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Xirau:

ramón (1924-2017)

vivir es filosofar Fanny del Río

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 10 de septiembre de 2017 ■ Núm. 1175 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

El regreso a lo sagrado Tres textos de Ramón XiRau

Juan Ramón Jiménez y el centenario de Platero y yo Juan Domingo Argüelles Los trabajos del ocio Juan Manuel Roca


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Juan Ramón

RAMón XiRAu: viviR es filosofAR

Jiménez Juan Domingo Argüelles

En 1939, cuando tenía sólo quince años, llegó a México en

CELEBRACIÓN DE LA TRANSPARENCIA Y PROFUNDIDAD LÍRICAS DEL LIBRO MÁS FAMOSO DEL PREMIO NOBEL DE LITERATURA 1956, A LOS PRIMEROS CIEN AÑOS DE SU EDICIÓN.

calidad de exiliado; en 1946, a sus veintidós, comenzó a dar clases en la Facultad de Filosofía de la unam ; a los cuarenta publicó su célebre Introducción a la historia de la filosofía, libro de cabecera para generaciones completas de estudiantes, y desde entonces Ramón Xirau se convirtió en una figura emblemática no sólo del exilio español ocasionado por la Guerra civil, sino del medio intelectual mexicano en su conjunto. El nacido en Barcelona en la segunda década del siglo pasado también fue, además de catedrático y filósofo, editor y poeta. Con la semblanza escrita por Fanny del Río, una de sus innumerables discípulas, y con tres textos breves del propio Xirau, le decimos hasta siempre a quien fue un Maestro en toda la extensión de la palabra.

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

Juan Ramón Jiménez

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n la Navidad de 1914, en una edición reducida y dirigida especialmente a los niños y los jóvenes (Madrid, Biblioteca de la Juventud), se publicó por vez primera, el hermoso y más famoso libro de Juan Ramón Jiménez, Platero y yo. Juan Ramón Jiménez (1881-1958) ya había concluido este hermoso libro de poemas en prosa (una casi novela en estampas líricas) que constaba de 136 capítulos o estampas. Luego, para la edición definitiva de la que ahora se cumple un siglo (pues apareció en 1917), añadiría dos más, escritos y fechados en 1915 y 1916. Para la edición destinada al público infantil y juvenil (que le solicitó expresamente el editor) escogió 63 capítulos, es decir 63 poemas en prosa, incluyendo por supuesto el primero, con el que arranca esta obra inolvidable y en el cual nos presenta al hoy famoso burrillo al que inmortalizó con la siguiente descripción poética: “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro./ Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: ‘¿Platero?’, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...

Come cuanto le doy./ Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, lo higos morados, con sus cristalina gotita de miel...” Desde esa primera edición especialmente hecha para el público infantil y juvenil, Platero y yo llamó la atención y comenzó a forjar la fama de gran poeta de Juan Ramón Jiménez. Uno de los primeros juicios que escuchó su autor fue el de su amigo y maestro Francisco Giner de los Ríos quien, en su lecho de muerte, con voz suave, le dijo: “Es perfecto. Con esta sencillez debía usted escribir siempre. Es perfecto. Pero no se envanezca.” Refiere Manuel Bartolomé Cossío, amigo de Juan Ramón Jiménez, que lo acompañó en esa visita, que el agonizante Giner de los Ríos tenía en su cómoda, apilados, un montón de ejemplares de Platero y yo y que al entrar ellos lo primero que les dijo señalándoles aquellos libros fue lo siguiente: “Sí, ya he regalado muchos ejemplares desde Nochebuena. Este año mi regalo ha sido Platero...” ¡Y qué gran regalo para cualquier lector y no únicamente para los niños y los jóvenes! Porque hay que decir que Platero y yo no es en realidad un libro exclusivamente para niños y jóvenes, como a veces se cree o como se pensó desde el momento de aquella primera edición destinada al público infantil y juvenil. Platero y yo es un libro para todo público, que pueden leer y comprender (en parte) los niños, pero la edición completa de la más famosa obra de Juan Ramón Jiménez apareció en enero de 1917 (Madrid, Editorial Calleja), con los 136 capítulos originales, escritos entre 1907 y 1914, más los dos añadidos (“Platero de cartón” y “A Platero, en su tierra”), que corresponden a 1915 y 1916. A partir de esta edición completa, la fama de Juan Ramón Jiménez tuvo que estar unida a la del burrillo de sus poemas. Es el libro más sencillo y más humilde del autor (no, por cierto, su mejor libro), pero también es el más célebre dentro de su bibliografía y el que más lectores le dio. Aún hoy Platero y yo se reedita en diversos idiomas y es el libro por excelencia del ganador del Premio Nobel de Literatura en 1956. Cuando la Academia Sueca decidió concederle el máximo galardón de las letras universales lo hizo con las siguientes razones: “Por su poesía

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Portada: La maestría del pensamiento Ilustración de Daka

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en el centenario de

Platero y yo lírica que, en lengua española, constituye un modelo de alta espiritualidad y pureza artística.” Hay quienes han llegado a decir que la poesía de Juan Ramón Jiménez es espléndida, pero exclaman que ¡cómo es posible que dedicara todo un libro a exaltar la hermosura de un borrico! Lo dicen porque, sin duda, no han leído el libro, y si lo leyeron no lo comprendieron. Platero y yo (cuyo subtítulo es Elegía andaluza) no trata sobre un borrico, Platero y yo es la autobiografía lírica de Juan Ramón Jiménez y es la crónica poética de Moguer (en España, en Huelva, en Andalucía), el lugar natal del poeta. En Platero y yo, Platero no es exactamente el protagonista del libro, sino el acompañante del autor que junta su mirada a la del burrillo para observar y describir las maravillas de Moguer: su gente, su paisaje, sus costumbres, sus ritos, su cielo, el habla especial de sus paisanos, etcétera. Platero es una metáfora de Moguer, lugar de burrillos que, como Platero, pasan por este mundo llenos de poesía inadvertida. Platero y yo es la autobiografía de Juan Ramón Jiménez, y el burrillo es un símbolo universal de Moguer, su tierra. Y Platero existió realmente, como muchos saben, y fue enterrado en Fuentepiña (casa de campo a dos kilómetros de Moguer), al pie de un pino grande

que sigue creciendo junto al pesebre del burrillo. La fuerza expresiva de Platero y yo va siempre entrelazada a la emoción sencilla y humilde con la que Juan Ramón Jiménez vio y nos hizo ver la naturaleza: el paisaje y los animales, el cielo y sus azules, las flores y sus maravilloso colores y, por supuesto, el alma de las personas que, en su mejor expresión, podría llegar a tener el alma simple de un noble bruto. Recordemos que, en el último capítulo que Juan Ramón Jiménez agrega a su obra, en 1916, le dice a su compañero: Un momento, Platero, vengo a estar con tu muerte. No he vivido. Nada ha pasado. Estás vivo y yo contigo. Vengo solo. Ya los niños y las niñas son hombres y mujeres. La ruina acabó su obra sobre nosotros tres –ya tú sabes–, y sobre su desierto estamos de pie, dueños de la mejor riqueza: la de nuestro corazón.

Platero y yo es un libro sentimental (porque es romántico), pero nunca cae en la cursilería. Platero y yo es un libro delicado y estricto. Hermoso en su lenguaje, ceñido en su expresión, y más complejo en su sencillez de lo que muchos imaginan. Digámoslo otra vez: no es un libro sobre un burro; es una obra poética, autobio-

gráfica, sobre el corazón y el sentimiento de los hombres que pasan por esta vida acompañados de la naturaleza y, en medio de ésta, de los animales que a veces parece que tienen conciencia y espíritu, por su nobleza. Vale reiterar algo: aunque Platero y yo se publicó por vez primera en una edición exclusiva para el público infantil y juvenil (63 capítulos de los 138 de los que consta la edición definitiva), este libro no es exclusivamente para niños y jóvenes. En la edición de 1914, el autor escribe una breve “Advertencia a los hombres que lean este libro para niños”, con lo cual ya plantea de entrada una ironía que despeja inmediatamente: Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para... ¡qué sé yo para quién!... para quien escribimos los poetas líricos... Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien!/ ‘Dondequiera que haya niños –dice Novalis–, existe una edad de oro’. Pues por esa edad de oro, que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a su gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca


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A PROPÓSITO DEL “DÍA MUNDIAL DE LA PEREZA” QUE DESDE HACE TREINTA Y TRES AÑOS SE CELEBRA EN ITAGÜI, ANTIOQUIA, COLOMBIA, Y QUE SE LLEVÓ A CABO RECIENTEMENTE.

Juan Manuel Roca

los

trabajos del Trabajar cansa Cesare Pavese

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uando me invitaron a hablar sobre el ocio pensé en mi maestro Bartleby, el escribiente de Melville, y en responder como ese inusitado especialista en dejar pasar las cosas: “preferiría no hacerlo”. Pero mi buen sentido de la paradoja me llevó a pensar que no estaría mal gastar el tiempo escribiendo sobre el ocio, trabajando para explicar el malestar del mundo laboral, como lo hacen esos teóricos que escriben volúmenes de mil páginas para hablar de la brevedad. Esas contradicciones me resultan conmovedoras, como me ocurre con Tom Hodgkinson, director de la revista El Vago, que hizo en casi trescientas páginas el excelente libro Elogio de la pereza, un “manifiesto definitivo contra la enfermedad del trabajo”, como reza su antetítulo. Si por Hodgkinson fuera, quebrarían todos los complejos industriales donde se fabrican relojes despertadores. Me resulta esclarecedor y edificante su estudio porque se trata de un prontuario seguido a la moralina del trabajo como único motivo para ejercer esto que pomposamente llamamos la vida. “Vale más, cuando amanece el día, el eructo de un bohemio que el rezo de un hipócrita”, decía Omar Khayyam, el poeta y matemático persa del siglo xii , tan afecto a la ingesta de vino y a la ingesta de ocio.

Solamente a quienes han hecho del aburrimiento una religión se les puede ocurrir que el trabajo sea además de práctico algo que dignifica al hombre. Un laborar por lo general mal asalariado no puede verse como un hecho de vitalidad o de plenitud. Sin embargo, en muchos rincones del mundo se levantan esculturas y loas a ese tipo de trabajo pero por parte alguna se ve un monumento al ocio, diga usted una gran montaña de heno para el descanso, una gigantesca hamaca para pastorear nubes, atriles en los parques para leer el paisaje, etcétera. Pero, de cualquier manera, con el tema del ocio hay que irse con cuidado. El verdadero, el más elevado ocio no tiene que ver, en puridad, con el nohacer, aunque resulte tan atractiva la divisa taoísta de “no hagas nada y todo está hecho”, sino con el hacer del trabajo desalienado, ése que no busca rentabilidades ni ganancias, el ocio creativo que tiene como epicentro una suerte de carpe diem sin beneficios ni retribuciones. Ya algún pensador anarquista prevenía ante “un par de hechos”. Por un lado, ante el trabajo mecanizado y sin interés individual y, por otro, frente a la “prefabricación del tiempo libre”.

