FRANCISCO
■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 30 de agosto de 2015 ■ Núm. 1069 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
uno más de esos demonios
HERNÁNDEZ
UN INÉDITO Y UNA CONVERSACIÓN CON EDGAR AGUILAR Hablar sobre Pedro Páramo, Guillermo Samperio Asbesto: un asesino en casa, Fabrizio Lorusso Kati Horna, vanguardia y teatralización
30 de agosto de 2015 • Número 1069 • Jornada Semanal
BAZAR DE ASOMBROS EL TRAPECIO DE JUAN MANZ ( ii y última )
Un poeta debe crear, dejarse llevar y ser uno más incluso de esos demonios y no tenerle miedo a ningún tipo de realidad”: así lo afirmó recientemente Francisco Hernández en el diálogo informal, desenfadado y revelador que sostuvo con Edgar Aguilar, y es llevando ese credo a la práctica como siempre ha vivido el autor, entre muchos otros títulos, de Gritar es cosa de mudos, Oscura coincidencia, Moneda de tres caras y Mascarón de prosa. Cercano a las siete décadas de vida, este poeta veracruzano es una de las voces más intensas y originales de la poesía mexicana, lo cual se constata en la conversación y en la pieza inédita que ofrecemos a nuestros lectores. Publicamos además un ensayo de Fabrizio Lorusso sobre los letales peligros del asbesto, una entrevista con José Antonio Rodríguez en torno a la célebre fotógrafa Kati Horna, así como un ensayo de Guillermo Samperio acerca del infinito Pedro Páramo rulfiano.
E
n Tres veces espejo, el juego de reflejos gira lentamente y aparecen el dolor y el cansancio. La memoria es un cuarto de puerta cerrada al que se regresa a veces en la soledad de la noche. Se abre la puerta y aparecen los objetos conocidos y amados, se estremece la sombra de los abuelos, la adolescencia gira y revolotea por los caminos recién abiertos y el cuarto de la niñez, a pesar de la injuria del tiempo, sigue intacto. Aquí el poeta se ve como un cazador sin mañana que cumple su obligación de cazar palabras e imágenes y unirlas en un borrador que, poco a poco, le va dando forma al poema. La ciudad de siempre nace bajo el amparo de un epígrafe de Neruda: “Qué soledad errante/ busca tu compañía.”.A pesar de las idas y venidas, vueltas y revueltas siempre vivimos en la misma ciudad. Por eso Juan dedica este poemario a su esposa concebida como una ciudad siempre capaz de recibirlo. Su Parodia de agosto es un diario de un amor plácido y de manos cálidas y hospitalarias. Padre viejo es un homenaje a los ancianos de la tribu, a los que preservan la gracia antigua, a los
Hugo Gutiérrez Vega
viejos Yaquis que llevan en sus manos prodigiosas pitahayas y las flores amarillas del baile y del canto ritual. Aquí el poeta se hermana con la tierra y con los padres procesales, los primeros que llegaron y que mantienen vivas tradiciones, palabras y danzas rituales. “Zenzontle de un solo color/ para sus voces infinitas”. El poeta une su voz a la voz de la tribu y afirma su pertenencia a una visión del mundo. Poco a poco el poeta va alcanzando los terrenos de la metafísica en Panal de luces. Nueva York, la ciudad enorme en calles y palabras, lo lleva de la mano a una profundización de la palabra poética que encuentra en Obra reparada otra vuelta de tuerca que se da de la mano de Rilke. En lo sucesivo predomina ya la preocupación metafísica que encuentra distintas vertientes tanto en la magia como en la reflexión sobre las realidades del cuerpo y el alma. Aquí la poesía es un asidero, una trapecio que cuelga en la noche del insomnio y que nos permite aspirar todos los aromas actuales o premonitorios del mundo y de la vida. El poeta encuentra en la sencillez la forma mejor para expresar ese conjunto de meditaciones. “De lejos, como siempre./ Venido de un mismo regreso/insatisfecho con su giro.” Walt Whitman da a Juan Manz las últimas lecciones sobre la función de la poesía. El poeta del norte le enseñó a buscar la libertad sin restricciones en la palabra poética. De esta manera el “viejo hermoso con la barba llena de mariposas”, como lo describía Federico García Lorca, da una aliento más amplio a una palabra que encuentra en su desbordamiento su mejor expresión. Hasta llegar a Madera la mañana, en donde de nuevo se reflexiona sobre la palabra poética y después se juega con las palabras de todos los días y se acaba con el ahorro de expresiones que surgen del ritmo puro del son. Esta es una forma hermosa y rítmica de cerrar un libro. El son caribeño es como el baile final de “Muerte sin fin”, de Gorostiza: “péndulo/des/nudo/gemido/ de/tú/aliento/son son/ ete/ aquí/de/ corazón/te/danzó”. Como siempre en la poesía mexicana la “putilla del rubor helado”, ahora en forma de son, tiene la última palabra
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Portada: Palabras mayores Foto de Rogelio Cuéllar
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ENSAYO
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ES UNA DE LAS MEJORES NOVELAS DE LA LITERATURA DE LENGUA HISPÁNICA. SU AUTOR FUE UN TAL JUAN RULFO, QUIEN TUVO QUE TRABAJAR EN OFICINAS BUROCRÁTICAS.
Hablar sobre A
lguna ocasión, cuando Juan Rulfo visitaba la biblioteca de una universidad de Estados Unidos y el diligente rector lo introdujo en una sala especial, en cuya puerta pendía el letrero con el nombre del autor de El gallo de oro, Rulfo se quedó un momento observando los estantes repletos de ensayos, tesis y estudios sobre su obra. El rector lo miraba orgulloso y esperaba el comentario del escritor, quien no hizo esperar más a su interlocutor: “¿Y todos estos han vivido y se han alimentado de lo que yo he escrito?” Las palabras de Rulfo fueron de afilada incomodidad, pero de cualquier modo señalaban hacia él mismo: aunque era el narrador mayor del siglo xx latinoamericano, compartiendo rating con Kafka o Virginia Wolf a nivel universal, este Juan tuvo que seguir trabajando en oscuras oficinas burocráticas hasta su muerte. Sin embargo, el poder, el sistema, olvidó que “Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la literatura”, como escribió, en su acostumbrado laconismo, Jorge Luis Borges. Por otro lado, la voluminosidad de estudios sobre su literatura señalaba también que la obra de Rulfo había sido analizada desde múltiples ángulos, apreciaciones, metodologías y sistemas de pensamiento. El escritor mexicano-guatemalteco Augusto Monterroso comparaba este fenómeno de hiperanálisis al que, durante siglos, ha perseguido al Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, pues hay sobre el Quijote desde ensayos que demuestran secretos códigos judaicos de Cervantes, hasta la revisión de las costumbres populares descritas en la novela, pasando por diversos análisis estructuralistas y hasta semióticos, es decir la retórica en turno según la época. En Pedro Páramo la totalidad no es nunca sistematizable más que a un nivel abstracto: la novela aparece
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Pedro Páramo Guillermo Samperio
como algo que deviene, como un proceso permanente: un ayer eterno. Es un juego, un cambio constante, un movimiento hacia un fin jamás alcanzado, una aspiración hacia una finalidad defraudada, o dicho en palabras actuales: una transformación. Esta mutación de la estructura hace que la novela se convierta en el propio discurso del tiempo y de ahí la sensación de que el relato es demasiado extenso aunque el texto de la novela sea más bien breve. Al cambiar la relación “escritor-objeto a narrar”, tenderá a modificarse asimismo la relación “texto-lector”, acto en que se realiza el ciclo “percepción-creación-escritura-lectura”. El novelista ofrecerá, entonces, una novela donde los referentes se han enrarecido, donde los acontecimientos se vuelven simultáneos (pertenecen a la “esencia de una época”) y donde lo imaginario y la realidad comienzan a mezclarse. En este punto se encuentra Juan Rulfo antes de escribir Pedro Páramo. Gombrowicz ha dicho que, en términos generales, una historia narrada lo es de un suceso que ya aconteció y donde la actualidad del narrador emprende la escritura con el fin de hacerla presente, mediante actos de la memoria del cuerpo, independientemente de que conozca la historia, el suceso, o no, antes de escribirla: narrará algo consumado. Esta relación es la primera que modifica Rulfo, invirtiendo el tiempo del recuerdo. Por lo general, son los vivos los que recuerdan a los muertos. En Pedro Páramo son los muertos los que recuerdan a los vivos. El acontecer se encuentra trastocado: la muerte anima la vida que no existe más que en la memoria de la muerte, de lo huid i z o. E l p r e s e n t e e s muerte, sombra, fantasmagoría. El pasado es vida, luz, olor y sonido de las vivencias. De esta forma, a través de trastocamientos, Juan Rulfo entra en el espíritu de la época. La primera edición de Pedro Páramo es de 1955: quiere decir que la empezó a escribir unos tres o cuatro años antes. Pero anteriormente ya había escrito El Llano en llamas, conjunto de cuentos que
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Por lo general, son los vivos los que recuerdan a los muertos.
