La gualdra 330

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SUPLEMENTO CULTURAL

NO. 330 /// 12 DE MARZO DE 2018 /// AÑO 7

DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN

Balam Rodrigo. Foto de Josué Bello.

Balam Rodrigo (Villa de Comaltitlán, Chiapas, 1974) es un escritor chiapaneco que ha incursionado en distintos temas contemporáneos tales como la fotografía de Diane Arbus, el flujo migratorio de centroamericanos en México, la biología como extensión del lenguaje y la vida cotidiana desde un tratamiento poético de alta factura. Ha obtenido premios por su obra en varias partes del país, entre los que se encuentran el Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2017 y el Premio Bellas artes de Poesía Aguascalientes 2018.

[Una entrevista con Balam Rodrigo, realizada por Armando Salgado, en páginas centrales]


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La Gualdra No. 330

Editorial Cuando un artista muere, termina también una posibilidad de que la belleza sea difundida en este mundo; muere con él una opción de que el lugar en el que habitamos sea un lugar mejor; el artista modifica su entorno a través del arte, brinda maneras diversas de ver lo que nos rodea, de ver más allá de lo inmediato. El martes pasado, el 6 de marzo de este mes en que llega la primavera, Tarcisio Pereyra -Chicho-, artista plástico originario de Jalpa, Zacatecas, falleció en esta ciudad. Tarcisio abordó diferentes disciplinas además de la pintura, fue ceramista, grabador y escritor. Además, fue profesor universitario; impartió clases en la preparatoria No. 3 de Fresnillo, Zac.; y en Docencia Superior de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Sus inicios como artista coincidieron también con el comienzo de su interés por las luchas sociales. Ingresó a finales de la década de los 70 al Taller de Grabado Francisco Goitia, creado por Alfonso López Monreal, y se convirtió en uno de los alumnos fundadores de ese espacio. Para 1981, Tarcisio participaría en la exposición colectiva “Obra Gráfica del Taller Goitia de Zacatecas”, patrocinada por la Dirección de Promoción Nacional del Instituto Nacional de Bellas Artes y FONAPAS. En esa muestra se incluyeron grabados -además de los de Chicho- de López Monreal, Vicente Rodríguez, Chantal Fava, Rosa María Rodríguez, Elena Carrera, Juan Nava Alemán, Marian Clarck, Raúl Fuensalida, Roberto García, Carlos Patlán, Luis H. y Tomás Hernández Monreal, Graciela Reyes Mayandón y Daniel Torres. Fue la primera exposición de artistas zacatecanos integrantes de un taller de grabado independiente del IZBA. La primera exposición colectiva de pintura de artistas zacatecanos había sido en 1955 y esto propició que se justificara la creación de un instituto en el que se impartirían por décadas clases de dibujo, pintura y grabado de manera formal. La exposición de grabado en la que Chicho participaría como alumno posteriormente, detonó otro momento importante en la historia del arte zacatecano que tiene

que ver, incluso, con la fundación del Centro Cultural de Zacatecas -actualmente Instituto Zacatecano de Cultura-. Tarcisio continuó en ese taller y después, a principios de la década de los 80, ingresó al Taller de Artes Plásticas de la UAZ, en donde trabajaría ahora bajo la coordinación de Emilio Carrasco. Su incursión a esos talleres propició el interés por otro tipo de lenguaje plástico, de ahí que desde entonces haya experimentado y trabajado con el barro zacatecano; la cerámica fue otra de sus pasiones; tal vez por las múltiples posibilidades que el arte le dio para comunicarse, nunca dejó de crear, porque para Chicho, la palabra y la imagen siempre tuvieron una complicidad absoluta. Hablaba como creaba, creaba recurriendo a las formas y los sonidos de las palabras y la naturaleza y en su obra dejó plasmada la memoria de su devenir por esta tierra y la de sus ancestros. Hace apenas unos días se inauguró su exposición Energía, en la Galería Arroyo de la Plata, en la que podemos apreciar obra de diferentes épocas de este arista jalpense; la exposición puede visitarse hasta el día 15 de este mes. Dejó también una colección nueva, que es parte de la exposición que se inaugurará el 22 de marzo, a las 20:00 Hrs., en el Museo Francisco Goitia. En esta exposición “Vivaldi. Las cuatro estaciones”, participarán también Emilio Carrasco, Jesús Reyes Cordero y Rito Sampedro. Tarcisio Pereyra se ha ido y nos deja como legado su obra, su apasionada manera abordar el arte, de disfrutar la buena charla, la música y la poesía, y algo también muy importante: su ejemplo como participante en las luchas sociales. Edmundo Valadés hablaba a través de sus personajes en La muerte tiene permiso, por los habitantes de San Juan de las Manzanas; Chicho habló con sus acciones artísticas por los habitantes del Tigre, por los de los cañones, por su familia y sus amigos. Que continúe ese grito por la belleza, al fin y al cabo para difundirla no hemos de pedir permiso, gracias, Chicho, buen viaje.

Contenido Project Artaud: una isla en la bahía Por Maliyel Beverido

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Perros Esos lectores profundos de nuestra vida Por Mauricio Flores

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Los ceiberos trashumantes Por Balam Rodrigo

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La compulsiva obsesión de Balam Rodrigo por la escritura Por Armando Salgado

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Lamentable y esperanzador Por Eduardo Campech Miranda El Picaporte La tilde en éste, ése y aquél (y sus plurales y femeninos) Por Simitrio Quezada Desayuno en Tiffany’s, mon ku Sans adieu, documental póstumo de Christophe Agou Por Amandine Victoire y Christiane Ibrahim

Un día para decir adiós Por Carlos Flores Cortés

Metro y medio Por Alberto Huerta La cosa está fácil Por Pilar Alba

Siempre la luz Por Susana Chaurand

Directorio

Raymundo Cárdenas Vargas Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx

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Mujeres Por Roberto Galaviz

Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com

Carmen Lira Saade Dir. General

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Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com Roberto Castruita Diseño Editorial

La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.

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Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com


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Project Artaud: una isla en la bahía 6 Por Maliyel Beverido

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Arte

an Francisco fue el epicentro del movimiento hippie en las décadas de 1960 y 1970. Uno de los momentos que consolidaron la contracultura del siglo XX, por supuesto, fue el festival de Woodstok, que reunió a casi medio millón de personas en 1969. Sin embargo ya antes, en 1967, se había celebrado en San Francisco The summer of love (el Verano del Amor), otro festival en el que se congregaron varios cientos de miles de personas en la esquina de las calles Haight y Ashbury. Pero este movimiento no estaba únicamente animado por la idea de “sexo, drogas y rock’n roll”, en realidad se trataba de una disidencia política y social, que pretendía replantear el mundo, las relaciones de los seres humanos entre sí y con el mundo circundante, ponderando una anarquía no violenta, la protección al medio ambiente y el rechazo al materialismo occidental. En ese entonces surgieron en California numerosas comunas y otras organizaciones que rechazaban las normas convencionales de la sociedad burguesa. En 1971, un grupo de artistas tomó un edificio en Mission Creek, que en ese entonces era una zona industrial en San Francisco donde no había prácticamente lugares de habitación. El edificio era una fábrica, construida en 1925, que primero había producido latas y más tarde herramientas. Pintores, bailarines, actores, escritores, músicos y cineastas se reunieron allí para crear una comunidad a la que nombraron Project Artaud, en honor a Antonin Artaud, representante de la vanguardia del teatro francés, quien pensaba que había que provocar el arte en espacios no tradicionales. Los primeros ocupantes se encargaron de limpiar y dividir el espacio y crearon lofts donde podían vivir y trabajar en conjunto. Más tarde constituyeron legalmente una cooperativa. Es una de las pocas comunidades que sobrevivieron al apogeo hippie y que hoy en día resisten a la gentrificación del Área de la Bahía, que está desplazando a los artesanos y artistas para dar cabida a los yuppies de Sillicon Valley que persiguen un lugar en la ciudad del arcoíris. Por supuesto sus condiciones de funcionamiento han tenido que cambiar y adaptarse a nuevos requerimientos, pero sigue funcionando como una entidad en cierta medida autónoma. No es ya ni la comuna hippie de los 60’s ni el condominio hípster del siglo XXI. Hoy en día, es como una pequeña ciudad dentro de la ciudad. Cuenta con más de 70 estudios donde viven o trabajan unos 90 personas, además de albergar a organizaciones artísticas como Z Space Theatre, Z Below, Joe Goode Performance Group y Theatre of Yugen. Los estudios tienen diferentes dimensiones, y se aprovechó todo, hasta hay uno que es la antigua caja fuerte. Se celebran regularmente reuniones para escuchar iniciativas y atender cada uno de los problemas que aqueja a la comunidad. Cada ala del edificio tiene sus representantes y hay una mesa directiva con un presidente, un secretario y un administrador elegidos democráticamente. Incluso la atribución de espacios a nuevos miembros es algo que se delibera en grupo, y existen comités que se ocupan del mantenimiento, las manifestaciones artísticas, e incluso el bienestar dentro

