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El dinosaurio glotón Por Edgar Khonde Exorcismos Por Bernardo Araujo Se escribe Por Pilar Alba
El dinosaurio glotón
Río de Palabras
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6 Por Edgar Khonde H ace muchos años, como siempre pasa deben haber años de distancia para construir una buena historia, o al menos intentarlo, había un dinosaurio (muchos años era poco, tendríamos que decir siglos o cientos de miles o incluso millones de años) glotón. No tenía mayor gracia el animalote, solo comía, era su único fin, su único discurso y habilidad. Comía todo lo que se le atravesaba: piedras, hojas, otros dinosaurios. Y esto último representaba un problema porque no podía hacer amigos sin zampárselos. Él se daba cuenta de ello, no crean que no. Al principio se engañaba diciéndose que la soledad le sentaba de maravilla, pero luego tuvo que reconocer que mentía. Se sentía solo y eso cada vez le pesaba más. Tenía que encontrar una forma de luchar contra su apetito, su eterno tener hambre. Ya había probado beber millones de toneladas de agua para saciarse pero no le funcionó. Era capaz de comer durante las 24 horas del día sin sentirse lleno; solo durante los periodos de sueño podía detenerse. Entonces tomó una decisión: se comería una montaña y se bebería el agua del mar. Comenzó un día a hacerlo y tardó alrededor de un año. Se había bebido el agua de todo el planeta y podía seguir caminando y comiendo. Luego de eso se cargó un par de montañas en apenas una semana. Se le ocurrió que a ese paso podía tragarse el mundo y se lo puso como objetivo. Y miren, si no hubiera sido por los malditos meteoritos que chocaron contra la Tierra y acabaron los dinosaurios, el dino glotón habría exterminado el globo. Ya nadie lo recuerda pero justo cuando otros dinos habían conspirado para asesinar al glotón, vieron una gran luz en el cielo. Sintieron el estruendo del impacto y los terremotos causados. El dino apenas se enteró, pero como el meteoro había caído a pocos kilómetros de distancia, acudió al suceso y comenzó a comer esa mezcla de rocas ardientes y metales. Era la primera vez que probaba ese sabor espacial y le maravilló. Una roca afilada lo pinchó y le sacó toda el agua que tenía guardada. El dino glotón terminó por ahogarse y con el transcurso de los siglos de deshacerse y convertirse en bacterias, microbios y otras cosas. En esta historia no hay moraleja, lo único que debemos aprender es a no acabar de comernos la Tierra porque es el único lugar que tenemos; a menos que conquistemos otros planetas y luchemos contra los marcianos. Para eso sí, nos serviría tener al dino glotón de vuelta. /// Un día como hoy 4 de febrero, pero de 1902, nació el fotógrafo mexicano Manuel Álvarez Bravo. Con esta obra de su autoría lo recordamos en La Gualdra. Ángel del temblor, 1957. 6 Por Bernardo Araujo Te voy a dar palabras para que no lastime demasiado el arrebato del confort. Palabras cuando duermas sobre la densa niebla y las baldosas. Te voy a dar palabras cuando las punzantes costuras de esta realidad te hagan cosquillas. Quiero que abras los ojos y la primera palabra que conozcas se llame: libertad, sonrisa, descentralización, libre albedrío, sonido movimiento, sublimación de Eros, bosquejo, desvarío, indagación o intento. Palabras cuando llores o para que lo hagas, para que nunca olvides. “Olvido es un voluble malestar que apaciguan los años” -eso dice tu abueloY cuando no nos basten las palabras ni el levitar del viento, los gatos, ni los mares, ni el ajedrez ocioso de los días, ni el árbol ni el cordón, ni los colores ralos, ni si quiera el mirarnos. Entonces: brizna de mis capullos, sangre de mi dolor y los espasmos, pedazo memorable de mi fragilidad. Para la mordaz noche para los días idiotas
tendremos a Beethoven. *Del libro Pasaba por aquí. 6 Por Pilar Alba A lgunas veces se escribe para no decir el nombre de todos los amores que se han perdido. Para ocultar los más penosos secretos. Se escribe para no contar la vida, para inventarse una nueva, distinta, menos dura, menos triste, menos ajetreada. Cuando uno pone en la pantalla: era un día en el que todo estaba perfecto, donde se respiraban la paz, la concordia, en el que el alma se recreaba con los colores del amanecer... lo hace para no decir que estuvo todo el día acostado, esperando un evento extraordinario que lo sacara de la monotonía, revisando constantemente el celular, sintiéndose cada vez más miserable, cada vez más solo, mientras el dedo se deslizaba una y otra vez por la pantalla. Para eso se escribe, creo yo: para maquillar el rostro gris de la vida, la falta de sueños, la desesperanza en el futuro. Se escribe, escribimos, para eso, para hacer de estos unos mejores tiempos, para que alguien se interese por leernos, para creer que es posible el amor único, permanente, verdadero; o dígame señorita, ¿a usted le gustaría leer historias de amor tristes? Exorcismos *