La Gualdra 423

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SUPLEMENTO CULTURAL

NO. 423 /// 17 DE MARZO DE 2020 /// AÑO 9

DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN

Julio Ruelas (1870-1907). Margarita, Mefistófeles y Fausto. 1905. Temple / cartón. Museo Francisco Goitia-INBAL- Secretaría de Cultura.

“La inspiración no es una causa, sino un resultado. La inspiración no es capaz de producir por sí sola, puesto que no es más que un efecto lenta y pacientemente generado”, diría Julio Ruelas a Tablada en 1897. Este artista zacatecano nacido en 1870 cumpliría 150 años el próximo 21 de junio, de ahí que la LXIII Legislatura del Estado de Zacatecas decretara el año 2020 como “Año de Julio Ruelas” el pasado 10 de marzo. Parte de la obra de Ruelas se encuentra en exhibición en el Museo Francisco Goitia, la imagen de esta portada integra su colección y es patrimonio cultural de los zacatecanos.


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LA GUALDRA NO. 423 /// 17 DE MARZO DE 2020 /// AÑO 9

La Gualdra No. 423

Editorial

La inspiración no es una causa, sino un resultado. La inspiración no es capaz de producir por sí sola, puesto que no es más que un efecto lenta y pacientemente generado”, diría Julio Ruelas a Tablada en 1897. Este artista zacatecano nacido en 1870 cumpliría 150 años el próximo 21 de junio, de ahí que la LXIII Legislatura del Estado de Zacatecas decretara el año 2020 como “Año de Julio Ruelas” el pasado 10 de marzo. Parte de la obra de Ruelas se encuentra en exhibición en el Museo Francisco Goitia; la imagen de esta portada integra su colección y es patrimonio cultural de los zacatecanos. Los diputados de la LXIII Legislatura del Estado de Zacatecas decidieron por unanimidad que Ruelas merece ser reconocido en su tierra. La verdad es que la obra de este artista, como la muchos otros nacidos aquí, tristemente es más valorada y conocida en otros lugares; nos sigue faltando informarnos y tener la disposición de visitar espacios como el museo anteriormente mencionado, en él se encuentra una muestra representativa de la obra realizada por artistas originarios del Estado, nacidos en el periodo comprendido por las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX. El hecho de que se haya distinguido de esta forma a un artista plástico de esta tierra de artistas migrantes le hace justicia no solo a un personaje, sino a todos los que como Ruelas han dedicado su vida al arte a costa de sacrificios, de mucho trabajo y de una ardua labor para que se les reconozca como profesionistas y no solo como aficionados. Además, quienes se dedican al arte contribuyen a que este sea un mundo diferente... mejor, más habitable, más bello, de más consciencia crítica; el arte puede ser una estrategia para muchas cosas, quizá una de las más significativas sea, como lo dijo en diciembre pasado el poeta Alberto Blanco: “el arte sirve para dignificar la vida”. Me llena de mucha satisfacción que finalmente se haya aprobado la iniciativa. Quienes leen La Gualdra saben que empecé con este empeño de que se impulsara y

aprobara desde hace años. Debo agradecer al diputado Raúl Ulloa Guzmán por su disposición para presentarla el 21 de enero; gracias a él y a todos quienes participaron en este dictamen y votación positivos. Lo formal ya está realizado. Ahora falta lo más emocionante y tal vez sea también lo más laborioso: divulgar la obra de este creador que amaba la belleza y de quien descubrí en las varias lecturas de mi investigación que era considerado, además de un gran artista, un hombre dedicado a disfrutar al máximo de los placeres de la vida, de ahí que fuera conocido por sus contemporáneos como un hombre de gran talento, pero además, distinguido por su proclividad al gozo en todos los sentidos. Casi estoy segura que Alejandro Nava, quien fundara en la década de los 80 el Taller de Pintura y Grabado Julio Ruelas, estaría feliz con este decreto; debo agradecer también, por su apoyo, a los artistas y gestores culturales que estuvieron presentes en el Congreso del Estado el día que se leyó la iniciativa, a Verónica G. Arredondo, Abel Lozano, Javier Cortez, Héctor Salazar, Charly Segura, Sergio Mayorga, Juan Carlos Villegas, Adrián Ruiz Esparza, Tere Chávez, Pinchi Necro, Sergio Salinas, Juan Chávez Concha, Eli Cuevas, Susana Salinas y César Encina. A principios de este año hablaba en este mismo espacio de la necesidad de hablar y actuar de manera positiva sobre los muchos valores que tiene nuestro Estado; que sea este decreto entonces el punto de partida para dar continuidad a esa primera intención de promover la obra de quienes todos los días se dedican al arte y a la belleza. Ojalá que más actores de la vida cultural y académica de Zacatecas se sumen, los invito a que hagan propuestas y enriquezcan este proyecto en el que celebraremos a Julio Ruelas y a todos nuestros artistas que han contribuido con su obra a construir el Zacatecas que tenemos hoy. Falta ahora la placa en el Hotel de Suez. Que disfrute su lectura.

