SUPLEMENTO CULTURAL
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DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN
Gabriel de la Mora en el Museo Francisco Goitia. Foto de Juan Carlos Villegas.
El poeta es el autor que desaparece es el título de la exposición de Gabriel de la Mora (CDMX, 1968), inaugurada el pasado 8 de julio en el Museo Francisco Goitia y que está integrada por 47 pinturas de la serie El sentido de la posibilidad: pintura expuesta, que han sido sometidas al proceso de deterioro y redescubrimiento que el tiempo, la historia y el polvo de la memoria han dejado sobre las superficies expuestas a la intemperie. Se trata de una muestra que “captura el vigor y la fuerza de la naturaleza a través de su propia inscripción en la superficie pictórica”.
[El poeta es el autor que desaparece, de Gabriel de la Mora, en páginas centrales]
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LA GUALDRA NO. 487 /// 12 DE JULIO DE 2021 /// AÑO 11
La Gualdra No. 487
Editorial Gabriel de la Mora estuvo en Zacatecas para inaugurar su exposición El poeta es el autor que desaparece, en el Museo Francisco Goitia, el pasado 8 de julio. Al día siguiente tuvimos la oportunidad de asistir a una reunión en el mismo museo, convocada por la directora Adela Bañuelos, y en la que pudimos escuchar del artista originario de la Ciudad de México cómo fue que esta exposición fue concebida y sobre los procesos de intervención a los que las piezas fueron sometidas para ser exhibidas finalmente en formatos unificados de 20 x 25 centímetros, ya consolidadas y en soportes de madera entelados. La exposición es realmente buena y vale mucho la pena ser vista. El espectador descubrirá que está conformada por 47 piezas en formatos pequeños distribuidos a la distancia suficiente para que puedan entablar un diálogo entre ellos mismos y el espectador. El atinado montaje, a cargo del personal del museo, contribuye a que las piezas puedan ser apreciadas con detenimiento, el aire entre los cuadros permea y unifica pulcra y sencillamente los espacios de las salas temporales del museo, sin saturaciones innecesarias ni estridencias para que sea cada uno de los cuadros protagonista de su propia historia. La exposición puede ser vista como si de un libro se tratara: página a página usted puede ir descubriendo lo que el tiempo “o la venganza de la naturaleza” -como dijo una espectadora- ha hecho sobre las superficies: craquelados que hacen surcos, cuadriculan o forman espirales que se integran a los paisajes que originalmente hicieran, hace años, autores cuyo nombre se desconoce. Las pinturas originales fueron adquiridas por De la Mora en bazares, mercados de pulgas e incluso rescatadas de sitios en donde habían sido desechadas. Una vez adquiridas, fueron sometidas a un proceso de “intervención de la naturaleza” en la azotea del estudio del artista y los procesos de cambio fueron registrados hasta que este consideraba que era tiempo de consolidarlas profesionalmente -con la asesoría de un restaurador especializado en conservación- en otro tipo de soportes. Los resultados son sorprendentes, en cada uno de estos “nuevos” cuadros lo que prevalece es la belleza.
Una de las reflexiones de De la Mora en la conversación que tuvimos con él, fue la que tiene que ver con “lo contemporáneo”; para él, todo lo que se realiza en este tiempo compartido es de esa naturaleza. No es contemporáneo solo lo que se ha etiquetado como tal en el arte, al relacionarlo con ese tipo de producción artística que está ligado solo a lo conceptual dejando hasta cierto punto de lado su parte formal. “Contemporáneo es Goitia, no hay nada más contemporáneo que su Ahorcado exhibido en este museo”, dice De la Mora, y es que toda esa serie de los ahorcados del artista fresnillense, aunque se haya hecho en las primeras décadas del siglo pasado tiene una vigencia insoslayable, por más dolorosa que resulte. Con estudios de arquitectura y una maestría en arte, Gabriel de la Mora es un artista que desafía constantemente, y desde que era niño, las formas y los convencionalismos de lo que tradicionalmente se concibe como “permitido”. Es zurdo y cuando comenzaba a tomar clases en la escuela, una maestra le dejó que hiciera una plana completa de la letra “m”; aún conserva esa retícula en papel en la que por un lado de la página hizo, sin entrar en controversia con su profesora, la letra tal y como ella le dijo; pero, por el otro lado, hizo una página con la misma letra escribiéndola en sentido contrario, como le resultaba más cómodo y natural escribir desde entonces, cuando tenía 4 años. Esa puede ser considerada su primera obra de arte, más allá de la evidencia de una clara rebeldía, en ese pedazo de papel está la predicción del camino que tomaría como artista para encontrar los vínculos entre la ciencia, la técnica, el arte y la belleza. La exposición El poeta es el autor que desaparece, cuyo título está inspirado en una frase dicha por Octavio Paz, estará en exhibición en el Museo Francisco Goitia hasta marzo del siguiente año; como se presta para hacer sobre ella diferentes lecturas cada que usted la visite, le recomiendo que empiece ya, que vaya por primera vez a verla en estas fechas veraniegas y que regrese después, todas las veces que pueda. Que disfrute su lectura.