de Artaud. Como en cualquier unidad habitacional, en sus áreas comunes se pueden ver desde macetas, juguetes, utensilios o bicicletas. Lo que no es tan habitual es que los muros de los corredores sean una galería permanente, pues los habitantes ponen allí sus obras, tanto por el gusto de compartir, como por falta de espacio de almacenamiento en sus propios estudios. Así, aún hay vestigios de las obras del escultor argentino Pepe Ozan, pionero del Festival Burning Man, que vivió en Artaud tiempo atrás; uno puede encontrarse en diversos espacios del edifico las instalaciones cinéticas de Benjy Young; en los corredores del tercer piso del ala Froggies se admiran las pinturas hiperrealistas de Dale Erickson; con frecuencia se encuentra algún óleo de Javier Manrique en la escalera del ala X; Michael Rudnik, el cineasta, también tiene en el pasillo sus creaciones escultóricas; en el ala Left, muy muy entrada la noche, se escucha free jazz con el saxofón de Phil Deal y no es raro que a su morada lleguen aún poetas Beat; el rock se encuentra representado por Tommy D en el ala AR y en el ala X opera el DJ y performancero Saiman Li. Los residentes de nuevo ingreso más reciente a Project Artaud son Mauro Peris, músico italiano, y su pareja Meklit Hadero, cantante y compositora etíope. Todas las disciplinas artísticas y diferentes horizontes geográficos están representados en esa isla de sobrevivientes que sobrevive al tiempo. Dos veces al año Project Artaud se suma a los fines de semana a puertas abiertas, u “open studios”, que tienen lugar en toda la ciudad. En San Francisco existe el programa de puertas abiertas de talleres más antiguo y amplio de Estados Unidos. Estas jornadas, repartidas en distintas áreas o distritos, sirven para que coleccionistas de arte, marchantes, propietarios de restaurantes, diseñadores de interiores y otros entusiastas interesados en conocer directamente a los artistas en sus talleres, además de que sirven como un atractivo turístico. En particular los que acuden al open studio en Artaud van por la curiosidad de cómo se vive dentro. Hasta ahora el proyecto ha encontrado el equilibrio entre transformarse y conservar sus principios para subsistir. Es un modelo a escala de una sociedad posible, con sus retos y virtudes.


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Op. Cit.

Perros

Esos lectores profundos de nuestra vida 6 Por Mauricio Flores*

perros… Ángeles Mastretta: Gioco… “duerme sobre las camas, ensucia los sillones de la sala con sus patas mojadas de lodo, ha desbaratado los barrotes de las bien amadas sillas que nos heredó la bisabuela, y el postre de su desayuno ha sido siempre un par de calcetines”. María Luisa La China Mendoza: Petronio y Petronia… “jijos de la jijurria, consuelo de mi vida (…) mis hijos-perros, dulces amores, hijos mudos de Dios, alebrestados dueños de mi cuarto, invasores de mi vestidor, trepadores osados de mi cama, de día y de noche (me pasan por encima como sobre tarima de jarabe tapatío… nomás los siento y sigo dormida)…”. Sandra Lorenzano: Johny… “Era la patria que llegaba en versión canina [tras llegar al país, la familia de la autora, proveniente del exilio argentino, mandó traer a su mascota]. Ahora sí la familia estaba completa. La extrañeza ante los nuevos olores, los ruidos, las costumbres, las palabras, desaparecía cuando llegamos a casa y el perro movía la cola de plumero, tan feliz como nosotros con el reencuentro”. Rafael Pérez Gay: Lucas… “Algunos de los mayores misterios de la ciudad los guardan los perros. Lo sé porque Lucas me lo ha enseñado. Después de un incidente de violencia callejera, el alto mando de la casa decidió que Lucas saliera a la calle de vez en cuando y bajo rigurosas medidas de seguridad. Lo ponen nervioso y lo enfurecen los perros que marcan territorios falsos, terrenos que forman parte de su pasado. Con los humanos, un pan de Dios. Hablamos de un bóxer de poco o nulo pedigrí, por sus venas corre la sangre violenta de los callejones oscuros, las peleas a dentelladas húmedas no le son ajenas. Las orejas completas, sin el corte clásico del bóxer, le dan extrañas expresiones humanas de duda, de melancolía”.

Los perros aman a sus amigos y muerden a sus enemigos, casi al contrario de las personas, quienes tienden a mezclar amor y odio. Sigmund Freud

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ómo será el cielo de Ramón López Velarde sin el relámpago verde de los loros, preguntó el pasado 18 de septiembre la periodista Tere Gil. Publicaba, maneras que tenemos de conmemorar los que estamos en este medio, un reportaje acerca de los sismos del 85. De sus dolorosas secuelas, sin imaginar siquiera que unas horas después la tragedia volvería a escena, calendario y reloj impíos, un recuento hecho y vuelto a hacer que sin embargo ha olvidado lo apuntado en la noticia de Gil. Cuántos animales murieron en los sismos de hace treinta y dos años. Cuántos, Tere, le contesté espantado, cómo saberlo. Frente a la seguridad y la protección humanas, me recordó, los animales pasan a segundo término, pero ese deslinde, aparte de dejarlos fuera de toda atención, puede también afectar al ser humano. Qué grave, le dije. Así es, replicó. Siempre me ha gustado mucho la película “El día de la Independencia”, ¿te acuerdas?, donde la esposa del capitán Will Smith y su hijo logran salir del desastre creado por los extraterrestres, aunque nunca dejan de proteger a su perro. Y sí, la recordé. Un día después vino el nuevo sismo. El estrépito de la tierra, el crujir de las estructuras, la incertidumbre sobre las hijas, los gritos de mis vecinos y los ladridos de los perros, muchos perros, muchos ladridos, sin naves enemigas ni extraterrestres a la vista. Si alguien me preguntara cuántas veces ha temblado en la gran ciudad los últimos meses, no sabría contestarle; si alguien me preguntara sobre las veces que se ha activado la alerta sísmica, tampoco. Si alguien me preguntara qué recuerdo más de entre esos momentos de emergencia, contestaría con un listado de imágenes donde destacan las de hombres y mujeres abrazados a sus perros. Muchos perros ladrando de una manera especial, accidentada, acompañando en cada uno de esos interminables instantes a quienes les (auto) llamamos los amos. Dicen que la deuda que tenemos para con los perros es muy difícil de saldar. (¿No fue Frida, la perra de la Marina, quien pronto se convirtió en héroe, emblema e imagen de los acontecimientos de esos días del pasado septiembre?). Cualquier

/// Juan Carlos Villegas. Canela. Óleo / tela.

/// Juan Carlos Villegas. Manola y Jánea. Óleo / tela.

esfuerzo por el resarcimiento, no obstante, es bienvenido. Como bien vendría, le propongo ahora yo a Gil, acudir a Dejar huella. Perros de papel, de la memoria, de la imaginación, una discreta antología de Anamari Gomís acerca de los perros como personajes literarios en la narrativa mexicana reciente. Un simple acercamiento, no por ello

desdeñable, en vías de la apropiación de cada lector, y quien al avanzar en sus relatos evocará a sus perros, su perro, identificados no sólo como esos “lectores profundos” de sus territorios sino “de nuestra vida”, como apunta Alicia García Bergua en “Mi vida entre los perros”. Aquí una muestra de los escritores y sus

**** Completan esta compilación perruna (chaw chaw, pastor belga, bearded collie, shitzu, gran danés, cocker spaniel, basset hound, maltés, labrador, terrier, rottweiler y poodle beagle) textos de Sergio Pitol, David Martín del Campo, Eusebio Ruvalcaba, Naief Yehya, Orfa Alarcón, Eduardo Cerdán y Mario Bellatin. **** Dejar huella. Perros de papel, de la memoria, de la imaginación, Anamari Gomís, compiladora, Cal y Arena, México, 2018, 128 pp. * @mauflos


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Los ceiberos trashumantes 6 Por Balam Rodrigo

Siempre escapan en voz por mi garganta o se derraman en mi cabeza, evaporándose como la oscuridad con el alba. 9. Mientras dormía en el parque de San Marcos, tuve un sueño, escuché una voz que me dictaba: Aquí ya no hay guerrilla, pero las heridas de treinta años de odio aún no cicatrizan. Casi no hay pájaros en Guatemala. Sin libertad, el quetzal muere en su jaula. Y los centroamericanos somos quetzales. País o jaula jamás podrán contenernos, ni sujetarnos. Migrantes, proscritos, extranjeros, nómadas, errantes. Somos ceiberos trashumantes: jaguares apátridas.

