Suplemento Semanal, 04/04/2021

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Adam Zagajewski, un poeta civil Hermann Bellinghausen

Las sombras del ángel: el arte plástico de Saúl Kaminer José Ángel Leyva

Italo Svevo y el tabaco Ricardo Guzmán Wolffer

SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 4 DE ABRIL DE 2021 NÚMERO 1361

Arte, literatura y erotismo: las apariciones de

MARGO GLANTZ Eve Gil


LA JORNADA SEMANAL

Portada: Rosario Mateo Calderón.

2 4 de abril de 2021 // Número 1361

ARTE, LITERATURA Y EROTISMO: LAS APARICIONES DE MARGO GLANTZ

ADAM ZAGAJEWSKI UN POETA CIVIL

En la narradora, ensayista, crítica literaria y académica mexicana de origen ucraniano Margo Glantz se encarna esa paradoja triste de nuestro medio intelectual: abundantemente galardonada por su labor, gracias a la cual goza de un merecido prestigio, el reconocimiento masivo como una de nuestras autoras vivas más relevantes pareciera huirle. Premio Nacional de Ciencias y Artes 2004 y FIL de Literatura en Lenguas Romances 2010, académica de la Lengua desde hace un cuarto de siglo, fundadora de la revista universitaria Punto de Partida, pero sobre todo autora de novelas como De la amorosa inclinación a enredarse en cabellos, El día de tu boda, Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador, entre otras, así como de los ensayos de crítica literaria Onda y escritura y Narrativa joven de México, recientemente Margo celebró sus primeros 91 años de vida; con el espléndido ensayo de Eve Gil en torno a su narrativa, en particular la novela Apariciones, nos unimos al festejo de una autora insoslayable.

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Adam Zagajewski. Foto: AFP / Miguel Riopa.

A

dam Zagajewski, el poeta polaco actual más conocido en el mundo, heredero de la gran tradición moderna de la poesía de Polonia (Herbert, Milosz, Symborska), nació en Lvov en 1945. Creció en Cracovia, donde estudió filosofía y se casó con la hermosa actriz Maja Wodecka. Por un tiempo emigró a París y Estados Unidos. Falleció el 21 de marzo de 2021, en Cracovia. Publicó sus primeros poemas en 1967. En 1968 también soplaban aires democráticos en la Polonia detrás de la Cortina de Hierro, aunque sin el alcance que tuvieron en Checoeslovaquia. Zagajewski fue parte de la Nueva Ola (Nowa Falla). Como a tantos jóvenes del mundo, no le quedó de otra que ser disidente. En los años setenta participó en el Comité de Defensa de los Obreros, y en 1976 el gobierno comunista le prohibió publicar. Comenzó a viajar a Occidente, donde fue bien

Hermann Bellinghausen ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

recibido, especialmente en Estados Unidos. Eso lo volvió una pieza más de la Guerra Fría, como ocurría por entonces con muchas figuras de la cultura que se resistían al comunismo prosoviético. Zagajewski se esforzó en desmarcarse del papel “disidente” que le asignaban allá y acá, concentrándose en una poesía civil y humanista. Su generosa obra se construye en cotidianidades y pensamientos claros, algo así como un José Emilio Pacheco. No extraña que dijera tener en Antonio Machado a su autor español preferido. Poeta, novelista y ensayista, ha sido ampliamente traducido en España en años recientes, sobre todo luego de recibir en 2017 el Premio Príncipe de Asturias. Una decena de libros suyos están en el catálogo de Acantilado, y algunos más en Pre Textos. Los poemas que aquí se aventuran en una traducción de la traducción, doble traición, pertenecen a Misticismo para principiantes (llevado al inglés por la reconocida traductora Clare Cavanagh, Faber and Faber, Londres, 1997) ●


LA JORNADA SEMANAL 4 de abril de 2021 // Número 1361

Misticismo para principiantes Adam Zagajewski

Refugiados

Noche

Doblados bajo cargas que a veces

Danza bellamente

se pueden ver y a veces no,

y tiene grandes deseos.

atraviesan en ocasiones pantanos

Busca el camino.

o la arena de los desiertos,

Llora en los bosques.

corvos, hambrientos,

La matan el amanecer, la fiebre y el canto del gallo.

hombres silenciosos bajo pesadas chamarras, vestidos para la cuatro estaciones, ancianas de rostro arrugado que ocultan algo bajo el rebozo ¿un niño, la lámpara de la familia, el ultimo trozo de pan? Podría ser Bosnia, Polonia en septiembre del 39, Francia ocho meses después, Alemania en 45, Somalia, Afganistán, Egipto.

Sobre la natación Los ríos de este país son dulces como la canción de un trovador, el pesado sol merodea hacia el oeste en amarillos vagones de circo. Pequeñas iglesias de pueblo

Siempre hay un vagón, o al menos una carreta llena de tesoros (una cobija, una copa de plata, el desvaneciente aroma del hogar), un carro sin gasolina botado en una zanja, un caballo (que pronto queda atrás), nieve, mucha nieve, demasiada nieve, demasiado sol, demasiada lluvia,

tienden un manto de silencio tan delicado y antiguo que un mero soplo podría rasgarlo. Me encanta nadar en el mar, que no cesa de hablar para sí mismo con la monotonía de un vagabundo que ya no recuerda exactamente cuánto lleva en el camino. Nadar es como una plegaria:

y siempre un andar desgarbado, como si pudiera irse a un mejor planeta, con generales menos codiciosos, menos nieve, menos viento, menos cañones,

las palmas se unen y separan, se unen y separan, casi sin fin.

menos Historia (pero ay, no existe tal planeta, sólo este desgarbo). Arrastrando los pies se mueven lenta, muy lentamente hacia el país de ninguna parte y la ciudad de nadie en el río de nunca jamás.

Versiones de Hermann Bellinghausen

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Bitácora personal de un artista plástico, pintor y escultor que ha explorado su ser a a través del psicoanálisis junguiano; que fue miembro fundador del grupo Magie Image en París, discípulo de Roberto Matta y conoció a Antonio Saura, Alberto Gironella, Carlos Fuentes y Sergio Pitol, y que se las vio de niño con un ángel que marcó su vida. Saúl Kaminer (Ciudad de México, 1952), declara así algunos de sus derroteros: “Me interesan las culturas y las místicas de esas culturas, desde la maya hasta la hebrea. Lo totémico y la sombra.” Mario Murua, Saúl Kaminer, Heriberto Cogollo y Eduardo Zamora integrantes del grupo Magia imagen, pintando la obra colectiva El circo.

LAS SOMBRAS DEL ÁNGEL: EL ARTE PLÁSTICO DE

SAÚL KAMINER C

José Ángel Leyva ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

ierro los ojos y dejo que el dibujo, a ciegas, trace el camino inicial sin ceñirse a un orden preestablecido, a un razonamiento previo, que responda únicamente al impulso de sombras incorporadas a mi organismo y a mi mente. Abro los ojos y llamo a otras líneas, más racionales y calculadas que las primeras, y comienza una trama de posibilidades gráficas y plásticas. Soy muy intelectual, o intelectualoso, con mi trabajo, reflexiono y analizo mucho mi obra, pero no a la hora de crearla. Permito que el inconsciente establezca una relación dialógica con la razón. Me gusta pensar que cada cuadro o cada pieza es como un mapa de acupuntura. Una vez definida su corporeidad busco los puntos más débiles, las zonas que requieren más atención y tensión, las que demandan más precisión y presión, las que exigen más carácter. Eso sí, cuando entra la pintura, cuando participa el color, todo se potencializa y entro en contacto con lo que no sabía que sabía. Las sombras son, desde el punto de vista de la Cábala y de la teoría de Carl Jung, partes no resueltas del ser, miedos, iras, frustraciones, etcétera. Aprendí a manejar mis sombras, a disolverlas o a integrarlas en mi discurso estético gracias al psicoanálisis junguiano al que me sometí durante diez años. Mi padre, Isaac Kaminer, provenía de Kobel, una ciudad localizada en Ucrania, que había pertenecido al mapa de Polonia; a su manera, fue un hombre amoroso y responsable. Mi madre, Ofelia Tauber, nació en Acámbaro, Michoacán, de padre austríaco y madre polaca. Era muy emotiva, yo le reclamaba

que no fuera capaz de controlar sus emociones, que se dejara arrastrar por ellas. Cuando falleció, me di cuenta de que yo era como ella. Al final de esos años de psicoanálisis y de la visita a los orígenes paternos aprendí a convivir con mis emociones, a aprovechar sus energías con fines creativos. Hoy, en mi madurez, dialogo sin temor con mis sombras y mis sentimientos. En mi infancia viví dos acontecimientos que dejaron huella en mí porque los viví como pasos de la luz a la oscuridad. Uno fue la embolia de mi padre a sus cuarenta años de edad –yo tenía dos años–, que lo acompañaría la otra mitad de su vida. Luego la mudanza de nuestra casa de Tlanepantla, luminosa, soleada y abierta, a un departamento en planta baja, oscuro y frío en la calle Mazatlán, en la colonia Condesa. Tenía cinco años de edad y tuve conciencia de las frecuentes discusiones y peleas entre mis padres en esa época. Una noche me desperté y vi una luz que inundaba la habitación. Era un ángel, con sus alas resplandecientes (el arquetipo de un ángel), que me venía a visitar. Fueron unos segundos y me tapé la cara con la cobija. Cuando me asomé de nuevo, ya no estaba. Mis hermanos, hasta la fecha, hablan de ese ángel que se me apareció en la infancia. Como sea, yo me he sentido protegido por él desde entonces. He realizado dos obras, en 2010 y en 2011, respectivamente, cuyo tema y título es Combate con el Ángel –no contra, sino con él. No lo volví a ver, pero lo interioricé. Siempre me atrajeron la cosmogonía prehispánica y la mística judía. Mi madre fue una mujer traba-


