Muestra poĂŠtica taller Centro Cultural Manuel Rojas
YACARÉ
Muestra poética taller Centro Cultural Manuel Rojas
La calle Passy 061 / O mimeógrafo
Yacaré. Muestra poética taller Centro Cultural Manuel Rojas Primera edición, Santiago de Chile, marzo de 2018. Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional. “Brazo de Trangol sobre gorilas”, página 14, es una fotografía de Carlos Leiton La calle Passy 061 / O mimeógrafo www.lacallepassy061.cl
YACARÉ
Muestra poética taller Centro Cultural Manuel Rojas
Selección y prólogo de Simón Villalobos Parada
Agradecimientos a Centro Cultural Manuel Rojas que acogiรณ esta reuniรณn
En mayo del 2017 difundí, bajo un programa probable de lecturas y temas, la invitación a un taller de poesía en el Centro Cultural Manuel Rojas, en Santiago de Chile. Su única exigencia estuvo implícita en el objetivo propuesto, doble y uno a la vez. Por una parte, en términos generales, conjeturar nuestras nociones de qué es poesía, a partir del diálogo en torno a las experiencias de lectura del grupo y sus expectativas frente a un repertorio variable de libros. De este modo, textura, imagen, ritmo, ironía, montaje, identidad, máscara tomaban lugar y turno a la par de imagismo, barroco, coloquialismo, vanguardia, política, género, realismo y así el trazo de un trayecto más bien disruptivo. Por otra, como objetivo central, nos propusimos desarrollar los proyectos de cada integrante a partir de la posición de esas nociones en las prácticas escriturales de cada uno, textos cuya divergencia
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fue fundamental como sesgo de la debilidad que en todo poema prevalece. El goce podía abrirse en esas conversaciones, rodearse o chocar, pero no detenerse en un modelo. Nuestros asentimientos contribuían a juntar estímulos, incomodidades consignadas o socavadas por cada uno y a escucharnos leer y recomendar, quejarse, ordenar o tomar distancia. Esta breve muestra reúne una selección del trabajo poético de los miembros estables del taller y al igual que su título, tentativo como la suspensiva huella de una frase en medio de una conversación en medio de un festejo –según recuerdo–, solicita su extensión en los poemarios que inician o forman y en las relaciones que ellos trazan. Para mí el valor de este taller está intrínsecamente vinculado al valor de la poesía, su vitalidad: la necesidad del poema como contrapunto o definitiva controversia frente a las síntesis de la propaganda y el mercado. Dicho de otro modo, estamos acorralados por la producción y el consumo, dos
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caras de la derrota cínica de lo político, sinsentido en el que la poesía es una mera vanidad, una etiqueta marginal de las reparticiones públicas de la cultura, un “rescate” periodístico, una carrera de extravagantes figuras a la medida de sus cuñas, etc., y todo ello es falso y mediocre, pero creo se subsana con la posibilidad de una auténtica comunidad en torno al ejercicio poético y literario. No una comunidad alternativa, al margen, ni el afiebrado sueño de una parcela que domine el valle para el dulce cultivo e intercambio de abastos, no la revolución subvencionada por el júbilo irresistible en los ojos del menor de los hijos que, bueno, salió artista, sino una a partir de la intersección, el cruce del tráfago en que vivimos, pagamos cuentas y nacen niños, enferman o mueren los abuelos, nos mentimos y atraemos y debemos e imaginamos una pausa. Y si decir esto es casi una renuncia, ella también se subsanaría en el hecho de hacer de ese cruce, mediante la permanencia o recurrencia a él, un espacio que module y objete los intercambios, una disposición crítica, una necesidad.
