Una idea original de Rosauro Carmín Q.
Suplemento Cultural
Guatemala, 7 de diciembre de 2012
Las raíces sociales del mal Página 2
Eduardo Sac: la dimensión temporal de la escultura Página 3
Ángel Poyón en España Página 6
Aquellos días de Navidad
Páginas 4 y 5
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Nueva Guatemala de la Asunción, 7 de diciembre de 2012 Tómelo con filosofía
Las raíces sociales del mal
El problema del mal ha sido una preocupación constante de los filósofos aunque las claves de su comprensión hayan cambiado a lo largo de la historia. En la filosofía occidental, este problema se vincula tempranamente al dilema de reconciliar las perfecciones divinas con el sufrimiento y maldad del mundo. De hecho, esta cuestión genera su propio campo disciplinario, la llamada teodicea, cuyo término fue acuñado tardíamente por Gottfried Wilhelm Leibniz (16461706), quien pensaba que vivíamos en el mejor de los mundos posibles. Éste es el famoso optimismo filosófico que se derrumbó en el alma de Voltaire (1694-1778) frente al terremoto que devastó Lisboa en 1755. Por Jorge Mario Rodríguez Martínez
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o es de extrañar que desde siempre las imperfecciones del hombre hayan jugado un papel importante en la explicación del mal. En esta dirección, San Agustín (354-430) consideraba que el mal, que no emergía sino como ausencia del bien, se vinculaba al libre albedrío. La explicación del obispo africano iba a encontrar su camino en el pensamiento filosófico posterior. Santo Tomás de Aquino (1224-1274) pensaba que el mal, aunque siempre relacionado con
la privación del bien y al libre albedrío, se inscribía dentro de un orden de creación en el que los seres buscaban su perfección. En virtud de que el mal siempre tiende a asociarse con la acción humana no sorprende que en la época contemporánea la comprensión de su existencia se haya asociado con el intento de comprender el Holocausto judío. En este contexto, Hannah Arendt formula la tesis de la “banalidad del mal”: los orígenes de males como el Holocausto radican en las actitudes y acciones del común de la gente que sigue irreflexivamente patrones de conducta socialmen-
te establecidos —por ejemplo, obedecer órdenes sin cuestionar las consecuencias. Casi al mismo tiempo que Arendt, Erich Fromm llegó a afirmar, en su obra El corazón del hombre, que el mayor peligro para la humanidad no es el malvado o el sádico, sino el hombre ordinario dotado de un gran poder. Recientemente y a partir de las ciencias sociales, James Weller también constata que las acciones más vergonzosas de la historia humana han implicado a multitudes de seres humanos ordinarios. Desde luego, tal conciencia del mal con raíces en la vida ordinaria
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San Miguel Arcángel vence a Satanás, figura icónica de la lucha entre el bien y el mal.
del ser humano no ha penetrado de manera suficiente en el sentido común contemporáneo. Reflexionando acerca de la situación del mundo más de tres décadas después de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, el superviviente de Auschwitz Jean Amery afirmaba que parecía como si Hitler hubiese alcanzado un triunfo póstumo. En el horizonte de la injusticia global que se ha ido perfilando en nuestra época, Giorgio Agamben rechaza la idea de que el campo de concentración sea una anomalía de la historia; para este filósofo, tales centros de detención son algo así como el paradigma que organiza la vida política de la modernidad. Uno puede notar que si un campo de concentración se caracteriza en función de la ausencia absoluta de derechos, el orden político mundial es en cierto sentido uno de éstos, dado que la mayoría de los seres humanos están totalmente desprovistos de derechos. Para matizar estas comparaciones, se puede asumir que la cancelación de derechos humanos, que el campo de concentración de Agamben asume formas diferentes en otros ámbitos regionales. Por ejemplo, la matriz de la encomienda y su sucedáneo, la hacienda o la finca, dictan la lógica política en algunos lugares de América Latina. En Guatemala la mentalidad feudal de la oligarquía se ha beneficiado de un marco social en el que no es difícil identificar la raíz de las prácticas genocidas, para usar el término acuñado por el argentino Daniel Feirnstein, que fueron responsables por la muerte de tantos hermanos indígenas. En este sentido, podemos preguntarnos sobre el significado del mal en nuestras sociedades, que nacieron bajo la expulsión violenta del otro de la comunidad de la vida. No es casual que en el pensamiento latinoamericano haya existido desde siempre una tendencia a denunciar el mal de raíces sociales. El filósofo jesuita Ignacio Ellacuría —ejecutado por el ejército salvadoreño en 1989— hablaba de
un “mal estructural” que afecta a la gente que participa en dichas estructuras. Un compañero de Ellacuría, el también mártir jesuita Ignacio Martín Baró, nos hablaba de las distorsiones psicológicas que sufre nuestra subjetividad en contextos de injusticia estructural —males que nuestras medicinas y terapias no pueden erradicar. El problema del mal se traslada a la percatación de que existe un mal estructural que hace imposible la acción moral y que ahoga paulatinamente nuestra voz interior. Por fortuna, los filósofos contemporáneos han identificado poco a poco la relación entre la acción individual y las estructuras sociales. La destacada feminista Iris Marion Young, recientemente fallecida, nos invita a tomar conciencia sobre las injusticias estructurales que surgen de la acción conjunta de individuos que no cuestionan los patrones de acción inculcados en los ambientes sociales en los que participan. Young no llegó a afirmar que esta responsabilidad implicara una culpabilidad en el sentido legal; sin embargo, nos llevó a comprender que existe una responsabilidad política por dichos males. La llamada de esa responsabilidad sólo se podía cumplir a través de una acción colectiva, esto es, política, destinada a cambiar las estructuras globales que condenan a la muerte a muchos más seres humanos que aquellos que han muerto debido a las guerras y las calamidades naturales. Entender el problema del mal, por lo tanto, conlleva comprender los mecanismos por los que el sufrimiento socialmente innecesario se perpetúa en el mundo social. La conciencia del bien y del mal debe empujarnos no a un fatalismo estéril, sino a fortalecer los resortes morales que nos llevan a actuar con solidaridad. Optar por el bien significa hacer lo posible para que nuestra acción cotidiana no se convierta en un engranaje de la maquinaria de horror en el que se tritura la dignidad humana.