II El tiempo libre gobernado por las fuerzas del consumo que se despliegan desde la pantalla del televisor o desde los juegos de video o del cine vacuo y el entretenimiento, es proporcional en su alienación al trabajo como servidumbre, sólo que en esas instancias la servidumbre tiene como monarca al aturdimiento, como

vasallaje al bostezo disfrazado de descanso. Muy lejos están los usos del tiempo libre que tenía el flaneur, el paseante sin destino que hacia 1839 era dueño de un transcurrir moroso. Walter Benjamin recuerda en el Libro de los pasajes que en esa época “se consideraba elegante sacar a pasear a una tortuga”. Voy a tejer, desde las horas de mi inacción, reflexiones hechas por grandes creadores en torno al ocio. Espero no ser acusado de apoyarme en un pensamiento derivativo o parasitario propio de un perezoso, pues he empleado en este pequeño trabajo más tiempo que el que emplea un industrial, un gerente o un presidente en jugar al golf o en esgrimir su incansable lengua en un consejo comunitario, mucho más tiempo que el que emplea un latifundista en contar sus hectáreas poco antes de dormirse sobre unos laureles que, curiosamente, algunas veces no logran cubrir unas manchas rojas parecidas a lo que de manera eufemística algunos llaman el líquido vital... Chuang Tzu, el espléndido poeta chino, le otorga a la inacción el origen de todo. Y un filósofo, ya no oriental y por tanto menos amante del vacío como epicentro del mundo, Hobbes, le asigna al ocio el papel de madre de la filosofía. Bertand Russell, a su turno, afirmaba que “ser capaz de ocupar inteligentemente los ocios es el último producto de la civilización”. Quizá ese gran anhelo de llenar de inteligencia los ocios haya sido lo que llevó a Jean Arthur Rimbaud a plasmar en su “Mala sangre”, uno de los más estremecedores poemas en prosa de Una temporada en el infierno, a lanzarnos como una pedrada esta camorrera y levantisca asevera-


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ocio ción: “Me horrorizan todos los oficios. Patrones y obreros, todos plebe, innobles. La mano que maneja la pluma vale tanto como la que conduce el arado. –Qué siglo de manos.” Se puede hacer una paráfrasis del canto de Ezra Pound sobre la usura, a la que califica como un pecado contra la naturaleza, para trasladarlo a una reflexión sobre el ocio. Con usura, dice Pound: “el tallador de piedra es alejado de su piedra/ el tejedor alejado de su telar/... La usura mella la aguja en la mano de la doncella/ y detiene la habilidad de la hilandera”. Lo mismo podría decirse de la ausencia de ocio. Sin ocio, paradójicamente no se talla la piedra, sin ocio, aguja y mano no se encuentran de manera amorosa en el telar. De otra parte, hay que entrar a considerar que antes que el oficio más antiguo y conocido sobre la tierra, que para algunos fue el ejercicio de la prostitución y para otros el oficio desempeñado por un ángel conserje, un ser de luz que a la vez cumplía el rol de espía y vigilante de los posibles desafueros sexuales de Adán y Eva en el Paraíso, fue el oficio de contadores de nubes, muy seguramente ejercido por “nuestros primeros padres” en el precario ábaco de sus dedos, si tenemos como cierto que en la holganza del perdido Edén todos los días de la semana debieron de ser domingo. Un largo y bostezante domingo. En realidad, no es necesario que nos vayamos tan atrás en el tiempo, ni mucho menos a la primera mañana de la historia en la que un trozo de barro sublevado dejó de serlo para convertirse en hombre por los designios divinos.

Paul Gauguin, Nevermore O Taïti, 1897

Bastaría ubicarnos en una época más cercana para recordar que en el siglo xiv el hábito de no hacer nada fue ejercido por un hombre tan despierto como Giovanni Boccaccio, un extraordinario escritor afincado en una región de Italia en la que existía la legendaria Academia del Ocio, un círculo de amigos y soñadores al que perteneció y en el que mantuvo una fecunda e inactiva membresía. Sin el ocio, sin su invisible y fecundo trajinar por la imaginación lejos de las demandas pragmáticas del día, posiblemente Giovanni Bocaccio no nos hubiera dejado aquel prodigio de su Decameron, como tampoco si el Comendador de los Creyentes, Harum Al Rashid, no hubiera tenido tiempo y lugar para recostarse en un diván a escuchar durante mil y una noches los cuentos de una mujer llamada Sherezada, y ya sabemos la catástrofe que puede sobrevenir si se calla la fabuladora. Nada más deplorable que ver cercenada una cabeza capaz de soñar e imaginar, una testa capaz de crear, desde el descreído mundo nuestro de cada día, otros mundos fabulados y, a lo mejor, menos perecederos. Por algo los poetas escaldos, que eran tan ociosos que se dedicaban con furor a metaforizar todo lo que vieran en el mundo, llamaban a la cabeza de manera un tanto cómica “la fragua del canto”.

III No tiene nada de bello el trabajo, caballeros, ni de noble, cuando esos preceptos son dictados desde el ocio patronal por los negreros de turno. Es más bello lo que

“Tomo una decisión , la anulo y me acuesTo .” cioRan no tiene utilidad, y más noble y más alegre, sin duda alguna. De ahí que sea tan apreciable la sentencia de John Ruskin: “Recordad que las cosas más bellas de este mundo son las más inútiles; por ejemplo, los pavos reales y los lirios.” No por dañarle el caminado a Ruskin valdría la pena prevenir acerca de los pavos reales cuando se vuelven tocados de reinas de belleza y sobre los lirios de exportación que, almacenados por obreras que ni tiempo tienen de percibir su aroma en esos horribles galpones de plástico que hoy invaden nuestros campos, están a boca de jarro de dormir en un florero. Es decir, vale la pena prevenir contra la explotación de los pavos y del lirio por el hombre. Ya el camarada Jesucristo lo había dicho con su verbo poético en el “Sermón de la montaña”: “Contemplad el crecer de los lirios en el campo: ellos no trabajan ni hilan, y sin embargo, yo os lo digo, Salomón jamás estuvo, con toda su gloria, tan brillantemente vestido como ellos.” Hay una hermosa y cruel sátira escrita por Kafka titulada “Josefina la cantora o el pueblo de los ratones”, que tiene que ver, al decir del estudioso de los aforismos kafkianos Werner Hoffmann, con la idea del ocio, de ese “facilitar la vida al hombre”. En medio de los desigue

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safinados conciertos de Josefina los oyentes, léase el pueblo, toman un segundo aire como ocurre en los recesos del trabajo. Kafka lo manifiesta de esta manera: “Aquí, en las escasas pausas que hay entre las luchas, sueña el pueblo; es como si en el individuo se aflojaran los miembros, como si al que no tiene tranquilidad se le permitiera extenderse y estirarse a placer sobre el vasto y cálido lecho del pueblo.” Parece ser la del escritor checo una analogía sobre el trabajo coercitivo, sobre el presidio fabril. Aflojar los miembros es lo propio del ocio, aún del ocio mental, y una forma de dudar del alardeo de la fuerza, del sudor de la frente y del despliegue muscular. Pero podemos ir más allá en esta aventura del ocio, en la exaltación de sus trabajos silenciosos. El resabiado pensador rumano e . m . Cioran, escribió en un aparte de su Breviario de podredumbre que “los desocupados captan más las cosas y son más profundos que los atareados; ninguna empresa limita su horizonte; nacidos en un eterno domingo, miran y se miran mirar. La pereza es un escepticismo fisiológico, la duda de la carne. En un mundo transido de ociosidad, serían los únicos en no hacerse asesinos.” Hay una palabra que de entrada debería estar en el diccionario del ocio: la palabra sueño. Y dado que el soñar es un material propio de la naturaleza creadora, cómo no recordar con verdadera unción que el poeta francés Saint Paul Roux, cuando se iba a dormir, colgaba en el pomo de la puerta de su habitación un cartelito que decía: “Silencio, el poeta trabaja.” Era aquella una manera sencilla y subversiva de señalar que el sueño reemplaza en el poeta lo que en otros se llama disciplina. Eso lo corroboraría nada menos que el doctor Jonhson cuando afirmaba que “los momentos más felices de la vida de un hombre son los que pasa despierto en la cama por la mañana”. Otra cosa es la relación conflictiva que estableció el Creador o, por lo menos, el mayordomo del Paraíso, entre el ocio y el deseo. Si el no-hacer desemboca en el interés por la piel del otro, sería mejor buscarle al hombre un trabajo, alejarlo de su deseo de romper las prohibiciones, que es lo propio de la desocupación. Así parece establecerlo nuestro mayor cronista, Luis Tejada, cuando afirma que “en todas las mitologías el trabajo es considerado como una maldición del cielo. El hombre, desde las edades remotas, ha simbolizado su ideal de vida en una quimérica palabra: Paraíso: Pero la primera condición para que ese Paraíso sea verdaderamente Paraíso, es que no haya necesidad de trabajar en él”. Como quien dice, el ángel que se dejó caer por los suburbios del Paraíso para expulsar al hombre como a un indeseado inquilino, lo condenó más que al nomadeo y a la culpa, a tener que ganarse el sustento vendiendo sus horas de placidez. De paso, para ampliar o complementar el panorama de sus desdichas, acusó a la mujer que lo tentó de ser la culpable de su naciente esclavitud, de todas sus angustias y todos sus quebrantos, como lo expresara el cantor de un ritmo popular que muchos bailarines cantan al oído de su pareja, sin pensar en la gravedad de esa melódica pero muy severa acusación. Es posible que Luis Tejada hubiera leído a Paul Lafargue, un revolucionario que amaba la pereza no tanto por haber nacido en el Caribe, más exactamente en

la isla de Cuba, sino porque creía que el socialismo lo que pretendía era una mayor conquista de ocio. Lafargue, autor del celebrado libro El derecho a la pereza, que se casó con una hija de Carlos Marx y que más tarde se suicidó, le otorgaba al ocio una naturaleza divina: “El dios barbudo y hosco, dio a sus adoradores el supremo ejemplo de pereza ideal: tras seis días de trabajo, descansó toda la eternidad.” En el largo litigio entre el ocio y el trabajo también medió el lúcido portero de la percepción, Aldous Huxley. Decía, casi arengaba Huxley: “Lo verdadera-

Paul Gauguin, El día de los dioses, 1894

“cuando esTán RecosTados los golpean , les echan agua FRía sobRe la cabeza y no les queda oTRa cosa que apResuRaRse a haceR RegResaR su alma ”.

henRi michauX mente importante es la vida auténticamente humana de vuestras horas de ocio. Lo demás no es sino un sucio menester que es preciso hacer. Y no olvidéis jamás que es sucio y que, salvo en cuanto os da de comer y conserva intacta la sociedad, carece absolutamente de importancia, no tiene la menor relación con la verdadera vida humana. No os dejéis engañar por los canallas que os cantan y decantan la santidad del trabajo y de los servicios cristianos que los hombres de negocios prestan a sus semejantes.”