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Saúl Kaminer, Vuelo y esqueleto.

jadora en extremo, alegre, amorosa, que cargaba demasiadas responsabilidades; tanto, que de vez en cuando colapsaba. Ella fue un gran ejemplo de cómo sacar adelante una familia, cómo darle a la vida un sentido y compartir, incluso, lo que no se tiene. Fue una mujer amada por mucha gente porque creía en las personas y en lo que ella deseaba y quería. Cuando era niña y vivía en Acámbaro, salió con un crucifijo. Mi abuela la detuvo y le preguntó: “¿Qué llevas en las manos?” “Un crucifijo, voy a misa”, respondió mi futura madre. La abuela le recordó que ella era judía y no tenía por qué ir a misa. “¿Que es ser judía?”, respondió. Mis padres nos dieron, a mí y a mis hermanos, una identidad incluyente, una presencia del otro, de lo otro. Cuando entré a la prepa, todo me sorprendía. Yo venía de un medio muy protegido y de grupos escolares muy reducidos. Comencé a conocer la complejidad de México y a ver presencias que no me imaginaba, como la de los porros, que solían traer pistola. Me tocó asistir a una batalla campal entre los de la Prepa 4 y los del Luis Vives, y otra más ruda entre la prepa y los del Poli, que quedaba más arriba, sobre avenida Constituyentes. En el segundo año me tocó el ’68, pero yo no tenía aún conciencia política. Durante unas vacaciones, a punto de cumplir dieciséis años, un primo arquitecto me preguntó qué deseaba estudiar. Yo estaba entre la biología, la medicina y la arquitectura, y me invitó a trabajar a su despacho durante ese período vacacional, pero continué trabajando con él aún varios años y pasé de ayudante de dibujante a dibujante de planos, luego fui ayudante de residente de obra y finalmente residente de obra. Mi conciencia política comenzó en 1970, cuando ingresé a la universidad. Mi universo intelectual se amplificó considerablemente y entré a un psicoanálisis de grupo. Quería crear un laboratorio de arte para niños y empecé a leer toda la literatura latinoamericana, me alimentaba del marxismo althusseriano y de lecturas muy diversas. Estaba muy cercano a un grupo de la Facultad de Economía que hacía una revista y sus miembros coqueteaban con el maoísmo. Cuando vi la película Teorema, de Pasolini, no entendí nada, pero me di cuenta de que había otro mundo y yo necesitaba alimentarme de él. Comencé a viajar por México al tiempo que daba clases como asistente, y llegué a ser profesor en la UNAM. Fui de los alumnos fundadores del Autogobierno en la Escuela de Arquitectura. Ese período fue muy rico, poderoso, me abrió la conciencia a la otredad, a los diferentes Méxicos, a lo latinoamericano.

Una noche me desperté y vi una luz que inundaba la habitación. Era un ángel, con sus alas resplandecientes (el arquetipo de un ángel), que me venía a visitar. Fueron unos segundos y me tapé la cara con la cobija. Cuando me asomé de nuevo, ya no estaba.

Un balcón hacia el mundo ME FUI A PARÍS. Llegué al aeropuerto Charles de Gaulle el 27 de octubre de 1976. Fue un invierno muy duro y a los tres meses se me acabó el dinero porque me sorprendió allá una devaluación que me redujo los ocho meses que tenía planeados a tres. Yo empezaba a exponer en la galería de Estela Shapiro, pero no vendía nada. Me fui a las afueras de la universidad de Nanterre, puse una cobija en el suelo y desplegué sobre ésta mis camisas oaxaqueñas y guatemaltecas. Vendí algunas, pero al segundo día me corrieron; no está permitido el comercio ambulante. Con el dinero de la venta pude sobrevivir otras semanas. Allí comencé a tener una noción distinta del trabajo y del estatus. Aprendí a vivir con lo indispensable. Mis padres no me podían ayudar. Sin embargo, cada vez que se agotaban mis reservas, algo pasaba que impulsaba de nuevo mi economía de sobrevivencia. Tenía veinticuatro años y podía aguantar mucho. La galería Estela Shapiro comenzó a vender y a mandarme un poco de dinero, con eso logré montar una exposición de cerámica y pintura y empecé a vivir de mi trabajo. Con varios amigos latinoamericanos formamos un grupo: Magie Image, que se fue haciendo muy fuerte. Expusimos y entramos en ese medio artístico francés, que parece impenetrable pero es muy generoso. Roberto Matta fue nuestro tutor y amigo, nos apoyó mucho en todas nuestras actividades.

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Gunther Gerszo vino a mi taller y a mis exposiciones. Era un hombre muy vertical, profundo. Los surrealistas lo reinvindicaban como parte de ese movimiento, pero sobre todo porque fue amigo de Remedios Varo, de Leonora Carrington, de Wolfgang Paalen, de Benjamin Péret. París se convirtió para mí en un balcón hacia el mundo. Allí conocí a Antonio Saura, quien me invitó a comer y luego me presentó a los mexicanos Alberto Gironella, Carlos Fuentes, Sergio Pitol. Hice un viaje a la zona de Bretaña, donde conocí a Édouard Jaguer, un surrealista trotskista. El me introdujo al movimiento Phases, muy cercano al grupo Cobra. De hecho, Pierre Alechinsky formó parte de Phases. Jaguer, quien era mayor que yo como treinta años, visitó conmigo la FIAC (Foire Internationale d’Art Contemporain). Yo llevaba una visión de nuestro mundo plástico y de pronto me encontré con artistas de todos los continentes que exponían sus diferencias y semejanzas en un mismo espacio. Descubrí y asumí la gran diversidad estética. Alguna vez dije en una revista surrealista que mi columna vertebral es México, pero a mi identidad la cubren muchas pieles y cada una es una identidad que me nutre, que incorporo o se incorpora a mi conciencia. No defino mis identidades; las asumo, las ejerzo. Me interesan las culturas y las místicas de esas culturas, desde la maya hasta la hebrea. Lo totémico y la sombra. En Bali asistí a un teatro de sombras acompañado de música gamelán: de tambores metálicos, que dura hasta las seis de la mañana. Uno va y viene. Fue una experiencia muy reveladora. Ese teatro y la experiencia nocturna en Bali fue tema de análisis en mi larga permanencia junguiana. Lo totémico y las sombras son temas que atraviesan mi obra desde hace muchísimos años. Busco en las sombras mis propias interrogantes, signos que se reflejen en mi obra plástica. Sombras y oquedades se hacen presentes en la cerámica, en diversos soportes pictóricos y gráficos. Para mí la oquedad no sólo es un vientre sino el espacio mismo. Hay escultores que hacen figuras o formas llenas; en mi caso hago figuras o formas huecas. La arquitectura sigue viva dentro de mí, me demanda que todo lo que hago sea habitable, al menos visualmente. En la oquedad uno encuentra el silencio, la parte mítica de la forma, del volumen. Lo indecible está en el hueco y lo revelado en el volumen. La diferencia entre una obra decorativa y otra que no lo es, estriba sobre todo en que la pintura, incluso figurativa, va más allá de la imagen para no quedarse en la superficie, en publicidad. Por ejemplo en Gerszo. Siendo la suya una obra abstracta es a la vez dramática, posee cortes, tensiones, planos que nos dan ese carácter de profundidad y que impiden que se vea como una cosa plana, aunque esté hecha sobre una superficie. En 2001 hice un viaje a Ucrania para visitar la ciudad donde nació mi padre. Se llama Kobel y se encuentra a orillas del río Turiya; había pertenecido a Polonia con el nombre de Kowel. Fue una estancia de seis días y al séptimo me retiré. Un viaje-revelación. Comprendí los porqués de ese nudo en la garganta que le impedía a mi padre hablar cuando sus hijos le preguntábamos por su familia y su pasado. Desde ese momento todo cambió en mi discurso estético. Comencé a crear desde adentro hacia afuera, con generosidad, sin miedos ni inseguridades. Me puse en el primer plano de mi vida y abandoné la figura definitivamente. Me instalé en el plano de la abstracción, del diálogo, del juego, de la libertad creativa, como si un ángel me inspirara ●


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6 4 de abril de 2021 // Número 1361

LAunaDIMENSIÓN DESCONOCIDA: fascinación paranoica De los años treinta a los sesenta del siglo pasado, el género de la ciencia ficción tuvo un auge extraordinario y la serie televisiva La dimensión desconocida fue una protagonista indiscutible y memorable. En este sabroso ensayo se analiza el contexto cultural y político en que se desarrolló, así como los rasgos que la distinguían: humor, inteligencia, imaginación eficaz y atrevida, sarcasmo, pero también excelentes actores, guionistas y directores, que lograron que, en cada media hora de sus episodios, “todo fuera posible”.