Directorio

Contenido

Lenguaje de obsidiana: David Shock Por Armando Salgado

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Stella en claroscuro Por Lucía Rivadeneyra

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Museo Arqueológico de La Quemada [Parte 1: antecedentes] Por Carlos Alberto Torreblanca Padilla

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Waves (Las olas), de Trey Edwards Shults Por Adolfo Nuñez J. Tal vez nunca te lo diga Por Edgar Khonde Mar Por Pilar Alba

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Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com

Carmen Lira Saade Dir. General Raymundo Cárdenas Vargas Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx

Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com Roberto Castruita y Enrique Martínez Diseño Editorial

La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.

Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com


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Lenguaje de obsidiana: David Shock* Libros

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Por Armando Salgado

Cada mañana sale el sol sin sacrificios humanos”, expresa David Shock en Lenguas de Obsidiana (primera traducción al español hecha por Pablo Jofré; Los Perros Románticos, 2019). De lenguaje universal y atrayente, la circunvalación de este poemario presenta distintos vehículos verbales para empalmar cualquier sociedad con la mexicana, y en momentos, aglomerar el viejo mundo. Sucede que nadie está libre de estas representaciones occidentales, por supuesto, también latinoamericanas, y el aparato versal de un poeta se suscribe a estas posibilidades globales y locales pero ahondando en la construcción de una identidad colectiva. David Shock aprovechas estos sincretismos del habla y bien cita al ají y al choclo chilenos, junto al mezcal prehispánico, asociado a las nuevas excavaciones en torno al lenguaje y sus imbricaciones culturales y sociales: “Cajones para los muertos, si acaso. Como el hijo de Jorge: el cuerpo hinchado con la saliva del río, ojos vidriosos con mezcal”.

Como cajón de sastre donde la muerte y la vida caben en un mismo verso sin necesidad de sacrificios. De esta forma, Shock plantea un puente semántico que forja una tabla de contemplación entre múltiples latitudes literarias e históricas: desde la vieja Tenochtitlán y los barrios marginales del Estado de México, hasta Weslaco y El Paso, Texas, volviendo al árbol del Tule en Oaxaca y al extinto DF —CDMX—, en un ciclo de entregas de versos que van y vienen por la condición humana demostrando que: “La ciudad huele mal. Con la primavera el alcantarillado florece”. En un sentido estricto no hay demostraciones totales, nada se puede circunscribir a una atadura conceptual y es lo importante en este poemario, la cascada de sensaciones, imágenes y hechos que muestran su posición sin edulcorantes: el poema está ahí tendido entre las playas de Acapulco y Los Ángeles junto a la arena pisada por personas que simplemente eligen ver el sol y no mojarse los pies con la sangre que llega rodando como sueños cercenados en busca de esa costa, como el Río Balsas, tan cercano a la frontera entre Michoacán y Guerrero, o el Río Bravo, en el norte de un país que duele: México “Esta noche vimos a un niño luchar con una gaviota en la arena. Le afirmó las alas, extendiéndolas como un avión de juguete. Le rompió los hombros. Bendijo su comida y caminó por la playa”.

Este libro tiene vocación de radar. Sus cartografías interiores develan el exterior que homogeniza latitudes y longitudes volviendo todos los sitios un mismo hormiguero: “El teléfono no deja de sonar. Otros nos llaman desde cementerios lejanos y verticales”. Su composición devela la posibilidad para releer nuestro entorno como quien espulga una lengua; resignifica las interrogantes más allá de la burocracia hostil y vertical; sugiere la constante necesidad de limpiar los residuos de nuestro interior y otorga voz a los alfileres que atraviesan lenguas sumisas: “Los poetas son apedreados y están solitarios o están solitarios y son apedreados y tal vez el zorzal fue alguna vez un pájaro”.