le sirvieron de base y de experiencia narrativa para redactar luego el texto mayor. En la niñez y la adolescencia de Rulfo están los recuerdos de los últimos estertores de la Revolución mexicana, pero en especial los de la Guerra cristera (de ahí que el padre Rentería se incorpore a las fuerzas de Cristo Rey). El símbolo trastocado de mayor importancia se encuentra en el señalamiento de esos acontecimientos violentos. La guerra la hizo el pueblo vivo que, en la visión de Rulfo, devino en pueblo muerto: la guerra se hizo para que viviera el pueblo, por la natividad de una nueva República. La escritura de Juan Rulfo es la visión del desencanto, del despertar desolado y sin esperanza. Es el México rural agotado por la Revolución y el levantamiento cristero; pueblos fantasmagóricos como Luvina y Comala están enraizados a un tiempo que no transcurre, lugar donde los muertos deambulan y los recuerdos son murmullos, en un ayer eterno o en un futuro prometido pero estafado. Rulfo vaticinó que el último reducto del poder arbitrario y terrible, para México, serían los caciques rurales y urbanos, como Pedro Páramo. Allí donde se ha generado la pobreza extrema, la marginación, el miedo y la sumisión, allí se encuentra uno de los Páramo. Caminar con desilusión, con la burla o el castigo a cuestas, es como caminar doble, como caminar y andar al mismo tiempo sin que sean uno solo. Si intentamos crear un marco histórico, suponemos a estos cuatro caminantes como excristeros desmovilizados a fuerza. Es la época cardenista, en plena reforma agraria, y el gobierno les ha dado unas tierras inservibles, quizá para mantenerlos apartados de los centros de población, por escarnio, o como efecto de una reforma agraria burocrática y ciega que reparte tierras porque sí, para cumplir con un plan teórico. En Pedro Páramo la burla es mayor: el poder del cacique es absoluto. Los caminos de Rulfo son páramos. Se camina incansablemente. Quienes lo hacen son campesinos pobres, sin caballos. La horizontalidad es el único camino, por interminable, por ancha. Quién diablos haría este llano tan grande, para qué sirve. Vuelvo hacia todos lados y miro el llano. Tanta y tamaña tierra. Es raro encontrar verticalidades: árboles, sombras que se proyecten. Y por aquí vamos nosotros: la visión de los vencidos. La burla al ser: “no se vayan a asustar por tener tanto terreno para ustedes solos”, dice una voz en la novela
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CREACIÓN
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Instantánea Marcos García Caballero
Autoretrato. Carmen Mela Revuelta. http://elrincondemela.blogspot.com/
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e recuesto sobre la tierra. Un cielo gris flamea sobre Ciudad de México. Una muchacha absorta en su soledad me escucha a través de este texto que nunca he escrito y desde que subí a la cima me ha dado vueltas por la cabeza, al igual que a un campesino de tierra caliente le da vueltas su turbante de mosquitos. Me he detenido a pensar que será y que no será, como la sangre con su trotar de caballos negros me escurre por dentro, en el mausoleo de todas esas viejas ideas que he tenido y que ahora están enterradas y muertas. Pero junto a mí está mi sombra, muy tierna ella, con su sombrero y un gato crispado jugando en su regazo. Mi sombra es el sultán de mi deseo y de mi destino; sujeto su dentadura como si fuera a sujetar un bosque y la siento fuertemente encadenada a mí cuando expele el humo azuloso de su cigarro; yo soy el mar de su ballena entristecida por la memoria de lo que no le tocó vivir y de lo que huyó dejándome a solas con mi carne. Cierro los ojos, una enciclopedia se abre y deja escapar gaviotas y murciélagos; lenguaje de fayuca y almacenes de prestigio en estampida cuando mis ojos se cierran. No sé lo que será de mi sombra cuando mis ojos se cierran; tal vez se trepe a un árbol a buscar al gato que la ocupaba, tal vez me apuñale con cuchillos que yo no oigo, tal vez me abandone y sólo puedo pensar –digo que pienso porque sólo lo que pienso puedo tratar de despejarlo como una ecuación y dejarlo solo en el papel, mientras que cuando tengo cerrados los ojos no puedo estar seguro si estoy pensando
o estoy cayendo, como en un sueño–, como decía, sólo pienso que tal vez la muchacha me sigue leyendo, y su lectura da fe de que alguien que cierra los ojos no es inútil porque imagino la frondosidad de sus ojos desplegándose sobre mis palabras y quiero tocar su fondo, su sentir, quiero asomarme a la ciudad donde ella vive que, aunque es la misma en la que yo habito y en la que yo viajo por los túneles del Metro, es también otra; otras son sus ausencias, sus malestares, mi sombra en su presencia sólo la consignan estas palabras, pero por medio de estas palabras la escucho y le digo: tienes razón, la has tenido siempre (y ahora no sólo cierro los ojos sino los aprieto con la fuerza de un huracán que de golpe, instantáneamente, arrasa con la ciudad que había contemplado), y la muchacha, como es listilla, se ríe, dice gracias por darme la razón y me olvida, se dedica a sus actividades y ahora yo la empiezo a escuchar, escucho sus tacones bajando la escalera... ¿a dónde irá? Me dan ganas de gritarle: “¡Cuidado, la vida es una trampa, si no las sabes esquivar acabarás en la tienda de artesanías de la muerte!”Y algo hace clic –aunque no exactamente clic, pero clic es la mejor manera de decirlo con el alfabeto que nos ha tocado– y ese clic me distrae y hace que abra los ojos y veo una familia parada delante de mí y lo primero que pienso es en levantarme del suelo, aunque a decir verdad me la paso muy bien en el suelo en este momento, e intento hacer un ademán a la familia, un saludo o algo, porque a decir verdad, en esta parte de la ciudad no hay muchas familias y menos en esta postura, todos
sonrientes como si se les fuera a entregar una medalla, sin verme siquiera, y en este mismo momento les cae un látigo de luz fugitivo que los embellece y los vuelve planos, y yo me digo que ese látigo no puede ser más que el del flash de la cámara que hizo clic y después todos se van y me dan las gracias, aunque yo no sé por qué, ya que yo en lo que estaba pensando es en que la literatura moderna cada vez pierde más descripción e imagen y que la palabra misma enlazada con otra palabra –por ejemplo una cola de caballo en la nuca de una mujer, aunque no sea la mejor imagen literaria, pero en esa estaba pensando– es lo que queda, pues el cine y la televisión, por no decir la computadora, se han robado todas las imágenes y cuando uno lee un libro es odioso imaginarlo como una película, ya que el fin de la literatura no es propiamente ver cómo se ve una roca, una toronja o una cola de caballo en la nuca de una mujer, por ejemplo, sino meditar viendo o mejor dicho una meditación paravisual, aunque esto suena horrible. Y yo me digo: ¿por esto me dieron las gracias? Bueno, qué amables, pero tal vez es demasiado; yo sólo le doy las gracias al de la vinatería cuando quiero oír un buen blues y asarme el pecho con el calorcillo de un generoso whisky y saco la lengua y olfateo como serpiente la guitarra de la siguiente canción que deseo escuchar en honor a Ezra Pound y de repente algo se me acomoda y siento un ronroneo que me da tanto miedo que sólo puedo mirar el cielo rasgado y sentir cómo mi sombra se me acomoda de nuevo con su gato y me coloca la cámara que había traído yo acá para sacar fotos
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Imágenes: catálogo Kati Horna © 2005, RM/Museo Amparo/Jeu de Paume.
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Kati Horna, vanguardia y teatralización K
ati Horna abrevó en las vanguardias europeas de los años treinta: la escuela de la Bauhaus, el surrealismo, la nueva objetividad alemana, el constructivismo ruso. A fines de 2013, el Museo Amparo de Puebla le rindió un homenaje con una exposición integrada por más de ciento cincuenta fotografías, muchas de ellas inéditas. La fotógrafa húngara retrató la Guerra civil española, los cafés y el mercado de pulgas del París de los años treinta. En 1939 llegó a México con su esposo, el artista andaluz José Horna, donde permaneció el resto de su vida y conoció a Leonora Carrington, Remedios Varo, Alfonso Reyes y Elena Poniatowska, entre otros artistas e intelectuales. La muestra, integrada asimismo por las imágenes captadas en nuestro país, se exhibió posteriormente en el Museo Jeu de Paume, en París, y en el marco de Monterrey. El catálogo de la exposición, coeditado por rm y los Museos Amparo y Jeu de Paume contiene ensayos de reconocidos críticos mexicanos, españoles y franceses: JeanFrançois Chevrier, Estrella de Diego, Norah Horna, Juan Manuel Bonet, además de los curadores: Ángeles Alonso Espinosa y José Antonio Rodríguez, quien afirma que uno de sus amigos apodaba a Kati Horna “la fotógrafa de los huevos” quizá porque logró publicar en 1937 en un diario alemán “una serie fotográfica de un montaje con huevos que hacía una crítica mordaz a Hitler” o porque retrató a los soldados en la Guerra civil española dentro de las trincheras; eso “la hace una mujer singular”, asegura el crítico, profesor de historia de la fotografía en México en el postgrado de la unam y autor, entre otros libros, de Agustín Jiménez: memorias de la vanguardia; Nacho López, ideas y visualidad; Fotógrafas en México, 1872-1960, y curador de decenas de exposiciones para museos y galerías nacionales y extranjeras. –¿Cuál fue la aportación de Kati Horna a la técnica de la fotografía? –Creo que ella innovó muchas cosas. La década de los sesenta es muy poco estudiada en nuestra historia de la fotografía. Hay dos o tres fotógrafos de esa década que experimentaron. En la revista Snob experimentó en la escenificación. Le pedía a alguna amiga que hiciera puestas en escena. Teatralizó imágenes. Creo que hay muchas obras de Kati Horna que te permiten vislumbrar ciertas cosas. Uno desconoce el antes y el después de la escena que ella ha captado. En la década de los sesenta, particularmente ella crea circunstancias enigmáticas para sorprender al espectador. –¿Qué piensa sobre su serie Hitlerei? –Hace un montaje con huevos. Es una serie muy interesante, una de sus grandes obras, que hizo en 1937 y publicó en un diario alemán. Nadie escenificaba con objetos, salvo las corrientes vanguaristas. Ella construía historias con huevos, papas y zanahorias. Hitlerei es una crítica muy dura, sarcástica a Hitler. En la serie uno ve cómo primero
entrevista con José Antonio Rodríguez Adriana Cortés Koloffon surge un tímido Hitler en forma de huevo y después cómo lo aplastan. Lo maravilloso de esto es que lo publicó en un diario alemán en 1937, uno de los grandes períodos de poder de Hitler. No fue censurada. En 1939, como judía ortodoxa que era, tuvo que salir vía España hacia México. –¿Qué opina acerca de su reportaje fotográfico sobre el que fuera el manicomio La Castañeda? –Aparece en la revista Nosotros en 1944. Es muy significativo que una fotografía con un personaje a quien ella retrató siempre estaba junto a ella en su casa. Le puso por título El iluminado. Ella le preguntaba a su discípula, Flor Garduño, quien hace cuestiones espectaculares sobre el exotismo latinoamericano, como Sebastião Salgado: “¿Por qué fotografías permanentemente a indígenas?” Esa era una posición crítica. –Elena Poniatowska dice que se mataba de trabajo. –Fue fotógrafa esencial de la revista Nosotros, de los años cuarenta, importantísima, de la que poco se ha escrito. Incluso en revistas banales, portadas de fotonovelas de los años sesenta, porque ella sí vivía de su trabajo. Al final de su vida vivió de dar clases en San Carlos. También hay otro período importantísimo de Kati Horna: fotografió a la gran burguesía mexicana de los años cuarenta, cincuenta y sesenta en su vida cotidiana, en sus fiestas; es un material que no se conoce. Yo creo que eran trabajos particulares que no publicó. –¿Podría establecerse un vínculo entre Sebastião Salgado y Kati Horna? –Salgado atiende al espectáculo. Horna es muy sensible al entorno humano sin espectacularidades. Fotografía la cotidianidad de los soldados de la República incluso afeitándose, conviviendo con ellos; eso hace a una fotógrafa muy cercana al entorno humano, siempre permeada por la mirada vanguardista. –¿Cuál era su método de trabajo? –Kati Horna sólo dio dos entrevistas en su vida. No sabemos bien cómo pensaba. En alguna ocasión la entrevistaron en televisión y es uno de los pocos documentos que tenemos para entenderla. Otro testimonio fue para una revista de arquitectura, donde habla sobre cómo se acerca el fotógrafo a la arquitectura. El de televisión nos deja ver muchas cosas, una de ellas es que no le gustaba mostrar el deterioro humano ni físico de los entornos. –¿También trabajó el collage? –Lo paradójico con Kati Horna es que transformaba las imágenes. Admiraba mucho a Cartier Bresson, quien era muy respetuoso de la imagen, del encuadre, de la composición. Era un ortodoxo de la fotografía. Seguramente lo conoció, aunque no lo sabemos. Ella hacía fotografías en triángulo o imprimía el negativo y así lo publicaba, es decir, la imagen invertida porque tenía también la libertad de publicar sus imágenes como ella quería. –¿Encuentra puntos de contacto entre su obra y la de Leonora Carrington? –En la entrevista para televisión, Horna decía que su obra no tenía nada que ver con la de sus amigas. Dice que sabía de las reuniones de André Breton en un café de París, pero que ella no acudía. Lo dice expresamente: “Leonora Carrington, Remedios Varo, Benjamín Peret son mis amigos pero no tengo afinidad con sus ideas estéticas.” Aunque respetando su opinión, me parece que en su obra se perciben trazos surrealistas
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ENSAYO
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Asbesto: un asesino en casa
Fabrizio Lorusso
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o usaban los bomberos en sus uniformes. Fibroso, incombustible y mortal, aísla techos, paredes y tuberías. No se trata de una adivinanza, sino de la descripción del asbesto o amianto, un mineral de fibras blancas, flexibles y asesinas. “Un trabajo peligroso, soldar a pocos centímetros de una cisterna de petróleo. Una sola chispa es capaz de activar una bomba que puede arrasar una refinería. Por eso te dicen que utilices esa lona gris sucia, que es resistente a las altas temperaturas porque es producida con una substancia ligera e indestructible: el amianto. Con eso las chispas quedan prisioneras y tú quedas prisionero con ellas, y debajo de la lona de amianto respiras las substancias liberadas por la fusión de un electrodo. Una sola fibra de asbesto y en veinte años estás muerto.” Así escribe el autor italiano Alberto Prunetti en la novela, basada en la vida de su padre, Amianto. Una historia obrera (Ed. Alegre, Roma). Es la historia de millones de trabajadores que inhalan y llevan sobre sí o dentro de sí esas fibras tóxicas que provocan cáncer (mesotelioma) del pulmón, de la laringe y graves patologías como la asbestosis. Palabras complicadas, causas simples: si en tu casa lavas ropa sucia de amianto, podrías aspirar una fibra que jamás saldrá de tu cuerpo y producirá enfermedad o muerte. De un haz de un milímetro se desprenden 50 mil microfibras respirables. El asbesto es un silicato de alúmina, hierro y cal que, junto con cemento, forma el fibrocemento, patentado en 1901 por el austríaco Ludwig Hatschek como Eternit, eterno, por su resistencia. Al ser manipulado o al desgastarse, libera polvos fatales. Todos, en México y en donde no se ha prohibido su extracción y uso, estamos en peligro. Es riesgoso laborar con el mineral, vivir cerca de las fábricas o tener techos, láminas, tubos, balatas o guantes revestidos de asbesto. En Europa la bonificación del amianto tardó años, desde que en 1999 se prohibiera el uso del material. Otros cincuenta y cinco países, incluyendo Canadá y Estados Unidos, hicieron lo mismo. Sin embargo, el negocio es boyante en otros lados: Rusia, China, Brasil, Tailandia, India y Kazajstán son importantes productores. Por su parte, México duplicó en 2011-2012 las cantidades importadas y procesadas, que ascendieron de 9 a 18 millones de dólares. En Brasil se estima que el amianto ha matado a 150 mil personas en diez años, es decir 15 mil al año (casi quince por ciento del total mundial). Allí operan dieciséis grandes empresas que “en las elecciones van financiando transversalmente a todos los partidos políticos”, relata Fernanda Giannasi, exsupervisora del Ministerio del Trabajo. Los activistas antiasbesto tienen los medios y la industria en su contra, pues tratan de informar a la población sobre riesgos y complicidades político-empresariales. En México, el mesotelioma ha aumentado de veintitrés casos en 1979 a doscientos veinte en 2010, pero hay un subregistro estimado del setenta por ciento, que llevaría el promedio anual a quinientos casos. La “cifra negra” se relaciona con los casos en que no se diagnostica la enfermedad o no consta en las actas de defunción, debido a que conviene no reconocerla como afectación laboral. El asbesto está en miles de instalaciones alrededor de nosotros. La ctm , en el pasado incluso defendió el uso del material, ya que el sector emplearía entre 8 y 10 mil personas y no habría constancia de fallecimientos por mesotelioma, lo cual es falso y solapa el problema. La extracción mundial de asbesto fue, en 2013, de
2.1 millones de toneladas y desde 1995 se ha mantenido entre 2 y 3 millones de toneladas, siendo más de mil 800 las compañías que lo utilizan. La organización mexicana Ayuda Mesotelioma (mesotelioma.net) denuncia peligros y estragos del asbesto desde hace cinco años, cuando sus fundadoras, Sharon Rapoport y su hermana Liora, vieron cómo su padre se enfermaba gravemente. En cinco décadas México ha importado más de quinientas mil toneladas de asbesto y sólo en la capital lo manejan unas cuarenta y dos compañías. Aún es legal, pero es éticamente deplorable. “A excepción de la pólvora, el amianto es la sustancia más inmoral con la que se haya hecho trabajar a la gente; las fuerzas siniestras que obtienen provecho del amianto sacrifican gustosamente la salud de los trabajadores a cambio de los beneficios de empresas”, dijo Remi Poppe, exeurodiputado holandés. Los síntomas del mesotelioma aparecen entre quince y cincuenta años después de la inhalación de las fibrillas y no existe realmente ningún nivel “seguro” de exposición.