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Galería de artistas
Eduardo Sac: la dimensión
iríase q u e el ritm o lento y la suave cadencia de círculos herméticos que caracterizan a sus obras más logradas son resultado de sus aspiraciones de intemporalidad y de sus visiones impregnadas de mística y poesía. Por eso le va bien la piedra y aquellas técnicas laboriosas de talla, modelado y fundido que la prisa de nuestra época ha vuelto hasta cierto punto impracticables. Por eso le fue bien en el II Simposio Internacional de Escultura realizado en Guatemala en 2010; y le está yendo bien en las esculturas que actualmente está realizando y que exhibirá en el Museo Carlos Mérida de Arte Moderno en febrero próximo. FOTO LA HORA: CORTESÍA La escultura es un arte Niño lustrador. Técnica: Resina y fibra de vidrio policromada. Dimensiones: 42 X 51 X 36 cm. de grandes afirmaciones espirituales que Modelador de formas rotundas, Eduardo Sac le da a la materia sólo desde una perscon que crea sus esculturas un ritmo grave y solemne, en conpectiva escolar muy cordancia perfecta con el lento transcurrir del tiempo interno limitada tiene que ver con las masas y los y antiguo de Quetzaltenango. No importa que la melancólica volúmenes en el espaCiudad de los Altos se agite ahora con las urgencias del concio. Su verdadera materia aparece cuando sumismo y del mercado global, los personajes de este escultor se la considera desde oculto en los inquietos laberintos de Xelajú tienden siempre a la los grandes ciclos hisquietud. tóricos que revelan la esencial relación que POR JUAN B. JUÁREZ guarda con la presencia y la permanencia de los seres en el tiempo y los valores y fuerzas sobrenaturales que modelan al ser humano y a la sociedad. De allí su original finalidad conmemorativa y moFOTO LA HORA: CORTESÍA numental, que son maDesolación. Técnica: neras de trascender lo Resina y fibra de vidrio inmediato y permanepolicromada. Dimensiones: 47 X 40 X 45 cm. cer como presente más allá de los límites temporales de la historia y la cotidianidad. De allí también que los problemas que plantean las técnicas y los materiales a los escultores en cada época histórica vayan en FOTO LA HORA: CORTESÍA cada caso más allá de la Tallador. Técnica: Resina y contemporaneidad de FOTO LA HORA: CORTESÍA fibra de vidrio policromada. los avances tecnológi- Cargador. Técnica: Resina, fibra de vidrio y arenas. Dimensiones: 49 X 50 X 64 cm. cos con las novedades Dimensiones: 67 x 31 x 31 cm. y modas artísticas del momento. Los escul- daderamente está siempre algo más profundo, pre- que cada cultura posee tores saben intuitiva- en juego mientras le dan cisamente la concepción como signo distintivo. El escultor Eduardo Sac mente que lo que ver- forma a sus materiales es del ser y la trascendencia
temporal de la escultura
Suplemento Cultural 3 no es ajeno a esos problemas que más que técnicos son filosóficos. No obstante su raíces quetzaltecas, su obra tiene sin embargo aspiraciones universales que se ponen de manifiesto no sólo en un estilo formal que busca lo esencial sino también en la pertinencia de una temática y unas intenciones críticas y estéticas que insertan su trabajo en su tiempo histórico a través de una técnica formativa que utiliza materiales sintéticos propios de la época postindustrial. En este punto cabe preguntar —y no precisamente al artista Eduardo Sac— cuál es la concepción del ser y la trascendencia propia de nuestra época tecnológica que se deja representar escultóricamente en esos nuevos y versátiles materiales. Como ya dijimos, el escultor intuye y sabe de qué se trata, pero su respuesta no se articula en palabras sino en formas encarnadas en la materia. Por eso, lo primero que el espectador percibe en sus esculturas es el respeto profundo que Eduardo Sac tiene por su oficio y las formas escultóricas que, en medio del vértigo de la vida cotidiana, intuye como expresiones esenciales que definen a nuestra época y al mismo tiempo la trascienden. Nótese que sus esculturas son personajes extraídos del entorno de la cultura quetzalteca, pero que sometidos a un proceso de depuración formal su referencia puntual a esa realidad se desvanece y sólo queda la expresividad que define a la vendedora en su dignidad, al cargador en su esfuerzo, a la mujer en su desolación, al tallador embebido en su oficio y al violinista en su instrumento. Hay en ello una torsión que no es sólo formal sino también conceptual: es la materia, la forma, el personaje y su expresión que se vuelven sobre ellos mismos, como despojándose de lo circunstancial y cobrando consciencia de lo que esencialmente son y de su significado trascendente y eterno.