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De esta manera, el poema no sería en sí mismo una liberación, sino una interrupción milenaria. “Imagina que caminas por el filo de un cuchillo” y a los lados de esa senda se adivina el desierto que peregrinó ciego al caer el día en que oye esa frase Edipo, sus pies rebanados. Oír es el verbo que da a la escritura impulso. Los poemas de esta muestra resuenan con ese rigor, lo convocan, pero no llaman solo a la poesía, sino mayormente al lenguaje en que literatura y época enfrentan la marea que somos. Los poemas de Daniel Ahumada juegan con la elisión como elemento gravitante de la imagen, el blanco en torno a la grafía. La costa del desierto es el paisaje de esa tensión; sus personajes: camanchacos, lobos marinos, peces, parvadas o bañistas –animales también en superficie–; su alimento, carroña; su resultado, largas manchas en la calzada, lagartos traspuestos en vitrina o flores secas, prueba de la inadecuación soslayada de esos asentamientos: nidos ahogados por la innombrada
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vastedad, la sensación simultánea del cuerpo y el cadáver. Carlos Leiton presenta parte de una colección que posee un cariz narrativo intervenido por la distancia irónica y la amalgama de las materias que los relatos energizan. Ese entusiasmo por la textura, el entramado accidental de la escritura, aquel énfasis de percusión y timbre que hasta los sesenta se llamó canto y pretendía grandes ademanes frente a una multitud y su destino; esa reunión y festejo porta un despliegue político descendido –con el espíritu de los tiempos– mediante las diferencias, resistencias y marginaciones que configuran las coordenadas sociales vulneradas por la inercia del autoritarismo, sus estandartes: pesados lastres en la cortina que trasluce los negocios del barrio. El animismo del detalle deriva, en los poemas de Leiton, en un movimiento al interior de cada escena, espacio en que lo reprimido se rebela, circula y brilla. La vibración entre las imágenes concretas, mediante el corte del verso que va segregando la incertidum-
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bre de múltiples nexos probables y el ritmo del fundido de una escena en otra, este procedimiento constituye el tono de Elvis Trango: pausado, nómade y de grandes saltos imperceptibles, como si al intensificar la imagen de lo mínimo preparara la transformación completa de su entorno. Su indagación remite a la mirada de una primera persona, cuyo plano nunca está del todo definido y oscila entre las gradaciones de su rostro y el paisaje que describe. En largos versos, cuya cadencia relacional se agiliza con la suprimida puntuación, el temple de Liudmila Ortega configura con los objetos y sus nombres la experiencia de lazos afectivos situados en el trayecto “entre desiertos, tundras y palmeras a la orilla del estero” o suspendidos en “la maraña de apepés” y el recuerdo, contiguo a las tecnologías de la comunicación y registro. Estancos de un movimiento o virtualidad, estas opciones no se excluyen, sino que modulan en la escritura de Luidmila Ortega distintos cauces: a veces, la enumeración en pos de
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una imagen múltiple o latente; en otros pasajes, la instantánea síntesis de una vida en “la redondez de la ternura” o “las invencibles bromelias”. En la poesía de Gustavo Sotomayor, la aventura orientalista, el viaje y la trasposición de las máscaras del monólogo dramático derivan en la sinestesia de lo que la caravana rompe y carga: telas, amaneceres, estepas, hambre, jaulas y un inagotable etcétera desperdigado sobre la ausencia de diques gramaticales: “devanar mimbre en el lomo multitud / presionadas tres monedas sudan”. Caravana hilada por los acentos y las inflexiones del color de las sílabas, trazo reiterado del sonido, cuyo centro pareciera estar en el borde que la lidera, límite de la aglomeración sintáctica que al avanzar descubre actos y utensilios de los que toma posesión: el lenguaje como un dominio lanzado fuera de sí. Yacaré es la circunstancia de estas escrituras hoy –hace algunos meses–, la huella de su reunión, pero sobre todo es tentativa del diálogo como im-
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pulso de la poesía hacia los innumerables sustratos que la pueblan y, luego, impulso hacia las posibilidades de los lenguajes que jadean arrastrados por la incesante producción, transformación y manipulación mediática y capitalista de sentidos instrumentales, imaginación que ha dejado muy atrás o debajo a las tradiciones del verso, pero no a sus efectos recursivos, en los que redunda vociferante o naufraga. Tal vez sea entonces, cuando la mirada respecto de la indagación poética sostiene al menos el doblez de lo inespecífico y lo propio, que su proyección social pueda aspirar a ser espacio y tiempo común, relación de las formas, estímulo convocante del pensamiento crítico. Esta veintena de poemas empuja en esa dirección.