A

Arriba: fotogramas de La dimensión desconocida/The Twilight Zone, 1959. Abajo izquierda: Fotograma de Soldado, episodio de Rumbo a lo desconocido, basado en un relato de Harlan Ellison.

mediados de los años sesenta del siglo pasado en México, La dimensión desconocida/The Twilight Zone, teleserie impulsada por Rod Serling, exhibía uno de sus mejores capítulos: Los monstruos están llegando a la calle Maple, que incluía las voces de espléndidos actores secundarios y de doblaje como Luis Manuel Pelayo, Antonio Raxel, Carlos Rotzinger y Magdalena Ruvalcaba –la voz de Morticia Addams (la bella Carolyn Jones en Los Locos Addams). En aquel relato, ambientado en un tranquilo suburbio, un extraño sonido y una falla de energía eléctrica alertaban al vecindario. La incertidumbre y el temor provocaban que cada uno sospechara del vecino, hasta que unos y otros acababan despedazándose ante la mirada burlona de unos extraterrestres que intuían la principal debilidad humana: la paranoia y la desconfianza… No es un secreto que tanto la literatura como el cine de horror y fantasía se trastocaron en géneros sobreexplotados y menospreciados por la crítica y un público que en ellos solía ver un enfermizo ejemplo de entretenimiento vulgar y corriente. Lo curioso es que algunas de sus propuestas formales y argumentales solían exponer inspiradas alegorías sobre la naturaleza del hombre y su potencial lado oscuro. Así lo demostró el género entre los años treinta y los sesenta del siglo pasado, reflejando a las sociedades de su momento y explorando sus fobias y temores. Sin embargo, la sangre, el sexo y la tecnología se impondrían conforme se acercaba el fin del milenio, y hoy en

Rafael Aviña ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||


LA JORNADA SEMANAL 4 de abril de 2021 // Número 1361

Fotograma de Black Mirror.

día el tufo de la corrección política se ha impuesto sobre el cine y la literatura de toda índole. Entre finales de los años cuarenta y la primera mitad de los cincuenta la audiencia estadunidense encontró en un cine de bajo presupuesto, y en breve en la televisión, un fascinante cultivo de los temas de la cultura popular en boga: las invasiones alienígenas, las mutaciones humanas y animales como reflejo de la era nuclear y los peligros de la Guerra fría; a su vez, la censura y la represión creativa como consecuencia del macartismo y el poder de los medios masivos. Eso coincidía con la historia del piloto aviador Kenneth Arnolds, quien aseguró ver nueve objetos voladores no identificados, así como el célebre incidente Roswell en Nuevo México, en 1947, que incluía la aparente autopsia de un alienígena. A su vez, la publicación de Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, en 1950 y filmes como El enigma de otro mundo (Christian Nyby y Howard Hawks, 1951) o Usurpadores de cuerpos (Don Siegel, 1956), y lo mismo la aparición del agente James Bond 007 en la novela Casino Royale (1953) de Ian Fleming, en un momento en que la tensión entre las dos superpotencias, el terror atómico y los adelantos científicos resultaba insostenible, avivaron la creación de una de las mayores y más inteligentes series televisivas.

La paranoia como nueva religión LA DIMENSIÓN DESCONOCIDA, El prisionero, Los invasores, Un paso al más allá, Rumbo a lo desconocido y otras series televisivas, no sólo se adelantaron a su momento, enfrentando en décadas pasadas las paranoias milenaristas que han corroído las entrañas de los medios masivos, desde la prensa y la radio al internet y las redes sociales. Programas que edificaron mitos, adoradores y detractores; una suerte de nueva religión cuyo verbo eran las conspiraciones que alimentaban sus tramas y premisas y que hoy se reflejan en otros espacios similares, como la nueva versión de The Twilight Zone o Black Mirror, con sus inquietantes mensajes cifrados. Cuando Rod Serling abría brecha en el campo del horror y lo fantástico con un punto de vista adulto a lo largo de cinco temporadas entre 1959 y 1964, Joseph Stefano –guionista de Psicosis (1960), de Alfred Hitchcock– arremetía con Rumbo a lo desconocido (1963-65). Así, enigmas de otros mundos

y pesadillas colectivas se trastocaron en protagonistas de increíbles episodios con fondo filosófico, por encima del simple efectismo del género. Series de misterio y terror fantástico vienen y van. Se crean, reproducen y mueren en un ciclo electrónico y de aceptación masiva. Ficciones ilusorias que pretenden captar la atención del público, sin éxito, debido a su falta de verosimilitud y su propensión al humor involuntario. De ese modo, centenares de proyectos terminan en el olvido y sólo unos cuantos se convierten en leyendas al paso de los años. En efecto, La dimensión desconocida, que ahora restrena TV Azteca en su Canal A+, los domingos a las 9 pm, sigue siendo el modelo para armar por excelencia de un género casi clandestino y ninguneado. A más de seis décadas de existencia, el serial no sólo mantiene su vigencia sino su liderazgo, pese a los avances tecnológicos en materia de imagen, las producciones millonarias y la apertura para tramas y situaciones antes impensables en la pantalla electrónica. Apoyado en un par de temas musicales que rayan en el delirio, compuestos por Bernard Hermann –compositor que va de El Ciudadano Kane a Taxi Driver– y Marius Constant, la teleserie abría con unas imágenes introductorias que mostraban un cielo que se tornaba oscuro, iluminado por estrellas titilantes, una dimensión no sólo de la vista y el sonido, sino también de la mente…

Todo es posible… ROD SERLING (1924-1975), escritor teatral y guionista de radio antes de formar parte del cuerpo de paracaidistas durante la segunda guerra mundial y, en breve, guionista de exitosos filmes como Réquiem para un luchador, Siete días de mayo y El planeta de los simios, fue el autor total de un concepto novedoso donde desarrolló de manera vanguardista su capacidad como productor y escritor de la mayoría de los episodios, narrador y presentador a cuadro (a partir de la segunda temporada), de esos capítulos de media hora en blanco y negro. Serling tuvo la audacia de rescatar temas de la ciencia ficción y, a su vez, algunos ambientes legados por un cine negro que emitía sus últimos suspiros, reciclando a su vez los mitos de los cuentos clásicos y las aterrorizantes fantasías de la era postatómica.

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Dios, el Diablo, fantasmas, alienígenas, asesinos conversos, seres inanimados que adquirían vida propia y la nostalgia por el pasado, poblaron el universo de esa zona crepuscular no exenta de sarcasmo y una ironía perturbadora, como aquel episodio en el que unos astronautas riñen por agua sin imaginar que nunca salieron de la Tierra, o aquel otro, centrado en una incursión de paz extraterrestre cuya Biblia titulada Para servir al hombre resulta en realidad un libro culinario para cocinar al ser humano, protagonizado por Richard Kiel –Mandíbulas en algunas cintas del 007 con Roger Moore–, doblado por Antonio González: la voz del indígena Toro en el serial El llanero solitario. Imposible olvidar episodios como Al fin, tiempo suficiente, protagonizado por Burgess Meredith en el mejor papel de su carrera, interpretando a un hombre con una severa miopía y voraz lector, reprimido por su cruel esposa (voz de Magdalena Ruvalcaba), que de pronto se convierte en el único sobreviviente de la Tierra debido a una “bomba H capaz de total destrucción”. El desolador final lo muestra con sus anteojos destrozados y abrumado ante los miles de libros de una biblioteca pública que jamás podrá leer, y cobra una fuerza mayúscula debido a la excepcional voz de un maestro del oficio y la actuación, como fue Carlos Riquelme. La historia de Marsha, en Fuera de horas/Después de hora, una mujer atrapada en una tienda departamental y en un piso inexistente, que resulta ser en realidad un maniquí con un breve permiso de salida: Anne Francis, con la voz de Rosa María Moreno –Ariel por su papel de Cuadro Femenino en La culta dama (Rogelio A. González, 1956). O aquel episodio con Barney Phillips en ¿Podría ponerse de pie el verdadero marciano?, como un terrible alienígena colonizador con tres ojos, que pasa como simpático dependiente de una fuente de sodas, con un destacable doblaje a cargo de Polo Ortín. La serie constó de 156 episodios y sirvió como plataforma para escritores de la talla de Charles Beaumont, Richard Matheson, e incluso Ray Bradbury; directores como Don Siegel o Richard Donner; futuras estrellas como Charles Bronson, Robert Redford o Martin Landau, y daría pie a varias versiones posteriores. En nuestro país: las cintas de episodios La puerta y La mujer del carnicero (1968) o Historias violentas (1984) y la obra de Isaac Ezbaz (Los parecidos, El incidente, Paralelo) se inspiran sin duda en La dimensión desconocida, al igual que la teleserie La hora marcada (1988-90). Pero, sobre todo, dio oportunidad de lucimiento a decenas de notables figuras de apoyo de nuestro cine y actores de doblaje, cuyas excepcionales voces remarcaban intenciones y enfatizaban situaciones. Además de los ya citados, entre otros destacan Narciso Busquets, Jorge Arvizu, Alberto Pedret, Julio Lucena, Sergio de Bustamante, Beatriz Aguirre, Amparo Garrido, Eugenia Avendaño, Alberto Gavira, Juan Domingo Méndez y, en particular, las insuperables voces de José Manuel Rosano, Ken Smith y Armando Réndiz, responsables de doblar al narrador Rod Serling. “Al igual que el crepúsculo que existe entre la luz y la sombra, hay en la mente una zona desconocida en la cual todo es posible; podría llamársele, la dimensión de la imaginación, una dimensión desconocida en donde nacen sucesos y cosas extraordinarias como lo que ahora verán a continuación. ¿Qué no es posible? Todo es posible en el reinado de la mente. Todo es posible en La dimensión desconocida…” ●


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8 4 de abril de 2021 // Número 1361

Arte, literatura y erotismo: las apariciones de

MARGO GLANTZ Nacida en Ciudad de México el 28 de enero de 1930, hija de un migrante ucraniano, la trayectoria de Margo Glantz ha sido ampliamente reconocida. Es investigadora, académica, ensayista, novelista y feminista, obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia en 1984, y el Premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2003. En este ensayo se habla de sus temas recurrentes: el erotismo, la sexualidad y la muerte.

