Suplemento Cultural 27-10-2012

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Una idea original de Rosauro Carmín Q.

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Guatemala, 27 de octubre de 2012

MANUEL MORQUECHO LA PIEL DE LOS ANGELES Página 3


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Nueva Guatemala de la Asunción, 27 de octubre de 2012 Tómelo con filosofía

El orden de la injusticia

En una carta escrita en 1555 al rey de España, el Cabildo de Guatemala, del cual formaba parte a título perpetuo el gran cronista Bernal Díaz del Castillo, solicita la destitución, como oidor de la Audiencia de los Confines, de Alonso de Zorita—el graduado de Salamanca que nos legó sus valiosos testimonios sobre la organización política y tributaria de los antiguos señoríos indígenas. Un aspecto llamativo de esta carta es que dicho Cabildo se atreviera a pedirle al monarca que no se tomara el trabajo de enviar a estas regiones a un buen letrado dado que en Guatemala. “los libros se rompen más de húmedos que de usados”.

A

parte del valor anecdótico del mensaje, que ya presagia el poco culto a los libros que existe en Guatemala, llama la atención que se especifique que un funcionario destinado a impartir justicia no necesite una buena formación. Tal vez subyace a esta petición la conciencia de que las mentes críticas, que a menudo se nutren con el estudio, fueran a cuestionar las prácticas crueles de los encomenderos. Zorita, es de mencionar, era del aprecio de Fray Bartolomé de las Casas. Y es que desde tiempos de la conquista las prácticas opresivas contra los indígenas siempre han sido indigeribles para las perspectivas jurídicas de corte humanista. En este contexto, es de notar el carácter limitado de los argumentos que defienden, desde un punto de vista jurídico, la represión violenta ejercida contra los indígenas de Totonicapán. Tal defensa descansa en una profunda pasión, sospechosa por cierto, por el Estado de derecho. Es de lamentar que tal recelo, legalista más que jurídico, no hubiese surgido hace cuarenta años; una generación de guatemaltecos, especialmente intelectuales y líderes populares, no hubiese sido diezmada. Después de todo, la idea de Estado de derecho no es una noción reciente; ésta ha estado disponible desde hace por lo menos un siglo, especialmente en el pensamiento alemán asociado a Georg Jellinek. Con todos sus aspectos positivos, sin embargo, el Estado de derecho no constituye un ideal moral en sí. Joseph Raz considera al Estado de derecho como una condición de un buen sistema de derecho, de la misma manera en que el filo de un cuchillo constituye una condición para la excelencia de un cuchillo. Nadie puede negar el valor que posee un sistema de derecho que cumple con estas condiciones. Los seres humanos, por ejemplo, no pueden realizar sus planes de vida en un ambiente penetrado por un poder arbitrario que cambia su voluntad de un momento para otro. Pero así como un cuchillo admite varios usos, el Estado de derecho se presta a varios fines. El concepto del Estado de derecho no nos dice nada acerca de la justicia y la

igualdad. A menos, claro, que nos conformemos con una idea muy restringida y formalista de lo que es la libertad humana. En este contexto, los sectores dominantes de nuestra sociedad explotan los potenciales oscuros que ofrece este carácter relativamente neutral del Estado de derecho. En un editorial reciente en Prensa Libre, por ejemplo, se argumenta que los bloqueos de carreteras constituyen una “violencia de hecho”. El argumento supone que la noción de violencia descansa en la negación de un derecho. Sorprende, sin embargo, el poco desarrollo de este argumento respecto a sus implicaciones genuinas; éste supone que a la violencia se responde con violencia, más aún cuando los que protestan son considerados como “delincuentes”, en la triste opinión del presidente del CACIF. Tal argumento, no obstante, autoriza la pregunta acerca de la violencia de hecho que supone la violación constante de diversos derechos de las personas y comunidades indígenas a lo largo de la historia, entre ellos el derecho a la vida. Es de notar que el carácter neutral del Estado de derecho es superado por el paradigma del Estado constitucional de derecho. Este tipo de régimen ya supone la inserción del derecho en los órdenes interrelacionados de la moralidad, de los valores y de los derechos humanos; un orden de este tipo es susceptible de calificativos éticos. El orden, desde luego, es en sí un valor; pero un rasgo característico de los valores, en opinión del filósofo argentino Risieri Frondizi, es que éstos se estructuran en jerarquías. La vida, con todo el significado de dignidad que ella comporta, es un valor mucho más fundamental dado que sin ella no existen los otros valores. Frente a la rigidez de la posición del editorialista en cuestión —postura que quizás hubiese convencido al oidor que pedían los encomenderos — uno no puede dejar de recordar al constitucionalista italiano Gustavo Zagrebelsky quien en su escrito “La idea de justicia y la experiencia de la injusticia”, considera que a menudo “la legalidad tiene poco o nada que ver con la justicia”. Este autor enfatiza que la justicia llama a la observancia de la ley, pero siempre en términos de algo más alto

