Cultural 25-05-2019

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suplemento semanal de la hora, idea original de Rosauro Carmín Q.

Guatemala, 25 de mayo de 2019

Víctor Muñoz

Dos cuentos cortos


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Víctor Muñoz Dos cuentos cortos Víctor Muñoz Premio Nacional de Literatura

Gedeón y sus invitaciones

-Vieras- me dijo Gedeón, -que acabo de conocer un lugar muy bonito e interesante para ir uno a echarse un par de tragos, platicar sabroso y pasar un rato agradable. ¿No te gustaría conocerlo?

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e pregunté por dónde quedaba y qué clase de establecimiento era. Me respondió que quedaba por ahí por el mercado central, que se trataba de una cafetería pero que a eso del medio día de los sábados se ponía muy alegre, que uno podía tomar cerveza o pedir unos cuantos tragos y pasarla de lo mejor.-Pues si querés vamos este sábado que viene –le dije. Y se lo dije porque, efectivamente, yo no tenía nada que hacer ese sábado. - ¿Y ni sabés qué? – le propuse¿podemos llevar a Papaíto? ¿Vos creés que se sentiría bien estando él ahí? -Pues claro que sí –me respondió, casi jubiloso. La cosa era ver si Papaíto iba a estar de acuerdo con acompañarnos. Le propuse entonces que lo fuéramos a ver para proponerle que nos acompañara. Me dijo que estaba bien. Papaíto ya está bastante sordo, pero luego de hacerle el ofrecimiento casi a gritos, dijo que estaba de acuerdo, por lo que

es una publicación de:

quedamos muy formalmente de pasar por él ese sábado, a eso de las once y media. -Ya vas a ver que lo vamos a pasar de lo mejor –me dijo Gedeón, lleno de entusiasmo y evidente alegría. Cuando llegó el sábado nos fuimos a la casa de Papaíto. Lo encontramos arreglado como si se tratara de ir a una fiesta. No dejé de sentirme un tanto incómodo porque yo iba con ropa bastante informal y ya no digamos Gedeón, que iba con unos pantalones remendados, de esos que últimamente están de moda, y una playera negra con una calavera dibujada en el pecho. La verdad es que conformábamos un trío bastante extraño, pero tratándose de un día sábado y viendo cómo han cambiado últimamente los usos y costumbres, no le puse mucha atención al asunto y nos fuimos hacia el lugar que, según Gedeón, era la cosa más agradable del mundo. Cuando llegamos no dejé de sentirme un tanto incómodo, ya que efectivamente

se trataba de una cafetería, pero con más tendencia a cantina. El piso lucía sucio, había moscas por todos lados y una muchachita como de unos cuatro años andaba por ahí toda chorreada y mocosa. Y solo fue que se apareciera Gedeón para que muchos de los comensales e incluso la dueña del negocio lo saludaran muy afectuosamente. Él repartió sonrisas y abrazos a diestra y siniestra y luego nos acomodamos como pudimos en una mesa, que era la única que estaba desocupada. La mesa, al igual que todas las demás, era de plástico, cortesía de alguna marca de cerveza, y las sillas también eran de plástico. Comencé a sentirme apenado por Papaíto, pero como al pobre también ya le falla un poco la vista, como que no advirtió la exagerada falta de elegancia, sino más bien se sentó, muy apacible él. Luego de que nos hubimos instalado, Gedeón se levantó y al poco rato venía con tres octavos de licor y varias gaseosas. La música sonaba fuerte y por momentos

no permitía ningún tipo de plática, por lo que le sugerí que les dijera a los dueños que le bajaran un poco el volumen, pero me respondió que ahí así era la cosa y que además era sólo de acostumbrarse y al poco rato ya ni le haríamos caso a nada. De forma muy ceremoniosa abrió el primer octavo y lo repartió entre tres vasos; acto seguido colocó dentro de los vasos algunos hielos y agregó la soda. -Sírvanse –nos dijo, mientras nos echaba una sonrisa de pura satisfacción y felicidad. La cosa es que yo no me sentía cómodo. En primer lugar, no me gustaba el ambiente, no podía soportar las risotadas de los vecinos de una de las mesas; además, la estridencia de la música me molestaba, por lo que pensé que lo mejor sería tomarnos los tragos, pagar el consumo e irnos para nuestras casas. - ¿Qué te parece? –me preguntó, lleno de inocente alegría. Le respondí que bien, que me parecía que todo estaba bien. Y se lo tuve que decir a gritos porque de


