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Ahí la vamos llevando
Río de Palabras
Ahí la vamos llevando
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6 Por Pilar Alba P ues ahí la vamos llevando, a veces tristes, a veces conten tos; otras veces con sueño, otras enojados. Yo creo que es normal o ¿usted qué piensa? Porque pues comemos lo mismo de siempre, sopa, frijolitos, a veces tenemos un queso, salsa, eso invariablemente. A veces hasta se nos va el hambre, ni aunque tengamos un pedacito de carne de res o pollito, nomás no nos dan ganas de comer. También hemos tratado de mantenernos ocupados, que haciendo un arreglito por aquí, que limpiando la cocina, que reco giendo los cuartos. Pero luego hay días en que no hacemos nada, nos la pasamos viendo el reloj o esperando que nos llegue el hambre, que nos atrape el sueño. Es que, ¿no sé si a usted le pase?, pero hay días que se hacen más pesados que otros, como si las horas se empeñaran en irse despacito, los muy minutos lentos, más lentos de lo que son. Yo creo que duran el doble los segundos, porque amanece muy temprano y se tarda tanto, tanto en oscurecer. O qué, ¿a usted no le parece? A veces nomás nos asomamos por la ventana, es perando ver si pasa la gente, o nos sentamos junto a la puerta parando la oreja, tratando de identificar los ruidos que se escuchan levemente a lo lejos. No crea, a veces también nos sobresaltamos, como cuando se cae un cuadro mal colgado o se azo ta la puerta con el viento; entonces nos entra el miedo, vamos despacito a averiguar lo que está sucedien do hasta que respiramos aliviados cuando descubrimos lo que ocasio nó el estruendo. Y es que, no sé si a usted le pase, pero estamos aquí es perando, no sabemos ni qué pero esperamos a que algo llegue, a que nos saquen, que nos liberen, pero nomás pasa y pasa el tiempo; por más que esperamos nada que llega; es eso lo único que hacemos.
Cayetana
6 Por Maliyel Beverido
Cayetana no se andaba por las ramas, y eso que bien hubiera podido, pues era, sin exagerar, su naturaleza. Era un macaco cuyos abuelos habían llegado del sureste de Asia a Catemaco, vía Puerto Rico, para una investigación científica. La tribu de macacos competía con la de aulladores por la atención de los turistas, pero como cada una estaba en una isla distinta y distante no ha bía enfrentamientos.
A Cayetana nunca le gustó trepar a los árboles, vivía en una cueva y se paseaba displicentemente por la playita cuando se acercaba una lan cha en espera de que le arrojaran bananas. Parecía dócil.
Se la robaron porque creyeron que era buen negocio llevársela al circo. Pero dejó de ser mona con sus captores y no se acercaba a los tra pecios y los puentes colgantes y era hosca con quienes se acercaban. Un día la dejaron en una estación de fe rrocarril abandonada.
/// Cayetana. Dibujo de Javier Manrique.
6 Por J. R. Spinoza …Y vio todas las armas creadas en los últi mos seis mil años, algunas creadas por hombres. El armero le dio a elegir una que podría usar en la guerra contra los dioses.
Después de recorrer cada centí metro del lugar, leyendo las descripciones que iban desde la poderosa Excálibur, o la mítica Summarbran der -llamada Sikanda-, hasta las ametralladoras como la M249, capaz de disparar calibre 56 a 900 balas
El armero
por minuto. El hombre se detuvo frente a una pluma. —¡Esa es la Pluma de Aarón! —Aquí dice: “Pluma de Gilga mesh”. —Vuelve a revisar.
La inscripción cambiaba cada tres segundos: Pluma de Homero, Plu ma de Shakespeare, Pluma de Cervantes, Pluma de Kafka, Pluma de Borges…
—¿Para qué sirve? —¿Para qué sirve una pluma? —¿Para escribir? El armero carraspeó. —Te equivocas grandemente. La pluma no escribe, al igual que los ojos no ven. La pluma es el medio para que la escritura llegue a este mundo. Es el arma más poderosa de mi colección; antes de que te la lle ves debo hacerte una advertencia.
El hombre ya tenía la pluma en las manos. Miró al armero a los ojos, que se tornaron oscuros, como char cos de brea. —No hay manera de saber hasta dónde terminará la influencia de lo escrito, como tampoco sabrás si lo que escribes es obra tuya o de al guien más que te ha querido escribir escribiendo.
El hombre se marchó, lleno de esperanza, sin saber que no era la primera vez que el armero recitaba aquella advertencia; y que la pluma siempre regresaba a su galería.