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Por Mauricio Flores
/// Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco.1947. Archivo Cenidiap, CDMX. /// Diego Rivera. La creación. 1922. Mural en la Escuela Nacional Preparatoria.
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/// José Clemente Orozco. Maternidad. fresco, 1923-1924, uìnico panel que permanece del mural que pintó en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, CDMX. /// José Vasconcelos. Imagen tomada del portal del Colegio Nacional.
res, la divulgación del libro, la alfabetización, la educación indígena… quedó sembrada.4
Muralismo 1922 fue un año crucial para la cultura y el arte nacionales. Mientras que Mussolini toma el poder en Italia y James Joyce publica Ulises en Irlanda, los pintores David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y José Clemente Orozco, entre más, se lanzan a la aventura de expresarse en los muros de los edificios públicos más representativos de entonces. El proyecto es más que palpable.
Será el Antiguo Colegio de San Ildefonso donde la fuerza del después llamado muralismo mexicano mostrará sus grandes virtudes. Una, tal vez la más significativa, plasmar mediante su arte la historia del país, los mitos y el pasado prehispánicos y la lucha de emancipación de sus pueblos.
De acuerdo a Octavio Paz (1914-1998), los tres grandes del muralismo mexicano trajeron al escenario del presente hombres y mujeres hasta entonces ausentes de toda manifestación artística. Joven preparatoriano, quien a la postre sería Premio Nobel de Literatura (1990), Paz recuerda así esos espacios y muros:
“Era espaciosa [la Escuela Nacional Preparatoria] y sus columnas, arcos y corredores tenían nobleza. Otra atracción: las pinturas murales de Orozco, Rivera, Siqueiros, Jean Charlot y otros. El primer fresco de verdad fue obra de Jean Charlot, pero usó cemento y otros ingredientes que dañaron los colores. Ramón Alva de la Canal tuvo el buen sentido de escuchar a uno de los albañiles que trabajaban con él y se sirvió de la técnica popular con que se pintaban las pulquerías. Rivera aprovechó más tarde, con talento, esta técnica; el primer mural que pintó estaba en mi escuela”.5
En resumen de Lelia Driben, la novedad de los muralistas consistió “en rescatar una parte de la sociedad mexicana, la indígena, campesina, marginal, para darle el lugar dignificado que el sistema político le había negado. Es decir, recogen, en sus pinturas, a los mismos sectores que protagonizaron la Revolución Mexicana”.
Lo pincelado por los artistas difiere sustancialmente con lo hecho hasta entonces en el país y llega a tener “puntos de coincidencia” con el realismo socialista, que para entonces comenzaba a entronarse en muchas áreas de influencia planetaria.
“En sus relaciones con el poder político o con el sistema imperante -detalla Driben-, Diego realizaba una pintura que se mueve entre el civismo y la crítica al mismo. Siqueiros fue más frontal, incluso en su compromiso concreto con los procesos revolucionarios. Al involucrarse llegó a cometer errores gravísimos (como el intento fallido de atentado a León Trotski) y excesos que pagó con años de cárcel. Pintor de imágenes desmesuradas y hombre de acción -como pocos creadores llegan a serlo en este segundo aspecto-, conoció y se introdujo a fondo en las contradicciones -con sus momentos lumínicos y sus tenebrosidades- de un ideal que en sus comienzos buscó sustentar un modelo social y humanista justo que nunca se cumplió. José Clemente Orozco fue el más anárquico de los tres”.6
Concluye Driben: “en su mayor momento el muralismo conformó una singular y controvertida vanguardia en México, al compás de una sociedad que afloraba de la gesta revolucionaria y comenzaba a difundir cambios en la sociedad y en el estado-nación”.7
La presencia inobjetable de los muralistas, también eje de lo que se denomina Escuela Mexicana de Pintura, derivaría más adelante en la conformación de colectivos de mayor compromiso político y social como el grupo 30-30, la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios y el Taller de Gráfica Popular.
[Continuará]
* El presente texto forma parte del Libro 2. Movimientos sociales, de La izquierda mexicana del siglo XX, coordinado por Arturo Martínez Nateras, edición del FCE / UNAM, donde el autor da cuenta de la fortaleza de la izquierda en la vida del país entre las décadas de los 20 y 40, reflejada en el movimiento cultural.
1 Jorge Ibargüengoitia, “Sesenta años de gloria. Si Villa hubiera ganado”, en: Instrucciones para vivir en México, Joaquín Mortiz, México, 1990, p. 51. 2 Emmanuel Carballo, Párrafos para un libro que no publicaré nunca, Conaculta, México, 2014, p. 127. 3 Ibid, p. 129. 4 “El impulso a las bibliotecas y escuelas implicó también el impulso a la imprenta. Los tirajes de libros impresos fueron muy importantes durante esa época. Los Talleres Gráficos de la Nación, creados en 1923, cumplieron una labor medular en lo que se refiera a los libros y textos escolares. Se publicó literatura, economía, sociología, historia del arte, traducciones y versiones accesibles de obras fundamentales a través de la colección Lecturas Clásicas para Niños. El anhelo de Vasconcelos por “inundar de libros al país” se convirtió en un desafío. Asimismo, advirtió la importancia de desarrollar un ámbito editorial para los niños, fuera del criterio globalizador de los libros de texto. Se promovió, en consecuencia, la necesidad de efectuar ediciones con grandes tirajes para apoyar las campañas nacionales de alfabetización y el fomento al gusto por la lectura. El gran proyecto vasconcelista sentaría las bases de una concepción educativa nacional que, en el proceso de reconstrucción nacional, adquirió dimensiones insospechadas”. En: Rafael Tovar y de Teresa, Modernización y política cultural. Una visión de la Modernización de México, México, FCE, 1994, p. 37. 5 También soy escritura. Octavio Paz cuenta de sí, Edición de Julio Hubard, FCE, México, 2014, p. 33. 6 Jorge Ibargüengoitia, “Sesenta años de gloria. Si Villa hubiera ganado”, en: Instrucciones para vivir en México, Joaquín Mortiz, México, 1990, p. 51. 7 Emmanuel Carballo, Párrafos para un libro que no publicaré nunca, Conaculta, México, 2014, p. 127. 8 Lelia Driben, La Generación de la Ruptura y sus antecedentes, FCE, México, 2012, p. 16.