Suplemento Cultural 19--02-2021

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suplemento semanal de la hora, idea original de Rosauro Carmín Q.

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Otto Raúl González


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o

presentación

tto Raúl González es uno de los escritores más s o b re s a l i e n t e de la literatura guatemalteca del pasado siglo XX. Aproximarnos a la figura del poeta es un imperativo si se quiere ya no solo conocer su vena literaria y sensibilidad estética, sino el carácter de testigo de la época convulsa que le tocó vivir. Nadie mejor para conseguir ese propósito que introducirnos a través de la propuesta de Max Araujo. Nuestro conocido colaborador, figura infaltable también de la gestión cultural del país, nos acerca a un Otto Raúl que tradujo la pasión por Guatemala a través de sus publicaciones. Así, el trazo humano conseguido por Araujo constituye la puerta de entrada a la lectura del poeta amante de las letras y permanentemente exiliado. Lo invitamos a la lectura de nuestra edición, disfrutando de uno de los textos del vate:

Amé su cuerpo entonces y su alma. Su piel fue para mí la tierra firme; la soñé como un sexto continente no registrado en mapas todavía. Soñé con la bahía de su boca. Su pelo era una selva virgen que abría su misterio mineral y oscuro. soñé con las ciudades de sus pechos. Los ríos de las venas que afloran en su piel eran rutas abiertas a la navegación y al gozo. Se podía viajar en su mirada. En las blancas llanuras de sus manos yo cultivé el maíz y buenas relaciones. Después, no pude estar sino en su cercanía.

es una publicación de:

Voz y voto del geranio Max Araujo Escritor

De los escritores guatemaltecos que se exiliaron en México como consecuencia de la intervención armada de 1954, que puso fin al gobierno de Jacobo Arbenz Guzmán, con quienes tuve una buena amistad fue con Mario Monteforte Toledo y Otto Raúl González. Supe de este último cuando leí por primera vez su poemario “Voz y voto de geranio”. Un libro escrito en su juventud en los años cuarenta del siglo pasado que impactó en el medio social y literario de Guatemala. Con otros, Tito Monterroso, Carlos Illescas, José Luis Balcárcel, mi relación fue menos constante. A Raúl Leiva y a Luis Cardoza y Aragón nos los conocí. De don Luis tuvimos los participantes al Congreso Centroamericano de Escritores, que se celebró en el Paraninfo Universitario, ahora Centro Cultural de la Universidad de San Carlos, situado en la segunda avenida del Centro Histórico, un saludo que nos envió con Eraclio Zepeda, - quien encabezó la delegación mexicana que asistió-. Tengo también de él un ejemplar del libro “El Rio, novelas de caballería”, con una dedicatoria a mi persona, que me hizo llegar por medio de Marco Vinicio Mejía, quien lo visitó en una ocasión, en su casa de Coyoacán en México. Vivienda que según me contaron fue diseñada por Amerigo Giracca imitando un ambiente antigüeño.

C

on Eraclio Zepeda tuve mucha cercanía. Lo vi en París en el 2001, cuando en representación del Ministerio de Cultura y Deportes asistí a una de las reuniones del Comité Jurídico de la Unesco, entonces se preparaba la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Inmaterial en el 2001. En el 2003 emití el voto favorable de Guatemala para la emisión de la misma. En ambas ocasiones sostuve reuniones con Amos Segala, encargado de la colección Archivos de la Unesco. Colección que se inició con el archivo personal de Miguel Ángel Asturias. Segala fue secretario de este autor guatemalteco. Nuestro país fue uno de los patrocinadores de esa colección de autores iberoamericanos, en los que se incluía, con las obras seleccionadas textos críticos a las mismas, realizadas por expertos. Se caracterizó por la calidad de sus ediciones y de

sus publicaciones. A Otto Raúl González lo traté la primera vez en uno de los encuentros entre intelectuales guatemaltecos y chiapanecos que se celebraron en San Cristóbal de las Casas. Lo primero que me preguntó es si yo era pariente de unos de sus grandes amigos, Osmundo Garcia Araujo, papá de los dueños de la imprenta Papiro, en la que se publicó libros de autores nacionales. Le indiqué que no lo conocía, que solo había escuchado su nombre. Conversé con él meses después con ocasión del congreso de literatura, del que hablé antes, cuando Enrique Augusto Noriega, otro de sus grandes amigos, y papá del poeta Quique Noriega, me invitó para que cenara con ellos en su casa de la zona tres. Fue la primera visita de Otto Raúl a Guatemala después de su exilio en México. Lo más cercano que había tenido antes fue un paso fugaz por el Aeropuerto La Aurora