IV Al festejar algunas célebres instancias para el ocio es como si tuviéramos una beligerante militancia o una antigua membresía en la secta de los ociosos del bosque de bambúes que instauró Li Bai, el mítico poeta chino expulsado de la Corte Imperial como cualquier poeta de La República de Platón. El legendario poeta oriental, que era una suerte de emperador de sí mismo, escribió treinta o más volúmenes de poemas producto de su desprecio a la vida muelle y cortesana (léase bur-

guesa) donde, por supuesto, exaltaba su desprecio al jornaleo y su pasión por la contemplación de la naturaleza en su estado más puro. Otro poeta, esta vez el belga Henri Michaux, escribió un agudo y cruel poema llamado “Un hombre apacible”. Se trata de la historia absurda y un tanto atravesada por un espíritu zen, de un individuo que duerme mientras lo juzgan por no haber hecho nada ante el cadáver de su mujer, triturada cuando un tren nocturno se llevó por delante su casa común. Tras el pavoroso accidente, el hombre continúa haciendo lo que hacía a la hora de quedarse viudo: dormir. El acusado oye impasible su sentencia y a continuación, como si no le concerniera, como si hablaran de otro, se echa de nuevo a dormir en una banca del juzgado, como si refutara la frase de John Donne cuando afirmaba que nadie duerme en la carreta que lo conduce de la prisión al cadalso. Henri Michaux practicó desde su infancia el ocio como una forma de acceder a mundos imaginarios, a contravía de los oficios habituales. Como el que sabe que todo niño es extranjero, como el que sabe que todo niño vive en las márgenes de la realidad o en la periferia del mundo entronizado por la razón de los adultos, Michaux conservó para siempre, lo mismo en su vida meditativa que en su obra poética o en las agudas observaciones volcadas en sus cuadernos de viajes, ese rasgo de la niñez que muchas veces llamó con gracia y rebeldía “su carácter de huelguista”. El mismo Michaux escribió un poema en su libro Mis propiedades en el que afirma que “el alma adora nadar”. Ese privilegio natatorio cree que es propio de esas personas a las que “se las denomina vulgarmente perezosas”. Asevera el poeta que la gente suele encarnizarse con los perezosos y que “cuando están recostados los golpean, les echan agua fría sobre la cabeza y no les queda otra cosa que apresurarse a hacer regresar su alma”. Yo creo que los que obran así con los inofensivos perezosos lo hacen por envidia, por ser incapaces de echar a nadar su alma, de dejarla ir de vacaciones por ríos y mares como hacen los poetas, por lagos y estanques, nadando con estilo libre como lo hacen los delfines, sin duda. Todo porque ellos, los perezosos, son los únicos que saben que “el alma adora nadar”. Hay que repetirlo una vez más: no nos podemos creer el cuento del homo faber como de naturaleza superior al homo ludens (“el juego es anterior a la cultura”, decía Johan Huizinga), ni mucho menos debemos sentir culpa cuando no asistimos al trabajo. Por todo esto se hace inolvidable una suerte de premisa taoísta que le adeudamos a la lucidez hiriente de Cioran, una consigna que a veces practico en algunas mañanas de desaliento: “Tomo una decisión, la anulo y me acuesto.” Y como ya me va ganando no tanto el cansancio como la pereza de seguir escribiendo sobre la pereza, sólo me resta invitar a que, en sintonía con el pensamiento de Aldous Huxley y de los muchos pares libertarios que he rastreado en este texto, permanezcamos vigilantes. No nos dejemos convencer del discurso fatuo de los puritanos y de los hombres de negocios que nos quieren poner a trabajar, trabajar y trabajar. Es gente peligrosa, carece de imaginación


10 de septiembre de 2017 • Número 1175 • Jornada Semanal

Obra negra Jorge Valdés Díaz-Vélez

Un poema como una casa, con una lámpara en una habitación sin muros ni ventanas, sin techo que resguarde los sueños de las lluvias, desde donde se pueda mirar el mar, oírlo partir y regresar a un punto ciego en fuga. Un poema que nazca de todos los escombros, y agonice en el aire sin vanas elegías. Un poema sin llaves ni cerrojos, la casa donde encender contigo la luz desnuda y nuestra.

Santos inocentes Arturo Orea

A

fanosamente preparó la mesa. Recor-

Le quitaba el sueño cómo impedir que se fue-

daba cada detalle de sus gustos y el

ra nuevamente. Maquinaba formas, ritos y hasta

horario en que se los daba. Dispuso la

trampas para atraparlo. Dispuso cámaras, puer-

luz, los manteles, las velitas y las flores, no de su

tas, cerrojos automáticos, su mejor discurso ca-

color favorito, claro, pero uno que usaba con fre-

da día perfeccionado para poder conservarlo.

cuencia y elegancia. No olvidó la música que disfrutaba, sus canciones favoritas. Puso todo junto a la ventana y a medida que se acercaba la fecha crecía su an-

En lugar de fotografía colocó un espejo. “Su rostro cambia tantas veces”, pensó. Ese día era fiesta para todo mundo y la ocasión y el simbolismo insuperables.

siedad. No recordaba o más bien había borrado

No permitiría que se volviera a escapar, tenía

de su mente la fecha de su partida. Seguía solo y

que retener el amor, aunque fuera en su ofrenda

añorando como siempre su presencia.

de Día de Muertos.

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ramón Xir

vivir es filoso

(1924-2017)

FILÓSOFO, POETA, EDITOR Y MAESTRO INCANSABLE A LO LARGO DE CASI TODA SU VIDA, SU NOMBRE SE ASOCIA A LOS RUBÉN BONIFAZ NUÑO, JOSÉ EMILIO PACHECO, JUAN GARCÍA PONCE, VICENTE LEÑERO Y ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ, ENT CUYA OBRA EN PARTICULAR Y EN CONJUNTO ES DE INCUESTIONABLE TRASCENDENCIA PARA LA CULTURA MEXICANA

EN EL PENSAMIENTO FILOSÓFICO DE ESTE ILUSTRE CATALÁN “TRANSTERRADO” (JOSÉ GAOS DIXIT) EN MÉXICO, “LA NAT DE LOS NIÑOS ES PRECISAMENTE SABER VIVIR EN EL ASOMBRO.”

La vida es movimiento, riesgo, anhelo, entrega. Vivir es trascenderse y buscar en los ámbitos del mundo algo que haga la vida digna de ser vivida. Es posible que filosofar sea entonces no vivir. Pero en esto la filosofía coincide con la vida misma. Tam-

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bién la vida plenaria es un constante “no vivir”, desvivirse y proyectarse más allá de la propia existencia en su afán insaciable de salvación. Y en este caso filosofar es vivir; vivir es filosofar. Joaquim Xirau, Lo fugaz y lo eterno

amón Xirau, hijo único, alumno y aprendiz de Joaquim Xirau, nació en Barcelona el 20 de enero de 1924, por lo que su primera lengua fue el catalán, que imprimió a su español (él prefería llamarlo “castellano”) una dicción imposible de desentrañar, con la que tuvo a bien martirizar, en primer lugar, a sus numerosos alumnos. En compañía de sus padres –Joaquim y Pilar–, Ramón Xirau llegó a México a los quince años y aquí sería maestro, filósofo y poeta hasta el día de su muerte, el pasado 26 de julio de 2017. En catalán escribió toda su obra poética y dejó al español su prosa. Muchas veces se refirió a una infancia perfecta –al grado que se puede sospechar si habrá sido tan real como él la imaginó–, trunca por la Guerra civil española, que en 1938 lo envió a vivir el primero de sus exilios en Marsella y, un año después, el segundo en tierra mexicana. En 1939 la entonces Facultad de Filosofía y Estudios Superiores de la Universidad Nacional Autónoma de México –donde su padre fue contratado como profesor– se hallaba en un edificio barroco de Santa María la Ribera, conocido como “Casa de los Mascarones”, que marcaría la vida de Ramón Xirau en dos sentidos sustanciales pero antagónicos: ahí perdería a su padre, en un accidente de tránsito que ocurrió casi en la puerta de la facultad, y también ahí conocería a Ana María de Icaza, su compañera de vida y madre de su único hijo, al que pusieron por nombre –en memoria del abuelo– Joaquín. A los veintidós años, Ramón Xirau suplió a su padre en las clases que quedaron vacantes, lo que marcó el inicio de una actividad docente que ya nunca se detendría, pues fue maestro, dentro y fuera de las aulas, a lo largo de su vida entera: baste mencionar su celebérrima Introducción a la historia de la filosofía que, con casi

veinte reediciones desde su primera publicación en 1964, ha permitido a miles de estudiantes adentrarse en el pensamiento filosófico, conocer las aportaciones de sus principales autores e incluso, en ocasiones, dejarse seducir por lo que Platón llamó la “divina manía” en que consiste esa locura de hacer filosofía. Si don Joaquim no hubiera muerto prematuramente, acaso Ramón Xirau habría tomado un camino diferente, pero entonces no existirían los cinco volúmenes de sus Obras recogidas en edición a cargo de Julio Hubard, Mariana Bernárdez y Eduardo Mejía para El Colegio Nacional, y otra sería la historia. Mas ni ésta ni cualquier otra antología escrita, por más completa que sea, podrá recoger la que quizá resulte la obra más significativa de Ramón Xirau: la fecunda huella de su presencia en el panorama intelectual de México.

FiLOsOFAR Es ViViR

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i hemos de dar crédito a los recuerdos de Ramón Xirau, el filósofo era Joaquim: el joven de la casa más bien sentía inclinación por la literatura. Sin embargo, poco a poco comenzó a interesarse en lo que oía hablar a su padre y, de hecho, terminó por inscribirse al mismo tiempo en las carreras de Filosofía y de Letras. En su paso por Mascarones como estudiante, Xirau haría amigos que, en muchos casos, perdurarían toda la vida: la hija del director del ifal Jacqueline Pivert, Emilio Uranga, Rosario Castellanos y Jorge Portilla, así como toda una generación de jóvenes españoles que, como él, se hallaban exiliados en México. En Mascarones también fue alumno de algunos de los grandes maestros españoles, como David García Bacca y José Gaos, pero también mexicanos, como Julio Torri y Eduardo García Máynez. Además conocería a Antonio Caso, a quien definió como un orador excepcional, y forjó una amistad personal con Alfonso Reyes, quien, luego de su padre, fue seguramente una de las personas que más influyó en él. ¿Pero por qué motivo ocupó Ramón Xirau un lugar tan destacado en el desarrollo de lo que hoy cierta rama de la filosofía gusta en llamar nuestra “historia intelectual”? ¿Quién fue y cuál es su legado? El homenaje que se le rindió en 1984 por sus se senta años de vida, y que se publicó luego con el título Presencia de Ramón Xirau, es testimonio del hondo aprecio que despertó en algunos de los mayores escritores y filósofos de México. Aprovecharon la ocasión para celebrarlo colegas, alumnos y amigos como Octavio Paz,

Rubén Bonifaz Nuño, Sergio Fernández, José Emilio Pacheco, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Vicente Leñero, Adolfo Sánchez Vázquez, Juliana González y Carlos Pereda, entre muchos otros. Es abrumador pensar que Xirau vivió treinta y tres años más, durante los que cosecharía todavía más afectos y sería objeto de al menos tres nuevos homenajes: a los setenta, ochenta y ochenta y cinco años de edad. Octavio Paz célebremente lo definió como el “hombre puente”, pero Xirau, más que puente, fue cruce de caminos, pues fue suya una inusual capacidad de convocar en un mismo espacio a individuos de disímiles quehaceres e ideologías, sin diluirse él mismo en una retórica diplomática de indulgencias cosméticas. Por el contrario, Xirau no tenía nada de condescendiente. Quienes lo conocieron de veras, saben que esa cierta dulce tristeza que lo caracterizaba no estaba reñida con su firmeza de carácter y una autoridad sin aspavientos. Por su parte, Carlos Pereda escribió que Xirau construía sus textos como si éstos fueran recintos “en los que se acogen las voces más dispares: el místico escucha al agnóstico y el poeta al lógico”. Xirau lograba que esas confluencias interiores se proyectaran también al exterior, quizá debido a su formación platónica, que exige estatura moral, esto es, apertura y honestidad intelectual. Xirau poseía aquélla y éstas, pero además la capacidad de hacerlas surgir en sus interlocutores: fruto de su vocación mayéutica –herencia de Sócrates o, más precisamente, de la partera Diotima– o de su fe católica, que jamás lo abandonó. En cualquier caso, en Xirau el conocimiento fue siempre de la mano de la ética o, si se quiere, la sabiduría de la mano de la virtud. Adolfo Sánchez Vázquez, otro de los filósofos “transterrados”, como decía José Gaos, dio en el blanco al señalar: “lo más ajeno a todo juego especulativo, pirotécnica intelectual o construcción de catedrales conceptuales, la filosofía es para Xirau un saber vital necesario para salvarse trascendiéndose y, por tanto, para fundar un comportamiento”.