que la simple ley, esto es, la misma justicia Incluso la maquinaria nazi tenía un Estado de derecho, aunque, como lo apunta Zagrebelsky, lo que existía era un “estado de delito”. Ahora bien, un régimen que no tiene legitimidad, un “estado de delito”, sobrevive a costa de la negación constante y sistemática de los derechos de las personas. Ernesto Garzón Valdés, refiriéndose a las prácticas legales en América Latina decía que “más que el imperio de la ley, lo que se percibe son estrategias variadas para escamotear su aplicación y moverse libremente en un ámbito ajeno al derecho”. Esto nos lleva a pensar que si vamos a defender el Estado constitucional de derecho, lo tenemos que hacer en un sentido pleno. A la hora de evaluar las protestas, manifestaciones y bloqueos debemos tomar en cuenta la injusticia que se ha instalado en la vida y en la memoria de las comunidades indígenas. Las comunidades indígenas protestan no sólo contra imposiciones puntuales, sino contra una continuidad histórica henchida de injusticia. Albert Camus consideraba que para “gobernar bien no basta con exigir orden, hay que gobernar bien para poner en práctica el orden que tiene sentido” el cual, según el escritor, se basa en la justicia. La tarea de estos gobiernos debería ser contribuir a restañar las heridas de una sociedad injusta. Gobernar una sociedad tan llena de desigualdades no ha de ser una tarea fácil; ante todo, por las redes de injusticia que obstruyen, a cada paso, un ejercicio político humanista. Pero si la historia, como se dice, es un tribunal, entonces hay que actuar de manera valiente para que se haga posible un futuro digno para la mayor parte de nuestra población. Y en esta perspectiva las comunidades indígenas ofrecen alternativas para pensar un futuro más luminoso.

Por Jorge Mario Rodríguez-Martínez


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Galería de artistas

MANUEL MORQUECHO: LA PIEL DE LOS ANGELES

M

ás que las instalaciones y los performances, sin duda la fotografía es el arte de nuestro tiempo. Con todo y que es una tecnología avanzada y compleja, lo que aporta al lenguaje visual es un método para construir imágenes y articularlas en discursos conceptuales intencionales y conscientes que tienen no sólo un alto contenido intelectual sino también una fuerza expresiva verdaderamente conmovedora. De allí que sea el principal recurso de la publicidad y la propaganda ideológica que, por otro lado, en tanto método la han llevado a un grado de sofisticación técnica muy elevado para producir imágenes que no sólo son convincentes sino también seductoras. De allí también el necesario deslinde que debe hacer un fotógrafo que, más allá de demostrar su pericia técnica y su conocimiento del lenguaje visual de la publicidad, pretenda crear imágenes puramente artísticas, es decir no utilitarias comercialmente sino simplemente expresivas de la condición humana. Tal el caso del mexicano Manuel Morquecho que hace dos años inició en Guatemala su carrera artística y la laboriosa construcción de su discurso intelectual-expresivo en lenguaje visual. No obstante el poco tiempo transcurrido, su portafolio, sin embargo, es ya muy amplio y diverso, con logros técnicos y expresivos que testimonian un indudable talento, una consecuente y exigente preparación técnica, una insaciable curiosidad por la condición humana que lo ha llevado por diversos países y culturas de Europa, Estados Unidos y —sobre todo— Latinoamérica y una enorme capacidad de trabajo. Sus tempranas series de Ángeles y de Desnudos lo metieron de lleno en el proceso de deslindar su lenguaje personal del poderoso lenguaje visual de la publicidad. La tarea que emprende no es fácil, pues en general las imágenes de nuestra época consumista se articulan no sólo coherentemente sino también con muchas y efectivas sutilezas estéticas y psicológicas. Para Manuel Morquecho abrirse paso entre ese discurso poderoso e impersonal equivale a encontrarse a sí mismo y desarrollar su propia voz, su estilo, su lenguaje propio y las imágenes que lo definen como persona y

Por Juan B. Juárez

como artista. En efecto, dado un tema, el desnudo por ejemplo, y unas pretensiones artísticas como las de Manuel Morquecho ¿cómo construir imágenes y discursos visuales a partir del cuerpo humano que lo salven —al cuerpo y al discurso— de las finas y poderosas sugestiones de la publicidad? ¿Cómo decir algo relevante valiéndose del desnudo en esta época permisiva que hace de la desnudez y la sensualidad un estímulo para el consumo, para toda clase de consumo? Como se ve, la tarea que se propone el fotógrafo Manuel Morquecho es un rescate del cuerpo que ahora naufraga no en el océano del pecado y la inmoralidad como en la Edad Media, sino en el de la insignificancia ontológica que se esconde tras el hedonismo sensualista que se agota en sí mismo. Siguiendo esa hipótesis, se puede decir que el fotógrafo encuentra el ser del ser humano instalado en su cuerpo, no sólo en su espíritu o en su mente. De allí la difícil plenitud que busca poner en imágenes —en imaginar—, tan distinta y tan alejada de los

usos y abusos del cuerpo que se practican en nuestra época, evidencia innegable del olvido del ser que denunciaba Heidegger al inicio del posmodernismo. La plenitud del cuerpo como residencia del ser del ser humano es una imagen ideal y un concepto estético-filosófico que se asume para interpretar nuestra corporalidad como presencia, no sólo como objeto y como espectáculo sino como legítimo sujeto de las relaciones humanas más auténticas. La idealidad de este concepto estético filosófico tan elusivo para nuestra mentalidad es el inalcanzable logro expresivo que persigue Manuel Morquecho con sus imágenes de cuerpos desnudos, a veces simplemente eludiendo los lugares comunes y otras veces aventurando imágenes más originales, reveladoras y comprometidas —más esencialmente poéticas. Por ejemplo, sus imágenes de ángeles que surgen en su obra como reflejando el conflicto entre la conciencia de la corporalidad y de las aspiraciones de trascendencia propias de la

