■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 18 de septiembre de 2016 ■ Núm. 1124 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
México y su cultura de masas: la identidad y el símbolo Cultura de masas y espacios públicos
Gustavo oGarrio
Color e identidad: los orígenes del rosa mexicano
arturo rodríGuez d.
La fotografía mexicana: una larga primavera
José María espinasa
sabino López y los instrumentos de la creación
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Periscope en s anta a nita
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18 de septiembre de 2016 • Número 1124 • Jornada Semanal
Periscope en * Santa Anita Alexander S. Naime
El perfil del hombre y la cultura en México, el espléndido ensayo que el doctor en filosofía Samuel Ramos publicó hace poco más de ocho décadas, es al mismo tiempo la prolongación de esfuerzos previos y punto de partida para todos los que vinieron después –como el ineludible El laberinto de la soledad, de Paz–, en el incesante afán por explicar qué y cómo es “lo mexicano”: a definir su origen, su naturaleza y sus características se han dedicado innumerables páginas, algunas de ellas meramente ditirámbicas y patrioteras, pero muchas otras agudas y bien ponderadas. Recién concluida una conmemoración más del inicio de la lucha por un país independiente, en este número abordamos algunas facetas de ese mosaico infinito que es México: la cultura de masas, los espacios públicos, la plástica oaxaqueña, el color y la fotografía.
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ntró tentonichando el cabrón al vagón del Metro yo lo periscopeé con ganas de amadrearme la jeta con una sanjuaniza que ni en mi cantorro me reconocerían y sólo por mi vestimenta. Me le aventajé y le di un guamazo pitonizo que lo dobló en la moyeroba y él nomás se puso a petuñar yo estoy hecho para armar despelotes a los morrocotudos que se dedican a guadañear en los vagones con sus desembuchonerías desoplando a la nostra Sec. 1 que nomás andamos ahí emponzoñando el telele pero yo sí le rocamboleo y a veces hasta me vuelvo fugable no me dejo y si me dejo es para el aire. Acá si papaloteas ya greñiste porque luego vienen los otros macabros con su voz de tiliche que te miran de arriba abajo como traspasándote con la pupila como si fueras de espejo y de aguas nomás te tienes que cuidar la carátula porque en una de ésas en una distracción con una rubicunda le mayoslas y te quedaste sin peso. Sólo me pierdo cuando suelo enamoronarme y es que suele ser la culpa de una damascuela cúrvica que se intromete en mi propósito con su intención la lluvia que siento se me amarra como lazo de nube en el pescuezo cuando se me repega la dama y siento un hueso de aguacate mi cate atiborrado en el ombligo que ni triques ni bambolear el tiempo gastan las ganas de manoplear mis cuates que los siento martillando en el piso de tanto que me aguanto por ser un decentón y termino todo doblado así sangrando óxido de carbono por el pirrín y la damilla que me embarró su solecito se sigue con el otro como si nada cuando yo me voy. Me hacen los nervios rodar metálicos y ruidosos cuando me pasa eso yo esperando que la microfollina que nos dimos fuera especial pero la neta neloides microspio eso es lo único que me pone papaloteando. De ahí en fuera yo ando periscopenado y a las vivarrachas porque luego veo cómo las personas se lamen después de cachufarse vacíos víctimas de los raterucos que en el mínimo se les arremucan para desquitarlos de carteras y celulares. La cantidad de mestroches ambulantes que vaivienen de los vagones y se trasvagonan en las estaciones me estrafalia ¿por qué no mejor se aplican para escurrilear eso en vez de agandallar a la chaviza? Por eso a este sí lo cachambeé me lo fusilé a patadas cuando entró tentonichando por andar hormigueando mis vestimentas mezcliaguadas pero resultó que no era un chafarol normal y solitario no era uno con carnaliza esdrújula y de momento gritó un código secretivo que sólo sus codigados entenderían y entonces la matarraca de cholería paliacatada se dejó venir graves amenazadores para alfombrarnos la jeta con una yunquiza de manoplazos y puñetazos en la que ya andábamos todos enrojizados campalmente cuando de la nada nos sobrevoló un chillido por encima de nuestras macetas y fue entonces cuando empezaron los sonidos estratificados. Un zarampahuilido zumbó asimétrico y descibelado por la maraquisa abombarrativa que hacíamos en el vagón nadie vio nada pero todos supimos que la rateriza paliacatada había contrabandeado petardos atropelladores que de puro escucharlos tronar te empanizaban de mocos y sangre de otros pasantes y nos achicamos y ahí el chafarol que me agarroneé se esfumarió. Cuando la petardiza moriterrica se desvaneció, la pitonisa policiática se acercó ante la nubarrona ensortijada de bastúlicos que ni nadie ni la policía se podían explicar cómo susoentendidas autoridades nos inculparon todas las chinacotadas que los mequetrefes chafaroles habían periarmado y a la chaviza nostra nos acarcelaron por vestimentar uniformemente alegando que éramos pandilla terriférica y que vamos a la misma escuadra por eso el uniforme pero yo con los ellos ni chiflatras. Al fin siempre ha sido así la agarradera si no más lo hubiéramos coscorroneado, todas las ínfulas se hubieran mentado y nadie hubiera traslucido pero nel la justicia necesita culpables y para la otra que me lo periscopeé me lo voy a trascender, así es esto
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Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx
*La estación del Metro recibe su nombre de la colonia cercana. Su símbolo representa la silueta de un hombre en su chinampa debido a que, antiguamente, hasta ahí llegaba el lago de Texcoco.
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Portada: La patria en rosa Foto de Carlos Ramos Mamahua/ La Jornada
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Dar gato
por liebre:
Evodio Escalante
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ace poco más de cien años, en 1915, se publicó a manera de folletín en un periódico de El Paso, Texas, Los de abajo. Cuadros y escenas de la revolución actual, de Mariano Azuela, la obra que con el paso del tiempo y no sin antes vencer todo tipo de objeciones y resistencias habría de convertirse en la novela emblemática de nuestro movimiento armado. Este mismo texto, ya en forma de libro, aparecería ahí mismo en 1916, con un leve cambio en el subtítulo: en lugar de Cuadros y escenas de la revolución actual corregía de la revolución mexicana. Cuatro años más tarde, ubicado ya en Ciudad de México donde se ganaba la vida en su consultorio como doctor, Azuela revisó el texto, agregó algunos párrafos, inventó un nuevo personaje, el “loco” Valderrama, y decidió hacer una nueva tirada de apenas cien ejemplares (“para los amigos”, declararía el autor), que habría de costear con su propio peculio. Dos cosas me parecen notables en esta edición, a cargo de la Poligrafía Razaster: 1) que es la que ha servido de base para todas las versiones posteriores, tanto nacionales como extranjeras, que han llegado hasta nosotros; y 2) que sin duda se publicó bajo la vigilancia directa de Azuela, entonces un escritor “ninguneado” que se acercaba a la quinta década de su edad y de quien nadie quería saber nada. Recuérdese que el “descubrimiento” de Azuela se dio cinco años después gracias a una discusión periodística en la que intervino Francisco Monterde. En fin: para conmemorar los cien años de este acontecimiento editorial, el investigador y crítico literario Víctor Díaz Arciniega, bajo el triple sello del Fondo de Cultura Económica, El Colegio Nacional y la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, acaba de dar a conocer una versión de Los de abajo que pretende ser fiel a las características de esta edición histórica. En su estudio introductorio, titulado “Los de abajo, cien años después”, en efecto Víctor Díaz Arciniega informa con todo aplomo que la versión “que se presenta en esta edición, en la colección Letras Mexicanas, corresponde a la publicada en 1920 en la Tipográfica Razaster”. Uno podría dar saltos de alegría. ¡Por fin, a un siglo de distancia, los estudiosos y los lectores en general podremos tener acceso a la primera versión definitiva de la gran novela de Azuela! ¡La que cuidó el autor y no la que ha sido “revisada” y “modificada” y hasta “mejorada”, si vale decirlo así, por esa institución burocrática llamada “correctores de estilo”!
Los de abajo, de Mariano Azuela De inmediato y a simple vista aparece una primera incongruencia. ¿Dónde quedó el subtítulo o el cintillo que encontrábamos en la edición Razaster y que al título del texto agregaba Cuadros y escenas de la re volución mexicana? Este “paratexto”, según la terminología de Gérard Genette, jugó un papel clave en la recepción del libro, y de hecho se mantuvo en todas las ediciones mexicanas hasta cuando menos 1938. ¿Por qué eliminarlo? Pronto nos damos cuenta de que Díaz Arciniega no reproduce, pese a su propia declaración, la edición de 1920 que su trabajo estaría conmemorando, pues ahí mismo en su estudio justificatorio añade, como quien no quiere la cosa: “Se trató de retomar el refine de la edición de 1927, publicada por Biblos en Madrid, para permitir un volumen más manejable para el lector…” Me restriego los ojos para saber si no leí mal: se da por buena la edición madrileña de un texto mexicano, que por supuesto Azuela no pudo revisar… y que, no lo dudamos, tendría que estar “mejor” redactada y más “cuidada” que la edición
Me restriego los ojos para saber si no leí mal.
histórica de Razaster. El propio Azuela, como pretexto para no ingresar a la Academia Mexicana de la Lengua, había declarado una vez que él no sabía escribir correctamente. Díaz Arciniega, por lo visto, asume a la letra esta declaración irónica y por eso se olvida de la escritura original del maestro para poner en su lugar el “refine” (sic) lingüístico de los españoles. En otras épocas a esto se le llamaba “malinchismo”. Cierto: la edición Razaster es de un franciscano riguroso. Apenas cien ejemplares, papel revolución, sin ilustraciones a cargo de los famosos. Tampoco Azuela, en esos años, lo era. Después de 1925, todo cambia. Se le traduce con grandes elogios al francés y al inglés y los españoles de Biblos acompañan la edición con ilustraciones de Gabriel García Maroto, José Clemente Orozco y Diego Rivera. La nueva edición al cuidado de Díaz Arciniega decide incorporar las ilustraciones del primero, pero por extrañas razones hace como si las de los dos grandes artistas mexicanos no existieran. ¿Por qué? Hay muchos cambios más, todos sin mayor sustento. Los correctores de estilo suprimen a veces las comas que puso el autor; otras veces el punto y coma se convierte en dos puntos; donde Azuela escribió “kiosko”, los correctores ponen “kiosco”, donde puso “¡plim!” los correctores modifican “¡plin!”, donde escribió “maüsser” castellanizan “máuser”… ¿Se equivocaba Azuela? Por supuesto que no, lo único que hacía era obedecer las grafías usuales de principios de siglo. Mal anda la filología mexicana cuando se desconoce el valor de un texto histórico que apareció bajo el inapreciable cuidado del autor. El mismo Fondo de Cultura Económica, por cierto, no canta mal las rancheras. Si uno revisa la página legal no sólo de esta edición sino de todas las que esta empresa editorial ha hecho de Los de abajo, encontrará que de modo invariable se asienta ahí: “Primera edición, 1916. Segunda edición (FCe, Colección Popular), 1960.” El dato es erróneo y desorientador, pues hace pensar que se reproduce la versión “primitiva” de El Paso, Texas, cuando en realidad la que se utiliza como base es la segunda edición de Razaster, con las modificaciones y añadidos del propio Azuela. Hubo varias otras versiones mexicanas por supuesto, entre ellas la de los estridentistas en Xalapa en 1927 y la de Pedro Robredo de 1938. Azuela fallece en 1952, lo que quiere decir que cuando el FCe da a las prensas sus Obras completas en 1958, éste ya no pudo conocer las “correcciones” introducidas por Alí Chumacero. Razón de más para insistir en la importancia crucial de la edición Razaster
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Antonio Valle
SabinoLópez
y Los instrumentos de la creación (o El piano salvaje de Ornette Coleman y Jorge Fernando Hernández) DESDE HACE CUATRO AÑOS EL ARTISTA JUCHITECO TRABAJA CON SERES Y ANIMALES MÍTICOS.
…a los que cantan canciones sin palabras en las noches compartiendo la muerte con la muerte, los invito a la vida… Juan Bañuelos
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os instrumentos de la creación es el título de una exposición de Sabino López. Esta muestra es significativa porque permite evocar y considerar algunos de los principales estilos, descubrimientos y técnicas empleadas por el artista oaxaqueño. * The Shape of Jazz to Come (La forma del jazz por venir) es el nombre del mítico álbum de “free jazz” que Ornette Coleman grabó en 1959 con un cuarteto de músicos (sin piano). Estas piezas se caracterizan por la improvisación musical simultánea. * Conocí a Sabino López en la segunda mitad de la década de los años setenta, justo cuando el pueblo de Juchitán vivía un proceso de dignificación política y cultural. En ese momento el artista adolescente elaboraba carteles de gráfica sumamente atractivos, convocando a sus paisanos a participar en diversas campañas civiles y culturales. * En la década de los “fantásticos veinte”, The New York Times anunciaba que el jazz era “el retorno de la música de los ‘salvajes’”. Sesenta años más tarde, el Congreso de Estados Unidos declaraba al jazz como un “destacado modelo de expresión” y “excepcional tesoro nacional.”
