La Gualdra 416

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SUPLEMENTO CULTURAL

NO. 416 /// 20 DE ENERO DE 2020 /// AÑO 9

DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN

José Guadalupe Posada. Colección de cartas amorosas, Cuaderno No. 6, grabado en relieve en línea blanca. Cuadernillo, imprenta de Antonio Vanegas Arroyo, sin fecha, reimpresión de 1907. Tomada del libro José Guadalupe Posada. A 100 años de su partida.

La producción de José Guadalupe Posada (1852-1913) fue vasta y con los años se ha ido registrando de manera más ordenada. Su trabajo como grabador, caricaturista político e ilustrador son encomiables por la aportación realizada a la revalorización del arte popular mexicano. La imagen de portada de este número gualdreño es de su autoría y se la dedicamos para recordarlo como uno de los artistas hidrocálidos más talentosos del siglo XIX que influiría decisivamente en las nuevas generaciones de grabadores de la región. Orgullosamente nacido en Aguascalientes, así lo homenajeamos nosotros también, en el 107 aniversario de su fallecimiento.


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LA GUALDRA NO. 416 /// 20 DE ENERO DE 2020 /// AÑO 9

La Gualdra No. 416

Editorial Un 20 de enero como hoy, pero de 1913 falleció en la Ciudad de México el artista del grabado José Guadalupe Posada a quien se le conoce principalmente por su creación de La Calvera Garbancera, también llamada y mejor conocida como La Catrina, ese grabado en metal realizado en 1910. El término “garbancera” se refiere a aquella persona de carácter ordinario y descortés, sin ningún atributo en particular con respecto a las demás; ser una persona garbancera en el contexto de la fecha de creación del grabado significaba entonces ser un habitante común, pero con pretensiones de ser diferente, “mejor” que los demás. Al observar su vestimenta podemos entonces entender que esta calaca deseaba ser y tener más, padecía de bovarismo en el sentido de añorar y soñar constantemente ser alguien diferente de lo que se es y desear, hasta el grado de obsesión crónica, tener lo que no se tiene. Hay quienes dicen que La Calvera Garbancera es la representación de la gente que negaba sus orígenes indígenas al disfrazarse y actuar como si su sangre fuera solamente española. Posada identificó en la sociedad este tipo de comportamiento y creó una imagen que a la postre se convertiría en ícono de nuestra cultura en su relación con el tributo a la muerte, a la actitud que mostramos ante ella, a la ironía y sarcasmo característicos del mexicano en general. La fama de este grabado, además, se debe en mucho a la intervención de Diego Rivera, quien retomaría la imagen y la vestiría de cuerpo entero para incluirla en su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central (1947). Ahí comienza a ser llamada La Catrina, y en esta obra aparecen a su izquierda la representación del mismo Diego Rivera (de niño) y Frida Kahlo, mientras que a la derecha -y a manera de tributo- aparece también el artista José Guadalupe Posada, nacido en Aguascalientes en el año de 1852, el mismo año que nació en Zacatecas Genaro Codina. Posada pasó su infancia en Aguascalientes y ahí, siendo apenas un niño, su hermano Cirilo lo inscribió en la Academia Municipal de Dibujo de Aguascalientes “fundada en 1836-1837 por Francisco Semería. En ella también se impartían clases de escultura y pintura, y aunque durante un tiempo se estableció una cátedra para ‘gente de buena posición social’, en 1849 el go-

bernador Jesús Terán [...] la abrió a los artesanos”.1 Su talento e inteligencia lo llevaron a incursionar primero como aprendiz en talleres de grabado, pretendiendo adquirir el oficio que lo ayudara a contribuir al sostenimiento de la familia; pero desde los 15 años era ya considerado un “pintor”, de acuerdo a las investigaciones de Bonilla Reyna. De Aguascalientes se muda a León en donde ejerció labores de litógrafo, ilustrador, impresor y profesor de litografía y en donde llegó a tener su primer taller propio. Para 1888 Posada vivía ya en la Ciudad de México y había colaborado como dibujante, caricaturista e ilustrador en varias publicaciones mexicanas -como El Jicote, sólo por mencionar una de ellas-. Fue ahí, en la capital del país, en donde colaboró como ilustrador y caricaturista de diferentes periódicos y revistas de la época; pero también el lugar en donde aprendió en diversos talleres otras técnicas de grabado en metal e innovó, incluso, al proponer nuevas técnicas de impresión. La producción de José Guadalupe Posada fue vasta y con los años se ha ido registrando de manera más ordenada. Hoy podemos decir que, aunque fue considerado en su época también como “pintor” no se conoce ninguna obra al óleo de su autoría; sin embargo, su trabajo como grabador, caricaturista político e ilustrador son encomiables por la aportación realizada a la revalorización del arte popular mexicano. La imagen de portada de este número gualdreño es de su autoría y se la dedicamos para recordarlo como un artista que influiría decisivamente en las nuevas generaciones de grabadores de la región. Orgullosamente nacido en Aguascalientes, hoy José Guadalupe Posada es reconocido y respetado como uno de los artistas hidrocálidos más talentosos del siglo XIX. Así lo homenajeamos nosotros también, en el 107 aniversario de su fallecimiento. Que disfrute su lectura.