Eve Gil ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

M

argo Glantz es de las escritoras contemporáneas más íntimamente tocada por Sor Juana. No hablo sólo de su innegable autoridad como “sorjuanóloga”, también del barroquismo de su narrativa, influenciada, supongo, por su devoto estudio de las monjas contemporáneas de Juana Inés, para quienes la escritura era una labor manual, asociada al bordado más que al intelecto. Mientras que en el varón del barroco la escritura era considerada un acto racional, ejecutado por la mano que sigue una orden directa del cerebro, en las monjas que redactaban sus experiencias místicas y domésticas bajo estricta supervisión de sus confesores, aquello era un acto, en el mejor de los casos, guiado por el espíritu cuando no por el instinto. La escritura de las monjas coloniales no tenía ni remotamente el valor de la caligrafía de las japonesas de la Era Heian (siglo XI occidental), y no pocas veces se les imponía como penitencia, aunque gran parte de esos escritos (que no carecen de interés, y eso lo sabemos hoy gracias a rescatistas como la propia Margo) fue destruida por los liberales a mediados del siglo XIX, “y a menudo […] desaparecieron como materia prima de los textos de los sacerdotes y prelados al considerar la escritura de las mujeres como una producción subordinada”. Traductora al español de Georges Bataille –cuya influencia sobre ella es, asimismo, notoria–; tercera mujer admitida en la Academia Mexicana de la Lengua, a la que ingresó el 21 de noviembre de 1996, Margo Glantz es ampliamente reconocida como investigadora, profesora y académica, autora de ficciones y feminista, campo en el que se desenvuelve con mariscal serenidad. Hay mucho de hedónico en su pasión literaria y en su método de escritura. Los ensayos más representativos de dicha estética han sido recientemente compilados por la joven escritora Ana Negri en la luminosa antología Cuerpo contra cuerpo (Sexto Piso, México, 2020). Pero mientras Margo documenta y nutre su feminismo, que en consecuencia la ha llevado a explorar intensamente el terreno del erotismo femenino, demostrando que la santidad y la castidad son formas alternas de expresión erótica – cuestión abordada novelísticamente en Apariciones–, lo mismo que el masoquismo y la elección del papel sumiso o de objeto que tanto atajan las feministas, no tiene pudor en exponer sus debilidades, que sería erróneo calificar de “femeninas” en una época en que los varones reconocen su atracción por la ropa, el maquillaje y los perfumes, dedicando memorables y divertidos relatos y ensayos a los zapatos –confesando de paso que ella, a través de su alter ego, Nora García, no

Margo Glantz. Foto: La Jornada / José Antonio López.

puede sentarse a escribir si no es calzada de hermosos zapatos–; ha escrito también sobre las dietas y los problemas domésticos, asuntos que, lejos de quedar en el plano de la frivolidad, trascienden en tanto materia filosófica y principio de estudios históricos y sociológicos: “La actividad culinaria o la actividad de la rueca son tan importantes en la historia como el descubrimiento del bronce o del hierro: tejer o bordar son actos definitivos, mucho más definitivos que producir una atómica.” (“La modernidad empieza con la aguja”)

De la irreverencia a la blasfemia erudita NACIDA EN CIUDAD de México el 28 de enero de 1930, Margarita Glantz Shapiro es hija de un inmigrante ucraniano, el también escritor Jacobo Glantz, que escribió poesía en yiddish y en español, y que también fue zapatero. Margo cuenta a Felipe Garrido su experiencia, terrible y enriquecedora a la vez, de convivir con padres que tenían costumbres distintas a las propias –aunque lo había escrito previamente en su novela Las genealogías–: “El yiddish era su idioma privado.


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Mientras que en el varón del barroco la escritura era considerada un acto racional, ejecutado por la mano que sigue una orden directa del cerebro, en las monjas que redactaban sus experiencias místicas y domésticas bajo estricta supervisión de sus confesores, aquello era un acto, en el mejor de los casos, guiado por el espíritu cuando no por el instinto.

Hablándolo me excluían. Ellos me impidieron que aprendiera su lengua nativa y así me sacaron de su intimidad. Mi lengua desde niña fue el español.” No aprendió, como Sor Juana, a leer a los tres años, sino hasta los seis, como la mayoría de los niños mexicanos. Casi al instante de aprender las palabras se rodeó de libros en la misma medida que de muñecas. Las genealogías –Premio Xavier Villaurrutia 1984–, novela autobiográfica que inicialmente se publicó por entregas en el periódico Unomásuno y aborda los conflictos de una familia judía rusa afincada en México, no sólo contribuyó a que la autora descubriera y comprendiera a esos casi extraños que eran sus padres, sino a llenar un importante hueco en las letras mexicanas, que entonces no contemplaban temas que tuvieran que ver con lo ajeno, lo forastero. “Mi padre se inició en el camino del exilio llevando sobre la cabeza una canasta con pan –se lee en Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador – […] Cuando mi padre andaba a caballo parecía un conquistador, o por lo menos eso pienso cuando veo las fotografías que de esa época mi madre conserva en nuestra casa, fotografías color sepia ordenadas en un viejo álbum traído desde Rusia…”

Desde su primer libro, la “novela dietética” Las mil y una calorías (1978), una constante en la escritura de Margo es esa especie de erudición irreverente que en la novela Apariciones se gradúa como blasfema. “La escritura y la sexualidad se ejercen siempre en espacios privados y por ello mismo susceptibles de violación, espacios secretos, sí, espacios donde se corre un riesgo mortal”, nos dice sor Lugarda de la Encarnación (¿o sor Teresa Juana de Cristo?), uno de los desconcertantes actores de esta novela, entregados casi siempre al éxtasis, sea sexual, místico o artístico. La pareja de amantes sin nombre que protagoniza la parte carnal de esta trinidad erótica, hace el amor casi todo el tiempo y su intimidad es invadida por los indiscretos ojos de una niña de blusa blanca y pantalones azules, hija de la mujer. Las monjas barrocas, en tanto, se flagelan pugnando por alcanzar la santidad con empeño idéntico con el que aquellos persiguen el orgasmo. Finalmente la escritora que enfrenta su escritura en la misma forma en que la mujer enfrenta la tiranía sexual del amante; y las monjas, la de Dios: dispuesta a cualquier cosa que ella, La Escritura, le pida… por aberrante que sea. El ejercicio de los amantes consuma la blasfemia mayor al involucrarse la carne con la espiritualidad y la creatividad –que para Margo, lo reafirma en diversos ensayos, son indisolubles–, a través de las cuales se manifiesta el alma. Se trata de una novela harto inquietante, tanto en forma como en fondo, pues Margo, desde su apasionada curiosidad por el cristianismo que la ha llevado a convertirse en estudiosa de la hagiografía, otro de sus campos de estudio, no se limita a escribir una novela tradicionalmente erótica, sino que revoluciona el espectáculo de la carne al fusionarla con el intelecto y el espíritu; explora minuciosamente ese orgasmo del alma factible de lograrse a través del martirio, un martirio susceptible de confundirse con masoquismo, lascivia de la humillación. Nos dice su personaje, Nora Pasternac: “En el instante de la pérdida y la desposesión en el que el sujeto se abandona al otro. Este abandono al otro, inmanente, es lo que separa a los amantes del erotismo de los místicos.” El rastro, novela finalista del Premio Herralde de Novela 2002 y Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2003, parece retomar a la narradora de Apariciones, que también se llama Nora aunque de apellido García. La misma Nora García que en Zona de derrumbe acude a practicarse una mastografía y en Historia de una mujer… reflexiona a partir de su cotidianidad y de su gusto por los accesorios femeninos. Aunque el tono narrativo de El rastro es muy semejante al de Apariciones, el conflicto es distinto pero complementario: el amor y la muerte, circunstancias en las que la autora indaga hasta las últimas consecuencias, como en todo. La historia empieza con la llegada de Nora al velorio del que fuera el amor de su vida, Juan (como se llama también el gran amor y esposo de la Nora de Historia de una mujer…),

situación que inevitablemente la hace hurgar en la memoria, sitiada por la estrofa del tango que todo lo resume: la vida es una herida absurda. Juan, pianista y director de orquesta, ha muerto por un mal cardíaco. El corazón, ese órgano que se complementa con la razón para crear arte, pero porfía en trabajar de forma independiente cuando de pasión se trata, se vuelve centro de la reflexión de Nora, exesposa de aquél, traicionada al parecer. Como en Apariciones, arte y erotismo van aunados, aunque esta vez con el dolor nostálgico que precede a la muerte del amante: “Como el corazón, el soneto se cierra sobre sí mismo, jamás puede salirse de su marco, así se trate del vapor que la pasión hace asomar a los ojos, creo que gracias al efecto de la combustión –una mezquina combinación térmica–, el corazón puede deshacerse en lágrimas, romperse, destruirse. La forma del soneto es muy parecida a la del corazón, este delicado instrumento cerrado sobre sí mismo que cuando se desborda ocasiona la muerte del cuerpo –en este caso particular, la muerte del cuerpo de Juan– y también la muerte del poema.” Sólo a través del arte (las novelas rusas, Rousseau, Bach, Beethoven, o el desgraciado Pergolesi, que tras un abucheo durante el estreno de una ópera de su autoría, siente un ramo de rosas que es arrojado a sus pies), Nora le encuentra sentido a la pasión amorosa que, si bien terminará dejando un boquete sangrante en el alma (otra de las innumerables metáforas de ese corazón), será flexible entre las manos del artista, que hará de ella un soneto, una sinfonía o, como en este caso, una novela. Margo escribió El rastro como sobre un pentagrama, a la manera de un tango, donde el dolor se goza, se repite una y otra vez como un estribillo pegajoso, la vida es una herida absurda, y brota como la sangre del corazón de Natasha Filipovna, bajo la saña del despecho. “escribir se convierte así en un acto sagrado, el remate de la mutilación, o mejor dicho, de la marca corporal que al transcribirse al lienzo, al borde del lagrimal, a la piedra o quizá a ese sudario que llevan bajo el brazo los dolientes, inmortaliza.” (“El fin del milenio”, La polca de los osos) ●


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10 4 de abril de 2021 // Número 1361

A LA SOMBRA DE JUAN O’GORMAN O CUANDO LA NOVEDAD FLOTA EN EL AMBIENTE El primer edificio moderno en México. Las casas gemelas de Paul Artaria y Hans Schmidt, Juan Manuel Heredia, Arquine, México, 2020.