MUERTE POR AMIANTO Según la Organización Mundial de la Salud ( oms ), al año mueren unas 107 mil personas por enfermedades contraídas por manipulación de amianto. En el siglo xx las muertes prematuras fueron 10 millones y se enfermaron 100 millones de personas debido al amianto. Hoy, 125 millones de trabajadores están expuestos al mineral. La Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios de la Secretaría de Salud reconoció su toxicidad, pero se limitó a sugerir “que las empresas controlen su uso”. La Ley de Salud del Distrito Federal habla de precauciones sobre el amianto, pero sin prohibirlo. Según datos del inegi , veintiuno por ciento de las viviendas mexicanas tiene techo de lámina metálica, cartón o asbesto, y el uno por ciento tiene paredes de cartón, asbesto, carrizo, bambú o palma. En 2014 se otorgaron cuotas del Fondo de Aportación para la Estructura Social para viviendas de Iztapalapa. Las reglas dicen que “los pisos, muros y/o techos deben ser de cuartos dormitorio o cocina dentro de la vi-
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“ES LA SUSTANCIA MÁS INMORAL CON LA QUE SE HAYA HECHO TRABAJAR A LA GENTE.” PODRÍAN MORIR CERCA DE 125 MILLONES DE TRABAJADORES QUE ESTÁN EXPUESTOS AL MINERAL.
vienda, hechos con lámina de cartón, metálica, de asbesto o material de desecho”. ¿De asbesto? Sí, no es broma, está en la Gaceta Oficial-df. La oms , en cambio, pide eliminar el uso de todo tipo de asbesto, incluido el “blanco” o “crisotilo” que el lobby del asbesto pretende presentar como “limpio”; asimismo, habla de aportar información sobre soluciones para sustituirlo con productos seguros; desarrollar mecanismos económicos y tecnológicos para ello; evitar la exposición al asbesto durante su uso y en su eliminación; mejorar el diagnóstico precoz, el tratamiento y rehabilitación médica y social de los enfermos, así como registrar a las personas expuestas en la actualidad o en el pasado.
LA “FASE SUPERIOR” DEL FILANTROCAPITALISMO La hilaza tóxica del asbesto pasa también por Costa Rica, “la Suiza de Centroamérica”. La Garita es un paraje de ensueño, rincón tropical cerca de Alajuela. Las instalaciones de la incae Business School, la mejor escuela de negocios latinoamericana, destacan entre las palmas, las granjas, una plácida carretera y unos pastos verdísimos. incae es famosa por su enfoque de desarrollo sustentable y ética empresarial. Cuenta con campus en Nicaragua y Costa Rica. Es un proyecto para la enseñanza e investigación gerencial que nace en 1964, bajo los auspicios de la Alianza para el Progreso del entonces presidente de Estados Unidos, John f. Kennedy, de la Escuela de Negocios de Harvard, de la agencia UsAid y de los mandatarios y empresarios de seis países centroamericanos. En los años noventa, la historia de esta escuela se cruza con la de un empresario que en las Américas tiene fama de gurú del desarrollo sustentable, mientras que en Europa es conocido como “rey del Eternit”: Stephen Schmidheiny. Hombre de negocios por tradición familiar (cementera Holcim, WildLeitz de instrumentos ópticos, electrotécnica bbc Brown Boveri y la empresa Eternit), nació en Heerbrugg, Suiza, en 1947, amasó una fortuna con el negocio del asbesto y su record está manchado por procesos judiciales y graves acusaciones.
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Es la historia de millones de trabajadores que inhalan y llevan sobre sí o dentro de sí esas fibras tóxicas que provocan cáncer (mesotelioma) del pulmón, de la laringe y graves patologías como la asbestosis.
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La Fundación avina, creada por el empresario en 1994 y operativa en veintiún países latinoamericanos, colabora con la escuela y en 1996 Schmidheiny, quien fue administrador de Eternit y hoy está en el Consejo Directivo de incae, participó en la creación de su Centro Latinoamericano para la Competitividad y el Desarrollo Sostenible (clacds). Schmidheiny fundó varias organizaciones sin fines de lucro, como Fundes (1984), MarViva (2003) y el fideicomiso VivaTrust (2003), que sustenta avina . En éste confluyó el valor de la participación del suizo en Grupo Nueva, consorcio de negocios forestales. En Chile, sus filiales han sido acusadas por los indígenas mapuches de despojo, dentro de un largo conflicto social, ya que la adquisición de las tierras ancestrales de las comunidades (120 mil hectáreas) empezó en la dictadura de Pinochet, que las expropiaba o enajenaba “con prácticas de intimidación, tortura y asesinato”, según denuncian los mapuches. El magnate vendió sus acciones del grupo Eternit a finales de los ochenta, y para 1999 su patrimonio ascendía a 4.4 billones de dólares. Las fundaciones se constituyen como entidades autónomas, prácticamente inatacables tras eventuales condenas judiciales, y promocionan redes como sekn (Social Enterprise Knowledge Network) y alianzas sobre temas socio-ambientales: agua, ciudades sustentables, energía, industrias extractivas, innovación política, reciclaje, cambio climático. Hay movimientos sociales que hablan de “filantrocapitalismo” respecto de avina y su aliada Ashoka, fundación filantrópica estadunidense presente en setenta países. “El capital trata de apropiarse de los movimientos ecologistas razonables para reconvertirlos en domesticados capitalismos verdes o formas de negocio con el agotamiento del planeta”, explica el ingeniero activista español Pedro Prieto, de la Asociación para el Estudio del Auge de Petróleo y Gas. ¿Por qué? “Los emprendedores sociales trabajan con esas poblaciones, su labor es acercar a las multinacionales hasta ellas, mientras salvaguardan los intereses de éstas”, dice María Zapata, directora de Ashoka en España. En entrevista con Rebelión, el investigador Paco Puche habla de cómo se infiltran las fundaciones en los movimientos con “la cooptación de líderes” y de cómo “ avina se vincula al magnate Schmidheiny, que debe su fortuna al criminal negocio del amianto. Decimos que todos los que han recibido dinero y otras prebendas de esta fundación (y después de conocerla, no la han rechazado) se llevan la maldición del polvo del amianto en sus entrañas”. En 2013, el Tribunal de Turín condenó al suizo y a su exsocio en la multinacional Eternit Group, el barón belga Louis De Cartier, de noventa y dos años de edad en ese entonces, a dieciséis años de cárcel por desastre doloso y remoción de medidas contra los infortunios: la sentencia fue esperada por los familiares de 3 mil víctimas. La Corte de Apelaciones aumentó la condena a dieciocho años, pero el miembro de la nobleza belga falleció poco antes. Schmidheiny fue condenado por sus responsabilidades como administrador de Eternit en el decenio 1976-1986 y absuelto de otros cargos del período 1966-1975 porque los hechos no subsistían. Las causas de la asbestosis y el mesotelioma ya se habían detectado desde los años sesenta, pero el negocio de Eternit siguió; por eso la condena habla de “dolo”: los imputados habrían escondido conscientemente los efectos cancerígenos del asbesto. En noviembre de 2014, en el último grado de juicio, la Suprema Corte anuló la sentencia anterior, ya que los crímenes habían prescrito. Se tomó como inicio de los términos para la prescripción el año de 1986, cuando Eternit declaró su quiebra, pero la decisión es polémica, ya que el desastre ambiental todavía sigue ocurriendo, pues no se interrumpe con la quiebra fiscal de la empresa. Es una bofetada a víctimas y familiares.
EL PASO MÁS RECIENTE Mayo de 2015: se abre un nuevo proceso, “Eternit Bis”. Schmidheiny ya no es acusado de “desastre” sino de homicidio doloso agraviado de 258 personas, exempleados o vecinos de Casale Monferrato, un pueblo en que operaba Eternit, quienes fallecieron entre 1989 y 2014 por mesotelioma pleural. Agravantes serían el “mero fin de lucro” y el “modo insidioso”, pues se habría ocultado información a trabajadores y ciudadanos sobre los riesgos. En cambio, en su web el magnate dice ser “pionero en la eliminación del asbesto en la industria”. En julio su defensa logró la suspensión del juicio mientras la Corte Constitucional italiana evalúa si hay o no violación al principio ne bis in idem, por el cual nadie puede ser juzgado dos veces por el mismo asunto. Mientras tanto, los fiscales de Turín presentarán cargos para noventa y cuatro casos más de afectación por Eternit. La hecatombe del asbesto aún durará por décadas. Urge reparar el daño a las víctimas, prohibir su uso y comercio, desterrarlo de toda habitación y ambiente
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Uno más de
esos demonios
Foto: Jesús Villaseca Chávez
(diálogo con Francisco Hernández)
EN MONEDA DE TRES CARAS SE REFIERE A LA LOCURA COMO “UN GRADO MÁXIMO DE INTELIGENCIA” CREATIVA.
Edgar Aguilar “EL AMOR FELIZ CASI NO TIENE HISTORIA” DICE EL AUTOR DE EL CORAZÓN Y SU AVISPERO.
