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Desayuno en Tiffany’s, mon ku

Desayuno en Tiffany’s, mon ku He perdido mi cuerpo, y la mano en París

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Cine

/// He perdido mi cuerpo, de Clapin.

t Por Carlos Belmonte Grey

Tener un largometraje cuyo personaje central es una mano es algo poco común, y lo es todavía menos si el largometraje es un dibujo animado, y aún menos común es que la mano y el dibujo animado sean una pieza realizada para adultos dentro de una ola de creadores que están buscando revalorar el ejercicio de la realización cinematográfica para superar el estigma de que el cine animado es para niños y puramente cuestión de técnica. Estamos hablando del filme realizado por Jérémy Clapin, J’ai perdu mon corps (He perdido mi cuerpo) en 2019. En la 25 ceremonia de los premios de /// Fotograma de He perdido mi cuerpo, de Clapin.

la Academia de los Lumières de la Prensa Internacional, J’ai perdu mon corps estuvo nominada en tres categorías: Mejor Filme de Animación, Mejor Dirección y Mejor Música. Se llevó mejor dibujo animado. Pero además estuvo en competencia por el Oscar a Mejor animación. Clapin fue efusivo al señalar la importancia de la difusión que tiene ahora su obra en las academias:

“Quiero insistir sobre una cosa, en que un filme de animación esté nominado en 3 categorías, mejor filme de animación, de dirección y música, porque es muy raro; es algo para hacerlo notar. Vemos ahora que es posible considerar un filme fuera de su técnica, un filme de la animación. Yo espero que la mirada sobre los filmes de animación va a cambiar, sobre la animación para adultos, y que podremos tener más y más filmes considerados por la gente del cine”.

He perdido mi cuerpo es la historia de una mano que busca a su cuerpo por la ciudad de París. Y como toda carne se puede convertir en alimento para anima les o bien correr los mismos riesgos de cualquier animal en una gran ciudad. Pero no es solo un acto de fantasmagoría esta mano sola, sino una metáfora de amor, romanticismo y orfandad. La dirección de Clapin creó de ella un personaje encuadrado a manera de un plano detalle que encierra la mirada del espectador en el tacto de ella y en el so nido de sus dedos. Luego, abre su historia al mismo tiempo que abre los planos y nos deja respirar alegrándonos con la vida cotidiana de dos jóvenes enamorados.

La película, que además estuvo en el festival de Cannes 2019 y se llevó el Premio de la Semana de Crítica, ha sido recientemente comprada por Netflix, así que cualquier persona tiene la oportuni dad de verla. Como sea que vayan siendo las cosas de la industria cinematográfica, Netflix no es solo una bestia avasallante, sino que también facilita el acceso a artís ticas producciones.

Nunca he necesitado ser feliz para coger un libro

t Por Edgar Khonde

Recuerdo cuando caminaba del metro a casa a través de Iztapalapa. No tenía miedo, pero tampoco iba confiado. Observaba lo que ocurría a mi alrededor y medía cada paso y cada calle para estar seguro de la inminencia de la llegada a mi hogar. Subía luego las escaleras hasta el apartamento y encontraba en la oscuridad y el silencio la calma que requería. No es que sea una persona intranquila, puedo conservarme sereno ante circunstancias álgidas y peligrosas. Pero creo que el re poso y el sosiego son un estado óptimo para tomar elecciones. Para coger un libro, abrirlo y leerlo, no necesito estar feliz; para elegir un vino o un postre no necesito sonreír; para des colgar el teléfono y hablarle a ella y saber cómo está y qué ha comido, no requiero de la euforia. No lo he descubierto hoy, me di cuenta desde hace más de veinte años. Me percaté de que no necesitaba la felici dad en la vida: no necesitaba alcanzarla, acogerla, buscarla. Supongo que eso ha sido una solución a problemas en lo que no me he metido. Nunca le he prometido a nadie que seremos felices para siempre o que ella es mi felicidad. Se puede en tender entonces que tampoco le delego a otra persona mi au sencia y carencia de ambición respecto a ese estado de ánimo que prima la entera satisfacción por sobre otros discursos y re latos. Ahora escribo este texto desde un restaurante donde todas las mesas, a excepción de la mía, tienen más de dos co mensales. Yo no río ni sonrío, estoy concentrado, me siento en calma. En las otras mesas hay risas y palabras. Yo estoy en silencio, pero atento a lo que sucede en este lugar. No estoy feliz ni triste ni enojado. Mi estado de ánimo podría describirse como escritural. Soy un relojero adentro del reloj. ¿Preferiría que estuviera ella conmigo en vez de estar redactando? Sí, por supuesto. No sería feliz con su presencia porque como lo he dicho, la felicidad no me interesa. Si la tuviera enfrente, estaría embe lesado, como anoche que no quería dejar de mirarla mien tras compartíamos una botella de vino. Cuando salimos de aquel bar caminamos juntxs y abrazados y eso me gustaba y me transmitía tranquilidad sin dejar el factor sexual y amoroso fuera de la ecuación. No puedo imaginarme mi com portamiento si fuera feliz la totalidad del tiempo. ¿Podría ese motivo convertirme en un mejor humano? Se supone que sí. Hoy no lo voy a averiguar. Terminaré este texto, se lo en viaré a la editora y aparecerá publicado un lunes. Solo el lector podrá dictaminar si el texto fue escrito por un escri tor feliz o uno completamente desgraciado.

Río de palabras

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