MiTO, LógicA y pOEsíA

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or ese mismo motivo a la filosofía de Xirau no la definen únicamente los títulos de sus libros ni el número de sus escritos, sino su particular noción de que el conocimiento, y con él la verdadera sabiduría, no puede limitarse a aquello que pasa por la razón, sino que, en palabras de San Juan de la Cruz, se trata de: “Un entender entendiendo/ toda ciencia trascendiendo.”


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DE OCTAVIO PAZ, TRE MUCHOS OTROS A DEL SIGLO XX.

TURALEZA SABIA

Ramón Xirau en entrevista para La Jornada, en su domicilio en la colonia San Ángel, 10 de abril de 2004. Foto: María Luisa Severiano/ La Jornada

Entonces, ¿en qué radica el conocimiento? ¿Cómo es posible conocer? Xirau responde que no hay una forma única, sino tres. Eso, nos dice en su libro Ars brevis, lo vio Platón con toda claridad: “Por esto se acaba por pensar que el gran filósofo fue Platón, en quien imaginación, razón y amor coinciden para hacernos ver que toda filosofía en grande debe tener en cuenta a la totalidad de la persona humana.” Imaginación, razón y amor encuentran su equivalente epistemológico en poesía, filosofía y mística, los diferentes géneros del conocer; “vías” mediante las cuales las personas se esfuerzan por dar alcance a lo que es el objetivo de todo conocimiento auténtico: la verdad. Para Xirau, como para Platón, conocer es descubrir la verdad: la alétheia griega que significa un proceso, un movimiento gradual mediante el cual nuestro objeto de conocimiento se irá revelando. La originalidad de la epistemología de Xirau es que plantea que estas tres formas de conocer pueden no ser incompatibles ni opuestas, sino complementarias. Podemos imaginarlas casi como una danza armónica, o como un juego malabar entre las manos del sujeto que aspira a conocer. En el mejor de los escenarios, las tres formas de conocer se completan: así, cuando la razón filosófica queda atrapada girando en un carrusel de argumentación lógica pero vacía, la poesía acude con la imaginación para darle sentido de la realidad, y si la poesía se descubre tartamudeando frente a la trascendencia, acude la fe a brindarle la noción de lo sagrado a través del amor. Y en la confluencia de razón, imaginación y amor, en su relación respectiva con filosofía, poesía y fe, se produce en la persona la revelación del saber: un estado de admirado asombro, el más alto al que pueda aspirar un ser humano pero que, al mismo tiempo, nos devuelve a la pureza de la infancia, pues la naturaleza sabia de los niños es precisamente saber vivir en el asombro. Por eso mismo, el estado de asombro –el concepto griego de thauma– sólo es posible si la persona humana abandona toda pretensión de autosuficiencia: de ahí que Xirau reflexione en torno a la figura bíblica de Job. Pero de igual manera Xirau estudió a los filósofos que han reflexionado sobre Dios –desde los antiguos griegos hasta los trovadores del medievo, pasan-

do por los humanistas del renacimiento, los racionalistas a partir de Descartes o los anglosajones analíticos contemporáneos–, así como a los grandes místicos: Eckhart, Ramon Llull, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Simone Weil y Edith Stein, entre otros. Nunca fue un secreto que Xirau era católico; lo llamativo es que sólo hay rastros de su fe en su poesía o en los ensayos que escribió sobre la experiencia de lo sagrado en otros. Casi parecería que el Xirau filosófico, el ensayista, el crítico, el maestro y el editor –en suma, el Xirau prosista– era el hombre público: aquel que muchos describían como alegre y sagaz, la fuerza vital de la revista Diálogos y el Centro Mexicano de Escritores, que manifestaba sus opiniones, con increíble sol-

1947: Duración y existencia 1953: sentiDo De presencia 1964: palabra y silencio 1964: Mito y poesía 1964: introDucción a la historia De la filosofía 1968: the nature of Man (con erich froMM) 1970: ciuDaDes 1974: De iDeas y no iDeas 1979: poesía y conociMiento 1980: entre íDolos y Dioses / tres ensayos sobre hegel 1983: ars brevis, epígrafes y coMentarios 1985: el tieMpo viviDo 1986: cuatro filósofos y lo sagraDo 1995: MeMorial De Mascarones y otros ensayos 1997: genio y figura De sor Juana inés De la cruz 2001: entre la poesía y el conociMiento 2007: poesía coMpleta. eDición bilingüe

tura y garbo, sobre los temas más variados. Por otro lado, había un Xirau de la poesía que era mucho más reservado y que prefirió escribir en catalán, lengua que incluso, durante un tiempo, sólo se pudo usar en la clandestinidad. Un tercer Ramón Xirau, el de la fe, es el que podría clasificarse casi de hermético, pues no hay textos autobiográficos ni exégesis de su creer: hombre de palabras al que sólo es posible definir por sus silencios. El gran filósofo de la presencia parecía llevar a cuestas la dolorosa herida de sus ausencias: en su exilio mexicano, la de su España mediterránea; en su actividad filosófica, la imborrable impronta de su padre; en todas sus preguntas, la incomprensible pérdida de su único hijo. En el texto “Canto a Joaquín” que recoge el volumen Poesía completa, en edición de FCe y unam con traducción de Andrés Sánchez Robaina, Ramón Xirau desgarra el aire y exclama:

1988: P remio i nTernaCionaL a LFonSo r eyeS 1990: P remio m azaTLán de L iTeraTura Con antología 1993: aCadémiCo de número de La aCademia mexiCana de La LenGua 1995: P remio n aCionaL de C ienCiaS y a rTeS 2009: m edaLLa de oro de b eLLaS a rTeS 2009: ix P remio i nTernaCionaL o C Tavio P az de P oeSía y

enSayo, ComParTido Con ida viTaLe 2010: m edaLLa de a LonSo de La v eraCruz , oTorGada Por La aSoCiaCión FiLoSóFiCa de méxiCo 2013: H omenaJe en eL S enado de La r ePúbLiCa

¿Y dónde, dónde estás, vivo y magnífico? Muy joven te encuentro a plena luz de tu poema, y eran risas vivas, eclipse, hijo, ¿dónde estás, dónde, vivo?

¿Cómo no hacerse estas preguntas? Las hacemos todos frente al sufrimiento. A Job, a todos, lo único que puede sostenernos al atravesar el oscuro túnel del dolor es la esperanza, la posibilidad de sobreponernos a la tragedia de un mundo destrozado por el horror. En su libro Ars brevis Xirau nos recuerda que “hoy parece que estamos viviendo el mundo visto y previsto por Orwell. Pero aun en 1984 acaba por triunfar el amor”. Al igual que su admirada Simone Weil, Ramón Xirau vivió con la certeza de la existencia de Dios. Por eso le fue posible hallar una respuesta de luz: la confianza de que padre e hijo volverán a encontrarse en la eternidad: Nos hablas de este oro ya sin eclipse alguno, y ahora los gallos cantan, cantan las campanas, al día cantan –no, cantan el Día– y estamos en el dulce, transparente grito de la vida y de “mayor nacimiento”, con el alma y el cuerpo renacidos, eternos.

Que así sea, querido profesor


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E l rEgrEso a lo sagrado Ramón Xirau

Templo II No sé si el tiempo nos busca anillo de luz no sé si las naves azules ven olas de luz en el camino del templo. No sé si las miradas de las olas renacen en las hojas, en las yedras, en las arenas. Las encrucijadas del viento, las ferias de la mañana encienden, noche adentro, las zarzamoras del fuego. Mundo: ejercicio de los equilibrios leves cae y no cae en el atardecer encendido, no sé si nos ve en las yedras del templo. ¿Nos mira, nos mira, nos mira Sinnombre? Sé que el silencio estalla en las fresas vivas de la tarde. (versión de andrés sánchez robayna)

Golondrina Regresas tarde en la víspera oscura, sí, pero lívida blanquísimo el pecho el nido, pequeñísimas las crías te esperan vuelo, veloz vuelo golondrina de tierra golondrina de mar vuelves eres la misma y no la otra blanquísimo el pecho golondrina del alba

cRisis y REnAciMiEnTO

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í: una crisis puede ser decadencia o puede ser nacimiento y re-nacimiento. No hay que decir como Dante lasciai ogni speranza. Es posible –no es seguro– que los árboles nos impidan ver el bosque y que las ramas nos impidan ver el árbol. Pero acaso lo que la humanidad de veras busca es lo que Bergson llamaba un surplus d’âme. El hecho de que el mundo esté comunicado como lo está –y más lo estará todavía– tiene sus problemas: puede ser (y aquí nuevamente el asunto del buen uso) una forma de reunir más hondamente a la comunidad. Si esta reunión fuera pacífica y creadora, tendríamos una vida mejor y probablemente podrían anularse las diferencias entre pobres y ricos, entre imperios y naciones pequeñas. Por cierto, las regiones que ahora son conflictivas –entre ellas, por ejemplo, las fronteras francoalemanas, hispano-francesas, ruso-orientales– podrían ser zonas de contacto; en el caso de Europa y en todas las regiones de este no tan ancho mundo, las zonas de fricción deberían servir, guardando sus culturas propias, como funciones de relación; tendríamos una Europa y una Tierra a la vez más matizada y mucho más rica. En efecto, hoy parece que estamos viviendo el mundo visto y previsto por Orwell. Pero aun en 1984 acaba por triunfar el amor

Ars Brevis. Epígrafes y comentarios (fragmento)


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Jornada Semanal • Número 1175 • 10 de septiembre de 2017

El nacimiento del monstruo. Verano de 1816 en Villa Diodati, Roberto Coria, Vicente Quirarte, Hernán Lara Zavala, Bernardo Ruiz y Rosa Beltrán, unam , México, 2016.