existencia humana. Conflicto interior que el blanco y negro expresa con sobrio dramatismo colocando el cuerpo alado de los ángeles sobre la opaca densidad de la tierra el cuerpo, iluminado por las transparencias del cielo. O bien la tersa suavidad de la piel que se extiende en paralelo al tallo de una flor hermosa, frágil y seductora, en un traslape de metáforas sensuales. Si se observa con más detenimiento, la plenitud del cuerpo de esos seres alados no tiene nada que ver ni con el equilibrado sensualismo de la

estatuaria clásica ni con la belleza estática que producen los cánones académicos. De hecho, el cuerpo de algunos de estos ángeles ya no es joven y sin embargo muestran una digna apostura que sin duda les viene de las alas y de sus aspiraciones de trascendencia. Los ángeles de Morquecho son signos que señalan al cuerpo, que conducen a él a través de un discurso conceptual y visual que prepara al espectador para soportar su presencia, que lo muestra, lo rescata y lo protege de esas miradas que no saben verlo.


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Reportaje

Presos de México presentan “Ricardo III”

Entramos por una enorme puerta metálica a un garaje donde fuimos llamados por nuestro nombre, uno por uno, y cateados por policías para asegurar que no llevábamos ni celulares ni armas. Tras firmar en un libro nuestro registro de ingreso, pasamos por un corredor flanqueado por un muro de unos 10 metros coronado por alambre de púas, y de ahí al interior de un edificio donde hubo una segunda inspección.

E

ntre olores a comida, barniz y cañería y el saludo de algunos presos que trabajaban en talleres de artesanía a lo largo de un corredor, llegamos a un auditorio donde dos actores nos llevaron en fila india, tomados de la mano en la penumbra, hasta nuestros asientos. Era la una de la tarde un sábado en la Penitenciaría del Distrito Federal y todo estaba listo para “Ricardo III”. La función comenzó con un estruendo de tambores que sacudió a las cerca de 40 personas en el público, algunos presos o familiares de estos, otros ciudadanos libres que llegaron en un autobús. La obra, una versión libre del clásico de William Shakespeare, se desarrolla con un ritmo incansable de coronaciones, asesinatos y destronamientos en los que todos los reyes se llaman Ricardo y todos tienen algún tipo de deformidad que ha sido subsanada con una prótesis. Salvo por dos actores externos, los integrantes de la compañía de teatro llevan años tras las rejas cumpliendo sentencias por homicidio, secuestro y violación, entre otros crímenes. Pero en el transcurso de dos horas libres y condenados compartieron tranquilamente a un mismo nivel, escenario y butacas en un mismo piso. “Esto es muy contemporáneo (el montaje), pero es de todos los tiempos. La maldad que tiene Ricardo III cada persona la tenemos. A veces nuestra doble moral o los antifaces que nos ponemos son las que evitan que salgan, pero créanme que a veces hay más luz aquí dentro que allá afuera”, dijo César Martínez, de 46 años, quien cumple desde hace ocho una sentencia a 76 años por secuestro. La puesta es el producto del trabajo de la Compañía de Teatro de la Penitenciaría del Distrito Federal, surgida en 2009, cuando los presos solicitaron un taller a los directores Itari Marta y Luis Sierra del Foro Shakespeare, tras ver en televisión una entrevista a Marta sobre un proyecto similar en una penitenciaría femenina. La idea de montar “Ricardo III” fue planteada por los directores a los integrantes de la compañía. “Muchos compañeros nunca habían leído a Shakespeare... Cuando nos dijeron que no iban a ser diálogos así como vienen en el libro y que la construcción de diálogos iba a ser por nuestra cuenta eso nos pareció mucho más interesante”, dijo Javier González, quien cumplía una condena de 12 años

POR BERENICE BAUTISTA

de prisión por robo de autos. La idea era crear una compañía profesional con presentaciones para un público externo. Su primera obra fue “Cabaret Pánico” de Alejandro Jodorowsky en el 2009. La segunda es “Ricardo III”, que actualmente se presenta en su segunda temporada. En la primera temporada tuvieron 30 funciones y en lo que va de esta han presentado unas 45 sabatinas. Sierra calcula que entre “Cabaret Pánico” y “Ricardo III” los han visto unas 5.000 personas. Los boletos cuestan 250 pesos (unos 19 dólares) para el público externo e incluyen el transporte en autobús, que sale desde el Foro Shakespeare en el contrastante barrio Roma, uno de los más chic de la ciudad. Los presos y sus familiares pueden ver la obra gratis. Del costo de las entradas se deducen los gastos de producción, pero la mayor parte de las ganancias van a los actores, cuyo sueldo se define según su antigüedad en la compañía. También se hacen audiciones y ensayos de cuatro horas dos veces a la semana. “Esa es la idea de profesionalizar una compañía”, dijo Sierra. Dos integrantes de la compañía que empezaron presos pero ya están libres han seguido trabajando con la misma, y González es uno de ellos. Israel Rodríguez fue el primero. Tenía 17 años al entrar a la cárcel acusado de homicidio y salió a los 33. En la actualidad da talleres de teatro con el Foro Shakespeare en un centro de readaptación para menores de edad y para mujeres que han sido víctimas de violencia. En “Ricardo III” acompaña al público en el autobús que los lleva a la penitenciaría. “El teatro a mí me ha regalado muchas cosas, ha sido muy generoso y a mí me toca ser generoso”, dijo Rodríguez, quien comenzó a