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Desde la portada
Aquellos d
El ritual era maravilloso: contar los días de octubre, n vez en la vida pero cada día. Caminábamos por la correlonas jugarían, tal como nosotros, tenta con el vi barriletes se encargaban de que la espera no fuera ta pero pa
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De los nacimientos lo más bonito con el respeto del niño Dios, que para mí en ese entonces más que bonito era bueno, porque a mi criterio los bebés no eran del todo así, tan cejudos y pestañudos... pero como diría mi mamá mejor ser bueno que bonito.
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a lluvia de confetti sobre ruedas nos invitaba a sacar el triciclo, la californiana o la que fuera para dar vueltas por la colonia. Eran tiempos del Deportito y sus bolsas de productos, su conejo comentarista y las noticias de una epopeya que recorría un país irreal, lejano, lleno de montañas, lagos ríos, puentes con nombres misteriosos como “Quita calzón I” o “Quita calzón II”. Lo único cierto de la vuelta era ese instante en que nos pasaba enfrente, en el que las unidades móviles le demostraban a los menos incautos que en efecto los hombres pequeñitos de la radio no existían y que dentro de las bocinas no vivían enanitos que narraban la vuelta... Caminar con el bate en la mano con discusiones existenciales como ser yanqui o dodger, pirata o cardenal era un asunto verdaderamente importante y crucial. El “estraik tri” era algo que realmente nos preocupaba mientras que el jonrón de chiripazo nos hacía correr a conquistar el mundo a ritmo de Bebu Silvetti. “Estará bueno o no?” nos preguntaba Abdón, pero para nosotros era obvio, siempre estaba bueno, porque en nuestro mundo, en nuestro pequeño mundo no había mayor opción que correr a una base que aunque fuera bananera, era la única y nos hacía resbalar de maravilla en el campo
de la colonia. Salíamos canches, con los pantalones rotos y todos mugrosos, pero al final canches como la serie lo pedía y la escala de valores lo indicaba. He de confesar que a mí me atropelló un carro por culpa de un barrilete. Los barriletes de noviembre eran así: traviesos y temerarios, corrían, volaban desafiando campos, calles y alumbrado eléctrico. Y cuando caían al suelo heridos de muerte, sus fantasmas nos invitaban a tomar sus huesos de bambú, varillas misteriosas que nos hechizaban e invitaban a espadear. Un día nuestro barrilete cayó del otro lado de la calle de mi casa . Decidido rescaté a una espada que colgaba del cadáver, pero mi hermana sorprendida por mi hallazgo empezó a llorar que quería una espada como la mía. No tuve otro remedio que saltar el portón bajo llave y correr tras el tesoro. El carro más viejo que el promedio me pasó literalmente encima pero imagino que las oraciones de mi hermana y de la vecina que casi se traga mi zapato de un grito milagrosamente despertaron a mi ángel protector. Salí casi ileso con las rodillas tatuadas de raspones y la medalla de ser sobreviviente. Pobrecitos mis papás esa noche quizá tuvieron que evaluar sus estrategias y métodos porque ninguno de los dos se atrevió a regañarme, suficiente castigo fue que no pudiera salir a la calle por
un par de semanas. Ciertamente había menos luces en los barrios, pero las luces de la patojada eran suficientes para encender con gritos cualquier calle en plena noche. Un dos tres chiviricuarta por mí y las risas, las protestas y empujones nos servían para empujar más a las hojas del calendario, que apresuradas, años más tarde por Otto Soberanis, sufrían como siempre el estrés de saber que faltaban sólo unos pocos días para que llegara el día más lindo del año. Esas mismas hojas verían su propia tragedia un año más tarde el siete de diciembre. En las vísperas del siete nos reuníamos ya en marabunta para planear la estrategia de los fogarones. Era sorprendente ver la montaña de chunches que los chirices podíamos sacar de las casas, calles o barrancos: periódico, calendarios, cuadernos, cartones, colchones, palos, paletas, chancletas y cuanto accesorio útil para poner en juicio a los patojos...la verdad es que no era basura la que amontonábamos, se trataba de todo un botín rico en moretes, raspones, cortadas, espinadas, picaduras...nosotros no armábamos una fogata nosotros cruzábamos un océano de regaños y advertencias para conquistar e incluso saquear mundos inhóspitos y despreciados por los adultos. Aquí no se quemaba nada, nosotros subíamos al mismo cielo