Este poemario posee aptitud de aeroplano. Hugo Hi-

riarte, Eduardo Lizalde y Francisco Hernández surgen como aftas en la lengua de fondo en algunos pasajes para ampliar la resonancia de esta pequeña biblia de héroes silvestres, a veces apedreados por su propia ansiedad. Lectores que ocupan una silla dentro del libro, o libros que toman las riendas de nuestros pájaros. David Shock, en su habilidad por habitar ciudades se pega a la vida como cemento, y desde ahí nos habita con sus reflexiones que van desde una lucha por elegir el color de un mondadientes hasta las cartas que revelan intimidad de familias reales en departamentos de interés social, extrapolando la veracidad de lo frágil hecho personas. Su apuesta por decir las distancias entre la extracción de obsidiana y su comercialización para benefi-

ciar a un pueblo ante la explotación de los recursos a ciegas, denota que su apuesta poética retrata además de lo social, la imperiosa labor de movilizar el habla: “Mi lengua es un timón como la aleta de un pejerrey que nada”. Lenguas de Obsidiana abre sus comisuras para mostrarnos a un poeta que se despierta en la madrugada debido a los estallidos de la realidad. Como una alarma sísmica, cada poema nos prevendrá de un posible terremoto y quizá hasta del hambre, de lo contrario terminaremos devorando nuestra propia lengua. *** Lengua de obsidiana, David Shock, Chile, Los Perros Románticos, 2019, 64 pp.


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Stella en claroscuro Cine

“Los olvidados se hizo para que tengamos memoria”. Efraín Huerta

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Por Lucía Rivadeneyra

*** Fue Ernesto Alonso quien me dijo: ‘Ve a ver a Luis Buñuel, porque va a hacer una película que se llama Los olvidados y necesita una mujer que se vista como sirvienta y tiene que lavar ropa; nadie quiere hacer ese papel pues todas quieren verse muy bonitas, pero tú dile que lo haces’. Y yo dije ¡claro que lo hago, no me importa que me pongan un cuerno en la boca! [ríe] Y a´i voy corre y corre con tanta ilusión a pedirle la película”,1 cuenta Stella Inda. Así, la recomendación de su amigo, el actor Alonso, la decisión de la actriz y la aceptación de Buñuel dieron como resultado que su actuación y su nombre quedaran en la historia del cine mundial. La cinta obtuvo el Premio al mejor director en el Festival de Cannes, en 1951.

*** Los olvidados Stella Inda ya había pedido el papel en La mancha de sangre y había hecho algo semejante para el estelar en La noche de los mayas, el cual defendió hasta sus últimas consecuencias. Ahora le tocaba ir con Luis Buñuel. Al principio de este texto se cita la sugerencia que le hace Ernesto Alonso a la actriz para que vaya a ver al director. Ella relata, en la entrevista que concede a Sepúlveda, que primero fue con el productor: “Fui a ver al señor Dacingers: –yo quiero hacer su película. –Pero no va a salir maquillada. –¡Qué bueno! –Tiene que engordar. –Perfecto. –Se va a vestir muy mal. –Me parece maravilloso. –Bueno, pues si usted no tiene inconveniente aquí está el señor Buñuel, a ver qué dice. Hablé con él, le pareció muy apropiado mi tipo y aceptó”.2 La intérprete redondea la anécdota cuando habla con Buñuel, en la entrevista publicada en la revista Proceso: “‘Sí le doy la película, pero tiene que engordar cinco kilos ¿usted tiene una sirvienta en su casa? Pídale su ropa. Tiene que salir con medias enrolladas abajo de las rodillas. Usted es Martha, una mujer muy pobre que lava ropa, vive en un cuarto de vecindad y tiene cuatro hijos, cada uno de diferente padre, es una sirvienta joven, pero tenía catorce años cuando tuvo un niño en su primer parto’. Ahí está el rebozo que me regaló mi sirvienta Soledad para la película”.3

/// Stella Inda.

De la cinta se ha dicho todo y siempre se agregará algo. Antes de los años sesenta, las películas no se atrevían a mostrar a la madre como una mujer sensual y menos sexual. Uno de los pocos casos se dio en Los olvidados, una escena sutil de seducción –al estilo del cineasta, claro–, entre la madre de Pedro (Stella Inda) y El Jaibo (Roberto Cobo), la cual molestó a una buena parte de la sociedad porque resultaba inconcebible que una madre tuviera sexo con un jovenzuelo. La escena solo insinúa. Hay otra escena en que la misma mujer no le da de comer a su hijo. El cineasta declaró que durante la filmación tuvo algunos problemas con la gente del staff. “La peinadora se ofendió cuando Pedrito llegaba a la casa con hambre