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en un viaje hacia Nicaragua, después de la revolución sandinista. Disfrutó con nostalgia una vista aérea de la geografía de Guatemala y de una mirada lejana hacia las montañas que por el oriente custodian a la ciudad capital. Contó que tuvo sentimientos encontrados Posteriormente a la cena en la casa de los Noriega, dos días después, al final de una jornada del mencionado congreso, nos tomamos unos tragos con él, con Marco Vinicio Mejía y mi comadre María Eugenia Muñoz Talomé, en el bar el Góspel, que se encontraba en la sexta calle de la zona uno, entre tercera y cuarta avenida. Esa noche se inició la relación sentimental entre Mejía y Muñoz que los llevó a su casamiento; matrimonio que terminó con la muerte trágica de María Eugenia, y de una de sus pequeñas hijas, en una finca de su propiedad ubicada en Escuintla. Ella fue una excelente maestra en el colegio Monte María y en la Universidad Rafael Landívar, en donde yo la conocí. Dejó muchos recuerdos entre sus exalumnos y entre quienes fuimos sus amigos. A Otto Raúl se le otorgó el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias en 1990. Con ocasión del acto de entrega yo le fui a buscar, a él y su esposa, Aidé Maldonado, para transpórtalos en mi vehículo a la casa donde se hospedaban, propiedad de la familia Caniz, situada en la avenida Hincapié, zona trece, ciudad de Guatemala, en donde también está la sede de la empresa de transportes que lleva el apellido de sus dueños, especializada en carga de bienes muebles, entre ellos del patrimonio cultural tangible. La mujer del propietario era hermana de la de González. En ese momento era Ministra de Cultura y Deportes Marta Regina de Fahsen. Ella, unos años antes hizo su tesis de graduación como licenciada en letras en la Universidad Landívar con un estudio sobre la poesía de Otto Raúl. A Aidé mi familia la recordaba porque de joven fue maestra en San Pedro Sacatepéquez, Guatemala, lo mismo que al papá del expresidente Alfonso Portillo. Ellos, con otros personajes de la vida nacional fueron maestros de educación primaria siendo jóvenes, en las cabeceras municipales de la región de la que somos los Araujo, algunos Ruices y Garcías, los apellidos de mis ascendientes. El acto de entrega del Premio Nacional de Literatura se realizó en una ceremonia con pocos invitados, en la casa presidencial. Fue el Presidente de la República, Marco Vinicio Cerezo, quien le impuso la orden. Edi-

torial Cultura publicó las memorias del galardonado con el título de “Caminos de ayer” De mis encuentros con Otto Raúl recuerdo cuando con William Lemus, en 1998, fuimos invitados para un evento de literatura en Tuxtla Gutiérrez, al que viajamos en avión de Guatemala a la ciudad de México y de esta a Chiapas y en sentido contrario. González nos puso en contacto con Carlos Illescas, quien residía en la capital de México, lo que generó que este escritor viniera a nuestro país después de su salida en 1954. A Illescas le habíamos conocido años antes en uno de los encuentros Chiapas --Guatemala organizados por autoridades y entidades de cultura de ese Estado--. En nuestra plática con Carlos, en su casa, en donde fuimos recibidos por él y uno de sus hijos, surgieron preguntas y respuestas, así como anécdotas, algunas muy graciosas. Descubrimos en esa ocasión que con Lemus pertenecíamos a una generación puente, entre la de Illescas y los jóvenes que estaban detrás de nosotros. La visita breve, planificada por la familia de Carlos, por encontrarse él en cama, por una intervención quirúrgica reciente, se convirtió en toda una tarde, matizada por una botella de tequila que nos ofreció el visitado, y la música de guitarra que uno de sus hijos tocó en algunos momentos. A nuestra despedida le ofrecimos hacer gestiones para que visitara Guatemala, pues tenía ese deseo, dado que ya se había firmado la paz que puso fin al conflicto armado. El hijo, que había estado presente en el encuentro, muy agradecido nos indicó que le habíamos dado una gran alegría a su padre, pues le habíamos traído “su Guatemala”, la que él amaba. A nuestro regreso hicimos gestiones en la Embajada de México, quienes pagaron el pasaje de ida y vuelta de Illescas de México a Guatemala y viceversa, y ante el Ministerio de Cultura y Deportes, quien le otorgó, por medio de sus autoridades en ese momento, Arquitecto Augusto Vela y Carlos Enrique Zea, la Orden Miguel Ángel Asturias -del mismo nombre del premio nacional de literatura, lo que causa confusiones-. Recuerdo que lo recibimos con Lemus y con Quique Noriega en el Aeropuerto La Aurora. Lo primero que nos solicitó fue que lo lleváramos a comer una enchilada guatemalteca, lo que hicimos en cuanto se dejó arreglado su alojamiento en el hotel Conquistador. Lo llevamos a “Los Antojitos” de la Calzada Roosevelt. En los días de su estadía en Guatemala Illescas pudo visitar a familiares y amigos, sobre todo a algunos de la generación del cuarenta. El Ministerio de Cultura le organizó una visita a Tikal. Fue una estadía muy especial para Illescas. Meses después de esta visita Carlos falleció. Otro hecho que recuerdo de Otto Raúl González fue