Contenido Op. Cit. Sandro Cohen en bicicleta Otra manera de darle un abrazo a la vida Por Mauricio Flores

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Pacheco y los privilegios de Sísifo Por Sergio J. Monreal

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Armando Ramírez: ¿Qué tanto es tantito? Por Víctor del Real

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Desayuno en Tiffany’s, mon ku Invitación a participar en la revista Iberic@l: Prensa y cultura audiovisual Por Carlos Belmonte Grey

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Un bote Por Edgar Khonde El Faro [The Lighthouse], de Robert Eggers Por Adolfo Núñez J. Árbol Por Pilar Alba

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Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com 1 Bonilla Reyna, Helia Emma, José Guadalupe Posada. A 100 años de su partida, Banamex-Gobierno del Estado de Aguascalientes-Índice Editores, México, 2012, pp. 22-23.

Directorio

Carmen Lira Saade Dir. General Raymundo Cárdenas Vargas Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx

Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com Roberto Castruita Diseño Editorial

La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.

Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com


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Op. Cit. Sandro Cohen en bicicleta

6 Por Mauricio Flores*

También es peligroso”, avisa Cohen. Aunque tampoco espanta, si se toman en cuenta los presupuestos básicos que deben regir en todo ciclista. “Tú no harás nada que ponga en peligro tu vida…, no te confíes, practica a diario, desarrolla tu destreza y con ella tu propia seguridad…”. “Debemos hacer patente nuestra calidad moral, el hecho de que creemos en mejorar nuestro espacio vital, y al mismo tiempo nos toca demostrar que no somos, colectivamente —como seres humanos—, tan primitivos como solemos pintarnos”.

“Recuerdo que en Guadalajara, me iba yo desde catedral hasta el panteón de Mezquitan —unas 10 o 15 cuadras— con el compromiso de no tocar una sola vez el manubrio de la bicicleta. Lo hacía con las manos en la cintura o en las bolsas del pantalón. Si me caía o me veía obligado a tocar el manubrio, regresaba a la catedral y comenzaba de nuevo”. Juan José Arreola

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n nuestro país, y particularmente en sus grandes ciudades, es más notorio el fortalecimiento de una ciclocultura. Un algo que “cala en la conciencia ciudadana”, escribe Sandro Cohen en el libro Zen del ciclista urbano. Útil prontuario para quienes se transportan cada vez más en este vehículo, tanto para los que animados por las circunstancias lo tienen entre sus propósitos de los nuevos tiempos. Dividido en tres sólidos apartados —espiritual, práctico y normativo— el libro de Cohen es también una apuesta por una costumbre que no se circunscribe a lo que pudiéramos definir como necesario, sino que conlleva además su carga emotiva. Porque como bien destaca el autor, andar en bicicleta es una actitud ante la vida diaria y que retroalimenta la vida misma. Muchos son los kilómetros andados por Cohen en varias de sus bicicletas. También múltiples sus aportaciones para el mejor uso de nuestro lenguaje. Ejercicios que anuda en Zen… para el gozo de un lector al que buena falta le hacen cualquiera de los 85 consejos enlistados. Desde la advertencia de que andar en bicicleta no es sinónimo de rapidez hasta el recordatorio de los derechos y obligaciones que los andantes tienen ante la convivencia social. Escribe Cohen: “Llegué a escribir este libro por el entusiasmo que me causó reencontrarme con la bicicleta precisamente como medio de transporte y, al mismo tiempo, hacer ejercicio después de 25 años como corredor de fondo: la fascitis plantar en el pie derecho me obligó a bajar de golpe mi kilometraje semanal, que oscilaba entre 60 y 100 kilómetros”. Avanzadas las páginas, Zen… despliega principios y consejos para quien decide hacer de la bicicleta no sólo un medio de vehículo sino algo más. “Nadie dijo que andar en bicicleta dentro de una gran ciudad sea empresa fácil o exenta de riesgos. Es complicado.

/// Feliz, feliz, feliz, Juan José Arreola en bicicleta por las calles de Ciudad de México, c. 1978.