Contenido Pabellón de Banderas Históricas: A 200 años de la adhesión de la Muy Noble y Leal Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas al Plan de Iguala Por Carlos Augusto Torres Pérez
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El poeta es el autor que desaparece [Gabriel de la Mora en el Museo Francisco Goitia] Por Jánea Estrada Lazarín
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Inventario de opiniones breves. Jorge Bustamante García Por Rafael Calderón
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Inside, de Bo Burnham: la risa en tiempos difíciles Por Adolfo Nuñez J. El cazador de historias, de Eduardo Galeano Por Miguel Ángel de Ávila González El pequeño Anecdotario [Un recuerdo volátil] Por Luisa Vera
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Referencias Por Humberto Mayorga
Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com
Directorio
Carmen Lira Saade Dir. General Raymundo Cárdenas Vargas Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx
Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com Roberto Castruita Diseño Editorial
La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.
Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com
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/// Pabellón de Banderas Históricas, Museo Zacatecano, vista general. Imagen: Centro INAH Zacatecas/Juan Carlos Basabe
Pabellón de Banderas Históricas: A 200 años de la adhesión de la Muy Noble y Leal Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas al Plan de Iguala 6 Por Carlos Augusto Torres
Pérez
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l Plan de Iguala representó, sin duda alguna, el documento que sentaría las bases de unión de los habitantes del territorio que hoy es México bajo un lema y una bandera como símbolo tricolor de las tres garantías: religión, unión e independencia. Fue firmado un 24 de febrero de 1821 como alianza entre las fuerzas insurgentes y el ejército realista y su contenido libertador se propagó rápidamente a lo largo y ancho del país, de ahí que, en los meses posteriores, los Ayuntamientos de las principales ciudades novohispanas fueron firmando su adhesión. Como parte de las conmemoraciones por el bicentenario de la consumación de la independencia de México, se ha preparado una exposición itinerante concebida por la Coordinación Nacional de Museos y Exposiciones del INAH como una forma simbólica de recordar esta paulatina adhesión de las entidades del país al Plan de Iguala, a partir de una ruta que recorre 16 estados de la república, partiendo el pasado 24 de febrero desde Iguala, Guerrero y que terminará el próximo 27 de septiembre en la Ciudad de México conmemorando los 200 años de la entrada del Ejército Trigarante, hecho que marcó el inicio formal de la vida independiente de México. La exposición está conformada por 5 banderas históricas que fueron enarboladas por el ejército insurgente entre los años de 1810 a 1821 y que hoy son resguardadas como parte de los acervos del Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec. Conforman la exposición: la bandera de Ignacio Allende, confeccionada en 1810, del estandarte Viva María Santísima de Guadalupe utilizado por el cura Hidalgo en 1810; así como la bandera El Doliente de Hidalgo de 1812, confeccionada por el
/// Bandera El Doliente de Hidalgo utilizada en 1812, Pabellón de Banderas Históricas, Museo Zacatecano. Imagen: Centro INAH Zacatecas/ Juan Carlos Basabe
/// Bandera de las Tres Garantías , 1821, Pabellón de Banderas Históricas, Museo Zacatecano
/// Estandarte Viva María Santísima de Guadalupe utilizado por el cura Hidalgo en 1810, Pabellón de Banderas Históricas, Museo Zacatecano. Imagen: Centro INAH Zacatecas/ Juan Carlos Basabe
teólogo e insurgente zacatecano José María Cos, como homenaje a Hidalgo, tras su ejecución. Completan la exhibición los lábaros del Regimiento de Infantería de San Fernando, empleado por el ejército de José María Morelos y Pavón entre 1812 y 1814; y el de la Infantería Provisional de Puebla del Ejército Trigarante, el cual data de la etapa final de la lucha independentista, tras la proclamación del Plan de Iguala, en febrero de 1821. A la exposición se integra también el acta que legitimó la adhesión de Zacatecas al Plan de Iguala, firmada un 5 de julio de 1821, en la casa de don Manuel de Rétegui -hoy conocida como el Palacio de la Mala Noche-, en ella miembros de la sociedad civil, militares y miembros del clero de la Muy Noble y Leal Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas juraron obedecer y hacer obedecer el gobierno,