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Xavier Guzmán Urbiola |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

finales de 2020, la editorial Arquine hizo circular El primer edificio moderno en México. Las casas gemelas de Paul Artaria y Hans Schmidt, libro escrito por Juan Manuel Heredia, que es modesto para tamaña revelación que contiene en sólo cuarenta y ocho páginas. Al leerlo se ven sus otras cualidades: es provocador y fascinante. “En la historiografía de la arquitectura mexicana el funcionalismo radical de Juan O’ Gorman muchas veces se presenta como el episodio más importante en la génesis de la arquitectura moderna del país.” Heredia definió así su propósito. Por lo tanto, “este libro pretende corregir un equívoco y restituir a estas casas el lugar que deberían ocupar”. Bien investigado, escrito y expuestos sus argumentos, el autor logra que el lector se rinda a sus razonamientos, pues contrasta las casas que se encontraron en la esquina sur poniente de San Borja y Gabriel Mancera, con la que O’ Gorman “supuestamente construyó para su padre” y poco después con las que “levantó para Diego Rivera y Frida Kahlo”, las cuales fueron pensadas más como “experimentos teóricos”. En este punto diré que, al estudiar este libro, me encontré citado entre los investigadores que destacan a O’ Gorman en la historiografía, así que me concierne fijar una postura. En el trabajo de Heredia puede encontrarse una semblanza completa de estas peculiares casas gemelas: los clientes (un hermano y una her-

mana, inmigrantes suizos, casados con otros dos hermanos de igual nacionalidad); el encargo del proyecto a un despacho radical del grupo ABC de Basilea; la solución modulada que combinó una fachada casi ciega hacia la calle de San Borja, con otra abierta al jardín unida por una gran terraza al sur; la forma en que las construyeron a distancia, pues sus creadores nunca vinieron a México; el constructor, quien las levantó adecuando el proyecto a los recursos y materiales locales; el análisis de la obra con base en planos de época y reconstruidos, así como fotos formales y familiares; la manera en que sus dueños las habitaron durante tres generaciones; la fortuna crítica de que gozaron (Hannes Meyer, el segundo director de la Bauhaus, las fotografió y escribió sobre ellas); la vida que ahí se desarrolló (el destacado pedagogo suizo Edwin Zollinger, padre de los dueños, ya jubilado, las habitó y alternó sus lecturas de El Quijote con la escritura de sus últimos libros, uno evocador de los paisajes helvéticos, pero redactado al contemplar el Ajusco, el Popo y el Izta); su costo (30 mil pesos de 1929), considerando que aún con los obscuros vaticinios de la crisis de aquel año, 780 servían para adquirir un Ford T; las modificaciones que sufrieron; cuando, cómo y por qué las demolieron para construir una clínica del IMSS hacia 1975 y, finalmente, su honrosa genealogía posterior, pues Schmidt fue admirado por el arquitecto italiano Aldo Rossi. Mucha de la información anterior era desconocida, al menos para mí. Es un


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Imágenes de las Casas Gemelas de Artaria y Schmidt. Fotografías: Hannes Meyer, 1941. Archivo ETH, Zurich, Hans Schmidt.

libro revelador, con una tesis sólida, sugerente y, por consecuencia, amerita, como lo fue, haberlo impreso bilingüe. Sin embargo, el fresco desafío de Heredia a repensar nuestra historia afirmando tajante que, en tanto O’ Gorman “atravesaba” la colonia Del Valle, al viajar de San Ángel al centro de la capital, entre 1928 y 1930, “podía apreciarlas” sin “pasarlas por alto” y debieron “haberlo sorprendido” (lo cual no creo que pueda probar), pronto da paso a la prudencia académica: “es posible”, “quizás”, “muy probablemente precedieron y pudieron servirle de referencia e inspiración directa”. Por fortuna, esta cautela le sirve también para reflexionar con mayor sutileza las implicaciones de sus aseveraciones conceptuales. Por lo expresado y por la mención que se hace a uno de mis trabajos, sugiero el siguiente razonamiento. En Los sonámbulos, Arthur Koestler

describió dos formas de inteligencia: la “némica”, que es la común a los seres humanos y consiste en aplicar aquellas “recetas” que se aprenden a lo largo de la vida para solucionar problemas similares. Procede por acumulación de datos y asociación. Así, consiste en ampliar, tanto como se es capaz, un arsenal de réplicas y matizarlas para contar con la más indicada ante la circunstancia parecida. Es memorística. Por contraste, la “eidética” es excepcional, casi milagrosa, y se caracteriza porque aquellos pocos que la poseen brindan respuestas novedosas ante circunstancias igualmente desconocidas, al menos hasta ese momento. Es creativa. Se tiene entonces, por un lado, un par de obras en las que sus proyectistas y constructores por supuesto enfrentaron sus encargos a partir de su asimilación de soluciones novedosas previas, en un momento y circunstancias similares. Obvia-

mente, los dos dieron respuestas parecidas. Fueron en ambos casos “némicas”. Sin embargo, una de esas obras se mantuvo en pie cuarenta y seis años, a pesar de lo cual casi no gozó de impacto entre el público interesado, mientras la otra, aunque alterada, sencillamente por su longevidad, irradió una influencia descomunal, proyección que llega hoy al culto. Felicidades por este libro y sus revelaciones. Acierta el autor cuando afirma que el tema merece análisis más profundos. ¿O’ Gorman publicitó sus casas más que Schmidt y Artaria las suyas? Y tal vez ¿ocultó esa influencia? Esto y otros muchos asuntos para mí ahora es obvio que deben estudiarse. Sin duda, con esta nueva documentación y hallazgo nuestra historia se enriquece. Ojalá también nuestra reflexión se dignifique. Más allá de sus afirmaciones cortantes, esta es en realidad la atrevida y rescatable provocación de Heredia ●


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12 4 de abril de 2021 // Número 1361

HISTORIA DE UN PIANO Romance en tres patas, Katie Hafner, Elefanta Editorial/Universidad Veracruzana, México, 2020.

Alejandro Badillo |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

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lenn Gould es el epítome del genio excéntrico, dedicado a la perfección de su arte. El pianista nacido en 1932 en Toronto, Canadá, llamó la atención desde muy joven gracias a sus interpretaciones de autores como Beethoven, Mozart, Brahms y, sobre todo, Johann Sebastian Bach, compositor prolífico cuyo legado incluye, entre otras obras, las famosas Variaciones Goldberg publicadas en 1741. Para muchos expertos, Gould redefinió la música de Bach, a quien dedicó gran parte de su carrera. Además, las composiciones le sirvieron como un vehículo para encontrar el sonido perfecto. La primera imagen que viene a la mente cuando se habla de Gould es la de un pianista encorvado, con los dedos volando sobre su instrumento, sentado en una silla muy pequeña y destartalada que, por cierto, ahora se puede ver protegida tras un cristal en la Biblioteca Nacional de Canadá. Se ha escrito mucho sobre Gould quien, con el tiempo, se convirtió en un personaje mítico que aún atrae a melómanos de todo el mundo. Incluso es conocido por personas que no son aficionadas a la música clásica. Romance en tres patas, libro de la periodista Katie Hafner (Nueva York, 1957), es una nueva aproximación a este intérprete y, al mismo tiempo, una exploración de las historias que hay atrás del genio. A través de una extensa investigación, la escritora nos cuenta la infancia del pianista y su vertiginoso ascenso a la fama. Sin embargo, acompañando a Gould hay otras dos biografías que se entretejen: la del piano CD 318 fabricado por la empresa Steinway y la del afinador casi ciego Vern Edquist, que colaboró con el intérprete en los momentos más brillantes de su carrera. La humanidad siempre ha sido seducida por la omnipotencia de los genios, sobre todo cuando pertenecen al ámbito artístico. Hay un aura casi mística que los rodea y los vuelve seres poco menos que sobrenaturales. Sin embargo, en muchos casos hay un trabajo colectivo que sostiene y potencia la labor creativa. Katie Hafner tiene el tino de abordar las historias que suceden tras los aplausos que recibe un pianista como Gould. Gravitando alrededor de él, en un espacio y lugar diferente, sucede la biografía del CD 318. ¿Qué cosas nos puede contar un objeto tan complejo y especializado como el piano? En primer