Ecos de un verano sin verano

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ANDREA TIRADO l nacimiento del monstruo recrea –en no más de setenta páginas– uno de los encuentros “definitorios para la novela gótica o de terror”. La noche del 16 de junio de 1816 se reunieron en la Villa Diodati, invitados por Lord Byron: Percy y Mary Shelley, su hermanastra Claire Clairmont y John William Polidori, médico de cabecera del anfitrión. El verano de 1816 fue único y todo parecía indicar, a manera de premonición, que algo sucedería. La erupción del Monte Tambora creó la atmósfera perfecta para las sesiones de lecturas de historias macabras y de terror que tanto le gustaban a Lord Byron. La erupción sumió a toda la región en una oscuridad acompañada de neblina, de viento y de frío; en resumen, a un verano sin verano. Diversas circunstancias los reunieron en aquella región de Ginebra, en donde Lord Byron oficiaba como anfitrión de varias tertulias. Aquel verano invernal obligó a los presentes a prender velas desde el mediodía, lo cual dio pie a leer Fantasmago- que desea escribir poesía y ser recordado por ella, riana, recopilación de historias de aparecidos, espec- narra la travesía que junto con Lord Byron los lleva tros y fantasmas, y preparó el escenario para el desa- a alquilar la Villa Diodati. De aquella mística fío que lanzó Lord Byron: los retó a todos a escribir noche, Polidori recuerda haberse lastimado el su propia historia de terror, “una que helara la tobillo y quedarse en cama a escuchar la lluvia. sangre”. De todos los presentes, solamente Mary Recuerda la lectura de Fantasmagoria y el reto, pero Shelley y el doctor Polidori respondieron comple- también rememora el ataque histérico de Percy, tamente. Polidori escribió El Vampiro y Mary Shelley quien después de haber leído Christabel, de Coleridge, se obsesiona con la serpiente que viene por el clásico e imprescindible Frankenstein o el moderno Christabel y a la cual imaginó como una mujer que Prometeo. tenía ojos en lugar de pezones. De esa fatal noche y El nacimiento del monstruo es la recopilación de los monólogos creados por los escritores mexica- terrible viaje, sobrevivieron en Polidori la decepnos Vicente Quirarte, Hernán Lara Zavala, Bernar- ción, la separación de Lord Byron y el recuerdo del do Ruiz y Rosa Beltrán, quienes personificaron y vampiro que engendró y que nunca lo abandonaría. El volumen concluye con el monólogo de Mary dieron vida a Lord Byron, Percy Shelley, John w. Shelley, quien en el verano de 1816 tenía sólo diecioPolidori y Mary Shelley, respectivamente. El libro ofrece cuatro puntos de vista de un mismo evento: cho años. Mary relata su propia versión de lo ocurrila experiencia del 18 de junio de 1816 vivida a través do aquella noche de tormenta; con ella se descubre de cuatro personalidades completamente distintas. que los caballeros ingerían sustancias proporcionaDestaca la personalidad grandilocuente, un das por Polidori. El monólogo revela la reflexión tanto ególatra y soberbia del extravagante Lord insistente de Mary sobre las relaciones humanas, Byron, para quien el desafío lanzado a sus amigos pero más precisamente la influencia que uno ejerce es parte normal de su ser: “Me gusta provocar, asus- sobre el otro, es decir, la construcción-modificación tar […] Nací para convulsionar al mundo y debo ser que podemos hacer de los que nos rodean. Reflexiofiel a ese mandato.” El desafío forma parte de la na, por ejemplo, sobre en quién convertimos al otro cuando le cambiamos el nombre. Hace alusión al misión que tiene Lord Byron para el mundo. momento en que Lord Byron bautiza a Polidori Le sigue la personalidad del loco, revolucionario y a la vez frágil y joven Percy Shelley. Aquella noche “Polly Dolly”. O bien se cuestiona sobre Harriet, la es vivida por él de manera intensa y un tanto aluci- mujer de Percy, a quien éste abandonó para huir natoria, expresando a la par su admiración por su con Mary, y que se suicidó a los pocos meses de ser amante Mary y la creciente amistad y complicidad abandonada. Mary se pregunta entonces hasta qué punto son culpables ella y Percy, hasta qué punto con Lord Byron. John William Polidori expresa quizás el testimo- sus acciones convirtieron a Harriet en una suicida. nio menos sobrenatural y por lo tanto más lleno de En su monólogo, Mary se enfrenta y cuestiona melancolía y hastío de aquel verano sin verano. miedos tan reales como la incapacidad de hacerse Polidori, un joven médico de apenas veinte años cargo de aquel [otro] al que se modifica-construye;

En nuestro próximo número

miedo que anticipa claramente la escritura de su Frankenstein: un monstruo creado por Victor y de quien no podrá hacerse cargo más adelante. La originalidad de cada escritor reside en su capacidad de plasmar, a través de su monólogo, una breve semblanza narrada, una suerte de carta de presentación que esboza el retrato de cada personaje. Su habilidad, por otro lado, consiste en hacer creer que son los personajes quienes hablan directamente. Cuatro versiones de lo ocurrido aquella lúgubre noche, y aunque probablemente nunca se sepa con certeza cuál es la verdadera –o quizás ninguna– nos alegramos de que haya sucedido: de ese verano sin verano nacieron dos de los inmortales monstruos que embrujan nuestros cuentos y leyendas ■ Domingo, Irène Némirovsky, traducción de José Antonio Soriano Marco, Ediciones Salamandra, España, 2017.

LA INFINITA SOLEDAD ELENA MÉNDEZ

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rène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942), nacida ucraniana, se mudó a París con su familia en 1919, justo un año después de finalizada la primera guerra mundial. Conoció el éxito literario desde muy joven. Su vida y la de su esposo fueron brutalmente segadas por la ignominia nazi. Dejó manuscritos que fueron recuperados por sus hijas, quienes eran muy pequeñas al momento de quedar huérfanas. Domingo recopila quince textos publicados en diversos medios entre 1934 y 1942. Pululan aquí seres mezquinos, con una soledad infinita, que proyectan sus anhelos en otros y envidian la suerte de quienes creen más dichosos. La devastación interior coincide con las catástrofes de allá afuera: en “El señor Rose”, un solterón adinerado que huye de la guerra olvida su egoísmo al evocar, en el joven que le salva la vida, los rasgos de una mujer que lo amó. La evasión es buscada de manera salvaje en “Los vapores del vino”. Durante un conflicto civil finlandés, Aíno esconde a su hermano Ivar, un miliciano, sin comentarlo con su esposo, quien se opone a la rebelión. Una noche el pueblo, ansioso de alcohol – prohibido desde hace tiempo–, comete tropelías inimaginables.

MARIO BENEDETTI 97 años después José A. Castro Urioste

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viene de la página 11

Abundan las féminas desdichadas: En “Domingo”, Agnès, una dama de abolengo prefiere quedarse en casa para reflexionar sobre su vida, mientras su esposo acude a verse con la amante, y su hija mayor acude a una cita clandestina y, sin saberlo, imita el destino infausto de la madre. Por su parte, en “Las orillas dichosas”, coinciden una prostituta cuarentona y una socialité veinteañera en un bar. Ambas son infelices, pero sólo la ajada cortesana lo expresa. Abundan los terribles secretos. Como el afamado pintor de “El incendio” que ha ocultado una verdad durante años; o como los Demestre, protagonistas de “Lazos de sangre”, que, al caer enferma su anciana madre, se sinceran acerca de sus miserias internas. La deslealtad y el resentimiento ocasionan verdaderas tragedias en “Un hombre honrado”, en la que un moribundo señor adinerado cree que su hijo le robó, mientras que “La mujer de don Juan” asesina a su esposo sin contemplaciones. El autoengaño esconde una enorme insatisfacción vital, como ocurre en “La ogresa”, donde una mujer alaba las inexistentes cualidades de la única hija que le queda; mientras que en “Fraternidad” dos judíos, uno rico y uno necesitado, con el mismo apellido, coinciden en una estación de tren. El rico, que siempre ha sido enfermizo, pretende asumir que sólo eso lo une a ese lejano miembro del clan. La inocencia minada es el tema de “Aíno” y de “El conjuro”. En el primero, la pequeña Irène se entera de los misterios que oculta una casa abandonada, en los que tiene que ver su empleada doméstica –protagonista, asimismo, del ya citado “Los vapores del vino”–; y en el segundo, atestigua la inesperada fuga de una joven amiga suya. Las verdades dolorosas pretenden evadirse a toda costa. Los hermanos militares de “El desconocido” acuerdan no indagar sobre el alemán que uno de ellos ha ultimado y que podría ser pariente suyo. Y en “La confidente” el consagrado artista Roger Dange preferiría recordar el calor de su difunta amada que saber las razones de su trágica muerte. Némirovsky condensó todo lo que vio en su existencia breve y desdichada transformándolo en literatura sólida, madura, exquisitamente depurada ■

Ropa música chicos, Viv Albertine, traducción de Cecilia Ceriani, Anagrama, España, 2017.

La inquebrantable

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EVE GIL

omúnmente se dice que la historia la escriben los vencedores, pero en una época en que el éxito es tan relativo, no necesariamente vinculado con la fama y el dinero, las historias que vale la pena contar tienen más que ver con la supe superación individual. Viv Albertine no es famosa en la medida que otros músicos que han escrito sus biografías como Keith Richards, Neil Young, Sting, Patti Smith o Pete Townsend, entre otros, pero su aporte a la música es innegable. Fue guitarrista del primer grupo de punk rock formado exclusivamente por mujeres, The Slits, subversivo desde su nombre (una forma vulgar de denominar a la vagina, como “chochos” o “conchas”), y su etapa formativa, inmediatamente anterior a la conformación de esta banda, coincide con la de otros músicos revolucionarios como Sid Vicious, de Sex Pistols, quien sería su mejor amigo, o Mick Jones, guitarrista de The Clash, con quien mantuvo una larga y tormentosa relación amorosa. De principio a fin de esta autobiografía, Viv Albertine se muestra hipercrítica consigo misma. Casi no deja pasar una página sin mencionar lo pésima guitarrista que se considera, cosa que, en honor a la verdad, es una exageración. Lo que conmueve de Viv es que comienza de cero, a los veinte años, resuelta a dominar el que sería su instrumento, y en gran parte de la llamada Cara a de su libro la vemos librar una auténtica batalla para alcanzar, si no la perfección, sí un nivel superior al aceptable. En 1976 se integra a The Slits, junto con la controversial vocalista Ari Up –por entonces prácticamente una niña–, la bajista Tessa Pollitt y la baterista de origen español, Palmolive. Este cuarteto toma por asalto los clubes londinenses y la respuesta inicial no puede ser más violenta. Constantemente son agredidas física y verbalmente tanto por los cabezas rapadas como por las novias de éstos. Ari, que es una niña bien, incluso virgen, pese a su insistencia por parecer lo contrario, terminará sufriendo una violación tumultuaria. Pero nada detiene a estas chicas que, como la propia Ari, distan de ser lo que aparentan…y esa es una de las partes más fascinantes de este libro, el hecho de que cuatro buenas chicas –que terminan siendo tres– se empeñan en actuar como locas de atar, provocando disturbios donde quiera que van, vistiendo ropas transparentes y meando en escena, al tiempo que rehúyen las drogas y le patean las bolas a quienes las creen disponibles para el sexo. Quizá por ser la mayor, Viv es la que impone cierta cordura, y es gracias a su persistencia que consiguen grabar su primer disco, Cut, tres años después de su caótico debut, aunque por entonces Palmolive ha sido despedida del grupo. Mantener unidas a The Slits resulta sumamente desgastante para la perfeccionista Viv, que tiene que cambiar con frecuencia a sus músicos de apoyo, lidiar con la indisciplina de Ari y hacerse cargo del diseño de imagen, lo que le acarrea severos conflictos con los diseñadores de la discográfica y, final-