* En 1991 Philippe Briet, el gran historiador y promotor francés de arte contemporáneo, montó en su galería de New York La Magia de la Libertad, “peintures de l’artiste mexicain Sabino López Aquino.” Entre los asistentes a esa exposición se encontraba Ornette Coleman brindando con el artista juchiteco. * Hace cuatro décadas que Sabino “trabaja” con seres y animales míticos; en sus telas, papeles y cerámicas brotan búhos, peces, alcaravanes, cocodrilos, lagartos, gatos de monte y serpientes, así como representaciones a medio camino entre el mundo animal y el hombre, son nahuales o entes que se trasmutan mediante raras fusiones. * Se sabe que el chamanismo posee la capacidad de prescribir y curar el sufrimiento de los seres humanos. Mediante el contacto con el mundo de los espíritus, el chamán, como Orfeo y los poetas, suele intervenir en el tiempo para bucear por el inframundo y el inconsciente. * A finales de la década de los setenta presencié cómo Sabino López practicaba algunos métodos de sanación empleando masajes, su propia voz, alcohol, hierbas, cristales y fuego, prácticas terapéuticas probablemente de origen precolombino. * Desde épocas prehistóricas el chamanismo ha existido en todo el mundo y se basa en la premisa de que el mundo visible está impregnado por fuerzas y espíritus invisibles de dimensiones paralelas que coexisten simultáneamente con la nuestra.
* El djeli es un trovador y músico ambulante que resguarda las tradiciones orales en algunos países de África. Suele ser la fuente más confiable, ya que sabe guardar diversos acontecimientos históricos y míticos. Es el nombre que se le da a los chamanes en países como Malí, Gambia, Guinea y Senegal. * La base musical de Ornette Coleman se sostiene en un estilo africano, persistente e inquietante que se abre paso mediante una prodigiosa desintegración de la materia sonora, como si cada uno de los instrumentos de la creación conservara un secreto personal para después salir en vertiginosa persecución tras un misterioso deseo colectivo. * Cuando era pequeño, Sabino López formaba parte del “Club diagalaga”, que puede traducirse como “Círculo de la oreja ancha”. Los niños zapotecos se reunían a escuchar y a contarse viejas historias que lindaban con lo que en Occidente conocemos como fábulas o relatos del género literario fantástico. * En algunas obras de su más vibrante cromatismo suele aparecer un gato, representación de un animal que abandona su condición doméstica (y la comodidad que le ofrece la vida junto a los seres humanos) para incursionar de regreso en el mundo salvaje; de ahí la gran cantidad de felinos que se cruzan con ejemplares salvajes dando como resultado una variedad de formas y colores de esos enigmáticos animales que habitan el mundo entero. La palabra zapoteca mixhtuguixhi se traduce
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como “gato montés” y es uno de los animales míticos que mayor presencia tiene en la obra de Sabino López. * Yope power quiere decir algo así como “poder indio es tridentista”. Durante la década de los ochenta fue el nombre del más grande grupo de jazz que haya existido en Oaxaca. Esta banda, dirigida por el sensible trompetista Jorge Fernando Hernández, producía una música extraordinaria que solía “evocar” ciertas “narrativas” o perspectivas musicales abiertas por Ornette Coleman. De vez en cuando lo escuchábamos maravillados, mientras bebíamos mezcal junto con otros magníficos músicos y pintores del yope power oaxaqueño. * Algunas piezas y momentos musicales de Coleman provocan la risa abiertamente; lo mismo sucede con algunas pinturas de Sabino. A la inversa, algunas obras del pintor oaxaqueño llegan a causar una especie de aprehensión o temor, sentimiento que también sobreviene con algunas improvisaciones de Ornette Coleman. Ambos artistas han producido piezas plásticas y musicales sin hacerle concesiones al mercado del arte. * Otra serie de pinturas notables es la que Sabino manufactura mediante el uso de técnicas inéditas y asombrosas, léase, literalmente hechas a mano. Se trata de algunos seres y objetos con referentes iconográficos del mundo mineral, vegetal y animal, pero que, no obstante su contundencia corpórea, fueron concebidas y resueltas a través de una paradójica levedad. Esa serie de “pinturas” alude al concepto Binnizá, o seres de las nubes, nombre que a sí misma se da la cultura–o nación– zapoteca del Istmo de Tehuantepec. Son figuras zoomorfas y anatomías humanas, o casi, que probablemente debieron existir en distintos momentos del proceso evolutivo de las especies. Un fenómeno parecido ocurrió con el free jazz del mítico disco de Ornette Coleman que dividió al género del jazz en un antes y un después de la aparición del long play The Shape of Jazz to Come, experiencia que al paso del tiempo fue dando lugar a un tipo de jazz, que sin perder su poder “irracional” dio lugar a formas cada vez más elegantes y sensuales, ya que por naturaleza propia el jazz de Coleman se caracteriza por una constante innovación. Algo así sucede con numerosas obras, detalles y fulgores anunciados desde hace varios años en las pinturas de la serie Binnizá de Sabino López. * El estilo musical de Ornette Coleman se sustentó en el lirismo “salvaje” de África y, al mismo tiempo, fue la expresión de las corrientes más modernas e innovadoras del mundo. Sin embargo, su música fue cuestionada duramente por una industria musical profundamente anclada al establishment racista estadunidense. A pesar de eso, el posterior desarrollo de las libertades democráticas obtenidas por las comunidades afroestadunidenses, movimiento en el que destacaron los músicos y artistas negros –así como la ulterior forma en la que evolucionó el jazz–, mostró que Ornett Coleman no se equivocaba, porque en sus míticos ensambles ya existía “la forma del jazz por venir”. * Las siguientes son dos breves notas recientes sobre el tema del racismo en América: “La mayoría de los mexicanos ignora la riqueza que hay en el país, donde existen sesenta y cuatro lenguas, sin contar sus derivaciones lingüísticas o variantes dialectales. Además, no son capaces de mencionar el nombre de tres grupos originarios.”(La Jornada, 27/ Vii/2016). “Me levanto cada mañana en una casa que fue construida por esclavos.” (Michel Obama 25/Vii /2016)
* Las cerámicas, grabados y pinturas de Sabino López sintetizan una especie de simultaneidad histórica que provoca una paradoja extrema, contrasentido que por un lado remite a un arte antiguo, casi prehistórico, y que, por el otro, genera una delicada tensión con el arte contemporáneo. Tal es el caso de las series de pinturas cuyos diseños parecen petroglifos cincelados en vetas del período neolítico. “Son el más cercano antecedente de los símbolos previos a la escritura. Su uso, como forma de comunicación, data hacia el 10000 a C y puede llegar hasta los tiempos modernos en algunas culturas y lugares” (Wikipedia). * Si mi memoria no se ha perdido con la invención o los sueños, creo recordar que hace más de treinta años hicimos un viaje a Tepexi de Rodríguez. Por aquellos días –me parece– aunque admiramos un gran número de fósiles esparcidos en ese territorio, todavía no se inauguraba el museo que exhibe una muestra de las joyas minerales de Tepexi, cuyas vitrinas conservan
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del sexo florido de la mujer, divisa de lo femenino y lo sagrado para los zapotecos del Istmo. * Mediante la interacción –suave o vigorosa– de tierra, agua, viento y fuego, es decir, de los más antiguos instrumentos de la creación, Sabino López ha producido algunas series de hechos estéticos, étnicos y conceptuales con las que recientemente integró la serie Textu ras del tiempo, ejemplo de cómo el maestro istmeño registra, detiene, revierte o acelera los efectos estéticos, corrosivos y creativos que el tiempo produce sobre el espíritu y sus manifestaciones sobre la materia; son obras gestuales y abstractas con escasos referentes figurativos. Otra serie se remonta a su propia genealogía, ya que como descendiente de Ta Chicu Guisu, alfarero, taxidermista y virtuoso curandero de la quinta sección de Juchitán, ha integrado una zoología personal aplicando la encáustica o grabado con fuego; también las cerámicas en las que “provee de vida” a figuras de carácter simbólico, entre otras piezas geométri-
Fotos: sabinolopezaquino.blogspot.mx
restos de mamut, caballos fósiles, reptiles, aves y peces petrificados; piezas semejantes a los “seres” que Sabino parece “descubrir o excavar” en sus “colografías” y litografías, obteniendo un tipo de arte que se acerca más a la minería y a la arqueología que a las artes plásticas. * A falta de un mejor nombre para describir una serie de inquietantes papeles y telas, las llamaré “humografías”, es decir, el arte de escribir, imprimir o impregnar sobre soportes maleables las volutas de humo que brotan de la reacción del agua sobre el fuego. Es interesante recordar que en Mesoamérica, Tezcatlipoca, el señor de la noche o espejo humeante, era la deidad protectora de chamanes (y nahuales); de esa forma podemos inferir el efecto claramente mágico y oracular que provocan esas pinturas o símbolos espejeantes. De alguna forma, las “humografías” representan el reverso del espejo celeste de las albas pinturas reunidas en torno al concepto Binnizá. * Si en sus técnicas mixtas sobre papel tejido (de lo cual resulta una trama de quincunces u ojos de dios) suelen aparecer algunos enigmáticos gatos sexualmente vigorosos, estos encuentran medida y equilibrio en la serie de mudubinas o flores de loto istmeñas, símbolos
cas (que recuerdan los diseños clásicos de Mitla) destaca un disco que para mí representa a un avatar de la Medusa, ser ctónico femenino capaz de convertir en piedra a quien la mire a los ojos. En esa pieza Sabino parece que recién acaba de apresar a la Medusa quien, furiosa y viva (incluso dando a luz), es sujetada con tentáculos al escudo o égida que simbólicamente sirve para vencer a los enemigos y para salvarse del mal de ojo. * Hace algunas semanas apareció en la página de Facebook de Sabino López la curiosa pintura de un piano. De inmediato recordé el instrumento que resguarda la Casa de la Cultura de Juchitán. Esa pintura hizo que me preguntara por qué Ornette Coleman prescindió de un instrumento tan completo como el piano en sus ensambles de jazz. No encontré otra razón más que, como su nombre lo indica en italiano, este tipo de instrumento le resultaba demasiado suave; sin embargo, el piano “liberado” en su tinta por el artista juchiteco es una especie de animal salvaje “tocado” por la muerte pero increíblemente elegante y sensual. Imaginé –o quise– que para que despertaran del largo sueño con la muerte, tanto al fundador del yope power como al creador del free jazz les convendría tocar un instrumento de la creación de semejante energía
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Cultura de masas
Y ESPACIOS PÚBLICOS:
Gustavo Ogarrio
A mi selección Resto del Mundo: Pablo Suárez Rhi Sausi, Camila Ogarrio Fuentes, Víctor y Martín Valdivia, Juan y Joaquín Villagrán, Ulises Dehesa, Tonatiuh Arroyo, Javier Ogarrio, el Carras, el Cocoduro, el equipo Imperio de Coyoacán, el San Lucas, las Águilas del Pacífico, el Plateros; a la familia Pichardo, y al mejor dt de todos los tiempos: Gustavo Ogarrio Reséndiz. Cuando era niño/ y conocí el Estadio Azteca/ me quedé duro, me aplastó ver al gigante.
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Andrés Calamaro
l ser inaugurado en 1966, el Estadio Azteca representaba ya la ostentación de una modernización desarrollista en lo que se refería a la construcción de las obras y espacios fetichizados en la también recién inaugurada cultura de masas. Es una de las primeras inversiones “fuertes” de un poder económico asociado a los medios de comunicación y al futbol, a los “deportes”, que muy pronto va a tener un apellido emblemático en personajes por definición evasivos y en los que cabría la clásica expresión del “poder detrás del poder”: la familia Azcárraga, primero como dueña de Telesistema Mexicano y después transformado monopólicamente en Televisa, y que va a financiar la construcción del Estadio Azteca con la misión de obtener la sede de la Copa del Mundo en 1970… y una acumulación de capitales que se quiere presentar con ros tro generoso y nacionalista. El sueño del consumo masivo también produce estadios: un “templo laico” de dimensiones monumentales, con cupo para más de 100 mil espectadores, diseñado por los arquitectos Pedro Ramírez Vázquez y Rafael Mijares Alcérreca; moderno de acuerdo con la concepción benefactora y popular de la época, listo para que el equipo América, la Selección Mexicana y, en mucho menor proporción y en diferentes épocas, el Cruz Azul, el Atlante, el Necaxa y el Atlético Español, lo utilicen durante medio siglo a favor de la construcción misma de los mitos del futbol y de un fanatismo deportivo todavía sin sospecha de generar tempestades, violencias y comportamientos “antideportivos”. El Azteca comienza su vida imaginaria con una leyenda naciente en blanco y negro: el primer gol lo anota Arlindo Dos Santos, brasileño que vestía la casaca americanista, en el juego inaugural América-Torino.