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otra forma no me había podido escuchar. Y en esas estábamos cuando los vecinos de la mesa comenzaron a discutir sobre algún asunto del campeonato de fútbol. Poco a poco las palabras fueron subiendo de tono, al extremo de que la dueña del negocio se apareció para ver qué era lo que estaba ocurriendo. Le explicaron que no estaba pasando nada, que sólo estaban discutiendo sobre cosas de fútbol. La buena señora, quien me imagino que en aras de que la cosa no fuera a violentarse, le fue a aumentar al volumen a la música, por lo que, si antes era casi imposible llevar una conversación, ahora fue absolutamente imposible. Y sin embargo los señores de la discusión continuaron con sus gritos, hasta que uno de ellos sacó una pistola y amenazó al otro con aventarle un par de balazos. Cuando Gedeón miró la pistola se asustó mucho y sin decir nada se levantó y se fue corriendo. Yo, en el ánimo de que no nos dejara solos ahí con Papaíto, salí a la calle para ver si lo encontraba. Y efectivamente, ahí estaba, pero se le notaba totalmente aterrorizado. -Mirá –me dijo-, yo digo que mejor nos vamos porque aquí se me hace que va a haber problemas. Y diciéndome eso estaba cuando se oyeron dos balazos. Consideré que la cosa en verdad se había puesto difícil, por lo que decidí entrar por Papaíto. Y tal cosa hice, pero los comensales salieron en estampida y uno de ellos me dio un empujón tan fuerte que me hizo caer de espaldas. Como pude me levanté y de nuevo intenté ingresar, pero tuve que esperar a que terminaran de salir todos los parroquianos. Cuando logré entrar, me encontré con el verdadero caos. La dueña gritaba, el de la pistola amenazaba con matar a todos, la niñita lloraba, probablemente lastimada por alguien cuando todos salieron corriendo. -Y a usted también le voy a meter un su par de plomazos –me gritó el hombre. Le tuve que explicar que yo no estaba discutiendo nada, que mi preocupación era sacar a Papaíto de ahí inmediatamente. Acto seguido fui hacia donde él estaba. Para mi sorpresa se hallaba muy calmado, como si allí no estuviera pasando nada. Lo tomé del brazo y le dije que ya nos íbamos. - ¿Tan pronto? –me preguntó. Le dije que sí, que ya iban a cerrar el local y que podríamos regresar mañana, pero no quiso escucharme sino más bien se puso a tomarse su trago. Salí a la calle para que Gedeón me ayudara a sacarlo de ahí, pero ya no estaba, por lo que regresé y lo tuve que sacar casi a rastras. Es que de pronto se escuchó una sirena que yo supuse era de alguna radiopatrulla. En el forcejeo Papaíto dejó tirado su sombrero. Pensé en regresar por él, pero justo en ese momento llegaron los policías, cosa que lo asustó mucho. Tuvimos que salir corriendo. Como por ahí cerca queda la Catedral, hacia ahí me llevé a Papaíto, a darle gracias a Dios de que no nos hubiera pasado nada. Todo por llevarme de las ideas del idiota del Gedeón.

Tío es sumamente parco en sus visitas. Podría decirse que su presencia en nuestra casa es todo un acontecimiento. Ahora bien, el hecho de que no nos visite muy frecuentemente no quiere decir que el lazo afectivo que nos une sea débil. Todo lo contrario, es precisamente porque sus visitas son tan poco usuales que verlo llegar nos causa un verdadero gozo.

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n lo particular disfruto mucho conversando con él. Es cierto que abusa un poco con eso de la moralidad, la rectitud y todos esos asuntos, pero analizando más a fondo la cuestión he llegado a creer que es mejor así. Es más, uno va cambiando sus valores y lo que al principio cree que es un exceso de mojigatería, poco a poco lo va viendo como una buena forma de vivir. Pues sucede que vino a visitarnos. Al nada más entrar a la casa me dio un fuerte abrazo y me dijo que me veía muy bien. Yo le contesté más o menos lo mismo. Le dije que por él no pasaban los años, que qué bueno verlo y todas esas cosas sinceras que se le dicen a la gente a quien uno realmente quiere y aprecia. Inmediatamente convinimos en que la ocasión era digna de ser celebrada por allí. Me preguntó por algún lugar bonito y tranquilo. Yo le respondí que aquí a la vuelta habían abierto hacía poco una cantina muy decente, que brindaban un servicio muy bueno, que servían muy buenas bocas y que uno se podía sentir muy a gusto en ese lugar. Hacia ahí nos dirigimos. Por alguna causa comenzamos a platicar de uno de sus hermanos, o sea otro de mis tíos, que había caído en la desgracia del vicio ingrato del alcohol. Entonces él comenzó a darme un extenso y severo sermón al respecto de lo dañino que es el licor. -Mirá -me dijo-, el licor sólo para meterlo a uno en problemas sirve. Estuve de acuerdo con él, en primer lugar porque creo que no dejaba de tener razón, y en segundo lugar porque estoy convencido de que para llevarse bien con el prójimo hay que estar siempre de acuerdo con sus ideas o creencias. Máxime tratándose de que él estaba pagando los tragos y además, y

