un lado y entonces la muchacha la vio y Marta reconoció a Luz, a pesar de las lágrimas y de los mechones de cabello que le caían sobre la cara. El regular debió de notar algo, porque giró la cabeza cuando el disparo ya le alcanzaba la espalda y lo arrojaba a un lado.
Marta ha salvado a Luz. Los sublevados se han llevado a su padre, Camilo. Esconden el cadáver del marroquí entre el carbón. A Luz, la necesidad de actuar con urgencia le había obligado a dejar de lado el asco y el dolor, pero al terminar volvieron con mayor virulencia. Deseaba lavarse a fondo y esconderse en un sitio oscuro, sin hablar con nadie, sin que nadie la viera, avergonzada de lo ocurrido.
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En el cuchitril, tras el gallinero escondió Luz a Marta: Acercó los ojos a la rendija y la vio cerrar la puerta de alambre y desaparecer en la herrería. Aunque temía que el encierro en aquel tabuco le provocara angustia, con aquel ácido olor a amoniaco que le picaba en la garganta, el miedo quedaba mitigado por la posibilidad de salir ella sola empujando el tablón. No, se dijo, no está mal del todo. Allí estaría a salvo unas horas o unos días, hasta ver en qué paraba todo aquello.
21 João va a España, aunque por mensaje de Gema sabe que ha de quedarse en Torres Albas, pues la comunicación con Breda no es posible. Quiere recoger a Gema, y salvarla del peligro: João desenrolló la tela blanca que había mandado comprar a sus hermanas y con ella rodeó el frontal de la locomotora, como una cinta blanca de boda en su pecho de acero. Luego cogió algunas de las flores que también le había traído y las fue prendiendo en la tela, entre los intersticios de las chapas, de los cristales.
“Ningún tren pasó jamás por aquí, y esa es una máquina demasiado vieja”, le dice un anciano a João. Y se nos recuerda la historia del ferrocarril en el oeste, en la raya ente España y 49
Portugal, con palabras de ministros que parecen dichas ayer mismo, u hoy, o posiblemente mañana otra vez: -El oeste también existe, ya está bien de mirar sólo hacia el Mediterráneo. Que sea abierta una vía hacia el poniente, por el camino más corto entre las dos capitales, que también el Oeste nacional tenga su oportunidad histórica. Al otro lado ya están de acuerdo, abramos nosotros una vía que enlace con las Red de los Caminhos de Ferro e Portugal. -Tardaremos años, señor ministro, será una obra babilónica. -Que comience ya, que los topógrafos señalen con cal blanca la línea por donde ha de ir el hierro, que se horaden túneles en la roca madre de los cerros más altos y que se abran en canal los oteros suaves, que la pala y la pólvora vayan allanando un camino entre las montañas de la sierra, que el pico vaya entrando en la pizarra, la pizarra es la piel dura de la tierra, capas que puedan arrancarse sin demasiado esfuerzo. --Pero aquella es también tierra de granito, y las rocas de granito son como verrugas que salen a la carne y es arduo arrancarlas sin un poco de sangre. -¿Sangre de quién, del hombre o de la tierra? -Sangre de los dos, señor ministro. -No importa un poco de sangre si llegamos a Lisboa. Que sean iniciadas ya las obras, repito, que los picapedreros comiencen a machacar la piedra del balastro, que talen los árboles necesarios para las traviesas, que un grabador vaya diseñando una moneda que conmemore la inauguración. -¿Qué trenes pasarán por allí. -Los trenes vendrán luego.