EL ESPECTADOR VE QUE “YA MERITO”: LA CULTURA DEL JODIDO
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l equipo América conquista en estos cincuenta años de vida del Estadio Azteca la cima de la devoción y de la abyección, que se entremezclan en el escenario de un pasto verde siempre reluciente en sus líneas maestras de pintura blanca; en
A CINCUENTA AÑOS DE SER INAUGURADO, EL ESTADIO AZTECA ES EL SÍMBOLO NACIONAL MÁXIMO DEL MODERNO TEMPLO DEL ESPECTADOR, “ESE NUEVO FELIGRÉS YA SECULARIZADO A PUNTA DE COMERCIALES Y DE CASCADAS DE SPOTS.”
su condición de equipo odiado y amado por representar precisamente a este poder mercantil de la televisora monopólica, cuyo poder adquisitivo sirve para despilfarrar cantidades de dinero ofensivas en la compra de jugadores y que tiene su fundamento ideológico en la voz misma de Emilio Azcárraga Milmo, en el apotegma con el que “gobernó” los sentimientos futbolísticos de la sociedad mexicana en su incorporación masiva y popular a la “cultura del entretenimiento”: “México es un país de una clase modesta muy jodida, que no va a salir de jodida. Para la televisión es una obligación llevar diversión a esa gente y sacarla de su triste realidad y de su futuro difícil.” Estas palabras, que Azcárraga pronuncia el 10 de diciembre de 1993 en una entrevista para la revista Proceso, se pueden aplicar retroactivamente para definir toda una época en lo que se refiere a la actitud despótica, discriminatoria y con la misión de imponer este determinismo económico que es también político y cultural. La segunda mitad del siglo xx como el apogeo del fanatismo que grita goles pero también destila un nacionalismo agresivo, por momentos desbordadamente chovinista, una autoritaria cultura de masas que durante estos cincuenta años, a veces de manera paulatina pero otras tantas aceleradamente, todo lo transforma en mercancía y en ese capitalismo a la mexicana, de una concentración ofensiva de la riqueza que es la contraparte aparentemente no dialéctica de la “jodidez” a la que se refiere el soberbio Azcárraga Milmo. El Estadio Azteca también es el espacio por excelencia en el que la sociedad mexicana recibe su entrenamiento en el comportamiento masivo, en las coreografías multitudinarias que sirven como iniciación en la frenética comercialización del futbol y en las mitolo-
gías populares que van a certificar la irrupción cuasi carnavalesca, pero también cuasi guadalupana, de un perfil sociológico que se erige como la figura estelar del futbol como espectáculo: el espectador, ese nuevo feligrés ya secularizado a punta de comerciales y de cascadas de spots, de campeonatos de dudosa procedencia del América y de maldiciones de mediana duración (trece años de sequía americanista de campeonatos, de 1989 a 2002); moldeado también por las decepciones legendarias de una Selección Mexicana que se disfraza de equipo local “invencible” en la imberbe región de norte y centro de América y el Caribe, mientras sus fracasos mundialistas se recrean bajo la axiología de la culpa, el “ya merito”, la “conquista del quinto partido”, y demás neologismos simplificadores que absorben a su manera las “frustraciones nacionales”. En nombre de este espectador se administran las emociones y sentimientos del fanatismo y de la “pasión” futbolística: el recinto deportivo protagónico de este proceso de medio siglo es, sin duda, el Estadio Azteca, cuyas tiranías de baja intensidad cultural se expresan mejor en las actuales “narrativas” de comentaristas de las empresas de comunicación que quieren para sí el monopolio del entretenimiento, locutores exasperados y racistas, discriminatorios y grotescamente “chistosos”, derrotados ya por una herencia inalcanzable, la de viejos narradores deportivos como el Mago Septién o Ángel Fernández, maestros de las ficciones populares, últimos virtuosos del micrófono cuyos “nudos dramáticos”, afirma Juan Villoro en el caso de Ángel Fernández, son ahora una excepción, una especie de época de oro ante el desierto contemporáneo del griterío neoliberal de la televisión y el radio.
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LOS HÉROES DEL AZTECA SE TIRAN AL VACÍO El Azteca en construcción
“Y EN EL MEDIO TIEMPO…”: UNA EVOCACIÓN PERSONAL AHÍ DONDE LO COLECTIVO SE QUIERE ECHAR UNA TORTA
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o primero que hice fue seguir con la mirada el balón pequeñísimo y blanco. Ignoré los gritos de los cerveceros, la oferta masiva de las tortas de jamón o de los cacahuates trizados por el traslado permanente, el murmullo indetenible de la multitud. Abajo, por primera vez ante mis ojos, los hombres de esa nación llamada futbol, siempre los malditos hombres de pantalón corto, sudaban la batalla simulada de la eternidad en colapso que es también ese gol en fuera de lugar o el tiro penal que evita las redes. En la alfombra de lujo del Estadio Azteca, los Leones Negros de la Universidad de Guadalajara le clavaban el primer gol al América. Yo miraba, asombrado, la celebración discreta de los pocos aficionados felinos y la presencia enmudecida de miles de seguidores americanistas. Era el primer zarpazo del gigante invisible, su primera dentellada festiva y letal. De ahí en adelante todos los goles serían para mí el mismo gol hermoso y espléndido, el mismo Estadio Azteca en agonía y cómplice de esta simulación casi maligna. Vino también el gesto mineral e incomprensible del Vikingo Dávalos, del Che pe Chávez, del Médico Ríos o del brasileño Nené. Los enanos mortales que vestían las rayas negras, amarillas y naranjas, los arquitectos diminutos del primer gol “profesional” del que fui testigo. Ahora me da cierta alegría saber que los Leones Negros de la U de G desaparecieron y volvieron a resucitar. Esto les da un aire metafísico, una condición de felinos de piedra, de inalcanzables en el tiempo.
LOS HÉROES IMPROBABLES Y NARRADOS TAMBIÉN SE TIRAN AL VACÍO… PERO HASTA QUE COMIENCEN LOS TIEMPOS EXTRA
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s inmanejable ya la cantidad de autores y textos en los que se relaciona la literatura y el futbol. Por ejemplo, al evocar su juventud y su pasado como portero en la Universidad de Argel, el escritor Albert Camus, Premio Nobel de Literatura en 1957, afirmaba: “Porque, después de muchos años en que el mundo me
ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al futbol.” Camus fue uno de los primeros escritores en reivindicar el futbol en el contexto de una sociedad de masas: puso énfasis en el rasgo comunitario del futbol, en su dimensión artística y popular, muy lejos del gran negocio y de los niveles de corrupción a los que hoy nos tiene ya acostumbrados. Camus decía: “No veo el futbol como una forma de alienación moderna, lo siento más bien como una poesía colectiva.” El mismo Camus propuso una reinterpretación del mito de Sísifo que podría ayudar a colocarnos de manera distinta ante el fracaso, ante el absurdo de la repetición de la misma derrota, ante esa dimensión trágica a la que nos enfrentan muchos de los eventos de la vida, entre ellos, obviamente, el futbol. Para Camus, “Sísifo es el héroe absurdo”, condenado por los dioses a empujar una piedra por una cima, que caerá eternamente para que él mismo la vuelva a subir. Dice Camus: “lo trágico de este mito estriba en que su héroe es consciente”. Conciencia del absurdo de la repetición de un acto que se prolonga eternamente; conciencia de la derrota y lucidez oscura ante el fracaso. Sísifo, en los límites de su derrota perpetua de subir la misma piedra, obtiene una victoria también absurda y pronuncia una frase sagrada, como el mismo Edipo, en medio del absurdo: “todo está bien”. Esta palabra sagrada de Sísifo arrebata el destino humano a los dioses y transforma la derrota en un asunto cotidiano.
MARCADOR FINAL: ECONOMÍA DE MERCADO 1, FICCIÓN LÚDICA 0
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ara Johan Huizinga, los deportes y las competencias ya profesionalizados cambian la naturaleza primigenia del juego y del mito, ambos pierden su dimensión sagrada en el siglo xx: “La actitud del juego profesional no es ya la auténtica actitud lúdica, pues están ausentes en ella lo espontáneo y lo despreocupado. El deporte se va alejando cada vez más en la sociedad moderna de la pura esfera del juego, y se va convirtiendo en un elemento sui géneris: ya no es juego y, sin embargo, tampoco es algo serio. En la vida social actual [Huizinga publica su libro Homo ludens, al que
pertenece este fragmento, en 1954] el deporte afirma su lugar junto al proceso cultural propiamente dicho, y éste tiene lugar fuera de aquél. En las culturas arcaicas, las competiciones formaban parte de las fiestas sagradas.” Quizás la inauguración en 1966 del Estadio Azteca, su medio siglo de vida y su actual remodelación, que amenaza con transformar el recinto en una estrategia abiertamente de élite, sean también los signos modernos de esta pérdida del aura mítica del juego, de su actual condición mercantil, casi total; la sepultura misma de una de las últimas ficciones populares que se perderán en la disciplina financiera de la economía de mercado: el futbol. En su magistral reportaje sobre el nacimiento del San Lorenzo de Almagro, en Argentina, Osvaldo Soriano persigue las huellas del origen de este club y los estertores del juego del futbol como aquella filiación absolutamente lúdica y popular entre equipo y barrio: “La barriada de Almagro tenía ya un club que la identificara.” ¿Qué son esas leyendas modernas e hipermediatizadas cuyo escenario fue el Estadio Azteca? El gol inaugural de Arlindo, los goles de Pelé en el Mundial de 1970, el partido del siglo entre Italia y Alemania en ese mismo Mundial; la despedida de Enrique Borja; el golazo de Manuel Negrete contra Bélgica en el Mundial de 1986, la rechifla contra el entonces presidente Miguel de la Madrid, como una protesta contra su actuación patética e irresponsable en el terremoto del 1985; los goles legendarios de Maradona, su “mano de Dios” y su gol del siglo contra Inglaterra, el campeonato de Argentina; la patadas y puñetazos, dionisíacos y pueriles, de una semifinal entre el América y las Chivas; las memorias particulares y colectivas de goles, figuras, partidos, campeonatos, rachas de derrotas y victorias: la lenta agonía del “juego del hombre”. Héroes improbables que se tiran al vacío de la frenética modernidad y cuyo destino quizá será muy parecido al de los fundadores del viejo San Lorenzo de Almagro, tal y como lo consigna Francisco Xarau: “Los que empezamos éramos menos de veinte, los que hicimos el club unos cien y sólo quedamos dos vivos… Ahora lo único que me queda por delante es la muerte… De los viejos, más vale ni acordarse. Aunque alguna vez también hicieron goles.”
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en México, que estamos invadidos por objetos en “rosa mexicano” o de colores similares (si es que aceptamos esta nomenclatura como un color oficial).
CROMÁTICA DE LA “MEXICANIDAD” Taxi de la Ciudad de México Foto: Alfredo Domínguez/ La Jornada
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n las oscuras y sucias calles del Londres de mediados del siglo xix se fundó el Royal College of Chemistry, siendo el químico alemán August Wilhelm Hofmann su primer director. En plena Revolución industrial, el principal cometido de la industria química en Inglaterra era la aplicación de los nuevos descubrimientos en el campo de la química orgánica, propiciada en gran medida por los experimentos realizados a partir del abundante subproducto de la industrialización: el alquitrán de hulla. A partir de los experimentos que Hofmann realizó con este material, pudo descubrir nuevos compuestos como el formaldehido y, junto con sus alumnos, logró perfeccionar los métodos para la extracción de benceno y del tolueno y convertirlos en compuestos nítricos. Ahora sabemos que fue quizás la industria bélica la que se vio mayormente beneficiada con estos importantes avances. Uno de sus alumnos más distinguidos fue William Henry Perkin, a quien le fue encargada la noble tarea de encontrar la fórmula para producir, a partir del alquitrán, un sustituto sintético para la escasa y costosa quinina que se utilizaba para tratar la malaria, enfermedad muy extendida entre los colonialistas europeos. Perkin y su equipo sintetizaron de manera accidental un nuevo producto de un violeta intenso que llamaron “malveína”, debido a su parecido con los tintes naturales extraídos de las flores de malva. Perkin también descubrió un intenso tinte rojo conocido como carmesí de alizarina, sólo que la compañía bávara de anilinas, la baSF , logró anticiparse con la patente. Otras compañías germanas como la agFa (Aktiengesellschaft für Anilin Fabrikation), la Hoechst y Bayer, desplazaron a las compañías inglesas convirtiendo a Alemania en la más grande potencia química y farmacéutica de la Europa de finales del siglo xix .