La afrenta como ya lo tengo dicho, siento por él un gran cariño. -Eso es lo que me gusta de estar con vos -me dijo-, que siempre estás de acuerdo conmigo. ¡Salud! Luego, como estábamos con el tema comenzó a hacerme una somera explicación al respecto del maldito problema alcohólico. Que uno de los primeros y más claros indicios era que un individuo entraba a la cantina a beber licor sin compañía alguna; es decir, en forma solitaria; después, y conforme iba pasando el tiempo se iban perdiendo la vergüenza y el pudor. Y me hizo una relación bastante extensa y mejor documentada del problema. Yo a todo le decía que sí, que correcto, que estaba absolutamente de acuerdo con él y que salud. La plática estaba muy agradable y los tragos mejores aún. De pronto llegó un individuo que llevaba puesto un suéter azul. Se sentó por ahí y pidió un trago. Fue atendido y se puso a beber solito, sin molestar a nadie. Tío se percató del asunto y me pidió que prestara atención, que ese era un claro candidato a alcohólico, pero que no había que quedarse cruzado de brazos, que había que hacer algo por ese muchacho, ya que a las claras se veía que no era malo, así que se levantó y llegó hasta su mesa. -Mire joven -le dijo-, por su bien, retírese inmediatamente de aquí. Se hizo un silencio sumamente molesto, ya que los demás parroquianos se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo. El muchacho sólo se quedó mirando a tío y continuó allí sentado. Yo no sabía qué hacer, ya que comprendía que tío estaba actuando de buena fe, pero también me daba cuenta que estaba poniendo al muchacho del suéter en una situación sumamente difícil. De pronto el tipo, que según se pudo ver era un tanto violento, sin decir palabra alguna se levantó y le propinó a tío un tremendo bofetón y lo hizo caer de

espaldas. Sumamente alarmado lo levanté del suelo y como pude lo senté en su banco. Con la ayuda de su pañuelo y del mantel de la mesa me puse a limpiarle la sangre que le manaba abundantemente de la nariz. Entonces y con el ánimo de recriminarle su actitud me dirigí hacia el individuo ese que en forma tan grosera había tratado a mi tío. Y toda la gente mirando. Quise brindarle una oportunidad y lo reté a que hiciera nuevamente lo que había hecho, pero le advertí que de hacerlo se atendría a las consecuencias. El hombre se levantó, le fue a dar otro horrible bofetón a mi pobre tío y lo botó del banco. Y la gente mirando. Yo sentí que la vista se me nublaba, que toda la sangre se me iba para la cabeza e inmediatamente me dije a mí mismo que eso sí que no lo iba a permitir. Y estaba a punto de cometer un disparate cuando de pronto recapacité, levanté nuevamente a tío y pude darme cuenta de que el salvaje ese le había roto dos dientes. Hubo entonces un instante de incertidumbre en el que no supe qué actitud tomar, pero me dije a mí mismo que no valía la pena rebajarse y hacer cosas vergonzosas dando pobres espectáculos en la calle, así que decidí darle una nueva oportunidad al sujeto ese y le dije que si se atrevía a hacer lo mismo entonces vería quien era yo. Sin darme tiempo a nada se volvió a acercar a mi tío, le propinó otra brutal bofetada y otra vez lo botó del banco. Y la gente mirando. Corrí de nuevo a levantar a mi tío y me di cuenta de que ya un ojo lo tenía totalmente cerrado. -Vea tío -le dije, -mejor nos vamos porque si la cosa sigue así, no sólo el bárbaro ese lo va a matar sino que me va a poner enojado y después ya no respondo-. Y haciendo grandes esfuerzos lo saqué de la cantina y nos fuimos para la casa. Cada vez estoy más convencido de eso que dice mi tío al respecto del licor, que sólo para meterlo a uno en problemas sirve.