mente, la rescisión del contrato con Island Records (la misma de los Rolling Stones), con lo cual se van al garete sus esfuerzos. Por supuesto está más que decidida a buscar otra disquera… pero ha de sufrir otro descalabro con un intento de suicidio por parte de Tess y el declarado aburrimiento de Ari. Con la aparente desintegración del grupo comienza la Cara b de la existencia de Viv Albertine que, decepcionada, renuncia para siempre a la música, se matricula en una escuela de cine y se casa con un hombre “normal”, es decir, un no músico, cuyo nombre ni siquiera aparece en el libro, y opta por formar un hogar…. pero hasta eso derivará en toda una hazaña, pues tras perder a varios bebés Viv se somete a un montón de fecundaciones in vitro… y pasará mucho tiempo para realizar su anhelo de ser madre. Casi inmediatamente después del alumbramiento de su hija, habrá de enfrentar el cáncer y su matrimonio comienza a tambalearse. Llega el momento en que la maternidad por sí misma no llena ese hueco que Viv Albertine ha ignorado durante muchos años, y decide retornar a los escenarios, primero en solitario y luego a través de una reunificación del grupo con que conoció una fama efímera pero aleccionadora. Habrá de enfrentar desafíos todavía más fuertes que cuando joven. Primero: reaprender a tocar la guitarra; segundo: confrontar la ira del esposo que le reclama que pretenda retomar su carrera musical, “a su edad”, tercero: la inesperada muerte de Ari, víctima de un cáncer fulminante. Pero nada detendrá a esta mujer que suele fijarse metas y que no para hasta verlas realizadas. Viv Albertine aclara que rechazó sin miramientos la propuesta de la editorial de colocar un “negro” a su servicio, pues quería ser ella misma quien plasmara sus memorias y experiencias. El resultado no puede ser mejor. Ropa música chicos es un relato apasionante que, sin perder su toque divertido y trasgresor, recorre toda la gama de e m o c i o n e s p o r l a s q u e a t r a v i e s a u n a m u j e r, desde su adolescencia hasta más allá de los sesenta años ■

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Jornada Semanal • Número 1175 • 10 de septiembre de 2017

Arte y pensamiento

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LA OTRA ESCENA miguel ángel quemain quemainmx@gmail.com

CHÉJOV Y BERGMAN, PARADIGMAS DE LA GRANDEZA ACTORAL

El auriga de Delfos* Athos Dimoulás

Cuando te vi no pregunté con exactitud qué llevabas en las manos. Inmediatamente sentí que conduces algo de gran importancia; la excelencia del carro del sol. Tu atención no podía centrase entonces en nada efímero y terrenal; algo de altura, algo único parece que examinas. Y mostraba tu serenidad que exclusivamente para eso habías nacido.

*Famosa estatua en bronce, de cuerpo completo (1 m 80 de altura) del año 474 aC.

Athos Dimoulás (Atenas, 1921-1985) estudió Ingeniería Civil en el Politécnico Nacional de Grecia. Entre 1944 y 1950 trabajó en la reconstrucción de los puentes de ferrocarril demolidos durante la Guerra civil, luego estudió matemáticas avanzadas y teoría de la ingeniería en el Imperial College de Londres, becado por el Consejo Británico y, en 1962, para continuar sus investigaciones, fue invitado a París por la Agencia de Cooperación Técnica Industrial y Económica. Se casó con la poeta Kikí Rádhou (Kikí Dimoulá, veáse La Jornada Semanal, núm. 661, 4/ xi /2007). Es autor de once libros de poesía, obtuvo el Segundo Premio Estatal de poesía en 1966 y su obra ha sido traducida al inglés, francés, alemán y polaco. Véase La Jornada Semanal, núm. 939, 3/ iii /2013 Versión de Francisco Torres Córdova.

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A (A)PUESTA EN ESCENA que realizó Gema Aparicio de la obra Éramos tres hermanas (Variaciones sobre Chéjov), de José Sanchís Sinisterra, es un concierto conmovedor de cuatro actrices que han sabido poner a su favor el tiempo, la experiencia y la imaginación corporal que permite el dominio de una profesión tan compleja, exigente y generosa como la actuación. Son tres hermanas que aterrizan sobre la escena en los cuerpos, las voces y el mundo de plasticidad actoral de Marta Aura, quien interpreta a Irina, Ana Ofelia Murguía/Adriana Roel en presencias que se alternan para vivir y dejar vivir a Olga, y Marta Verduzco que interpreta a Masha, cuyo papel fue pensado por Chéjov para la actriz que amaba en ese momento (1901, año del estreno) y que seguramente no deja de influir en las actrices que lo interpretan y son amadas desde entonces eternamente por el dador de la palabra. Hace algunas semanas tuve oportunidad de reseñar el trabajo que hizo Víctor Carpinteiro en la puesta en escena de Moscú, de Mario Diament, con tres actrices jóvenes de distintas edades, perspectivas y modos de trenzar lo coreográfico, lo plástico y las tensiones entre actrices de diversos orígenes y entrenamientos actorales, sin perder de vista ese rigor académico que reconcilia la lección estética con un entretenimiento exigente ( Ver La Jornada Semanal núm. 1155, 23/ iv /2017 https:// issuu.com/lajornadaonline/docs/semanal23042017). Tres hermanas es referencia obligada y bisagra entre las grandes tradiciones que van de Shakespeare, Strindberg y Dostoievsky a Harlod Pinter, desafío de reescritura que ahora invita a comparar el trabajo de Diament con la imaginación dramatúrgica de Sanchís Sinesterra, cuya experiencia lo lleva a proponer una visión autorreferencial de la puesta en escena al hacer de la acotación un ejercicio pirandelliano del teatro dentro del teatro, que se mira a sí mismo transcurrir como sucede en Des‑ pués del ensayo, de Ingmar Bergman, dirigida por Mario Espinosa, con la actuación intensa y sabia de Julieta Egurrola. Inicié esta nota nombrando en primer lugar a Gema Aparicio porque sólo en esa grandeza que da la humildad es posible tejer esa alianza con mujeres tan valiosas para la escena, poseedoras de una sensibilidad exacerbada para hacer oír y conducir las dramaturgias más ricas en nuestra lengua a través de un largo diapasón de emociones, técnicas y recuerdos plásticos, para corporizar verbos de corpus tan diversos que las han atravesado y para nutrir con esa experiencia iluminadora la trayectoria de los directores más jóvenes y atrevidos frente a esa matrix actoral. De las cuatro actrices a las que me refiero, tal vez sólo Martha Verduzco se ha atrevido a incursionar en la dirección de escena, y lo hace justamente en la Compañía Nacional de Teatro. Digo “atrevido” porque los años y la experiencia permitirían, si lo quisieran, que este conjunto de actrices tomase la batuta de la puesta en escena. A un paso del Teatro Orientación se escenifica Después del ensayo, en la Sala Villaurrutia. Ahí nomás a la vuelta se puede uno encontrar con otra actriz grande del siglo xx y xxi , Julieta Egurrola, quien recibió la medalla Bergman que premia la trayectoria artística. La Cátedra Ingmar Bergman (esas invenciones que el mundo académico realiza para parecer más contemporáneo y menos museístico) ha distinguido a Julieta Egurrola por su enorme itinerario como actriz, por construir en su propia persona un monumento a la actuación y un modelo vital que convierte al actor en espejo del mundo interno y del mundo social y político. Si hubiera que distinguir también a este cuarteto de actrices que inmortalizan el arte de la confidencia femenina, de sus aspiraciones, temores y fracasos, podría hacerse con la Cátedra Chejov, que si bien incrementaría la nómina burocrática, también supondría la posibilidad de instituir una forma de conocimiento que ha contribuido a visibilizar ese mundo. Hoy sabemos, gracias a todos esos años vividos y centenares de personajes interpretados, que el teatro mexicano, el cine y la televisión serían distintos sin estas cinco mujeres que son contempladas con devoción por dos directores que darán mucho al teatro futuro y que han escogido como talismanes para alumbrar su porvenir a estas actrices conmovedoras, que cada día están más jóvenes, orgullosas y erguidas sobre una anatomía que desconoce los años, el cansancio y la repetición, que nos dan aliento y fortaleza aun cuando todo parece acabar al caer ese moderno telón que es la oscuridad total. Pero es una oscuridad siempre inaugural ■


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RAYAS DE LA CEBRA verónica murguía

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E COMENZADO ESTE ARTÍCULO cinco veces. No porque no se me ocurra nada, al contrario: tengo la cabeza llena de preguntas, hipótesis, sospechas y miedos. Hoy el mundo parece un macabro desfile de brutalidad y mala suerte y no puedo dejar de establecer relaciones y crear escenarios llenos de consecuencias horribles. Debo confesar que uso una férula dental como de boxeador porque aprieto los dientes cuando estoy nerviosa. Y bueno, en estos días he presionado la férula de tal forma, que cuando me la quito parece que me estoy sacando yo sola la muela sin anestesia. Hoy en el subcontinente indio y en Estados Unidos hay inundaciones sin precedentes. Hace unos días las hubo en Sierra Leona, pero claro, el calentamiento global es un invento, dice Trump. Kim Jong Un, él, el que mandó matar a su medio hermano en Kuala Lumpur; que echó a su tío a los perros (120 y hambreados), que ha atormentado más al de por sí martirizado pueblo norcoreano, ha lanzado un misil sobre Japón y amenaza con disparar otro sobre Guam, territorio no incorporado de Estados Unidos. Con justa razón, los japoneses están muy preocupados; ellos sí saben qué es una bomba atómica. Su adversario, Donald Trump, es tan desequilibrado como él. En otras circunstancias, quizás habrían sido amigos. Trump es narcisista, misógino, racista, admirador de los nazis, antisemita, islamófobo y antimexicano. Ambos se refocilan en un concurso de bravatas que convoca las miradas del resto del planeta porque los dos tienen acceso a bombas nucleares. Mientras, Estados Unidos imperdonablemente sigue bombardeando Afganistán –la cifra de civiles muertos este año es altísima– e Irak se desangra tratando de expul-