lugar, tenemos la narrativa de Estados Unidos en buena parte del siglo XX. Los creadores de los pianos Steinway –migrantes alemanes que buscaron innovar en sus productos– son el ejemplo ideal del famoso sueño americano y, también, de un tipo de fábrica que valoraba el trabajo artesanal de sus obreros, antes de que la producción de pianos se transformara por la tecnología y la automatización. A través de la minuciosa crónica de Hafner conocemos las manos que trabajaron la madera del instrumento, colocaron las cuerdas y el sistema de percusión. El “alma” del Steinway, esa cualidad casi mágica que reverenciaba Gould, nació gracias al talento de los obreros que tenían distintos tipos de formación y cuya labor era significativa para sus vidas, más allá del salario que recibían. La otra historia fundamental que cuenta Hafner, la del afinador Vern Edquist, es igualmente importante para abordar el genio de Gould. Para los legos en el tema, un técnico que trabaja en un piano no tiene el aura de grandeza de un intérprete. El mundo actual ha mecanizado muchas de las actividades que, antaño, eran realizadas con lentitud y a mano. Edquist, sin exagerar, contribuyó a moldear el sonido de Gould. Ambos personajes fueron un par de alquimistas en búsqueda del sonido fundamental, aquel que había generado Bach en el siglo XVIII y del cual se sentían herederos. La conjunción del piano CD 318, el afinador y el intérprete es una de las cumbres artísticas del siglo XX. Este entramado colectivo lo podemos apreciar no sólo en cada pasaje de las Variaciones Goldberg, sino a través del brillante libro de Katie Hafner ●

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SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA

ALICE GUY

LA OLVIDADA PRIMERA CINEASTA


Arte y pensamiento

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Las rayas de la cebra / Verónica Murguía

Querer escapar SI ALGO HE aprendido este año es que internet es más fuerte que yo. La anomia y el consumismo más desganado me devoran buenos pedazos de vida, como a millones. A veces miro el reloj y descubro, melancólicamente, que he tirado a la basura dos horas de mi existencia mirando fotos de Demi Moore desfilando por una pasarela en Italia. Quedó con cara de marciana, pero eso no me interesaría normalmente. A mí, la verdad, que Demi Moore se haya arruinado la boca con cirugía me importa un rábano. ¿Cómo llegué a estar, a las dos de la mañana, con los ojos resecos y ganas de irme a dormir, examinando las sucesivas metamorfosis faciales y corporales de una actriz que no me llama la atención? Y más: ¿por qué compré un metro de gasa verde? ¿Por qué me asomé a leer por qué una mascarilla hecha con bicarbonato y leche te quita los barros? ¿Qué me importa todo eso? Hasta hace tres años me resistí como el gato proverbial: sin smartphone, con poca disposición para asomarme a internet y sin redes. No me había hecho selfies, no tenía Whatsapp o había participado en un Zoom. En mi haber no había una sola videollamada. Ignoraba, y me parecía fantástico no saber, qué era una app. Ese logro minúsculo me enorgullecía, sobre todo cuando miraba a mi alrededor y me fijaba cómo el teléfono había sustituido las conversaciones, los cigarrillos, las caras de aburrimiento y la lectura. Pocos saben ahora cómo aburrirse o soñar despiertos. Y es muy posible que en medio de una ráfaga de tweets o de intercambios en Facebook, algunas personas estén tan solas como si estuvieran aisladas. La cantidad de energía, emoción y hasta dinero que las redes reclaman a sus usuarios, son casi las mismas que exigen las relaciones verdaderas, con la diferencia de que, detrás de la pantalla, lo que hay son circuitos y una irradiación humana muchas veces falseada. No sé dónde leí que las redes fueron diseñadas para servirnos, no para que nosotros les sirviéramos a ellas, pero tanta gente vive para hacerse videos y luego esperar los likes, que me temo que es obvio quién sirve a qué. Ni el triunfo de Trump, ni el asalto al Capitolio, así como la valerosa resistencia de los ciudadanos de Hong Kong a las imposiciones de China o aquí mismo, las movilizaciones feministas, hubieran sido posibles sin las redes. Y después de un año de cuarentena, misma que caldeó todavía más los ánimos de la vida social y política, parecería que no hay escapatoria: son una arena donde se dirimen cosas fundamentales, aunque las reglas de participación no sean claras y todo el mundo haga bullying. Esta conclusión no es nueva, ni es sólo mía, pero hay que revisarla Yo, en cuanto avance el programa de vacunación, pienso retirarme gradualmente del Zoom y regresar a mi caótica rutina. No sé cómo responderá mi ánimo. Me he dado cuenta, eso sí, de que mi cerebro se ha entorpecido debido a la falta de conversación “presencial”. El otro día, en ocasión del cumpleaños de una amiga muy querida, en medio de una conversación por Zoom, le pregunté algo así como “¿Qué querrías que pasara?” y, sin dudarlo, me respondió “Que desaparezca internet.” Esta persona es muy inteligente, culta y talentosa. Es novelista, mantiene un blog y depende de internet para muchas cosas, entre ellas su comunicación visual conmigo. Nos quedamos calladas un segundo. Las dos somos afectas a buscar la ironía en las situaciones, así que la evidente contradicción de decir por Zoom, “Quiero que esto no exista”, nos quedó clara. Por otra parte, la cuarentena hubiera sido mucho más dura sin internet. ¿Sería mejor que desapareciera? ¿Cómo sería el mundo sin ella? Ignoro cuál es la respuesta. Seguro tiene que ver con el sentido común y con la capacidad, cada vez más debilitada por el encierro y el desamparo, de discernir. Yo quiero usar internet para muchas cosas, pero estoy más allá del gorro de que internet me tripule a mí ●

Lourdes Pérez Gay ,2018. Foto: La Jornada / Guillermo Sologuren.

La otra escena / Miguel Ángel Quemain

Lourdes Pérez Gay, un homenaje para las infancias EL FIN DE semana pasado se hizo un homenaje a los cincuenta años de trayectoria de Lourdes Pérez Gay y Marionetas de la Esquina, del recorrido de Mascarones hasta la enorme aventura que emprendió con uno de los mayores titiriteros del siglo XX mexicano, el exiliado argentino Lucio Espíndola, hasta la apertura de ese espacio/escuela/taller/ teatro que es la Titería desde 2014. Me parece muy importante reconocer a Lucio Espíndola porque forma parte no sólo de una aventura escénica, sino también de ese exilio argentino al que le debemos tantos maestros. Un reconocimiento justo sería una retrospectiva y un libro sobre su arte mayor, que no sólo enriqueció nuestro paisaje teatral, emocional y mental, sino también fundó una escuela, y pienso que eso es lo más importante de su legado, ahora nuestro; es fundamental que mexicanos continúen esa tradición, que ha permitido comprender y sentir al unísono. Como parte de ese reconocimiento coincidimos en plantear la necesidad de que a Lourdes se le reconozca este año con el Premio Nacional de Ciencias y Artes y forme parte del Sistema Nacional de Creadores; que sea una manera de garantizar la continuidad de un proyecto tanto de ella como nuestro, porque se ha convertido en un patrimonio de México. Esa propuesta no sólo trata de reconocer a una persona sino todo lo que irradia, que es la pasión decidida por la calidad y la propuesta firme de un ejercicio visionario de los temas que convirtió en actualidad mucho antes de que se debatieran en la arena pública: el duelo infantil ante las múltiples pérdidas, la interrupción del embarazo, las corporalidades, lo femenino y los feminismos, las tormentas de la adolescencia y su marginación. Insisto en que va más allá de lo personal. Un reconocimiento así sería el inicio de unas políticas públicas que coloquen a las infancias en la transversalidad más honda. Si bien las mujeres han salido a las calles, han tomado la palabra, uno de los sujetos más lastimados no sólo por la pandemia sino también por el modelo

de familia que padecemos son los niños. La violencia intrafamiliar y los asesinatos diarios cuya cifra espeluzna, máxime si imaginamos esos cuerpos infantiles caídos (a un lado de las mujeres asesinadas muchas veces está el cadáver de un niño), son parte de un enorme fracaso social, de las religiones dominantes y el Estado. Eso sin contar con la orfandad creciente. Por eso, basados en la Ley general para niños, niñas y adolescentes, se hace necesario una autocrítica y un complemento para corregir los múltiples fracasos e insuficiencias del sistema educativo que, en esta contingencia, tuvo una enorme deserción, una incapacidad para integrar en un modelo solvente a profesores y padres de familia. Es indispensable incorporar un modelo artístico a la práctica educativa. El quehacer de Lourdes Pérez Gay ha sido de una libertad absoluta en el modelar, sostener y hacer crecer una compañía enemiga de la esterilidad, el abuso y el maltrato del que hemos sido y continúan siendo víctimas niños y adultos. Es muy difícil encontrar opciones de entretenimiento, reflexión y comunicación, en la confianza de que no saldrás defraudado y en silencio; ese silencio que es una de las formas de castigo a la que te condenan los niños cuando los has llevado a ver un espectáculo humillante y estúpido. Pasan los años y vivo ese teatro como formas aforísticas, poéticas, plásticas. Los títeres son de una factura única; transmiten un gesto lo suficientemente feliz para que el titiritero lo haga sonreír, lo suficientemente ensimismado para transmitir un estado dubitativo. Son grandes educadores en el ejercicio difícil de diferenciar nuestras emociones y sentimientos. Es significativo que sea en El Milagro donde tuvo lugar este homenaje. Creo que es un territorio de enorme solvencia moral y artística. El homenaje entre colegas de este calibre es el mejor premio, pero está pendiente el reconocimiento del Estado a una precursora de las libertades de las mujeres y de una narrativa que pone el rigor artístico y moral por encima de todo ●