Pero los trenes llegaron a Lisboa por un lugar más abajo. Como siempre pasa, el tren, ni siquiera llegó a pasar de largo. LA LLEGADA DEL FERROCARRIL A EXTREMADURA El ferrocarril en Extremadura nace y se desarrolla como consecuencia de unas necesidades nacionales. La primera, la unión de Madrid con Portugal y Lisboa; y la segunda, la llamada Línea Transversal paralela a la frontera portuguesa, que pondrá en comunicación directa el norte y noroeste de España con los puertos andaluces de Sevilla, Cádiz y Huelva. Así, podemos decir que no hay una red específica extremeña, sino que ésta forma parte de las conexiones con las actuales Castilla-La Mancha, Andalucía y Castilla y León. Dentro de los proyectos para implantar el ferrocarril en la península se empezó a tener en cuenta la importancia que tendría el construir una línea de ferrocarril que partiendo de Madrid llegara a Portugal por Badajoz, que facilitaría el intercambio de las lanas, carnes y otros productos de Extremadura. Se llegó incluso a constituir la Compañía Camino de Hierro Central de España de Madrid por Mérida a Badajoz, que envió a Extremadura al ingeniero inglés George Pithington para estudiar el camino que pasaría por Toledo, Talavera, Trujillo y Mérida, donde enlazaría con la de Mérida a Sevilla y Cádiz por una parte y por otra a Badajoz y Lisboa. El proyecto, que se remonta a 1846, no fraguó, por lo inconcreto del mismo y los escasos apoyos financieros. En 1853 se encomienda al ingeniero francés Vissocq, realizar un estudio de la línea de ferrocarril de 409 kilómetros de recorrido, que saliendo de Madrid, yendo por
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51 el valle del Tajo, atravesaba la provincia de Cáceres por Navalmoral de la Mata y Trujillo hasta Mérida, donde se bifurcaba en dos brazos, uno a Sevilla y otro a Badajoz, coincidiendo en su trazado final con el establecido pocos años antes por Pithington. Proyecto que tampoco contó con los apoyos suficientes y tuvo que ser abandonado. En 1854 empieza a tomar peso la alternativa de Francisco Coello para llegar a Badajoz por el valle del Guadiana, y no por la provincia de Cáceres. Esta alternativa, aunque dejaba a Madrid de Badajoz a más distancia, favorecía a esta última provincia al recorrer la línea mayor trazado por ella. Esto fue así porque con la “revolución” de 1854, había sido nombrado Ministro de Fomento el Diputado por Badajoz Francisco Luján, hijo de extremeños de Castuera, impulsando el Ferrocarril del Guadiana. Esto trajo una gran polémica con los diputados por Cáceres que insistían en que el ferrocarril fuera por el valle del Tajo y atravesara su provincia. En 1855 Portugal y España firman un acuerdo por el que Portugal construirá una línea de Lisboa a Elvas, y España la continuará hasta Madrid. La línea entre Madrid y Lisboa fue concebida con carácter internacional, siguiendo el trazado radial desde Madrid a las costas. En realidad no se concibió como una sola línea construida por una misma empresa. Se formó tras la unión de tres líneas independientes entre sí, concedidas a distintas empresas y por ello construidos de forma aislada. Estos tres trazados eran:
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Madrid a Malpartida de Plasencia o Ferrocarril del Tajo. Malpartida de Plasencia a Cáceres (Arroyo-Malpartida). Cáceres (Arroyo-Malpartida) a la frontera portuguesa por Valencia de Alcántara.
Como antecedente más longevo hay que destacar que en 1865 se descubrieron en Cáceres los yacimientos de fosfatos del Calerizo, de una pureza y cantidad que hicieron productiva su explotación desde el principio. Para llevar este mineral hasta los principales mercados europeos, se transportaba el mismo, en carros, hasta Mérida, donde tomaba el ferrocarril que les conducía al puesto de Lisboa. Transporte que resultaba difícil y costoso para que la explotación de las minas fuese rentable, por lo que la necesidad de una línea férrea que los trasladase directamente a Lisboa se hacía muy necesaria. La constitución en 1876 por Segismundo Moret de la Sociedad General de Fosfato de Cáceres dará el verdadero impulso a la llegada del ferrocarril a Cáceres. Por Real Orden del 7 de julio de 1876, se otorga la concesión, sin subvención, de un ferrocarril de Cáceres a la frontera portuguesa, al portugués Antonio Elviro Rosado, con la intención de articular el nuevo enlace fronterizo entre Madrid y Lisboa. El 11 de julio de 1877 se otorga concesión a José Sanchís para la línea de Cáceres a Malpartida de Plasencia. En 1879 Elviro Rosado cedió sus concesiones a Segismundo Moret, fundador de la Compañía del Ferrocarril de Cáceres a Malpartida y a la Frontera portuguesa; la concesión se otorgaba por 99 años, gozando de franquicia aduanera. La Compañía Real Portuguesa financiaría y explotaría bajo arrendamiento las líneas Cáceres a la frontera portuguesa y Malpartida de Plasencia a Cáceres, hasta que se constituyera la sociedad que agrupara las tres concesiones españolas