Vehículo decimonónico En los años de la modernidad ciclista (fue el inglés John Kemp quien perfeccionó en 1885 la mecánica del vehículo) leer a Cohen resulta oportuno. Algunos recordarán la sorpresa del descubrimiento de su primera bicicleta, ¡un día de Navidad o Reyes! —él extraña una Schwinn a los ocho años. Otros sabrán por cuál optar. Pero creo que todos harán suya la aseveración de que “amar es abrazar todas las posibilidades de futuro y, al mismo tiempo, los peligros que ello entraña. Andar en bicicleta es otra manera de darle un abrazo a la vida, sin olvidar los peligros que encierra el audaz acto de vivir”. Una confesión final Nos dice Cohen: “Casi siempre he tenido bicicleta. Me acompañaron varias a lo largo de mi infancia y juventud. Como papá joven enseñé a andar en bicicleta a mis tres hijos. Una de ellos, Yliana, a sus 30 y picos de años, se ha convertido —junto conmigo— en ciclista entusiasta y me ha acompañado en innumerables aventuras urbanas. Ella es maestra de castellano y dramaturgia, y cuando iba a pagarle por un trabajo como asistente de investigación, no me pidió dinero sino una bicicleta urbana cuya marca y modelo me detalló enseguida. Los dos nos divertimos poniéndole velocímetro, timbre, bomba de aire, espejo, etcétera. Ahora no le cuesta ningún trabajo viajar al día 80 kilómetros o más en bicicleta para transportarse de una clase a otra, de una escuela a otra desde su casa en la Ciudad de México, la cual cubre de punta a punta”. 000 Sandro Cohen, Zen del ciclista urbano, Planeta, México, 248 pp. * @mauflos

Op. Cit.

Otra manera de darle un abrazo a la vida


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LA GUALDRA NO. 416

Literatura

Pacheco y los privilegios de Sísifo

6 Por Sergio J. Monreal

Mi único tema es lo que ya no está. / Sólo parezco hablar de lo perdido. / Mi punzante estribillo es nunca más. / Y sin embargo amo este cambio perpetuo…[…]1

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arece como si José Emilio Pacheco no se cansara nunca de reiterar que iremos y no volveremos, que estamos viviéndolo todo por última vez. Sin embargo, él cultivo hasta el final de su vida el hábito de volver. Es sabido que cada reedición de un libro suyo llevaba de por medio un trabajo de revisión y corrección que siempre reivindicó plenamente lícito, deseable, necesario. ¿No se trata de una curiosa paradoja? ¿No se trata de un guiño de complicidad hacia el lector, una sutil invitación a no tomarse ninguna cosa demasiado al pie de la letra, una sostenida capacidad para escabullirse lo mismo de las petrificaciones de ida que de las petrificaciones de vuelta? Un poeta que casi desde el primer verso de su obra se empecina en delinear con acentos de verdad incontrovertible la fugacidad del instante, la irrecuperabilidad de la experiencia, la irreparable pérdida de lo vivido, se habitúa no obstante a contravenir sin aspavientos y en tono de tímida disculpa dicha disposición desde el espacio que le es más propio e íntimo: el de su propia escritura. Y vuelve a trabajar tanto sus materiales de juventud como sus materiales de madurez concediéndose toda suerte de enmiendas, ajustes, modificaciones, tachaduras y añadidos; siempre provisionales, siempre bajo aceptación de no ser los definitivos, sino apenas una estación más dentro de una serie de retornos potencialmente infinitos. “Reescribir es negarse a capitular ante la avasalladora imperfección”,2 aseveraba hacia el año 2000 el pórtico de su poesía reunida, en una breve nota preliminar que la edición del 2009 terminaría omitiendo. Desde semejante perspectiva, la fórmula de la imposibilidad radical en que escribir se justifica, tendría que redactarse menos como un devastado “irás y no volverás” que como un azorado y medio sonriente “irás y

no llegarás”. El hábito de José Emilio de volver una y otra vez a los textos ya publicados para realizar correcciones, adquiere alcances y pertinencias más amplios. De entrada inhabilita una de las estrategias predilectas de cierta crítica literaria, acostumbrada a mirar las obras como refractarias a sí misma, y capacitada apenas para encontrar en cada nuevo libro cuanto remita a los parámetros de cualificación, cuantificación, calificación y clasificación que ella ha previamente establecido. La idea de evolución, así como el afán de explicar la escritura a través de la biografía del escritor con una lineal lógica de causa-efecto, constituyen dos de

/// Juan Carlos Villegas. José Emilio Pacheco. 2014

sus predilectos recursos: conjeturar desde doctas petrificaciones lo que el escritor habrá querido decir, para desembarazarse de la incómoda responsabilidad de dialogar con la obra, siempre en presente, dice. Y no que resulte ilícito rastrear las peculiares, individualísimas instancias de maduración de cada travesía creadora como medular vía para desentrañarla. Ni que resulte minimizable o falta de pertinencia la relación entre lo que se escribió y lo que se vivió. Todo lo contrario. Lo que sucede es que, a poco que nos descuidemos, esas fecundas vías de diálogo pasan a erigirse tasadoras y jueces. Ya no camino o herramienta a través de los cuales podemos asomarnos a lo que el

poeta mira y dice, sino marcos prefigurados a los que tanto la obra como la experiencia de vida y de lectura quedan circunscritas. Frente al corpus de José Emilio Pacheco, acaso no resulte imposible emprender un convencional esfuerzo de rastreo y clasificación. Un exhaustivo seguimiento editorial, que se afane en datar y referir paso a paso no sólo las específicas mutaciones de cada texto, sino que además vaya remitiéndolas una a una, con perspectiva de totalidad, al conjunto de la obra, hasta aproximarse a ese término tan mitificado como a fin de cuentas improbable (y quién sabe hasta qué punto deseable): la “lectura definitiva”.