y su madre le negaba la comida: ‘Eso, en México, ninguna madre se lo dice a su hijo. Es denigrante, no quiero hacer esta película’. Se fue del estudio y presentó su dimisión. Hubo que emplear a otra. Y algunos del staff rezongaban ante ciertas escenas: ‘Señor Buñuel, esto es de una cochambre tremenda. No todo México es así. Tenemos también hermosos barrios residenciales, como Las Lomas…’”.4 Desde siempre, es muy común en México, al menos en el centro y sur de la República no aceptar la realidad, mentir, aplicar mecanismos de defensa para negar hechos que pueden resultar molestos o dolorosos. “Nuestras mentiras reflejan, simultáneamente nuestras carencias y nuestros apetitos, lo que no somos y lo que deseamos ser… Simular es

inventar o, mejor, aparentar y así eludir nuestra condición”,5 escribió Octavio Paz en “Máscaras mexicanas”, ensayo que forma parte de El laberinto de la soledad. Por supuesto que hay madres que niegan la comida a los hijos, claro que hay barrios terribles en la Ciudad de México. En la escena final, la mamá de Pedro vaga sola en la noche, envuelta en un rebozo de pobreza. La muerte pasa muy cerca de ella, pero no la ve. Es la imagen de la desolación y del silencio. Cuando se exhibió, hubo una ola de protestas. Por fortuna, Buñuel ya estaba nacionalizado mexicano desde 1949, ya que “las buenas conciencias” llegaron a pedir la expulsión del cineasta porque “denigraba a México”. Él solo relató lo que investigó y lo que sus ojos vieron. Al inicio hay

una advertencia: “Esta película está basada íntegramente en hechos de la vida real y todos sus personajes son auténticos”. El investigador y crítico cinematográfico Emilio García Riera declaró que “Los olvidados fue la primera película mexicana que trascendió los valores del costumbrismo, de la intuición popular o de la buena artesanía. Fue la primera obra de un autor consecuente con su ternura y su inteligencia, con su humor y su indignación, la primera auténtica obra de genio que se producía en el marco del cine nacional”,6 según la nota en línea de la revista Proceso. Los olvidados, se sabe, es una historia urbana que muestra una cara de los desposeídos, los marginados y, por sobre todo, no es maniquea. Aquí nadie se salva. Ante un público a quien se le ha hecho creer que los pobres son buenos y los ricos son malos, al más puro estilo Pepe el Toro y Ustedes los ricos, por poner un ejemplo, Los olvidados se convierte en una bofetada a la sociedad de doble moral. La dedicatoria de la novela Las buenas conciencias de Carlos Fuentes dice: “A Luis Buñuel, gran artista de nuestro tiempo, gran destructor de las conciencias tranquilas, gran creador de la esperanza humana”. La Ciudad de México, de los años cincuenta, es vista por los ojos asombrados de un extranjero que se estaba mexicanizando. Podría afirmarse que la vigencia de esta obra –por desgracia– es eterna. Historia y anécdotas sobre la cinta hay decenas. Es importante rescatar una de las clásicas. Aquí se le rechaza hasta el exceso. Viaja al Festival de Cannes y gana la Palma de Oro como mejor director. Al volver, se le empieza a reconocer. Desde el 30 de octubre de 2019 y hasta el 19 de abril de 2020, en la Cineteca Nacional, en la Ciudad de México, se exhibe la exposición Buñuel en México. De 32 largometrajes que realizó, 22 fueron hechos en México. Un recorrido interesante con documentos, objetos, fotografías, guiones, cartas, videos, reproducciones de objetos y ropa; ofrece muestras de las obsesiones del cineasta como son las piernas femeninas, los animales -sobre todo gallinas-, manos, pies, entre otras temas. La curaduría fue hecha por especialistas de la Cineteca y el resultado es sugerente. Por supuesto, un espacio muy importante está destinado a Los olvidados.


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El surrealista Luis Buñuel no pudo evitar caer en la tentación de introducir en la cinta un sueño bárbaramente inquietante, escena memorable en la historia del cine: el sueño de Pedro. En él, su madre (Stella) parece volar, es etérea; también están Pedro, Julián -joven asesinado-, El Jaibo y vísceras; hay magia onírica y angustia. Es uno de los mejores sueños del celuloide. El poeta Octavio Paz aseveró que ese momento resumía los temas de la película: el hambre, el crimen y la madre, en una especie de “festín sagrado”. En todas las ocasiones en que aparece Stella Inda, la mamá de Pedro, hay total autenticidad en su personaje. Imposible dudar de su inclemencia, quizá por eso es tan brutal, tan provocador. El público tiene ante sí a una madre repulsiva. Es prácticamente imposible olvidar la imagen del primer encuentro que tienen El Jaibo y la madre de Pedro: ella, sentada, se lava las piernas y los pies en una palangana y él la observa. Ese momento, detenido por el obturador de una cámara, va a cumplir 70 años de pertenecer al mundo. En uno de los videos de la exposición mencionada, se ofrece una entrevista al actor Roberto Cobo (El Jaibo), quien entre muchas cosas, recuerda que Buñuel le hizo hacer 36 tomas de la escena que realiza del segundo encuentro que tiene con Martha, madre de Pedro, cuando le pregunta “¿Y su marido vive?”, mientras ve al hijo más pequeño que es un bebé y ella contesta “No, murió hace cinco años”. La expresión fugaz -no más de tres segundos- del rostro de El Jaibo, de la escena definitiva, es de una lubricidad, de un descubrimiento y de una autocomplacencia irrepetibles. Además, este segundo acercamiento ya es sexual. No obstante, Buñuel no muestra lo obvio, lo sugiere. Así, el espectador puede imaginar lo que sucede dentro de la casucha donde ella vive. Y en un mundo de hartazgo y de miseria,