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entre Madrid y Valencia de Alcántara, mediante el enlace con la línea de la compañía del Ferrocarril del Tajo, consiguiendo de esta forma la ansiada relación internacional de Madrid con Lisboa más directa que la establecida anteriormente por Badajoz. El enlace en la estación de Arroyo-Malpartida con la sección procedente de Madrid, supuso dejar fuera de trayecto a Cáceres de las circulaciones entre Lisboa y Madrid. La explotación de la línea no llega a dar los resultados apetecidos, ya que éstos se debían basar en el transporte de los fosfatos al puerto de Lisboa, pero los volúmenes de extracción fueron menores de los calculados inicialmente, amén de la producción en Europa de fosfatos de mejor calidad. El transporte de otras mercancías tampoco ayudó mucho a la economía de la explotación de la línea, ya que los territorios que atravesaba eran de escasa producción. La línea de Madrid a la frontera portuguesa por Valencia de Alcántara fue inaugurada el 8 de octubre de 1881 con la presencia de los reyes Luis I de Portugal y Alfonso XII de España: “A las ocho de la mañana llegó el tren español, y S.M. el rey don Alfonso bajó al andén, entre los vítores de la numerosa concurrencia que le esperaba; a las nueve llegó el tren portugués, que había sufrido un retraso de veinte minutos, y descendió de él S.M. el rey D. Luis, que también fue aclamado por el pueblo y saludado con salvas de artillería…” La primera entrevista de los dos monarcas no pudo ser más afectuosa, abrazándose ambos y besándose cariñosamente. Después del almuerzo, que terminó sin brindis, SS.MM. y todos los personajes de ambas cortes regresaron a la Estación y subieron al tren Real, que estaba dispuesto, y que partió inmediatamente para la histórica ciudad de Cáceres, donde habría de celebrarse la inauguración oficial de la línea… Ya en Cáceres la solemne bendición de las máquinas no tuvo, por la copiosa lluvia que caía constantemente, gran lucimiento: revestido de hábitos pontificales, esperaba en el andén el Ilmo. Sr. Obispo de Plasencia, asistido por el Ilmo. Sr. Obispo de Coria y comisiones del cabildo catedral de ambas ciudades y del parroquial de Cáceres; las adornadas locomotoras, obedientes a la dirección de los maquinistas, avanzaron hasta situarse al pie del altar que estaba dispuesto para el acto; el prelado, en fin, previa la venia de SS.MM., bendijo, con arreglo al ritual católico, a las máquinas, confundiendo en una plegaria los progresos de la ciencia y la industria modernas con las legítimas aspiraciones de la Iglesia, que van siempre encaminadas hacia la mayor prosperidad de los pueblos”. El 4 de noviembre de 1887 inició sus servicios el famoso Surexpreso LisboaMadrid-Paris, precedente de otra famosa relación internacional entre Lisboa y Madrid con el Lusitania Expreso. Nuestro país se sumó tarde a la expansión del ferrocarril, sobre todo por el retraso acumulado en el conjunto de la economía española del período y no sólo por la circunstancia de que formalmente llegara unos años más tarde que otros países europeos. Diferentes circunstancias institucionales, económicas y naturales hicieron que el desarrollo de nuestra red estuviera supeditado a la inversión de capitales extranjeros y al auxilio del Estado. Las expectativas del negocio ferroviario pronto vieron que el escaso desarrollo económico, la baja densidad demográfica y el limitado desarrollo de la red impedirían la explotación exitosa del ferrocarril.
Otra vez llega la memoria. Ahora cuando João hace contrabando con Martín Cupido, y éste le lleva a la fiesta de Breda y 52
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conoce a Gema. Acaba de estallar la República: Después de asearse salieron a la plaza. -¿Y esa bandera? –a João le extrañó ver en el balcón del ayuntamiento una enseña tricolor, con la banda inferior de color morado. -¿No te has enterado? Es la nueva bandera de la República.
Un tiempo después llegaron sin ningún contratiempo a las casetas semidestruidas de la inútil frontera y ya venían la boca acogedora del túnel cuando João cogió la mano de Gema y la miró sonriendo desde su mudez: “Sería hermoso parar ahí dentro y amarnos entre los dos países, ahí donde nadie puede decirnos: Tú eres extranjero, en ese subterráneo que no es de nadie, es tuyo y mío, nadie marcó una raya blanca en mitad del pasadizo”. Y ya entonces sintieron los picotazos de las balas antes de oír las detonaciones, el golpe inflingido sin haber amargado, las ráfagas de ametralladora chocando contras las chapas negras.
Poco a poco la carbonilla fue poniendo negros los crespones blancos. ¿Cuánto dicen las palabras sin abrir la boca!
22 Una vez más regresamos a la narración en Primera Persona. Mangas, Magro, Viriato y Rubén están apostados en una de las ocho ventanas de la linterna del mausoleo. Con balas y granadas pueden defender la entrada y la explanada del mausoleo. Se acuerda Rubén de Numancia, de Sagunto, de la resistencia ante el invasor. Ya han tomado los nacionales el palacio. Y sin embargo todos los que estamos dentro sabemos que hemos perdido y que solo nos queda la rendición, como ha sugerido Magro, o la muerte, esas dos palabras grandilocuentes que tantas veces habíamos pronunciado en los juegos de niños y que ahora son una trágica realidad. Con la rendición se salvarían los soldados de
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reemplazo y los civiles limpios de cualquier significación política, pero los demás no tendrían ninguna escapatoria. Sabemos bien lo que ocurre en todos los lugares que van conquistando, lo hemos oído en boca de las nubes de combatientes vencidos que han llegado hasta aquí, supervivientes de las plazas de toros y las cunetas. Unos, como Viriato, se quedaron en esta zona y otros continuaron hasta Madrid, con la intención de calmar el dolor que sentían por sus familiares muertos con la venganza hacia los facciosos vivos. Y todo eso ha influido en nuestros propios excesos.