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Literatura

/// José Emilio Pacheco. Foto de Octavio Nava / Secretaría de Cultura Ciudad de México.

El problema es que, tratándose de Pacheco, la definitividad como imposible (la condena a la provisionalidad) no representa un mero motivo de devaneo retórico ni un mero pretexto para versificar sentencias ingeniosas, sino la condición fundamental misma de lo escrito y de quien lo escribe, así como una realidad compartida que se ilumina y ofrece para el lector en cómplice demanda. Difícil imaginarlo pues declarando que alguna versión de la realidad pudiera tomarse como definitiva; menos aún tratándose de una versión salida de su propia mano. La primera versión que se publica no es a final de cuentas sino la última versión corregida hasta entonces. ¿Por qué el hecho de que los escritores hayan elegido de manera mayoritaria convertir ésa en su versión de abandono (“los textos no se terminan, se abandonan” rezan a dúo en una célebre sentencia Paul Valéry y Alfonso Reyes) ha de erigirse norma obligatoria, persecutoria herramienta de censor o rasero valorativo a partir del cual las excepciones pasan a tipificarse en automático como curiosidad, devaneo o extravagancia? En el extremo opuesto tenemos una institucionalización a la vez divergente, convergente y paralela: la del resultado final, asociada a la idea de evolución y progreso. Según ella, cada nueva versión superará siempre a la anterior; porque ante el tiempo los autores grandes (y tal sería la definitoria tasa de su grandeza) sólo pueden avanzar, evolucionar, madurar, mejorar. De acuerdo con ella, cada libro corregido

por Pacheco nos ofrecería sin disputas una depuración que supera a la previa, y poner en duda esa inercia ascendente significaría cuestionar su valía misma como escritor. La novedad como sinónimo de triunfo incuestionable, ante el cual los textos previos quedan reducidos al estatus de antecedentes con fecha de caducidad. La muerte de José Emilio, en tantos sentidos lamentable, nos dejaría siquiera el consuelo de poder identificar, sin enmiendas a futuro, cada última versión de cada texto como la definitiva y la mejor. No parece sin embargo que esta última perspectiva, amparada en triunfadoras certidumbres de infalibilidad, resulte la más apropiada para aproximarse al trabajo de un autor tan sensible al deterioro y a la pérdida, tan ajeno y aun contrario a la idea de progreso, tan escéptico (desde su irredenta esperanza) cuando se trata de contrastar presente y pasado, tan consagrado a detallar la cuenta de los prodigios del ayer distorsionados y pervertidos por el ahora, tan manifiestamente pesimista a la hora de referirse al futuro. Más allá de semejante dicotomía, la obra de Pacheco demanda del lector erudito una disposición tan dúctil y tan generosa como la que presidió su escritura: en medio del tumulto de versiones convertidas en originales por la publicación (pero que no lo son jamás en estrictos términos de escritura), de versiones infatigable y sucesivamente corregidas después de publicadas, y de versiones que sólo el deceso del escritor pudo fijar como finales, el

estudioso ha de realizar su propia selección personal, eligiendo la primera versión de aquel poema, la quinta versión de este otro, la penúltima versión del cuento de más acá. Mientras al lado suyo, hombro con hombro, seguirá renovándose inagotablemente el devoto lector no erudito; ese que ingresa recién en la obra de José Emilio, o que sigue transitando gozosamente por ella luego de muchos años, despreocupado de cuál es la versión que acaba de llegar a sus manos, y a quien nadie tendrá derecho de venir a decirle que está leyendo la versión equivocada. Y por supuesto, en medio de este móvil diálogo de fugacidades, tenemos al propio José Emilio, entreabriendo generosamente para nosotros su taller de escritor, permitiéndonos asomarnos —si así lo queremos— al rastro de sus elecciones, compartiéndolas o no, contrastándolas con las nuestras (las que hubiéramos hecho, las que nos hubiera gustado que hiciera, las que hubiéramos agradecido que se ahorrara). Pero sobre todo, remitiéndonos a esenciales potestades y complicidades, establecidas desde siempre entre todo aquel que escribe (corrija o no después de publicar) y todo aquel que lo lee: la eternidad irrepetible — la irrepetibilidad eterna— que es leer, que es mirar, que es vivir. Cada lectura, cada mirada, cada vivencia, es única, irrepetible, nueva. Y sin embargo se vale repetir, corregir, enmendar. Se vale volver. Otros siempre. Y sin embargo, siempre también los mismos.

1 Pacheco, José Emilio. Contraelegía. De Irás y no volverás. En Tarde o temprano [poemas 19582009]. Fondo de Cultura Económica. México, 2009. 4a edición. 2 Pacheco, José Emilio.Tarde o temprano… 2000. 3era edición.