nuestros sudores, nuestras risas, nuestras aventuras, y grabábamos en nuestros corazones los recuerdos de barranqueadas que simbolizaban hazañas o botines de una incursión casi heroica. Nosotros no quemábamos basura quemábamos al mismísimo Chamuco y más de alguna vez también las pestañas del atarailado del Luis Mariano que no aprendía nunca la lección de que no había que tirarle alcohol al fogarón. Y en esas aventuras nunca faltaba la complicidad de los abuelos, de mi papá, de los cohetes y canchinflines. Pasado el siete, me gustaba girar la perilla de la tele buscando el canal donde iban a dar el niño del tambor. Luego del truena y truena de la perilla , cuando lograba que funcionara la sercha antena, me dejaba capturar por los especiales de Navidad hasta llorar cada vez que algún desgraciado villano martirizaba al tamborilero con esos crueles ojos de madera y sus vestidos brillantes de colores hermosos que solo el blanco y negro de la pantalla podía reproducir con exactitud. Me encantaban esas hermosas historias que terminaban con el nacimiento del niño Jesús arrullado por su madre y los ángeles. Frosty francamente me parecía un poco menos interesante. A mí me gustaban las historias de Navidad. No si sería porque mis papás se conocieron en una pastorela organizada por la parroquia o porque a mí siempre me fascinó la idea de que un niño tan pequeño pudiera no morir de frío en un pesebre, en medio de un buey y una mula. Lo cierto es que era de lo que más me gustaba, al final se trataba de la Navidad, del cumpleaños de Jesús. Las pastorelas son lindas, pero más lindas las posadas. En ellas me metía a cantar tocando chinchines, tortugas o lo que al final me tocara. Mi ilusión era cantar y ver a los jóvenes tocar la guitarra mientras las patojas les trababan los ojos en señal de coqueteo. Al llegar a la casa donde finalmente María y José recibirían posada me conmovía la explicación de una familia humilde rogando ante un hombre insensible que no
les abriría la puerta sino hasta el momento de darse cuenta que se trataba del hijo de Dios, menudo signo de que para entrar en la posada había que tener cuello. Lo bueno es que entrado el cuelludo se abrían paso todos incluyendo los colados... Cuando la tía llegaba de Nueva York la vida cobraba otro sentido. Llegar al aeropuerto en medio del gentío, subir las gradas desafiantes que nos invitaban a correr libres por el segundo nivel ansiosos por ver aparecer al orgullo de la familia en medio de las barandas de madera. Llevar tarjetas, flores, cariño por montones no costaba nada. El aeropuerto era un lugar de encuentro, de fiesta...e incluso de espectáculo donde el primer acto era mirar aviones, el nudo esperar a la tía con cara de tedio y el desenlace el apapacho con cara desvergonzada de te quiero mucho pero qué me trajiste. Abajo en medio de decenas de viajeros aparecería la tía Lola, disfrazada de personaje de la tele, al mejor estilo de Love story, con la gorra de lana, la bufanda, las botas de esa gente de las series que nos recordaban la existencia de la nieve, en el hielo. A mí me gustaba ver a mi tía Lolita envuelta en mil trapos, con sus maletas más grandes que yo y que la mayoría de los primos. Los cariños de los sobrinos, las lágrimas de las hermanas que se reconocen menos lozanas...pero más cariñosas es algo que hoy guardo con más claridad que el color de las maletas rellenas de camisetas de los yankis, longplays del Fiebre de Sábado por la noche, Barry Manilow, muñecos de los hermanos Gibb y de la Guerra de las Galaxias entre otras novedades que había comprado en sale el año pasado... Personalmente he de decir que siempre fui el calígrafo de la familia y mi título lo gané a puro pulso, escribiendo tarjetas de Navidad y cartas a Santa Clós. Empecé con las mías y aunque era lento y me temblaba la mano, pronto mi fama se extendió por todo el polo norte y escribí cartas para Santa Clós por encargo de mi hermanita, mi hermano, mis primos, e incluso mi perro,
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díAs de NAvidAd
noviembre y diciembre con la emoción de quien desempaca un regalo por primera a calle con la libertad de los zanates: felices y seguros de que las hojas secas y iento. En octubre y noviembre la vuelta ciclística, la serie mundial de béisbol y los an eterna. Para algunos el mundo empezaba y terminaba en la radio o en la tele... ara muchos desde ahí se dibujaba. POR SERGIO DE LEÓN el Tobi. Realmente no fue Tobi el que me la encargó, pero me parecía injusto que le pudiera escribir a analfabetos como mi hermanita y no a un pobre perrito que no sabía explicarse. Nos costó que firmara su carta, pero en aquellos tiempos no había nada que la tinta china y dos niños no pudieran lograr. Fue lindo porque esa Navidad Santa confundió todos los regalos, me trajo los patines blancos y a mi hermana negros, la californiana verde a mi hermana y a mí amarilla con flequitos, pero el Tobi recibió lo que esperaba su lata de alimentos para perro, semejante lujo nunca pudo imaginar! Eran tiempos de tarjetas de felicitación en los que mi mamá compraba las tarjetas y juntos las rellenábamos para luego irlas a dejar en familia, de casa en casa. Increíble pero era tan rápi-
