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Cuerpo y una constelación relacional, performance de Fernanda Mauricio
Performance
Cuerpo y una constelación relacional, performance de Fernanda Mauricio
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6 Por Rodrigo Díaz Flores E n un espacio íntimo y hogareño, mujeres se han reunido a tejer. Cada una atraviesa un duelo amoroso. Están ahí para acompañarse las unas a las otras dándole cuerpo a sus vivencias a través de hilos de estambre, tejiendo dolores, pero también sanación. Las mujeres no están solas cuando se dan cuenta de que se tienen a sí mismas. El espacio es exclusivo para ellas. Incomoda pensar lo revolucionario y necesario que sigue siendo la creación de espacios de sororidad en pleno siglo XXI.
¿Por qué bordar? La beneficiaria de la beca para creadores PECDAZ, Fernanda Mauricio, coordinadora de este proyecto, se asombra cuando una amiga de toda la vida le cuenta cosas sobre su duelo que nunca le había contado. Los ojos concentrados en el estambre y la aguja potencian un ambiente donde la mirada directa a los ojos no se inmiscuye intimidante para moderar las confesiones difíciles. Estar hablando sin necesariamente mirarse es uno de los puntos vertebradores del ejercicio terapéutico.
Todas han bordado estrellas, con las que se construyó una constelación que levita entre los pilares del patio interior de la Ciudadela del Arte para la realización de la instalación/performance “Cuerpo”, obra que Fernanda ha diseñado a modo de ritual catártico para lidiar con la pérdida de una pareja. En total son treinta y tres estrellas, número de estaciones del año que pasaron juntos. En algunos de estos astros hay mensajes de despedida y amor escritos por sus creadoras, palabras reales que quizá nunca le dijeron a quien amaron pero que manifestaron la necesidad de ser dichas al universo. De cada estrella, confeccionada por sororidad y manos dolientes, emanan hilos que se unen en el centro del espacio.
Fernanda, iluminada por luces magenta y violeta, entra con un vestido transparente hecho de velo de novia. Con una aguja sujeta los hilos de las estrellas a su vestido, como confeccionando la melancolía de un
matrimonio soñado con la sustancia de un dolor común de otras mujeres. La acción se constituye de lo que le duele a más de una. Cuando termina, comienza a quitarse el vestido, dejándolo suspendido, sujetado por los hilos de estambre, a modo de atavismo fantasmagórico y translúcido de aquello de lo que se despide de una vez por todas. Se sale casi desnuda de escena.
La obra tiene escrito sobre el suelo un texto que se repartió en el público. Uno de los párrafos apunta hacia la constitución de la identidad del amante en función del amado, ser en relación al otro:
“¿Quién soy yo sino yo misma y estas treinta y tres estrellas sobre las que orbito? Las he tejido con mis propias manos, con hilos hechos de vida y cuerpo, de la sustancia que ha brotado tanto de mí como de ti. Las he constituido en cada punzada y, sin embargo, al mismo tiempo, me constituyen. ¿Quién soy yo sino yo misma y estos treinta y tres frutos de mi vientre?”
De tal manera que los hilos, relacionados todos entre sí, señalan la relevancia que tienen como suma de experiencias en la conformación de la identidad, ya no sólo unidireccionalmente sino en ambos sentidos: lo que vivo está hecho de mí y al mismo tiempo yo estoy hecho de lo que vivo. Doy vida a lo que he parido y lo que he parido me da vida.
El texto finaliza: “Dejo este velo y este cuerpo, me desprendo y mientras lo veo estático, pendiendo en el aire resistente a su exterminio, libero las ataduras de ser en relación a ti. No obstante, reconozco sin pesar que sigue sin ser ajeno. ¿Por qué dejar de ser cuando puedo ser la anterior y la siguiente?”. La separación de quien Fernanda ha sido no supone una renuncia absoluta, el duelo no es un disfraz que sea reemplazado por otro, por eso no hay segundo vestido en el performance. Desprenderse no es evasión ni renuncia, es una reconciliación con quien se ha sido y su constante presencia en lo que seremos.
*Fotografías de Rodrigo Díaz Flores.