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14 4 de abril de 2021 // Número 1361

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Prosaismos / Orlando Ortiz

Laura la de Acuña (I de II) ES POSIBLE QUE quienes se han tomado la molestia de leer mis más recientes columnas, hayan detectado que están orientadas a rescatar del olvido a algunos cuentistas, la mayoría del siglo XIX y principios del siglo XX. Autores que siendo joven, o no tanto, leí, me gustaron y guardé un grato recuerdo de sus letras. Ahora saqué de mi librero esos libros y, además de releer esos cuentos, he procurado documentarme un poco más sobre la vida de tales autores. Y es que tengo la malísima costumbre de leer las obras y no procurarme más información sobre los escritores. Como que en eso tengo el mal hábito de quedarme con la impresión de las letras, gustarlas y no pasar más allá, tal vez por un absurdo temor de enterarme de que era un hijo de la chingada o algo similar, lo que podría restarle sabor a lo leído. En esta ocasión me propuse escribir a propósito de Simplezas, cuentos de Laura Méndez de Cuenca. Me llevé el primer chasco cuando consulté el Diccionario de escritores mexicanos editado por la UNAM y no encontré ninguna entrada para Laura Méndez de Cuenca. Fui al Diccionario Porrúa de historia, biografía y geografía de México, la edición que tengo es de 1964, y a Laura Méndez de Cuenca le dedican un párrafo de más o menos veinte líneas, en las que consignan su labor educativa y desempeño periodístico, pero de su obra literaria sólo consignan su novela Espejo de Amarilis (publicada por entregas), Simplezas y “Cuentos cortos en periódicos de la época”. No más. Ningún comentario que orientara sobre las características de su obra, su matrimonio con Agustín F. Cuenca, al que se considera uno de los precursores del modernismo. En opinión de José Emilio Pacheco, la poesía de esta mujer tiene tal grado de perfección que puede decirse que es la única discípula de Ignacio Ramírez. ¿Por qué el vacío en torno a su literatura? Al parecer, porque fue “novia” de Manuel Acuña, con el cual tuvo un hijo que murió de pulmonía pocos días después del suicidio del poeta. No fue “Rosario la de Acuña”, eso está más que comprobado, pero entonces ¿por qué ese bloqueo a su persona y su obra? La verdad es que procuré averiguar más al respecto, pero no he podido despejar la interrogante. Sí, fue una precursora del feminismo en nuestro país, también fue muy importante su papel en la educación, sobre todo de párvulos, pero no menos lo fue su ejercicio en la poesía y la narrativa. Para mí prevalece la incógnita, a pesar de los espléndidos trabajos de Leticia Romero Chumacero, Ana Rosa Domenella y Luzelena Gutiérrez de Velasco, Pablo Mora y otros investigadores de “peso completo”. También hay estudios e investigaciones sobre sus aportes a la educación y su desempeño en encuentros internacionales de pedagogía, incluso a propósito de sus epístolas y otros escritos. Sin embargo, insisto, para mí no queda claro el motivo de haber sido ignorada por muchos años. En fin, eso quedará para mentes más audaces y agudas que se empeñen en desentrañar el enigma. ¿Por qué rescaté de mi librero Simplezas? Porque tenía muy vivo el recuerdo de esa lectura, la fluidez de los relatos, su economía, la perfección estructural, la engañosa “simplicidad” y su lenguaje espléndido mas nunca afectado o retorcido, más bien de una tersura asombrosa en su complejidad. Porque hay textos que se deslizan con suavidad asombrosa y te envuelven con su ritmo y armonía. Al releer los cuentos confirmé aquella impresión y también que no se quedan ahí sus virtudes. De inmediato me remitió a otra gran escritora española, la Condesa de Pardo Bazán, también de alguna manera relegada en su momento por sus contemporáneos y también precursora del feminismo. Hasta donde sé, nunca perteneció a ninguna capilla; tal vez sea ese el motivo de su marginación. Nunca asistió a las tertulias en casa de don Juan de la Peña y Margarita Llerena, padres de Rosario la de Acuña, aunque ahí estaban todos los vates de la época que aspiraban a sus encantos, desde los más jóvenes hasta los más viejos. Pero esa es otra historia y de los cuentos de Laura Méndez de Cuenca escribiré en mi próxima columna ●

Epitafio Nana Isaía

Y ahora ni siquiera sé por qué se dio la batalla perdida. Para qué verano de luz oscura. Cuál destello de severa percepción. Pasan nubes por mis manos. Lluvias gotean de mi cabello. Parece que vengo de alguna inagotable estación de lágrimas. En sonidos jeroglíficos escucharía que me hablas. Casi epitafio. O casi como Esfinge. Pero sin la solución del enigma De la batalla que se dio para perderse. ¿Por qué de veras?

Nana Isaía (1934-2003), cuyo nombre verdadero era Panaiota-María Isaía, estudió Letras en Londres. Trabajó como secretaria del primer ministro de Grecia, Konstantinos Karamalís (1959-1963), luego estudió pintura y expuso su obra a nivel nacional en seis ocasiones. Es autora de diez libros de poemas y cinco novelas. Tradujo obras de Susan Sontag, Sylvia Plath, T. S. Eliot, Hermann Hesse y Thomas Mann. En 1981 recibió el Segundo Premio Estatal de Poesía; representó a Grecia en el IV Festival Europeo de Poesía, en Lovaina, Bélgica, y en la reunión anual de poetas del Pen Club, en Lisboa, Portugal (1996). Poemas suyos han sido traducidos al inglés, francés, húngaro, italiano y finlandés.

Versión de Francisco Torres Córdova


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Bemol sostenido / Alonso Arreola

T : @LabAlonso / IG : @AlonsoArreolaEscribajista

Stravinski, cincuenta años sin su fuego ÍGOR FIÓDOROVICH STRAVINSKI tuvo tres nacionalidades: rusa, francesa y estadunidense. Vivió en cinco países distintos: Rusia, Francia, Estados Unidos, Suiza e Italia. Pasó por dos grandes guerras y múltiples conflictos bélicos. El día de su muerte –que precisamente la semana que comienza cumple cinco décadas de acaecida– tenía ochenta y nueve años de edad. Tal longevidad le permitió sumarse a distintas escuelas de pensamiento; pisar gran parte del orbe interpretando o dirigiendo su música; convencer –convencerse–de que lo hecho había valido la pena y de que su mayor y único “fracaso”, en realidad, se convirtió en el máximo legado de su imaginación. Nacido en la San Petersburgo de 1882, Stravinski comenzó su vida académica estudiando Derecho, pero poco después se inclinó hacia la música siguiendo los pasos de su padre quien fuera cantante de ópera. Muy temprano destacó su talento, excitado luego por las clases del legendario Rimski-Kórsakov, uno de los más notables compositores de la historia rusa. A partir de allí su ascenso fue acelerado. Contaba veintiocho años cuando entregó El pájaro de fuego a Sergéi Diáguilev, fundador de los Ballets Rusos, cantera de grandes bailarines y coreógrafos. En los tres años siguientes presentaría junto con él Petrushka y La consagración de la primavera... Y aquí nos detenemos, lectora, lector. No podemos –no debemos– seguir amontonando nombres con semejante peso y significado. Hagamos pausa. Pregunta: ¿se lo imagina escribiendo La consagración a la edad de treinta años? Parece imposible que ese profuso entramado saliera de quien apenas se interna en la madurez, ya no artística sino vital. La complejidad de la historia que la inspira (ritos paganos, sacrificios humanos); el reto que implicó para los bailarines involucrados en la coreografía de Nijinsky; las dificultades que supuso construirla con tan agresiva sustancia rítmica; la afrenta para oídos inexpertos en disonancias que se impactaban sobre los decorados de Nicolás Roerich; la renuncia a los roles convencionales en los instrumentos de la orquesta y, claro, el valor para estrenarla en el Teatro de los Campos Elíseos de París –durante su primer viaje al extranjero–, allí donde sucedería lo que tantos historiadores han mitificado. Hablamos de los abucheos, jalones y discusiones de un público dividido que esa noche asistía, sin saberlo, a uno de los grandes momentos del arte occidental. Se dice que Ravel y Debussy (pianista durante los ensayos) defendían a su amigo mientras Saint Saens gritaba que era un farsante y la diseñadora Coco Chanel, claro está, quedaba arrobada. Una aproximación a ello se mira en la película de 2009 Coco Chanel & Igor Stravinsky –basada en la novela Coco & Igor, de Chris Greenhalgh–, vehículo interesante para aproximarse al ambiente artístico de Europa a inicios del siglo XX, cuando se diera su encuentro amoroso. Siguiendo con el cine y pese a las ediciones que recortan la partitura original, lo que hiciera Disney con pasajes de Fantasía unidos a La consagración de la primavera nos sigue pareciendo notable. Otra pieza cinematográfica que subraya la trascendencia de la obra de Stravinski es Rhythm is it!, un documental que captura el trabajo de la Orquesta Filarmónica de Berlín y de su director Sir Simon Rattle en el año 2004, mientras impulsan a doscientos cincuenta adolescentes de escuelas públicas, no relacionados con el arte, para que bailen La consagración en vivo. El encargado de la titánica tarea fue el coreógrafo Royston Maldoom. El resultado es transformador para los chicos, para los músicos y para los asistentes. En fin. Muchas otras cosas se podrían decir sobre ese monumento aéreo que comienza con un solo de fagot y que dinamita toda convención en las dotaciones tímbricas, sorprendiendo compás tras compás con su carácter plástico y profundidad. Pero ya no hay espacio. Y qué bueno. Vaya y escuche por favor la versión de La consagración con Daniel Barenboim y la Staatskapelle Berlin. Celebre a Stravinski y a sus pájaros de fuego. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos ●

Cinexcusas/ Luis Tovar @luistovars

La saliva y el pinole o no me toquen ese vals (I de II) EL PASADO JUEVES 25 de marzo, doce empresas agrupadas como “Distribuidores Independientes de Películas”, a través de un mensaje abierto al Senado de la República, se manifestaron “preocupados” por la iniciativa de Ley cinematográfica actualmente en discusión dentro de la propia Cámara de Senadores. Desde su perspectiva, y en apretado resumen, dicha Ley: a) “privilegia solamente a la llamada producción independiente, por encima de los otros participantes de la industria”; b) ellos corren “el riesgo de no seguir contando con los espacios de exhibición” con los que actualmente cuentan “sus” películas, al ser desplazados “por la cuota de películas mexicanas que se propone”; c) “se generaría una afectación a la población en general, pues dejarían de exhibirse películas de varias nacionalidades y que son del gusto del público mexicano”.