Clogsilk, Brockley Market. Fuente: Flickr/ CC BY-NC-ND 2.0
Se ha repetido de manera insistente que México es un país muy colorido. Incluso sigue existiendo una política pública, impulsada por el entonces presidente Felipe Calderón, respecto a la “marca país México”, que hace hincapié en el uso de colores “cálidos, estridentes y vivos” que representen nuestra enorme “riqueza visual”. Sin lugar a dudas, y en muchos sentidos, el nuestro sí es un país que tiene cierta inclinación por el color, lo cual es evidente en nuestros mercados, en muchos de nuestros trajes regionales, en la arquitectura de algunas ciudades y aun en nuestra cultura culinaria. Es tal nuestro orgullo por el color nacionalista, que aseguramos que nuestros artistas han sido algunos de los mejores coloristas del mundo, como es el caso de Rufino Tamayo, quien “nació con las manos llenas de color” nativo de Oaxaca y, Tianguis en la Ciudad de México. Foto: cortesía del autor
La anilina (del añil o índigo) fue un descubrimiento descomunal que tuvo un enorme impacto en la economía del mundo. La gama cromática, que abarca del azul al rojo, siempre fue muy cotizada y muy costosa de producir, particularmente para la tinción de diversos textiles. Con el descubrimiento de estos tintes sintéticos, las enormes crinolinas que usaban las damas de sociedad europeas podían teñirse de violeta, de azul y de rosa a mucho menor costo que en toda la historia pasada. De hecho, cuando naciones enteras subsistían en gran medida de la producción de tintes naturales (como el índigo de India), sus economías se fueron a pique. Cuenta el químico e historiador del color inglés Philip Ball que, en 1860, la compañía Simpson, Maule y Nicholson fabricó un rojo de anilina que nombraron inicialmente como roseine, pero que finalmente se hizo más conocido por el nombre que persiste hasta el día de hoy: “magenta”, en honor de la ciudad italiana donde el ejército francés se enfrentó al austríaco en junio de 1859 y que había sido noticia de primera plana. La enorme gama de productos teñidos, pintados, entintados o que incorporan en su material el amplísimo espectro de rosas, fucsias, violetas, magentas y rojos que se sintetizan actualmente a partir de estos colorantes, es inmensa e incluye ropa, coches, libros y revistas, juguetes, mochilas, productos artesanales, lonas y todo tipo de plásticos. Pareciera, por lo menos
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“EL EMBAJADOR DE LA MEXICANIDAD”.
por lo tanto, “heredero de las grandes culturas prehispánicas”. Otro ejemplo que se repite con frecuencia es el del famoso color rosa de Luis Barragán quien, por su parte, declaró alguna vez que su paleta provenía en realidad de los surrealistas, en particular de “De Chirico, Balthus, Magritte, Delvaux y [sí] Chucho Reyes.” De acuerdo con la mayoría de las fuentes disponibles, los pueblos “más civilizados” han rechazado históricamente el uso de colores intensos. Para algunos teóricos del pasado, como Johann w. von Goethe, el extendido uso del color es más característico de los países que se ubican en las regiones más calientes del planeta. Por otro lado, en su famosa Teoría de los colores, el poeta romántico demuestra ser un pensador racista, pues llega a afirmar que el color de la piel “indica una diferencia de carácter” y que el de los europeos, que “varía del blanco al amarillento, pardusco o rojizo […] es el más hermoso”. En cambio, el rojo (o “colorado” –el color por antonomasia–) es preferido por las personas “robustas y rudas”, por los niños y, por ende, por los pueblos salvajes y primitivos. Para los conquistadores españoles del siglo xVi , el gusto por el color de los nativos americanos era considerado incluso demoníaco (Goethe usa la palabra “peligroso”; gefährlich en la edición original). El “rosa mexicano”, una versión rebajada pero intensa del rojo, entraría en estas categorías (véanse los es-
Encuentro de rituales en el Museo de Culturas Populares, Coyoacán. Foto: María Luisa Severiano/ La Jornada
critos de Motolinía y Sahagún en México y Poma de Ayala en Perú). Aquí cabe recordar que dicho color no existía en las paletas prehispánicas, no obstante distintos tipos de rojo sí eran apreciados y sí se utilizó ampliamente como tinte, extraído de diversas plantas, insectos y moluscos. La verdadera modernización de nuestro país no inició sino hasta finalizada la Revolución, y con ella se introdujeron masivamente los tintes artificiales, sustituyendo casi hasta la extinción muchos de los productos naturales que genera nuestro rico país. Como sabemos, todos los gobiernos postrevolucionarios han participado en una campaña orientada a la cohesión social basada principalmente en el fortalecimiento del nacionalismo y en la creación de una identidad. Paradójicamente, la gran mayoría de estos gobiernos ha sido de derecha, como casi todos los nacionalismos. Durante la búsqueda de esta famosa identidad mexicana y nacionalista, surgieron diversos grupos que se caracterizaron por su xenofobia y su conservadurismo. Después de la Festival Internacional de Luces de México,en el Hemiciclo a Juárez, Ciudad de México. Foto: Guillermo Sologuren/ La Jornada
Revolución, como parte del proceso nacionalista que definió nuestra idiosincrasia presente, se multiplicaron los grupos derechistas en México, particularmente durante el cardenismo, que fue el gobierno postrevolucionario más orientado hacia el pensamiento de izquierda. Esta polarización se fue definiendo aún más durante la Guerra fría en las décadas posteriores. Cuando terminó la segunda guerra mundial, y coincidiendo con el macartismo, el entonces presidente Miguel Alemán impulsó una doctrina llamada “de la mexicanidad” y la mayoría de los medios masivos de comunicación se unieron a esta campaña, fuertemente anticomunista. En medio de este período surgió la idea de un “rosa mexicano”. Alrededor de 1948, Ramón Valdiosera, un joven diseñador de modas, supuestamente inspirado en la indumentaria de los grupos étnicos y el color de las buganvilias, lanzó una colección que tuvo amplia aceptación entre las mujeres de la alta sociedad mexicana, encabezadas por actrices como Dolores del Río y María Félix. Cuando se presentó en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York, los periodistas estadunidenses lo bautizaron como mexican pink y posteriormente recibió el espaldarazo de Alemán como una especie de embajador de la mexicanidad en el extranjero y entre el jet set. Como se mencionó antes, fueron las principales compañías farmacéuticas las encargadas de sintetizar esta nueva gama cromática, a la cual pertenecen los tintes orgánicos que se usan para producir los rojos, violetas y rosáceos que tanto se utilizan hoy en día para la elaboración de un sinfín de productos comerciales que hace cincuenta o más años hubieran resultado extremadamente costosos. Entre otras cosas, y desde su fundación, estos mismos megaconsorcios productores han sido responsables de casi todos los explosivos y venenos que se emplean en la guerra y son los dueños, por así decirlo, de la producción de la mayoría de los colorantes sintéticos disponibles en el mercado. Curiosamente, la relación entre el colorismo y el nacionalismo exacerbado no es exclusiva de nuestro país. Cuando los cromoluminaristas (puntillistas) y posteriormente los famosos fauves, como Henri Matisse, llegaron a la costa del sur de Francia en busca de la “luz y el color mediterráneos”, también arribaron a la cuna del ultranacionalismo francés. Fue en esta región donde se fundó el movimiento de Acción Francesa, mismo que publicó las revistas L’Occident (con la cual colaboró el pintor Maurice Denis) y La Rénovation Esthétique, de Émile Bernard, discípulo de Cézanne. Lamentablemente, nada de todo lo antedicho parece haber influido para moderar al menos la campaña de “rosificación” de nuestra nueva Ciudad de México, donde los miles de taxis, las fachadas de los verificentros, las credenciales de los adultos mayores y prácticamente toda papelería oficial, incluidas las boletas que emite la tesorería, nos han invadido como nunca antes
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LEER El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, Javier Sicilia y Eduardo Vázquez Martín (editores), Ediciones Era, México. 2016.
LA VIGENCIA DEL DOLOR OLLIN VELASCO
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l infierno tiene abierta una sucursal en México, y no es novedad. Tanto ha durado nuestra exposición a la violencia desde que oficialmente se combate a la delincuencia organizada en el país que, entre otras cosas, nos hemos vuelto clientes asiduos de la sangre y de los dramas cotidianos que transcurren a ritmo de narcocorrido. Hoy, ser mexicano implica convivir con una colección de estadísticas del horror, y eso es tan peligroso como las mismas metrallas. Este libro es digno hijo de su tiempo y perfila al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad ( mpjd ), iniciado por el poeta, y activista social, Javier Sicilia, luego de que en marzo del 2011 el cártel de los Beltrán Leyva asesinara a su hijo Juan Francisco Sicilia Ortega, a cinco amigos suyos y a una mujer, en Cuernavaca, Morelos. A partir de ese caso particular, y bajo la popular consigna de “Estamos hasta la madre”, la causa se hizo una con muchas más y se convirtió en una de las cruzadas de las víctimas de la guerra contra el narco en México más importantes de los últimos tiempos. Editado por el propio Javier Sicilia y el escritor Eduardo Vázquez Martín, el libro es una sacudida contra la indiferencia y normalización de la violencia que se eternizan como un círculo vicioso moderno. Desde sus inicios, evolución, polémicas y lecturas desde distintos enfo ques, pone al lector un telón de fondo y lo invita a concebir a la muerte más que como cifras y recuentos que se actualizan y superan gradualmente. En estas 311 páginas hay mucho dolor, mucha rabia y mucha fe. Por medio de cartas, discursos y reflexiones de plumas como las de Juan Villoro, Enrique Krauze, Diego Osorno, el subcomandante Marcos, Jesús Silva-Herzog Márquez, Julián LeBarón, José Gil Olmos, Adolfo Gilly o Emilio Álvarez Icaza, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad es explicado y analizado en el momento justo de trascender sus orígenes y volverse un estandarte común a muchas tragedias nacionales. Hay recuerdos de caravanas sumidas en silencios elocuentes; de noches al amparo de abrazos comunitarios en pueblos fronterizos; de besos polémicos en el Alcázar del Castillo de Chapultepec; historias de madres desgarradas, de familias mutiladas; lágrimas, criminalizaciones, pancartas, narcofosas; mentiras históricas, mesas de negociación sin negociación, más desaparecidos, más ataúdes; consuelos enviados desde distintas partes del mundo y una sensación constante de confianza en que la paz después de la barbarie llegará, sólo después de luchar por ella. En el texto y en las fotografías del libro pueden apreciarse rostros conocidos y anónimos, hermanados por una rabia generalizada desde 2011 y que se extiende hasta nuestros días. Todos, en busca de
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las víctimas de una guerra que nadie pidió, y que contra todos arrasa por igual. Deténgase a verlos de cerca, conozca sus historias, descifre sus indignaciones y epicentros del dolor. Lea los nombres que se traspapelaron entre toneladas de archivos olvidados adrede, descubra por qué el mpjd clama por un “despertar” desde 2011 y por qué, a más de cinco años de distancia del asesinato del hijo de un poeta y seis personas más, la sucursal del infierno sigue en funciones, pareciera que no ha corrido el tiempo y que la pregunta de “¿dónde están? sea más legítima que nunca • Deslealtades del destino, Agustín Monsreal, Fondo Editorial del Estado de México, México, 2016.
EL CUENTO ES VIVIR JOSÉ ÁNGEL LEYVA
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ue una charla de tres horas y nadie se movía de su asiento. Agustín Monsreal estaba en vena, las risas aparecían como síntoma de placer y de conciencia entre los tonos descarnados de sus cuentos y su jocoso magisterio. El público de la Facultad de Economía de la unam interrogaba y escribía las respuestas que el escritor invitado entreveraba con una autobiografía, imaginaria o real, para ilustrar los entresijos del oficio del cuentista o narrador breve. Y para Agustín, que no escribe novela, acaso poemas y haikus, vivir del cuento es todo un arte, un desafío de sobrevivencia y de congruencia, lo que no acepta de este oficio es hacerle al cuento. Originario de Mérida, Yucatán, alumno de Augusto Monterroso, compañero y colaborador de Edmundo Valadés en la revista El Cuento durante su no breve existencia. “No hay una preceptiva clara para la minificción, o para el microcuento, pero... dice Agustín Monsreal”, solía repetir Valadés a sus talleristas en el Museo Carrillo Gil. Con el tiempo y buenos hábitos, descubrimos a uno de los narradores más puntuales, más fieles a la brevedad y a sus rigores, un narrador de cepa que no niega, pero tampoco evidencia una influencia específica, sino la digestión nutricia de grandes autores y obras maestras muy conocidas o escasamente citadas. Monsreal confiesa su pasión por la poesía, por el lenguaje, por las lecturas donde la concisión y la precisión son las herramientas fundamentales del discurso y en las que una historia corriente se transforma en un suceso extraordinario gracias a la gracia y la magia de las palabras. La clave nos la da en su decálogo que abre La banda de los enanos calvos (Laberinto, México, 2008), en el punto número siete les aconseja a sus lectores: “Si una cosa es necesaria úsala, y si no es necesaria, no la uses. Pero aprende a usarla, eso sí es necesario.” Ese principio se suma al carácter mordaz de su escritura, al humor no siempre festivo de sus historias, que puede devenir caldo amargo, corrosivo hasta el tuétano, cruel, ponzoñoso. Reírse de sí mismo parecería también una exigencia de esa descarga de escepticismo, de la sustancia humana del fracaso o de la desesperanza, de la condición ridícula de la razón ante la incomprensión de la muerte y el cambio. De un modo implacable escancia el zumo del dolor y del placer, de la tragedia y su caricaturización, de lo aparente y la desnudez meridiana en sus relatos de Deslealtades del destino, un libro donde el cuentista aparece como un arte-
sano del tiempo, un relojero del verbo, un orfebre de la lucidez. El potaje de los impulsos contiene motivaciones de toda índole, incluso la no motivación, el acto gratuito. En La banda de los enanos calvos el autor juega a mostrarnos la cocina de su creación, a darnos cuenta de su preceptiva, pero nos advierte que no todo lo que se dice allí es totalmente cierto y menos aún falso. Hay un contrato de credibilidad para aceptar que la mentira es indispensable con inteligencia y mutuo acuerdo, casi siempre tácito. ¿De qué otra manera podría el narrador seducir a sus lectores? Pero ¿de qué otro modo el lector aceptaría una verdad donde lo insólito es como dice Agustín que dice Ambrose Bierce: “El decepcionante asombro de estar vivo”? El crimen, el engaño, la venganza, la piedad, son marcas de una serie de relatos de Deslealtades del destino en los que Monsreal parece responder a pie juntillas a esa otra serie de piezas breves (contenidas en La banda de los enanos calvos), forjadas con precisión de entregas periódicas, pero con la conciencia de conjunto y de notas paralelas, al margen, como señales del camino. Casi como una revista, pero con el resultado de un libro, que mucho recuerda a la revista El Cuento en su capacidad de ofrecer varias lecturas a la vez, referencias de lecturas indispensables, reflexiones de apariencia concluyente que dejan abierta la puerta a las interrogantes, historias donde el autor figura como personaje narrador, protagonista de su imaginación ¿o de su biografía fabulada? Pero si en La banda... el humor y la declaración de principios literarios se acrisolan en una apetitosa erudición, en los relatos de Deslealtades del destino la fuerza tira sobre todo de frases como “tal parece que estuviésemos viviendo solo para huir de nosotros mismos” (“La selva de los suicidas”), o arranca violenta la careta de las prohibiciones más primitivas como el incesto en “Estampa de familia”, donde el amor entre hermanos es un hambre que sólo se apaga, quizás, con la muerte. Freud lo hizo evidente en su complejo de Edipo, pero ya Sófocles había puesto el dedo en la llaga de la transgresión trágica para dejar claro que el rey, incapaz de ver la realidad, debía cegarse. Es de los pocos cuentos donde Monsreal no incorpora el humor, ni siquiera el doble rostro de la paradoja. El tajo es vertical, un rayo a mitad de la canícula. “No es lo mismo entretenimiento que humor”, subraya el autor, para alertar a sus posibles lectores y a sus hipotéticos pupilos. El humor exige inteligencia, reflejos, inventiva y acaso una sonrisa franca, un gozo intelectual y físico. Laurence Stern, Ambrose Bierce, Bulgákov, y por qué no, Revueltas en la acidez de “las inauditas desviaciones de la conducta humana”, como sentencia Monsreal cuando evoca su descubrimiento y su admiración de Petrus Borel “El licántropo”, a quien halla una vigencia aterradora a más de siglo y medio de su desaparición. Es allí, con Borel, donde el narrador yucateco revela sin ambages su filiación a una mirada honda del destino y sus deslealtades. Como quiera que sea, Agustín Monsreal es a todas luces uno de los maestros vivos y no suficientemente leído y reconocido, y en quien uno puede advertir ya descendientes, como es el caso de Eduardo Antonio Parra. En el cuento no importa el tamaño, dice el creador de los pigmeísmos. A un cuento lo determinan sus personajes, su reducido número, su fuerza, su energía •
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Ocurre todavía, Eduardo Hurtado, Fondo de Cultura Económica, México, 2016.