Presencia Por José Emilo Pacheco [30 de junio de 1939-26 de enero de 2014] ¿Qué va a quedar de mí cuando me muera sino esta llave ilesa de agonía, estas pocas palabras con que el día dejó cenizas de su sombra fiera? ¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera esa daga final? Acaso mía será la noche fúnebre y vacía que vuelva a ser de pronto primavera. No quedará el trabajo, ni la pena de creer y de amar. El tiempo abierto, semejante a los mares y al desierto, ha de borrar de la confusa arena todo lo que me salva o encadena. Más si alguien vive yo estaré despierto.


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Literatura

LA GUALDRA NO. 416

/// Armando Ramírez. Ilustración: Rik Camacho.

6 Por Víctor del Real El camarógrafo me dio la voz de empezar a hablar, no sé muy bien qué dije de la historia de la fábrica de textiles y de la colonia Obrera, de los trabajadores y trabajadoras textiles, de los cabarets, de la calle Bolívar, no sé por qué recordé los grandes cabarets de la colonia Obrera. Armando Ramírez.

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omás pasando las doce, me aproximé a la silla donde daba “bola” Don Gumaro, porque yo sabía que ahí iba a encontrar a Armando Ramírez. El de sobra conocido por los maloras de la Colonia Tabacalera como “Chin-chin El Teporocho”, llegaba a esas horas con pasos de Don Chingón y ágilmente se trepaba al asiento de la bolería, aunque sus cacles no necesitaran brillo. Uyuyuy. Pero esto era parte de su rutina. Pasear por Reforma, pararse en la esquina de Lafragua un buen rato, leer los encabezados del Esto mientras echaba a retozar el ojo, le daba la sensación de poseer efectivamente al centro de la ciudad que tanto amó. Armando Ramírez: escritor, novelista, periodista, cronista y promotor cultural, era un meteoro en la tertulia que se armaba después de las 5 de la tarde en la Librería Reforma — frente a la entrada principal del periódico Excélsior—, cuyos convocantes involuntarios eran el poeta andaluz Juanito Cervera y el sabio, historiador y poeta Xorge del Campo. Era un ambiente idóneo donde Armando echaba al sartén enormes chorizos de su verbo acá. Caray, qué diversidad de rollos: él repasaba la obra de Federico Gamboa, Artemio Del ValleArizpe y Salvador Novo de seguidilla, sin tropezar, de un solo respiro. Su universo de narrador del barrio producía un exótico platillo salpicado con lenguaje tradicional y culto, y con ribetes de caló; de vez en vez se daba sus licencias, sobre todo cuando nos acribillaba con una lluvia de albures de gran calado, de tres bandas, nomás para agitar las exclamaciones del “respetable”.

/// Armando Ramírez, verbo acá. 1972.

Armando Ramírez: ¿Qué tanto es tantito?

Armando cargaba en su bolsa un montón de historias, chismes, y episodios del boxeo, la farándula y el bajo mundo. Por ello, no es nomás por decir, era considerado un personaje indispensable de la vida de una enorme ciudad que se perdía con pasos acelerados en el resumidero, acosada por los tambores guerreros del moderno urbanismo depredador. Encontrarse con él era una albricia a todo dar para la gente absorta, depresiva y triste, que luego no encontraba con qué responder a una realidad inclemente. Sabía decirle con paciencia: “Usté nomás pique, lique y califique”. Armando era un cronista simpático, un hermano de confianza al que se podía recurrir para obtener una respuesta rápida de un tema menudo; era un costal de mañas histriónicas, de chistes buenos diseñados en un tris, un alquimista del albur y un poseedor de chorros de sencillez y humanidad. Uyuyuy. Como narrador tenía mucho orgullo y no se iba por las ramas: “No me interesa tener el respeto de la clase media, de la universidad o las sociedades culturales, nunca tuve una beca ni me he acercado a los grandes gurús para que me palmeen la espalda”. Sopas. *

Ese día, en la bolería de Don Guma, se cumplían cuatro del terremoto destructivo del 19 de septiembre de 1985. La gente aún transitaba por las banquetas con miedo a las réplicas y con frecuencia volteaba hacia arriba. Yo tenía el compromiso de recoger a Armando para irnos al último cuadrante del barrio de Tepito, allá por Carranza, Tenochtitlan y Aztecas, donde pasó casi toda su vida, y entregar los