hacer teatro en la prisión. “Poderlo compartir a otro ser humano me da la oportunidad de crecer, el teatro para mí es la vida”. Todo este trabajo no fue sencillo, empezando porque la reglamentación de la penitenciaría prohíbe que un interno tome la palabra donde hay una autoridad, a menos que se lo soliciten. “Cuesta mucho convencer a las autoridades de que este puede ser un modelo de intervención exitoso porque desarrolla estas habilidades sociales en los internos que son la disciplina, la tolerancia, el trabajo en equipo, a través de representar una obra de teatro”, dijo Jaqueline Roumeau, directora artística de la compañía Corporación de Artistas por la Rehabilitación y Reinserción Social a Través del Arte, organizadora del Simposio Internacional Teatro y Prisión. El teatro en las cárceles “tiene una labor social importantísima. Los que hacemos teatro en prisión nos hemos dado cuenta de eso, de

que es muy importante... poder mostrar la realidad de un sector que no tiene voz en el mundo”, señaló Roumeau, quien tiene 14 años de experiencia en el teatro penitenciario, en una entrevista telefónica desde Santiago de Chile. Para el maestro en psicología Gustavo Beck, profesor de la Universidad Iberoamericana de México, el teatro penitenciario también es una herramienta útil para la sociedad. “Sirve más para generar reflexión y una actitud más crítica en la sociedad en general. Por un lado sirve a los 18 miembros de la compañía a tener un proceso interno, pero el impacto social real tiene que ver con lo que genera en el espectador y cómo cambia al espectador que se pasa cinco horas entrando y saliendo de una cárcel para ver una obra de teatro... y lo que ese espectador puede generar afuera”, dijo. La Compañía de Teatro de la Penitenciaría del Distrito Federal pone en el foco de atención en las

prisiones de México, un aspecto poco halagador del país, donde el hacinamiento, la reclusión de acusados que no han sido sentenciados o que no cometieron el crimen que se les imputa, la venta y el consumo de drogas, las fugas, los motines y los homicidios son denominadores comunes. Como muestra, la Secretaría de Seguridad Pública señala que la capacidad en los 10 centros penitenciarios en la Ciudad de México es de 22.324 presos, prácticamente la mitad de los que afirma tener la ciudad. Por eso, el estado de las cárceles locales ha sido condenado en múltiples ocasiones por organismos internacionales que incluyen a las Naciones Unidas y Amnistía Internacional, más recientemente en marzo y mayo de este año. Según cifras de la SSP divulgadas en julio, el sistema penitenciario del país tiene 238.269 internos. En el Distrito Federal la población es de 42.100 presos, según datos de la Ciudad de México, por mucho la mayor población carcelaria de país, seguida por el Estado de México con 18.048 internos. El público que va a ver “Ricardo III” está acostumbrado a imágenes de decapitados, a presentaciones de los narcotraficantes ante la prensa y a la exigencia de que los metan a la cárcel. “Tuvimos que estudiar la situación política del país para decir: ‘¿Qué vamos a hacer en un país donde están matando gente y donde vamos a trabajar con gente que ha matado gente? ¿Qué vamos a hacer con gente como, se puso de moda la palabra sicario, con un sicario?’’’, dijo Sierra. “Incluso nos hacíamos muchos cuestionamientos éticos: ‘¿Qué significa en un país de violencia darle voz a alguien que ha ejercido la violencia en ese nivel?’’’. El contacto con los presos llevó a Marta a comprender mejor por qué existe un fenómeno tan grande como el del narcotráfico y la delincuencia en el país. “El crimen organizado empieza en núcleos familiares, tus primos, tu cuñado, tu amigo. ¿Tú quieres empezar a desmantelar una banda del crimen organizado? Entonces tienes que empezar por las estructuras familiares. Eso quiere decir que las familias están buscando trabajo... básicamente darles opciones económicas”, dijo la directora. “Nosotros lo tenemos tan claro que decimos que el teatro tiene que convertirse en una opción económica, porque si no un extorsionador no va a dejar de extorsionar por hacer teatro”, añadió. “Le tienes que plantear a los ciudadanos cómo generar recursos”.


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Desde mi Balcón

Silencio y soledad

Con razón se dice, que la voz es del tiempo y el silencio de la eternidad. Porque “hay silencios que lo dicen todo y palabras que no dicen nada.”