EL ÁMBITO INCONCLUSO DEL DESEO CLAUDINA DOMINGO
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curre todavía es el más reciente título de Eduardo Hurtado. Se trata de un largo poema dividido en cuarenta y dos cantos, donde el autor, con voz que se adivina íntima y deviene reflexiva, ensaya en verso en torno al amor y el deseo, las experiencias más íntimas y compartidas del ser. El libro está dispuesto en tres tiempos o sustratos. En las primeras páginas, los lectores ingresamos en una atmósfera sutil que implica los temas y las preocupaciones fundamentales del poemario: el amor y su misterio. En estos escarceos iniciales, el reino es el de las sensaciones. El poeta crea un clima hecho de ritmos sugerentes, sinuosos y sensuales. Las palabras respiran un aire que le otorga a cada verso su ámbito más propicio, no sólo para comunicarse sino para expandirse hasta conformar un paisaje que nos reclama y nos contiene, un mundo vegetal donde el limo, la hojarasca, la corteza, los sonidos subterráneos, los trinos pendientes del follaje y, más allá, el deslumbramiento de una luz vertical, nos envuelven de manera progresiva. Esta capa inaugural nos conduce a la dicción de un paisaje interior: cadente, irisada, perfumada palabra con todos los nombres. Tras explorar el territorio del amor sensual, Eduardo Hurtado nos atrae hacia un sedimento más profundo de la anatomía del deseo. Aquí, el amor habita el tiempo: nos encontramos en las calles, bajo los árboles, en comedores y habitaciones. El poeta se solaza en las múltiples cosas que pueblan la vida diaria: mesas, camas, especies, ventanas. Su atención se concentra en el lenguaje sensorial más inmediato (la tesitura de la voz, la textura de unos muslos), hasta que se cansa de bucear en el tiempo. Surge entonces la paradoja de lo ensoñado, y el autor la aborda consciente de su lógica cruel: el amor no quiere estar ahí por lo que ocurre en cierto momento sino por lo que ese momento le recuerda. La prosa entonces convoca a la poesía, al menos a la hora de ejercer el arte del amor: Entonces qué tuvimos, si el susodicho jamás se está sosiego. ¿No tuvimos amor? ¿Fue amor el que nos tuvo a fuerza de irrumpir, arder, burlar la nada
/y al sol tildar un sí, lustrar los huesos? Por último, el poeta nos introduce en un tercer estrato, el que con mayor hondura discurre sobre la naturaleza del amor y el deseo. Hábil a la hora de pensarse a sí mismo, el amante descubre que aquello que parecía un recuerdo era, en realidad, una utopía idéntica al objeto tangible de su deseo. Se trata de un fascinante uróboros, o de una cinta de Moebius de la que deriva una inquietante paradoja: Allá, donde saber no cuenta, tras el hilito frágil de todas las mañanas, ninguno de los dos habrá un sol para el vuelo de estos pájaros. Antes, uno verá sobre el asfalto su sombra larga y viuda /y pensará en el otro: el huérfano de imágenes. A través de una serie de fragmentos siempre redondos, atisbamos este punto de abismo de la experiencia del deseo. Pero el amor nunca es tan cruel como para dejarnos sin nada. Sus hallazgos (cuando se vislumbran con asombro y pasión) distan mucho de ser crueles. Resulta que el amor y el deseo juegan, en primer lugar, a seducirnos con su apariencia fantasmagórica; después, su juego consiste en hacernos huir cuando los hallamos demasiado terrestres, ferozmente materiales. Y sin embargo, esta es también una trampa, porque cuando nos vemos despojados del amor, cuando sólo nos queda su memoria, descubrimos que, en efecto, era el lugar de “algo” maravilloso, algo digno de acecharse y frecuentarse. Si casi nunca está donde se anuncia… Mudable, itinerante, pretende andar ahí cuando lo invocan y aunque no llega, siempre aspira a volver adonde cree que estuvo. El amor (su posibilidad, su memoria) abre parajes en el instante /y el que ama no deja nunca de indagar su esencia: …ayer es un lugar: tiene su patio:
sombras, hojas, otoños: algo ocurre de nuevo. Ocurre todavía es, además, un ejercicio de amor por la imagen; no sólo la imagen poética sino también la plástica. Kenia Cano, poeta y pintora, crea un ensayo visual mientras escucha o lee los poemas de Eduardo Hurtado. El imaginario nacido a partir de esta otra lectura cuenta la vida material, a ratos fisiológica, del cuerpo. Vida que puede ser engañosa: la más tierna belleza está implicada en la disección anatómica de su objeto. Las acuarelas de Kenia Cano corroboran nuestra lectura de los poemas de Hurtado: amar es, casi siempre, un acto complejo, intenso, pero no ambiguo: se ama o no; se desea o no; uno se compromete o no con la imagen que exige la reacción más viva. Si el lector sale airoso del doble desafío planteado por el poeta y la artista, eso le compete a él: el punto de partida del juego ya está dado en Ocurre todavía •
Tangos para Barbie y Ken, Maritza m. Buendía, Textofilia, 2016.
A Maritza Buendía no le tembló la mano para, en el mejor sentido del término, llevar a cabo este acto escrito de provocación: los nueve cuentos que componen su breve y ágil volumen fueron concebidos de un modo que hace pensar en el igualmente provocador Ian McEwan de Primer amor, últimos ritos, por mencionar al primer irreverente contemporáneo que viene a la memoria. Coqueteos con toda suerte de tabúes y prohibiciones de corte moral –moralino, pues–, aproximaciones e insinuaciones parafílicas, lo que las buenas conciencias denominarían pronta y llanamente “desviaciones”: de esta materia, hilvanada con los hilos de una prosa que es como los mosquitos en tiempo de calor –por ágil e imprevisible–, están hechas las historias de los muy desnaturalizados “muñecos” buendianos, la Barbie y el Ken posmodernos y separados del estereotipo de belleza rosa y florecitas sonrientes que suelen evocar. Muy para bien, por cierto.
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En nuestro próximo número
LA CRISIS DEL INDIVIDUO Y LA PAREJA EN LA POSTMODERNIDAD Mario Campuzano
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ARTE Y PENSAMIENTO ........
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Naief Yehya
Agustín Ramos
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IN RESACA NI ANIMOSIDAD, Reynol confiesa: “Siempre quise salir de Agualeguas.” Y se fue pero volvió, no para vivir en ella sino reviviéndola, emparentándola con Comala, Macondo, Dublín, San Petersburgo, Berlín, la Santa María de Onetti, el Manhattan de Dos Passos, el condado de Yoknapatawpha… Y si me apuran diría que el parentesco de Agualeguas con esos sitios mitificados por el genio de la literatura es de grado. ¿Cómo le hizo? Primero aparece la búsqueda de perfección que como narrador, crítico, ensayista y traductor de poesía búlgara, alemana y francesa, practica Reynol Pérez Vázquez. Y, sin obviar los riesgos ni desafíos que conlleva esta hazaña, sus obras teatrales, tan acabadamente construidas, pueden leerse también como narraciones, según decía Vicente Leñero. –¿Cuál es la fórmula, donde está el manual para capturar así la vida de un poblado como Agualeguas?– se preguntaba en Monterrey el también dramaturgo Hernán Garza minutos antes de la presentación del libro Por encima de la vida. Reynol salió para siempre de Agualeguas a los dieciocho años; para siempre, con todo y su infancia, con todo y lo que la escuela primaria y sus incursiones casi de polizonte a Monterrey y a Estados Unidos le habían dejado. Estudió y trabajó como periodista. Escribió Memorias del tedio, que bien puede leerse como novela, bien como serie de cuentos en la que algunos personajes “brincan” de una narración a otra y donde prevalece un protagonismo, confirmando tanto su capacidad transgresora de géneros como el talento idóneo para trazar caracteres con pinceladas fieles y sabias, llenas de verdad chejoviana. Lo que ya no alcanzó a saber Leñero y aún no lo quieren admitir las editoriales que no se guían por la calidad sino por los apellidos o por las modas del mercado, es que Reynol Pérez Vázquez también ha escrito una tetralogía novelesca de Agualeguas: una tetralogía que extiende al infinito las cuatro obras dramáticas de Por encima de la vida: Los días antes del agua, ¡Que te parta un rayo!, La noche que conocí a Miguel Torruco y Por encima de la vida. Entonces, pues, ¿dramaturgia o narrativa? Literatura, es decir poesía en cada línea, incluidas las acotaciones. ¿Dónde está la fórmula? Tal vez en la odisea vital de este Ulises que decidió abordar la escritura y su vida, primero en navegaciones breves y audaces y luego en cruceros oceánicos hasta encallar en Berlín. Esto último, después de escribir por lo menos dos obras de teatro que, en uno de sus múltiples registros, representa las calles,
las horas y el aliento de la megalópolis perdida, secuestrada por una violencia criminal que alcanza a cualquier transeúnte, sean noctámbulos en una tienda de conveniencia, sean novios que gozan del crepúsculo en un parque. Así, Por debajo de la noche y Una flor en la tarde, muestran la mortandad del fuego cruzado y la bala perdida. La última de estas obras data de 2007 y, aunque es posterior a la muerte de dos alumnos del Tec por equivocación militar, precede con precisión profética a la muerte, en medio de una balacera entre bandas, de unos novios en un parque. Y es ya en Berlín donde Reynol completa el mundo agualegüense. Así, en vez de regresar devuelve algo que derivará en lugar mítico, tan real como la memoria colectiva, tan nutrido de simbolismos y fantasías como las vivencias de los personajes típicos (y ahí están el Conde de Agualeguas y los asistentes a la presentación en Monterrey de Por encima de la vida para confirmarlo, y allá estará el futuro, si lo hay, para dar o quitar razones). En su octaedro, Reynol entrega el lenguaje de los seres que lo nutrieron, el retrato puro de la gente y de su entorno rural, vertidos en literatura –y no sólo a sus paisanos sino a cualquier lector con antecedentes rurales o con imaginación suficiente. No retorna, su itinerario es distinto al de Ulises, sus vías son el conocimiento sensible, la autodisciplina y una resistencia capaz de sacarle carcajadas a la depresión. Ya prometía desde sus obras, llamémosles cosmopolitas, sus primeros cuentos, sus crónicas, Memorias del tedio y el volumen El tren nuestro de cada día; desde sus extraordinarios textos cuasi anónimos sobre Pina Pellicer (en el libro Luz de tristeza (1934-1964) México, unam , 2006) y sobre Luis Cernuda (con el guión del documental México. Final de dos amores, tv unam , Difusión Cultural unam ) la voluntad de poder de un México que muchos dan por muerto, el campo, de donde vienen el pan y las palabras •
Reynol Pérez, der. y el Conde de Agualeguas
Foto: cortesía de la uanl
El agua que mece el silencio, de Rose Mary Salum
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ARECE CASI OCIOSO SEÑALAR que las historias de la diáspora, de todas las diásporas, tienen siempre temas comunes: la tierra perdida y abandonada, el desalojo y la huida, la nostalgia y el descubrimiento de costumbres ajenas, la inestabilidad y la intolerancia. Hoy estos relatos se multiplican exponencialmente mientras ocurren las crisis de migración más serias desde la segunda guerra mundial. Las condiciones creadas por el imperio otomano en el Medio Oriente provocaron el exilio de millones de personas. Los grandes conflictos del siglo xx añadieron muchos millones a la búsqueda de refugio, santuario y sustento en
Rose Mary Salum
tierras que no los vieron nacer. Quizás lo más devastador de estas tragedias es lo poco que hemos aprendido de ellas. Hoy, los individuos desesperados que huyen de la guerra, la persecución y la especulación geopolítica están en gran medida abandonados, a merced de la caridad internacional y en pocos casos protegidos por leyes sólidas que amparen sus derechos humanos, sin importar su procedencia o los motivos de su búsqueda de asilo. Los herederos del exilio, voluntario o forzado, cargamos con una patria mítica, irreal e imposiblemente vívida. Un territorio, un pueblo, un hogar que sólo puede ser visitado en la imaginación y en los recuerdos ajenos. Es un terruño inexistente que está sepultado bajo las piedras y el polvo de las naciones que hoy ocupan su lugar. Sin embargo, es algo que habitamos de muchas maneras; en la comida, las historias de familia, las rencillas que nunca se olvidan y la ilusión de pertenecer. Rose Mary Salum ha optado por revisitar el Líbano imaginario de sus abuelos a través de la literatura, no mediante una reconstrucción arqueológica del recuerdo, sino con la reinvención de las experiencias de sus antepasados. El agua que mece el silencio es una colección de cuentos que se conectan y entrelazan, y funcionan como un laberinto de espejos o, si no, es una novela narrada a varias voces que ofrece una serie de perspectivas en donde lo contemporáneo es más un ideal que una certeza. Líbano es apropiado para reflexionar sobre a la desgarradura brutal que ha sufrido el mundo desde la Guerra contra el terror, ya que mucho antes de ese conflicto este diminuto enclave estaba a la vanguardia cultural y social de la región. Líbano intentó desafiar la rapiña de las naciones y los fundamentalismos con su pluralidad, apertura y democracia, con su caleidoscopio étnico, religioso e intelectual; quiso ser el símbolo de la convivencia posible en una región de intransigencia. Líbano es tradición y sueños idílicos de modernidad, con sus placeres, tentaciones y peligros, así como con el tufo de la intolerancia y el desprecio al otro. Una nación llamada