L
a fila no es muy larga. Sin embargo, avanza lentamente. La mayoría pide, además de la firma del libro que lleva, una fotografía al lado del poeta. Se trata de la parte final del homenaje a Francisco Hernández (1946) en el marco de la xxvi Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil Xalapa 2015. El poeta de San Andrés Tuxtla, Veracruz, excelente –como pocos– lector de sus propios poemas, viste una guayabera blanca que hace juego con su sombrero panamá. El Paraninfo, donde se realiza el evento, es un hermoso recinto arquitectónico de forma rectangular que data de principios del siglo xx. A sus costados hay pinturas de corte sacro que se mezclan con pinturas de personajes que tuvieron relación con la educación y la política en el estado. Más arriba, casi al rozar el techo, se aprecian, bajo delgados relieves a modo de finas siluetas, curiosos trazos que no me queda claro qué puedan representar: ¿bodegones, escudos de armas, las dos cosas a la vez? Hace un calor infernal. Francisco Hernández, de pie, o Mardonio Sinta, versador excepcional, ha terminado de firmar. Me acerco y le solicito una firma más, quizá la última. Accede con una sonrisa. Se ve cansado. Suda y se lleva un pañuelo constantemente a la nariz. Algún tipo de alergia, aclara. Le ofrezco el pequeño ejemplar y lo mira con especial atención: El corazón y su avispero (2004), breve y personal antología suya de poemas amorosos. “Para quién?”, me pregunta, “Edgar Aguilar, maestro”. “Edgar”, dice como reafirmando sólo el nombre, mientras escribe la dedicatoria. “Mi hijo se llama también Edgar.” “Ah, qué coincidencia”, digo. Y agrega: “Le puse Edgar a mi hijo porque cuando iba a nacer estaba en ese tiempo leyendo a Edgar Allan Poe.” Me devuelve mi ejemplar. Pienso en ese
momento en la locura. En la locura que hay en los cuentos de Edgar Allan Poe. Desde afuera del Paraninfo nos llega un ruido ensordecedor. Bullicio de gente, risas y un grupo de rock juvenil. Pienso también, casi inevitablemente, en la locura de Moneda de tres caras (1994), libro de Francisco Hernández que leí (gracias a un amigo con problemas de adicción) hace muchos años y que me impresionó sobremanera. “En su poesía también hay locura”, le digo, como si entendiera mi diálogo interno. Pero matizo: “La locura que particularmente hay en uno de sus libros.” Francisco Hernández comprende de inmediato y me responde del modo más natural: “De la locura de que estamos hablando y de la que yo he escrito en Moneda de tres caras, que fueron Robert Schumann, Hölderlin y Georg Trakl es ver la locura no como idiotez, sino al contrario, la locura como un grado máximo de inteligencia, de andar por otra línea de la realidad, y de no abandonar la creación, darle a la creación, a lo que haces, un grado diferente de intensidad. Esa es la locura que me interesó de estos tres creadores. Yo no me propuse escribir sobre ellos, sino que me apareció uno primero y luego los demás. Oí en una tienda de Coyoacán la música de Schumann y me dije, a ver qué me encuentro de él. En ese tiempo nada de computadoras, en una enciclopedia su biografía y luego escribir. Después, Hölderlin; me encuentro un día último de año, yo solo en mi casa, un libro de Martin Heidegger sobre Hölderlin y la locura. Entonces otra vez surge la chispa de escribir. Y al final, me regalan un libro con poesía de Trakl: me pasa lo mismo, me encuentro un tipo de locura también producida por las drogas; es decir, que en 1914 alguien muera por una sobredosis de cocaína no es lo común que puede resultar ahora, y le pasa a Trakl. Trakl,
con tal de no ir a la guerra, o bien, ya estar enrolado en el ejército y tratar de suicidarse porque no quiere ir al frente, entonces lo meten a un hospital psiquiátrico y ahí consigue la cocaína. No sé cómo se la administra, no sé si era en polvo o era inyectada o cómo le hace, pero muere, ese es su fin, su suicidio, su forma de asumir la realidad. Y además de que estaba, como parte de esa locura, también enamorado de su hermana. Eso qué equilibrio puede soportarlo.” Aprovecho su lúcida disertación y le pregunto: “Parafraseando otro de sus libros (me refiero a De cómo Robert Schumann fue vencido por los demonios, 2002), ¿un poeta debe dejarse vencer por sus demonios o luchar contra ellos?” “No”, me responde tajantemente. “Un poeta debe crear, dejarse llevar y ser uno más incluso de esos demonios y no tenerle miedo a ningún tipo de realidad.” Miro el pequeño ejemplar que me acaba de firmar. “Me parece que usted toca más el tema del desamor que el amor en su poesía”, le digo. “Como dicen, el amor feliz casi no tiene historia, es el amor desdichado el que tiene más historia, el volumen más grueso. Es lo que a mí también me parece. Y es lo que a fin de cuentas hemos estado hablando: Trakl enamorado de su hermana; Hölderlin enamorado de una mujer casada; Schumann que se vuelve loco por ganar a su mujer Clara, y se corta un dedo, lo amputa para ya no tocar el piano y que su mujer, que es pianista, sobresalga: que Clara Schumann sea la gran pianista. Eso es por el amor, y es el amor desdichado, valeroso, y es el gran sacrificio.” El calor en el interior del recinto y el ruido del exterior son prácticamente insoportables. Infiero por su mirada y sus gestos que Francisco Hernández desea poner fin a la charla. Le pregunto para concluir: “¿Cómo preferiría escuchar o leer su poesía, con un fondo de música clásica o con un rasgueo de fandango?”“Este tipo de poemas deben ir con un fondo de música culta, o clásica, o con acompañamiento de piano o de chelo solo, y las coplas firmadas por Mardonio Sinta son coplas octosilábicas casi todas y algunas décimas. Y ahí tienes el resultado (se refiere al joven y alegre músico que tocó y cantó a intervalos durante el homenaje y que en ese momento guarda su jarana). Este muchacho las agarró hace unos cuantos días y se puso a cantarlas. Cada tipo de poesía en su casillero, con su lenguaje y su apoyo”, termina con una sonrisa
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¡Gutiérrez Vega,
a escena!
Francisco Hernández
ACTO PRIMERO Un jardín. Un sendero arbolado que viene de un bosque. Bajo un tilo de 500 años, la mesa para el té. Bancos y sillas. Sobre uno de los bancos, una guitarra. Al fondo se alcanza a distinguir un columpio. Son las 5 de la tarde.
ÚNICA ESCENA El profesor Serebriakov –Hugo Gutiérrez Vega–, disfrazado de malabarista, entra por el lado derecho del jardín, creando un sistema planetario con las palabras migraña, reumatismo, celos y envidia, escritas en pelotas luminosas de colores distintos. Aparece, por el lado contrario, Alejandro Aura, que hace el papel del tío Vania. Lo sigue Macrosfilio Amílcar, caracterizando a Teleguin, quien de inmediato comienza a tocar una polka con la guitarra. El intento de crear música y bailar es interrumpido por Sofía Alexandrovna, hijadel profesor Serebriakov. Ella, a punto de llorar, suplica que se callen, por la fiebre altísima que su madre padece en su habitación. No hacen caso. Teleguin cacarea, salta y hace tropezar a Gutiérrez Vega, quien cae al césped logrando, sin querer, que las esferas golpeen el rostro, con visibles huellas de acné del joven Aura. Éste se derrumba, pegándose en el borde de la mesa. Sangra profusamente, aunque no pierde el conocimiento. Inmóvil como está, diríase momificado, alcanza a pronunciar algo que al parecer le urgía: –Sé que soy un antipático profesional, además de un extravagante. Sé que la poesía ha tocado a mi puerta con verdadero ímpetu y que la repugnante vejez prolongará mi vida para encarnar al demonio de la destrucción, con el fin de arrasar con bosques, pájaros, mujeres y manantiales… (Pausa. Aura comienza a toser y a dar muestras de ahogo.) El profesor, Sofía y Teleguin tratan de reanimarlo, de levantarlo, pero nada consiguen, paralizados por el miedo de que el tío Vania deje de respirar. Entran a escena Marina Timofeerna y el Dr. Astrov. Él, tembloroso, pide a un criado una copa de vodka. Ella piensa en el hartazgo que vivir significa y se desmaya. Al advertirlo, todos abandonan al tío Vania y cargan a Marina, llevándola hacia el interior de la casa. (Pausa.) El cuerpo de Aura queda abandonado en el jardín. Del bosque salen cuatro pájaros negros que intentan picotearlo. En ese momento aparece Elena Andreievna, esposa del profesor Serebriakov, quien ahuyenta a los pájaros con sus gritos. Foto de Rogelio Cuéllar
TEATRO
30 de agosto de 2015 • Número 1069 • Jornada Semanal 10
de Paz o de Lezama Lima? Casi en silencio, Hugo trata de responderle a su acompañante: –Más que a alguien, he procurado acercarme a Ítaca, a sabiendas de que es una isla donde yo me espero con los ojos cerrados. Ahí tuve algunos instantes de dicha y ahí también fui perseguido por déspotas de la hipocresía, o cuando menos por sus tormentos. (Pausa.)
Éstos se internan en la sala, mezclándose con los espectadores. Furiosa, Elena les lanza sus zapatos. Después, comienza a mecerse en el columpio.
TELÓN ACTO SEGUNDO Noche a orillas del río Grijalva, cerca de una iglesia. Van de un lado otro botes repletos de pasajeros. Luna llena. Faltan diez minutos para las 9.
ÚNICA ESCENA El poeta Hugo Gutiérrez Vega contempla el movimiento de las aguas. Viste ropa ligera, propia de climas cálidos y mira pasar, con nostalgia, un par de garzas. Estamos en Villahermosa, sudando a cada insinuación y a cada pensamiento. Al fondo del escenario se desmoronan las casas natales de José Gorostiza, Carlos Pellicer y José Carlos Becerra. Este último se acerca a Gutiérrez Vega por la espalda, con la intención de sorprenderlo. Viste guayabera y pantalones de cera, y su rostro, sin perder los rasgos originales, es similar al pabilo de un cirio. El poeta tabasqueño le dice al de Lagos de Moreno: –Hugo, tal vez la única realidad sin fisuras sea la del sueño. Gutiérrez Vega no se sobresalta, al contrario, sonríe para después darse la vuelta y responder con serenidad: –Mis colmillos, cada vez más agrietados, ya no sirven de nada, José Carlos, han pasado de moda. Ahora mírame con mi boca desdentada, con mis sangrantes y dulces encías que ya no puedo ocultar. –Tus colmillos están ahí, como soportes o columnas sagradas, similares a las de Patmos o Atenas. En cambio, las curvas de aquella carretera de Brindisi me hicieron destrozarme por completo, fundiéndome con una piedra de tropiezo y un hervidero de gusanos. (Pausa. Algunas nubes ocultan la luna. Los poetas caminan callados, contemplando a las embarcaciones que llegan del otro lado del río.) Fotos de Rogelio Cuéllar
–Las vejaciones del tiempo nos instalan en el más solemne de los melodramas, exclama el poeta de Jalisco. Chéjov lo intuyó de maravilla cuando en El tío Vania, Serebriakov señala lo siguiente: “Dicen que a Turgueniev, a causa de la gota, se le produjo cáncer en el pecho. Temo que yo tenga lo mismo.” Y Elena Andreievna le comentó: “Hablas de tu vejez como si todos tuviéramos la culpa de que seas un anciano.” Gracias a tu accidente, José Carlos, viviste únicamente treinta y tres años y te libraste de llegar a ser algo así como… ¡un primitivo fósil súper chocho! La risa de Becerra no se hace esperar. Abre tanto la boca, que se traga un enorme abejorro, sin que Hugo se dé cuenta. Después, el tabasqueño cambia de rumbo con un par de preguntas: –¿En qué sitio, en qué jadeo el sueño recorre el apetito reconcentrado de los dormidos? ¿En qué juego de frases has puesto el oído, sin olvidarte de José Emilio, de Zaid,
La luna vuelve a brillar intensamente. Un viento frío hace temblar a José Carlos. Las palabras salen con dificultad de sus labios: –Yo he tratado de recorrer los caminos que recorrió Seferis y he leído páginas tuyas y de Kazantzakis allá en La Venta, donde la tempestad pesa como un dios que va haciéndose visible. Tú lo sabes: fui publicista por un tiempo, pero nunca me gustó la corona de hierro del engaño. Adiós, Hugo. Tengo que despedirme. He practicado los movimientos para mover el escenario y he visto al sol iluminando a los asesinos y a quienes los protegen. Sube mejor al viejo ferry. Espera el sonido de la sirena. Ya los pejelagartos vuelven estúpidamente la cabeza hacia una nube de gordas moscas de alas azules… Becerra desaparece, dirigiéndose hacia donde la vida sabe lo que ignoramos. Las peregrinaciones de Gutiérrez Vega son esparcidas por los vientos teatrales, como serenas advertencias.