Hacia Guatemala, entonces. Tapachula […] al borde casi de la frontera. Un taxi nos llevó hasta el río y entramos a Malacatán, una aldea húmeda y solitaria. Alejandro Rossi 1. Voy a cruzar con mi padre el río Suchiate. Estamos en Frontera Talismán. Iremos a vender a Guatemala, a desandar las calles, a traficar. Un pequeño hombre de rostro amoratado llevará nuestra mercancía sobre su espalda. Confiamos en él. Desconfiamos de la policía, la migra y la fiscal en México. Desconfiamos de los verdes y los kaibiles en Guatemala. 2. Nos quedamos sobre el puente mirando al hombre que desciende trabajosamente al río entre crujires de cardio y de maleza. Se quita la ropa hasta quedar casi desnudo. Respira hondo y vuelve a colocar la mercancía sobre su espalda. Cruza las aguas del Suchiate, río ya sin memoria: no es agua la que corre hacia el mar, es la sangre de niños, mujeres y hombres venidos de toda Centroamérica: buscan la tortilla, no el pan. Buscan mejor vida, no la mejor tierra. Buscan arrancar de sus cuerpos el odio y el hambre: buscan olvidar la injusticia de los hombres. 3. La muerte cruza por el aire el Suchiate. El hambre cruza por el aire el Suchiate. La enfermedad cruza por el aire el Suchiate. El odio cruza por el aire el Suchiate. Estas palabras cruzan por el aire el Suchiate. 4. (Intermedio migrante) El río Suchiate es una larga cuchilla que corta pueblos, ciudades, sueños de retorno. Quien cruza hacia el otro lado, cruza hacia el silencio, sin regreso: sólo nos queda la inmensa voluntad de roer los gajos de luz que destila el horizonte, no la esperanza. Nuestro único viaje seguro es al pasado, a la memoria que terca nos arranca y arrebata la estación del futuro. Lo que tus ojos no han podido herrumbrar lo harán las llamas del desierto en el norte. He aquí el verdadero american way of life: nuestros párpados como un par de cuchillos atizando el fuego inextinguible del olvido.

/// Balam Rodrigo. Foto de Josué Bello.

5. El hombre ha cruzado el río y desaparece bajo el puente. Ahora nosotros tenemos que cruzar. No hemos sacado registro ni pase local. No tenemos visa, ni pasaporte. En Guatemala no nos piden FM-14. Para nosotros no existe la frontera: somos como el viento, como las nubes, como el humo. Vamos de un lugar a otro, de un país a otro, sin que nada nos detenga. Estamos hechos de la misma sustancia del aire y nadie puede colocar murallas o alambre de púas sobre el aire. Nuestra casa está en el aire: no caminamos, flotamos, danzamos de puntillas en el aire. Somos como la música, como el polen, como estas palabras. 6. Nos dijo el hombre en Frontera Talismán: “los espero al otro lado, cerca de los buses”. Al llegar, una sonrisa. Es un hombre de palabra. Veinticinco quetzales, su paga. Nos dividimos la mercancía. Si los verdes preguntan de quién es, nada sabemos. Es una bendición. La zona fronteriza sin verdes ni policía, sin soldados ni kaibiles. Llegamos a Malacatán y comenzamos a trabajar, a vender nuestra mercancía en las calles. Luego vamos a San Marcos y también mercamos. Dios está de nuestro lado: Él tampoco necesita pasaporte. 7. (Intermedio migrante) Atrás, el sordo rodar del río Suchiate: rema la sangre a contracorriente de las venas y se detiene, muerde pedazos de meandro, besa la orilla con labios de agua, gotea sed y ahoga el mar que nos recorre cuerpo adentro: iceberg negro que atraviesa los ojos y la noche.

Recuerdo pedazos de insomnio en el camino: no hay en mi mano un ala, sólo vacío, vacío que late como un trino: cierro mi puño y ahogo un ave que chilla silencio en las ramas de la oscuridad. De Centroamérica vienen recuerdos cruzando este río: los escucho partir piedras y el lecho que soporta el peso por la honda respiración de las aguas. En la orilla, en los playones sepia de la ribera, hay un ángel en cuclillas. Está ciego, como ciego estoy yo por el camino y los golpes del sol y la tortura. Aletea luz negra el ángel, hace invisibles mendrugos con el viento. Posa los dedos de la mano izquierda sobre la arena y lee —celestial brailleo— el infinito libro del caos. Se yergue y camina sobre las aceitadas aguas del río (debo decir aquí: desuella el ángel la espesa yugular de la noche). Niebla el ángel, niebla que cae y disuelve alas mientras silba luciérnagas y escupe una polilla. Mastica y paladea zurdos y negros fonemas. Luego extiende la palma de la mano derecha dentro de la niebla que lo envuelve: braillea los granos de vapor del agua y los lee, tal como yo leo la última cifra de mi sangre en la arena. 8. Por la tarde, casi con el crepúsculo, regresamos a la frontera. En el camino de regreso vemos la danza de los trashumantes, la danza de nuestros hermanos que viajan hacia el norte. Ellos quieren llegar al menos a México, a mi país. ¿He dicho, mi país? ¿Tengo acaso país, me envuelven las ropas de alguna patria o es capaz de sujetarme alguna frontera con sus límites? ¿Acaso me pertenece alguna tierra para que diga: esta heredad es la mía? Ni siquiera me pertenecen las palabras.

10. (Intermedio migrante) La distancia, ese verde cuaderno ceñido por un largo cordón umbilical hecho de asfalto, lengua de hulla: verbo negro. Pasan postes a mi lado, árboles yertos y desnudos, erectos carbones, lápices ahogados en brea que apuntan, que escriben siglas en la faz del cielo donde oscuros relámpagos y nubes de azahar hacen de la tarde óleos de yodada añilería. De los postes cuelgan invisibles frondas estranguladas con lazos de cobre: nómadas guitas de las que cuelgan pájaros y aladas notas al vuelo, ahorcadas en este cielo vertical: larga techumbre, voz de Dios que toca su fronteriza melodía. En esta inmóvil ventana del bus viajo hundido en alquitrán, betún o pavimento: escribo en un papel carbón sobre el que marchan letras blancas que siguen guiones, también albos: la carretera panamericana es una línea interminable, un inacabable y negro mar que toca, al fin, el borde de los sueños, este abismo, este país, esta frontera. 11. Hermano: ven a la sombra de la ceiba. Ven a los brazos de la hermosa Centroamérica. Aquí nos espera el descanso de nuestra larga jornada por la tierra. (La muerte vuelve a cruzar por el aire el río Suchiate). Nos espera la muerte sentada en su hamaca. Nos espera desnuda la muerte en la Casa del Aire. Buscaremos eternidad en la Casa del Aire. Centroamérica, Patria del Aire, Casa del Aire: nosotros somos la misma sustancia del aire. [Del libro Marabunta. CECAN, 2017. Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2017]

Poesía

Camino de Centroamérica: Deja que pase tu gente. Deja que trafique, que siembre, que cante. Alberto Ordóñez Argüello


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La compulsiva obsesión de Balam Rodrigo por la escritura Poesía

