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Primero aprendan

6 Por Alfonso López Monreal

A ti, contorno de la gracia humana, recta, curva, bailable geometría, delirante en la luz, caligrafía que diluye la niebla más liviana. A ti, sumisa cuanto más tirana, misteriosa de flor y astronomía, imprescindible al sueño y la poesía, urgente al curso que tu ley dimana. A ti, bella expresión de lo distinto, complejidad, araña, laberinto donde se mueve presa la figura. El infinito azul es tu palacio. Te canta el punto ardiendo en el espacio. A ti, andamio y sostén de la pintura.

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[Rafael Alberti]

¿Q ué está pasando con nosotros? ¿Por qué somos presa fácil de tanta superficialidad y mentira mediática? Lo creemos todo y nadie parece ya preocupado por reconsiderar cuál es el papel del aprendizaje ni la idoneidad o utilidad de los textos teóricos. El repudio inicial de las vanguardias a la academia parece justificar por extensión el desprecio a toda la enseñanza.

En años recientes he sido invitado varias veces a dar cursos en el Taller de Gráfica del Museo Felguérez, con alumnos que vienen de todas las latitudes, rincones de nuestro país y uno que otro extranjero; los cursos duran de dos a tres semanas y son, hasta cierto punto, intensivos.

Mis palabras de bienvenida siempre son las mismas: Yo no vendo este curso como se venden los productos en los medios, yo no voy a decir que van a aprender inglés en dos semanas, que si se lavan el pelo con X jabón les va a salir el pelo o que van a perder siete o más kilos en diez días si se untan determinada crema, etcétera (por cierto, creo que todos estos productos, junto con los leedores del futuro que se han cansado de ganar dinero a expensas de nuestra inocencia o ignorancia, deberían de prohibirse, o cuando menos, controlarse rígidamente).

Dos o tres semanas nos darán solo la oportunidad de constatar el alto grado de dificultad que se tiene para dominar una técnica o profesión; si acaso se les darán los medios y el camino correcto que hay que recorrer para enfrentar la verdadera autenticidad, y poder tener una idea de los procesos.

Busco dejar claro, por encima de todo, que la falta de autocrítica lleva sistemáticamente a aceptar cualquier producción; aquella que se reconoce y vende como la única realidad posible. Desgraciadamente, muchos de nuestros artistas carecen precisamente de esa autocrítica; no creo necesario comprobarlo y menos dar nombres, pero sí creo que en mucho y en muchos se debe, además de la falta de una educación formal, a que no se conocen las más elementales reglas y conceptos del dibujo. Se les olvida que con unos medios tan elementales, como el carbón o el grafito, se han dilucidado los temas clave del arte, que el dibujo está íntimamente relacionado con la moral, la filosofía, el conocimiento científico, /// Julio Ruelas. La Crítica. Aguafuerte. 1906

las costumbres y el lenguaje.

En su tratado del dibujo, Juan José Gómez Molina nos dice cómo, a través de los trazos, podemos llegar a una formación sentimental del dibujante, a adquirir conceptos básicos en la teoría del arte, como son conocimiento y naturaleza, el concepto de la libertad, y elementos de reflexión importantísimos como son el percibir y describir.

Pero no quiero que pueda pensarse que todas estas reflexiones son solo para mis colegas, no: estas son perfectamente aplicables a nuestros profesionistas, técnicos, universitarios y políticos. Estos, a su vez, carecen (muchos de ellos, la mayoría, no todos) del más básico conocimiento de nuestra lengua; solo basta comparar un texto, edicto o discurso de un diputado del siglo XIX o principios del XX con uno contemporáneo; o bien los escritos de los antiguos maestros con los de los actuales... y ya no digamos de nuestros rectores o nuestros ex presidentes. Por increíble que pudiera parecernos, ahora que contamos con tanta tecnología, con tantos programas de corrección en nuestras computadoras, con áreas administrativas cada vez más grandes, con más especialidades, que nos dicen que nuestras escuelas cuentan cada vez con más presupuesto, instalaciones... la verdad, al menos para mí, es que nuestro discurso es cada vez más pobre y, peor, cada vez más vacío.

Lo más peligroso es hacer pensar a nuestros jóvenes y niños que todo lo pueden con solo apretar un botón; que la comprensión del mundo que los rodea va a llegarles por internet en un programa de dos semanas con facilidades de pago; o que si programan su “lap” tocarán como el mismísimo Chopin, o ya de “perdis” las rolas de Miguel Bosé.

Y, regresando a mis colegas, es igual o peor hacerles creer que una mañana pueden levantarse y decidir que son pintores, por lo general abstractos, y por lo regular muy antiacadémicos y vanguardistas; sin entender que es igual de malo o bueno un cuadro abstracto que un figurativo, dependiendo esto siempre de su valor intrínseco.

¿Qué nos pasa, pues? Que para todo debe tenerse una trayectoria, un conocimiento y el dominio de una técnica, cualquiera que esta última sea. Desgraciadamente en nuestro medio se nos acusa de elitistas por exigir excelencia. Yo jamás calificaría a un buen cirujano, a un buen maestro o a un buen ingeniero como elitista.

Estamos llenándoles los bolsillos de dinero a los que nos venden basura, sobras, desperdicios, desechos, escoria, cochambre, polución y chatarra; estamos produciendo al vapor miles de profesionistas inservibles, pero con título, y con esto haciendo millonarias a las llamadas universidades patito. Yo los invito a que primero aprendan a dibujar.

Arte

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