trebejos que habíamos reunido en la tertulia para repartirlos entre la gente que se quedó sin nada. Después, habría que ir al barrio de San Camilito, atrás del Mercado de Garibaldi, para ver qué había pasado con nuestro ídolo Don Luis Villanueva, alias “Kid Azteca”. Partimos en su viejo vochito naranja modelo Malena, repleto de bártulos de cocina, entre las calles polvosas de una ciudad que aún vivía confundida en el desastre. Armando había participado en el movimiento del 68, fue aguerrido activista y agitador de la Voca 7, situada en Tlatelolco, y sabía mucho de los movimientos y demandas populares. Un día me dijo: “Soy hijo de la educación pública, aprendí a leer en los Libros de Texto Gratuitos y me alimentaron los desayunos escolares”. A pesar de ser nativo de Tepito no era bueno para el “trompo”, pero no le sacaba al encontronazo. “Nací donde está la Plaza de Fray Bartolomé de las Casas, en el 11, ahí no hay para donde hacerse”. Me sentí seguro con él a la hora de entrar en los pasillos laberínticos de tres vecindades. Ahí habló con soltura y energía a los vecinos y los instruyó acerca del reparto de las cosas, preguntó por las familias y sus hijos, y les recomendó que no cayeran en el agandalle ni en la rapiña. Era un auténtico líder. Uyuyuy. Después, de una puerta estrecha, en una vecindad que milagrosamente no perdió la compostura, me refiero a San Camilito, salió a recibirnos el “Kid”, ¡Don Luisito!, con su camisa perfectamente planchada y tirantes. Siempre pulcro y muy dandi, de chanclitas de charol y pantalón negro con una tirilla de seda en los costados. Si usted lo hubiera visto: “Kid Azteca” no era exactamente un galán, pero sí un caba-

llero senil que inclinaba gentilmente la cabeza ante el paso y la fragancia exuberante de una joven beldad. Y nos dijo con una voz casi gangosa, de ultratumba, procedente de su nariz rota y desfigurada, consumida por millares de golpes: “Por mí no se preocupen, chamacos. Estoy muy bien. Gracias por las cosas, pero las regalaré más adelante a la gente que las necesite”. *

¿Por qué escribo esto? Porque mi carnal Armando Ramírez —valedor, barrio, banda— se nos adelantó en julio del 2019 y yo no había escrito algo acerca de él. Pero en estas cosas no hay plazos fatales. Tengo que comentar lo mucho que él me alimentó cultural y espiritualmente, con las novelas de librerías de viejo que me invitó a leer (rescato la lista: Moravia, Lovecraft, Marechal, Musil, Istrati, Arlt, Koestler). Lo recuerdo por sus reclamos airados en contra de los grupos de millenials que hablan de la ciudad sin conocerla “y nomás vienen al centro a ponerse hasta atrás y vomitarlo”, y por sus sabrosas charlas pletóricas de personajes bizarros. Pero sobre todo, por sus imágenes del 68, cuando corría apenas un pelito adelante del macanazo traidor. Él lo decía muy bien: “Un buen tepiteño sabe vivir del verbo”. Armando, orgullo del barrio, murió muy pobre. No tuvo dinero para una operación delicada. Falleció ante la presencia de sus hijos que lo amaban y admiraban. Se nos fue sin un diez en el bolsillo, pero nos dejó sus novelas y sus reportajes, testimonios de su divertida estancia en esta canica. Uyuyuy.


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Desayuno en Tiffany’s, mon ku

6 Por Carlos Belmonte

Grey

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n esta ocasión queremos aprovechar el espacio para hacerles llegar una convocatoria a publicación en la revista Iberic@l de la Universidad Sorbona. Se trata de un dossier intitulado “Prensa y cultura audiovisual en Iberoamérica”. Esta propuesta es la continuación de los trabajos de investigación realizados por Evelyne Coutel en torno a la figura de la mujer vamp en la prensa cinematográfica española y también de quien esto escribe sobre la formación de estereotipos nacionales en el cine de la revolución mexicana. El objetivo científico de este dossier monográfico consiste en estudiar los diferentes roles que puede tener la prensa ante la cultura audiovisual vista desde diversas facetas (realización, producción, recepción) y desde diferentes dispositivos (ficción, documental, series de televisión, etc.). Si la prensa es continuamente utilizada como una fuente secundaria y puntual en los trabajos de investigación que abordan el cine y/o la televisión, aquí se busca considerarla como una fuente principal e indispensable para la creación de una “cultura audiovisual”, un concepto que muestra que las producciones no se limitan al espacio-tiempo de una proyección o de un visionaje, sino que dan cabida a un conjunto de discursos y de prácticas que las extienden y enriquecen. Tanto para la prensa escrita como para la digital, las fuentes utilizadas no están limitadas a las revistas especializadas, sino que se podrá

6 Por Edgar Khonde

audiovisuales son retomadas por los periódicos y las revistas online? ¿Cómo se posiciona la prensa ante el fenómeno de los binge-watching (los atracones) favorecido por la expansión de las plataformas de internet? ¿Acaso esta prensa se alinea a estas prácticas publicando compulsivamente comentarios en tiempo real? ¿Consigue seleccionar las producciones entre la masiva oferta? - La prensa y la posteridad de las obras: según su posicionamiento frente a las producciones audiovisuales (diatriba/elogio; consagración/condenación) los periodistas y las revistas pueden determinar la posteridad de las obras y de los autores (elevación al rango de piezas de culto, obras maestras, monumentos nacionales o, al contrario, relegarlas al olvido, etc.). - La creación de una prensa escrita “literaria” y “artística” alimentada por la cultura audiovisual. - Prensa escrita y participación de los públicos (correo de los lectores, presentaciones en festivales…). Este dossier Monográfico está coordina-