Simón Villalobos Parada
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Gustavo Sotomayor (Puerto Montt, 1992)
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para sostener algún charco en la mano contenemos la respiración cuarenta años veinte días dirección eji nai city (línea transdesértica) cuero desprendido los dedos aspas de x hasta y en solución salina escolopendras carrilean arroyos bajo las dunas toda una temporada nos alimentamos de gusanos de seda redes raspar las costras en la copa de té efervescente espuma la comisura esperando caravanas no oímos nunca a Tengri al posar las frentes prometí no desperdiciar las flechas de tu nombre dispararlas en la planicie imagino perfora la estepa 16
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vapores nuestros cuerpos deslizamos intercambio de gritos los viejos tiran huesos jugábamos a perseguir pañuelos de seda agitados por una mano pequeñas campanas en cada dedo sedientos por frotar filamentos no dimos cuenta las riendas de nuestros camellos un rastro de lágrimas piedra entumecida desvanecer frente a un buda resquebrajado las lámparas temblaban el distrito de las gamas un estanque peces de trapo nos acercamos a beber sus aceites prendimos nuestras barbas afeitamos nuestras cabezas según el rito
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a paso ligero de bonzo fingimos mendigar porciones de arroz en las orillas del pabellรณn de la niebla roja el silencio agitamos los dedos suavidad el aleteo de una polilla agujereada tela al palpar las yemas
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punta canina raĂda un punzar desde el nervio a la cumbre percutan las cuerdas se proliferan notas hendiduras la estrechez un sabor agrio cato tras los telones cuatro estoques superpuestos antena la seĂąal en azulverdoso intermitente tercero cuneiforme roque lĂnea recta piezas de marfil talladas al costado un tablero dos vasos una mesa de alerce mordidos los costados hebras separan y tuercen ramas al borde un pozo mantos colgados secretan fluido la nube escurre tiende su brazo
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se arrancan los frutos ondean bordados rozan la punta de las hojas
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plumas pisoteadas parva aletea enjaulada berridos el tráfico las pestañas espolvorean arena aspirar polen petrificado alveolos silbidos exhalo arcilla moldeamos figuras ecuestres Khara Khoto las murallas extensión del desierto la ciudad negra tres pagodas sin nombre la melodía de una flauta a las puertas un mortero hojas molidas bulle un caldo y enhebra devanar mimbre en el lomo multitud presionadas tres monedas sudan encajes pétalos al doblez pátina cantan las dunas huellas levantan
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Elvis Trango (Angol, 1990)
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En la inmediaciรณn de este hรกbitat De selva y animaciones nostรกlgicas Un caracol de mantos grisรกceos Toma sorbos con tanta violencia Que de golpear su boca a torcer sus dientes Solo separan la costra endurecida de las piedras
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Un pez en su boca Aguarda ser escupido Flota en el agua SosteniĂŠndose de algas Un receso del sol y posturas en la arena La tarde funde las piernas de SofĂa Moja el vientre y sus ojos curvos Se depositan con agua salina Albatros asoman a la redonda Con heces en las uĂąas Desenredan cuerpos Por cuatro muros y calles A ratos su piel colorida Acumula brea Ya desnuda y con olor a vino
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Espera que el sol oculte el aguaviento Dibuja arrufos jamás visitados Escucha la primavera del mar Lo idéntico de los días
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De camino Al portรณn de fierro pรกlido Un silencio avanza Sacudiendo los bancales y tilos Me encuentro con la noche Y cruzo con fiereza la risa de los quiltros El ombligo el campamento Como lupanar me recibe Y me devuelve En un acuerdo con los ojos A esta imaginaciรณn de tigre Mis pies brincan Ensancho el camino Un trazo encima de otro Sobre el sexo del asfalto
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Vuelvo a jugar en la soledad Y a travĂŠs del polvo Contemplo gatos en las cercas
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Un perro se rehace amo y señor Sucumbe a las alturas Cubierto de vaho de la noche Transitan los ríos en sentido contrario Al costado del fuego Artefactos salen de las sombras Dos amantes se arrojan sobre espinas Y en lengua antigua se comunican Un ciempiés hunde sus manos en agua con aceite Y el aire irrumpe desiertos Rojos, húmedos y aterciopelados Todos los climas y fauna Anotan canciones y un baile
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Para un sorbo a medianoche Preparo un baño de leña Un fantasma observa ocultar El único gesto posible
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Carlos Leiton (Santiago, 1982)
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Con la parálisis el niño postrado adopta todas las nacionalidades: japonesa, lucumí, chilena, ábraga, charrúa. Todo según sus muecas. El padre reclama el espacio al interior del bus y un haitiano se aparta para dar paso al coche. Observa desde el montículo del motor. El rostro moreno transparenta, tiñe el agua en esa pupila. Hay diversos meandros terrosos, el rumor de la corriente en lo ronco del motor sugiere una palabra, una gota de agua en la pupila distendida, como si el negro le dejara caer una gota de saliva al asomarse. Plantas de agua, todos mueren en las plantas de agua, se dice el niño de la parálisis. Dejaron abiertas las llaves del parque y ahora pisan las charcas.