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B. Traven: de la desilusión a la esperanza indígena Segunda Parte Álvaro Ruiz Abreu Escritor, biógrafo y profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana de México

La selva, gran verdad con tanto engaño. B. Traven

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n varias escenas de La carreta se habla de proletarios, y el lector se pregunta si los indígenas pertenecen a esa categoría de los obreros a los que se refería Marx cuando hizo su teoría sobre la división de clases; o bien la clase proletaria que Lev Trotsky definió como la encargada de llevar a cabo la revolución permanente. Los explotadores están en el cielo y en la tierra, aun en el paraíso ellos gozan de los privilegios que tuvieron abajo y “toman lo mejor,

ya sea del cielo o de la tierra, y nunca ocupan el segundo lugar”. En una parte de esta historia, Estrellita, la mujer de Andrés, le dice que lo seguirá hasta el fin del mundo, y que juntos purgarán la culpa que sea preciso pagar, parece que es Sonia la que habla a Raskolnikov y se compromete a seguirlo a Siberia. Es una escena cinematográfica, escrita para el cine. La solidaridad humana, basada en el amor y el respeto mutuo, en la filantropía de un alma que busca su camino, se vuelve pura metafísica, lo que está más allá de la realidad y de la vista: justo en el conocimiento del otro. Dos voluntades que se vuelven una sola, en un impulso por alcanzar la comunión que no se encuentra en la Iglesia Católica sino en la piedad de las criaturas como Estrellita y Andrés. Ella le promete esto: “-Yo iré contigo, yo te seguiré a las monterías. Adonde quiera que tú vayas iré yo. Más allá de los límites del mundo. No habrá lugar demasiado lejano, ni camino demasiado duro, ni trabajo demasiado pesado si puedo estar contigo”. Varias de las novelas de Traven fueron llevadas al cine apenas aparecidas, como El tesoro de la Sierra Madre, El barco de la muerte y La rosa blanca. En México, su amistad intensa con el fotógrafo Gabriel Figueroa lo acercó a los sets cinematográficos de la industria del cine de los años cuarenta a setenta. Desde que López Tarso hizo el papel de Macario en la película del mismo nombre, Traven pasó a ser un escritor conocido, popular, pues en la historia contada por su puño y letra aparecía un campesino, pobre, sin pertenencia alguna, expuesto, desamparado en este mundo, y que el hambre ya atávica lo sorprende un día en que sueña con un banquete. Se come un pavo entero. Del sueño cae en la pesadilla. ¿Y qué sueña este hombre pobre? En sus fiestas, en sus tradiciones, en el mundo mágico que han visto sus ojos desde la cuna y que han vivido sus abuelos y

sus padres, en una historia de agravios. En un escritor de su talla es evidente que se cruzan muchas influencias, de autores clásicos, y de diversas disciplinas que van de la filosofía a la ciencia, de la poesía a la música, de las artes plásticas a la literatura. Y Baumann1 deja claro en su excelente ensayo sobre Traven, que una de las más importantes es la del filósofo Max Skirner, más que Proudhon, Bakunin, Kropotkin o Malatesta. Max Skirner (1806-1856) fue un profesor universitario alemán, que respondía en realidad al nombre de Johann Kaspar Schmith. Es un pensador anarquista pero intenso, que influyó a Marx y Engels, refutó el idealismo de Hegel y escribió un libro crucial: El único y su propiedad, escrito en alemán y publicado en 1845, se tradujo a varias lenguas y se considera fundamental para entender el yo del individuo y su relación con los demás, el yo que domina a la naturaleza y se proclama su propio amo. La idea de Skirner es que los hombres no están gobernados por el Estado sino por la burocracia al servicio de ese Estado, “condena todas las ideas como ideas, sosteniendo que nos encadenan”. Es evidente en La rebelión de los colgados, una descripción de las monterías en el sureste de México, una novela antropológica y social, cerca del reportaje de investigación y sin embargo escrita con esa prosa inconfundible y precisa, irónica y puntillosa que define el universo literario de Traven. Es además y en varios sentidos, una exploración de la conciencia indígena que en otros autores del género casi no aparece. La figura enigmática que fue Traven se agranda y se complica una vez que el lector hurga en su biografía; juega con dos fechas por lo menos de su nacimiento y también con el país de procedencia, Alemania o Estados Unidos, y sus relaciones familiares tampoco despejan el misterio. Su hijastra, Malú Montes de Oca Luján, recuerda a ese hombre en el que se cruzan varias vidas y varias identidades: “Inventó muchas cosas sobre su origen, sobre su vida; desde luego, mi mamá sabía la verdad, pero ella hizo una alianza con él y un día me dijo: ‘a mí nunca me van a sacar nada de lo que él no quería que se supiera’. No se lo dijo a nadie”.2 Así es que los secretos del escritor, aunque los conociera obviamente su esposa, quedaron en un baúl cerrado con llave maestra. Malú lo recupera en el momento de su muerte: “Fuimos muy felices con Traven. Murió en 1969 y fuimos a dejar sus cenizas a Chiapas –él había pedido que se esparcieran en la selva lacandona-. Llegamos a Ocosingo con toda la prensa nacional y extranjera. Los indígenas prepararon una ceremonia impresionante y todo olía a pino”. 1 Véase Michael L. Baumann, B. Traven, traducción de Juan José Utrilla, Lecturas Mexicanas, núm. 70, Fondo de Cultura Económica y Secretaría de Educación Pública, 1985. 2 Citado en José Luis Martínez S, “Traven íntimo”, Laberinto, suplemento de Milenio, sábado 18 de junio de 2016, p. 07.