la Suiza de Medio Oriente vivió anticipadamente la devastación fratricida que hoy padecen tantas naciones de la región, fue descuartizada y convertida en la arena donde se disputaba no sólo el poder en Levante, sino también el mismo espíritu del mundo árabe. Salum trata de mostrar en sus páginas cómo se vive en el espacio íntimo y familiar bajo estas condiciones de amenaza, en donde los atavismos chocan como olas con el imaginario y los deseos. En cierta manera, al leerla uno imagina la guerra y su violencia como el agua del título, que se amolda apacible y silenciosa al recipiente que la contiene, así como otras veces embate con furiosas corrientes lo que la limita. Las historias de Salum están narradas desde la perspectiva de la infancia, de las víctimas que no eligieron la guerra ni entienden aún de odios religiosos o étnicos. Así, acompañamos a jóvenes cristianos, musulmanes y judíos en su descubrimiento de la rigidez de los dogmas que normarán sus vidas. La prosa poética de la autora en cierta forma trata de confrontar la violencia con la palabra, pero su visión es realista y queda claro que la rebeldía, lírica u otra, rara vez es suficiente para desactivar la bomba de tiempo social en universos en frágil equilibrio, dominados por el descontento. Los relatos comienzan en la atrocidad de la guerra civil, en el espacio doméstico fragmentado, reventado por las explosiones y el fuego. En medio de la carnicería, los rituales familiares, la fe y las certezas de un mundo que se desintegra permanecen indiferentes al sacrificio humano. Las historias fluyen de manera orgánica y ofrecen una cacofonía marcada por cambios de ritmo, descripciones oníricas y realismo crudo. Por momentos parecería que vemos el mundo a través de una celosía y debemos interpretar los claroscuros. En otras ocasiones no tenemos más alternativa que confrontar la brutalidad de un estado de las cosas que se niega a dar oportunidad a la vida. El libro de Salum es una obra extraña, fabulosa e iconoclasta que sirve como mirador sensorial e inquietante del Big Bang de la intolerancia •
JORNADA VIRTUAL
Un Ulises con distinto itinerario (ii y última)
TOMAR LA PALABRA
naief.yehya@gmail.com
........ ARTE Y PENSAMIENTO
Jornada Semanal • Número 1124 • 18 de septiembre de 2016
Germaine Gómez Haro
Alonso Arreola
germainegh@casalamm.com.mx
El museo de arte de Denver (ii y última)
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N EL MUSEO DE ARTE de Denver (dam), institución que ha ido ganando terreno en los últimos años entre los importantes museos estadunidenses, se presenta la espléndida exhibición Mujeres del expresionismo abstracto, digna de ser celebrada por la justicia que se hace al grupo de pintoras que formaron parte de ese renombrado movimiento artístico del siglo pasado, comúnmente relegadas a un segundo plano en relación con sus colegas del sexo masculino. La primera generación de pintores abstractos neoyorquinos inició su carrera en la década de 1930, colocando los cimientos de lo que más tarde se conocería como la Escuela de Nueva York. Estos artistas rechazaban tanto la “pintura proletaria” de los realistas sociales, como la llamada “pintura americana” de los regionalistas, y buscaron renovar el arte por medio de una expresión más libre, atraídos principalmente por la abstracción geométri1 ca. Sin embargo, sus obras resultaban poco originales, en gran medida imitaciones de los modelos europeos. El movimiento comenzó a decaer pronto y surgieron otros artistas más jóvenes que se aglutinaron en tres grupos: uno, denominado “The Ten” (“Los Diez”), el cual contaba entre sus fundadores a Mark Rothko y Adolph Gottlieb; otro reunía a los alumnos de Hans Hoffman –el profesor de arte más importante de Estados Unidos– y el tercero que incluía a artistas muy diversos que se reunían en tertulias en el Greenwich Village. Hacia 1940, como apuntó el crítico Clement Greenberg, Nueva York se había puesto a la altura de París y surgía el primer movimiento artístico de vanguardia genuinamente estadunidense: el expresionismo abstracto, con la participación de los hoy celebérrimos Arshile Gorky, Willem de Kooning, Jackson Pollock, Robert Motherwell, Mark Rothko, Philip Guston, Adolph Gottlieb, William Baziotes, Franz Kline, Barnett Newman, Clyfford Still, entre otros. Desde el surgimiento del movimiento participaron activamente en él pintoras que se consolidaron de manera paralela a los nombres arriba mencionados. Sin embargo, la sociedad machista de aquellos años nunca les ofreció las mismas oportunidades y la historia del arte tampoco las ha colocado aún en el lugar que les corresponde. Prácticamente han pasado a la histo2 ria como figuras secundarias en relación con sus compañeros. Resulta sorprendente que la actual exposición en el dam sea la primera muestra dedicada a las mujeres expresionistas abstractas que se presenta en un museo en Estados Unidos. La curadora realizó una investigación que reveló a más de cien mujeres activas en la época, de las cuales seleccionó a doce de las más prominentes e incluyó en el catálogo a veintiocho más. Entre las figuras más reconocidas están Helen Frankenthaler (esposa de Robert Motherwell), Joan Mitchell, Elaine De Kooning (esposa de Willem De Kooning), Lee Krasner (esposa de Pollock), Grace Hartigan (la única mujer incluida en la emblemática exposición Twelve Americans [Doce Americanos] en el moma en 1956); Deborah Remington y Jay DeFeo trabajaron en San Francisco, el otro centro de producción de artistas expresionistas abstractos; otras pintoras, como Sonia Gechtoff, Perle Fine, Mary Abbott, Judith Godwin, Ethel Schwabacher son quizás menos conocidas en la actualidad, pero igualmente notables. De las cincuenta y un pinturas exhibidas, la mayoría fueron creadas en las décadas de los cuarenta y cincuenta, los años del apogeo del expresionismo abstracto. Al recorrer la muestra uno se maravilla con la fuerza expresiva de estas mujeres que desarrollaron cada una un léxico propio, con vocabularios muy personales y un trasfondo filosófico bien cimentado. Inclusive hay que reconocer las innovaciones técnicas de algunas de ellas, como Frankenthaler y DeFoe. Es un hecho que en su momento fueron víctimas de la discriminación de género que aún prevalece en nuestros días. Muestra de ello es que Grace Hartigan optó por darse a conocer en sus inicios con el nombre de George Hartigan, y una anécdota increíble cuenta que Hans Hoffman le dijo a Lee Krasner que una de sus pinturas era “tan buena que no se podría adivinar que fue hecha por una mujer”. La historia del arte moderno y contemporáneo cuenta cada vez con más mujeres sobresalientes que, sin embargo, a la fecha no gozan de las mismas oportunidades que los hombres y esto se refleja aún más en el terreno del mercado del arte donde también existe la misma discriminación. Exhibiciones como ésta marcan la pauta para la revalorización de las artistas que han bregado para conseguir su sitio bien merecido en las primeras filas del concierto de las artes • 3
1. Las estaciones, Lee Krasner 2. Pelea de toros, Elaine De Kooning 3. Sueño occidental y Fuego, Helen Frankenthaler
“Fuck Donald Trump”
“F
UCK DONALD TRUMP.” Esa fue la frase que Eddie Vedder soltó a quienes abarrotaron el último concierto de Pearl Jam en el Madison Square Garden de Nueva York, antes de llamar al voto de los jóvenes en contra del mal peinado y rubicundo empresario. “Fuck Donald Trump”. Significado tras el acrónimo “ fdt”, título de la extraordinaria canción de los raperos yg y Nipsey Hussle. “Fuck Donald Trump.” Nombre de la nueva gira de la banda mexico-estadunidense de metal Brujería.“Fuck Donald Trump”. Graffiti multiplicado, casi la misma oración que el gran Neil Young regalara a su audiencia mientras sonaban los acordes de “Rockin’ In The Free World”, una de las muchas piezas que el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos utilizara sin autorización de sus creadores. (Sólo que Young fue más directo: “Fuck YOU Donald Trump”.) Ellos, junto a muchos otros artistas y entertainers del mundo, han sumado voces críticas para contrarrestar el crecimiento republicano en las encuestas, pero sobre todo para que no se les relacione con el supremacista personaje. Los ejemplos británicos son notables: Adele, la familia de George Harrison, los Rolling Stones y Brian May (Queen). La primera lanzó un comunicado advirtiendo a Trump que ya no usara su famosa pieza “Rolling In The Deep” mientras diera discursos. La familia del segundo dijo que la utilización de “Here Comes The Sun” hubiera estado en contra de los deseos del exBeatle. Los terceros advirtieron que tomarían acciones legales por la constante repetición de “You Can’t Always Get What You Want”, y el último deploró que “We Are The Champions” fuera usufructuada en la última convención republicana. Algo similar hicieron Michael Stipe de r . e . m . y Steven Tyler de Aerosmith (quien por cierto es republicano), pues su música también se ha usado sin permiso y con fines políticos en la campaña de Trump. Incluso quienes menos imaginaríamos, desde sus cómodas trincheras pop, han disparado en contra de Trump en cada oportunidad que han tenido. Madonna, Cher y Miley Cyrus, verbigracia, se han adherido a latinos avecindados en Estados Unidos como Becky g, Ricky Martin, Shakira, Marc Anthony y Romeo Santos, voces que entienden las consecuencias de una posible victoria republicana. Ello nos permite formular una pregunta este domingo patrio, lectora, lector, en un país donde ya sumamos tres primeras damas de telenovela: ¿por qué los músicos mexicanos, sobre todo los de rock, son tan tibios en asuntos políticos? Sabemos que no se puede generalizar y que varios se han posicionado al respecto en las redes, pero una cosa es levantar la voz al cobijo del clamor colectivo y otra llevar la protesta al escenario o a las propias canciones señalando nombres y problemas intestinos, locales. (Hablamos de quienes lideran las listas, no de punk urbano.) Desde luego no creemos en el sacrificio de la música en favor del panfleto, pero teniendo un “presidente” como el nuestro, teniendo “políticos” como los nuestros, teniendo “periodistas” como los nuestros, teniendo “delincuentes” como los nuestros… ¿no es momento de manifestarse abiertamente? ¿Por qué quienes toman un micrófo-
no o un instrumento evitan estos asuntos en público? ¿Acaso no son suficientes la corrupción, las injusticias y el sufrimiento que vivimos para fijar una postura? ¿Qué más ha de suceder para que los músicos comprendan que su rol como ciudadanos no está supeditado a la imagen profesional? ¿De verdad se sigue creyendo que las ocurrencias chabacanas de Molotov significaron algo? Dicho lo anterior, cabe señalar que pocos músicos han refinado su protesta como los de Radiohead, quienes lanzaron su sencillo Burn The Witch basándose en la famosa serie infantil de animac i ó n p o r fo to g ra f í a Trumptonshire Trilogy. (Por favor lea de nuevo el nombre or iginal de la comarc a fic ticia: TRUMPtonshire.) En dicho video vemos el arribo y trágico desenlace de un fuereño que enfrenta la ignorancia e incomprensión de una sociedad “perfecta” que no acepta las diferencias. Nadie, sin em-
BEMOL SOSTENIDO
@LabAlonso
ARTES VISUALES
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bargo, ha llegado al punto de Tom Morello y sus Prophets of Rage, quienes al son de “The Party’s Over” (recordemos cómo se nombra a los partidos políticos en inglés), ha emprendido la gira Make America Rage Again, una afrenta directa formulada por miembros de Rage Against The Machine, Public Enemy y Cypress Hill, quienes representan a la comunidad negra, latina y activista de Estados Unidos. Un proyecto del que tenemos mucho que aprender y por el que finalmente preguntamos: ¿“Fuck Donald Trump”? ¿Y qué tal Enrique Peña Nieto, Javier Duarte y César Duarte, entre tantos políticos más? ¿Qué tal Joaquín López Dóriga, Carlos Marín y Carlos Loret de Mola, entre tantos “periodistas” más? Y no se trata de insultar. Aquí las palabras mutan y se vuelven cuestionamiento necesario, llamado a la conciencia. Creemos que es un momento peligroso, pues esas voces no nos representan. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •
Dibujo de Juan Puga
ARTE Y PENSAMIENTO ........