cuando me invitó en 1990, cuando Chiapas le otorgó la “Orden Nacional Jaime Sabines” por su obra “El conejo de las orejas en reposo”. Viajamos para ese evento con Lourdes Chávez y su novio de ese momento, un muchacho de apellido Arce, quién hizo de piloto, en el vehículo de esta amiga. Ella era vicecónsul de México en Guatemala. Fue un memorable viaje por tierra. Ingresamos a Chiapas por Tapachula, lo que me permitió conocer caminos que desde el sur llevan a los altos de dicho Estado. En ese evento fortalecí mi amistad con escritores e intelectuales de Chiapas. Entre los hechos que recuerdo de ese viaje fue que una de las noches en Tuxtla amanecimos con Otto Raúl y tres escritores mexicanos. En mi caso fui un oyente de discusiones que entre ellos se dieron sobre la obra literaria de Octavio Paz. Pude comprobar la estima y el casi odio a ese autor por sus ideas políticas más que por su obra literaria. A pesar de las discusiones la sangre no llegó al río. Lourdes Chávez estudió la carrera de letras en la Universidad Rafael Landívar, y militó en movimientos culturales y literarios a fines de los años ochenta en Guatemala. Es recordada por quienes compartimos con ella su amistad y sus afanes. Es madrina de uno de los hijos de Paco Morales Santos Otro recuerdo que tengo de mi amistad con Otto Raúl y su familia, fue cuando después del retorno que en 1990 tuvimos, con Fernando Cifuentes e Irene Piedrasanta, de la Feria del libro de Guadalajara, en donde montamos un stand con libros de Guatemala, nos hospedamos por tres días en su casa de habitación, ubicada en un barrio de la periferia de la ciudad de México. Fuimos atendidos con cariño y fraternidad, por él, su esposa y uno de sus hijos. Con Cifuentes viajamos a esa feria en un vehículo del Ministerio de Cultura y Deportes. Fue nuestro compañero hasta la ciudad de México el abogado Otto Marroquín, quien años después fue magistrado de la Corte Suprema de Guatemala. Antes estuvo exiliado en Chiapas. A nuestra llegada a esa ciudad nos recibió González, quien nos invitó para que a nuestro regreso de Guadalajara nos hospedáramos en su casa. Así lo hicimos. Irene hizo los viajes por avión. En una de las estadías de Otto Raúl en Guatemala, tuvo que ser a principios a mediados de los noventa del siglo pasado, recuerdo el almuerzo que le ofrecimos varios amigos, con comida típica, en la casa de la crítica literaria Lucrecia Méndez de Penedo, en la colonia Mariscal, zona 11, muy cercana la casa museo Flavio Herrera, ocasión, en la que ella por sus compromisos de trabajo, a pesar de ser excelente cocinera, no pudo a hacer la comida, por lo que le pedí a mi madre que nos hiciera, para esa ocasión, un pepián y unos frijoles volteados con manteca de cerdo. Con Otto Raúl pasamos por nuestra casa a traer la comida. Esta fue un éxito. Se limpiaron los platos literalmente. La última visita de Gonzales a Guatemala, en 2006, apenas le pude saludar. Ya lo transportaban en silla de ruedas. La Universidad de San Carlos le dio un homenaje que se celebró en el MUSAC. Se llenó el salón principal. Falleció en junio del 2007. Tenía 86 años Otto Raúl fue consecuente con su forma de pensar. Un escritor de casi todos los géneros literarios. Dejó una extensa obra. Fue merecedor de muchos reconocimientos, órdenes y premios. Nunca dejó de fumar cigarrillos ni de tomar licor. En broma decía que esto era el que le daba salud.


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CUENTO

El olor de la infamia Cuando por fin terminó la recepción, que cerró con el discurso insípido de un predicador barrigón, ella me dijo que quería tomarse una cerveza y entonces decidimos buscar un sitio. Convenimos en avanzar a pie sobre la décima avenida para ver si encontrábamos algún lugar abierto.

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Fidel Us A Ale, recordando nuestras conversaciones en la vieja casa de la diecisiete. A ella, por supuesto.

maneció otra vez nublado y frío, mamá no me dejará salir al patio. No podré ver a Nené, tenía que decirle que me quedé con algunas de sus canicas por descuido, no vaya a pensar que quiero robárselas. Me apena que venga doña Servanda a pedírselos a mamá. Eso me armaría un problemón en la casa porque ella estalla con cualquier reclamo de ellos, fundados o no. Encontramos un lugar a una cuadra del Parque Colón, un comedorcito pintado de amarillo al que según me dijo iban a veces a almorzar con algunos colegas de la oficina. Con un rótulo rojo y letras blancas anunciaban pollo y carne al carbón:

recuerdo que pollo estaba escrito con “y” y carbón con “v”, pero la idea era clara y desde afuera olía bastante bien. Deseé que ojalá que lo que hacía falta en ortografía lo compensaran en sazón y así fue, la comida se veía y olía muy sabrosa. Papá ha estado viniendo tarde porque han tenido más trabajo, se han ido dos compañeros y en lugar de contratar suplentes les dijeron que igual cumplieran con todas las entregas. Chaleco renunció para irse tras su esposa a los Estado Unidos y a Adobado lo despidieron, no recuerdo la razón. Me entero de sus cosas en el patio de los inquilinos, donde solemos jugar los niños del vecindario. Casi siempre, cuando él regresa del trabajo se queda platicando con don Mau, el papá de Nené, y sus hermanos y primos. A veces lo invitan a jugar naipes mientras beben cerveza en unos botellones oscuros. Papá se lleva bien con ellos, hablan de todo. Hasta hemos aprendido algo de garinagu mi papá y yo, aunque a mi mamá eso la enfurece. Nos amenaza con que nos lavará la boca con cal. Las cervezas, según el anuncio, las sirven bien frías y ella me confirmó: -No tengas pena, sí que las dan bien heladitas-. Era bueno escuchar eso porque el sol a esa hora ya quemaba, sobre todo en la nuca y en la cabeza. Mi mamá y mi abuela dicen que ellos haraganean mucho, que pagan la renta a regañadientes, pero que los tiene como inquilinos por pura caridad. Pero oí decir a mi papá que mi tía Vidalina, la hermana mayor de mi mamá, se lo pidió encarecidamente, para pagarle un favor al papá de doña Servanda, a quien le debe un platal por unas apuestas. Yo creo que ellos son muy trabajadores, don Mau trabaja cargando maletas en el aeropuerto, Goyo en un almacén de la dieciocho, Gil maneja montacargas acá en los depósitos del ferrocarril y los otros despachando gasolina en la San Pedrito, en la zona cinco. Todos salen a trabajar mucho antes de que nosotros nos levantemos y regresan muy tarde, casi de noche. Con lo del alquiler, ellos casi siempre pagan antes de inicio de mes. Es Nené el encargado de traer –amarrado en un pañuelito verde- el dinero, que mi mamá cuenta al menos dos veces. Dice que ellos son tramposos y por eso no hay que descuidarse. Pero jamás he visto que falte un centavo. Solo una vez venía mal contado, había diez quetzales de más que mi mamá no devolvió. Ella pidió usar el baño y se fue hacia una esquina oscura que más parecía un agujero negro de alguna galaxia desconocida y cuando por precaución se lo hice ver, me dijo sonriendo: -Estate tranquilo- y sonriéndome me dijo que conocía ya bastante bien el tugurio y que no había de que preocuparse. Las cervezas resultaron efectivamente estar bien frías y en lo que ella regresaba, yo empecé a tomarme la mía. El olor de la comida, el calor del día y la cháchara y de las chicas que cocinaban y reían con desparpajo, me pusieron contento y animado bebí los primeros sorbos con placer. Le pedí a la dueña que le subiera un poco el volumen a una vieja canción de los Yonics que siempre me ha gustado y avancé hasta la mitad con mi bebida color oro. Siempre me pregunto por qué mi madre y mi abuela los detestan tanto. Siempre estaban quejándose de ellos. Siempre dicen, sin motivo alguno, que son haraganes. No recuerdo haberlas escuchado hacer un comentario amable o benevolente sobre ellos. Sus sentimientos saltan de la burla a la queja y de la queja al desdén. Se ríen de sus ropas, de su idioma, de sus


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cantos y bailes que entonan a veces y que a mi parecen muy alegres. Pero lo que pasó después, cuando volvió del baño, me desencajó. Me dijo que el baño recién lavado con creolina la había descompuesto. Ese olor, que tenía mucho tiempo de no sentir, siempre le había parecido infernal. Esa fijación, esa reacción, me dijo -con la cara transfigurada por el asco-, venía de sus tiempos de niña, desde los tiempos en que vivían en la casa de su abuela, para ser precisa. Sobre todo, se quejan de sus olores, pero en particular de su olor corporal, que dicen es un humor penetrante y ácido. –Ha de ser por lo que comen- cuchichean. Y por eso yo a veces sin explicación alguna he abrazado a Nené y lo sujetaba contra mí, - mientras el asustado trataba de zafarse- para tratar de sentir el detestado tufo, pero nunca he sentido ningún olor desagradable. Me han prohibido abrazarlos y por eso solo lo hago cuando mi mamá y la abuela no nos ven. Me pidió con urgencia que abandonáramos el lugar porque no se sentía bien y sin poder terminar mi cerveza, salí casi corriendo detrás. Conforme avanzamos primero por la avenida y después por la calle, su paso se hizo más lento y yo insistí en que me diera una explicación sobre esa sorpresiva y arrebatada reacción. El sol estaba más erguido y el tráfico más agitado. Yo me sentía como esa mosca que trataba de entrar a un escaparate, pero el vidrio le impedía el paso a los dulces de coco que se apilaban del otro lado. Mi mamá y mi abuela dicen que contra esa peste solo la creolina es eficaz. Y por eso les pide que limpien el patio, los cuartos y los baños con ese desinfectante. A pesar de que ellos son muy higiénicos y mantienen limpios sus cuartos, en mi casa dicen que el tufo de ellos se impregna y que ese desinfectante es lo único que quita ese rastro imaginado que ellas tanto odian. Por eso todos los sábados muy temprano, los inquilinos obligadamente -sobre todo las mujeres- salen fregar cuanto piso y recoveco hay en su sector, mientras cantan alegremente tonadas que supongo de lejanos orígenes. Canciones que a mí me alegran el alma y que a las dos mujeres adultas de mi casa las pone de mal humor. Me contó, como yo ya sabía, que se había criado en una casa del centro, por el barrio Gerona, una casa grandísima, propiedad de la empresa ferroviaria. La casa tenía dos patios y la estructura principal, de cemento armado estaba al final junto al primer patio, la segunda estructura era la que daba a la calle y consistía en una serie de cuartos de block alrededor de un enorme patio de cemento crudo. En un extremo de éste se encontraba una pilona junto a los baños comunes que usaban los inquilinos, casi todos miembros de una numerosa familia garífuna. En el centro se erigían enorme árbol de jacaranda y en las orillas abundantes geranios sembrados en todo tipo de macetas improvisadas que alegraban el ambiente con sus flores púrpura y rosa. Hoy vomité mucho y no pude ir al colegio.