con adhesión al plan del señor coronel don Agustín de Iturbide, primer jefe del Ejército de las Tres Garantías, este mismo documento establecía la unión de todos los habitantes de la Nueva España. La jura del Plan de Iguala, al mediar 1821, significó para Zacatecas la conclusión de un largo periodo de estabilidad precaria. Durante los once años de la guerra de independencia, la próspera ciudad mineral fue asediada por la violencia y el temor a esta. Por la geografía zacatecana transitaron las fuerzas insurgentes desde los primeros meses de guerra. En este lugar se estableció la Casa de Moneda más importante del interior del país, la cual utilizó el cura Miguel Hidalgo durante su paso hacia el norte, para acuñar moneda con el sello insurgente. El Museo Zacatecano fue elegido como sede para esta importante exposición,
pues ocupa precisamente el inmueble de la Antigua Casa de Moneda de Zacatecas la cual fue establecida a finales de 1810, al inicio del movimiento insurgente. Ante el clima de inestabilidad que prevalecía y ante el riesgo de envío de comandas de plata a la Ciudad de México la Corona española autorizó su apertura para evitar la escasez de circulante; sin embargo, esta casa ayudó a soportar la lucha independentista, y una vez consumada, Agustín de Iturbide amplió sus instalaciones y troqueló moneda para la nueva nación, en 1821. A la fecha, la exposición ha recorrido algunos estados de la república como Guerrero, Guanajuato, Michoacán, Tlaxcala, Veracruz, Hidalgo y Jalisco; y hoy se encuentra en Zacatecas. El público zacatecano podrá apreciar las insignias del 5 al 25 de julio, en este espacio emblemático de la ruta de la Independencia de México.
Ollin: Memoria en Movimiento
/// Pabellón de Banderas Históricas, Museo Zacatecano, vista general, Imagen: Centro INAH Zacatecas/Juan Carlos Basabe
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Exposiciones
El poeta es el autor que desaparece [Gabriel de la Mora en el Museo Francisco Goitia] 6 Por Jánea Estrada Lazarín
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l poeta es el autor que desaparece es el título de la exposición de Gabriel de la Mora, inaugurada el pasado 8 de julio en el Museo Francisco Goitia y que está integrada por 47 pinturas de la serie El sentido de la posibilidad: pintura expuesta, que han sido sometidas al proceso de deterioro y redescubrimiento que el tiempo, la historia y el polvo de la memoria han dejado sobre las superficies expuestas a la intemperie. “El título de la exposición es producto de una constante y una pregunta para mí... siempre han existido diferentes pirámides sobre el arte; han puesto al pintor en la punta, después a los críticos, curadores, historiadores, coleccionistas, museos, galerías, mercado, espectadores... pero creo que sí yo pudiera hacer una pirámide hoy en día solo habría cuatro letras: ‘obra’. Todo lo demás o lo que esté ajeno a la obra de arte en sí, el propio artista o autor -porque ¿quién es el autor?-, es secundario. Al final del día todos vamos a desaparecer y lo que va a continuar son las obras en sí”, dice De la Mora, quien se dio a la tarea de encontrar obras en distintos lugares como mercados de pulgas y bazares, cuya autoría no fuera reconocida, piezas sin firma o muchas veces solo con las iniciales de un pintor desconocido y quizá, ya desaparecido físicamente... este tipo de cuadros que solemos encontrar incluso en la basura porque han sido desechados por sus dueños “La mayoría de las pinturas que utilicé tenía más de 50 años, las empecé a comprar y eran desechos en los mercados de pulgas; pero no sabía cómo este tipo de pinturas pudieran considerarse basura”. El paso del tiempo en las obras necesariamente modifica las superficies, preguntarnos qué es lo que sucederá con ellas en cien o doscientos años es algo que no podemos responder con certeza, pero sí imaginar. En el mejor de los casos algunas de ellas serán encontradas por al-
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/// Gabriel de la Mora en el Museo Francisco Goitia. Foto de Juan Carlos Villegas
gún investigador y pueda tomarlas como documentos que ayuden a contextualizar el tiempo en el que fueron creadas y obtener de ellas datos que propicien un acercamiento a entender cómo la humanidad ha ido cambiando; pero tal vez, al ser encontradas simplemente terminen por ser destruidas. Si la obra no tiene la firma al frente, o los datos de su autor en alguna su-