TELÓN Bibliogarfía: El tío Vania, Antón Chéjov, unam, Departamento de Teatro, Difusión Cultural, 1978. El otoño recorre las islas, José Carlos Becerra, Obra poética 1961-1970, era y uam, 1991. Peregrinaciones, Poesía 1965-2001, Hugo Gutiérrez Vega, Fondo de Cultura Económica.
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Jornada Semanal • Número 1069 • 30 de agosto de 2015
Blanco Móvil, núm. 128, México, Invierno-Primavera, 2015.
LA ESCRITURA Y SU ONDA EXPANSIVA: UNA TRANSGRESIÓN INDISPENSABLE CYNTHIA PECH Mi voz rechaza la muerte; mi muerte; tu muerte;
mi voz es mi otro. Yo escribo y tú no estás muerto. Si escribo, el otro está a salvo. Hélène Cixous
E
l simple título de este número monográfico de Blanco Móvil: “Transgresiones indispensables”, invita a pensar sobre qué es la transgresión y hasta qué punto la transgresión puede darse. Ya una vez leído el número completo, el asunto se complica más pues las preguntas se van sumando en torno a la búsqueda de respuestas a los siguientes cuestionamientos fundamentales: ¿Es la transgresión indispensable? ¿Todas las transgresiones tienen el mismo origen y persiguen el mismo fin? ¿Qué transgrede: el quién o el hecho mismo? ¿El arte de la escritura es un artificio que posibilita la transgresión? ¿La poesía como posibilidad ‒de utopía‒ es un medio transgresor per se? Pero vamos por partes: cuando escuchamos la palabra transgresión entendemos que hace referencia al acto de infringir, quebrantar, vulnerar, violentar, desobedecer una orden o ley de cualquier clase. (Moliner, 1994). Sin embargo, en términos de este texto y atendiendo a la posibilidad transgresora de todo acto creativo o poético, la búsqueda de la palabra exacta en la paleta lingüística y la presencia de la metáfora como un ente vivo, las diviso ya como una transgresión no sólo del lenguaje sino de lo social en tanto remiten a la significación y re-significación de la palabra literaria en torno a la creación verbal y a la apuesta de una expresión que comunique un sentir, pero también, un pensamiento. La creación es un problema no sólo filosófico, sino también político –y donde lo ético tiene cabida. Para la teoría literaria son fundamentales las reflexiones sobre el proceso de la creación mediante la palabra, ya sea verbal o escrita, a partir de lo que Roman Jakobson denominó “función poética” del lenguaje. Lo político, visto en el contexto de la actualidad, refiere a que la creación artística –en donde la escritura y sus formas se circunscriben‒, parte de la posición del sujeto de enunciación del discurso que como agente social opera siempre desde sus contingencias históricas y sociales. Así, desde mi perspectiva, todo acto de creación es un acto transgresor que busca desde lo que hay, lo que no hay y desde lo que no hay, la utopía a la que se llega por la palabra que “desde un lugar no representable, pone a distancia el sistema cultural y social, y nos recuerda que “no hay integración social sin subversión social” (Ricœur citado por Méndez Rubio).
En este sentido me parece muy pertinente el punto de vista de los compiladores de este número de Blanco Móvil, Adriana Tafoya y André Cisnegro, para quienes “transgredir no es gritar fuerte o con amargura, sino con precisión. Ser incisivo. Abrir donde hay que abrir para extraer lo que se busca extraer y lograr el trasplante; salvar un organismo, el cuerpo mismo del poeta, o del poema, y por ende de la poesía, de la literatura, y su radio expansivo”. Y justo este punto de vista establece el criterio de este número de la revista en el que encontramos un efluvio creativo que busca en lo asertivo, lo certero ‒algo que no es fácil. Lo que se agradece de este número es la presencia de escrituras tan diversas como posiciones enunciativas de distintas generaciones, las cuales despliegan el abanico esbozado en un inicio por los compiladores. Hay que resaltar que los textos, en su mayoría poesía, encuadran en los límites de la transgresión a la que invita el número, ya que como bien señala André Cisnegro en su breve ensayo “Transgresión para las masas”, los escritos reunidos pertenecen a esa especie del “arte de hacer vida con la vida y no muerte con la muerte”, una condición que es en sí, transgresora. De ahí que el artificio de la palabra sea una apuesta por la creación y en donde la metáfora es su realización; una realización en la que el ser humano, como diría María Zambrano, aspira a un conocimiento más absoluto: sobre el sí mismo, pero también, sobre su realidad. La transgresión en este número mira, por ejemplo, con el ojo despierto y surrealista al que evoca Hortensia Carrasco en su poema “El gran juego”, o el placer que el soñador guerrero encuentra en el deseo de romperlo todo, como apunta el fragmento de “Demiurgo del caos”, de Enrique González Rojo… Pero también está esa vena autofágica de la cultura a la que alude Hugo Garduño en el poema “Los pendencieros”… Y así, en un continuum posible la palabra abre el universo sostenido por el Valium de Silvia Tomasa Rivera, en “Voy a matarte, amor”, queman la “Hoguera” de Esaú Corona y tejen esos mundos posibles allá donde llega la onda expansiva… Sin duda, el proceso creativo, en donde el escritor y la obra se recrean a la vez que rehacen la realidad, es en sí un acto transgresor. No hay que olvidar que la escritura contiene también una función imaginativa que en la vida social encuentra su territorio en los disloques de la palabra hacia los posibles sentidos que ella despliega: he ahí la transgresión a la que este número de Blanco Móvil convoca •
80 aniversaRius. Queremos tanto a Eduardo del Río, Grijalbo, México, 2014. Los compiladores son Andrea Candia Gajá y Bernardo Fernández, Bef, y los autores convocados son, como aparecen en el índice, Abraham Nuncio, Adriana Malvado, Alma Guillermoprieto, Ana Colchero, Andrea Candia, Armando Bartra, Bárbara Jacobs, Benito Taibo, Carlos Monsiváis, Carmen Boullosa, Cuauhtémoc Cárdenas, Elena Poniatowska, Emiliano Pérez Cruz, Enrique Florescano, Enrique Semo, Fabrizio Mejía Madrid, Félix Hernández Gamundi, Fritz Glockner, Guadalupe Loaeza, Guillermo Fadanelli, Hugo Gutiérrez Vega, Humberto Musacchio, Ifigenia Martínez, j. Jesús Lemus, Jabaz, Jaime Avilés, Jaime Cárdenas Gracia, Jairo Calixto Albarrán, Javier Sicilia, Javier Solórzano, Jenaro Villamil, Jesusa Rodríguez, Jis, Jorge Ramírez Bravo, José Carreño Carlón, José Gordon, José Manuel Rodríguez El Caníbal, Juan Carlos González Juárez y Lucrecia Alcalá Sarabia, Juan Manuelo Aurrecoechea, Juan Villoro, Julia Palacios, Julio César Pineda Santos, Laura Esquivel, Lorenzo Meyer, Luis Gantus, María Luisa la China Mendoza, María Rojo, Marta Lamas, Mónica Lavín, Nora Karina Aguilar Rendón, Óscar Chávez, Pablo Latapí, Paco Ignacio Taibo ii, Pedro Valtierra, Porfirio Muñoz Ledo, Rafael Barajas el Fisgón, Raúl Cremoux, Raúl Vera, Ricardo Rocha, Roberto Escudero, Rogelio Cuéllar, Sabina Berman, Sergio Aguayo y Víctor Roura. Cuatro apartados más cierran el volumen: Los lectores, un Epílogo a cargo de Ariel Rosales, El último desayuno –pequeño reportaje gráfico sobre la hechura del mural riusiano en el Museo del Estanquillo– y Los moneros; esto último, una lista casi tan numerosa como la de quienes colaboraron por escrito en este volumen que no requiere mayor explicación. Quísose incluir completa la lista de autores –completa respecto del libro, pues la completacompleta requeriría tal vez una enciclopedia de varios volúmenes– para hacer notar el ecléctico poder de convocatoria del maestro Rius Frius, de quien todos parecen haber hablado o querer hablar, lo mismo sus colegas moneros que na‑ rradores, ensayistas, historiadores, economistas, periodistas, poetas, activistas sociales, así como uno que otro actor y político desperdigado. No es para menos: los primeros ochenta años del Chamuco Mayor hay que celebrarlos como-diosmanda, dicho así nomás por el gusto de hacer sonreír tantito a don Rius.
visita nuestro PDF interactivo en: http://www.jornada.unam.mx/
@JornadaSemanal La Jornada Semanal
LA INTERIORIDAD (o la paradójica edificación de un hueco) F A En nuestro próximo número
abrizio ndreella
ARTE Y PENSAMIENTO ........
30 de agosto de 2015 • Número 1069 • Jornada Semanal
Francisco Torres Córdova
Ricardo Venegas ricardovenegas_2000@yahoo.com
Felipe Garrido MENTIRAS TRANSPARENTES Elenita El juego era tan sencillo como brutal. Pancho, Alex, los Gordos, alguno más, desde atrás de los coches, del otro lado de la calle, tirábamos la pelota, como con odio. Su puerta era de lámina y en partes estaba hundida; sonaba como un trueno, como un derrumbe, y nos devolvía el proyectil. Todas las veces que hiciera falta, hasta que Elenita empezaba a gritar pinches escuincles, me los voy a comer. Nosotros ahogábamos la risa y rodábamos por el zacate seco; en la colonia las calles eran de tierra. Apenas se callaba volvíamos al juego y ella nos mentaba la madre y blandía una escoba. Hasta aquella tarde en que agarró a Checo de la camisa y empezó a arrastrarlo para su casa. Corrimos, lo dejamos solo. De Elenita se decía que estaba loca porque había visto cuando mataron a su hijo, que tenía cien años, que era bruja. Checo perdió la camisa pero logró zafarse. A veces yo la sueño, la greña cana, la voz que aúlla, el perro negro que siempre la seguía •
Ricardo Yáñez
David Mitre No sé si el año pasado su voz me regresó desde la oscuridad de la anestesia (“Despierte, todo salió bien”, lo que en efecto). Hijo de médico, más de tres partes de su vida (tiene treinta años) lo ha absorbido la medicina –quiso ser arquitecto, el tipo da, mas vencieron la clara vocación, quizá la herencia. Creció a la sombra de “tres madres”: la auténtica, la abuela y una tía, triada nayarita con la que no pierde contacto. Ha leído a Platón, gusta de aparecerse por la Cineteca a ver qué, algo practica el básquet, el fut, pero la ciencia que eligió, aun con su carga de humanismo, restringe el tiempo libre. Cree en algo superior que “nos echa la mano” y a la mano está en todo momento crítico. Preparación, intuición, reflejos bien despiertos y lucidez ante lo inesperado, más la confianza en la energía ésa que mueve el universo, norman su conducta, a la vez prudente y abierta, fresca y cálida para con los pacientes. Paciente de otro modo él mismo, mira desde quien sabe –y desde quien espera •
bitácora bifronte Polvo de esperanza, Gabriela Turner
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n 1995 Ediciones Eternos Malabares, que este 2015 cumple su xx aniversario como difusora de la literatura de calidad, publicó el poemario Desde la habitación de los años, de Gabriela Turner Saad. En esa década Gabriela exploraba la poesía desde la experimentación: “Arcos ascendentes/ amputan aire. Arriba andan./ Aprisionados/ apalean al azul/ alargan amarillos/ abren algodones./ Abanicos acróbatas/ agitan antorchas ámbares./ Ángeles ásperos/ acorazan abadías./ Abrigan alboradas.” Otro: “Úneme./ Ungüéntame./ Ungida,/ usurpo un umbral último,/ un ultramar urgente.” Los poemas bajo el uso de una constante se abrieron paso y consignaron un oficio que se fue haciendo a sí mismo; lo que en la prosa podría haber sido un defecto, en la poesía es una aliteración que marca un ritmo cargado de sentido. Gabriela Turner Saad nació en Monclova, Coahuila, en 1962. Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la unam , la maestría en Filosofía e historia de las ideas en la Universidad Autónoma de Zacatecas. Cursó el diplomado de la Escuela de Escritores de la Sogem, en el cual fue alumna de poetas como Carlos Illescas, Óscar Oliva y Enriqueta Ochoa. Es autora de los libros Felices y perturbados (1990) Más sobre la máscara (1999) Bocanada (2001) Septenario (2001) y Polvo de esperanza (2013), entre otros. De este último hay hallazgos: “Amo la música/ que inicia con el amanecer/ y evoca los susurros perdidos/ la frescura que aclara/ el valle y lo vuelve visible./ Amo la menta/ que honra a la garganta/ para suavizar el sabor melancólico/ de la misión de la sangre”. Gabriela mira muy lejos, su mirada traspasa el paisaje; el tiempo y el arte de la perseverancia son visibles en sus poemas, pero no lo vitorean, lo testifican. Desde su título, el volumen rememora a Xavier Villaurrutia:“¡Seré polvo en el polvo y olvido en el olvido!”, a Elías Nandino con “Eternidad del polvo” (1970), o al caballero que fue don Francisco de Quevedo y Villegas con su “Polvo serán, mas polvo enamorado”. De la poesía clásica de los Siglos de Oro a los Contemporáneos, los poemas de Gabriela Turner pasan por diversas tradiciones. Las voces de Abdullah Ansari y Rabindranath Tagore avalan el camino elegido por una escritora que con el libro En medio de la bruma obtuvo el Premio Nacional de Poesía Tinta Nueva 2015. El “sólo un poco aquí” de Nezahualcóyotl aparece como una reivindicación de lo que el general Vicente Riva Palacio aseguraba sobre la poesía mexicana cuando decía que se trataba de una poesía crepuscular. Turner Saad lo sabe:“todo cuanto mires será vocablo,/ letra a letra pasarán los nombres,/ descenderán inevitables hojas secas:/ serás palabra invisible,/ sin rastro, sin contorno,/ solamente, ausencia”. Poemas que transitan por la delgada línea de la existencia, Polvo de esperanza es también una elegía a la madre de la autora, un homenaje entrañable desde la voz: “Mi corazón late pleno./ Dono mi ropaje,/ abran las puertas/ ábranlas.” •