Bandera blanca en el palacio. Guedea y un capitán sublevado no consiguen negociar la rendición. En el silencio estalla en taconazo con que el oficial saluda antes de marcharse. Cuando pasa a nuestro lado sin mirarnos, Guedea parece haberse hecho viejo de repente y no resulta difícil comprender por qué. Como cualquier militar, incluso el menos apasionado por la acción, en muchas ocasiones a lo largo de la carrera se habría imaginado rindiendo una plaza enemiga después de un largo asedio y comportándose con generosidad con los vencidos: un Spínola impidiendo que Nassau se arrodillase ante él. En cambio, ahora se ve obligado a mendigar piedad para sus soldados, a los que ha conducido a la derrota. Desaparece en las habitaciones interiores, pero media hora después su ordenanza sale para llamar a Noguerol y a los otros dos o tres oficiales. El tiempo del cónclave no es superior al tiempo que ha estado reflexionando a solas. Casi nos sorprende su salida seguido de los otros. Como siempre, aparece meticulosamente rasurado y avanza hacia el centro del círculo, se sube a una silla y reclama nuestra atención.
Recordemos el famoso cuadro de Vélázquez Ambrosio Spínola, general genovés al mando de los tercios de Flandes, recibe del gobernador holandés, Justino de Nassau, las llaves de la ciudad de Breda, rendida tras un largo asedio. El hecho, acaecido el 5 de junio de 1625, se consideró en su momento un episodio clave de la larga guerra que mantuvieron los españoles para evitar la independencia holandesa. Con clara finalidad de propaganda política, insiste en el concepto de clemencia de la monarquía hispánica. A diferencia de otros cuadros de historia contemporánea. Velázquez no se recrea en la victoria, y la batalla tan solo está presente en el fondo humeante. El pintor centra la atención en el primer plano en el que se desarrolla no tanto el final de la guerra como el principio de la paz. El cuadro es una excelente muestra del dominio de todos los recursos pictóricos por parte del autor: habilidad para introducir la atmósfera, la luz y el paisaje en sus lienzos, maestría retratística y conocimiento profundo de la perspectiva aérea
Han recibido una oferta “clara e injusta”. Guedea permite que el que quiera salir lo haga. Comienzan soldados rasos a coger sus cosas. Magro también. . Llega el avión. Es el final del capítulo, y el final del final, el final del fracaso, el final de la derrota. Agacho la cabeza sin dejar de mirarlo y así distingo cómo arroja la bomba. Desciende muy deprisa, pero veo las imágenes con una extraña y brillante nitidez, sobreexpuestas a la luz, , como cuando en el cine se estropea el proyector y la cinta
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55 pasa muy despacio antes de que la incendie el calor del foco con una llamarada. Por eso puedo reconocer su forma y su tamaño. Es idéntica a la que llevaba el Junker que cayó junto al Lebrón, que no llegó a explotar: un delfín gris y lustroso que viene nadando por el aire hasta que cae sobre el tejado del anexo y todo estalla con un bramido insoportable.
Pero también el final de Rubén: Sé quién soy, sé dónde estoy y sé por qué tengo un fusil. Intento ponerme de rodillas, pero los brazos no me sostienen y caigo y me quedo mirando hacia lo alto., hacia el hueco donde estuvo la campana por donde se ve un cielo azul purísimo. Luego la luz del sol se apaga y enciende con una rápida intermitencia, pasando de la más negra oscuridad a destellos de un resplandor insoportable. No oigo nada, ni voces ni disparos. Tengo los ojos abiertos y sin embargo no veo nada.
23 De nuevo, la voz narradora en Tercera Persona Varios párrafos hablando de Ugarte tras la victoria del mausoleo. Han pasado dos días al menos. Se acercó a los cristales y observó el enorme montón de ruinas a que había quedado reducido el Mausoleo.
Están juntos Ugarte y el sacerdote manco. Algunos niños recogen casquillos para …fundir una campana. Ugarte escuchaba en silencio, dudando de la legalidad de aquella recogida. No sabía
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si todo aquel metal brillante y quemado que se amontonaba en el chiquero y que aún expandía el dulce olor de la pólvora podía ser utilizado por un civil para sus intereses particulares. -Solo trato de recuperar lo que era mío –oyeron la voz a sus espaldas, como si respondiera a sus dudas. Volvieron la cabeza y allí estaba el aristócrata, alto y elegante, haciéndoles sentir que podían instalar sus cuarteles en dependencias de la familias De las Hoces, y entrar y salir cuando quisieran, y poner guardia en la puerta, pero que todo aquello era suyo y que solo él volvería a mandar en sus propiedades cuando terminaran aquellas molestas ocupaciones.