6 Por Armando Salgado

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alam Rodrigo (Villa de Comaltitlán, Chiapas, 1974) es un escritor chiapaneco que ha incursionado en distintos temas contemporáneos tales como la fotografía de Diane Arbus, el flujo migratorio de centroamericanos en México, la biología como extensión del lenguaje y la vida cotidiana desde un tratamiento poético de alta factura. Ha obtenido premios por su obra en varias partes del país y se destaca por su asidua colaboración como coordinador en talleres literarios, grupos de escritura y pequeños lugares donde la poesía se necesita más. De hecho así fue como lo conocí en 2009, cuando lo invitamos al aniversario del taller literario de Uruapan al que yo asistí por algunos años. Sin dudarlo, Balam aceptó estar con nosotros y desde entonces entablamos un diálogo constante, pero sobre todo una amistad fraterna. Armando Salgado: Balam Rodrigo, tal como se te conoce comúnmente en los hemisferios de la literatura no sólo mexicana, sino en otras latitudes como España, Chile, Cuba, Estados Unidos, por mencionar algunos países, pero también has andado por todo México. ¿Qué experiencias podrías compartirnos respecto a estos sitios muchas veces lejanos de las grandes ciudades de nuestro país? Sabemos que en estas poblaciones hay personas comunes de gran corazón y que al mismo tiempo son grandes lectores y conocedores de la vida. Balam Rodrigo: Le debo mi pasión de andasolo (como se llama en Chiapas y Centroamérica a los que vagan, a los trotamundos) a mi padre, ya que él era vendedor ambulante, un comerciante callejero, y toda vez que practiqué con él ese oficio desde mi infancia, me aficioné a vagar, a los viajes, al nomadismo. Así, luego de la publicación de Hábito lunar (Praxis, 2005) mi primer libro de poesía, decidí crear un taller de lectura de poesía para contagiar a más personas de la misma pasión por este género literario. Pero mi idea no fue impartir el taller en las grandes ciudades o urbes del país, sino precisamente en aquellos lugares en los que nunca se hubiera impartido un taller literario. De hecho, el primer lugar en el que impartí mi taller fue en mi pueblo, Villa de Comaltitlán, y luego en otros pueblos del Soconusco, en Chiapas, donde generé una suerte de corredor cultural entre Huixtla, Huehuetán, Cacahoatán y Tapachula, pero luego he continuado mi labor en otros estados y en otros pueblos, principalmente en el istmo de Oaxaca (Tehuantepec, Salina Cruz, Juchitán, Santa María Guienagati), Guerrero (Chilpancingo, Acapulco, Atoyac, Tlapa, Taxco), Sonora (Cajeme, Cocorit, Hermosillo, San Luis Río Colorado), Baja California (Ensenada), Chihuahua (Ciudad Guerrero, Delicias, Meoqui), Colima (Manzanillo, Colima), Michoacán (Uruapan), Sinaloa (Ahome) y Guanajuato (Irapuato), por mencionar aquellos estados y pueblos de México que he visitado varias veces, pero también he impartido talleres en Quetzaltenango, Guatemala y en Medellín, Colombia. En todos esos lugares he podido compartir mi pasión por la lectura de poesía a muchas personas comu-

/// Balam Rodrigo

nes que nunca habían leído ningún libro y con el tiempo algunas de ellas, ya con el desatado fervor de la lectura, han escrito algo, pero principalmente logran crear sus propios encuentros, festivales, corredores culturales, en fin, han generado movimientos artísticos relacionados con los libros en sus lugares de origen, siempre vinculados con otras formas de arte. Mi mayor satisfacción es que en todos esos lugares he cosechado innumerables y entrañables amigos, compañeros de vida, correligionarios de la poesía que me han abierto las puertas de su casa, sus historias, sus inquietudes. No pocas veces he tenido la bendición de ver crecer a estos lectores y acompañarlos en su camino como escritores, lo que me llena de mucho contento. AS: Respecto a tu formación ecléctica, un escritor no se forma solamente en una institución, sino que va recogiendo de la vida las grandes obras: creencias, charlas, hechos y que todo esto conforma la experiencia personal de cada individuo: ¿de qué manera las tierras soconusquenses influyeron en tu formación como escritor?, ¿qué otras vivencias de la infancia detonaron para que migraras a la Ciudad de México y así estudiaras biología? BR: Nacer y crecer en la región de Soconusco, Chiapas, me permitió tener una infancia irrepetible: seis ríos atraviesan mi pueblo, la posibilidad de ir de pesca a unas cuantas calles de mi casa, que sólo estaba a una cuadra del campo de futbol, lo mismo que la estación del ferrocarril y el parque central. Villa de Comaltitlán es el lugar de mi niñez, ubicado en la costa, es un pequeño pueblo donde los diarios sonidos de la marimba, la vegetación tropical y exuberante, el rico mestizaje de su gente, las ancestrales tradiciones culturales y también la salvaje y cotidiana violencia costeña, lo mismo que la profunda y arraigada identidad centroamericana, dieron forma a mi imaginario, a mi forma de ser, forjaron mi carácter y definitivamente moldearon buena parte de lo que soy. Sin embargo, mi encuentro con las primeras lecturas de la infancia son las que me marcaron más y me hicieron pensar, ya desde muy pequeño, en la idea de ser escritor, tanto como científico, como futuro biólogo. Gran influencia tuvieron en mí los diversos escritores de los libros de la Biblia, José Rubén Romero, Julio Verne, los autores de la Enciclopedia del Reader’s Digest, Desmond Morris, Leonard Cotrell, Juan Rulfo y Franz Kafka, entre otros, no muchos, pues disponía de pocos libros. Por otra parte, el haber vivido y pasado la infancia, la adolescencia y

parte de mi juventud ligadas a la frontera sur de México (pues además de vivir en mi pueblo, radiqué algunos años en San Cristóbal de Las Casas y en Tapachula) me dio un carácter fronterizo, lleno de diversos matices y mestizajes. Esto, debido a que la llamada frontera sur es más impostada que natural, totalmente porosa y casi inexistente, sin embargo, divide a los centroamericanos de México (los chiapanecos) y a los centroamericanos de los otros países, de manera geopolítica y con marcada xenofobia por parte de los centroamericanos de Chiapas, aunque somos la misma gente, con la misma cultura e identidad, pues compartimos los mismos rasgos y características identitarias. De este modo, poco antes de cumplir 20 años migré a la Ciudad de México para estudiar la universidad, huyendo de la violencia que había en Tapachula, una violencia generada tanto por las precarias condiciones materiales en las que vivía mi familia (mis padres, mis siete hermanos y yo vivíamos en un único cuarto de cinco por cinco metros con techo de lámina que rentábamos por unos cuantos pesos y durante mucho tiempo dormíamos todos en el suelo) como por la miserable situación económica y política de Chiapas, con escasas fuentes de trabajo y con instituciones educativas muy limitadas en términos académicos. Mi hermano Canek y yo, animados por mis padres, decidimos migrar a la Ciudad de México, pues estudiar era la única opción para salir de nuestra miseria material. Así, un día de agosto de mediados de los noventa del siglo pasado le pedimos aventón al chofer de un camión que llevaba fruta a la Central de Abastos y nos dejó en algún lugar de la calzada Ignacio Zaragoza, cerca de una estación del metro. Llevábamos nuestras escasas pertenencias en una caja de cartón, de esas de huevo, amarrada con un lazo y una petaca de mezclilla azul que nos hizo mi madre –extraordinaria costurera– con sus propias manos. Eso sí, nuestro verdadero equipaje estaba formada por sueños, por la idea de ingresar a la universidad (la UNAM en mi caso, mi hermano a la UAM) y salir adelante, por nuestra familia, por nosotros, ya que nunca tuvimos más. Ya en la Ciudad de México, mientras estudiaba biología en la UNAM, pude darme cuenta de que los chiapanecos somos más afines y cercanos a guatemaltecos, salvadoreños, costarricences y hondureños, por ejemplo, que a los demás mexicanos. En este sentido, somos los únicos mexicanos que aún voseamos, es decir, que utilizamos el voseo, ese particular pronombre, al hablar, y claro, también al escribir. Nuestro español, el de los chiapanecos, pertenece lingüísticamente al español centroamericano. Pero no sólo eso compartimos los chiapanecos con los otros centroamericanos: también la miseria, las carencias, la violencia, guerrillas, la discriminación contra nuestras lenguas, etnias y pueblos originarios. Todas estas experiencias, sumadas a muchas otras, a las que habría que agregar los diversos oficios que he ejercido, definitivamente han influido en mi trabajo como escritor. AS: Háblanos de tu carrera literaria: ¿a qué autores recurres de manera constante?, ¿qué