Es que volví a sentir el olor de la creolina y me descompuse inmediatamente, no lo puedo tolerar, me revuelve el estómago y me duele la cabeza. Casi nunca voy cuando los vecinos limpian, pero hoy tuve que ir a la tienda y al pasar el olor me pegó de lleno en la cara. Pero no es por el simple olor, antes no me afectaba. Es desde que descubrí lo que le hacen a Nené y a Ligia. Es por eso por lo que el olor me descompone. Me dicen que si no mejoro me van a llevar con el doctor. Pero lejos del olor ya me siento mejor y hasta tengo ganas de comer. Mi mamá y mi abuela no me creen que la molestia haya desaparecido tan pronto. Nos detuvimos cerca de la iglesia de San Miguel de Capuchinas, ella seguía: - Entonces, fíjate, cuando los niños tenían que quedarse solos, la mamá de ellos le

pedía a la mía que se los cuidara o por lo menos que estuviera pendiente de ellos. Eso me gustaba porque se iban a mirar la tele conmigo-. Doblando y desdoblando la servilleta de papel que yo le había alcanzado para que se limpiara las lágrimas, continuó: - En esas ocasiones era cuando mi mamá y mi abuela los bañaban, no lo hacían por buenas gentes, te lo aseguro, lo hacían por maldad. De niña lo supe de inmediato y no poder decirles nada por no saber cómo, me llenaba de rabia, de impotencia. Hoy reviento de cólera al recordarlo. Ahora ya sabes por qué no las visito. Les mando plata, pero no puedo verlas. Mientras miraba fijamente a un par de chicos bulliciosos que pasaban frente a la vieja Pensión Mesa, terminó su relato:

- ¿Recuerdas al muchacho de sombrero café que saludé en la parada del transmetro? Fue en la parada de la dieciocho, hace como un año. ¿Recuerdas? ¿Recuerdas que le grité? Le dije Neneeeé ¿Te acuerdas? Pues él fue ese niño. Siempre he querido hablarle, encontrarlo, saber qué fue de su familia y sobre todo pedirle perdón. Pero tal como viste, el no quiere ni verme. Eso me duele en el alma, te lo juro. Por eso para mí la creolina es el olor de la maldita infamia. Te lo juro. Hoy Nené y Ligia, se han quedado solos, doña Servanda tuvo que hacer doble turno. Mi mamá entonces los ha traído a casa y yo muy alegre les he puesto la tele. A Nené le gustan esos programas sobre animales, donde un señor va narrando cosas que a mí y a Ligia nos hacen cabecear. Pero me gusta consentirlo y hago mucho esfuerzo en seguir el hilo de los viajes por el inmenso mar que hacen las tortugas al nacer. Mi madre y la abuela, ahora los llaman a bañarse y veo esa cara de odio de Nené. Es que al final los frotan con creolina, como si fuese loción. Mi madre suele decir que con ese líquido se disimula un poco ese olor de ellos. A mí me da mucha pena Nené. Y más cuando veo su cara de asco y enojo. Me dijo, tu mama es malvada. Y no supe que contestar. Este olor de mierda tarda días en irse, dijo con rabia. Seguimos nuestro camino en silencio, no recuerdo que nos hayamos dicho algo más, solo un nos vemos, en el momento en que nos separamos. Ahora cada vez que paso por el comedorcito amarillo, recuerdo su relato, que guardo como un amuleto contra ciertos fantasmas de mi propio pasado.


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Al ver las capitales de los grandes imperios no puede uno dejar de pensar en la miseria humana en cuyos hombros se ha labrado la edificación de una cultura, desde lo espiritual hasta las avenidas recogidas legendariamente por los mejores cartógrafos de los tiempos. Esta es la colonización que ha expropiado tierras y fortalecido la esclavitud y la pobreza, lo que ha quedado en los países invadidos.

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El río Álvaro Montenegro Escritor

no lo puede ver en la historia humana misma, en donde el poder se ejerce hasta donde exista una pared que lo detenga. ¿Qué manos construyen los palacios, las gigantes catedrales? Como resultado de esta sustracción de los recursos desde hace cientos de años, podría decirse que en algún punto la migración se dispara de regreso, conectando a imperio-esclavo de forma indivisible, fundiéndose como asesino y asesinado por el resto de los días. Les une el lenguaje y el destino para bien y para mal. Hablar el mismo idioma facilita que las personas busquen esa “madre patria”, como se le conoce a España en lugares de América. Hay costumbres, nombres, apellidos similares. El imperio en sí ha canalizado su energía de manera estratégica y organizada para crecer y procurar el bienestar de los suyos. Emana, desde este espacio geográfico y político, una visión particular, que no brota en otras latitudes. Las condiciones geográficas a veces ayudan, obligan a crear, como en Inglaterra, que al ser una isla logró dominar los siete mares. En Holanda, por su parte, aprovecharon la planicie para que el viento avorazado pusiera a andar a los mejores molinos y con un tornillo asombroso construyeron flotillas varias veces más rápidas que las de los mismos británicos. Conquistaron colonias y se quedaron con pocas. Desde su tradición mercante, prefirieron venderlas y afianzarse en el comercio y los navíos. Estos países-imperios se ufanan de sus hazañas, de las colonizaciones míticas y en cuadros colgados en los inmensos museos se relatan estas