do transitar de la zona 7 a la 15 o a la 19. Las visitas eran tiempos para aprovechar a platicar sin tanta prisa mientras los niños jugábamos, fregábamos o inspeccionábamos los nacimientos o los arbolitos con la esperanza de que al final de la plática nos cayera un regalito. De los nacimientos lo más bonito con el respeto del niño Dios eran las chichitas amarillas, los gallitos, el musgo, la manzanilla, el aserrín y donde los hubiere: los ríos, los puentes, los trencitos, aunque no hubieran muchos. El niño Dios para mí en ese entonces más que bonito era bueno, porque a mi criterio los bebés no eran del todo así, tan cejudos y pestañudos...pero como diría mi mamá mejor ser bueno que bonito. No eran tiempos de árboles plásticos, ni de tantos pinabetes
o pinos...en aquellos tiempos lo que mucho se miraba eran los chiriviscos pintados de plateado a puro esprayazo limpio. Estas radiografías navideñas las adornaban con bricho de hermosos colores, bombitas, adornos y series de lucecitas. Mi papá que tuvo suerte siempre en estas fechas se las ingeniaba para comprar pinabete...no sé cuánto aportamos a la deforestación de Guatemala, pero la verdad es que de ese pecado lo que me queda es un delicioso olor y una gran culpa. De las culpas compartidas la peor fue mi admiración por el comisariato, era el único lugar donde muchas veces se podía encontrar uvas y manzanas a un precio accesible...y ahí estaban los adultos comentando que si van a llegar uvas o manzanas, que si alguien podría entrarlos, que el carnet de quién usar.... así
“TRIBUNA, NO MOSTRADOR”, Clemente Marroquín Rojas DECANO DE LA PRENSA INDEPENDIENTE
después de largas colas y vueltas las uvas llegaban acompañadas de las exóticas manzanas para acompañar a don tamal, ese respetable señor que solo mi abuelos y ahora mis padres han sabido cocinar con el sabor que me encanta. Una de esas Navidades en que los muchachos de la colonia se reunían bajo los postes a secretear, fumar y quemar cohetes... se me ocurrió aprender ese difícil arte de quemar cohetes. Para tales fines la Janina, mi prima, me entregó un cigarro y un cohete, y poco a poco me inicié en esos oficios navideños. Todo iba muy bien hasta que mi prima me sugirió que le tirara un cuete a unos chicos que iban a pasar frente a nosotros. Ante esa orden pudo más pudo la psicomotricidad fina que la gruesa, al punto que cuando quise tirárselos lancé el cigarro y no el cohete. El resto de la historia habrá sido parte de mi vocación pacifista: pasé la Nochebuena con la mano embadurnada de pasta dental y me costó un triunfo usar la nave galáctica que me regalaron mis abuelos. Años más tarde el mito de Santa se me calló, y me vine a enterar de que la mayoría de jóvenes que secreteaban alrededor del poste desaparecieron o murieron en la guerra, que muchos de los ríos mientras yo jugaba se tiñeron de sangre y a otros puentes emblemáticos los volaron en pedazos, descubrí el horror de quienes no se privilegiaron del comisariato y el hambre de quien no conoce una uva. Vi con terror y tristeza que Herodes tuvo aquí
FOTO LA HORA: ARCHIVO
Una de esas Navidades se me ocurrió aprender ese difícil arte de quemar cohetes. Para tales fines las Janina, mi prima, me entregó un cigarro y un cohete, y poco a poco me inicié en esos oficios navideños.
Suplemento Cultural 5 a muchos discípulos y que miles de cristianos fueron asesinados por otros miles y que otros tantos ante eso callaron ...y que la sagrada familia migrante sigue buscando a Egipto...mientras Santa Claus y no Santa Clós sigue usurpando un pesebre...vi como la gente se rasgó las vestiduras por la quema del diablo pero nadie suelta un suspiro ante los miles de cañaverales que arden en llamas cada año... Ayer en una exposición sobre nacimientos escuché a una chica belga lamentarse por la temperatura de nuestro país en tiempos de Navidad...además le molestaba que éramos personas ruidosas, que el tamal era una comida horrorosa... para Anne era imposible imaginarse una Navidad sin nieve, sin frío, sin silencio... imagínese usted que pueda haber semejante falta de imaginación... Luego de escucharla salí del centro comercial y en medio de tanto tráfico y tanta publicidad me sentí triste... era Adviento y no pude resistir la tentación de escribirle una carta a Santa, (no un email) rogándole que ya no desaparezcan los chicos de la cuadra, que las columnas de la catedral ni de ningún lado sigan acumulando nombres de mártires ni de muertos, que el hambre no sea el pretexto para las campañas políticas, que se recuerde que en países como el mío nació Jesús... que merecemos de una vez por todas que sea Navidad y que en vez de los inocentes sea Herodes quien muera... y que por favor las chicas como Anne se queden en su casa.
