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LA GUALDRA NO. 437

150 Años de Julio Ruelas

Los ecos en torno a Julio Ruelas el olfato lopezvelardeano que buscaba a Baudelaire, Verlaine y a Rimbaud. Pasé innumerables tardes en la biblioteca. Tardes de subversión conceptual al modo que lo entendía Gracián: unión de contrarios, lucha, agonía, hibridación de imágenes. Aquellos versos que tuvieron eco en los de Velarde, Tablada o en la obra de Ruelas, tienen eco en mí. Es por ello que quise escribir un libro a modo de homenaje en torno a los dibujos de Julio Ruelas. Su obra expresa una visión de mundo nostálgica de los simbolistas franceses, de los decadentes modernistas y de mis años de jóvenes ¿quién no tiene miedo a la sombra y sus fantasmas?, ¿quién no quiere, en un momento de su vida, los poderes de una bruja o de un vampiro?, ¿quién no rehúye a las supersticiones del Zodiaco? Las imágenes de Ruelas aún puedo verlas en la vida de todos los días, y más aún en estos tiempos apocalípticos de monstruos invisibles que nos tienen enclaustrados y que nos pueden ahogar hasta la muerte como al propio Ruelas. Sin más, aquí dejo mi poema y mi homenaje; mi eco: Si de todas formas mi corazón es un buitre arrinconado en el hueco negro de mis costillas,

/// Julio Ruelas. La bella Otero. Publicada en la Revista Moderna en 1906.

Por David Castañeda Álvarez t

E

n varias ocasiones se ha advertido la dualidad del Modernismo hispanoamericano y el recorrido transitorio de una renovación de la métrica “y la exploración los temas orientales” a un eminente decadentismo, sobre todo en lo que atañe a los contenidos: mujeres fatales, monstruos híbridos, zodiacos siniestros, cristos indiferentes y un sinfín de imágenes nacidas de la zozobra y de la pesadilla. Y muchas veces he pensado que los personajes de aquel tiempo se entregaron a uno o a otro sin reservas. Vemos, bajo la radiante atmósfera del astro Rubén Darío, a prosélitos enquistados en sus rayos versificadores, pero más allá, en lugares lejanos, se encuentran los rebeldes, los marginados, aquellos que, a fuerza de darle la espalda, solo alcanzan a ver su propia sombra: el reflejo negro de su parte humana. A propósito de los festejos por Ramón López Velarde y por Julio Ruelas, he creído que ambos artistas comparten esa afinidad por las tinieblas, o por lo menos, por aquellas criaturas de naturaleza nocturna que constantemente amenazan con invadir el día. Y, aunque nuestro vate siempre

duda en entregarse a uno u otro camino (y esto es en suma la veta profunda de su escritura), el artista plástico no tiene miedo de abandonarse a los buitres o a los vampiros de la noche; no vacila ante el pecado burbujeante de una copa de champán; no rehúye de la insolente ebriedad ni de un oculto llamado a la muerte prematura. José Juan Tablada, genio amigo de ambos genios, recuerda en sus memorias1 las bacanales cíclicas de noches donde los artistas decadentes, agrupados en la Revista Moderna, ensayaban los juegos de la ebriedad y de la muerte, y de su consecuente renacer, al siguiente día, después del vómito y de la resaca. En “La bella Otero”, poema del cual Ruelas hizo un grabado, Tablada canta cómo perdían todo, en medio del carnaval, en los placeres del cuerpo: El fiero prócer que entró a tu alcoba, salió mendigo, pero glorioso y ebrio del vino de tus histerias, hoy rumia lirios..., piensa en tu ombligo... ¡Y un sol irradia sobre la noche de sus miserias! Este sentimiento no muy diferente al que escribía López Velarde en “Que sea para bien”:

Ya no puedo dudar... Consumaste el prodigio de, sin hacerme daño, sustituir mi agua clara con un licor de uvas... Y yo bebo el licor que tu mano me depara. Me revelas la síntesis de mi propio zodíaco: el León y la Virgen. Y mis ojos te ven apretar en los dedos —como un haz de centellas— éxtasis y placeres. Que sea para bien... Si el prócer zacatecano aún conservaba en la memoria los rescoldos de la Virgen, y aun Tablada, en sus primeros poemas, no se rebela por completo a los influjos preciosistas de Darío, Julio Ruelas, desde la plástica, se arroja directamente a las fauces de ese simbólico león. Sombrío e irónico, su mano saca de su sombra esas formas ocultas de la mente y las viste de horror y delirio, un quebranto de fin de siglo que atraía a los jóvenes creadores de entonces y de los actuales, supongo. Cuando yo era adolescente, y tenía la insolencia, arrogancia y esa fuerza subversiva (por lo menos en la mente) de aquella edad, procuraba desarrollar

si de todas formas juegas a darme las migajas de un pan duro oculto bajo tu falda, si mi ropa aún huele a ti y ese aroma se ha impregnado incluso de la desnudez más profunda como la de mi nombre, pero si solo te importan tus labios bien cerrados contra tu propio espejo y el duro metal de tu suave leche, toma mi dinero y mi dignidad, dilúyela con la sidra de la noche efervescente, asfíxiala en tu corsé de dulces rosas sin vida, pisa otra vez mi inocencia acrisolada bajo tu tacón de azul absenta y sal desmigajada, termina de una vez con ese buitre anémico y lastimado con tu voz salvaje cuando me dice: despierta, cariño, ya amaneció.

1 En La feria de la vida. Memorias I, México, UNAM, 2010, passim.


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