epopeyas. En estos edificios, altos y engorrosos, como palacios, en los lienzos, se ve, por ejemplo, el anaranjado del fuego de los cañones cuando salen bombas de las ventanas en las partes laterales de los barcos de madera. Todas las naves, a menos que hayan caído, lucen erguidas y orgullosas, con abundantes figuras garigoleadas para espantar a los enemigos. La sangre se diluye en la turbulencia de las olas pero han quedado los recuerdos inmortales en los ojos de los gavieros quienes después les contaban las historias a los artistas del pueblo cuando los recibían entre abrazos y viandas. Las novias ansiosas esperaban a los guerreros con semejante desazón de no saber si vivirían o morirían en los viajes hacia las conquistas, hacia la inmortalidad, hacia el honor, hacia los valores que el imperio diligentemente se encargaba de martillar en las almas de los habitantes para que estuvieran dispuestos a darlo todo. La gente, si es que no viajaba a la fuerza, estaba dispuesta a abandonar a sus familias en la intemperie, a entregar la vida y los pies y las falanges de los dedos en plena batalla por algo mucho más que un ideal, una interiorización de un relato incapaz de ignorarse, la construcción de una nación como ninguna otra, la mejor de todos los tiempos, la más feroz; ese imperio defendido con las manos propias que sangran en el combate al levantar las anclas y ensartar lo que tenga que ensartarse en cualquier cuerpo con tal de vencer y alzar la bandera, luego de haber arrebatado el pabellón extranjero, en el punto más alto del territorio enemigo. La historia es de guerras, nos dijo una vez un militar en un curso de derecho internacional

humanitario. Yo no quise creerle pero la tradición, una y otra vez, nos demuestra estas pugnas, este dominio sobre el otro. Esto está claro para los vencedores pero no quieren admitir el revés de estas incursiones que ellos mismos han comandado. Al saquear un lugar, este lugar no se olvidará del saqueador. Y tarde o temprano, como diría Zizek, se desata esta nueva lucha de clases. Entre colonizados y colonizadores. Migrantes y recibidores. Vemos, en estos días, cómo los países africanos “invaden” (como llaman a la migración los ultranacionalistas) la vieja Europa y los latinos viajamos más que nunca hacia Estados Unidos. Las políticas de los diferentes países se basan primordialmente en contener la migración, ya sea las causas que la provocan o cualquier paliativo, como hizo Trump con los convenios de “tercer país seguro” vendiéndose hacia su población como el adalid antimigratorio. La vida da vueltas pendularmente y ahora se observa una crisis humana, entre lo que quieren demeritar llamando globalismo versus la idea de construir muros para que la gente deje de avanzar hacia las grandes ciudades occidentales que concentran la plata y el oro, que no han tenido sino que han conseguido gracias a los valerosos saqueos de lo que ellos mismos llaman “el tercer mundo”. La migración es empujada desde el inicio de los tiempos y no ha sido jamás detenida. El impulso de la vida vence cualquier limitante y, aunque muchos mueran en el camino, habrá millones de migrantes que llegarán a las nuevas tierras para subsistir y ninguna ley podrá detenerlos, ya que es el río ininterrumpido de la existencia.


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HACIA LA SEMANA SANTA

DILEMA DE DEVOCIÓN

E

sta historia comienza en un ARCO. Efectivamente, en un arco, pero no en el histórico arco de Santa Catalina de la Antigua Guatemala, ni tampoco en el arco de correos del centro histórico de la ciudad de Guatemala. Nos encontramos en el arco número cinco (5), como fueron conocidas las calles de acceso a la reciente COLONIA JARDINES DE LA ASUNCIÓN NORTE de la misma zona de la ciudad de Guatemala. Es una fresca tarde del jueves 1 de abril de 1971, donde en una chapinísima tienda de colonia, cuatro muchachos adolescentes de entre dieciséis y diecisiete años respectivamente, se refrescan con una mini Grapette de cinco centavos y en botella de vidrio, luego de concluido el encuentro de básquet, es decir el “21” por paritos en plena calle, utilizándola como cancha y como complemento la canasta que fue colocada en el frontispicio de la residencia de uno de ellos. Jardines de la Asunción es una tranquila y apacible colonia de las tantas nuevas que se han instalado en este Valle de la Ermita, estrenada a finales de los años 60 del siglo pasado, en los terrenos que otrora ocupara el Mayan Golf Club, y que ha cobrado auge luego de la inauguración del Puente que la comunica con los terrenos del Cuartel General del Ejército en 1968, y por ende con la zona 1 de la capital. Sudorosos y emocionados, comentan del resultado del juego y de sus intereses propios de la juventud, los estudiosos integrantes de este grupo, vecinos de la Colonia: Héctor Hugo, Rafa, Alex y desde luego MAURICIO. Este último nacido en Jalapa. Llegó a la capital para vivir con sus abuelos hace unos meses durante las vacaciones para concluir sus estudios, y aún no es el del todo conocido en la Colonia; no obstante sus dotes de gente, compañerismo y energía para los deportes, se ganaron la amistad de sus pares. El tendero ha sacado las “botellitas” de la refrigeradora, pues de momento no alcanza para más, y el sonido característico del destapador para remover las tapitas que resuenan contra el vidrio del mostrador del establecimiento, y luego el trago refrescante de la morada gaseosa, inicia la charla entre amigos: • Bueno muchá, este domingo que viene ya es DOMINGO DE RAMOS. Al fin inicia la Semana Santa y como siempre, con mi familia acudiremos este sábado a recoger los turnos “NO SE LES VAYA A OLVIDAR- inició Héctor Hugo – Recuerden la promesa que hicimos hace ya cinco años. Además, el DOMINGO sale la mejor de las procesiones, la de