mientras los pequeños hijos salen a ver un espectáculo de perritos, la mujer decide qué hacer con su cuerpo. La etnóloga y antropóloga Marcela Lagarde y de los Ríos afirma que “La situación de clase de las mujeres determina en gran medida el contenido específico de su maternidad. Millones de mujeres en México viven la maternidad de la miseria”.7 Y agrega: “La maternidad, asociada a la vida, en condiciones de miseria es el ámbito del dolor y de la muerte, aún irremediables para cientos de miles de mujeres. El sentido imponderable de esta definición vital proviene de

dos hechos: la inevitabilidad del embarazo, es decir, la enajenación de su fecundidad a la que se ven compelidas las mujeres, y las condiciones miserables de su vida y la de sus hijos. Sexualidad y explotación llevadas a las condiciones extremas de la opresión; es decir, la expropiación de las mujeres de su cuerpo, de su trabajo, de su sexualidad, de sus hijos y de su capacidad política, conducen a la muerte”.8 Para explicarse un poco la situación de la marginación, según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), en 2016 se hablaba de

/// Cartel de la exposición Buñuel en México, en la Cineteca Nacional.

9 millones de personas en pobreza extrema y 53 en pobreza, de un aproximado de poco más de 120 millones de mexicanos en todo el país. Si así ocurre en los últimos 20 o 30 años, en 1950 la situación económica y social era peor, mucho peor. Así, el ingreso económico va a determinar, en gran medida, la estructura familiar y a generar un abismo ente una clase social y otra. En estas condiciones ser madre o padre es, naturalmente, más complejo que para quien tiene un status socioeconómico desahogado. Stella Inda, aquella joven que fue

1 “Recuerdos de Stella Inda, Roberto Cobo y Alfonso Mejía”, en Revista Proceso, 30 de julio de 1994. Consultada el 31 de enero de 2020. https://www.proceso.com.mx/165999/recuerdos-de-stella-inda-roberto-cobo-y-alfonso-mejia 2 Ibidem, p. 129. 3 Idem. 4 De la Colina, José y Tomás Pérez Turrent, Prohibido asomarse al interior, Joaquín Mortiz, México, 1986, p. 60. 5 Paz, Octavio, “Máscaras mexicanas”, en El laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Económica, México, 1985, pp. 36-38. 6 Op cit. 7 Lagarde y de los Ríos, Marcela, Los cautiverios de las mujeres, UNAM, México, 2005, p. 372. 8 Ibidem, pp. 373-374.

/// Recibos de pago a Stella Inda. Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica de la República Mexicana (STPC)

Cine

/// El Jaibo (Roberto Cobo) y Martha, madre de Pedrito, (Stella Inda), en Los olvidados.

a pedir el papel a Buñuel, nunca imaginó que Los olvidados obtendría la Palma de Oro del Festival de Cannes al mejor director, en 1951; que en México arrasaría con once premios Ariel: mejor película; mejor coactuación femenina, que fue justamente para Stella; mejor fotografía, Gabriel Figueroa; mejor guion adaptado, Luis Buñuel y Luis Alcoriza; mejor actuación juvenil, Roberto Cobo; mejor edición, Carlos Savage; mejor escenografía, Edward Fitzgerald; mejor sonido, José B. Carles; mejor argumento original, Luis Buñuel y Luis Alcoriza; mejor actuación infantil Alfonso Mejía y, como en obvio, mejor dirección, Luis Buñuel. Aquella joven tampoco imaginó que la cinta estaría entre las 100 mejores películas mexicanas y que sería nombrada Memoria del mundo por la UNESCO; hasta el momento solo hay dos obras más que han merecido este reconocimiento: Metrópolis (Fritz Lang, 1927) y El mago de Oz (Victor Fleming, 1939). Sin duda, la calidad histriónica y el arrojo de Stella Inda, en esta primera etapa de su vida, fueron sus aliados.


