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El movimiento cultural mexicano: años veinte a cuarenta [Primera parte

Op. Cit. El movimiento cultural mexicano: años veinte a cuarenta

t Por Mauricio Flores*

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Lejos se encuentra la Revolución Mexicana. Ese gran acontecimiento histórico, que junto a la insurrección que hizo posible el establecimiento del primer régimen socialista del mundo moderno, marcó la ruta del siglo XX. Aunque con el tiempo, dicho por el gran escritor y pensador mexicano José Revueltas (19141976), la centuria no terminaría signada por la esperanza y el cambio sino por la descomposición de sus mejores impulsos, ejemplificados en los llamados procesos de Moscú y la Caída del Muro, pese que esta última no sería vista ya por el -siempre rebelde- autor de Los muros de agua.

Hasta hace poco unos años invocada por unos y otros, la Revolución Mexicana fue sin duda parteaguas del México del nuevo siglo, construido asimismo con los esfuerzos que le antecedieron, los de la Independencia y la Reforma. A partir de la Revolución, de lo sucedido entre 1910 y 1917, fechas que la mayoría de los historiadores establecen como “el periodo”, el país prosiguió con nuevos y acelerados ritmos en la conformación de una cultura nacional. Pincelando, cincelando, imaginando una cauda de expresiones artísticas y creatividades de diverso cuño.

Desde 1910 y hasta llegados los años 40, la literatura, la pintura, la música, el pensamiento… tuvieron en la Revolución su matriz, el punto de partida hacia realidades inexploradas -bellas nuevas realidades- que permanecen aún vigentes y alentando otras.

Sirvan las siguientes líneas como una evocación, nunca dictada ni rigurosa, a la cultura de esos años.

Revolución Desde la práctica de la más fina ironía, el novelista Jorge Ibargüengoitia (1928-1983) reflexionó así sobre nuestra Revolución Mexicana:

“Cuesta trabajo recordar que nació como un impulso arrollador para arrancar de su pedestal a un figurón monolítico, que sus primeros veinte años son, en realidad, una sucesión no interrumpida de acusaciones de traición y de actos de desconocimiento, que al alcanzar su mayoría de edad pasó por un periodo francamente socialista, y que al llegar a su madurez tuvo necesidad de reconocer la existencia de ciertos problemas fundamentales de supervivencia y que se vio obligada a claudicar en muchos terrenos”.1

Sería al influjo de la Revolución Mexicana, lo mismo desde sus legítimos impulsos sociales como de sus políticas e instituciones, que en el país comenzó a conformarse una cultura nacional moderna (si bien no exenta de algunas de las particularidades de los movimientos decimonónicos: la Independencia y la Reforma). Lo que no excluyó los esfuerzos individuales de artistas e intelectuales, ubicables en su mayoría en los espacios de la izquierda (partidista o no).

Completado el calendario revolucionario más crítico, los años veinte comenzaron con un magnicidio y terminan con un fraude electoral. “El 21 de mayo de 1920 muere asesinado en Tlaxcalantongo el presidente constitucional Venustiano Carranza -recuerda el crítico literario Emmanuel Carballo (1929-2014)-. Las balas que lo acribillan las disparan (o las mandan disparar) hombres que hasta hace unos meses lo consideraban el Primer Jefe de la Revolución. Terco, vanidoso y utópico don Venustiano paga con su vida el no haber entendido el momento histórico por el que atraviesa el país”.

“Civilista apresurado trata de imponer como sucesor en la presidencia al ingeniero Ignacio Bonillas, políticamente un desconocido, e ignora las legítimas aspiraciones de dos militares que, junto con Villa, le dieron el triunfo sobre el huertismo: Álvaro Obregón y Pablo González. (Los civiles llegarán al poder muchos años más tarde, el 1 de diciembre de 1946, con Miguel Alemán.) Carranza muere con un candor y austeridad que en muchos aspectos se confunden con la grandeza”.2

Considerado durante años como “el niño terrible” de la crítica literaria mexicana, Carballo acierta en la identificación de los aspectos “más revolucionarios” del gobierno obregonista: la cultura y el arte, como del protagonismo de una de las figuras más importantes de la cultura nacional de aquellos años. Escribe:

“Primero en la Universidad Nacional, a la que encauza y programa, y luego en la Secretaría de Educación, que existe gracias a él, José Vasconcelos fija las líneas más auténticas y perdurables de lo que fuimos y ya no somos en uno y otro aspectos. Vasconcelos es el gran hallazgo de Obregón, y sin Obregón, Vasconcelos no hubiera llegado a ser Vasconcelos. En ocasiones, como en este caso, los generales tienen una visión más amplia que los políticos civiles, urbanos, instruidos y, quién lo pensara, menos afectos a la cultura”.3

José Vasconcelos (1882-1959) tuvo la confianza del presidente en turno. Y la aprovechó. Surgido del pensamiento más avanzado de las postrimerías del porfiriato, y perteneciente como Alfonso Reyes, Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña y Martín Luis Guzmán al Ateneo de la Juventud, se abrazó a la política y la administración públicas con audacia. Los planteamientos económicos y sociales son sustituidos en su actuar por los éticos y estéticos, acota Carballo.

Prefigurada por el propio Vasconcelos como un “organismo flexible, ilustrado y poderoso que haga sentir su acción donde quiera, jamás entorpecedora, siempre vivificante”, la Secretaría de Educación Pública (SEP) nace el 5 de septiembre de 1921. La semilla para el nacimiento de un nuevo magisterio, artistas plásticos, músicos y composito-

[Primera parte]

/// C. Rivera. Retrato de Venustiano Carranza. Óleo sobre tela.1918. Col. Museo de Historia Mexicana.

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