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Por María Vázquez Valdez

cente, distinta y distante de la que en esos años finiseculares comenzara a circular en torno al Infrarrealismo, y que pronto se acrisolaría en la versión de Bolaño vertida en Los detectives salvajes, ligeramente matizada también en su 2666.

De esos años recuerdo también el interés de José Vicente en los místicos, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Hafiz o Hildegard de Bingen, de quien me regaló una colección de discos compactos que reunían una elaboración de su obra. Aún recuerdo la potencia que produjo en mí la revelación de ese encuentro, tan perdurable y significativo como el encuentro con los beatniks que me obsequió, en 1998, con Los poetas que cayeron del cielo. La generación Beat comentada y en su propia voz, un volumen entonces recién salido del horno de Juan Pablos Editor, y el Instituto de Cultura de Baja California.

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En esos años comprendí también que Híkuri es la principal obra poética de José Vicente. Comenzó a escribirla a finales de la década de 1970, y alcanzó a ser editada en 1987, con numerosas reediciones en 1988, 2004, 2005, 2010, 2014. El primer volumen de Híkuri que me regaló José Vicente —entre muchos otros— era justamente la edición de 1987, que incluye Morgue, editado años antes por primera vez, en 1975.

Ya en el primer lustro de este siglo tuve la fortuna de editar, en la colección de Alforja Ediciones, la primera versión de Peregrino, que José Vicente considerara parte de una trilogía encabezada por Híkuri

/// José Vicente Anaya. Foto de José Antonio López. La Jornada.

y Morgue. Esa fue una oportunidad de profundizar en los tres libros, y de conocer a profundidad la obra de José Vicente desde la óptica de su edición misma.

En ese periodo otros libros surgieron en un arco de producción creativa de José Vicente, entre ellos Piratas/Poetas (y notas de navegación), en reediciones a partir de la primera edición de 1982, editada por la Universidad Autónoma del Estado de México y la Universidad Autónoma de Querétaro. Años después surgiría Astros Fugitivos, de un exiguo tiraje, editado por Piedra Cuervo en 2013.

A la par de estas ediciones y reediciones, la labor de José Vicente como editor y traductor era simultánea, e igualmente prolífica y apasionada. Generalmente trabajaba en varios proyectos a la vez, y sin descanso. Muchos de sus extensos trabajos los desarrollaba en forma manuscrita con tintas de diferente color, con las cuales rotulaba carpetas azules en algunos casos con letras muy grandes, especialmente en una época en que tuvo graves problemas oculares, que afortunadamente se solucionaron con una cirugía.

Todo esto, sin embargo, no le impidió llevar a buen término numerosos trabajos, continuar con su trabajo editorial, sobre todo en Alforja, e impartir numerosos talleres en muchas partes del país, especialmente en el norte, no solo en su tierra natal, Chihuahua, también en lugares como Zacatecas o Sinaloa, donde desarrolló una incipiente y fructífera escuela entre creadores jóvenes.

En esta entrega profunda a la palabra y a la poesía, sobresalía también un constante recordatorio de José Vicente acerca de la ausencia de crítica en la cultura actual en México. Por ello él mismo hacía una crítica constante a procedimientos de poder en medios culturales, prebendas de los gobiernos subyugando la creación, y un desenmascaramiento de ciertas mafias culturales, así como el señalamiento constante de figuras emblemáticas como Octavio Paz.

En la obra de José Vicente hay una intención explícita por ahondar en la ética, la estética y la política, así como hay un impulso por reordenar el pensamiento por medio del ensayo. Hay, también, una intención por situar al experimentalismo en una perspectiva fundamental de la creación, tanto como por iluminar vetas relacionadas con la etnopoesía, la traducción y la poesía escrita por mujeres.

En el impulso orientado a esas tres vetas, en numerosas ocasiones recibí enseñanzas de José Vicente, como cuando hicimos una larga entrevista al poeta Jerome Rothenberg, cuya obra —en gran medida centrada en la etnopoesía— José Vicente conocía a profundidad. En cuanto a la traducción y la poesía escrita por mujeres, la enseñanza fue también prolífica y perdurable, sobre todo a partir de un regalo que me hizo José Vicente al comienzo de este siglo: cerca de 8 decenas de libros de mujeres poetas de Estados Unidos, muchas de ellas beatniks.

Con esa colección selecta, que incluía en su mayoría valiosas ediciones que trajo a México en numerosos viajes que hizo a Estados Unidos, puso en mis manos la obra de numerosas poetas, así como varias antologías de poesía en inglés, de gran valor también. Este regalo me impulsó no solo a leer a estas poetas, también a traducir a varias de ellas, e incluso ir a entrevistarlas, como en el caso de Margaret Randall y Anne Waldman, y establecer con ellas lazos significativos y entrañables, por lo que José Vicente me entregó mucho más que un grandioso conjunto de libros: puso en mis manos —yo no lo sabía entonces, pero estoy segura de que él sí— una tarea de traducción, estudio e investigación, y una serie de umbrales de gran valor.

Este pequeño dossier que hoy compartimos a manera de breve homenaje, tiene como antecedente el tributo que realizamos en agosto con varios poetas y escritores, a iniciativa de Sigifredo Esquivel Marín y yo, y en el cual participaron generosamente Margaret Randall y Sergio Mondragón. Es por ello que textos de ambos poetas enriquecen enormemente este conjunto dedicado a la obra y la vida de José Vicente Anaya, pues hay un vínculo intrínseco, insoslayable entre Alforja y El Corno Emplumado —esta última revista sería inspiración e ilustre antecedente para el surgimiento de Alforja poco más de treinta años después.

Los vínculos entre Margaret Randall y Sergio Mondragón con José Vicente Anaya son significativos e importantes, y están matizados a través de sus valiosas aportaciones.

Sin duda este es un homenaje tan merecido como insuficiente —si acaso es un portal, una ventana para destejer otras oportunidades para profundizar en la obra de José Vicente—. Si acaso es un abrazo de despedida para siempre pendiente destinado a un poeta entrañable que nos deja un legado indeleble, y cuya presencia es y será inolvidable.

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