ftorrescordova@gmail.com
monólogos compartidos Silencio nuevo
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l viento en la calle la había atrapado en pleno mediodía. Bajo su amplio vestido blanco, de tela delgada y dócil, era joven, de piel oscura y destellaba. El viento la cercaba, hacía y deshacía su contorno, tramaba y disolvía su volumen. Los brazos largos y las manos grandes y finas, con un anillo de piedra azul en el índice izquierdo y dos anchas sortijas de bronce en el pulgar y el anular derechos. Daba unos pasos y luego volvía en dirección opuesta. Algo esperaba y no llegaba. Estaba cerca y lejos, concentrada en su demora, distante en su belleza. Una gruesa banda de gasa añil alrededor de la cabeza apenas contenía su cabello hirsuto y abundante, y resaltaba los rasgos vigorosos de su rostro en la profunda antigüedad de su armonía. En una pausa del viento, desde el otro lado de la calle, un hombre joven, temeroso y cautivado que observaba, le hizo la seña india de respeto y gratitud: juntó las palmas de las manos a la altura de su frente e inclinó la cabeza. Ella devolvió el gesto con sólo una mirada, sin alardes ni miedos, dueña de su distancia, segura de sí misma. Unos segundos después, el viento volvió a soltarse en ráfagas intensas y ella, halagada tal vez ante los ojos que sentía, empezó a girar sobre sus pies casi descalzos en una danza de suave incitación y juego. Muchacha contenta, mujer que así se sabe, se dejó tocar por el desorden de corrientes y rachas; tensaba el torso, sujetaba su cabello, extendía los brazos y arqueaba un poco la espalda para fingir por un instante el vuelo de una niña, caminaba de lado y movía los labios para decirse algo indescifrable, un balbuceo que brillaba en sus labios y dientes, todo al borde, contenido el contoneo, oscilando su alegría en las crestas de su pelvis y en el negro de sus ojos. A veces a favor del viento y otras en contra, la tela agitada del vestido exponía las delgadas ajorcas de plata que adornaban sus tobillos, resaltaba el poder de sus rodillas o insistía y se adhería a lo largo de sus muslos, a la recóndita firmeza de su vientre, al ascenso y la cadencia de sus nalgas orbitales, y así tallaba y dilataba y extendía su estatura, el día relumbrando en la cima de sus hombros, en la escarcha de sudor oculta entre sus pechos altivos y pequeños. Temblaba su sombra, ondulaba su presencia, siempre a punto de romperse, al filo sinuoso de ser una mentira. La ciudad ahí reunida entonces al menos para alguien canceló sus prisas, la ruidosa soledad de sus consumos y sus tantos ajetreos y afanes de importancia y trascendencia. La calle con sus cosas y su gente se movía despacio, el mundo difuso a las orillas. En apenas un minuto dejó en el aire la ruta de otro tiempo, el soplo de un silencio nuevo en la conciencia. De pronto detuvo un taxi frente a ella, subió y cerró la puerta y así volvió a su distancia, a su particular desconocida historia en los tumultos del planeta. Un segundo antes de perderse, miró al joven ya perplejo y anhelante, y con una tenue sonrisa de complicidad perenne desde entonces, juntó las palmas de las manos, se tocó la frente e inclinó un poco la cabeza •
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Jornada Semanal • Número 1069 • 30 de agosto de 2015
Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com @mquemain
Las curvas peligrosas de la vida adolescente
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ODO PARECE INDICAR QUE Curva peligrosa, de Pilo Galindo, es una obra proliferante en gran parte del país. Muchos grupos independientes y colectivos estudiantiles, bajo la dirección y apoyo de distinguidos profesores, han montado este trabajo con gran ímpetu y energía, como lo muestra la gran cantidad de testimonios que hay en video en circulación en la red (sobre todo en el espacio de canales que tiene Youtube). La puesta en escena de Curva peligrosa dirigida por Sandra Félix posee una gran fuerza escénica y, claro, el profesionalismo y rigor que no tienen las representaciones a las que aludo. Félix ha hecho un gran trabajo de equipo que rodea la puesta en escena que se presentará en el teatro El Galeón hasta el 27 de septiembre. Si bien todo es resultado de una concepción que guarda los gestos y los rasgos de un estilo, hay que reconocer que
LA OTRA ESCENA
el trabajo de Philippe Amand en el diseño de escenografía, iluminación y multimedia hace de la concepción de la directora una pieza polémica, conmovedora y, también, de un optimismo que no posee la exaltación que pone en el desarrollo de la conciencia individual y el debate personal que va más allá de las instituciones. Sobre una escenografía dispuesta en tres grandes bloques que representan los monolitos de concreto de muchas escuelas oficiales en un estilo pervertido entre Barragán y Zabludowsky, pero también la estructura de lápidas en los cementerios y los muros que dividen los centros penitenciarios del mundo libre (siempre con opciones de horadar para salvar el muro), se desempeñan los personajes que multiplican a otros personajes periféricos que forman el coro de la época con sus prejuicios persecutorios, su autoritarismo y su comprensión negativa frente al poderoso impulso vital y erotizado del adolescente de hoy. Y digo coro porque en lo musical y el diseño sonoro, El Gabinete es la piel auditiva de los personajes y el ambiente. Sandra Félix ha dotado el discurso fragmentado en tiempos que propone el dramaturgo, con una gran precisión espaciotemporal que se ve completada con esa docilidad creativa frente a la dirección de este trío de actores (Christian Cortés, Adrián; Judith Cruzado, Corina, y Luis Eduardo Yee, Carlos) que logran construir personajes verdaderamente jóvenes que son esa soñada marioneta actoral que se adueña del escenario, y que en el concierto de iluminación y multimedia son bellos instrumentos de la palabra y la imagen. Es la rebeldía propia de la edad frente a los padres, los maestros y las concepciones de “uno mismo” que se van anquilosando y dando origen a ese estado adulto tan lleno de temores y rencores para millones de jóve-
nes que no logran sobreponerse a esa licuadora de la desigualdad que llamamos México. Muchos de ellos ni siquiera anímicamente, pues formarán parte de una autopista de huesos y sangre que eleva y destruye al mismo tiempo esa mitificación de una juventud que muchos tratan de explicar por su rebeldía y destructividad. Pilo Galindo merece aplausos y los reconocimientos lentamente le van llegando; el panorama de creación sobre el tema y sus problemas de todo tipo constituyen un gran vacío en la creación dramatúrgica actual, a pesar de que en el cine, no sólo mexicano sino de todo el orbe creador, la juventud es uno de los temas nodales. Galindo apenas ha obtenido el reconocimiento institucional que desde hace ya muchos años merece y ya poseía en la línea fronteriza, animando a los teatreros a tomar su voz como propia y elaborar un mundo creativo, rebelde, diverso, crítico con sus imaginaciones escénicas. Hace dos años le dieron el Premio Víctor Hugo Rascón Banda y este año el Premio Juan Ruiz de Alarcón en Guerrero, que resulta doblemente significativo para un dramaturgo que, si viviera en el estado de Guerrero, sin dificultad hubiera podido escribir una pieza que se llamara Ayotzinapa, sobre la que nos ha prevenido de muchas maneras en su trabajo creador. Hay algo de pedagógico en sus creaciones, que Sandra Félix recoge, pues es parte de su búsqueda y no le asusta ese peligroso esquematismo escolar que busca transmitir de manera muy directa unas ideas que, en ocasiones, suelen discutirse al modo de teatro debate o cine debate sobre lo que hubieran hecho o no los personajes. Se haga o no in situ, tarde o temprano, en casa o en el aula, esa discusión y esa polémica tendrán lugar, pues la cantidad de interrogantes sembradas en el espectador no lo dejarán indemne ni silente •
Alonso Arreola @LabAlonso
Todd Clouser, Señor Mandril y el Buena Vista
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O SÓLO ES UN espléndido compositor, guitarrista, cantante y entertainer. Todd Clouser es, además, un incansable generador de proyectos que contribuyen a mejorar la vida musical de México. Graduado en el Berklee College of Music de Boston, este estadunidense de treinta y cinco años vino a enamorarse de nuestro país cuando visitó las que serían sus residencias: San José del Cabo y el df . Colaborador de músicos notables de la escena neoyorquina (John Medeski y Billy Martin, verbigracia), Todd ha fungido como puente entre dos países, impulsando intercambios y giras recíprocas en las que se ven beneficiados numerosos artistas, pero sobre todo melómanos. Hace meses escribimos unas líneas sobre su último proyecto, A Love Electric, power trío de blues-jazz-rock con el que ha girado extensamente en América y Europa. Hoy, empero, nuestra motivación es diferente. Fuimos a verlo tocar al Foro del Tejedor del Péndulo Roma (allí donde el incansable Esteban Amozurrutia trabaja programando y haciendo el audio). Nos intrigaba su nueva propuesta: Chant. Un ejercicio lúdico y ligero que intenta desacralizar la idea del “espectáculo”, del show que distingue, que divide a quienes habitan el escenario de quienes escuchan pasivamente conformando la “audiencia”, el “público”. Digamos que Clouser vuelve a dos tesis antiguas, fundamentales para que la música sea argamasa social. Primera: las canciones deben generarse en ambientes múltiples, independientemente de si la ejecutan profesionales o no. Segunda: hay que cuestionar la idea del silencio, del respeto frente a ellas. Las trece piezas (o experiencias sónicas) del disco, según se explica en sus textos, surgieron a guitarra y armonio para luego recibir baterías y otros instrumentos, todos operando alrededor de coros integrados por cantantes con o
BEMOL SOSTENIDO sin experiencia, casi siempre alterados vía efectos reverberantes. La más larga dura apenas 3 minutos y 40 segundos. La más corta, 1 con 38. Hablamos de breves invocaciones a la conjunción grupal, a veces alegre, a veces instrospectiva, a veces perturbadora mas siempre dispuesta a dejarse guiar por este chamán de guitarra y sombrero. Hay coqueteos con el mundo negro (de los spirituals al dub pasando por África), pero también acentos de experimentación contemporánea. Lo que se distingue de sus letras es literatura inteligente, política y surrealista. Porque –cosa curiosa, lectora, lector de este domingo– pese a que Chant está dedicado a la voz y a tener numerosos cantantes invitados, su expresión final es un murmullo onírico convertido en espirales de humo. Nos gusta mucho. Producto de una beca de Conaculta/Fonca, por otro lado, el quinto disco en estudio del Señor Mandril (La especie del ojo funky), es un signo de madurez definitivo. Su portada luce magnífica. En ella se observa a un mandril de tres ojos en plan hinduista, a cargo del ilustrador digital Ozzo Ozzbourne. Y aunque siempre han sido buenos en lo que hacen –esa suerte de jazz-funk con toques de rock y electrónica–, está claro que hoy suenan mejor y que tras diez años de existencia, con hartas experiencias en el continente, han sabido depurar su discurso e instrumentación. Bajo, batería, teclados, flauta, saxo, trompeta y percusiones son los elementos con que invitan al baile y el trance ligero en diez tracks, mismos en los que repiten bloques de lego sin sorpresa; grooves de confianza vigorizante, muy al estilo Mandril. Búsquelo y sonría. Finalmente, un colofón cubano. Cachaíto, Rubén González, Ibrahim Ferrer, Compay Segundo, Puntillita… Todos muertos, fueron parte del mítico Buena Vista Social Club, grupo de época que transformara la industria del folclor; a una melomanía sedienta de apoyo en la credibilidad, la justicia y el respeto a las viejas tradiciones. Todos tuvieron sus
propios discos y giraron por el mundo cosechando lo que en su juventud y madurez parecía imposible. Todos, al lado de quienes siguen vivos (Omara, Eliades, Guajiro, Virgilio, Juan de Marcos), consiguieron el éxito y nos hicieron bailar. Por ello es noticia que World Circuit y Corason saquen un álbum, Joyas encontradas, con rarezas en vivo y en estudio. Es de celebrarse aunque sepamos que no son verdaderos hallazgos sino “el resto”, los remanentes de una obra con lejanos esplendores. ¿Vale la pena? Por supuesto que sí. Son momentos en vivo y en estudio para atesorarse melancólicamente, pese a su falta de unidad y fallas de producción. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •
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Jorge Moch Verónica Murguía
Discúlpate. Y vete
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I ADOLESCENCIA FUE INCÓMODA, como la de la mayoría de los humanos. Fui torpe, distraída, fachosa y lela. Además, usuaria inconforme de un aparato ortopédico que me inmovilizaba de la pelvis al cuello. El aparato, claro, pulverizó los cinco gramos de autoestima que me quedaban al terminar la primaria. Tuve justificante para no asistir a Educación Física desde los últimos años de primaria hasta que terminé la prepa. Una maravilla, creí entonces. Un horror, quizás, pero que fue uno de los factores que me convirtieron en la lectora voraz que soy ahora. Mis padres me miraban con abundante conmiseración, misma que no les impedía darme sopapos y lo que se ofreciera, pues creían firmemente que la letra con sangre