L

o comprobamos cuando estamos en la ciudad blanca, donde el silencio y la soledad se dan la mano. La profundidad del silencio y la extensión de la soledad, reflejan el misterio de la eternidad. Nuestra mente medita, sin respuesta sobre el más allá. Sobre ese lugar misterioso, a donde se va sin volver. El silencio nos invita a meditar sobre los secretos de la vida y la soledad nos estremece cuando los nuestros se quedan sin nuestra compañía en la ciudad blanca. A nuestra mente finita, no le es posible penetrar en esos dos misterios. Son insondables. Solo le es dable percibirlos. El poeta nos ilumina el misterio del silencio. Mario Benedetti nos dice que: “Hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio”. “Todo, hasta el mismo silencio tiene algo que callar” afirma Vladimir Holan, Mientras que para dos autores anónimos, “A veces el silencio es una opinión” y “en el silencio, me habla la muerte, de su cínica maravilla, de ser la única cosa cierta”. En el silencio se apaga la voz, el ruido y el sonido. Se rompe con el silbo de los cipreses guardianes o cuando el viento pasa fugaz por un adorno roto de una tumba. O cuando la campana, con su lúgubre toque, anuncia que uno más ingresa a la Ciudad Blanca. O con las pisadas al desplazarse por sus calles que en forma de cortejo, se acompaña a uno de los suyos a su morada eterna, o cuando en tumulto los visitan en determinado día del año. Al caer las sombras de la noche, vuelven de inmediato, el silencio y la soledad. En la ciudad blanca, el silencio permite dormir en paz como término de la jornada vital. “¡Dios mío! ¡Qué solos se quedan los muertos!” –dice el poeta-. Las ciudades blancas se quedan solitarias, después de un sepelio o cuando llevamos flores para adornar la tumba. El ciprés y el pino son las únicas compañías y una cruz que el viento azota. La dinámica de la vida sigue su curso y tal parece que la indiferencia o el olvido los arropa. La soledad, es la prolongación del vacío. Es la nada. “En la soledad, el alma se vuelve hacia Dios, nos invade con su presencia y oímos todo cuanto él quiere decirnos”

Mario Gilberto González R.

Luis Cernuda nos dice “Cómo llenarte, soledad, sino contigo misma.” Y otro autor desconocido se consuela que “en la soledad desnudo mi alma y mi pensamiento, a la soledad me ofrezco como un lejano suspiro.” Cuando estamos frente al mármol frío de una tumba, de pronto, entramos en profundas reflexiones sobre el silencio y la soledad, aunque no encontremos la respuesta deseada. La meditación nos arranca suspiros y lágrimas y nos sentimos pequeños ante el misterio de la partida sin retorno. Nos asombra que “en algo tan pequeño como una lágrima, cabe algo tan grande como el sentimiento.” Las sombras de la noche cubren con su manto a la ciudad blanca y en noches de luna llena, se ilumina con palidez. Cada tumba es un pedacito de plata, enclavado en donde nos estremece el silencio y la soledad. Gustavo Adolfo Bécquer nos regala, esta reflexión: “¿Vuelve el polvo al polvo? ¿Vuela el alma al cielo? ¿Todo es sin espíritu, podredumbre y cieno? No sé; pero hay algo que explicar no puedo, algo que repugna aunque es fuerza hacerlo, el dejar tan tristes, tan solos los muertos” Toyita, mi hermana guardaba entre sus papeles, este sentido poema de autor anónimo, que encontraron sus hijos cuando ella partió al más allá. “No dejes que tus días pasen en el pesar./ Las lágrimas son para la tristeza,/ Ahora estoy con Jesús. Esto debe de ser tu consuelo./No debes sentirte triste ni deprimida,/ yo estaba cansada de las/ frustraciones de la vida/y necesitaba un descanso./ No te atormentes, no preguntes o trates/de encontrar la razón de ¿por qué?/ La vida en la tierra para mi terminó/y mi tiempo de morir vino./ No pierdas el amor que te dí,/ consérvalo y hazlo crecer con/ tu devoción./ Compártelo donde quieras que vayas./ No te agobies más por mi partida,/ el día vendrá en que nos volveremos/ a encontrar en la casa del Señor/ y está vez será para siempre.”/ Las sombras se disipan, callan las pisadas. La flor se marchita, el suspiro se lo lleva el viento, la lágrima, aunque haya sido derramada en torrentes,

se seca. Solo queda el consuelo de la oración que se eleva a los cielos. “Réquiem aetérnan dona eis Dó-

mine: et lux perpétua lúceat eis.”, porque “¡Dios mio!, que solos se quedan los muertos.”


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Reportaje

‘Guerrilleras’, el rol de la mujer latinoamericana en la guerra

-¿A El Salvador van a ir? ¿Y qué hay ahí? Así nos decían casi todos los viajeros que nos cruzábamos por Centroamérica antes de llegar a ese pequeño país. POR REBECKA BIRÓ Y VICTORIA MONTERO