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Museo Arqueológico de La Quemada Ollin: Memoria en Movimiento

[Parte 1: antecedentes] /// Exteriores del Museo de La Quemada.

t Por Carlos Alberto Torreblanca Padilla*

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n 1831 el gobierno de Francisco García Salinas emitió un decreto para la conservación de monumentos antiguos, con la intensión de que en medida de que las finanzas del gobierno del estado lo permitieran se realizaran obras de conservación y excavación de los sitios arqueológicos existentes en su territorio. Con esto se planeaba que las piezas prehispánicas recuperadas fueran destinadas a la creación de un museo arqueológico; 165 años después esta visionaria empresa se lograría cuando abrió al público el Museo Arqueológico de La Quemada, el 23 de junio de 1996. Esta importante zona de monumentos arqueológicos fue de interés para distintos tipos de personas quienes trataron de explicar su origen desde el siglo XVI hasta la actualidad. En el siglo XIX el Gobierno del Estado de Zacatecas realizó esfuerzos por preservar estas ruinas, y durante el siglo XX, continuó estas labores a lado del INAH. En el marco de los trabajos de rescate de la zona arqueológica de La Quemada, encabezadas por Peter Jiménez desde 1986, se comenzó a general la idea de cumplir el deseo de “Tata Pachito”. Fue en la sexta reunión ordinaria del Consejo de Arqueología del 17 de junio de 1993 donde se aprobó la propuesta para la creación del museo de sitio de la zona arqueológica de La Quemada. De esta manera las obras comenzaron en 1994 gracias a un convenio tripartita entre el Gobierno del Estado de Zacatecas, el INAH y SECTUR, para lograr abrir las puertas del museo. Desde el momento que comenzó a funcionar, el museo atrajo la atención por su arquitectura e innovación museográfica. La arquitectura fue un ejemplo de cómo puede convivir un edificio nuevo en asociación a las ruinas de una gran ciudad prehispánica. Los acabados en laja,

/// Museografía anterior del Museo de La Quemada.

/// Ollas para uso funerario, preparación y almacenamiento de alimentos. Museografía anterior del Museo de La Quemada.

el uso de la madera y el color en conjunto con la vegetación, mimetizaron el museo, al grado que el visitante lo descubre hasta que se encuentra frente al majestuoso edifico. El emplazamiento del museo siguió el orden de las antiguas construcciones existentes en el cerro, es decir, la ladera sur es una suave pendiente, la cual fue

aprovechada por los antiguos constructores. Siguiendo este eje de la ladera sur, en la parte baja y a unos metros a espaldas del Salón de Columnas se ubicó el museo, el cual fue parcialmente excavado y en donde, además, la nopalera del lugar lo cubría.

El Museo Arqueológico La Quemada se concibió como un museo de carácter regional más que con un museo de sitio, abordando las culturas prehispánicas conocidas en Zacatecas en ese entonces, como son Loma San Gabriel, Chalchihuites y La Quemada. Al ingresar


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/// Piezas correspondientes a la Zona Arqueológica de La Quemada Museografía anterior del Museo de La Quemada.

/// Reproducción del templo de los cráneos Alta Vista Chalchihuites. Así era la anterior museografía del Museo de La Quemada.

al museo una gran maqueta de las ruinas de La Quemada mostraba las dimensiones del asentamiento prehispánico. En el auditorio denominado Pedro Armillas, un video introductorio mostraba las culturas prehispánicas de la región. Las recién descubiertas litografías de Carl de Berghes elaboradas en 1832, localizadas en la biblioteca Newberry de Chicago Illinos, Estados Unidos, se exhibían en el vestíbulo del auditorio como parte de los trabajos antiguos en el sitio. La sala de exposición permanente mostraba las piezas arqueológicas y dioramas del pasado prehispánico de Zacatecas, comenzando por la cultura de Loma San Gabriel, la cual corresponde a los primeros asentamientos humanos en la región representados en sencillas herramientas de piedra y los restos de lo que eran sus edificaciones. Posteriormente le continuaban las dos grandes culturas sedentarias,

la Cultura Chalchihuites -siendo Alta Vista el sitio rector- y la Cultura Malpaso, donde sobresale La Quemada. Piezas de gran calidad estética y habilidad tecnológica mostraban complejos diseños decorativos que resaltaba los códigos religiosos y sociales, la minería prehispánica, lapidaria y arquitectura. Finalmente, una excavación arqueológica permitía al visitante introducirse en el proceso del rescate sistemático de este patrimonio cultural. Al concluir la visita por el museo, el visitante podía entrar al área de servicios educativos, donde había talleres donde se tenía la oportunidad de conocer la forma de cómo elaboraba el hombre de la época prehispánica piezas cerámicas o herramientas de piedra. En un espacio denominado “el leyendero” se contaban historias, rescatando la tradición oral y las distintas creencias de los pueblos antiguos y contemporáneos.