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La caja de crayones de Aby Candi Yajaira Ventura López Profesora en Enseñanza Media en Literatura y Premio Editorial Universitaria de Poesía “Manuel José Arce” 2017

La lectura desde la etapa más pequeña de una persona es imprescindible, he creído desde hace mucho tiempo que la base de la sociedad debería ser la escuela, no la familia. Entiendo que es una aseveración extraña, ya me ha generado discusiones y acercamientos con otras personas dedicadas a la docencia que regularmente están en contra, porque dicen que el orden no puede modificarse; sin embargo, el presente es claro: estamos como estamos porque la idea de familia es corta, viciada e impositiva.

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os docentes tenemos una ardua tarea, no podemos limitarnos al conocimiento porque con quienes trabajamos son humanos y esos humanos sienten, si el docente quisiera, puede armar cosas nuevas para que esos estudiantes luego sean buenos ciudadanos, buenos padres y entonces la familia y por consecuencia la sociedad sería mejor, pero es un trabajo conjunto, y para ello todos tendríamos que ser conscientes de lo mal que estamos. Con La Caja de crayones de Aby, veo una dinámica que no debería olvidarse nunca: el arte; todos nacemos artistas, es el sistema el que nos sumerge poco a poco en un mundo mecánico, no nacemos siendo parte de la gran máquina, me niego a creerlo. El hecho de que Aby, baile y entonces sus crayones también lo hagan... es solo un eslabón del engranaje de magia de la que son capaces los niños, los crayones de Aby hacen al lector crítico también, porque hemos asociado colores a emociones y a circunstancias, muchas veces injustas como también a nosotros nos pasa en el diario vivir. Somos tan diversos, y los crayones también nos lo recuerdan. La caja de crayones de Aby, es un libro humano, que nos recuerda que somos humanos y estamos frente a niños y niñas que no quieren ser mecánicos como nosotros.

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Jamie Bischof en el Museo Es un acontecimiento contemplar una exposición retrospectiva de una artista viva. La exposición Jamie Bischof viene a dar cuenta del estado de las artes visuales en la década de los setenta del siglo XX y al mismo tiempo su adecuación al siglo XXI. ¡Cómo hubiera ilustrado a las jóvenes generaciones del siglo XXI ver estas obras antes para aprehender el rumbo que marcaban estas piezas en su época!

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sta exposición permite hilvanar un trozo de la memoria visual de los años setenta y principios de los ochenta en Guatemala. Bischof, formada en California College of Arts and Crafts, y luego en la San José State University de California es posiblemente la primera artista afincada en Guatemala con un grado universitario. Su época de estudios estuvo directamente relacionada con los grandes movimientos artísticos que se daban en Nueva York y San Francisco. Como puede apreciarse en la exposición sus primeras obras dialogan con obras de Frank Stella, Sol LeWitt o Bernett Newman. Registros documentales permiten conformar el entorno de relaciones que Bischof entabló durante los años setenta, Daniel Schafer, Margot Fanjul (Margarita Azurdia, años después), Luis

Sin título (2014), de la serie Nuevo repertorio geométrico. Aluminio pulido a mano, tubo de poliuretano, madera y hierro. Dimensiones variables, pieza única, Jamie Bischof.