N

osotras no sabíamos bien qué responder, pero sus interrogantes no eran lo suficientemente tenaces como para desalentar nuestro plan. Tras recorrer parte de Honduras llegamos a El Salvador por el norte. La Palma, un pueblo rodeado de verde y con sus paredes llenas de colores inspiradas en Fernando Llort, fue nuestro primer destino. Todavía no sabíamos que de ahí en adelante los bananos iban a llamarse guineos y que las pupusas, en cualquiera de sus presentaciones, iban a ser la base de nuestra alimentación por un par de meses. Fue don Salvador quien de primera mano y basado en su experiencia personal nos abrió el camino de la historia que profundizaríamos con el correr de las semanas: no habían pasado más que 20 años del fin de una extensa guerra civil que había dejado más de 75 mil muertos y otros tantos exiliados. No fue difícil seguir investigando, los salvadoreños son muy amigables y no dudan a la hora de iniciar una conversación con extraños, conscientes de que

su país es poco popular entre los destinos turísticos. Ellos tienen mucho para contar, pero faltan oídos que quieran escucharlos, desde los grandes sueños revolucionarlos hasta las historias más personales. Si una está casada o si nuestra abuela tiene reumatismo da igual, ellos escuchan atentos. Por nuestra parte encantadas, así conocíamos sobre la milpa o el arte de enamorar mujeres siendo chofer de un autobús. Con el ansia de saber más nos fuimos desplazando de pueblo en pueblo, sabiendo que no hay mejor forma de aprender que cotorreando con la gente. Las historias de la ‘Venceremos’, la radio clandestina del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional durante la guerra civil, nos hacían viajar con la imaginación para intentar comprender cómo sería vivir un conflicto armado de semejante magnitud. Ellos, que más de veinte años atrás alentaban al pueblo a mantenerse firme en la lucha, ahora sin saberlo nos guiaban por las montañas y ríos de la zona oriental del país. Llegamos a Arcatao, un pueblo escondido entre las montañas, muy cerca de la frontera con Honduras. Allí aparecimos con nuestras mochilas ante la atenta mirada de los locales que nos miraban como si fuéramos mar-

cianas llegadas de otra era. Conocimos a Rosa, una mujer bella como la flor que lleva su nombre, pero con un carácter fuerte que no deja a nadie indiferente. Y menos a nosotras que delante del plato de frijol con tortillas nos quedamos con las bocas abiertas ante cada una de sus anécdotas. Cómo podía esta mujer, mamá de siete hijos, contar esas historias terribles con tanta serenidad, sin dejar de regalarnos una sonrisa a la hora de escuchar nuestras infinitas preguntas. Sin duda alguna fue ella quien nos inspiró a realizar ‘Guerrilleras’, un proyecto audiovisual y fotográfico — en producción durante el 2012 — sobre la guerra civil salvadoreña desde una perspectiva de género: la experiencia de las mujeres en la guerrilla. A través de sus relatos buscamos encontrar respuestas a algunos interrogantes: ¿cómo fue la experiencia de la mujer en la guerra?, ¿cuál fue su papel dentro de la guerrilla?, ¿cómo fue luchar por sobrevivir y proteger a su familia?, ¿cómo cambió el paradigma de la mujer dentro de una estructura patriarcal en una sociedad tradicionalmente machista?, ¿cuáles fueron las consecuencias y cómo continúa hoy su lucha?. Iniciamos una campaña de

financiamiento para solventar los gastos de estadía durante los meses de trabajo en El Salvador. Este enfrentamiento está plagado de sufrimiento, horror, tragedia y muerte. Pero también es una historia de amor, lucha y esperanza: el amor del pueblo por el pueblo, la lucha por una vida digna y la esperanza de ofrecer un mundo mejor a las generaciones venideras. Creemos fundamentales los trabajos que hacen hincapié en la memoria histórica. Nos motiva emprender un proyecto que sea una herramienta para aprender y reflexionar no sólo sobre la historia salvadoreña sino también sobre Latinoamérica, los movimientos sociales y el rol de la mujer, en una región con una

clara desigualdad de género. La problemática sigue vigente, han pasado 20 años del fin de la guerra pero El Salvador sigue sufriendo las consecuencias del conflicto y tantos otros pueblos en el mundo son oprimidos por políticas crueles y ejércitos sanguinarios. ‘Guerrilleras’ busca primordialmente ser una herramienta para conservar la memoria histórica. Un material para contribuir y comprender la historia reciente de El Salvador en el marco del conflicto armado. Un instrumento para reflexionar sobre la identidad de la mujer en la guerra civil. Una muestra del pasado que siempre es presente y que en voz de sus protagonistas pide no ser olvidado.


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A ciencia cierta

Un resquicio para el libre albedrío

En casi seis años he tratado reiteradamente la cuestión del libre albedrío desde el punto de vista de la neurociencia; basta introducir en la caja de búsqueda de la barra lateral las palabras “libre albedrío” para que aparezcan una buena cantidad de resultados. POR CÉSAR TOMÉ

A

un así creo que el artículo más redondo es el que publicamos el pasado 15 de noviembre titulado La conquista del libre albedrío y cuya lectura (incluidos comentarios) aporta el contexto necesario para entender la importancia del resultado que vamos a exponer a continuación. Cuando nos encontramos en la situación de tener que tomar una decisión asumimos que son nuestros pensamientos conscientes, esa voz que escuchamos en nuestro interior, lo que identificamos con el yo, los que intervienen exclusivamente en la evaluación de alternativas, en la deliberación, en llegar a una decisión y actuar. Pero a mediados de los años ochenta del pasado siglo los experimentos llevados a cabo por Benjamin Libet pusieron en duda esta idea. Libet y su equipo encontraron que en las lecturas de los electroencefalogramas de los voluntarios a los que se les pedía que efectuasen un movimiento voluntario (sin importar cuál) se podían encontrar signos de actividad cerebral, anteriores al movimiento, que indicaban que la mente subconsciente había tomado una decisión acerca de qué movimiento hacer antes de que las personas experimentasen la sensación de haber tomado la decisión ellos mismos. Esto demostraría que las personas no tenemos ni por asomo el grado de libre albedrío en lo que respecta a la

