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Emilio Carrasco, transformador de consciencias

6 Por Pedro López

Recéndez

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No recuerdo mi primer encuentro con el maestro Emilio, solo recuerdo que trabajaba en el taller El Topo, del maestro Odín Barrios, cuando llegaron con unas placas para imprimir; ya había escuchado sobre él, Odín me contó que por él había tomado la vocación por las artes plásticas y decidió irse a estudiar a la

Esmeralda; imprimimos esas estampas con texturas y tierras adheridas a las placas de madera y me fascinó tan loco trabajo.

Después comencé a tener un trato con él; una vez me contó que en sus años de estudiante en San Carlos había sido secretario de otro gran amigo artista -quien desafortunadamente también yace en el eterno

Oriente-, el maestro Felipe Ehrenberg, en aquellas épocas de los grupos del SUMA,

No Grupo, Huevo de gallina negra, El peyote y Cía., y muchos otros más; el de ellos de llamaba Proyecto Pentágono. Le hacía bullying, de cargarle maletín, y él se desquitaba regresándome la carrilla, porque así era su personalidad. En cierto encuentro de gráfica conversé con el maestro Ehrenberg, quien tenía en alta estima y consideración al maestro Emilio, y a partir de esa fecha hubo una triangulación de comunicación entre los tres chiflados; ellos me impulsaron y dieron las alas para abrir los proyectos “Rayón 5.5.4

Espacio multidisciplinario de arte contemporáneo” y el taller de gráfica “Pentágono”.

Cada plan, proyecto y trabajo estuvo siempre al pendiente de ver la forma de cómo apoyar; nunca dejó de molestarme y a mi inseparable hijo le tocaba su dosis de carrilla también. Fue su gestión la que hizo posible el catálogo “100/100 la toma de

Zacatecas” así como muchos otros proyectos. Emilio era como un niño que gustaba de las travesuras, pero un genio en sus ideas y 6 Por Citlali Córdova perar, en todo caso tendremos que vivir con la ausencia y el enorme vacío que deja mi maestro y queridísimo amigo Emilio Carrasco.

Y es que no, no quiero superarlo, no quiero que se me olvide nunca; lo quiero vivo cada día, en los innumerables recuerdos que ahora mismo me provocan una sonrisa debajo del llanto, lo quiero día a día como ese impulso de vida y creador que siempre ha sido.

Conocerlo cambió todo, ni siquiera puedo pensarme a mí misma sin su influencia, sin su acompañamiento y cariño. No puedo distinguir al artista del padre de familia, amigo, maestro, del cómplice; fue un hombre que se dibujaba desde todos lados al mismo tiempo.

Con él comprendí que el arte y la vida valen la pena solo si están juntos, que la

proyectos, tanto a él como a Chucho los bauticé como “Los malignos” enviados desde San Carlos a destruir a todo intento de artista que no pelara un chango a mordidas, cuya función era darles las herramientas para que pudieran aspirar a ser aprendices de artista y ya el tiempo decidiera si eran aptos o no para tal oficio.

Yo firmo como VANACK, no como Pedro, y eso también fue gracias a Emilio; estábamos trabajando una xiolografía para el concurso del Quijote en Guanajuato y yo usaba una madera que se llama lupuna -muy blandita para el tallado-, Emilio me pidió una placa de ese material para hacer una talla en ella; cuando fui a la carpintería a solicitar un pedazo de esa madera me dijeron que ya no la tenían, pero sí otra, una muy bonita parecida a la caoba llamada banack... yo pensé: debe funcionar; se la entregué a Emilio para que hiciera su trabajo y desde el siguiente día comenzó a dar lata -como mosquito a las 2 de la mañana- con un “dónde esta ese

Emilio

Hay pérdidas que no se pueden su-

pinche maestro banack y su pinche madera generosidad es fundamental para hacer redes de colaboración y apoyo; fue un hombre con sabias palabras, pero que enseñó haciendo; aprendí que el arte se hace con los demás, con trabajo, dedicación y esfuerzo, pero también con mucha alegría y pasión.