otras artes sueles frecuentar para abrevar de ellas?, ¿qué otras cosas comunes hace Balam Rodrigo para escribir? BR: Entre los autores que debo mencionar, por principio, están todos y cada uno de los escritors de los libros que conforman la Biblia; luego, José Rubén Romero, autor de La vida inútil de Pito Pérez, el primer libro que leí; quienes escribieron y recopilaron el poema de Gilgamesh; Juan Rulfo, con sus decisivos Pedro Páramo y El llano en llamas; T.S. Elliot y su extraordinario poema Tierra baldía; Jorge Luis Borges, sus poemas, cuentos, ficciones y ensayos; Stephen Jay Gould, grandísimo paleontólogo, erudito en materia de arte y posiblemente el mejor divulgador de la ciencia; João Guimarães Rosa, a quien debo tanto en el sentido estético y neologista; Fernando Pessoa, con su inigualable Libro del desasosiego; Amin Maalouf, autor de las novelas Samarcanda y León El Africano; Tahar Ben Jelloun, uno de mis maestros definitivos, autor de Harrouda, El niño de arena”, La noche sagrada, El hombre quebrado, entre otros, pero su novela La reclusión solitaria es, quizá, la que me animó por primera vez a escribir poesía; Juan Bañuelos, con su Espejo humeante y El traje que vestí mañana; Óscar Oliva y su tremendo Estado de sitio; Roberto López Moreno y la múltiple voz poética de sus cuentos, ensayos, libros de poesía, canciones, poesía vanguardista, experimental, sonora, de la negritud, etc., creo que López Moreno es quizá el escritor más prolífico, interesante y menos leído de Chiapas; y otros muchos, cientos de autores y libros me han influido, pero mi padre, un gran ser humano, a quien le interesaban más las historias, la imaginación, los sueños y el futbol que lo material, fue una influencia decisiva y determinante para mí, por lo que define mucho de lo que ahora soy, también, como escritor. Entre las cosas comunes que hago y que relaciono con la escritura están mi desmedida pasión por la comida, por conocer de primera mano las gastronomías locales de los lugares a los que viajo; el futbol es otra de mis grandes aficiones, de hecho prefiero ver un buen partido de futbol que reunirme a platicar de poesía con otros escritores del lugar en el que vivo actualmente; estar con mi mujer y con mis hijos, en casa, tomar café con pan, a la manera chiapaneca, es algo de lo que más disfruto, lo mismo que platicar con mi familia de lo que soñamos, es una tradición muy arraigada entre nosotros, sumamente importante. AS: Sabemos que publicar el primer libro es el paso más complejo de un escritor, ¿fue difícil publicar tu primer libro de poesía, Hábito Lunar?, ¿cómo llegaste a él?, ¿qué reflexiones le compartirías a una persona que quiere ver materializados sus textos? BR: Debo mencionar que mi primer libro de poesía aún no está publicado, y es anterior a Hábito lunar que, efectivamente es el primero que me publicaron. Originalmente Hábito lunar formaba parte de otro libro mío, Larva agonía, era una sección de este libro. Sin embargo, dado que no tenía ni la menor idea de a quién pedirle que publicara mis primeros libros, le tomé la palabra a Mario Nandayapa, poeta chiapaneco, que me sugirió enviar a concurso


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AS: Para alguien que se acerca por primera vez a tu obra, ¿cómo sugieres abordar tus libros, de manera cronológica, hay algún orden particular para acercarse a distintos momentos creativos?, ¿dónde podemos encontrarlos? BR: Los libros de poesía que he escrito no han sido publicados en estricto orden cronológico según los escribí, sino de forma azarosa y aleatoria, por diversos motivos, principalmente porque una vez que termino un libro lo dejo “reposar” varios años, en promedio cuatro o cinco, antes de publicarlo. Por ello la cronología de escritura de mis libros de poesía tampoco coincide con el año de publicación de aquellos libros de los que han sido tomados poemas para, por ejemplo, las antologías de mi poesía editadas a la fecha. Dejaré aquí una suerte de cronología de escritura de cada uno de mis libros de poesía con las fechas aproximadas (años) en que los concebí, escribí o retomé: Hábito lunar (20022004); Larva agonía (2002-2004; originalmente Hábito lunar formaba parte de este libro); Poemas de mar amaranto (2003-2005); Marabunta (20032010); Sobras reunidas (antología de poesías & pensamientos inútiles (2003-2007; 2016); Bitácora del árbol nómada (2004-2006); Silencia (20052006); Cuatro murmullos y un relincho en los llanos del silencio (2005-2006; 2009); Libelo de varia necrología (2005-2006); Desmemoria del rey sonámbulo (2006-2007; 2010); Colibrije (2006-2008; 2011); Icarías (2007); Iceberg negro (2007-2008); Cantar del ángel con remos en la espalda (20112012; inédito); Braille para sordos (2011-2012) y Libro centroamericano de los muertos (2014). Vale mencionar aquí que incluso mi primer libro de poesía se encuentra inédito, así como otros tres libros más de poesía que esperan su debido tiempo y momento de publicación, ello, sin incluir mi obra exclusivamente narrativa (ensayo, novela, cuento, crónica, etc.), que se encuentra inédita casi en su totalidad y está formada por varios libros. Los libros de poesía Logomaquia (Puerto Rico, 2012), Libro de sal (México, 2013), El órgano inextirpable del sueño (antología poética 2005-2015) (Guatemala, 2015), El corazón es una jaula de relámpagos (antología poética 2005-2015) (España, 2015), Bardo. Pequeña antología (Chile, 2016) y Silbar de mirlos para la hermosa (México, 2016), corresponden a libros antológicos o reuniones de mi poesía. Respecto a los momentos

creativos particulares en mi obra, estarían dados por ciertos golpes de dado estéticos que, considero, pueden hallarse en los siguientes libros, enlistados en orden de publicación: Libelo de varia necrología (2006), Silencia (2007), Icarías (2007), Iceberg negro (2008), Bitácora del árbol nómada (2011), Braille para sordos (2013), Sobras reunidas (antología de poesías & pensamientos inútiles (2016), Marabunta (2017 y 2018) y Libro centroamericano de los muertos (2018). En estos libros pueden advertirse algunos cuantos machetazos que le he dado a la realidad con la lengua para intentar hacer hablar al silencio. Y como siempre, me he quedado ido, mudo, cercenado, tajado por el tiempo, que es el machete más filoso, y al que no he logrado sacarle ni una sola chispa. De mi obra posiblemnte no sobreviva casi nada con el paso del tiempo, quizá uno o dos versos, pero sería pedir mucho. AS: Chiapas se ha caracterizado por escritores de alta factura literaria y reconocimiento nacional, tal es el caso de Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Eraclio Zepeda, Óscar Oliva, entre otros: ¿qué leer de estas generaciones, qué otros autores debemos hallar en el sur de México para conformar un mapa literario más extenso en esta geografía tan diversa y polifónica? BR: De Chiapas aún falta por leer y conocer más la obra poética de Armando Duvalier, Daniel Robles Sasso, Joaquín Vázquez Aguilar, Roberto López Moreno y revalorar lo escrito por Juan Bañuelos, cuya poesía testimonial es más actual ahora que cuando la escribió. Otros poetas de Chiapas que debo mencionar son Roberto Rico, Máximo Cerdio, Armando Sánchez, Eduardo Hidalgo, Ignacio Ruiz Pérez, Luis Arturo Guichard, Víctor Cabrera, Víctor García Vázquez, Mikeas Sánchez, Ruperta Bautista, René Morales, Fernando Trejo y Jorge Chaleco, que tienen una obra poética madura y propositiva. De otras latitudes del sur de México mencionaría a José Díaz Cervera, Wildernain Villegas Carrillo,

Manuel Iris y Daniel Medina, de Yucatán; a Ramón Iván Suárez Caamal, Javier España y David Anuar, de Quintana Roo; a Jorge Cocom Pech, Sergio Witz y José Landa, de Campeche; y a Teodosio García Ruiz, Francisco Magaña, Níger Madrigal, Audomaro Ernesto y Beatriz Pérez Pereda, de Tabasco. AS: Recientemente obtuviste el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes con el Libro centroamericano de los muertos, el cual refleja una realidad vetada respecto al flujo migratorio de centroamericanos al cruzar por México; sé que parte de infancia la viviste atravesando ríos entre Chiapas y Guatemala, y que tu padre fue un gran ser humano que ayudó a hermanos centroamericanos. Respecto a esta poética, ¿es un proyecto más amplio a partir de este título?, ¿es otro momento creativo en tu trayectoria como poeta? BR: La idea que subyace a la escritura de Libro centroamericano de los muertos es cercana a la manera en que Edgar Lee Masters escribió Spoon River Anthology o en la que Luis Miguel Aguilar concibió su Chetumal Bay Anthology. Sin embargo, lejos de utilizar únicamente el epigrama funerario y las tipologías más conocidas del género, en Libro centroamericano de los muertos, como en Marabunta (el primer libro de mi trilogía centroamericana), incluyo historias personales, familiares, cercanas, decididamente testimoniales, que se relacionan con los y las migrantes centroamericanas (más de 300) que vivieron en casa de mis padres en Villa de Comaltitlán, y a quienes ellos ayudaron lo más que pudieron durante su paso por mi pueblo mientras migraban. A partir de la muerte de mi padre en 2009 decidí retomar la escritura de mi trilogía centroamericana, con el firme propósito de escribir al menos un par de libros que le gustaran a mi padre, y que fueran entendidos tanto por él como por cualquier otra persona, particularmente quienes puedan reflejarse en los poemas de carácter testimonial de Marabunta y