toma de decisiones que suponíamos. Desde entonces nadie ha refutado esta idea. Los resultados de Libet han sido repetidos, con diversas técnicas, reiteradamente. Ahora un equipo de investigadores encabezados por Aaron Schurger, del Institut National de la Santé et de la Recherche Médicale (INSERM, Francia), publican un estudio en los Proceedings of the National Academy of Sciences según el cual la actividad encefálica registrada por Libet tiene otro origen y que, por tanto, las personas sí tomarían las decisiones conscientemente. Para llegar a esta conclusión el equipo se fijó en cómo el encéfalo responde a otros estímulos que fuerzan una toma de decisión, como es el caso de la interpretación de los estímulos visuales. En estas circunstancias, investigaciones anteriores han demostrado que el encéfalo acumula actividad neuronal como preparación para una respuesta, dándonos algo entre lo que elegir. Es decir, la respuesta (este es el perro de Juan) se produce conforme los datos se convierten en imágenes que nuestro cerebro puede entender (ser vivo cuadrúpedo con cola, pelo corto castaño, etc.) y que entonces podemos interpretar basándonos en lo que hemos aprendido en el pasado (perro => labrador => perro labrador de Juan). Schurger et al. argumentan que elegir mover un brazo, una pierna o un dedo funciona de la misma manera. Nuestro encéfalo recibe un in-

dicio de que estamos considerando hacer un movimiento, por lo que se prepara. Y es sólo cuando se alcanza una masa crítica que tiene lugar la toma de decisión real. Para comprobar esta hipótesis, el equipo construyó un modelo informático de lo que dieron en llamar “acumulador neuronal” estocástico. Usando este modelo comprobaron que la libertad temporal para la toma de decisiones, esto es, saber que se tiene que tomar una decisión pero sin que te digan cuando, era un factor crítico en el experimento. A continuación repitieron el experimento original de Libet pero añadieron un elemento nuevo, un sonido, un click, de manera que introducían un factor de limitación temporal. Pidieron a cada voluntario que considerase sus opciones de movimiento a efectuar pero que tomase una decisión inmediatamente en cuanto oyese el clic. La hipótesis era que aquellos que ya habían acumulado una respuesta neurológica y estaban cerca del umbral deberían tener una respuesta más rápida. La comprobación de las lecturas de los electroencefalogramas y su comparación con los clics mostraba que era esto exactamente lo que se producía. Los investigadores concluyen que estos resultados prueban que es la mente consciente la que toma la decisión, la subconsciente se encargaría sólo de los trabajos preliminares de preparación. Queda abierto el debate”.

Libre albedrío El libre albedrío o libre elección es la creencia de aquellas doctrinas filosóficas que sostienen que los humanos tienen el poder de elegir y tomar sus propias decisiones. Muchas autoridades religiosas han apoyado dicha creencia, mientras que ha sido criticada como una forma de ideología individualista por pensadores tales como Baruch Spinoza, Arthur Schopenhauer, Karl Marx o Friedrich Nietzsche. El concepto es comúnmente usado y tiene connotaciones objetivas al indicar la realización de una acción por un agente no-condicionado íntegramente ligado por factores precedentes y subjetivos en el cual la percepción de la acción del agente fue inducida por su propia voluntad. El principio del libre albedrío tiene implicaciones religiosas, éticas, psicológicas, jurídicas y científicas. Por ejemplo, en la ética puede suponer que los individuos pueden ser responsables de sus propias acciones. En la psicología, implica que la mente controla algunas de las acciones del cuerpo, algunas de las cuales son conscientes. En cuanto a la ciencia, no hay ninguna evidencia de que el libre albedrío exista. A pesar de esto, en las últimas décadas se ha popularizado mezclar erróneamente el libre albedrío con la física cuántica. Según esta rama de la ciencia, algunos procesos a escala subatómica no están determinados por la clásica causalidad física, y esta clase de procesos ocurre en el cerebro, por lo que puede ser tentador imaginarlo como una manifestación del libre albedrío. Sin embargo, esta es una interpretación incorrecta de la física cuántica, ya que ella no afirma que las personas tengan ningún control voluntario sobre dichos procesos cuánticos, sino que por el contrario, se cree que estos ocurren completamente al azar. Por otra parte, siguiendo el mismo razonamiento debería concluirse del mismo modo que el resto de los animales, las rocas, los árboles y los planetas también tienen libre albedrío, ya que los mencionados fenómenos cuánticos no se dan solamente en los átomos del cerebro humano, sino en todos los átomos del Universo. La existencia del libre albedrío ha sido un tema central a lo largo de la historia de la filosofía y la ciencia.