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Galería de artistas
Ángel Poyón en España
Mediante un acuerdo de colaboración con la Galería T20 y el Centro Cultural de España en Guatemala se logró el llevar la obra del artista guatemalteco Ángel Poyón a España. POR REDACCIÓN LA HORA
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n esta exposición, una ocasión excepcional para nosotros, tenemos el placer de mostrar, por primera vez en España, una individual de Ángel Poyón (Comalapa, Guatemala, 1976), uno de los creadores centroamericanos más interesantes. Su obra, presente en la XXXI Bienal de Pontevedra, España (2010) y en la pasada edición de ARCO en nuestro stand, se ha caracterizado desde sus inicios en el medio artístico por su claridad minimalista y la pulcra ejecución de su trabajo. A través de una selección de lo mejor de su obra reciente, podemos ver el trabajo de un artista polifacético, generador de un sello inconfundible, en el que su riqueza intelectual encuentra los medios necesarios para cuestionarse la validez de los modos de representación contemporáneos en territorios de la identidad y la pertenencia a un grupo étnico heredero de una cultura milenaria, nudo central de su
producción. La dualidad entre la tradición y la presencia de objetos descontextualizados plantea una obra enormemente poética, en la que la reivindicación de la cultura maya deja ver las amenazas constantes de la agresiva intervención, tanto militar como desde el punto de vista del consumo, que las culturas indígenas sufren en Centroamérica. Todo un mundo de elementos identitarios, de juguetes, de ingenios a través de los cuales la ironía y los retazos de los mitos clásicos hilvanan la narración de la contemporaneidad guatemalteca, de la que es protagonista junto a un núcleo muy vivo de artistas locales que en los últimos años han despertado el interés internacional, como Regina José Galindo, Aníbal López o Benvenuto Chavajay, con los que colabora habitualmente. Algunos de sus reconocimientos más importantes han sido el Primer Premio en la Subasta de Arte Latinoamericano Juannio 2010, el reconocimiento de Artista
Destacado en la II Muestra de Arte Emergente, Museo de Arte y Diseño Contemporáneo, Costa Rica, su presencia en la I Trienal del Caribe, República Dominicana; +/- Esperanza, en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo de Costa Rica o la más reciente edición de Teorética. En los tres últimos años su obra ha sido omnipresente en el contexto americano, tanto en el ámbito de las galerías como en el institucional. Vive en Comalapa, Guatemala.
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Revista de libros
Bajo la lluvia Dios no existe, Warren Ulloa Argüello (Uruk Editores, 2011)
Con un lenguaje cotidiano y fresco, Warren Ulloa Argüello (Costa Rica, 1981), nos entrega su primera novela: Bajo la lluvia Dios no existe.
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anadora del Premio Nacional de Novela de su país, edición 2011, y publicada por Uruk Editores, esta novela nos cuenta la historia de varios jóvenes de clase media alta costarricense, cuya vida se debate entre el colegio y la necesidad de obviar el desagrado que poseen frente a sus existencias carentes de sentido y un futuro poco prometedor.
POR VANESSA NÚÑEZ HANDAL
Sus padres, acomodados profesionales y empresarios de San José, buscan llenar sus vacíos mediante la compra de costosos regalos y una educación consumista y superficial. Basada en una historia llena de intriga y que a veces se asemeja a un thriller policial, Bajo la lluvia Dios no existe nos pasea por diversos parajes de la Costa Rica actual, devolviendo la narración al ámbito urbano de un país en donde, en apariencia no ocurre nada, pero cuyos jóvenes se debaten ante la necesidad de
encontrar una identidad perdida en un mundo posmoderno que nada les dice acerca de sí mismos. Sus personajes, llenos de paradojas y de ansias por lograr una salida a su desesperación, terminan por convertirse en representación de la juventud centroamericana actual, marginada y olvidada, pero que se encuentra en constante ebullición. La crítica que Ulloa hace en la novela a su sociedad, que podría extenderse en general a toda Centroamérica, resulta a veces dolorosa
y muy realista. El sentido del humor, sin embargo, tampoco se hace extrañar en la obra. La doble moral, las fiestas, la música, el sexo, las drogas y el narcotráfico, son sólo algunos de los temas que Ulloa utiliza para mostrarnos un mundo que no nos es ajeno, pero que pocas veces vemos aparecer en la literatura. El logro más atinado del autor a lo largo de esta obra es el uso del lenguaje cotidiano y desvestido de toda pretensión de formalidad. Ulloa logra así impregnar su no
vela de la frescura que tanta falta ha estado haciendo en la literatura Centroamericana. Lo que pudo tacharse en algún momento de “obscenidad” o simples “malas palabras” es, en mi opinión,
el recurso más efectivo que presenta la obra, a fin de sumergirnos en un mundo alejado de “la academia”, pero que existe y que poco a poco comienza a aflorar en la literatura regional.