Libro centroamericano de los muertos. Además de contar las historias personales y familiares relacionadas con el trabajo de mi padre como vendedor ambulante que cruzaba, a veces a diario, el río Suchiate, la frontera México-Guatemala para comerciar su productos en las calles de varias aldeas y pueblos de Guatemala, y en los que aparecen las miserias, las violencias, la terrible realidad de quienes viven al día en la frontera sur, decidí incluir las historias de aquellos migrantes que formaron parte de mi familia en el pueblo, lo mismo que contar las historias de distintos migrantes que murieron en México y que fueron enterrados en fosas comunes en calidad de desconocidos. Es por ello que Libro centroamericano de los muertos es un río cuyas aguas están formadas por los y las migrantes que murieron en México durante su éxodo para intentar llegar a Estados Unidos, de tal manera que intento unir el río Suchiate y el río Bravo con otro río: uno que está formado con algunos de los miles de migrantes centroamericanos muertos y que eran originarios de Nicaragua, Honduras, El Salvador o Guatemala. Libro centroamericano de los muertos es un testimonio poético que evidencia a México como el más grande e infame cementerio de Centroamérica: 120,000 centroamericanos y centroamericanas muertos o desaparecidos en los últimos veinte años en nuestro país. Finalmente, quiero comentar que en Libro centroamericano de los muertos establezco un diálogo palimpséstico con la obra Brevísima relación de la destruición de las Indias de Fray Bartolomé de Las Casas, de la cual extraigo fragmentos, a manera de epígrafes en el libro, pero interviniéndolos, adaptándolos y reactualizándolos, de manera que la destrucción de las Indias viene a ser la destrucción de Centroamérica, o más bien, viene a ser la destrucción de los hijos e hijas de Centroamérica. Lo más triste e infame del asunto es que en casi 500 años la barbarie contra los indígenas de la Nueva España que denunció Fray Bartolomé de Las Casas es sumamente actual, pues el genocidio contra las personas que migran por nuestro país es infinitamente peor. Y estos mis libros de poesía no hacen otra cosa que dar testimonio del tiempo y del momento que me ha tocado vivir: hacer poesía con las sílabas del horror. Pero he terminado ya, mi trilogía, aunque más me gustaría que la terrible situación que viven los que migran, cesara, vaya, si todo fuera como poner punto final a los versos de un libro. Ahora estoy metido en la escritura de otros libros, de otros temas, de otros géneros literarios, de otras maneras. Espero que mi padre, donde quiera que esté, sepa que escribí sus libros, sus poemas, las historias que él vivió, que me contó, y aquéllas que mi familia y yo vivimos, lo mismo que tantas otras. Ojalá que sirvan, al menos, para darle un machetazo de filosa humanidad poética al inmenso y parasitario tronco de la ignominia que crece frente a nosotros y pareciera abarcarlo todo.

Poesía

algunos poemas míos. El certamen en cuestión eran los Juegos Florales de San Marcos 2004, en Tuxtla Gutiérrez, que además llevaban el nombre de Raúl Garduño, como un homenaje a este gran poeta. Así que tomé una parte de Hábito lunar y se la envié a Mario por correo electrónico, junto con mi plica, para que las metiera a concurso y me tocó la bendición de ganar el primer lugar. Cuento esto porque pasado algún tiempo, la escritora Claudina Domingo a quien conocí en 2004, durante una lectura de poesía en Xochimilco, me presentó con Carlos López, escritor y editor guatemalteco, y por más señas director de la editorial Praxis, a quien leí parte de Hábito lunar; luego de leer mi libro completo y de comentarme que “mi voz” le parecía muy centroamericana, el maestro Carlos me dijo que quería publicar mi libro, que finalmente vio luz en diciembre de 2005. Así se dio la publicación de mi primer libro, y si algo tengo que compartirle a una persona que tiene el interés de ver materializados sus textos, sus poemas, es que no piense en términos de “poemas” o “textos”, sino que se proponga escribir libros y probablemente, no sólo publicará poemas en un futuro, sino que construirá una obra conformada por uno o más libros.


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Lamentable y esperanzador Promoción de la Lectura

6 Por Eduardo Campech Miranda

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na variable recurrente en los talleres y capacitaciones que ofrezco, ya sea la primera o la primera y única sesión, es la expectativa de un taller, curso o capacitación como todos (en el caso de los docentes): el grupo se divide en equipos, se les reparte material, lo leen y discuten en equipos, se exponen en plenaria y se concluye). Nada motivante. Los otros sectores, a los cuales denominaré genéricamente sociedad civil, llegan a las capacitaciones por distintas circunstancias, también hay en particular dos: interés auténtico por la mediación lectora, por la lectura, por la formación de lectores; porque no hay opción y los mandaron. En ambos grupos hay asistentes de todo tipo: los disciplinados, los rebeldes, los que presas del pánico esperan el examen. Hay un sector en particular que llama mi atención: el de los que están alejadísimos de los libros y la lectura. Sin que las que características que enumere a continuación tengan un matiz maniqueo, son una radiografía general de ellos: sus

referentes culturales son casi exclusivamente televisivos; la música que escuchan es la popular, la que está de moda, el lenguaje es escaso, la indisciplina es tarjeta de presentación, el pensamiento abstracto es un reto doloroso. Pero también tienen un acervo que no se ve, que pocas veces valoran y exponen: el de las tradiciones, usos y costumbres. Podrán no saber quién demonios fue Florentino Ariza (y no tienen ninguna obligación se saberlo), pero saben historias, na-

rraciones, leyendas, mitos, explicaciones; conocen los procesos productivos, y en ocasiones las historias, de las mercancías o bienes propios de su localidad. Ahí hay un cúmulo de palabras, pensamientos, insumos para crear, para compartir, para revalorar. Se revalora la palabra, el conocimiento. Nos conocemos y reconocemos en el otro. El otro se conoce y reconoce en nosotros. ¿Es difícil incluir a quienes no acostumbran leer libros en una comunidad

lectora? La respuesta estará en función de cuánta noción de sí mismos tengan los lectores, de sus ánimos de compartir, de su capacidad de escuchar, de su ímpetu por dejar ver por sus ojos y que él vea por los de los otros, de tener conciencia que el mundo crece cuando lo nombramos, cuando nos asomamos a él por un libro, por una conversación, por un ambiente hospitalario. Por eso la lectura es un peligro, por eso algunas personas ven a la lectura como una actividad negativa, ya que puede impulsarnos a desear un escenario mejor. El caso más lamentable y esperanzador lo tuve con un grupo de trabajadoras de distintos sectores: gasolinero, panadero, construcción, restaurantero. Ellas fueron “invitadas” a la capacitación para formar comunidades lectoras. “Invitadas” porque si no acudían se les descontaba el día laboral (la capacitación era dentro de su jornada de trabajo), pero también estaban obligadas a cumplir con sus labores a contraturno, so pena de que les descontaran tres días. Lo lamentable: la “invitación” la hizo una central de sindicatos. Lo esperanzador: se dieron cuenta de las posibilidades para la vida del libro y la lectura.