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Este día libre el militar castigado no rompe su loza. Se queda prendido a los diseños de la mayólica. En el menaje imprimen los relatos de una cosmogonía. Él otea desde su caseta como los demás son liberados a sus hogares. Viernes al atardecer. Procesión especial en la apretada trenza de la gendarme. Los mangos de las espadas, guadañas, insignias lisas, pulcras. Algo pasa al rostro, saca lustre al mueble. Así, sujetos a la barra del bus, sonríen. Cargan bultos al interior. Su aliento con menta. Encienden los focos y brillan luces en los autos cuando alguien pronuncia panorama. Hay un tic en la punta de las yemas heladas, un tac de suelas en el empedrado mojado. Asistencia al corazón. Sirena y baliza. Botón tras el ojal y se suenan la nariz. Se aferran a un relieve, a un diseño. 32
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Ella tiene multinacionalidad: conocer los idiomas la hace golpearse el pecho. Piernas flexibles para cruzar y descruzar. Los idiomas múltiples la sumen en la mudez. Permuta visiones, paisaje desértico sobre selvático, frío de las lluvias sobre canícula de los concretos, palmeras sobre zarzas, Taj Majal penetrando a La Moneda, exposición en la extrema apertura del iris. Así, ojos cerrados, y al contrario de la parálisis, golpea su pecho, sin paz. Sueña y golpea. Los pasajeros del bus corren la mirada sin ahondar ni suponer las transposiciones. Tapa sus poros, suda hacia adentro. Sus rasgos asiáticos asexúan el rostro. Como una piedra entrechoca. En lo que ella siente, la piedra saca chispas.
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Insiste en empeñar sus poleras. Negro lucumí, en sus ojos. La niña. Sí. Cambia de sexo con la intención, las nacionalidades tienen género, como también signo zodiacal. En su lágrima, negro lucumí. Niño de regresiones y parálisis. Rostro escatimado, allá, transfigura la paloma, arroja piedras con la mirada, mata a alguien. El negro y la moneda de tizne plata en su palma. Horadan. Los contenedores pueden esconder un arma y el chico con hambre de corazón zapatea por sobre, desafiando la sensibilidad sísmica de la amenaza nuclear. Cansado puede golpetear con ahínco, más, el hambre en la mano con la moneda, y en el escupo, la alegoría. Se viste de ella, la desviste. Es una mancha, es un balaustre. En la gota lucumí de la regresión de las encías, el niño puede ser niño porque está postrado,
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sin crecer, regado por orina paternal o amor universal. Avanza y retrocede. Historia en fragmentos. Patchwork del ánimo, teje un vestido para su mamá siendo negro. Las perlas de sus dientes. Sus encías de caucho. Las manos lo desprotejen sin tejido, cuando la sombra paterna lo cubre y el sol resumido en mosca lo distrae, lo llama a tierra, lame su mejilla y dice “estás aquí”.