Jerónimo de las Hoces había ido a la cárcel para sacar a Camilo y a Martín Cupido, que son liberados. Llegan las mujeres, del médico, del barbero y la dueña del estanco. Luz le cuenta a su padre lo sucedido. Le hacen a Camilo dos encargos: una cruz que ha de sacar de una petaca, y cambiar el hierro de la hoz y el martillo por las flechas y el víctor falangista. Auto de fe en la plaza. Traen al barbero, que tiene que rapar a su mujer, Julia. ¡Qué detalle de las miradas entre el matrimonio, y el pueblo. Leyendo esto recuerdo La lengua de las mariposas y también ese auto de fe. Veamos la imagen de la película sobre la novela de Manuel Rivas. Muere un niño, recogiendo metralla, como en todas las guerras, pero De las Hoces no prohibió que siguieran recogiéndola. Unos niños pescando encuentran un cadáver. Silencio. La viuda de Magro recoge una cruz para la tumba. Otro dato histórico. El coche de Luis Pla, asesinado el 19 de agosto de 1936 en el cementerio de Badajoz. Lo ejecutaron por tener ideas republicanas sin haber participado de ningún cargo ni haberse significado en nada. Se entregó voluntariamente en la cárcel el 16 de agosto tras haber sido infructuosamente registrada su casa y al conocer la presunta garantía personal dada por Yagüe a sus familiares de que nada le ocurriría en su integridad “si se llegara a comprobar que no se había manchado las manos de sangre. Fue asesinado en las tapias del corral de Correos de la Avenida de Huelva de Badajoz. Así, consiguen que Marta, todavía escondida en la herrería, llegue a Ciempozuelos con sus tíos. Sus padres habían muerto el 8 de enero. 56
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Tercera parte Los muertos (19, 20, 21 de noviembre de 1951)
24 Es 1951, mes de noviembre. Han pasado catorce años. De nuevo la Tercera persona narradora. El barbero en la barbería: Pero sobre todo noviembre le recordaba la marcha de Julia, aunque, contra lo que
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algunos pensaban, ese mes y sus recuerdos no llegaban con un cuchillo entre los dientes. Julia se había marchado, sí, y él estaba solo desde entonces, pero cuando pensaba en ella se sentía afortunado por haberla amado.
No, no la había olvidado, y no quería olvidarla, y cada noviembre le escribía una carta que emanaba amor y que ella respondía al mes siguiente desde Argentina, con unas pocas líneas para desearle que fuera feliz en el nuevo año.
Allí están Cuaresma, que de nuevo es alcalde (aunque puede que lo sea Chon Cuaresma), y su sobrino Daniel, que juega al fútbol, para poco a poco darnos a conocer que Salazar y Franco, los dos dictadores, al día siguiente van a cazar en el Paternóster. Pero la lluvia no cesa Llega un Comandante y le comunica que ha de hacer un servicio completo. Y así el barbero llega al Palacio: Al descender no pudo evitar mirar hacia la izquierda, donde había estado el Mausoleo.
El comandante le comunica un secreto de estado. -El Caudillo tiene una verruga –susurró el comandante-¿Una verruga? –repitió, porque no estaba seguro de haber oído bien. -Una verruga, sí. No demasiado grande, y por eso no se ve, oculta por el cabello, pero tampoco pequeña. En la parte posterior de la cabeza, un poco por encima del occipucio –siseó como si fuera algo vergonzoso -¿Occipucio? -En la parte posterior de su cabeza, le he dicho. Usted sabe que nacen en los sitios más inesperados. Y oculta, bien oculta. Se lo advierto pirque podría ocurrir que, al pasar las tijeras, hiere esa protuberancia.
Entra el teniente y conversan. El barbero explica: ¿Significa eso que, si yo le pidiera que me cortara el pelo y me afeitara, podría saber cómo soy? -En algunos aspectos, sí. Puedo deducir algunas costumbres del cliente: si es un hombre aseado o sucio, si se lava o no la cabeza, si limpia o no de cera sus oídos. Si es humilde o presuntuoso, seguro de sí mismo al mostrar su calvicie o inseguro de tratar de ocultarla con la forma de peinarse. En ocasiones, incluso se puede advertir alguna enfermedad.
Llega Franco: -Esta provincia siempre me trae buenos recuerdos –venía diciéndole-. En su capital fui proclamado Generalísimo de todos los ejércitos españoles.
Describe la voz de Franco: 58
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Su voz sonaba en vivo más aguda y blanda en las emisiones radiofónicas y si el barbero no hubiera conocido su historia, tal vez se habría dejado engañar por su aspecto inofensivo, que parecía la parodia de un militar: la voz atiplada, la estatura baja, la ausencia de vigor, la cabeza redonda y las mejillas melifluas, los ojos bonachones. Su imagen había cambiado desde el fin de la guerra y, al tiempo que consolidaba el acierto de una política que la evolución del mundo parecía ratificar, en sus calculadas intervenciones públicas ya no daba la impresión, como entonces, de que acababa de llegar a un consejo de guerra donde había firmado algunas sentencias de muerte. A pesar de aquella imagen inocua, bien manejada por sus hagiógrafos en todos los medios de comunicación, el barbero era consciente de sus métodos, que no conocían el perdón y que habían ido extendiendo entre sus adversarios la certeza de que quien se enfrentaba a él de un modo u otro terminaba perdiendo.