Un bote rracharse sobre el canal y tratar de detener en un instante toda la belleza (o sus fantasmas al menos). Un bote salvavidas como tu vientre en el cual me contengo y me salvo, y me salvo y me silencio y te descifro antes de que Caronte me eche por la borda. Un

bote salvavidas como tu aroma y tu ofrecerme tu boca y luego continuar la charla toda la puta vida hasta que parezcamos huesos. Hasta que perezcamos y nos olviden y nos descubran fósiles de un mundo antiguo que nadie cree ni imagina. Entonces todo eso.

do por: Evelyne Coutel (ENS de Lyon, IHRIM) y Carlos Belmonte Grey (Université d’Évry, SLAM- UdeG). Idiomas de publicación: francés y español.

Fechas importantes: - Recepción de artículos: 5 diciembre-15 de febrero 2020. - Comunicación de las evaluaciones: 15 de marzo 2020. - Publicación: mayo-junio 2020. - Las contribuciones serán evaluadas por pares-ciegos y deberán respetar las normas tipográficas: http://iberical.paris-sorbonne.fr/paged-exemple/normes-de-publication/ Contactos para el envío: Evelyne Coutel: evelyne.coutel@ ens-lyon.fr Carlos Belmonte Grey: carlos.belmontegrey@univ-evry.fr http://iberical.paris-sorbonne.fr/ appel-a-articles/

Toda tú un continente y un universo. Las palabras que nos dijimos cuando en silencio y en la oscuridad nuestras orografías se sabían y pensábamos que éramos tan eternos que nunca se nos acabaría la vida. Eso somos: eternos. Eres eterna desde que abriste los ojos y miraste la luz y la nada. Yo soy eterno desde que me amaste y articulaste mi nombre. Mi nombre que suena a dinamita en tu lengua. Tu nombre que suena a explosión atómica en la mía. Un bote salvavidas como tu boca.

/// Paul Gauguin. ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?, 1897, Museo de Bellas Artes (Boston), Boston, MA, USA

Río de Palabras

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n bote salvavidas como tu boca, como los sonidos que reptan hacia el piso de arriba en busca de participar en los fragmentos de la novela que se construye cada noche en la tibia cama de este semidesierto que es tu casa, de estas escaleras tan obstáculo, de estas paredes blancas y tus lágrimas. Un bote salvavidas como tus muslos, como tus caderas que explotan entre mis manos y su vaivén que anuncia una lluvia de palabras tronantes, relámpagos que atizan en la tierra seca y tu cara, y tus labios ceñidos a mi espalda, a mis piernas, a mi pecho, a mi cuello. Y labios de narración donde hay un bosque conquistado por versos de poetas ciegos, poetas que cansinos arrastran en un idioma casi extinto terribles soledades e inoperantes estrofas. Un bote arrebolado que en el sol se vuelve histeria e inunda con su enrojecimiento mi piel que una vez te tocó y te supo, mapa y geografía de un discurso de un libro que ordena la vida y sus muertes. Un bote largo, canción de trovadores del sur de tu patria, un bote tan largo océano salvaje que traes con tus corrientes monstruos pintados por Paul Gauguin que en Panamá se cruzó con Hunter S. Thompson para embo-

integrar también la prensa generalista que de cierta manera ofrece espacios a las producciones audiovisuales (reseñas de películas o series, entrevistas a la gente que interviene en los procesos de realización, etc.). Las proposiciones se centrarán en la zona iberoamericana y podrán abarcar el periodo de fines del siglo XIX hasta nuestros días. Se pueden proponer documentos desde una variedad de acercamientos, dependiendo de las épocas y las características de las publicaciones. De manera no exhaustiva se enlistan algunas pistas: - Prensa, educación del gusto y de los públicos: cómo la prensa busca construir la recepción de las producciones audiovisuales invitando al público a realizar el filtro y a adoptar una forma específica de lectura o, por el contrario, guiándole hacia producciones discutibles. - La crítica profesional: estrategias de diferenciación ante el tele-espectador común, evolución de su estatuto a lo largo del tiempo. - La prensa y la cultura audiovisual en la era digital. ¿De qué manera las producciones

Cine

Invitación a participar en la revista Iberic@l: Prensa y cultura audiovisual


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LA GUALDRA NO. 416 // 20 DE ENERO DE 2020

Río de Palabras

Cine

El Faro [The Lighthouse], de Robert Eggers 6 Por Adolfo Núñez J.