El Picaporte La tilde en éste, ése y aquél (y sus plurales y femeninos) 6 Por Simitrio Quezada

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uizá para enfatizar la importancia de lo que quieren comunicar, algunos conocidos nuestros ponen equivocadamente tilde a las palabras “este”, “ese” y “aquel” (y a sus plurales y femeninos) cuando estos vocablos son adjetivos y no pronombres. Recordemos que existen nueve partes de la oración: Artículo, Nombre o sustantivo, Adjetivo, Pronombre, Verbo, Adverbio, Conjunción, Preposición, Interjección. El adjetivo (ad iectus: lanzado junto a) es el que va “pegado” al nombre. El pronombre (pro nomen: en lugar del nombre) es el que sustituye al nombre para no estar mencionándolo a cada rato. A partir de estas definiciones se entiende como una regla general que cuando hay nombre también hay adjetivo, y cuando no hay nombre sí hay pronombre. Ejemplos: “Esta torta es mía y ésta es tuya”. Cuando digo “Esta torta”, tengo juntos al adjetivo demostrativo y al nombre o sustantivo. Cuando agrego “y ésta”, se entiende que ya no tengo por qué mencionar al mismo sustantivo, y entonces entra en acción el pronombre. Al adjetivo no le pongo tilde porque no debe llevar:

porque es una palabra grave terminada en vocal. Pero al pronombre sí le ponga una tilde en la “e” por la elemental razón de que no quiero que llegue a confundirse con un adjetivo. Por eso es incorrecto escribir: “Ven por éste regalo”. Lo correcto es no poner tilde. Es incorrecto: “Pásame ése papel”. Si el otro replica ¿Cuál?, en lo siguiente puede entrar el pronombre: “Ése. Si fuera alacrán ya te hubiera picado”. Agreguemos que, al menos en el

español que hablamos en México, los pronombres pueden ser utilizados con un dejo despectivo: A ésa (que es título de por lo menos tres canciones), Ya te vas con aquéllos, ¿Ahora qué trae éste?, Deja que se aparezca aquél, Vamos al bar con aquéllas… Por ser pronombres, todas estas palabras han llevado tilde y no por razones de pronunciación de acento, sino para diferenciarlas de adjetivos. Recientemente la Real Academia de la Lengua Española “recomendó” que

ya ninguna de estas palabras, adjetivos o pronombres, lleve tilde. Parece que cedió a la exigencia de muchos que “se la complicaban” con entender la diferencia y les dijo algo así como: “Bueno: que al cabo son pocos los casos en que estas palabras podrían confundirse”. Por ejemplo: “¿Por qué andan comprando aquellos libros tan usados?” tiene un adjetivo demostrativo y parece una frase dirigida a un “ustedes”. Pero si pongo una tilde, “aquellos” deja de referirse a los libros para hablar de unos sujetos: “¿Por qué andan comprando aquéllos libros tan usados?”. La pausa y el tono que utilice en lo oral evitará confusión, pero en lo escrito el riesgo es mayor. Muchos hablantes del español, que aprendimos de las horas en aulas y de las gramáticas viejas a venerar nuestra lengua, continuamos resistiéndonos a esta simplificación que parece anarquía para complacer a quienes parecen llevar como lema: “Yo no estoy para aprender reglas. Como quiera entiendes lo que quise escribir”. En ese “como quiera” podemos estar encerrando nuestro próximo daño a la comunicación efectiva. Envíe comentarios y demás inquietudes a: siquezada@hotmail.com


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Desayuno en Tiffany’s, mon ku

6 Por Amandine Victoire y Christiane Ibrahim*

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l último 24 de febrero, en el “Salon international de l’agricultura”, el presidente Emmanuel Macron fue abucheado por campesinos enfurecidos que blandían camisetas que decían “fauchés comme les blés” (“pelados”). Sin embargo, lejos de toda esta agitación parisina, ciertos campesinos viven en una miseria todavía más profunda. En este documental, titulado Sans adieu (Sin adiós), Christophe Agou, el realizador, cuestiona los valores de una sociedad conectada que ignora sus raíces rurales en el desprecio y la ignorancia de la agonía del mundo agrícola. En su granja en el Forez (Auvergne Rhône), al este del Macizo Central Francés, Claudette 75 años, lucha por ser digna frente a una sociedad que no se preocupa por ella, y la que ella tiene problemas por aceptar y seguir la evolución. El mundo moderno se traga cada día un poco más sus tierras, sus bestias y las de sus vecinos. Como ella, Jean, Christiane, Jean Clément, Raymond, Matilde resisten y luchan para preservar sus bienes y para sobrevivir. Christophe Agou, fotógrafo y residente en Nueva York, tras su cobertura del 11 de septiembre 2001, quiso volver a su casa, en su tierra natal. Gracias a su padrastro cartero, encontró a todos estos personajes y comenzó a fotografiarlos. Este trabajo, continuidad de su proyecto de fotografiar el mundo campesino en extinción, terminó en la publicación del libro Face au silence (Frente al silencio). Del 2002 al 2015, filmó a intervalos más o menos regulares la existencia de estos personajes rurales y marginados del mundo moderno. Sans adieu se estrenó durante el Festival de Cannes 2017 en medio de un contexto particular ya que Christophe Agou falleció en 2015, a la edad de 45 años, poco tiempo después haber terminado el montaje de la película. La película causó

/// Christophe Agou, director de Sans Adieu.

sensación por el contraste de las premieres y el glamour de Cannes. El título del documental, Sans adieu, hace referencia a Claudette, la protagonista de la película, porque utilizaba esta expresión cada vez que el realizador Christophe Agou volvía a USA, como para insistir en que se volverían a ver. Christophe Agou quería rescatar los testimonios de los que nunca pueden registrarlos, a los que las instituciones y los poderes diversos abandonaron, a los que se sacrificó en nombre de la moder-

nidad en nombre de la rentabilidad y en nombre del consumo. Agou eligió grabar la humanidad que emana de estos seres que no interesan a nadie. Podemos ver allí un himno a la resistencia porque esta gente lucha con corazón. El documental está filmado con una cámara simple y con primeros planos, como para crear una intimidad entre el espectador y el agricultor. Estos primeros planos son aún más íntimos porque nos muestran la angustia de los agricultores: las lágrimas de Claudette que está luchando por vender

su finca, la tristeza de Raymond cuando recuerda a su difunto hermano o la mano de Jean-Clément, que estrecha la de su esposa, cuando sus vacas son llevadas al matadero. Los silencios acentúan el sentimiento de pesimismo, de desolación y de tristeza. Y estos silencios, este vacío, esta ausencia de palabra está en total oposición a esas casas llenas de desorden y de recuerdos de tiempos pasados. Los personajes son el símbolo de la Francia campesina que agoniza. Paisajes rústicos casi intemporales afectados por la mundialización, por los virus que afectan a las bestias (epidemia de las vacas locas) y el rendimiento industrial que vuelve obsoleto la existencia de estos campesinos. Y es en esta ausencia espacio-temporal en donde penetra la cámara. Estamos frente a personas como frente a los habitantes de una tribu que está siendo colonizada y devorada por una lógica exterior más grande. Al otro lado del Atlántico, este retrato francés no está tan lejano del mexicano. *Estudiantes del Trilingual Transmedia Master, Universidad de Evry. Con asesoría de Carlos Belmonte Grey.

Cine

Sans adieu, documental póstumo de Christophe Agou


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LA GUALDRA NO. 330

Un día para decir adiós Río de Palabras

6 Por Carlos Flores Cortés

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A Chicho

uerte, inmensa palabra que atemoriza al hombre desde el momento que adquirió conciencia sobre su existencia. Por más que para algunas religiones signifique el paso a un mundo mejor, la verdad es que es un evento catastrófico; pero no para quien lo padece, sino para quien se queda atrás, quien tendrá que vivir con la ausencia del otro, quien recordará a cada momento el tiempo compartido, pues el mundo que le rodea no será jamás el mismo: la cama vacía, la mesa sin sobremesa, el libro sin comentar, la plática sin escuchar. Quien está ahora en el sueño eterno se desliza en el vasto universo donde el tiempo y el espacio son una única cosa: un enorme hoyo negro que detiene el vertiginoso movimiento de la vida, que se traga la luz y la materia llevándole a otra dimensión totalmente desconocida. Quien muere olvida que vivió, que conoció, se lleva consigo su corazón y su memoria, el tiempo prestado es lo único que obtuvo, y con él las experiencias, las emociones, las ideas y sus creaciones. Hay humanos que nunca mueren, o que viven después de muertos. Su legado, su huella por el mundo se transforma en una fuerza, un signo o un símbolo que representa a todo un movimiento. Una idea se materializa en acción, en barro, en óleo o en tinta. Un lúcida e intrincada parte del cerebro creador se niega a desparecer, por eso encuentra eco en el

/// Tarcisio Pereyra (1953-2018). Foto de Alejandra Celis Almanza.

espectador, el lector, el oidor. Sus restos descansan en la tumba, en un museo, en el papel o un rincón, esperando el momento para poseer a quien les contemple, generando una chispa energética en la sinopsis de una mente atenta. Quien se queda en el mundo llorará quizá sin consuelo. Sus lágrimas exprimirán su dolor y el tiempo ingrato le hará enfocarse en la vida misma, mientras el eco del pasado cada vez extenderá más sus ondas hasta hacerlas tan grandes que a su órbita le tomen años, lustros,

décadas para volver a la memoria. Y así, en un suspiro cósmico, quien alguna vez lloró se dará cuenta que pronto él será el llorado. No hay nada peor que no poder ver una última vez a la abuela, al amigo, que el baile de Shiva, cada vez más fulminante nos lleve entre los pies, que nos obligue a dejar de lado lo que realmente es importante, que no podamos ver entre tanto ajetreo la respiración calmada del mundo, que no apreciemos las auroras ni los ocasos, que no comprendamos

que a este mundo venimos a conocer la sustancia de nuestra eternidad, pues allá, en la infinitud, las distancias serán tan grandes que nunca volveremos a vernos el rostro ni a sentir nuestra calidez. El tiempo concedido es lo único que importa en este valle, el amor al otro, la risa compartida, la música escuchada, las obras construidas y las obras contempladas, el aquí y el ahora, la familia amada, la puerta abierta y la carta jugada, los sueños soñados y las palabras pronunciadas.