/// Reprodución de un asentamento prehispánico de la cultura Loma San Gabriel Museografía anterior del Museo de La Quemada.

/// Reproducción del templo de los cráneos de Alta Vista Chalchihuites. Museografía anterior del Museo de La Quemada.

Posteriormente el visitante realizaba el recorrido en compañía de un guía, persona que había participado en el rescate del sitio arqueológico, quien además de explicarles el lugar, recordaba su experiencia durante los trabajos de exploración. Tal fue el impacto de este museo, que el importante investigador francés Dominique Michelet publicara en la revista de la Sociedad de Americanistas sus impresiones del lugar, señalando al respecto “llegando en colaboración, a un resultado, ciertamente modesto, pero que uno puede calificar de perfecto”. Por su parte, el creador de este edificio. El Arq. José Carlos Lozano Ordóñez lo expresa de la siguiente manera: “En el museo de sitio y Unidad de Servicios La Quemada se une la arquitectura y la arqueología para crear un nuevo concepto, la arquitectura del respeto, al entorno, al tiempo y al hombre”.

Finalmente, y una vez que este museo fue el punto de partida para la generación de infraestructura cultural y operativa en otras zonas arqueológicas del estado, al abririse en 2007 el Museo Arqueológico de Alta Vista, Chalchihuites, y al haberse dotado de un Centro de Atención a Visitantes a las Zona Arqueológica del Teúl en 2018 y el Cerro de la Ventanas en 2019, este museo concluyó un ciclo para replantearse bajo una nueva visión en la cual la Zona Arqueológica de La Quemada sea la protagonista. La próxima semana hablaremos del nuevo concepto del Museo Arqueológico de La Quemada, cuya apertura está programada para este viernes 20 de marzo. *Director de la Zona Arqueológica y Museo de La Quemada. Centro INAH Zacatecas. Las fotografías son de Carlos Torreblanca / INAH Zac.

/// Vasijas pertenecientes a la cultura Chalchihuites. Museografía anterior del Museo de La Quemada.

/// Acceso al Museo de La Quemada.

/// Artefactos líticos y cerámicos correspondientes a la cultura Loma San Gabriel. Museografía anterior del Museo de La Quemada.

Ollin: Memoria en Movimiento

/// Piezas cerámicas correspondientes a la Zona Arqueológica de La Quemada. Museografía anterior del Museo de La Quemada.


Cine

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Waves (Las olas), de Trey Edwards Shults t

J.

Por Adolfo Nuñez

causan problemas y poco a poco su vida se empieza a desmoronar. De manera consecuente a esta historia, conocemos a Emily (Taylor Russell), la hermana de Tyler, quien no solo debe lidiar con el drama y los problemas provocados por su hermano, también tiene que soportar la poca comunicación que hay entre sus padres. Mientras todo esto sucede, Emily también conoce el primer amor al iniciar una relación con Luke (Lucas Hedges). Al igual que en It comes at night (2017) -su filme anterior- Schults vuelve a analizar las dinámicas familiares y el modo en el que sus bases se pueden derrumbar, pero en este caso lo hace desde una visión por completo juvenil. El realizador dota a la cinta de una estructura visual y sonora que enfatiza en las emociones de sus protagonistas en determinado momento de la historia, como si la película fuera un enérgico musical o un videoclip continuo de una hora de duración. Así, junto a la angustiosa música original de Trent Reznor y Atticus Ross, las secuencias

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aves (Las olas) (2019), del director Trey Edward Shults, es un filme sobre la imprevisibilidad de la vida, que al igual que las olas del mar a veces llega de manera apacible y otras con una furia repentina que puede derribar incluso al más fuerte. Narrada en dos partes muy distintas entre sí con una gran intensidad dramática, la cinta se centra en la historia de dos hermanos adolescentes de una familia que vive en Florida y que para lograr salir adelante debe atravesar una serie de dolorosas situaciones. Tyler (Kelvin Harrison Jr.) es el centro de atención de la familia Williams, y en específico, de las aspiraciones de su padre Roland (Sterling K. Brown). Como todo adolescente, Tyler enfoca su atención en una relación amorosa y en sus logros deportivos como jugador de lucha grecorromana en la liga de su escuela. Al mismo tiempo es presionado por su padre para esforzarse y dar todo de sí en cada aspecto de su vida, pues según él, un joven afroamericano debe trabajar diez veces más si quiere llegar a donde se lo propone. Toda esta presión, entrenamientos y prohibiciones le