El barbero localiza la verruga. Éxito. Llega el teniente: la Guardia Civil ha detenido a un furtivo. A Franco sólo le interesan las dieciocho puntas del ciervo macho reservado para él. -¿Y el furtivo? -haga con él lo que sea costumbre –despachó. El oficial se retiró con un saludo y Franco volvió a sentarse, mascullando entre chasquidos: -¡Furtivos! Es imposible acabar con ellos. A veces…, a veces me dan ganas de poblar los montes con lobos en lugar de ciervos, a ver si así dejan de cazarlos.
Furtivos y maquis: -¿En esta comarca hay maquis? -Ya no, excelencia. Los hubo hace tres o cuatro años. Se escondían en la zona del Paternóster. -¿En el Paternóster? ¿Dónde yo iré a cazar mañana? … -La Guardia Civil los mató a todos en una emboscada -¿A todos? Muy bien. Habrá que premiar al oficial que lo organizó… esta tierra es … maquis y furtivos… Usted, con esa pierna –señaló-, no es cazador.
El barbero está afeitando a Franco: Pero durante unos segundos se mantuvo todavía completamente inmóvil, ocultando la acerada velocidad con que le latía el corazón. De pie junto al sillón, cuyos correajes y brillos metálicos ofrecían matices funestos, en la mano izquierda la escudilla y en la derecha la navaja, con el brazo ligeramente extendido hacia atrás, calculó su siguiente paso. Ya no estaba el comandante en la sala, solo los dos guardias moros permanecían a ambos lados de la puerta, mudos como dos estatuas, más como un ornamento exótico y lujoso que como una verdadera protección, y en el silencio –ya no llegaba de fuera el murmullo de aclamación, como si la multitud se hubiera tomado un descanso en sus gritos, esperando el resultado de su requerimiento- la habitación de techos muy altos y tan poco acogedora a pesar de la excesiva luz que derramaba
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el racimo de bombillas, le pareció fúnebre como una morgue. Si Franco hubiera tenido la cabeza erguida y los ojos abiertos, habría advertido la insoportable tensión que padecía el barbero, estremecido por recuerdos tristísimos, torturado por el descubrimiento de que en ese instante nada mediaba entre él y el dictador inerme, que entre el acero y la piel no había escudo ni pantalla, y que sin embargo él, un barbero cojo debilitado por la palabrería y derrotado por la carencia de abrazos, nunca había tenido ni tenía suficiente coraje.
El teniente regresa pidiendo perdón para el furtivo: -¿Perdonar a alguien que caza mis ciervo? ¿Perdonar? -Solo buscaba un poco de comida, excelencia. Tiene varios hijos. -¿Perdonar? No, teniente. No podemos que alguien que ha cometido un delito quede impune. Hemos logrado levantar una nueva España a base de castigo, no de perdón.
Pero la crueldad del dictador es mayor cuando le ofrece un pacto al teniente: -O castiga a ese hombre y sigue usted en el ejército, ascendido a capitán –continuó al fin-, o lo deja libre y entonces asume usted su culpa y entrega ese uniforme. Usted decide.
Ser cruel o cobarde. Termina esa escena y el barbero está de nuevo en la barbería. Por Cuaresma sabemos que el furtivo es Viriato, y el trance en el que se encuentra el teniente, hijo de un militar que sirvió en Marruecos y hermano de un soldado que murió en la guerra con dieciocho años. Debe el teniente tomar una decisión y acude a la barbería. El teniente sabe lo del corte de pelo de Julia: -¿Por qué lo eligieron a usted? -Porque así el castigo resultaba más doloroso –respondió al fin, y al observar su gesto de asombro, añadió-: No debe extrañarse, esas ideas no han cambiado mucho desde entonces… Usted mismo lo oyó hace unas horas: “No podemos permitir que alguien quede impune” –repitió las palabras de Franco, pero no imitó su tono de voz. -¿Quién lo denunció? -Quién. Nunca lo supimos. Siempre he sido un hombre tranquilo. He huido de las discusiones, de los gritos, de las protestas en público. Pero Julia no, Julia no. Ella era … y tal vez lo siga siendo, ya hablo de ella como si hubiera muerto… Ella era muy impulsiva y no sabía callar cuando lo conveniente era estar callado. Quién. Pudo ser cualquiera, cualquier vecino que nos odiara o nos tuviera envidia. ¡Un barbero cojo con una mujer tan bella! No lo sé. Si algún día salieran a la luz las denuncias nos llevaríamos muchas sorpresas.
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Ahora se contará, en Primera persona, a través del diálogo con el teniente, cómo fue aquella, porque “no podemos permitir que algo quede impune”. Aparecen los cadáveres enterrados catorce años atrás, durante el partido de fútbol. Una mujer raja el balón como si fuera… El teniente ya ha tomado una decisión.