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Metro y medio 6 Por Alberto Huerta

6 Por Pilar Alba

L

a cosa está fácil, sencillita. No tiene vuelta de hoja. Subes, agarras tu maleta, guardas tus garritas y como vas. Sales y cierras la puerta, no te molestes en despedirte, que aquí si hubo fuego soplaré para que no queden ni las cenizas. Yo me haré

6 Por Roberto Galaviz * Cuando pienso en ellas, pienso en la estrellada noche en que Van Gogh se mutiló una oreja para entregársela a una mujer, pues nada más tenía para darle imagino el fuego en la guerra de Troya que estalló cuando raptaron a Helena pienso y lamento la torpeza de Aristóteles al atreverse a definirlas pienso en las mujeres y concluyo que los milagros existen soy un hombre de fe: en su compañía, nada falta sin ellas, el universo y sus leyes exactas, sirven de poco más que de nada,

Río de Palabras

C

orriente… muy corriente… corrientita la pobre mujer… y ridícula su zona de confort y de poder… ¿así se dice?, comadre… mesmamente, comadre, mesmamente… metro y medio cuadrados, comadre, no más apestoso a flores podridas, fritangas y tamales desde donde con su voz chillona te dice con muchos güevos Uy, no, señito, va a tener que venir mañana… y apenas son la una y media, comadre, y la hora de salida de la infeliz es a las tres. Así como te lo estoy comentando, michú… muy corrientita, muy corriente. Sentadita en el borde del escritorio mascando chicle y mirándose las uñas postizas, larguísimas, comadre, larguísimas como garras de zopilote y pintadas de amarillo con brillitos… y sin dejar de hablar por teléfono me miró como Dios mira a los conejos… me hizo sentir bien gacha con mi papelito en la mano… como si anduviera pidiendo limosnita… y siguió dándole a la lengua por teléfono… al parecer estaba preocupadísima por las candidatas a reinas de las fiestas de primavera… que estaban bien chulas y que el cajero guapísimo resultó que tenía novio… que se compró en abonos una bolsa y unos zapatos, que tuvo que dar lo de la tanda a la señora Lola y el abono a Coppel del refri… ah y una cadena de oro, sí, también en abonos chiquitos y siguió hablando por teléfono, me ignoró amiga, me ignoró, es una corriente la tipeja, una corriente y ridícula, y yo ahí pa-

/// Alberto Burri, pintor y escultor italiano, es el autor de esta pieza. Nació en Città di Castello un día como hoy, 12 de marzo, pero de 1915. Así lo recordamos en La Gualdra.

radita como babosa con mi papelito al que le faltaba un pinche sello, comadre, un pinche sello que me tenía que poner la pinche vieja güevona, cruzando las piernas porque

ya me andaba de hacer de chis, sí, comadre, sentía que me iba a explotar la vejiga, corriente la tipeja, comadre, corrientita de más ¿qué qué hice? Nada, no hice nada,

bueno, sí me tuve que tragar mi bilis y me salí taconeando y moviendo el cabús… casi corriendo al baño a ver si no me ganaban las ganas de hacer chis…

La cosa está fácil como que no veo, como que no estoy; es más, yo me meto a la cocina en lo que arreglas tus asuntos. Me dejas las llaves en la mesa, o si quieres llevártela, no importa; a partir de mañana cambiaré

la chapa de la puerta por si te da tentación volver a darte la vuelta por aquí. No es que no quiera verte porque me dé tristeza, más bien es por el coraje, por no haberme dado cuenta antes, por

Mujeres sin mujeres, el universo sería una hipótesis perpetua Cuando pienso en una mujer pienso en un lago en calma, pero pienso también en un océano en furia pienso en el derrelicto perfecto de aferrarme a su cadera cuando los días son una tormenta mar adentro pienso en un tango de Gardel desde el arrabal de Buenos Aires y también en un tango de Gardel

interpretado por Piazzola en París o tal vez en Praga

Cuando pienso en una mujer, sonrío al recordar que hice sonreír algunas y me castigo al saber llorar a otras la geografía del mundo es una réplica exacta de los pliegues de su cuerpo y el movimiento de sus manos hace papiroflexia con el aire purifican lo que tocan y dan equilibrio a los días

esperar tanto tiempo. Así que para luego es tarde, a este ritmo, marchando y ahuecando el ala; que yo aquí me quedo, con la confianza de que si te vi, ni me acuerdo.

cuando pienso en una mujer pienso en el hospital que son los brazos de una madre pienso en la caricia tierna de la mirada de una niña pienso en la vorágine y en la emoción que una amante nos brinda en un beso, dejándonos saber que la intensidad, es la forma más genuina de eternidad, la única posible, y que un instante, a veces, lo es todo cuando pienso en una mujer tengo claro que doy todo por ellas, y si un mal día llegaran a extinguirse, todas mis costillas están a disposición de la ciencia.


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LA GUALDRA NO. 330 /// 12 DE MARZO DE 2018

Siempre la luz Artes Visuales

6 Por Susana Chaurand*

V

ibrante y hecha de silencios como la música, fuente espectral de texturas y sensaciones, la luz siempre me ha inquietado por lo que oculta recatadamente. Desentrañar esas zonas imperceptibles al ojo cotidiano, creando atmósferas que las enmarquen, ha sido mi pasión de años. Cuando hago algún retrato, por ejemplo, nunca pienso en la psicología o el físico del modelo, sólo busco la luz natural del lugar. Y ha de ser la luz del norte —fría y directa—, cuya neutralidad me ayudará a rescatar una amplia gama de detalles tonales. Así, donde esté esa luz construiré mi escenario fotográ-

fico. Suelo mover comedores, salas o adornos inútiles para ir preparando el “cuadro” que desee crear. Al modelo lo despinto, a veces hago que se bañe, lo despeino y visto con las ropas que yo elija de su armario; como otro elemento de mi composición, lo acomodo en la escena, decido su postura de pies a cabeza y, ante todo, dirijo su mirada. La imagen queda latente en el negativo y en mi intención. Entonces llega el momento de intimar con la química. Hago mis propias soluciones para revelar la emulsión sensible de la película y, luego, del papel; y este debe ser cálido —como el portriga o el brovira de Agfa— porque registra los negros sobre negro y los

detalles de textura en los blancos. Aunque es el resultado que espero al fotografiar con luz natural del norte, aún debo trabajar con minuciosidad en el laboratorio. Y nuevamente entra la luz: la que se deja guiar, desde mi ampliadora, la que puedo concertar y maquillar con mis manos o con algunos cartoncillos negros para suavizar o intensificar las tonalidades que busco. En tal empeño ocupo algún tiempo: hago las pruebas que sean necesarias para ir descubriendo, del negro al blanco, toda la gama de grises posible hasta lograr, al fin, la imagen definitiva. Con ella, una vez seca, vuelvo a la luz del día: a mi estudio. Uso pincel y acuarela para cubrirle los puntos de polvo que siempre se

filtran; una ligerísima capa de cera, que yo preparo, la protegerá del mundo táctil que le espera. Ya no me pertenece. Se mostrará sola, silenciosa y única, a la luz de otros ojos. *El texto está tomado del libro: Susana Chaurand, Elogio a la luz / Praise of light, cemex, 2002. La exposición Elogio a la luz, de Susana Chaurand, Retrato, naturaleza muerta y autorretrato (fotografía análoga). Se inaugura este 14 de marzo en la Casa Municipal de Cultura de Zacatecas. Permanencia: hasta el 11 de junio.


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