perficie, este desaparecerá en cualquiera de los casos. Gabriel de la Mora reunió una serie de pinturas y las sometió -sistemáticamente- a un proceso natural de deterioro al dejarlas expuestas al sol, la lluvia, el polvo, el granizo, a agentes externos a la obra misma. Todo esto obedeció a una metodología: cada una de las piezas tiene
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su propio archivo en el que se indica dónde y cómo fue encontrada, las condiciones físicas iniciales, el registro de la imagen original, posibles datos de identificación -nombres, notas, números, letras- para poder registrar los cambios (en la cédula de las piezas que finalmente se exhibieron está estipulado como parte del nombre, el número de días que estuvo a la intemperie la pieza y el año en que inició el proceso). Luego de este periodo en el que las piezas estuvieron sometidas a las fuerzas de la naturaleza, le siguió el de la selección de las superficies de cada una de estas obras que De la Mora tomaría para recortarlas y -con la ayuda de un restaurador profesional- consolidarlas en un nuevo tipo de soporte; de esta manera, podemos ver en la muestra que hoy se exhibe en el museo, el resultado de un meticuloso proceso del artista que decidió llevar al límite las condiciones originales de las piezas y que le hace afirmar: “En el arte también nada se crea ni se destruye: solo se transforma”. Dicho así, sin ver el resultado, se podría pensar que esto no se trata más que de una ocurrencia, pero al ver las piezas expuestas teniendo el antecedente de todos los procesos a los que han sido sometidas -búsqueda, selección, registro, intemperie, deterioro, cambio, consolidación, registro, exposición- uno no puede más que sorprenderse. No se trata nada más de ver los cambios experimentados, porque el espectador final no tiene la imagen original en mente, sino de apreciar que la belleza está en la cúspide de una nueva pirámide creada y recreada por un nuevo autor, creador de transformaciones; y, como si a una máquina de tiempo hubieran sido sometidas, nos encontramos con que estas 47 piezas son, en un sentido diferente, nuevas. En cuanto a la autoría, dice Gabriel de la Mora “había algunas firmas, algunas fechas, pocas, hay algunas de 1967, del 62... y hasta del
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Exposiciones
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2000, que fueron las más recientes que pude encontrar; tomé estas piezas recientes también para ver qué sucedía y lo interesante es que los óleos no se desprendieron tanto, pero lo que sí perdieron fue el color”. Al tratarse de pinturas que estaban desechadas o arrumbadas, De la Mora se pregunta ahora “¿Quién es el autor? ¿Quiénes son los autores? ¿Los que pintaron originalmente los cuadros? O en el momento en el que yo los adquiero y los meto en la azotea podrían ser de mi autoría; o al someterlos a la intemperie, Dios, por representar a la naturaleza de alguna manera... a mí lo que me interesaba era que al someterlas a esas intervenciones no tuvieran el control humano, que no hubiera nadie interviniendo o manipulando esas piezas y que al final de cuentas empezara un trabajo de desaparición”. Las piezas en exhibición registraron el paso del tiempo, los efectos de los rayos del sol, el
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polvo, las gotas de lluvia y transformaron las superficies; De la Mora no deja de sorprenderse “qué maravilla que las gotas de lluvia, el granizo y la misma naturaleza dibujen sobre la pintura”. Cada una de las obras que conforman esta exposición dialogan entre sí, su formato así lo permite; el óleo erosionado y consolidado registra lo que la naturaleza ha re-dibujado sobre las pinturas originales: un entramado de figuras, espirales, cuadriculados diminutos, craquelados que de alguna manera van reconfigurando con un ritmo diferente, una reticencia a desaparecer del todo: donde solo el autor se difumina. Sobre estas piezas, De la Mora dice: “De alguna manera no importa quién las hizo, lo que importa es que la obra es esto y detona cosas [...] Siempre, cualquier obra de arte por más conceptual que sea, el primer impacto que causa es a través de la mirada, y eso mueve emociones, genera contemplación y propicia des-