18 de septiembre de 2016 • Número 1124 • Jornada Semanal
Ana García Bergua
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Jorge Moch tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch
ACE UNOS DÍAS me maquillaron mucho para aparecer en la foto de un libro. Fue algo muy tardado, pero sobre todo extraño, porque de plano no me reconocí entre brillos, sombras y colores, rímeles y bilets. Por fin estás arreglada, me dijeron, y pensé en que uno nace más o menos arreglado y se va descomponiendo con el tiempo, por lo que el retoque es necesario, pero quizá no hay que exagerar. ¡Qué afanes de nuestra época por la representación! Vivimos rodeados de cámaras en los celulares y pareciera que somos más fotografías presentes o futuras o probables que personas. Uno se preocupa mucho por no parecer viejo, aunque
los años ya hayan pasado, y mi mayor miedo es acabar en una silla playera con el tinte negro escurriéndoseme como al pobre profesor Eisenbach de La muerte en Venecia, de Thomas Mann. Y no precisamente por andar mirando a un bellísimo Tadzio, encarnación del anhelo por el arte, la belleza y el amor, sino por excederme en eso del maquillaje. El finado Juan Gabriel, que seguramente le sigue cantando amor eterno a sus ardientes fans –que somos casi todos–, desde su nubecita orlada de lentejuelas en el cielo, a últimas fechas llevaba en el rostro una buena porción de maquillaje, pero no abundaré en todo lo que ya se dijo de el Divo de Juárez (que me recuerda a otro divo, el divo de Linares Raphael con su camisa negra y sus orgullosos ademanes), sino en esta necesidad, esta desesperación por parecer otros o mejores o, sobre todo, más jóvenes para las fotografías. Esta representación de cejas, pestañas, frescuras labiales ya idas, termina siendo apenas una caricatura de nuestra probable juventud lozana y, como decían antes, natural (¿se acuerdan del culto a lo natural? Acabó en un tambo de reciclaje). Como todo, el maquillaje es un arte y cuando se logra bien es admirable y los resultados hasta dan vértigo, como a mí me pasó al verme tan transformada. El maquillaje ha representado distintas cosas a través de las distintas épocas. Los payasos, completamente maquillados, conocen la costumbre de aterrorizar a los niños más pequeños, que al verlos no saben si son personas o animales de otra especie y tardan en comprender que se han pintado para hacer reír. Una cosa son los egipcios que vivían y morían con los ojos delineados de negro y otra las romanas con sus labios azules o los aristócratas dieciochescos con sus pelucas, sus chapas y ese tinte blanco que, decían, los envenenaba, o las pálidas, ojerosas y tosedoras heroínas románticas, o las geishas con sus complicados atavíos y funciones. Sin embargo, hubo una larga época du-
rante el siglo xix en la que las mujeres castas y honestas en teoría no debían maquillarse para distinguirse de aquellas que no lo eran. Imagino la confusión durante los años veinte, cuando empezaron a generalizarse los maquillajes a imitación de las actrices del cine y el bilet y el rimmel dejaron de ser una marca infamante para convertirse en las armas de la nueva mujer de la clase media. La escritora Cube Bonifant (seudónimo de Antonia Bonifant López, nacida en Sinaloa en 1904 y fallecida en la capital en 1993, cuya pluma personificaría también a una de las primeras cronistas de cine, Luz Alba) trazó al respecto unas sabrosas crónicas para El Universal que se reproducen en Cube Bonifant.Una pequeña marquesa de Sade. Crónicas selectas (1921-1948), editado por la unam . En ellas daba cuenta con gran ingenio, humor y sentido crítico, de esta transformación en la vida de las mujeres que pasó, de una manera paradójica, por el maquillaje. La mujer moderna, decía Cube un poco en burla y un poco en serio, bromeaba y coqueteaba, traía los cabellos cortos, fumaba y se pintaba los labios de carmín. A veces, como Antonieta Rivas Mercado (de la que Cube, por cierto, se burlaba pues había ahí una soterrada lucha de clases), fundaba un teatro. El espejo del cine trajo una nueva conciencia del cuerpo y unas costumbres de alguna manera liberadoras. Ahora todos somos, como decía, personajes de foto o de película, aunque sea cotidiana y trivial, realizada con el teléfono celular, y de alguna manera nos hemos acostumbrado a que en algún punto de nuestras vidas estaremos muy maquillados. Nuestros gobernantes no se quedan atrás e incluso maquillan cifras, obras públicas, carreras y prestigios, como lastimosamente hemos podido ver, y recibieron a un horrible candidato bronceado. Por lo demás, los comunes mortales hacemos lo que podemos cada día frente al espejo de nuestras vidas •
PASO A RETIRARME
H
U
N TELEVIDENTE CONSUETUDINARIO como este escribidor no podría existir sin ver series. La televisión se ha sofisticado mucho –aunque en esencia siga siendo la misma caja idiota, y quizá en el umbral del fin de su reinado, porque internet le está comiendo el mandado– y ha creado piezas de narrativa visual como en el cine. Durante mucho tiempo las series fueron casi todas de factura estadunidense. Ya desde la década de 1960 y durante las de 1970 y 1980 dominaban el mercado mediático mundial títulos como Kojack, Starsky & Hutch, Los ángeles de Charlie o Dallas, que si bien tuvieron gran popularidad adolecían de fallas de producción y auténticos absurdos en las hazañas de sus protagonistas, muchas veces rayanas en lo ridículo. Hoy en día esa tesitura narrativa ha mejorado muchísimo, no sólo por los recursos técnicos de que se puede echar mano; la exigencia actoral ha crecido y el público favorece más a personajes creíbles que héroes épicos o impolutos, y afortunadamente ahora también hay muchas series producidas en otros países e idiomas que enriquecen la oferta televisiva, aunque sigue siendo un territorio narrativo y audiovisual dominado por las producciones estadunidenses. Pero para mejorar. Incluso series que pueden considerarse “ligeras” en su tratamiento de ciertos temas han mejorado mucho su producción en general, por ejemplo, las franquicias de Law & Order. Series, para este aporreateclas, tan buenas en su narrativa como las mejores películas, los clásicos sobre todo del género negro, como la trilogía de El Padrino. La primera serie que llamó poderosamente la atención entre otras cosas por la feroz manera en que la dirección artística rompía con los cánones de la transmisión televisiva –fue también la primera que se atrevió a hacer un encuadre de un desnudo masculino frontal– fue Oz, de Tom Fontana, sobre la vida en una prisión de alta seguridad para varones, la Penitenciary, que sedujo desde el juego de palabras del título, una referencia cruelmente sardónica al falso paraíso fantástico que hizo mundialmente famoso la película que protagonizó Judy Garland en 1939. Luego, a finales de la década de 1990 y hasta el verano de 2007, llegó a las pantallas la descomunal The Sopranos, con una de las mejores actuaciones en vida del ya desaparecido, estupendo James Gandolfini. Por entonces se multiplicaron series dramáticas, de humor y de acción oriundas de países tan diversos como Brasil, con Mandrake Filhos do Carnaval, ya producciones pioneras en temática y narrativa visual de hbo en América Latina, o Francia, que a pesar de no tener una teleaudiencia tan devota (ni tan fanática) como podemos llegar a ser los públicos mexicano o es-
tadunidense, ha verdaderamente despegado con varias producciones, verbigracia el thriller policíaco Engrenages, la oscura Les Revenants, series hiperrealistas y de temática social, harto perturbadoras como La Commune, la estupenda Unité 9. Hace poco Italia dio un gran salto cualitativo con las dos primeras (ahora mismo corre todavía la segunda) temporadas de Gomorra, basada en los textos novelísticos y de investigación periodística de Roberto Saviano. Suecia lanzó con gran éxito, en coproducción con Inglaterra, la estupenda Wallander, donde brilla la interpretación que hace Kenneth Branagh del atormentado detective de Mankell. México, no por vía propia, sino empujado por hbo Latinoamérica intentó capitalizar audiencia con Capadocia, pero fue demasiado evidente su parecido con Oz. También lo intentó con Dios, Inc., pero a juicio muy personal algunas actuaciones se fueron de bruces. La vigente Sr. Ávila, a pesar del abuso de la cámara lenta y las escenas de relleno en plano aéreo, se defiende en su tercera temporada aunque parecería, porque se siguen introduciendo personajes nuevos a tres episodios de su final de temporada, que ya se “cayó” el guión. Hasta antes de la todavía vigente segunda temporada de Mr. Robot, de Sam Esmail y protagonizada magistralmente por Rami Malek, creí que la mejor serie que había visto era The Wire. Luego vendrían sorprendentes revelaciones televisivas como True Detective o The Leftovers, que situaron los estándares del género afortunadamente altos. Actualmente también vale mucho la pena el humor renegrido de la australiana Rake, con la divertidísima interpretación del pícaro Cleaver Greene, por obra y oficio de un excelente Richard Roxburgh. Y está por estrenarse, también en hbo , una ficción tecnoapocalíptica que mezcla género western con ciencia ficción, Westworld, cuyo reparto, que incluye actores de la estatura de Anthony Hopkins, promete. Mientras tanto, las televisoras mexicanas siguen haciendo telenovelas y apologías del régimen •
CABEZALCUBO
Series, series, series
Maquillaje
........ ARTE Y PENSAMIENTO
Jornada Semanal • Número 1124 • 18 de septiembre de 2016
Orlando Ortiz
Luis Tovar @luistovars
¡Que viene el lobo!
