Thomas Bernhard, un escritor austríaco que leía poco

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Thomas Bernhard, un escritor austríaco que leía poco “Hace veinte años que no tengo ya libros. He quemado también mis papeles. Corrijo sobre lo vivo”. Monsieur Teste (personaje de Valéry y uno de los favoritos de Bernhard)

Después de años, aún tengo presente la decepción (expresada en Letras Libres) de Domínguez Michael cuando se enteró (leyó) de que Thomas Bernhard no fue el escritor que devoraba libros para enriquecer sus textos o por curiosidad insaciable o por vicio. Nuestro crítico asumía —y probablemente lo sigue haciendo— que un escritor tan caro para él (por intransigente, provocador y, por supuesto, estupendo), debía ser una biblioteca andante. Como si la calidad literaria del escritor, de la obra en sí, dependiera de la erudición como fundamento de la misma, al margen de la sensibilidad y el talento del autor, así como de la tradición literaria donde se ubica —dialoga— su obra. Mientras leía la sabrosa biografía de Miguel Sáenz1, tal vez el hispanoparlante que conoce mejor la literatura bernhardiana, pues es su mayor traductor (y de una porción significativa de la mejor literatura en lengua alemana del siglo XX: Bertolt Brecht, Günter Grass, W. G. Sebald, entre otros), no paré de reír cuando di con los párrafos donde se decía lo siguiente: Bernhard fue un escritor culto, aunque su biblioteca era inexistente (de hecho, así se intitula uno de los capítulos del libro) 2. Si acaso, tan sólo tenía los libros que le eran vitales para su vida, en el sentido más radical de la palabra: unos cuantos libros que cabían en una maleta. Sin embargo, nunca podían faltar, ya que, en cualquier momento, podía surgir la necesidad —la urgencia— de tenerlos a mano. Schopenhauer, Montaigne, Novalis, Pascal, Voltaire, Dostoievski y, en menor grado, Nietzsche, Kant, Gogol, Valéry, Beckett y pocos más, fueron los maestros de Bernhard. Mi risa se hizo más sonora cuando descubrí que Bernhard, en sus inicios como escribiente, era dado a la ficción de la cita, es decir, solía poner en boca de eminencias palabras que no habían dicho e incluso, me atrevo a asegurarlo, en ocasiones expresaban lo opuesto a lo que el susodicho realmente sentía o pensaba. Como en el caso de Heidegger, a quien consideraba “un tipo imposible, [sin] ritmo ni nada” además de “ridículo burgués nacionalista en pantalones bombachos”, pero a quien citaba con

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Miguel Sáenz. Thomas Bernhard, una biografía. 2ª. ed. revisada y actualizada. Madrid: Siruela, 2004. “¿Existió alguna vez una biblioteca bernhardiana? Si existió fue pequeña, y quizá la razón sea que escribió mucho. ‘Cuando escribo, no leo, cuando leo, no escribo, y durante largos períodos no leo, no escribo, me resulta igualmente repulsivo’. A Nicole Casanova le dijo una vez: ‘Sólo me siento libre cuando no tengo libros cerca’, y a Niklas Frank: ‘Libros no encontrará apenas en mi casa. No conozco a nadie que lea tan poco como yo’”. p. 162. 2

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