25 Marta está asomada a la ventana que da al Garona. Dice “vivían…” ¡qué manera de indicarnos que Marta no lo hace sola. Vive, efectivamente con sus hijos y con su marido Émile. Alusión a la Revolución, a lo que en otro sitio (Francia) pasó y en España nunca llegó a ser. Coge la carta de Tena, en esa hora en la que tiene sólo para ella. Nos cuenta cómo es la vida, allí, después de los años de lucha, llegado ya el pesimismo: Al acallarse el fragor de la guerra mundial, en los primeros años de la paz europea, había asistido a algunas reuniones de exilados españoles, a charlas informativas sobre la resistencia interior de los maquis o sobre los pies de barro de la dictadura, a lecturas de informes y de cartas pensadas como inyecciones de esperanza que, sin embargo, terminaban convertidas en desoladas sesiones de pesimismo. Marta no participaba activamente en la organización y al observarlos desde cierta distancia advertía el creciente cansancio de unos hombres que habían empuñado el fusil en el treinta y seis y no lo habían soltado hasta una década más tarde, cuando ya se les había pasado la juventud y se les había hecho tarde para muchas cosas. A pesar de
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sus declaraciones en voz alta, de sus desgastadas proclamas y de sus votos, en el fondo ya se daban por vencidos y apenas lograban ocultar la desgana y la derrota. Aunque en un principio se negó a reconocerlo, tuvo que aceptar que era un exilio deprimido que conservaba las ideas, sí, pero ni entusiasmo ni la esperanza con que unos años antes las habían defendido en España ni el vigor con que habían intentado llevarlas a la práctica. Todo lo más eran capaces de pelear por sus ideas en terreno urbano, en manifestaciones y barricadas, pero desde la frustrada invasión del valle de Arán estaban definitivamente inhabilitados para lanzarse a luchar como soldados en campo abierto.
Entre otros temas la escritora Almudena Grandes nos contó en Inés y la alegría este episodio de nuestra historia que algunos sólo conocimos cuando el acontecimiento fue novelado. Todo va cambiando., porque ahora Había deducido que ser revolucionaria ya no consistía en seguir luchando ingenuamente por la utopías, sino en aceptar que las utopías no se realizarán nunca, que el ser humano estaba genéticamente incapacitado para alcanzarlas y que, por lo tanto, lo verdaderamente revolucionario eran conformarse con establecer la dignidad, el bienestar y la justicia en las pequeñas parcelas de la vida cotidiana y entre las personas que la rodeaban.
Se nombra ya a ese primer hijo, cuya historia vamos conociendo después de su llegada al pueblo de su tío y sus primos, y cómo muere el tío en un bombardeo, y cómo lo tiene que entregar a esas manos generosas, tan generosas, generosísimas, que le quitarán de problemas. Tena se ha encontrado con Mangas, le dice: Le conté lo mismo que a ti te estoy contando ahora: las dificultades del día a día y el callejón sin salida al que nos llevó la derrota, somos los vencidos y nada podemos esperar de los vencedores. Incluso tenemos miedo de nosotros mismos, de que al reunirnos atraigamos nuevas represalias para las que no habría indulto posible. Y los mil trabajos que Tena hace para comer todos los días; y el Mangas Courier, y los recuerdos de Rubén, y cómo ella continuó en la guerra, y cómo incluso llegó a ser voluntaria para participar en un pelotón de fusilamiento. Y nos hace presente cómo estableció su relación con Émile en ese tren entre Tolouse y Labége, y el recuerdo de cuando era niña y viajaba en el vagón de correos, y ahora esa nueva visita , y el embarazo del hijo de Rubén y cómo se lo llevaron: 62
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Marta, vacía, hueca, exhausta y sola, volvió la cabeza hacia la pared más cercana y se quedó inmóvil, susurrando: -¡Perdóname, perdóname, perdóname, perdóname, perdóname! Marta escribe a Tena: En tu carta mencionas a Rubén. ¿si supieras cuánto tiempo hace que nadie pronunciaba su nombre! Tú lo rescatas ahora de un silencio de catorce años. Solo con vosotros puedo hablar de él y revivir aquellos días que compartimos, solo con quienes nos conocisteis mientras estábamos juntos. Para el resto del mundo esta historia de amor no existió nunca,. Y sin embargo, ¿cómo podría olvidarla? Su sangre es como esas gotas de lastre ardiente y rojo con que se cerraban las cartas antiguas y sobre el cual se imprimía el sello de un anillo. Su sangre cerró la carta donde se contaba nuestro amor y el sello, ¡ay!, el sello lo estampó Franco con esa frialdad y contundencia que le permite seguir en el poder sin remordimiento. No, nunca olvidaré su rostro, sus palabras, unos pocos días antes del desastre. Acabábamos de perder el Puente del Jinete, ¿te acuerdas?, y muchos tuvimos que huir atravesando a nado el Lebrón. Rubén me abrazó y me dijo: “No te preocupes, que hay tiempo todavía”. Pero no, no lo había, nuestro tiempo ya se estaba acabando.