Si el arte es la objetivación del espíritu, el suyo fue uno generoso, dulce, fuerte, crítico y brillante que dejó un legado en su obra plástica, pero sobre todo en la comunidad, en todos sus alumnos y alumnas y en quienes lo hemos querido.

Ha sido un privilegio estar cerca de él y de su familia. Espero, querido maestro, seguir mi camino con la misma generosidad suya, honraré su vida.

Hoy no tengo las mejores palabras. Mis ojos están llenos de lágrimas que no me dejan ver; parafraseando al poema, si pudiera, les diría que se fueran, pero tengo a Emilio atravesado en la garganta. banack”, y muele y muele... pero ni sabíamos de qué hablaba. Ya con su trabajo terminado y sus manos llenas de ampollas -resulta que madera banack estaba durísima y él creyó que lo hice a manera de joderlo pensando que no le iba a poder dar ni un gubiazo-, aventó la placa a la mesa de entintado y me dice “A’i tá, qué pensó, que este pinche viejillo no iba a pelar”, me saqué de onda y le digo “qué trae, viejo loco”, nos reímos y me contestó: “Dele un gubiazo, a ver si es tan chingón”... la neta sí estaba cabrón sacarle rebaba a esa placa de triplay; luego le dije que no había sido en plan chingativo, sino que el de la maderería me había dicho que era como caoba y yo pensé que le podría

servir... “pero para que no se olvide la anécdota desde ahora firmaré así como vanack todas mis estampas”, le dije, él no creyó que lo fuera hacer, pues decía que el ego del artista es que su firma luzca en sus piezas... esa edición y todas las que le han seguido llevan plasmada la firma VANACK.

De unos años a la fecha diario me mandaba mensajes desde muy temprano para molestar, pues sabía que yo no soy muy madrugador y siempre me picaba diciéndome que qué estaba haciendo, que me la pasaba rascándome ya se imaginaran qué, pero diario... cuando no lo hacía me preocupaba y el motivo era que andaba muy madreado de sus visitas al médico y se justificaba diciendo: “Hoy lo voy a dejar descansar, pero mañana prepárese porque recibirá mi mensaje”.

Emilio siempre me decía que primero ser buena persona antes que buen artista y en sus talleres de dibujo siempre recitaba el testamento de Rodin como introducción; quienes asistimos a sus talleres nos enamoramos del arte mucho más allá de lo bonito, de lo comercial.

Fue un gran maestro y ahora junto a los otros grandes que se han ido este 2020 trazarán desde el lugar donde se encuentren sus obras; las que nos dejó él servirán para recordar siempre que un día en la tierra existió el maestro Emilio Carrasco Gutiérrez, un ser humano común y corriente que pagaba la luz, el agua e iba casi a diario a Correos de México. Emilio, transformador de consciencias.

Emilio Carrasco. In memoriam

Emilio Carrasco. In memoriam Emilio Carrasco 30-10-20

6 Por Jorge Ismael

Rodríguez López de Lara

Conocí al gran Emilio Carrasco a mediados de los noventas por una afortunada serie de rebotes. En esos días, además de los frecuentes viajes para visitar a mi familia, don Federico Sescosse me invitó a realizar la restitución de un par de elementos de la fachada de la Catedral y la creación del Museo Zacatecano. Más o menos por esas fechas estaban preparando los festejos para conmemorar los 450 años de la fundación de Zacatecas y convocaron a un concurso para hacer un gran monumento en la loma en donde ahora está el Campus Zacatecas de UAD, por supuesto quise participar y en el proceso de investigación fui al Museo de Ciencias de la UAZ a consultar a mi querido amigo, el Ing. Antonio Villarreal; necesitaba información sobre la flora nativa de hacía 450 años para poder hacer el plan de reforestación de esa zona y un jardín botánico como parte del proyecto monumental.