CON LOS DIENTES APRETADOS

sar a isis de su territorio. Hoy Israel retó a Rusia y amenazó con bombardear el palacio de Bashar al-Assad; el número de civiles muertos ascendió a 400 mil. En Yemen la epidemia de cólera disminuye, pero la situación es, todavía, catastrófica. México, hoy, fue declarado el país donde hay más impunidad en América y cuarto lugar del mundo, lo cual explica la parte más profunda y personal de mi sensación de desamparo. Suelo sentir un desasosiego horrible, como si estuviera a la espera de una mala noticia. Y llegan, como ésta de la impunidad, aunque no me sorprende. Me da rabia, porque la vida es breve y todos los seres, incluidos los animales, vegetales, hongos y protista, merecemos vivir de otra forma. Cuando pienso en Kim Jong Un, recuerdo una novela sobre Corea del Norte cuya lectura me resultó insoportable: El huérfano, de Adam Johnson. Esta novela, que describe de forma alucinatoria horrores reales e imaginarios de ese extrañísimo régimen, fue escrita en 2012, cuando Jong Un llevaba un año en el poder. Es decir, todavía no mos-

traba sus proclividades, su afición por arrojar a la gente a los perros o hacerlos quemar con lanzallamas. Acerca de cómo se ha puesto la cosa, hay que pensar que antes había quien viajaba por motivos que no entiendo a Corea del Norte y regresaba para contarlo, como el autor de la novela. Ahora el desgarrador espectáculo de Otto Warmbier, a quien el lector recordará como el estudiante que fue devuelto a Estados Unidos en coma por haber arrancado un poster con la foto de Jong Un, nos da la medida. Acerca de Trump no es necesario leer más que sus incoherentes y ridículos tweets para entender que no está en sus cabales y que día tras día traiciona a los ciudadanos de su país. Resentido, acomplejado, fanfarrón, perdonó a Joe Arpaio, el infame alguacil de Maricopa, en Arizona. Más claro, ni el agua. Esto me lleva a preguntarme: ¿cómo es posible que Jong Un siga en el poder? ¿Que Trump no haya sido llevado a juicio? ¿Que nosotros no podamos obligar a las autoridades a castigar a quienes cometan delitos? (Me rechinan los dientes, con todo y férula.) No sé. Somos millones lo que queremos vivir en paz; son cientos de miles, el uno por ciento de la población, los que se benefician del crimen, las guerras, la explotación inmisericorde del planeta. Esta desproporción debería favorecer el mejoramiento colectivo. ¿Qué nos falta para cambiar las cosas? Conciencia de clase, dirían los marxistas. Conciencia plena, dirían los budistas. Conciencia moral, dirían los católicos, judíos y musulmanes. Y observar con atención el viejo problema, el del bien y el mal. ¿Por qué será que esas dos palabras han dejado de tener la importancia suprema que merecen? ■

GALERÍA leandro arellano

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QUIÉN NO RECUERDA con deleite el breve texto de Alfonso Reyes sobre “Los rostros aleccionadores (Las burlas veras, Segundo ciento, Obras Com‑ pletas, Tomo xxii )? En ese amoroso párrafo –y consta de sólo tres–, Reyes agradece las lecciones de los escritores –amigos suyos todos– a quienes acude en reconocimiento de sus enseñanzas, de su ejemplo y a fin de no extraviar el estilo propio: Cuando temo haberme documentado imperfectamente y con demasiada ligereza, se me aparece como un reproche la cara de don Ramón Menéndez Pidal, mi inolvidable maestro. Cuando no logro expresarme con diafanidad y precisión, creo ver el rostro de Pedro Henríquez Ureña, que me reconviene. Cuando me pongo algo pedante, se me aparece como en protesta ese gran maestro de la sencillez que fue Enrique Díez-Canedo. Cuando deseo más sensibilidad y gracia ¿a quién invocar sino a “Azorín”? Cuando me pongo algo “cursi” aparece Jorge Luis Borges y me lo reprocha en silencio. ¡Cuánto les debo a todos!

Hace cincuenta años –en marzo de 1967- murió Azorín. Aquel fue un año poco común, un año inquieto. Una nueva sensibilidad fluía entre los jóvenes del mundo, la cual se desbordó al año siguiente mediante protestas, manifiestos y revueltas. Entre el caudal de acontecimientos que acompañaron la muerte de Azorín ese año impaciente, se hallan los siguientes: Estados Unidos experimenta con armas biológicas en Vietnam, el Tratado de Tlatelolco se firma en México, se impone Israel en la “Guerra de los seis días”, The Doors lanzan su primer álbum, las protestas contra la Guerra de Vietnam se generalizan y Miguel Ángel

IMAGEN DE AZORÍN Asturias obtiene el Premio Nobel de Literatura. Azorín acuñó el nombre de “La generación del 98”, el grupo que renovó –bajo el influjo de Rubén Darío– la literatura española. La elección de ese año en particular acaso no sea casual: España perdió la guerra con Estados Unidos y los territorios de ultramar que aún poseía (Cuba, Filipinas, Guam y Puerto Rico). Las figuras principales de esa generación, recordemos, son Unamuno, Antonio y Manuel Machado, Valle-Inclán, Pío Baroja y Azorín. El prólogo a las Obras selectas de Azorín, editadas por Austral, es de Mario Vargas Llosa y consiste en un extracto de su discurso de ingreso a la Academia Española en 1996. Vargas Llosa señala con precisión y elegancia las características y los rasgos de la prosa de Azorín, de quien confiesa ser aficionado. Entre otros halagos, anota que “Azorín es uno de los más elegantes artesanos de nuestra lengua...” La sencillez y la modestia son características de su estilo. Con Pío Baroja, induce la renovación de la prosa narrativa de España. Es un orfebre delicado de la frase corta, del texto breve, de la sintaxis lineal, que con la misma profundidad y sutileza escribía notas de viaje, notas de lecturas, reportajes, memorias y un torrente de crónicas que componen varios tomos. También escribió algunas novelas. Azorín es un escritor al que se lee poco en la actualidad. Acaso por ser un autor que no atrae a la propaganda ni el ruido mediático. Su estilo hondo y sencillo no es fácil de captar si hay dureza de oído o es insuficiente la sensibilidad del lector. ¿Que no es caso único? Una verdad y una ironía. En una era en que abunda el conocimiento, se expande temerariamente la ignorancia. No es improbable que muchos jóvenes, embrujados por la magia de las tecnologías, consideren aburrida o pesada la prosa apacible de Azorín, habituados como están a los relámpagos del Retrato de Azorín por Ramón Casas

twitter, facebook y lo que les provoca en la red. La vida se desliza sin sentir. ¿Quién hubiese imaginado de ese modo la transformación del mundo ante el abatimiento del tiempo y la distancia por las nuevas tecnologías, donde acaso los únicos felices sean sólo aquellos a quienes motiva una idea fija? Azorín fue también pionero en España, en destacar la importancia del paisaje literario. En su libro El paisaje de España visto por los españoles elabora una rica filosofía en ese terreno. Gran lección suya es que el sentido de la naturaleza es completamente moderno, obra del romanticismo. Yo me he forjado una imagen de él –sereno y laborioso– sentado frente a su escritorio con la pluma en la mano y un fajo de hojas blancas a un costado. Contempla por la ventana un paisaje semiárido de Castilla y escribe con modestia e inspiración sobre las cosas menudas y concretas, sobre la realidad humilde de todos los días, de donde emana un efluvio de fervor por el ser humano y sus cosas ■


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BEMOL SOSTENIDO Alonso Arreola @LabAlonso

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MITOTE MEXICA EN LA BIBLIOTECA

OJEANDO LAS PRIMERAS PÁGINAS el Diccio‑ nario del náhuatl en el español de México (coordinado hace diez años por el desaparecido poeta y novelista Carlos Montemayor), se nos ocurre usar palabras de musicalidad “extraña” para escribir la siguiente estampa: Desciende el acalote hipnotizado por el acocil que, apenas emergen los achiquihuites, se convierte en presa fácil. Mimados en su cuna hecha de brazos, achichihuados niños observan el cuadro entre achotlines y ahuichiches, allí donde sus madres limpian frutos de río con apoxcahuados utensilios. Disculpe la lectora, el lector, por este ejercicio raro. (Al final ponemos un glosario para ayudarlos.) ¿En razón de qué hemos sacado del librero este diccionario? Resulta que el nahuatlaco amigo Mardonio Carballo –quien nos lo regaló– está presentando la tercera edición del festival Otro Beat Otro Mitote (obom), en la Biblioteca José Vasconcelos, durante cuatro sábados de septiembre. Hablamos de una idea encomiable que presenta a muy diversos músicos del México profundo, quienes de forma natural adoptan influencias normalmente arraigadas en las grandes urbes –o provenientes del mundo anglosajón– para mezclarlas con sus raíces y en su propia lengua. Algo que en otros tiempos y geografías nos parecería lógico, obvio, normal, pero no aquí, no hace quinientos años ni hoy cuando nuestro gobierno se concentra en darle gusto a quienes viven tras la frontera norte, cuando tantas personas sueñan con evadir su cuna. Lo mejor de la filosofía del obom , empero, es que alternando con cada proyecto invitado –y como ha sucedido desde el nacimiento del festival– estarán sonando otros exponentes de gran y variopinta trayectoria, los que harán

las veces de “padrinos” sonorosos. Ellos destacan en el rock, el folk, la electrónica y el pop nacional, coincidiendo todos en la inteligencia y la sensibilidad social. Así las cosas, mostrarán su repertorio original pero también se combinarán sobre el tinglado con sus colegas del interior de la República (improvisando o no), algo que en el pasado ha ocasionado momentos únicos e inolvidables. ¿Quiénes son pues los involucrados? Los Cantores del Son tuvieron hace una semana el apoyo del virtuoso arpista y compositor Celso Duarte, cuyo enorme talento lo ha llevado a girar por el mundo, mientras que ayer el conocido cantautor Juan Manuel Torreblanca hizo lo propio con la zapoteca Paola Hersan, quien abordó distintos temas de su disco debut dedicado a Oaxaca. El sábado 23 ocurrirá que A Love Electric –el poderoso trío de Todd Clouser, Hernán Hetch y Aarón Cruz– llegará directo de su gira europea para compartir escenario con la Sexta Vocal, conjunto de ska en lengua zoque originario de Chiapas. Finalmente, el sábado 30 se presentará Astrolabio, dupla de Alex Otaola y Javier Lara, quienes unirán su electrónica al hip hop de Juan Sant, escrito en totonaco. Dicho esto, el esfuerzo del festival obom nos parece encomiable en este ambivalente y agridulce mes patrio. Por

su mantenimiento aplaudimos al tlachiquero Mardonio Carballo tanto como a sus cómplices en el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas y la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades de Ciudad de México; porque es combinando lenguas y tradiciones como se teje la unidad nacional, como nacen buenas y generosas posibilidades a futuro. Además –así lo muestra el diccionario de Montemayor–, estamos mucho más cerca los unos de los otros de lo que imaginamos. Prueba fehaciente es el viaje del lenguaje. Del cocol al toloache pasando popotes, jícaras y chayotes, sólo falta detenernos un poco y escuchar con atención al pasado para agrandar las fuentes de la belleza y la comunicación. Anímese entonces a visitar la Biblioteca Vasconcelos los próximos fines de semana. Nutra la audiencia del festival obom y participe con ello del cambio que ocurre cuando nos ponemos en movimiento y abandonamos los ordenadores. Cabe aquí parte del palabrerío que Juan Sant, desde el Terrero, Puebla, dispara en la canción “Somos” antes de un maravilloso segmento en totonaco: “¿Qué pensaban engreídos, que yo por ser un indio totonaca estaba perdido? Tontos [...] Soy el hijo del maíz que trae el rap creíble, cien por ciento mexicano, del día de mi parto hasta mi sepultura, piel morena por fortuna.” Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos. Glosario: acalote (cuervo), acocil (camarón chico de agua dulce), acocote (calabazo delgado que el tlachiquero utiliza para extraer el aguamiel del maguey), achiquihuite (cesta para pescar), achichihuado (mimado), acho‑ tlín (árbol aromático) y ahuichiche (planta trepadora), apoxcahuado (herrumbrado), mexica (mexicano), mitote (fiesta), tlachiquero (aguamielero) ■ Alonso Arreola y Mardonio Carballo

CINEXCUSAS Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com

CINE Y tlcan : LA DIGNIDAD Y LA LÓGICA ( ii y última )

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UANDO SE ESCRIBÍAN estas líneas recién había finalizado la segunda ronda de “negociación y modernización” del Tratado de Libre Comercio de América del Norte ( tlcan ), donde el apartado correspondiente a las industrias culturales ni siquiera fue abordado, por lo cual habrá que esperar hasta la tercera ronda, a efectuarse en Canadá a finales de este mes, para saber si hay alguna posibilidad de que mejore la situación del cine mexicano, si seguirá siendo la misma o si habrá de empeorar. Por lo pronto, y en congruencia con la que ha sido su postura desde hace veintitrés años, a través de la Alianza de Artistas de Cine, Televisión y Radio Canadienses, ese país sostiene que “la exención cultural [que ellos sí exigieron y obtuvieron] debe ser mantenida y fortalecida”, pero no sólo eso: para que el término modernización tenga real sentido, agregan que dicha exención “debe reforzarse considerablemente cambiando la definición actual de las industrias culturales y eliminando la cláusula sin perjuicio que autoriza represalias contra medidas que han sido incompatibles con el acuerdo si no fuera por la exención.”