8 Suplemento Cultural

Nueva Guatemala de la Asunción, 27 de octubre de 2012 Revista de libros

Vargas Llosa, contra la

banalización de la cultura

Cuando recibió el Premio Nobel de Literatura lo recordó. Estaba en la andina Cochabamba, sentado en su silla escolar en la clase del hermano Justiniano. Repetía en voz alta lo que la consonancia entre sílaba y vocal le indicaban. Aprendía a imaginar con palabras y, así, aprendería lo que se convertiría en la cosa más importante en su vida: leer. POR VIVIAN MURCIA GONZÁLEZ

E

sa anécdota que tan o rg u l l o s o cuenta el escritor peruano Mario Vargas Llosa nunca fue tan fundamental para describir el sentido de su vida. Novelista y ensayista, este arequipeño, es un ejemplo decisivo del hacer de la tarea artística un proyecto moral. Vargas Llosa vuelve a materializar lo que es la labor intelectual: el cuestionamiento de su tiempo y su espacio, la interrogación y, con ello, la contrapropuesta de lo que debería ser la realidad en la que vive y a la que está, irremediablemente, sometido. Así lo hace en su más reciente libro — el primero después de recibir el Nobel de Literatura (2010) —, ‘La civilización del espectáculo’, en el que expresa y documenta su preocupación sobre la razón de ser de la cultura en nuestro tiempo. Con la nitidez en el lenguaje y la espléndida oralidad que le caracterizan, Vargas Llosa pre-

sentó su libro ante un público que le aplaudía cada respuesta, reconociendo en esta la reflexión sobre un tema en el que hay mucha teoría de por medio: la sociedad posmoderna como espectáculo. Así, desmantelando la “intelectualidad” dura que envuelve el tema, Vargas Llosa centró su síntesis del libro en una idea: el hombre es un ser que vive en la interrogación constante; se pregunta acerca de sus preocupaciones, individuales o colectivas, todos las tienen, como tal trata de obtener respuestas. Sin embargo, las respuestas han pasado de un plano crítico a uno banal. Se pasó del pensamiento crítico que se adquiere con la cultura, que según Vargas Llosa se consigue con la buena lectura, a la frivolidad de la imagen. De ahí el título, ‘La civilización del espectáculo’, es una forma de reconocer que, pese al desarrollo científico y tecnológico que ha llevado a la humanidad a vivir “más civilizadamente”, en mejores condiciones, la batalla contra la insípida narrativa de la diversión como

centro de la vida no se ha perdido, pero de alguna manera se ha asumido indefensamente, como si de un enemigo sin rival se tratase. No es que la imagen carezca de valor intelectual. Una película, una serie de televisión, le pueden parecer “divertidas” a Vargas Llosa, sin embargo, no llegarán a la categoría de buenas si “la imagen no precede a una lectura crítica de la realidad”. La argumentación es clara y puede llegar a malinterpretarse como ofensiva para quienes defienden el poder de la imagen. Aquí la diferencia es definitiva. Lo que quiere resaltar Vargas Llosa es la profunda escisión entre la narrativa audiovisual y el espectáculo óptico, lo que él llama “la sociedad convertida en show”. No es elitismo, Vargas Llosa no niega que nunca antes la cultura fuera tan democrática, “tan posible para todos los que tenemos televisor”. Pero ese no es el problema; la cuestión está en la mala interpretación del concepto mismo. Si para algunos el concepto de cultura es sinónimo de erudición,

Vargas Llosa más bien está en la línea de T. S. Eliot para quien la definición de la cultura apunta a una disposición al conocimiento. “Una especie de puerta abierta que se tiene hacia los conocimientos”; bajo esta perspectiva, la cultura vendría a ser anterior al concepto. “El especialista, el científico, puede tener grandes conocimientos, pero, no por ello, es necesariamente culto. El cultivo de las formas, la capacidad de jerarquizar los conceptos adquiridos, el orden y la prelación de los conocimientos son elementos que constituyen las tres estancias del individuo encargadas de crear tensiones en la sociedad: el plano intelectual, el ético y el moral; no existiría cultura sin este orden previo”, afirma el escritor. Algo falla, en tanto el mundo está como está. Eso es lo que nos viene a decir Vargas Llosa, quien comparte línea discursiva con sociólogos como Zygmunt Bauman, en tanto presenta a la posmodernidad dominada por las “sociedades líquidas”, como carentes de identidad, constituidas por seres a la deriva que se satis-

facen con el espectáculo trivial. El problema, de fondo, viene a ser el mal entendimiento de la cultural como entretenimiento y diversión. ¿Tiene que ser aburrida la cultura? No. La cuestión es justo lo implícito en la pregunta. Las categorías de diversión y aburrimiento se han banalizado. “El placer de la vida intelectual se ha trivializado”, dice Mario Vargas Llosa. El esfuerzo intelectual se mal entiende como sosería, una cosa para aburridos. Una película es buena no por su espectacularidad en imagen — esa sobrevalorada capacidad de “hipnotizar” — sino justo por la narrativa que encierra, ese esfuerzo intelectual que le imparte a quien la ve. Que no se aludan los guionistas y directores de cine y televisión, más bien que reflexionen porque razón tiene Vargas Llosa, tanta trama policíaca y tanto drama pasional, tanta pompa de la emoción detectivesca y amorosa, nos ha dejado vacíos, nos ha convertido en seres maleables y cursis, que se dejan embelesar por cualquier tontería.


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