entra. Y con la letra, los modales, la templanza, la responsabilidad y un montón de virtudes. El método del sopapo y el jalón de pelos no es el mejor. Mientras algunas virtudes se quedan, otras permanecen en el ámbito de lo teórico para siempre, por más pellizcos que reciba el aspirante a adulto. Eso pasó con el orden, la serenidad y la posibilidad de hacer ecuaciones de segundo grado. Algo que mis padres repetían con la mejor voluntad era que cuando me librara del dichoso corsé, iba a poder hacer (físicamente, se entiende) lo que yo quisiera. Lo que yo quisiera. Bastaría con un compromiso serio, disciplina y resistencia. Me lo creí y ha sido fantástico. Al graduarme del aparato, tuvo lugar una especie de apertura, de ampliación de los horizontes de la vida. La práctica del ejercicio ha sido fundamental, es cotidiana, me hace feliz, y eso que ya comenzaron las despedidas. Después de rehabilitaciones varias con cuya descripción no aburriré al lector, corrí en los Viveros, tomé clases de yoga, de mambo, de aerobics, de danza contemporánea y, lamentablemente (no exagero, era una papa hervida), de ballet. Aprendí a nadar porque al leer Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, encontré dos páginas, tan perfectas como el resto de este libro diamantino, en las que Adriano se despide de la equitación y la natación. Me dieron en el alma. El caballo, como no fuera en La Marquesa, estaba fuera de mi alcance. Pero la alberca sería la del Aquarama de Parque México. Cerré el libro, me fui a Sears, me compré un traje de baño y me lancé a la alberca sin tener la menor idea de lo que estaba haciendo. Fui recompensada con una inhalación de agua que me hizo llorar lágrimas desinfectantes. Después de año y medio logré tener un crawl mediocre, pelos verdes y ojos de rábano. Fuera de broma: pocas cosas son tan deliciosas
como nadar de dorso en una alberca sin gente. Se mira el techo, se escucha la propia respiración como si fuera un oleaje, la nariz se satura de olor a cloro y el cuerpo, suspendido en el agua, se vuelve una nave que lleva la mente hacia adentro. Quise aprender a surfear. Eso, debí prever, no era posible. Es dificilísimo. Mi amiga p , otra ingenua, y yo, apenas nos sentamos en la tabla cuando nos cayó en la cabeza la ola que debíamos remontar, nos revolcó y la tabla, atada al tobillo, nos dio de topes. Salimos con el calzón del bikini en los tobillos. Y con el trasero colorado como el de los mandriles, porque, bueno, la arena raspa. Nomás le digo al lector que con arena se pulían las armaduras en la Edad Media. Imagínese como puede dejar un rabo humano. En Canadá tomé clases de esgrima con un señor olvidadizo que me confundió con otra y me puso en un grupo adelantado. Me batí, ese es el verbo, con una chelista japonesa que me dejó con moretones redondos por todas partes. Tomé clases de Tai Chi, pero no salió porque no asuntaba: no podía “acariciar la crin del caballo”, ni “abrir las alas de la garza”. Si mal no recuerdo, lo que me gustaba era “buscar la aguja en el fondo del mar”. Todo era poético, misterioso y oriental. Yo soy prosaica, simplona y chilanga, así que fracasé. He buceado en el mar, he estudiado belly dance. Bien o mal, no importaba: lo mío es el descubrimiento. El otro día, en los Viveros, vi correr a una mujer que practica los cien metros planos. Me dio una envidia compuesta, porque correr a todo trapo, ya no. Tengo las rodillas como mal atornilladas. Ya no, a menos que me corretee un malandro. Fue mi primera despedida. Sé que el cuerpo, “ese amigo más seguro y mejor conocido que mi alma, no es más que un monstruo solapado que terminará por devorar a su amo” (Yourcenar). Pero no puedo aceptarlo. Que no •
LAS RAYAS DE LA CEBRA
Del cuerpo
cá en Impunelandia la vida se vive a todo tren. Se puede ser lo mismo juez que parte. O mejor: en Impunelandia un político indiciado o bajo sospecha puede arrogarse el derecho de nombrar a quien lo investigue y de paso dictarle la investigación. Que lo exonere, claro. Algunos, que nos hemos vuelto muy cínicos porque solamente abrazando el escepticismo podemos lidiar con la frustración que nace ante tanto criminal impune y tanta pública burla a la más elemental decencia, en realidad ya no creemos ni en los individuos ni en las leyes y mucho menos en las instituciones a las que también terminamos mandando al diablo. No se nos malinterprete: la mayoría somos gente pacífica y más o menos trabajadora, que vamos por allí tratando de vivir lo mejor que se pueda con lo que se
tenga. Pero francamente estamos hartos de solamente dar y no recibir a cambio más que promesas incumplidas, prepotencia, amiguismos y vergonzosas exhibiciones de estupidez, ineptitud, nepotismo y sobre todo corrupción, una corrupción invasiva, latente, terriblemente arraigada en la idiosincrasia del mexicano, al grado de ya no sorprendernos cuando aparece su jeta en prácticamente todos los estamentos de la vida pública. Estamos cansados de pagar y pagar impuestos sin que haya reciprocidad verdadera: las carreteras muchas veces están en condiciones deplorables a pesar de lo mucho que pagamos en sus casetas a los concesionarios abusivos; los hospitales del Estado, que deberían ser primera línea de atención, tecnología y disponibilidad absoluta de personal e insumos, son a veces simples morideros donde no hay ni gasas limpias siquiera. Pagamos hidrocarburos carísimos y hemos perdido nuestro lugar preponderante como productores y procesadores de petróleo gracias a la fiebre privatizadora del grupúsculo de traidores que dice gobernar este país, pero lleva décadas dedicado a desmantelar el Estado tutelar para entregarlo a sus cuates, empresarios voraces, y a empresas trasnacionales pagadoras de jugosas comisiones por traicionar a la patria y conseguir además un trabajo bien pagado para cuando se agote la ubre pública a la que han estado pegados tantos parásitos por demasiado tiempo ya. No hay ferrocarriles mexicanos, ni astilleros donde fabriquemos barcos, ni hay, salvo honrosísimas excepciones que suponen titánicas batallas contra la burocracia indolente e inamovible, la competencia desleal o las simples zancadillas de la envidia, focos importantes de producción de tecnología propia, de mexicana invención. En cambio es abrumadora la proporción de maquiladoras extranjeras contra fábricas mexicanas. Salvo algunas rayas en el agua, no tenemos verdaderas pun-
tas de lanza comerciales mexicanas creando nichos en el mercado internacional: en cambio la balanza comercial nos es desfavorable por mucho: somos importadores consuetudinarios, usuarios de tecnología ajena, copistas. Así que ver confirmadas las sospechas que muchos albergábamos de que la presunta y muy mediática investigación de la casa blanca de Angélica Rivera y Enrique Peña Nieto no es motivo de sorpresa sino de fastidio: ya sabíamos que Virgilio Uribe, el titular de la Secretaría de la Función Pública sería un simple patiño, un risueño tonto útil, otro mexicano del sistema que antepone su “lealtad” al papanatas en turno a su obligación de fiscalizar los abusos de los políticos. Pero no, en lugar de exhibir el evidente tráfico de influencias del presidente y su mujer, hizo lo que ya muchos adivinábamos: ponerse de tapete. Ser tapadera. Indigno guiñol. Y también somos muchos, muchos mexicanos, creo, los que no le aceptamos a Peña la disculpa de utilería con que pretende que demos punto final al muy turbio asunto del proveedor de gobierno que se ha hecho archimillonario con los contratos que ha obtenido del mismo al que le “financió” la mansión de Las Lomas. A otro perro con ese hueso. No es válida la disculpa de un presidente evidentemente corrupto y evidentemente incapaz de ser eso, presidente, sin las muletas de la televisión y la mafia política cuidándole los cuartos traseros. Disculpa no aceptada. Ahora váyase, señor Peña Nieto. Muchos mexicanos nunca lo creímos capaz de dirigir el país. Pero tampoco creímos que fuera tan cínico y tan transa. Váyase. Excúsese. Salga de escena con algo de recato, con algo parecido a la vergüenza. Váyase. Está usted desgastado, famélico (es inocultable su deterioro físico ya), y sumergido en un valle insondable de descrédito público. Ya no siga perjudicando a este país •
CABEZALCUBO
tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch
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Jornada Semanal • Número 1069 • 30 de agosto de 2015
Jaime Muñoz Vargas
Luis Tovar
Sims y la suegra
Patriarcado y orfandad
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La suegra, blanco perfecto para todos los repudios literarios, toma revancha bajo la pluma muy eficaz de Sims, que recrea las disputas familiares entre yernos y nueras con la suegra impositiva, pero bajo la óptica de ésta, quien con su experiencia es capaz de advertir los errores que cometerán las nuevas parejas, pero que se limita a mirar cuando no es requerida o cuando es francamente repudiada. Y, claro está, terminamos convencidos de que una buena suegra empieza por ser prudente, pero nunca deja de ser crítica de las desgracias ajenas. Además, tenemos otros personajes que arruinan la vida de esos casados en sus primeras experiencias: los arrendadores abusivos que firman contratos por varios años para forzar a los inquilinos a pagar las composturas de los vicios ocultos del inmueble; los vecinos capaces de mandar ratas muertas al yerno alemán que no logra la simpatía de nadie en el vecindario; los vendedores que engañan descaradamente a los maridos despistados; el vicario abusivo que lucra con el puesto. A su vez, están quienes se sienten de un mejor nivel social, como la servidumbre ladrona y controladora contra la que lucha la suegra escribiente y en cuyas garras caen el hijo y la nuera; los empresarios voraces que engañan a quien se deje, etcétera. La narradora se asume como la salvadora de su hogar. El marido será muy bueno para trabajar, dice, pero para las cosas cotidianas y del servicio doméstico, es un inútil. Por eso debe salir al paso, incluso para ir a devolver las compras mal hechas por el marido, que a ratos es paciente y a ratos vive apabullado por la patrona conyugal. Ella toma postura para “defender la casa de la más maligna de las razas sobre la capa de la tierra” y lo hace sin importar las consecuencias: “Siempre he dicho lo que pensaba y desde luego no voy a empezar ahora a medir mis palabras.” Y no lo hace, aunque con ello evidencie los propios apetitos económicos: le hacen la ronda a la tía solterona rica y le ponen su nombre a uno de los hijos, en
espera de que lo herede, pero la tía es una pesadilla y cuando la escritora Tressider pone en su lugar a la anciana, ella se va y la autora se queda con una hija con un nombre terrible. Como buen autor de su época, Sims se burla de cuestiones económicas y de costumbres dentro de la familia, pero no habla de aspectos sexuales. Parte de la eficacia del texto reside en dar por reales a los personajes, quienes se quejan de la autora por sus escritos supuestamente publicados, que han expuesto las desventuras familiares y los desatinos de sus integrantes, dejando claro cómo cada uno de ellos (y todos los humanos) tenemos ciertas particularidades que a un espectador serán reprochables, como caminar siempre de un lado de la acera, no poder dejar de tocar los timbres de las casas, no poder dejar de tocar las alarmas de los trenes, ser cleptómano y muchas similares. Y nos recuerda conductas que nunca cambian: los niños repiten las pelandrujadas de los padres, evidenciándolos en el peor momento y lugar como unos malhablados. Desliza sus conocimientos de criminología para burlarse de las políticas de reinserción social: uno de los hijos convence al ladrón de que se comporte, con sólo tratarlo amablemente. Lo más destacable del texto es advertir cómo esas maneras clasistas se siguen repitiendo en latitudes como la nuestra, bajo los mismos argumentos de la alcurnia social mal entendida, la necedad de imponer el propio punto de vista y, sobre todo, la condición humana como risible en tanto errática, pues, finalmente,“no es razonable esperar que todos los matrimonios sean felices” •
GALERÍA
EORGE ROBERT SIMS (Inglaterra, 1847- 1922) fue un escritor prolífico y reconocido (y muy bien pagado) en vida, que lo mismo hacía teatro que novela, poesía, cuento policíaco que periodismo. Además, era un bon vivant que se casó tres veces y enviudó dos. De ahí que su libro Memorias de una suegra sea no sólo una divertida serie de historias armadas bajo la apariencia de una novela, sino también una ventana a la sociedad inglesa de finales del siglo xix , especialmente de la clase media. Todo bajo el lente de la sátira implacable. Con las memorias de la inexistente Jane Tressider, abuela de diez nietos y suegra de varios yernos y nueras, nos adentramos en estas familias numerosas donde se dan varias posibilidades de matrimonios: el trabajador con la derrochadora, la amable con el neurótico, el vago con la nuera soñada por la controladora suegra, etcétera.