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AY UN POEMA DE León Felipe que de pronto recordé, hace unos días, cuando el arzobispo primado de México denostó la ley sobre el matrimonio igualitario y –aunque lo niegue– convocó a dos marchas para condenar tal atrocidad y obligar a los poderes Legislativo y Ejecutivo a derogarla. Al parecer hay un intento de ignorar la historia y regresar al siglo xix –o por lo menos a las lucha cristera del siglo pasado–, cuando Gómez Farías, Lerdo de Tejada, Juárez, Ocampo y un puñado de republicanos patriotas consiguieron, en principio, separar la Iglesia del Estado, y posteriormente establecer la libertad de cultos, la enseñanza laica, la instauración
León Felipe
del registro civil y del matrimonio civil, y todas las llamadas Leyes de Reforma, después de luchas cruentas entre hermanos que costaron muchas vidas. El proyecto de ley lo envió la Presidencia el 18 de mayo pasado a la Cámara de Diputados, que de inmediato lo turnó a la Comisión de Puntos Constitucionales. Transcurrió el tiempo y la Comisión no falló al respecto y por lo tanto no se presentó al pleno de la Cámara, por lo tanto, uno de los diputados solicitó que fuera ampliado el plazo para dictaminar la ley y presentarla al pleno. Es preocupante que la mayoría de los legisladores argumentaran que había cuestiones más importantes que discutir, y que en el actual período de sesiones tampoco se debatiría sobre esta ley. Esto despierta suspicacias, más todavía cuando un obispo de los que encabezan la embestida contra la ley, declaró:“La iniciativa del Presidente que surgió del despacho del consejero jurídico en Los Pinos, Humberto Castillejos Cervantes, debe enterrarse para siempre...” Tuve la oportunidad de oir en un programa noticioso de la t v a un vocero de uno de los grupos que están en contra, decir que estaba tranquilo porque un legislador le expresó que no eran necesarios tantos brincos estando el suelo tan parejo, que ya le pararan, pues la iniciativa de matrimonios igualitarios no sería aprobada en este período de sesiones, quedaría archivada y tal vez, ante una situación tan conflictiva como la que está viviendo el gobierno, y la inminencia de campañas electorales y la próxima sucesión presidencial, quedaría olvidada. ¿Cederán la Secretaría de Gobernación y el Legislativo a las exigencias de la jerarquía eclesiástica?... Seguramente lo harán sin hacerlo, es decir, dejarán que el proyecto muera de inanición en los archivos. No se han atrevido a argumentar a la jerarquía eclesiástica que se están entrometiendo con un derecho de carácter civil, no eclesiástico, y que si fuéramos a ésas, la sociedad o el Estado tendrían derecho a demandar la elimi-
nación del celibato en los sacerdotes, aunque eso corresponda al derecho canónico, pues el celibato va contra natura, pues Dios (¿o fue Cristo?) dijo: creced y multiplicaos, y la pederastia y la homosexualidad no tienen fines reproductivos, pero los gay adoptan criaturas y los sacerdotes se hacen pendejos al respecto, no adoptan ni a sus propios hijos. El problema es que si el gobierno cede en esta ocasión, no tardará en aparecer la demanda de que obligatoriamente se dé religión en las escuelas oficiales, pues sólo de esa manera lograrán rescatarse los valores y restaurarse el tejido social; y luego argumentarán que la Iglesia está muy pobrecita y pedirá el apoyo de la fuerza pública para cobrar diezmos y obvenciones; y luego... cuando menos lo pensemos tendremos de presidente a un cura. Por eso mencionaba al principio el poema de León Felipe titulado “¿Por qué habla tan alto el español?” Después de un exordio precioso y contextualizador, argumenta que el español habla fuerte porque tres veces gritaron los españoles y la humanidad los ignoró. La primera, cuando salió el hidalgo manchego gritando ¡Justicia!, ¡Justicia!... la segunda, cuando gritaron ¡Tierra!, ¡Tierra!, porque habían descubierto nuestro continente, y la tercera, más reciente, cuando desde las colinas de Madrid gritaron ¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo!... en otras palabras, la bestia fascista. Yo me atrevo a gritar ahora, aunque tal vez nadie me escuche: ¡Que viene el lobo, que viene el lobo ensotanado! Por último, para no abundar sobre ese anacronismo de la Iglesia, me pregunto si el arzobispo tendrá los tamaños para condenar al infierno a todos sus feligreses que acudieron a Bellas Artes a rendirle homenaje a las cenizas de Juan Gabriel, un gay que no tenía esposo, pero sí pareja e hijos. Curas y hasta obispos, me parece, estuvieron en la misa que se celebró en Ciudad Juárez. ¿En qué quedamos, pues’n? •
En un mundo senil que sueña y simula la juventud, la vejez puede llegar a ser un dolor que se oculta. Fabrizio Andreella, “Visiones de la permanencia”.
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ABRÍA SIDO BUENO que en las conferencias de prensa ofrecidas por Bernardo Arellano a propósito del estreno comercial reciente de su segundo largometraje de ficción, titulado El comienzo del tiempo (2014), e incluso antes, cuando la cinta fue exhibida en festivales cinematográficos, alguien le hiciera al menos un par
de preguntas que no tuviesen que ver con el proceso de producción, el presupuesto con el que contó, la decisión de trabajar con actores no profesionales para los papeles protagónicos, es decir, la información cliché con la que tantas veces el periodismo según esto cultural cree aportar algo realmente valioso que incremente –a priori o a posteriori– la experiencia de ver una película. Habría sido bueno, por ejemplo, que alguien le preguntara al también director de Entre la noche y el día (2010) acerca de sus lecturas, digamos, en el lapso transcurrido entre sus dos largos. Quizás habrían surgido, entre otros nombres, los de Carlos Monsiváis, Italo Svevo y, en una de ésas, también el del pensador citado en el epígrafe, menos conocido que los anteriores pero no menos agudo en sus reflexiones. ¿La razón? Que El comienzo del tiempo es un filme perfectamente susceptible de ser leído como una suerte de interpretación fílmica de ciertos libros, como Salvador Novo. Lo marginal en el centro, pero sobre todo de Senectud y Vidas amuebladas, por citar sólo tres de los que vienen a la memoria mientras se asiste a la proyección de El comienzo…
Viejo tótem, nueVo tótem “La vejez ya no es, como en el pasado, el reino de la sabiduría conquistada gracias a la cantidad de experiencias y conocimientos adquiridos. […] el anciano hoy no ama el futuro”, sostiene acertadamente Andreella y Arellano lo confirma, pues ¿cómo sería posible, para una pareja de ancianos como los que protagonizan el filme, amar ya no se diga un futuro, sino tampoco el presente, cuando éste sólo consiste en una precariedad económica que no deja tiempo ni espacio para nada que no sea encontrar la forma de subsistir o, en palabras más llanas y directas, que no sea lograr la manera de no morirse de hambre? En El comienzo del tiempo,“la más dura de las dictaduras” –como un poeta argentino definiera la vejez– le tuerce la mano a Bertha y Antonio para que, muy a su pesar y como consecuencia de un sistema económico-social diseñado para ex-
Escena de El comienzo del tiempo
cluirlos en todos sentidos por “improductivos”, sigan haciendo lo que hacían cuando eran jóvenes, que dicho en el lenguaje del neoliberalismo y la postmodernidad del que son víctimas, no es otra cosa que generar plusvalía, sin importar que sea tan ínfima como la que puede emanar de un puesto ambulante de tamales y atole: si quieren sobrevivir sin la pensión a la que tienen derecho pero que les niega un Estado tan omiso en esto como en tantas otras responsabilidades, les toca seguir generando sus propios ingresos, “producir”, como si el hecho de no hacerlo –a pesar de su edad– significara ser un par de parásitos… Cosa que sí son, burla burlando, el hijo y el nieto que luego de años de no asomar la cara ni para preguntar cómo están, un buen día se aparecen y, al estilo de radio seis veinte, son la música que llegó para quedarse, sólo que sin un peso y sin intenciones de conseguirlo. Relato urbano familiar contemporáneo con claro fondo de crítica sociopolítica y ribetes de reflexión humanística en lo que corresponde a la mirada que arroja sobre la condición actual de la vejez, El comienzo del tiempo no es, como podría pensarse, ni panfleto tremendista ni melodrama lacrimoso: la levedad de su atmósfera y ciertos apuntes de humor agridulce preservan a la cinta de acabar convertida en una colección de cacayacas mal disimuladas en contra de esto y de aquello. Lo marginal que se multiplica, como más allá de los discursos bienintencionados es tratada la población de la llamada tercera edad, pero marginales también el hijo y el nieto con su recurso al arrime habitacional y su puesta en práctica de “donde comen dos comen cuatro”. Senectud, condición social, solidaridad familiar, disposición de ánimo a pesar de los pesares, todo bien enfocado por Arellano, que parece tener muy clara la importancia de prestar atención a los márgenes, a pesar de la invisibilidad a la que quieren condenarlos esos neotótems de la juventud incesante –o lo que simule serlo– y la prosperidad material como la única posible y deseable •
CINEXCUSAS
La adolescencia del infinito
PROSAÍSMOS
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ENSAYO
N
o descubro el Mediterráneo si digo que la fotografía mexicana –como el cartonismo y la caricatura política–tiene un nivel muy alto desde hace muchas décadas. No obstante, vale la pena subrayarlo de nuevo con la coincidencia de algunos hechos recientes. El jueves 21 de agosto se podía leer en este periódico la noticia de que el CaSa (Centro de las artes de San Agustín de Etla, Oaxaca), modelo de lo que se debe de hacer en promoción y patrimonio cultural, inauguraba una muestra fotográfica con el material que Francisco Toledo ha coleccionado a lo largo de más de cuarenta años, muestra en la cual el pintor oaxaqueño se involucra él mismo con esa particular búsqueda personal que son las radiografías intervenidas al óleo. Es innecesario repetir la importancia que tiene como artista plástico y su labor como creador de instituciones, entre ellos el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, que cumple veinte años y el CaSa, que cumple diez. Y volteando la página del diario se podía el lector enterar de que en Ciudad de México se inauguraban dos exposiciones en el Museo Archivo de la Fotografía, una para celebrar diez años de la colección Luz portátil, de la Revista Artes de México, auspiciada por la Secretaría de Cultura de la Ciudad, y otra para hacerlo con los treinta años de la agencia Cuarto Oscuro. Tienen distinto significado: por un lado, Toledo no sólo ha mostrado interés en otras artes y en la literatura, sino que las ha coleccionado y legado al pueblo de México. El conjunto de cerca de cien mil documentos fotográficos que forman la colección tiene no sólo un sentido acumulativo sino uno guiado a la vez por el gusto y la reflexión. Es algo personal que se vuelve colectivo gracias a la generosidad y al impulso de compartir del pintor.
18 de septiembre de 2016 • Número 1124 • Jornada Semanal
30 años de Cuarto Oscuro, foto de Juan José Estrada
Cuarto Oscuro, la revista, en cambio, nace de una idea distinta, más social y colectiva, incluso laboral, de allí la agencia, del fotoperiodismo y la vocación de varios autores que en ese oficio, desde los años de unomásuno y después La Jornada, pero sobre todo desde el sismo del ’85, d o c u m e n t a ro n l a v i d a s o c i a l d e M é x i c o y e l m u n d o . C u a r t o O s c u ro , a l o l a rg o d e s u s “numerosos números” ha creado fotos icónicas –muchas de ellas estuvieron expuestas en las rejas de Chapultepec en julio– no sólo sobre el sismo del ’85, sino sobre las campañas políticas del ’88, el sexenio de Salinas, la rebelión zapatista y las olas de violencia del narco, pero también la vida cotidiana, la transformación de la vida en los barrios, la vida en la frontera, la nueva sexualidad en un caleidoscopio que, con una mirada creativa, fue dibujado un retrato del país y del mundo. Quien recorra sus páginas estará en cierta manera leyendo una novela a lo Balzac. Las distintas fotos de muy diversos autores construyen un “autorretrato colectivo”. Treinta años y 138 números son muchos (y celebrables) para una revista de cualquier tipo, y una muestra del arraigo en los lectores y en el medio cultural. El título mismo de la publicación nos indica “otra época”, hoy ya el cuarto oscuro en que se revelaban negativos y se imprimían positivos está en proceso de obsolescencia, y sin embargo el efecto de la expresión sigue funcionando: seguimos hablando de negativos y reveladores en la época de la tecnología digital. La foto sigue siendo una puerta al cuarto oscuro de nuestros demonios individuales o colectivos. De manera paralela me han dicho algunos amigos médicos
La fotografía mexicana:
una larga primavera José María Espinasa Cartografías, Tatiana Parcero, colección Luz Portátil
que las radiografías también están en proceso de desaparición, frente a las tomografías, resonancias y ultrasonidos (¿fotografías sonoras?), así que Toledo trabaja sobre esas placas que tienen algo de asomo al abismo de nuestra interioridad (costillas, columna, sombras que son vísceras, el principio de la intromisión en el metabolismo sin la necesidad del bisturí). Otra cosa distinta, pero complementaria, representa Luz portátil, un título de colección que apela a la vez a cierta condición mítica, la antorcha que ilumina el camino, y a una dimensión cotidiana. Los libros publicados en ella –treinta en diez años– no sólo tienen la ya característica calidad tipográfica, de diseño e impresión que caracteriza a Artes de México, sino además incorpora un elemento muy importante: la colaboración entre escritores y fotógrafos. Es decir: no se reúnen textos y fotos al golpe del azar, sino que se piensan y trabajan en colaboración entre ambos creadores, se parte del ensayo fotográfico previo –es decir, no una foto, sino una secuencia o serie– y el escritor trabaja a partir de allí. Parece fácil, pero no lo es. El hecho de que tengan ya treinta títulos es un ejemplo de la
Radiografías intervenidas con óleo, Francisco Toledo
inteligencia para llevar adelante el proyecto. El actual coordinador del proyecto es Pedro Tzontémoc, fotógrafo él mismo y autor de un libro, el segundo de la colección, El ser y la nada, en colaboración con David Huerta. Es importante el maridaje de la secuencia con el ensayo reflexivo. En cierta manera es lo que le hace falta a veces a los fotorreporteros al calor de la presión noticiosa, o lo que claramente busca el coleccionismo –no he visto la exposición en el CaSa, pero conozco las facetas del coleccionismo de Toledo en pintura y grabado. La idea de instantánea, tradicionalmente muy arraigada en la fotografía como sinónimo de tiempo detenido, rompe sus límites a través del ensayo fotográfico, algo más propio de esa técnica que la antigua y hoy casi olvidada idea de la foto narración o foto novela. La tradición fotográfica mexicana es, y hay que poder decirlo, extraordinaria, pero además ha conseguido a lo largo de su historia encontrar los vehículos –exposiciones, libros, revistas, prensa– para comunicarse con el público e incidir en la sociedad. Los hechos mencionados aquí –la exposición en el CaSa y los actos de celebración por los aniversarios de Cuarto Oscuro y de Luz portátil– son golondrinas que sí representan un hermoso verano •
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