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Liudmila Ortega (San Salvador, 1946)
Hay días
Vuelven los días cenizos de mi prehistoria Con su carga de ansiedad torbellino de púas ¿Por qué de nuevo después de tanto andar entre desiertos, tundras y palmeras a la orilla del estero? Hay que esperar, no ir de prisa a reducir el espacio frente a la nada Siempre habrá nuevas variantes para diluir los grumos Desviar el meteorito casa mediante conjuros de copal aromas Podemos Eloísa lanzar piedras a las rocas del mar (chapotearán seguro en las olas para hacernos reír) Encontrar tus mensajes en la maraña de apepés
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desde otra orilla del ocĂŠano la redondez de la ternura En lo alto de una madrugada loma beber un cafĂŠ de maĂz
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Nativos
Sonidos ancestrales jugaban con las brisas del sur Frente a las montaĂąas disfrazadas de bruma HablĂĄbamos de otros ojos rasgados del norte De gente que al nixtamalero cultiva los bosques. Si el arco de las pupilas en tu cara es el mismo Si tambiĂŠn sus destellos hechizan lagos y trigos las invencibles bromelias silvestres pueden existir
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Solo huella
Viejo muro volátil de retornos adioses espectador pisadas fantasmas de niños sobre el sendero evocan deseos de frutos compartidos frágiles sueños beso furtivo que busca en parras de jardín recodos arrimada espalda a tus adobes cómo engarzar verbos felices algarabía de razones a color en baladas acordes las lecciones Solo quedó huella de la brisa en la ventana estática radial mimetizada entre grises matorrales a tu vera espanto de cabellos ásperos rechazando infamias el miedo río represado de días desolados de zozobras
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aflicciones repetidas al cansancio exorcizadas con valentía y decisión ridícula pared no eres Muro de Lamentos ni de Berlín solo cómplice infiltrada con murmullos de ternura y desazón pero estuviste ahí rancio adobe vestido de musgos sonrientes en la humedad tus líquenes al derrumbe desmoronas enigmas de otros tiempos último embiste que todo mezcló miradas de connivencia gestos cotidianos amasados con afanes coraje compasión
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Bucólico
Las mariposas amarillean El aire que respiramos Él te dice: abuela Algo extraño pasa allá afuera los árboles se estremecen. Los pájaros descubren al mundo El púrpura de las guayabas Y nos miran perplejos Porque la vida solo está pasando
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Daniel Ahumada (Calama, 1995)
SOBRE UNA OLA VACÍA
socave las manos irrumpen en el roquerío heridas uñas que escalan el crujido de nuca mil peces con hambre asoman sus ojos huecos oleaje de lengua helada se llenan las tráqueas en sal negra perfil de jote
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la piel de cara es desnuda plumas olor a tripas solo queda la caída en picada de un ave rapaz un acantilado nido con carroña aún se hallan cráneos de lobos marinos camanchacos
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HOJAS EN CORONA
se enredan entre el cableado cuando quiebra el ocaso en hemorragia tibia naranja roja y la arena coagula en contra del sol un graznido ennegrece sobre palmeras y postes degolladas las hojas buscan palpar el aire salado como si fueran dedos patos yecos yerguen sus alas y forman una M sobre el follaje
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el graznido es eco que rebota en su parvada de sombras un amarillo corroĂdo se desprende del tronco cada grito gangoso apunta a la sordera resuenan las gargantas de pĂĄjaros ciegos el guano tiĂąe la calzada
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ARBUSTO DE DALEAS CRECE ENTRE LAS ESCAMAS DE UN YACARÉ aridez dorada dentro de un globo ocular que vigila la sequedad en su costilla doble párpado y esclerótica es un desierto florido donde cada escama traga un milímetro de sombra y lento se clausuran las gargantas como hábitat encerrado en sí mismo se resquebraja una sequía que deja de lado sus colmillos
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CAEN LAS CALAS
mientras tragan su propia savia en la extensión del tallo una mujer con pareo dibuja en la arena una línea con el pie asoma su estigma en la semisombra un olor dulce ríe la bocanada borra su huella pétalo blanco se hunde en la arena una colilla de cigarro 49
Para la diagramación de Yacaré se utilizaron las fuentes Helvetica y Helvetica-Black La calle Passy 061 / O mimeógrafo Santiago de Chile, marzo de 2018
La calle Passy 061 / O mimeรณgrafo