Revista de libros
Homo ludens, de Johan Huizinga
“
Para jugar verdaderamente el hombre, cuando juega, ha de volver a convertirse en niño.” “Porque no se trata, para mí, del lugar que al juego corresponda entre las demás manifestaciones de la cultura, sino en qué grado la cultura misma ofrece un carácter de juego”. Cuando se acercaba el Renacimiento, en mis clases de Historia del pensamiento, me preparaba releyendo “El otoño de la Edad Media”, ese fresco en el que el maestro holandés reconstruye la jerarquía de valores, la sensibilidad estética, la receptividad ética y las motivaciones emocionales de la Europa de los siglos XIV y XV en donde una nueva Era pugnaba por alumbrarse. De un estilo literario casi poético, se considera una obra pionera en el campo de la historiografía, que aporta la posibilidad de estudiar la idealización que cada época hace de sí misma. El período de esplendor del ducado de Borgoña le sirve de marco para realizar un análisis del final de la Edad Media, la decadencia de un mundo y la entrada en uno nuevo; el del Renacimiento europeo que habría de dar paso a la Edad Moderna. Huizinga es autor de otra obra magistral “Homo ludens”, que escribió en 1938 cuando las sombras del nazismo y de la II espantosa Guerra mundial pugnaban por cegarnos en nombre de Reich de los Mil años, paraísos capitalistas y comunistas
POR JOSÉ CARLOS GARCÍA FAJARDO
de sociedades sin clases y de una beatitud para todos como nunca en el pasado se habían conocido. Ya conocemos sus resultados. El mismo Huizinga, murió en 1945, en el destierro confinado por los nazis cuando invadieron Holanda. Los estudios de Huizinga se ocuparon de la investigación y reconstrucción de formas de vida y pautas culturales en el pasado, destacando por su penetrante análisis crítico y fiel reconstrucción de los hechos históricos, así como por su calidad literaria. También abordó la reforma y el Renacimiento y nada menos que sus estudios sobre la literatura y la cultura de la India y la biografía Erasmus que asombran por su calidad y belleza. Ortega y Gasset calificó a El otoño de la Edad Media como “…el libro sin duda mejor y en sus límites realmente óptimo que hay sobre el siglo XV…”, y la que hoy nos ocupa Homo ludens, como “egregio libro” Obra dedicada al estudio del juego como fenómeno cultural concibiéndolo como una función humana tan esencial como la reflexión y el trabajo, mostrando así la insuficiencia de las imágenes convencionales del homo sapiens y el homo faber. Considerando el juego desde los supuestos del pensamiento científico-cultural, lo ubica como génesis y desarrollo de la cultura. Tras su publicación, no puede encontrarse ninguna obra en la que se pretenda
un estudio del juego, desde cualquier perspectiva, que no se vea obligada a referirse a este magistral trabajo de Huizinga. En esta obra, recorre pueblos y civilizaciones antiguos para sostener que la cultura surge en forma de juego; la cultura, al principio, se juega; lo cual no significa que el juego se cambie o se transmute en cultura, sino que ésta se desarrolla “en las formas y con el ánimo de un juego”. Para demostrar que el juego actuó de “levadura” para configurar las formas de la cultura arcaica, despliega un análisis de diversas manifestaciones culturales que van desde la poesía hasta las reglas de la guerra, pasando por el derecho, la sabiduría, el arte y la danza. En todas destaca la ‘competición lúdica’. Este impulso competitivo se evidencia desde las actividades más simples a las más complejas, el ansia de destacar sobre el resto, sentimiento que se propaga al grupo. La cultura “no surge del juego, sino que se desarrolla ‘en’ el juego y ‘como’ juego”, especifica Huizinga. Así, lo lúdico subyace en los fenómenos culturales, una posición de trasfondo que alcanza a medida que la cultura evoluciona y se hace más compleja, pero siempre se encuentra presente, como aspecto irrenunciable de la dimensión simbólica del ser humano.
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Al pie de la letra
Tejiendo entuertos y pelando cables: la Abuela y sus correrías
Ella sabía de antemano que eso iba a pasar, lo presagiaba, lo presentía todo el tiempo, se imaginaba allá afuera, sin nadie a la par, sin presiones de tiempo, sin limitaciones de espacio. Cuando al fin estuvo en ese punto, corrió apresurada para juntarse con sus hermanos y hermanas: Rodrigo, Roberto, Bertha, Marta, Luz, Adolfo y Nora y ya juntos repasar aquellos juegos de infancia, aquellas correrías de libertad en Llano Largo, en donde bajaban jocotes, cortaban mangos de los vecinos, jugaban con la vaca Nochebuena, iban al río o “rión”, como le llamaban para ayudar a su mamá y su tía Tina para lavar la ropa y otros enseres, pero ellos aprovechaban para jugar, para chapalear en el agua, para nadar a su modo, para divertirse.