Juan Fernando Girón Solares PRIMERA PARTE

Jesús de los Milagros de la Iglesia de San José y sus romanos ¡ • Ni lerdo ni perezoso, Rafa, el más estudioso e inteligente del grupo replicó: - Bando para el que no vaya muchá, pero lamento contradecirte, la Procesión de Jueves Santo de Candelaria es la más solemne y de mayor recorrido. Acordáte que entra casi a las diez de la noche y toda la gente está en el centro visitando a los Sagrarios. Mi papá y mi tío son inspectores de esa procesión. • En pleno discurso de Rafa, Alex lo interrumpió diciendo: - NEL, ustedes están mal, la de Santo Entierro de Santo Domingo muchá, la de Santo Domingo. Ninguna procesión se compara con la del Cristo del Amor y sus pasos. Hay que empujar primero los pasos y si aguantás, entonces ya podés cargar al Señor. Mauricio guardó silencio, más por pena que por ignorancia, pues no entendía ni una sola palabra acerca de lo que sus amigos discutían con enjundia, queriendo cada uno tener la razón. Ante su cara de extrañeza, Héctor Hugo le explicó que por invitación de los papás de Rafa, desde hacía un lustro, los tres amigos habían hecho la promesa de acudir todos los años a las Procesiones de Semana Santa, vestir como cucuruchos penitentes y caminar con el Señor la mayor cantidad de tiempo que sus fuerzas se los permitieran. De hecho, el año anterior habían aguantado la de San José hasta que bajó la quinta calle y la de Candelaria cuando enfiló por la avenida de los árboles. – Mirá Mauricio, eso de ser cucurucho es muy cansado, pero cuando te gusta por las marchas, las andas, los recorridos o los adornos, ya no te podés salir del rollo y luego te aficionás a una procesión en particular y le tenés un especial cariño a la imagen, o sea la que más te gusta. Cada una es diferente, aunque todas recuerdan lo mismo – A Mauricio le picó la curiosidad por aquello que según entendía, era más que una devoción, un reto físico y de pronto espiritual para sus amigos. En su natal Jalapa, él nunca había participado de una procesión y mucho menos en Semana Santa. Sus padres eran alejados de la fe, y en los días grandes, simplemente lo llevaban a un balneario en San Pedro Pinula, donde después de tres o cuatro días, retornaban a casa y la vida seguía igual. Lo único, es que eso de vestirse de cucurucho, como se dice en buen chapín, no muy que con él. – Pero miren muchá, yo no tengo el tacuche, digo el traje, ya falta muy poco y ¿de dónde lo voy a sacar? preguntó.

-Bueno, en eso tenés razón- le replicó Héctor Hugo. - Pero sabes qué, en la casa tenemos una túnica y paletina que un tío como devoto del señor de San José y por cambio de su uniforme, ya no usa. De plano te la podemos prestar. Y si aceptás acompañarnos en la Procesión del Domingo, vas a necesitar un turno para cargar. Los turnos los reparten el día antes, es decir el sábado. Lleguemos en la tarde ese día para recoger nuestros turnos, y de plano más de alguno va a sobrar. Don Miguel Angel Sosa Ponce de la Asociación sin duda nos ayuda, y así te venís con nosotros. – Y cómo es eso del turno pues ¿? –Fácil, es un cartoncito con la foto de la imagen que te venden en las iglesias, y te da derecho a cargar el anda en una almohadilla, durante una cuadra determinada- le respondió Rafa. Mauricio aceptó el reto, picado por la curiosidad y asombrado por el entusiasmo con el cual sus compañeros se referían a su participación y los episodios que le narraron en sus cortejos procesionales pretéritos. Nuestro amigo no era una persona religiosa ni nada que se le pareciera. Estudiaba en un Colegio laico de la zona dos de la ciudad de Guatemala, no asistía a la iglesia ni tenía conocimiento de la doctrina católica. Aceptado el trato de acompañar a sus amigos, estrechó la mano de cada uno de ellos, y se puso de pie para retornar a la casa de sus abuelos a media cuadra. Iba a despedirse al haber finalizado su agua gaseosa, cuando Alex, tomó la palabra una vez más y le dijo a sus interlocutores: • Bueno, mirá Mauricio, vamos a hacer un trato. Ya sabés cuál es la “preferida”