@luistovars
OR CAUSAS QUE HISTORIADORES y sociólogos están en mejores condiciones de explicar, si uno juzga a partir de ciertos hechos concretos, así como de ciertas obras literarias que se cuentan entre las más relevantes de la región, Latinoamérica ha sido campo fértil para el florecimiento de toda suerte de patriarcados (aunque, por cierto afortunadamente, no a la manera tendenciosa y convenenciera que Krauze y otros han querido establecer como dogmas histórico-ideológicos para diagnosticar mesianismos que sólo a ellos les quedan claros). Cualquiera que haya leído la paraguaya Yo, el supremo; la cubana El recurso del método; la colombiana El otoño del patriarca; o las mexicanas Pedro Páramo, La sombra del caudillo y La muerte de Artemio Cruz, por sólo citar los ejemplos más conocidos, ha sido lector-testigo de la
manera en que la literatura latinoamericana se ha hecho eco de la realidad sociopolítica que le da origen, es decir, ésa que de manera diríase consustancial y evidentemente consuetudinaria, a lo largo del siglo pasado y aun en éste que va corriendo, no ha dejado de generar personajes que, con independencia del carácter benéfico o pernicioso de su proceder, adoptan –o al menos insisten en alcanzar– el papel de patriarcas. Así Lázaro Cárdenas, significativamente llamado, y no sin calidez, Tata, es decir “papá”; así el agridulce y asaz contradictorio Juan Domingo Perón; así la miríada de dictadores y dictadorzuelos –verbigracia los nicaragüenses Somoza y Ortega–; así el ejército de matarifes y gorilas con uniforme –los Stroessner, Videla, Vargas y Pinochet, más un desgraciadamente largísimo etcétera.
Llenar el vacío Si es verdad aquella teoría según la cual arriba es como abajo, la explicación de esta búsqueda y establecimiento constantes de una figura paterna a nivel gregario, tan acendrada en América Latina, no radica sólo en el encumbramiento al poder, habitualmente valido de astucia y capacidad corruptora, de uno de los segmentos de la sociedad, sino en muy enraizados rasgos idiosincrásicos de la misma, así como en igualmente profundas características antropológicas, sobre todo aquella que conduce a todo grupo social a la elección de un líder, así como al mantenimiento de una fidelidad al mismo que, en ocasiones, puede llevar paradójicamente al estropeamiento de las condiciones de vida del grupo. Cuestión de escalas, la organización social reproduce arriba lo que se multiplica abajo: el núcleo familiar tradicional determina la necesaria existencia del padre, entendido como proveedor material pero también como fuente de autoridad, protección, instrucción, forma-
ción, modos de inserción en el siguiente grupo social en la escala –barrio, comunidad cultural, nacionalidad–, valores éticos y morales, etcétera. A partir de estos dos principios –el de la búsqueda del padre a nivel tanto masivo como individual, por un lado, y por otro la corruptibilidad histórica del modelo social– es como mejor y más ampliamente puede comprenderse la proliferación reciente del cine latinoamericano que tiene a la orfandad como tema de fondo. Puerto padre (Costa Rica-México, 2013), escrita, coproducida y dirigida por el costarricense y entonces menor de cuarenta años Gustavo Fallas, es uno de los ejemplos más recientes de dicha tendencia. Su protagonista –un joven e histriónicamente algo envarado Jason Pérez– es Daniel, un chico de apenas dieciséis años, sintomáticamente huérfano, que sale no en busca del padre sino de trabajo, y que involuntariamente halla más lo primero que lo segundo. La variante que le confiere singularidad al filme es la repulsión que Daniel muestra hacia lo que su recién descubierto padre es y significa: interpretado por un Gabriel Retes de aspecto decadente y repulsivo, Chico –hábil juego nominalsemántico para indicar la minoría de edad permanente de ciertos paterfamilias– es todo, menos aquello que se supondría debe ser un padre, y lo demuestra en el usufructo físico y emocional que hace de Soledad –una Adriana Álvarez que en buena medida se roba la pantalla–, virtual hija adoptiva a la que explota sin asomo de culpa. He aquí un buen apunte, ahora costarricense, para reflexionar cinematográficamente en torno a la condición latinoamericana de patriarcados en bancarrota, rechazo patente a lo que la exacerbación de ese modelo ha prohijado, pero sobre todo en torno a la situación actual de orfandad cada tanto más acusada, que busca sin mucho éxito algo con qué sustituir a tlatoanis, tatas, padrastros y padrinos •
CINEXCUSAS
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ENSAYO
pone en un cesto y desde el borde de la azotea empieza a elevarse en dirección a la luna, que está en cuarto menguante, ideal para amarrar una cuerda en cada una de sus puntas y colgar los vestidos. En Ahumada el universo deja de ser inalcanzable, lo imposible no existe. Un astronauta, con una bandera mexicana en el brazo, se dispone a comer un taco en algún lugar del universo. Un cliente hace la parada a un taxi en una calle defeña; con el pasajero adentro, el vehículo empieza
a elevarse hasta llegar a la luna, destino donde desciende un astronauta y le paga al chofer por sus servicios. Pero no sólo el cosmos está al alcance de la vida cotidiana: el dibujante también penetra en los interiores del cuerpo o de los objetos, mostrando lo infinito que pueden ser. En una viñeta, un prisionero está en una celda que sólo tiene una ventana desde donde observa la ciudad; con una silla rompe el vidrio y empieza a salir de lo que en realidad es el ojo de una mujer. En otra tira, un astronauta está encima de un planeta, saca de su espalda una bandera y al enterrarla revienta lo que, sin saberlo, era el globo de un niño que se pasea por una desolada acera de la ciudad. Las referencias de Ahumada son evocaciones de su transitar urbano. Él mismo afirmaba que salía a la calle a observar, y a la vuelta retomaba todo lo asimilado para dibujarlo: “No creo que imagine lo que he visto, más bien tomo lo que veo y todo lo transformo, lo único que realmente me gusta es salir a caminar y regresar a mi casa a dibujar, porque así es la vida.” No es casual que el propio caricaturista evoque a El Principito en varias ocasiones, pues en cierto sentido su propuesta es similar: vincular el día a día con el orden planetario; por eso mismo Elena Poniatowska lo calificaría como el “SaintExupéry de fin de siglo.” Su objetivo es mostrar que lo sencillo guarda una complejidad mayor, que en lo mínimo está lo máximo, que la imaginación permite unir todos los torrentes que parecerían inconexos. Pero el caricaturista también fue un agudo crítico de la política mexicana y de la situación internacional. En sus dibujos se podía encontrar crudas referencias a los estragos económicos y a los vergonzosos gobernantes. Por ejemplo, un hombre sin pierna, moviéndose con dificultad apoyado en un par de muletas, dice: “En la negociación de la deuda, dimos el paso”; el cartón se titula “Mantengamos el paso”. En otro, muestra la bandera de Israel pero con la cruz de David dibujada por huesos humanos. En suma, Ahumada reinventó la tradición del compromiso del mundo del arte en México, con desbordante creatividad que va más allá de lo que hasta ese momento se había hecho. Fue, sin duda, un delicioso transgresor que no sabía de fronteras • Ilustración de Juan Gabriel Puga
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014 comenzó con una triste noticia: la muerte del cartonista Manuel Ahumada. Le había seguido la pista desde los noventa, cuando lo leía con avidez en La Jornada a través de sus distintos p e r s o n a jes. Meses antes había visto sus cuadros en un café de Coyoacán al que acudo regularmente, pero lento como soy con las compras, no atiné a adquirir una de sus piezas, sólo un calendario que ahora guardo con recelo. También en ese tiempo pude disfrutar de una exposición en la Casa de la Cultura Federico Reyes Heroles; ahí no sólo aprecié al caricaturista sino al artista plástico Ánxela que mostraba una Romero-Astvaldsson serie de objetos que hacían más c o m p l e j a s u o b r a . To d o e s t e tiempo tuve la intención de contactarlo y hacerle una entrevista, pero el destino, que no da concesiones, no me lo permitió. Ahumada fue seguramente el caricaturista mexicano más completo de la transición entre el siglo xx y el xxi . Su fuerza es la de un mediador, un constructor de puentes entre universos opuestos que sólo él, con su imaginación como batuta, logra conjugar. Desde muy joven, en el transcurso de los años setenta, se incorporó al mundo periodístico mostrando su trabajo en el diario unomasuno, el periódico quincenal Melodía, y luego transitó hacia La Jornada donde trabajó hasta su muerte. En un medio con personalidades fuertes y consagradas como Rius, Magú o Naranjo, Ahumada “no quería parecerse sino a sí mismo” ‒como bien diría Víctor Roura‒, lo que lo condujo por un camino autónomo e innovador, retomando lo mejor de la tradición artística mexicana pero reinterpretándola a su antojo. Varias personas han coincidido en señalar que este caricaturista, a través de sus distintos personajes, conjugaba imaginación, crítica, descripción y crónica urbana; el también monero Rocha diría que fue “el inventor del realismo cósmico”. Las historias de Ahumada son radicalmente urbanas, suceden en cuartos con pequeñas ventanas, azoteas llenas de ropa colgada, calles empedradas o callejones oscuros. Sus objetos son cotidianos: una plancha, una camisa, una cama, una escoba. Pero su trazo vincula la banalidad con el cosmos, lo micro con lo macro, lo ordinario con la trascendencia. Así, a una mujer fregando ropa en una terraza popular de Ciudad de México, la
30 de agosto de 2015 • Número 1069 • Jornada Semanal
Manuel Ahumada, testimonio y transgresión Hugo José Suárez
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