El cinE En capilla La tienen fácil los negociadores mexicanos: basta con suscribir palabra por palabra el punto anterior y, con un argumento así de sólido, hacer por fin lo que omitieron los empleados de Salinas de Gortari. La tienen más fácil todavía gracias a que la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (amacc), la Asociación Mexicana de Productores Independientes ( ampi) y la organización El Grito Más Fuerte (egmf) ya les hizo el favor –no pedido, ojalá que bien aprovechado– de señalarles, con claridad meridiana, cómo deben abordar el tema. He aquí los puntos esencia-

les que la amacc, la ampi y egmf han hecho públicos, de cara a las citadas negociaciones: En lo relativo a la exención cultural y el necesario cambio en la definición de qué son, en qué consisten y cuáles son los alcances y la importancia de las industrias culturales, los firmantes explican que dicho cambio “obedece a que sus bienes y servicios [de dichas industrias] ahora pasan por nuevas plataformas tecnológicas digitales que permiten un amplio y dinámico intercambio transfronterizo en el marco del comercio electrónico, por lo que se debe eliminar toda limitación de la capacidad de México para regular o gravar los servicios de Internet que proporcionan obras audiovisuales u otras obras artísticas a los consumidores.” También se alerta, y este punto afecta no sólo a las industrias culturales sino al total del comercio regido por el Tratado, para “no permitir que se elimine el capítulo de solución de controversias en materia de inversiones del tlcan [ni] que las diferencias se resuelvan con las leyes de Estados Unidos”, como propone ese país, así como “no aceptar la posición de Estados Unidos de ratificación automá-

tica de los trips ( Trade Related Aspects of Intellectual Property Rights, ‘acuerdo relativo a aspectos de propiedad y derechos intelectuales’) en materia de servicios y que México pueda decidir de manera autónoma y soberana lo que a su interés convenga en lo que hace a los aspectos culturales.” La justificación de todo lo anterior debería ser obvia no sólo para los negociadores del lado mexicano:“la actividad cinematográfica y audiovisual concretada en la creación y en la producción de bienes culturales no puede enfocarse bajo un mero aspecto económico, ya que tienen una funcionalidad y finalidades que van más allá de los intereses simplemente comerciales, para entrar en los campos de la cultura como elemento de preservación y apoyo a nuestra identidad cultural”. Asimismo, y dado que el valor económico de las industrias culturales representa un porcentaje considerable del Producto Interno Bruto, también es necesario “que se modifique la política tributaria en lo que hace a los ingresos culturales que genera esta actividad económica que no queda gravada en el país, pese a que la fuente de ingresos se genera en México, tomando en cuenta que la regalía es un derecho que atañe a los creadores”. Finalmente, parece carta a los Reyes Magos pero los convocantes tienen razón cuando afirman que es imperativo “revisar y actualizar la legislación mexicana”, comenzando por las leyes federales de Cinematografía, Telecomunicaciones y Radiodifusión, Competencia Económica y la de Derechos de Autor, así como la General de Cultura y el Código Fiscal de la Federación. Sería la gran cosa que se impusiera la lógica y, con ella, la dignidad soberana. A ver con qué noticia nos desayunamos el jueves 28 de septiembre ■


RELATO

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conducen al estudio. Dejo el libro a un lado y abro la carta doblada en tres partes y un poco desvaída por el tiempo. Otra ronda antes de leerla. Al tiempo que me siento en el sillón recuerdo que hace años pensé en El Aleph como el más de los inexpugnables escondites y al que estaba más que seguro que mi esposa no tendría acceso jamás, porque no le convencía el escritor argentino “por sus opiniones políticas”, según decía y sostiene todavía. Qué ingrato, me reclamo, tanto que me quiso y pocas cosas y ocasiones, si no es que nada, me traían a Ella de vuelta a la memoria. Ni siquiera los “análisis sesudos”, como decían mis amigos de sus opiniones sobre el mundo y sus andar redondo en los ámbitos de la política, la economía, la cultura y la sociedad, ni su admiración por la gente inteligente, como Borges, precisamente, nada ni nadie hasta esta carta pálida me habían hecho recordar a la mujer trigueña de ojos grandes y rostro risueño con quien pude haber cambiado el destino de tedio que vivo ahora. Nuestra relación –Ella estaba por terminar la carrera de Relaciones Internacionales y yo, a mi corta edad y aún con los premios obtenidos, consideraba que había desperdiciado mis años mozos en la literatura a más de no soportar la envidia y el mote de “el escritor del lugar común”– coincidió con el escándalo de Clinton y Mónica Lewinsky, del que Ella, como un presagio del prestigio profesional que obtendría, escribió siendo estudiante un artículo en el que despotricaba contra la mojigatería de los gringos y, en coincidencia con Philip Roth, desaprobaba su doble moral y que con toda su desvergonzada impureza se apropiaron del pene de su Presidente para hacer de Estados Unidos y el mundo un pandemónium de los vicios privados y las virtudes públicas, y el sojuzgamiento del derecho que corresponde a cada quien por cada uno. Si me hubiera casado con ella otra sería mi vida, pienso. El hubiera no existe, mi querido amigo, me reclamo ya sentado mientras leo la carta escrita a mano y luego de un último vistazo al pasillo (¿Acaso pretendo esconderme tras una cortina de pudor?): “Te amo. Pude Ilustración de Juan Gabriel Puga haber aderezado la frase con un ‘demasiado’ o ‘más que a nadie’, pero no lo hice porque quien ama como yo a ti no necesita de adjetivos, mucho menos de aderezos. Estando contigo me haces sentir un ser que vive la vida ncontré la carta entre las páginas de un libro de Borges. Como suprema en su expresión más feliz. Contigo el tiempo desaparece y sólo un relincho del inconsciente me brincó el verso del poeta: “Una reina la eternidad. Sin ti el derredor habla un lenguaje triste, blasfemo, mujer me duele en todo el cuerpo.” Ya no me acordaba de Ella. mudo y es poseído por el horror y yo ahí, en medio de la nada, en la inde“Ela, con doble ele”, decía cuando tenía que dar su nombre. Así fensión total. Puedo imaginar el límite de la vía láctea pero no mi vida sin se llamaba (“Se llama”, me corregía la profesora Sofía, “si se ti. Eres la única ventana iluminada a través de la cual se mira el mundo habla de una persona ausente y no sabemos su destino al momento con la perspectiva del ahora y para siempre. Eres de hablar de ella”) en honor a la notable Fitzla pensión de la felicidad, el confín de los deseos, gerald. El culto de su padre por el jazz le llevó a el bebedero de mis anhelos, el asidero de mis tituponer a su único hijo el nombre de Louis (así, con beos, mi asilo. Todo. De verdad, no sé qué es querer o) por el Satchmo Armstrong y a las otras dos mujey qué amar, pero lo que sí sé es que en ti mi amor, res, Sarah por la Vaughan y Billie por la Holiday, mi querencia y yo somos un vértice proyectado al apelativo del que siempre renegó la más pequeña infinito. Yo soy el número y tú las matemáticas. Yo de las hermanas porque no le dejó opción a llamarsoy el elemento y tú la química. Soy el átomo y tú se Eumelia, Camila, Ximena, Mara, Grecia, o cualla materia. Yo, sin temor a equivocarme, soy en ti. quier otro segundo o primer nombre con el que Sin ti no soy. Ámame. Quiéreme desde toda la vida pudiera combinar el de “la inmortal cantante”, hasta después de la muerte. Sé la daga que entra y como se refería él a Lady Day. Pero al final del día, sale de mi corazón exhausto por ti, cansado de cuando narraban entre risas y burlas de unos contra Luis Gastélum latir te amo, te amo, te amo hasta el último pálpiotros las peripecias de su padre, todos se daban por to. Únete a mí. Déjame ser contigo y andar los pasos servidos con sus nombres porque para su fortuna que andas. Hagámonos un solo fluido. Cásate conmigo.” La firma decía: nunca predominó la predilección del reputado empresario en publicidad “Alfa y Omega de tu amor”. Se me llena la cara de tristeza. Las lágrimas se y marketing por la suave y tranquila trompeta de Chet Baker. Y se carcaacobardan. Atisbo otra vez el pasillo y la escalera pero ahora sin prestancia jeaban jugando con Chiet, Cheta… Reminiscencias… Me descubro esbozany con desdén. Doblo la carta como la ha marcado el tiempo. Me paro. Tomo do una sonrisa cuando los recuerdos se me agolpan como flashazos. Con el mismo libro alcahuete y la meto entre sus páginas, donde alcanzo a leer la vista recorro el pasillo y las escaleras para comprobar que no he sido de bocajarro: “…herida en lo más íntimo el alma de incurable y negra melansorprendido coqueteando con el casillero de la memoria que guarda los colía…” Estoy seguro, quizá lo único de lo que estoy seguro, que ahí estará amores del pasado. En mi caso, uno, nada más. Ella era, por decir lo menos, siempre bien resguardada, me digo y maldigo arrastrando la pena del pasala mujer ideal: bella y rica, madura para su edad, diez menos que mis treindo que un día fue el presente que no pude contener y me reprocho no haberta, tierna y muy inteligente. De verdad, no recuerdo un cuerpo de moldura le enviado nunca a mi queridísima Ella la carta que le escribí a mano y con tan perfecta y proporciones tan adecuadas para su estatura. Menuda mujer todo el amor que un hombre enamorado puede profesar. Aunque no sé de rostro clemente y un tanto pálido, como su cuello, suave. Además contasi sea como dice Borges al final de El Aleph: “Nuestra mente es porosa para giaba su gracia cuando se reía con las ganas de un niño a quien distraen el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión con cosquillas en los pies mientras le ponen los calcetines. Todavía de de los años, los rasgos de Beatriz.” ■ pie frente al librero principal, vuelvo a repasar las escaleras y el pasillo que

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Los rasgos de Beatriz

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