Toño había ido a una junta a la rectoría “pero no tardaba”; ahí estaban Bertha Michel y casualmente Emilio Carrasco, les conté mi proyecto, de ahí pasamos a historias locales, por Bertha derivamos a los cuentos de Ende y se nos alargó la plática, llegó Antonio y decidimos comer ahí juntito, en La Garufa, creo que antes de que nos sirvieran la primera copa de tinto zacatecano, las mollejas y la ensalada de queso azul con manzana que pedimos de entrada, ya nos habíamos encontrado un montón de amistades en común y rutas de vida paralelas.

Saliendo bien comidos y un poco eufóricos, Emilio me invitó a conocer la Galería Puerta Nueva del Teatro Calderón, vimos la expo en turno, me invitó a exponer y también para ir al día siguiente a su nuevo taller de cerámica en Guadalupe, en su maravillosa casa; llegando me recibió con más tesoros: Lina con una jarra de agua fresca, Emilio ya tenía en su punto un muy buen barro zacatecano que estaban probando y me presentó al muy querido y llorado Gerardo Padilla; estuvimos horas jugando con los materiales y platicando de todo, ellos tenían un colectivo generador de proyectos (3 algo, no recuerdo el nombre), muy creativos, derrochaban energía, navegaban en aguas varias, tenían en puerta su encuentro de escultura en barro. Cada uno a su manera reflexivos, audaces y matéricos; a Emilio se le notaba que “traía mundo”, estaba tallando unos cilindros de madera que podían ser esculturas y usarse para imprimir, además trabajaba en una serie maravillosa sobre “El jardín de las delicias”; ambos se notaban muy pero muy entusiasmados con las virtudes de los nuevos medios, ya eran parte de comunidades internacionales de grabadores, arte correístas y exlibristas en la web y la comunicación era vía e-mail; imaginarán mi sorpresa, pues en esos días (hace no más de 25 años) las convocatorias internacionales llegaban a México por correo solo a las escuelas famosas de arte como San Carlos o La Esmeralda y esas eran las oportunidades más democráticas que te-

/// Emilio Carrasco Gutiérrez. Foto de Lina Carrasco

/// De la serie El jardín de las delicias, de Emilio Carrasco

níamos para ir poniéndole participaciones internacionales al CV.

Conocer esa herramienta fue la cereza del pastel, el planeta se hizo chico, amable y cercano, empezamos a invitarnos; me acuerdo que una de las primeras muestras a la que me invitó fue “Exlibris, una pasión: Colección de Mario de Filippis” que presentó en la Galería Puerta Nueva, de la UAZ y en el Centro Cultural San Ángel del D.F.; otra, “Exlibris en homenaje al poeta zacatecano Roberto Cabral del Hoyo”, que estuvo en el Teatro Calderón; y con especial gusto recuerdo el “Homenaje al árbol” exlibris, que da vida a la deliciosa idea del “Bosque de la utopía”, una acción detonadora para reflexionar sobre la sustentabilidad que sigue vigente; en esos días yo era curador de la Bienal Guadalupana, Emilio se sumó y como siempre, les abrió la puerta a varios artistas zacatecanos.

Para entonces nos habíamos hecho muy buenos amigos, yo viajaba a Zacatecas con frecuencia y él tenía que viajar al DF a cada rato por motivos de salud; casi siempre dedicamos esas tardes para salvar al mundo, en serio nos gustaba saber de los éxitos del otro y festejábamos chocando los tarros rebosantes de la cerveza prohibida para él. También, muy a nuestro modo, con frecuencia nos buleábamos… que si mandaste algo a Sabedónde y pusieron mal tu nombre, que no voy a enviar nada a Parallá para que tengas oportunidad, que si estoy haciendo un parque en Bienlejos o que si mi mural de China está buenísimo…

Ay, querido Emilio, no estoy preparado para tu ausencia; qué coraje no habernos visto últimamente, qué tristeza. Ya no vamos a poder compartir estas maravillosas casualidades que solo les pasan a los artistas rancheros que andan por el mundo con cara de azorados como nosotros. ¡Ay, hermano! Ya no compartiremos “la resaca” ni ese brillo en los ojos que deja la chamba bien vivida.

Buen viaje, querido amigo, en unos años le seguimos.

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