Amenazas, medias verdades y mentiras varias A RENGLÓN SEGUIDO, los “Distribuidores Independientes” explican la naturaleza y el cometido esencial de sus empresas y ponderan su importancia, sobre todo económica, pero también en cuanto al acceso “a la cultura y el esparcimiento”, para dar pauta a la primera y más o menos sutil amenaza: si la Iniciativa de Ley es aprobada, se pondrán en peligro inversiones que ascienden a mil millones de pesos, así como los miles de empleos directos e indirectos que producen. Afirman, contundentes, que “todos estos recursos se generan de las inversiones que hacen nuestras empresas arriesgando nuestro capital privado, sin apoyo del Estado”, con lo cual incurren en su primera mentira o, si se quiere, verdad a medias: es cierto que invierten su dinero, pero es falso que carezcan de apoyo estatal, pues al menos uno de los abajofirmantes ha recibido recursos de un programa específicamente creado para apoyar la distribución cinematográfica. En apoyo a su postura, dan cuenta de las cantidades y porcentajes de distribución

que les ha correspondido en la última década; hablan de casi doce decenas de filmes anuales, para un treinta por ciento de “la oferta total del mercado”, para decirlo con sus propias palabras, y de entrada citan algunos títulos que han compuesto dicha participación, entre los que se incluyen Melancolía, Un asunto de familia, Guerra fría, La mujer que cantaba, El secreto de sus ojos, La bicicleta verde y Una mujer fantástica, de siete diferentes países. Ese enlistado, abundante y convenientemente irreprochable, se presenta con un propósito equívoco, por decirlo con amabilidad: apoyar al falso silogismo de que si la Iniciativa de Ley pasa y se promueve la exhibición de filmes mexicanos en los términos que se proponen, será casi, o de plano imposible, que películas como aquéllas puedan ser vistas en México; algo así como “si no las distribuimos nosotros, nadie lo hará”. No parece que los “Distribuidores Independientes” hayan percibido la naturaleza de tiro en el propio pie de su siguiente enlistado, incluido con el mismo propósito autoelogiador: entre muchas otras cintas, a ellos les debemos haber visto El lobo de Wall Street, La La Land, Zona de miedo, El código enigma y Los juegos del destino, es decir, “un número importante de ganadoras del Premio Oscar”. Inclusive soslayando el hecho de que estas últimas, por montones de causas, son antípodas de las que integran la primera lista, queda claro que si no las hubiesen tomado los “Independientes” lo habría hecho alguien más, precisamente debido a que en la mayoría de los casos se trata de películas de eminente corte comercial, o bien susceptibles de generar ganancias económicas en virtud de contar con el respaldo mediático del Oscar, de modo que el membrete “independiente” va quedando cada vez más diluido. Empero, quizá con el propósito de que nadie los llame apátridas, también ejemplifican la manera en que han “apoyado” la distribución de cine mexicano, con una lista que de nuevo implica cuando menos medio tiro en el pie. (Continuará.)


LA JORNADA SEMANAL

16 4 de abril de 2021 // Número 1361

Ricardo Guzmán Wolffer

Italo Svevo y el tabaco como vehículo universal Italo Svevo.

En la pluma de un gran escritor como Italo Svevo (1861-1928) el tema del consumo de tabaco en cualquiera de sus formas, pero sobre todo en cigarrillos, adquiere relevancia intelectual y por supuesto social. En ese marco de ideas, aquí se discute el uso y abuso de las drogas “legales” y los posibles desaciertos de la censura.

I

talo Svevo (Italia 1861-1928) es uno de los mejores autores de su generación. Famoso por sus novelas, como La conciencia de Zeno, en la recopilación Del placer y el vicio de fumar se acopian varias de sus menciones sobre cigarros, cigarrillos y tabaco, hechas en varios de sus libros y artículos. Escritor de las costumbres de las altas clases sociales europeas, los problemas de sus personajes con fumar, dejar de fumar y cómo hacerlo se vuelven pretexto para hablar de temas más generales. Si el tabaco es uno de los placeres individuales, Svevo lo relaciona con otros. Desde las escapadas amatorias con una organizada fémina que recibe a sus “clientes de cigarrillos” ciertos días y en horas específicas, hasta el peculiar placer de dejar el cigarrillo una y otra vez, internación y fuga de una “casa de salud” de por medio. Su pluma excepcional permite ver la trascendencia de eso que parece no tenerla. Si hoy se ha legalizado el uso lúdico de la marihuana y ha comenzado el largo camino para replicarlo con otros narcóticos, el texto de Italo sirve, de entrada, como muestra de la antigua mirada sobre el tabaco: más un capricho que una adicción capaz de provocar enfermedades mortales. El actual tratamiento para dejar de fumar es muy distinto del que narra el autor, quien es aislado en un cuarto con todas las comodidades para que no tenga oportunidad de fumar. Sin embargo, un poco de dinero y brandy para su “enfermera” le abren el camino para salir caminando y regresar muy divertido al lado de su mujer, quien tampoco se toma a mal la peculiar broma del fumador. El cigarrillo es oportunidad para hablar de la comunicación marital. En otro texto leemos las promesas de novios que el joven le hace a la futura esposa: dejar de fumar. Fumar es ocasión de hablar sobre los hombres casados de cierta edad, que buscan unos momentos con esta mujer joven que sabe cómo atenderlos. Fumar también sirve como vehículo social. Lejos quedaron los tiempos donde, en aviones y trenes, se asignaban áreas para fumadores. Impensable entonces limitar, incluso en zonas abiertas, lugares para fumadores, hoy prohibidos en cualquier espacio cerrado de acceso público; lo cual, por cierto, apenas ha incidido en la disminución de fumadores. Prohibición por vencer para adolescentes desinformados o reto a soportar las recaídas físicas para adultos fumadores, el tabaco llama a muchos. En una pandemia que llama a la reclusión, fumar en solitario, sin ser

visto por menores, es una posibilidad inamovible para millones. El uso de tabaco, droga legal estigmatizada desde hace décadas por los posibles efectos en fumadores pasivos, cada vez nos recuerda más la manera en que los Estados inciden en la vida privada. Si hoy se avisa en cines y plataformas que las películas o series contienen personas fumando, con la misma importancia con que se informa la exposición de violencia o sexo explícito, bajo la necesaria prevención del tabaquismo en menores de edad, en México tales medidas chocan con la falta de una política pública que no sólo prevenga el consumo de drogas ilegales, sino también impida su siembra, venta y exportación. Se atacan películas y personajes de fantasía con argumentos de cuidado social, cuando en la realidad mueren miles de personas en todo el país por conflictos directos de la delincuencia organizada, vendedora de drogas que provocan daños irreversibles a niños y adolescentes, capaz de introducir cigarrillos con sustancias de pésima calidad para venderse fuera de establecimientos y sin pago de derechos. Si el uso del tabaco es vigilado en manifestaciones artísticas y culturales, confiemos en que la censura no señale también a los artistas fumadores, como Svevo, quien elogia largamente los placeres de leer y fumar, y no vayan a retirarse de la oferta de consumo sus obras, como ha sucedido con películas otrora consideradas magníficas, hoy tildadas de racistas o promotoras de conductas indebidas, en medio del culto a la personalidad mediática, donde parecen importar más los blogueros y youtubers (hasta puestos de elección popular se les ofrecen) que quienes ofrendan la vida en la sisífica lucha contra el Covid.-19. Es inolvidable el legislador, exministro de la Suprema Corte, que presentó (y obtuvo) una suspensión de amparo para fumar dentro de la Cámara de diputados con la Ley contra el uso del tabaco ya vigente. Por un lado, Svevo se preocupa en voz de sus personajes por dejar de fumar, para dar ejemplo a su descendencia y para no soportar enfermedades físicas; pero por otro explica lo bien que le saben los cigarrillos fumados bajo el engañoso lema de ser “el último”. Su hábil pluma logra antojar al lector a probar esos cigarrillos que a él le resultan de una exquisitez casi gastronómica. Svevo logra un eficaz llamado a la autodefinición: somos lo que decidimos, mientras asumamos las consecuencias ●


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