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s Nueva Inglaterra a finales del siglo XIX. En una isla en medio de la nada, Thomas Wake (Willem Dafoe) es relegado a pasar cuatro semanas entre aguas tormentosas y una intensa neblina, en compañía de Ephraim Winslow (Robert Pattinson), su nuevo subordinado. Ambos deben vigilar y mantener en constante funcionamiento un faro, cuya intensa luz y ronco sonido de alarma guía a los marineros en sus largos viajes y los aleja de la perdición en el mar. En el día, Ephraim se encarga de las labores manuales más complicadas como operar la maquinaria del faro, hacer la limpieza de la cabaña que ambos habitan y recolectar leña y carbón, al mismo tiempo que es criticado y agredido verbalmente por su superior quien cada noche y como única labor, vigila la luz del faro la cual considera exclusiva y cuyo acceso está prohibido para su compañero. Al pasar el tiempo, sin comida y ningún líquido salvo alcohol en enormes cantidades, la fricción, los problemas y el resentimiento entre los dos hombres se comienzan a agudizar. Al encontrarse atrapados en dicho lugar indefinidamente debido a una tormenta, ambos deberán adaptarse y encontrar los medios para sobrevivir, antes de que la ausencia de una ruta en medio de la oscuridad les haga perder la cordura y la noción de lo que es real. Con The Lighthouse (2019) el segundo largometraje de Robert Eggers, el director crea una experiencia inmersiva, visceral y asfixiante en medio del aislamiento y la soledad de dos personajes, cuya percepción de lo que los rodea se va volviendo cada vez más difusa y en donde la luz se vuelve la única vía de salvación. Filmada en un impresionante blanco y negro, la cin-

6 Por Pilar Alba

A

todos cuando éramos niños alguna vez nos asustaron con la historia de la semilla de frijol, ese cuento que nuestros padres utilizaban como medida preventiva para que no introdujéramos ni por la nariz ni por los oídos semillas o cualquier otro objeto como producto de nuestro aburrimiento, travesura o ganas de llevarle la contraria al mundo. Yo siempre tuve miedo de todo, me creía esa y tantas otras historias que me contaban. Me volví tan cuidadosa que

/// The Lighthouse, una película de Robert Eggers.

ta está fundamentada en la paranoia y las obsesiones de cada uno de los protagonistas, y que desciende hacia un infierno de locura que vuelve de la realidad un espejismo lleno de contornos y posibilidades, donde hay más interrogantes que respuestas. Al igual que en la perturbadora The Witch (2016) -su ópera prima-, Eggers se documenta sobre los mitos y creencias de tiempos pasados, en este caso enfocándose en la mitología marítima y las leyendas del mar, al mismo tiempo que incorpora el viejo slang y el lenguaje de los marineros de aquella época. En el intenso diálogo entre ambos personajes, el realizador recupera una serie de influencias literarias como Herman Melville, abriéndose paso en-

tre H.P. Lovecraft y Edgar Allan Poe, al mismo tiempo que señala la dualidad y el contraste entre diversas temáticas, tales como realidad y fantasía, conocimiento e ignorancia, así como lo explicable frente a lo sobrenatural. En una puesta en escena claramente expresionista, Eggers logra abordar estas temáticas gracias al desempeño de ambos intérpretes, quienes en pleno estado de gracia y con gran intensidad, logran retratar la violenta camaradería y las rivalidades masculinas que se encuentran en un lugar infernal que ha perdido todo contacto con la civilización, y donde, en medio de una siniestra e hipnótica danza se escucha el latido del faro impulsado por barras de hierro, mientras que desde

Árbol

no comía frijoles aunque estuvieran cocidos. Más vale prevenir que lamentar, era mi consigna de siempre. Cuando me enteré de que tendría un hijo fui muy feliz, tal vez no era una semilla de frijol, pero otra semilla de repente

empezó a crecerme dentro. Al contrario de lo que desean otras mujeres, yo no quería que mi embarazo concluyera, me gustaba mucho saber que tenía dentro algo que solo era mío, que me pertenecía. Fue hasta que nació y fue

la inmensidad del mar llegan chillidos de sirenas que, junto con la música de Mark Korven, amplifican la inquietante atmósfera del filme. En esencia, la importancia de The Lighthouse radica en su habilidad para representar necesidades e instintos esenciales, y lo que ocurre en la psique de una persona cuando un componente elemental de éstos es removido. Es un relato perturbador, húmedo e incómodo sobre la búsqueda de certezas en medio de un paisaje natural, hostil y sombrío, cuya incomunicación crea visiones angustiosas que amplifican el deseo de poseer esa luz salvadora, aún y cuando como Prometeo al robar el fuego de los dioses, el castigo final sea la condena eterna.

creciendo que me di cuenta que ese niño no era completamente mío. Luego recordé la historia y fue de ahí que me vino la idea: le pedí a mi hijo que se comiera una semilla de frijol. Desde entonces le crece un árbol dentro. En invierno le podo sus ramas y florece en cada primavera, es una situación alegre, al ser un árbol nunca lo dejarán abandonarme sus fuertes y profundas raíces. Aunque últimamente me tiene un poco preocupada, porque a pesar de que no se mueve, han venido a anidar un montón de pájaros rebeldes a su cabeza.


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