de las imágenes y su Procesión de la Semana Santa para cada uno de nosotros. Al final de la Semana Santa, nos tenés que decir cuál es la imagen y la Proce que más te gustó y porqué. ¿Estamos? • ¡Estamos muchá! - asintió moviendo la cabeza de arriba abajo. En ese momento, se acercó al grupo una hermosa muchacha de ojos claros, blusa blanca y falda escolar a cuadros, que impactó la conciencia y la atención de Mauricio. Era BRENDA, la hermana menor de Rafa, a quien éste le presentó. Mauricio solamente alcanzó debido a su sorpresa, a responder con una sonrisa y un lacónico QUÉ TAL, el “HOLA, MUCHO GUSTO” que Brenda le expresó. La joven venía en busca de su hermano, que era solicitado en casa. Terminada la conversación, el grupo se desintegró. Esa noche de jueves durante la cena, Mauricio contó a sus abuelos acerca de la invitación para acudir el sábado a obtener un turno, y participar en la Procesión de San José del siguiente domingo. Sus abuelos lo felicitaron, pero le advirtieron acerca de la responsabilidad espiritual y el esfuerzo físico que demanda el participar en un cortejo de Semana Santa como “Cucurucho”. Se fue a descansar con cierta preocupación, entendiendo que se había metido en camisa de once varas, pero al mismo tiempo recordó la cara y los ojos claros de Brenda, sonrió y se quedó dormido…


Página 8 / Guatemala, 19 de FEBRERO de 2021

FILOSOFÍA

La religión como alienación Feuerbach

Ludwig Feuerbach (1804-1872) es uno de los grandes críticos de la religión. Para Feuerbach, la religión no es otra cosa que una creación humana. Pero esta creación no es un invento arbitrario ni un mero “engaño sacerdotal” destinado a estafar al pueblo. La religión es algo más importante: es una alienación de la esencia humana. En religión el hombre se enajena, pero esta enajenación es justamente la expresión de lo más grande y valioso que hay en el ser humano. La sabiduría, la libertad, la generosidad, el poderío, siendo atributos que en realidad pertenecen a la especie humana, son puestos por el hombre en

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un ser trascendental al que llaman Dios. Con esto, el hombre se empobrece, engrandeciendo a la divinidad. Para Marx, que fue hondamente influido por Feuerbach, esta crítica es muy valiosa, porque permite explicar cómo el hombre, en una situación de explotación y de miseria, busca realizar en el mundo celestial su verdadera esencia humana, en lugar de realizarla en la historia. (*) * González Antonio. Introducción a la práctica de la filosofía. Texto de iniciación. UCA Editores. San Salvador, 2005.

a religión, al menos la religión cristiana, es la relación del hombre consigo mismo, o mejor, con su ser esencial; pero una relación con su ser como un ser indiferente. El ser divino no es otra cosa que el ser humano, o mejor, que el ser del hombre separado de los límites del hombre individual, es decir, real y corporal; y objetivado, esto es, contemplado y adorado como otro ser distinto de él. Por esto todos los atributos de ser divino son atributos de ser humano. (...). Para enriquecer a Dios, el hombre debe hacerse pobre; para que Dios sea todo, el hombre no debe ser nada. Pero no tiene ninguna necesidad de ser algo para sí mismo, puesto que todo lo que él se quita, no se pierde en Dios, sino que se conserva (...). Todo lo que se sustrae a sí mismo el hombre, todo aquello de que se priva, goza por ello en Dios una medida incomparablemente más alta y más rica. (...) La religión es la actitud del hombre para con su ser -en eso reside su verdad y fuerza moral salvadora-; pero para con su ser, no como el suyo, sino como otro ser distinto de él y aun opuesto, y ahí reside su falta de verdad, sus límites, su contradicción con la razón y con la moral: ahí la fuente

funesta del fanatismo religioso, ahí el principio metafísico de los sangrientos sacrificios humanos. (...) Nuestra actitud para con la religión no es, pues, una actitud negativa, sino crítica; lo único que hacemos es distinguir lo verdadero de lo falso, aunque, ciertamente, la verdad contra distinguida del error es siempre una verdad nueva, diferente esencialmente de la antigua. La religión es la primera conciencia de sí del hombre. Santas son las religiones, precisamente porque son la tradición de esa primera conciencia. Pero lo que para la religión es lo primero, Dios es (...) lo último, pues Dios no es más que la esencia del hombre objetivada a sí mismo. Y lo que es último, el hombre, debe por lo mismo, ser puesto y proclamado como lo primero. El amor al hombre no debe ser un amor derivado, hay que hacerlo un amor originario. Sólo entonces resulta el amor una fuerza verdadera, santa y segura. Si el ser del hombre es el ser supremo del hombre, también en el orden práctico la ley suprema y primera debe ser el amor del hombre al hombre: Homo homini Deus est (el hombre es Dios para el hombre): he ahí el viraje de la historia del mundo. (Tomado de la Esencia del cristianismo, 1841)


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