Miguel Flores castellanos Doctor en Artes y Letras

Sin título (1979), acrílico sobre tela, pieza única. Jamie Bischof.

Díaz, Zipacná de León, Marco Augusto Quiroa y espacios como la DS, Macondo, Forum y Vittorio, una red que impulsó una nueva visión del arte en el país y que marcó el inicio del arte actual que nadie ha estudiado a profundidad. La crítica Edith Recourath en 1971 ubica a Bischof como una artista abstracto – expresionista. Para la época era común encasillar en estilos, pero la lucidez de esta primera crítica logró vislumbrar un lenguaje propio desde las primeras exposiciones. Margot Fanjul fue más allá: “La pintura de Jamie Bischof me incita a meditar, me lleva a mi mundo, me emociono, me identifico. (…) Frente a una obra de Jamie pienso únicamente”. De la obra de esta artista emana rasgos de pragmatismo. Con un continuo juego con la superficie plana a la volumétrica en el siglo XX y ahora en el siglo XXI con el volumen exento, las líneas lacerantes, los tubos retorcidos y ondulantes, el aluminio frío e hiriente, toda la obra contiene claves dramáticas de un rompimiento interno del ser. Su obra del siglo XX se adelantó en aspectos como el uso de los materiales, pintura y aluminio expuesto, actitud pionera en los setentas y que hoy se observan en jóvenes artistas. Es una lástima la museografía, no hay un indicador de dónde empieza la exposición, claro que ese espacio del museo no es el más adecuado para una exposición de esta envergadura, pero es lo que hay. Quien no esté acostumbrado a guiarse por las cédulas informativas de las obras se perderá y no podrá apreciar la evolución de esta gran creadora. La exposición estará abierta hasta el 10 de junio. El Museo de Arte Moderno abre los sábados y domingos, es una exposición digna de visitarse.

Sin título (1979 -1982), acrílico sobre tela, pieza única. Jamie Bischof.

Sin título (2016), de la serie Ángulos. Aluminio pulido a mano, madera y tornillos de construcción. Dimensiones variables. Jamie Bischof.


POESÍA

ASPIRACIÓN ANIMAL Gustavo Bracamonte Poeta

9 Duermo con un ojo abierto esperando la mitad del sueño que retorna de arreglar lo posible. En el fragor oceánico el delfín más audaz habita mi corazón en una centella de movimientos para que no se detenga la vida en el ojo cerrado del agua. Con la mitad del sueño voy en las embarcaciones de la realidad sosteniendo el mañana para que no se golpee contra lo derruido. El futuro me arranca los ojos como a dos ciruelos que miran entre los dedos de lo inerte, el delfín de mi esencia se mueve indiferente entre los saltos de la muerte, entre la parturienta vida todo lo demás prosigue sin menoscabo de lo fugaz.

11 Con la intensidad perruna lamo las paredes vaginales, busco el gusano del placer, acariciarlo con la lúdica lengua hasta que gima estentóreamente la jauría de su sexo y entre los deseos extralimitados levante los ojos a las montañas con leche tibia del estro de todos los orificios. Ladro fuego en el círculo rosáceo, asumo frenético civilizaciones que adoran la vida y después, que USA destruida, salude el placer vívido en una despedida sin rencores. El ápice de la lengua con serpientes eróticas dancen en un espacio de ríos y ella, invente sueños de hierba húmeda, levite, aúlle intensamente y yo, suelte mi boca de las ataduras tristes para que los ojos de perro desaparezcan a gritos y a resoplidos mayúsculos capaces de erosionar las estructuras salvajes de la progenie racional.

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Tengo la sensación horrible de haber sido deformado por las cátedras universitarias como a becerro llenado de estupidez y con la animalidad más recurrente que delira en cada sustento presencial. Después de tantos años sentado en los escritorios infectos aparezco por las calles ofreciendo medicamento para erecciones de la inteligencia o limpiando el miasma de los que no controlan sus esfínteres en los lugares más tormentosos de la realidad. Después de todo tengo el aspecto de un ejecutivo de los residuos sociales y políticos. Kafka vomita un animalero en mis sueños, pronto se vuelven mi compañía, me da miedo el desempleo, pero me sobrepongo con Schubert imaginando madrugadas solemnes sin mi condición humana devastada por la domesticación exacerbada. La cátedra aniquila la imaginación y los mingitorios son usados para vaciar la memoria.

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