E
n ese jolgorio se encontraba, cuando de repente se apareció su papá, Don Roberto Isaac, que venía en su enorme caballo cargado de leña, dispuesto a la venta de su carga, en las cercanías del lugar o un poco más cerca de la capital, allá por el Amate o la Parroquia. En un abrir y cerrar de ojos, se encontró en la 10ª A y 1ª. Calle, allá en el Barrio Moderno, en medio de una gran “bulla”, había mucha preocupación en la cara de sus padres, había movimiento de gente, las personas murmuraban, el cielo tronaba y se sentía que algo pasaba. “Patojos escóndase” gritó Don Roberto, pónganse debajo de las camas, “la cosa está jodida”, dijo apresurado. Ellos jóvenes aún, no comprendían qué ocurría, pero obedecieron y escuchaban retumbos, escuchaban carreras de gente, gritos de personas, se oían balazos, se sentían movimientos, se presentían aires de cambio. Sin saber del todo lo que pasaba, se enteraron que ocurría la Revolución y su 20 de octubre y que Ubico salía del poder y se gritaba por todos lados “Viva Arévalo”. Un enorme ruido se sintió cercano, cuando ella apareció en la zona 5, cerca de la iglesia de Santa Ana, en donde se hacía acompañar por la Piíta y el compadre Víctor, degustando de la rica cocina de la comadre y de las carcajadas de ambos, cuando atendían “La Puerta del Sol”, vendiendo aguas, cervezas, dulces, coyoles, tamales y sorpresas, mientras a los patojos se les bañaba en la pila. La Normita, Luis, Raúl y Beatriz, complementaban el cuadro de aquella casa cercana a la “embajada” que estaba en la esquina. Un carro pasó sonando la bocina y despertó de la siesta, en la zona 2, en Ciudad Nueva, ahí con Doña Carmela y Doña Guicha, se confabulaban para mantener el piso como espejo, matando gallinas para el almuerzo del do-
mingo. La Abuela hacía de Santa Claus, para Navidad con los patojos y con la complicidad del Abuelo, se encargaban de los “cuetes”, el árbol, la fogata y en un 25 por la mañana los patojos encontraron sus primeras bicicletas, un recuerdo imborrable y la niña tuvo su propio regalo. Aguantando a los patojos que pasaban como bólidos con sus bicicletas y casi cayéndose por esquivarlos paró de lleno en la casa de los Cordero en la 12 avenida de la zona dos, en donde la Abuela se las ingeniaba para contribuir con los ingresos con pensionistas y almuerzos diarios, mientras los patojos estudiaban y jugaban con
el Yankee que el Abuelo había traído. La presencia y el apoyo permanente de Doña Alcira y Don Guayo, allá en su Sagrado Corazón, proveyó de un clima de relaciones con amigos y conocidos, con muchas fiestas y reuniones con los Palomo. El ruido de la Martí y su tráfico contribuyó para hacerla aparecer unas cuadras más arriba, en la 10ª avenida del Barrio Moderno, junto con sus hermanas Luz, Bertha y Nora, en donde el tropel de primos ya era impresionante y la bulla se hacía imposible cuando jugaban y corrían por todos lados o cuando se refugiaban en el “sitio”, para jugar al “comix”, al trompo, a los
POR JUAN JOSÉ NARCISO CHÚA
soldados, la ranita, las chamuscas y otros juegos similares. La Abuela con sus hermanas veían la felicidad de todos los patojos y se complacían en el placer de sentirlos y observarlos felices. El Ringo y el Canche ronroneaban por todos lados y los gallos peleoneros, las gallinas, las pericas y los loros, complementaban ese inolvidable espacio de tiempo en ese eterno lugar. Un vaso se quebró y la Abuela cayó en aquel sillón entre verde y amarillo, en una casita de lámina tejalita, allá en San Rafael, las paredes recién pintadas con combinaciones agradables y un piso de granito verde y amarillo, cobi-
jaban su primera casa propia, en la cual el Abuelo había trabajado para conseguirla. Doña Adrianita y Don Hugo, fueron los referentes inmediatos y sus hijos se quedaron para siempre de amigos. La Colonia de San Rafael se convirtió en el pueblo, en el terruño querido, aquel espacio en donde se tejieron amistades eternas, el deporte fue imprescindible y donde los Abuelos maduraron. La Abuela vivió y sufrió el terremoto del 76, se asustó grandemente y siempre pensaba que iba a ocurrir uno más fuerte que el anterior. Cuando llegó la réplica mayor, se levantó en un barrio grande y los Abuelos, pudieron observar que la descendencia ya había crecido con varios nietos y nietas y la algarabía y los pelotazos del Bebeto se volvieron célebres por los somatones en el portón, los churrascos dominicales y la despedida del Abuelo. Uno de esos famosos pelotazos llevó a la Abuela a un lugar sin espacio y sin tiempo, discurriendo entre días y noches sin número, oyendo pero no escuchando del todo, en parajes que recordaba, pero no precisaba, en caminatas allá por el centro pero sola, ajena, distante. Ella caminaba con sus hermanos en Llano Largo, ella jugaba de niña, ella crecía de repente y se hacía adolescente. La Abuela se encaramaba en árboles, “potranqueaba” con sus hermanas, se “sangarreaba” con sus compañeras, andaba pizpireta por ahí pero también se desconcentraba, se hundía en callejones desconocidos, en calles sin nombre, en espacios sin límites. Así caminando se encontró en una calle infinita, sin nombre, sin tiempo y sin espacio, cuando un alma noble ofreció llevarla a donde la Abuela le dijo que vivía, “por San Sebastián…”, le dijo y cuando el ruido de la moto se apagó se encontró con hombres con disfraces que vivían en un lugar grande y lleno de máquinas, para toparse de sopetón con un tropel de nietos que le sonreían y le decían con lágrimas en los ojos, bienvenida Abuela.