26 Aquí termina la novela. Ya sabemos el final de muchos de los protagonistas de esta novela coral. Sabemos quiénes son los vivos, que viven muertos, los muertos que ya no vivirán. Ahora aparecen en escena Teo, Ricardo, Agustín y Viriato. Son niños. A Viriato ya le ha soltado el teniente. Han llegado al Palacio, que ahora está solo porque De las Hoces ha ido al internado a visitar a su hijo ahora, y siempre, enfermo. Allí acuden a disparar balinazos contra la Andrómeda desnuda y encadenada. Allí, junto a los escombros del Mausoleo. Sabían que unos años antes sus hermanos mayores también habían venido ante la estatua, algunos con las mismas escopetas y todos con el mismo temor y la misma turbación, y que habían disparado sobre la ternura inviolable de la diosa y a partir de entonces parecían más fuertes, invulnerables. Ahora les tocaba a ellos, que habían entrado en esa terrible edad en que nada de lo que hicieran tendría un valor
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auténtico si no conllevaba un peligro o transgredía una prohibición. A ellos les tocaba atravesar la línea de sombra tras la que habitaban los adultos para comenzar a incorporarse al mundo.
En la segunda escena nos encontramos con un viajante que hace una propuesta laboral a Camilo para trabajar en Madrid de mecánico. Llega Martín Cupido. Queda claro que no aceptará el trabajo por Luz: -¿Ella no quiere marcharse? -No, aunque dice lo contrario.¿Tú qué harías si fueras una mujer soltera, de treinta años y poco acostumbrada a hablar con extraños, que desprecia a esos bribones de Madrid con insignias en las solapas y te propusieran que dejaras el lugar donde te sientes segura y libre para ir a encerrarte en el piso de una ciudad donde no conoces a nadie solo porque tu padre…? Martín Cupido pensó unos segundos, se ayudó con el humo a precisar su respuesta y a fin respondió: -Le diría a mi padre que nos fuéramos a Madrid aunque estuviera muerta de miedo y deseando quedarme. -¿Y qué harías entonces si fueras su padre? -Creo que lo mismo que vas a hacer tú?
La tercera y última escena de la novela nos sitúa ante Ugarte y De las Hoces. Ugarte enfermo y convaleciente. Todavía la épica de la guerra con esos Sonetos a la piedra de Dionisio Ruidrejo que tiene sobre la mesa. Un libro de la inmediata postguerra, pero que para él todavía es palabra viva. Ugarte también su escopeta de balines con la que dispara a los pájaros, como el niño que fue, como los niños que quieren hacerse mayores y que antes nos encontramos. Hablan de la guerra, de las atrocidades, de la crueldad, de la muerte. Escuchemos: -¿Arrepentirme? –repitió como si no hubiera oído antes esa palabra-. ¿De qué? -DE haber disparado. -No, no me arrepiento de eso. Era mi obligación y cumplí con ella de la mejor manera que supe hacerlo. Ya te lo he dicho antes. Queríamos la victoria e hicimos todo lo necesario para conseguirla. -¿A qué precio? -A cualquier precio. Y no me vengas hablando de la belleza crepuscular de la derrota, del atractivo de los héroes perdedores. ¡A la mierda todo eso! Lo más hermoso de la guerra es la victoria –concluyó con una mirada orgullosa e indomable incluso en la enfermedad-. Solo me arrepiento de cómo la hemos desperdiciado después. No hemos sabido hacer la transición adecuada entre el frenesí de la guerra y el sosiego de la paz. Por eso España sigue hundida en el atraso. Han transcurrido doce años y todavía no hemos logrado consolidar aquel proyecto de nación y de destino. -Estás hablando como en un mitin –lo interrumpió.
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65 -Y de destino –repitió, desdeñando su comentario-. Tampoco hemos logrado incorporar a él a nuestros antiguos enemigos.
Ugarte obtuvo la victoria, pero no ha triunfado. De las Hoces quiere limpiar el Mausoleo, pero Cuaresma, y los camisas nuevas, no se lo permiten . Hablan de la campana, de la necesidad de rehacerla con los mismos materiales con los que una vez se fundió: -Nunca entendí que compraras todo aquel metal para volver a fundir la campana. Había sido más fácil… -No –lo interrumpió. -…comprar el cobre y el hierro en otro sitio. -No. Con otros materiales no habría sido lo mismo. Al recuperar el material que primero fue campana y luego balas y luego otra vez campana fue como si no hubiera sucedido todo aquello. -Pero lo sucedido no puede… -repuso Ugarte, pero no terminó la frase. -¿Ibas a decirme que no puede corregirse? ¡Claro que sí puede! ¿Qué están haciendo, si no, quienes ahora mandan? También a ti te he oído repetir más de una vez que las cosas sucedieron de forma diferente a como lo están contando. -De acuerdo, de acuerdo –contestó Ugarte, fatigado-. Tienes razón. Pero si quieres que te den permiso, no lo vayas repitiendo por ahí. Hablaré con Cuaresma para que puedas limpiar aquellas ruinas para siempre. Y que no quede nada.
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