Río de palabras

Tal vez nunca te lo diga t

Por Edgar Khonde

T

e escribo como casi siempre, por costumbre, por necesidad, porque quizás es la manera más certera o más aproximada para cifrar exactamente lo que atraviesa mi pensamiento. No sé, ya no estoy seguro de que lenguaje y pensamiento sean dos instantes de un mismo evento, no sé si uno antecede al otro o visceversa. Pero casi es lo único con lo que cuento, con mis palabras y la lengua escrita. Te escribo de la noche que veo a través de la ventanilla, de la ciudad y sus luces y de lo pequeño que uno puede parecer ante los ojos del universo. Tal vez nunca te lo diga, pero ya hace siglos que he sabido que escribir cuentos es para lo que nací ahora, y que además, los callejones decorados con cantera y sonrojados por las luces tardas merecen ser perpetuados en las líneas de los poetas viejos. Te escribo también desde los trenes y sus últimos vagones de pasajeros, en esta tierra que huele a desierto, en donde creo que la gente ya nace anciana. Tal vez nunca te lo diga, pero me gusta admirar tu

sueño y tu desnudez mientras yo puedo imaginar versos de borrachos que se juegan en cantinas la suerte, un último estertor, un albur con la muerte. Escribo rimas, pasajes que no contempla la Biblia. Escribo pensando que podría ser la última vez que lo hago. Tal vez no, tal vez nunca te lo diga, pero la opinión que tengo sobre el mundo es un tanto vacía, qué me puede importar del mundo en general cuando lo que me fascina son sus particularidades. Me gusta salir y mirar a la gente, descubrirles la sonrisa; me gusta detenerme sobre Sullivan y charlar con las prostitutas, después de todo, al menos socializo con quienes son mis vecinas, quienes para los que escribimos representan la idealización de la musa, qué poeta no habrá deseado más de una vez conquistar a una mujer que cobra. Te escribo, ya ves, un poco lejano, como te escribo siempre, sólo para desearte una buena noche y pretender que te arropo cuando te encuentras dormida. Tal vez nunca te lo diga, pero me gustas como para toda la vida.

del filme fluyen al ritmo de temas R&B, rap y pop psicodélico de artistas como Frank Ocean, Tyler, The Creator, SZA, Kanye West, Tame Impala o incluso Amy Winehouse. La euforia, la melancolía y todas las emociones exacerbadas de la juventud son capturadas por el lente de Schults, y para recalcar estos matices el realizador juega con tres formatos de pantalla distintos, contando diferentes momentos de esas vidas en 1.33, 1.85 o 2.35, según las emociones y el tono de cada acontecimiento significativo. Sin volverse manipuladora ni efectista, Waves es una película emotiva e inspiradora sobre la pérdida y posterior búsqueda de una identidad y un lugar en el mundo que a su vez muestra cómo las malas decisiones pueden sobrevenir hacia una madurez emocional y un mejor camino. Se trata de una historia cruda y honesta sobre las complejidades de la naturaleza humana que, frente a los peores escenarios que presenta la vida, se vuelve un llamado hacia la empatía y el perdón.

Mar t

Por Pilar Alba

A

hí en esa caja encontrarás la respuesta... Se podía leer en la nota que dejaste sobre la mesa. Si necesitas alguna explicación solo revisa su contenido. Fui rápidamente a destapar la caja y para mi sorpresa estaba llena de arena, sí, de arena; solo arena de mar. Fue entonces cuando comprendí todo, la pista era muy clara. Querías que tu ausencia me la explicara un recuerdo, el recuerdo de aquellos días en la playa. Vino a mi memoria el olor del mar: esa mezcla de pescado, tierra mojada y sal que me impresionó tanto en mi primer encuentro. Luego las puestas del sol y el constante movimiento de

las olas. Recordé la comida y la sensación de no acabar de saciar la sed que junto al mar sentía. Rememoré el calor y el sudor de mi cuerpo durante las noches, cuando pensaba: cómo es posible que, aunque ya se haya metido el sol, no pueda refrescarse el aire, no deje de sentirse pesado en mis pulmones. Todos los recuerdos me llevaron a buscar la canción, esa de la poeta que decide ponerle un final a su vida yendo a descansar en la inmensidad del océano. Las notas de la canción y sus versos me trajeron una vez más la respuesta. Te fuiste, te refugiaste en la playa y, a pesar de la certeza de tu partida sonreí, imaginándote arropada por las olas y sumergida en su infinito.


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