pués una pregunta... pasa de un aspecto formal a un aspecto conceptual a través de preguntas; y cuando algo te mueve emocionalmente pero además te deja pensando, es lo mejor que le puede ocurrir al arte [...] Para mí el arte, es cuando la gente -sin información previa- se va a mover sin nada a través de la mirada, a través de observar, cuando esto lo mueve emocionalmente. Creo que pudiera haber algo que se pudiera llamar formalismo conceptual, donde el aspecto formal tenga como resultado el conceptual y el conceptual tenga a su vez el aspecto formal. Contemporáneo es todo lo que se produzca y se haga ahorita”, eso es lo que sucede con esta muestra. De Octavio Paz fue tomado el título de esta exposición; el poeta leyó en la década de los años 80 al referirse a la escritura y al oficio del poeta, “Yo dibujo estas letras /como el día dibuja sus imágenes / y sopla sobre ellas y
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no vuelve”, y después de leer el poema afirmó: “El poeta no es dueño de lo que dice, es como el día que dibuja las imágenes y se va. Lo que queda o no queda son las imágenes, pero el autor desaparece detrás de su obra [...] No somos dueños, nadie es dueño de lo que dice, cuando hablamos habla también la raza, el lenguaje... cualquiera que está hablando, sin saberlo, está repitiendo lo que dijeron sus abuelos, los otros, los que inventaron el idioma... cada acto nuestro, verbal, representa un homenaje histórico [...] sin lector no hay poesía, el poeta es el autor que desaparece, queda el poema, pero el poema siempre es algo incompleto, algo que se está rehaciendo sin cesar”.1 Visite esta exposición en el Museo Francisco Goitia. 1
Ver: “Experiencia poética 1. Conversaciones con Octavio Paz”, en: https://youtu.be/yVxWx3VAcpc
Literatura
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Inventario de opiniones breves: Jorge Bustamante García 6 Por Rafael Calderón
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a ciudad de Morelia es la casa de la presencia para varios escritores y poetas. Después de visitarla, se han quedado a vivir por temporadas cortas o largas, y en su obra, la ciudad ha pasado a ser parte de su historia literaria. Hoy en día destaca la presencia de Jorge Bustamante García (Zipaquirá, Colombia; 18 de octubre de 1951). Antes de pasar a comentar las traducciones que realiza de poetas rusos, sus propios poemas o, parte de su ensayística, quiero traer a colación la presencia de otros visitantes que han resultado interesantes para reconocer esa tradición que sobresale por la presencia de quienes en otros tiempos la han visitado. Hace varios años pasó por la ciudad un colombiano llamado Porfirio Barba Jacob, y en la Piedad, dio un recital. Las páginas del semanario de información y combate Brecha publicaron el 24 de marzo de 1935 un poema de su autoría con motivo de su recital y se consigna que en Morelia permaneció varias semanas; se trata del poema “Lamentación de octubre” que se puede leer en las páginas de aquel semanario y hoy día en la edición de la poesía compilada por el colombiano y novelista Fernando Vallejo. Otro poeta que estuvo en Morelia, dejando honda huella es Pedro Garfias; las crónicas de aquellos días registran testimonio de que anduvo por las calles morelianas como verdadera leyenda de la poesía española; cuando se rehaga la historia de su vida sorprenderá su discreta y apasionada presencia y la precisión de su memoria para recitar poemas de Antonio Machado en el Aula Magna del Colegio de San Nicolás. La estancia en la ciudad del venezolano Rómulo Gallegos es relevante: desde Morelia se inspiró para escribir su obra narrativa donde deja huella de perdurabilidad; se dice que su novela clásica Doña Bárbara la escribió en esta ciudad. Esta tradición literaria y cultural continúa y puede citarse la presencia del poeta y traductor Jorge Bustamante García, siempre acompañado por su esposa Olga. Su presencia se vincula estrechamente con Morelia y varias regiones michoacanas; lo interesante es que despliega una actividad que se vuelve única, apasionante. Su nombre se encuentra asociado con una edición especial, Monografía geológico minera del Estado de Michoacán, que realizó como primer autor y publica el Consejo de Recursos Minerales, después Servicio Geológico Mexicano, donde trabajó por 30 años en su calidad de geólogo; en esta edición se incluye como referencia histórica El Lienzo de Jucutacato, ya que en él se ilustra cómo obtenían el cobre los antiguos purépechas. Morelia es el punto de encuentro. Bustamante es autor de varios títulos esenciales en su larga bibliografía publicada; asumió la nacionalidad mexicana.
/// Jorge Bustamante García. Foto del Registro Nacional de Escritores. Sociedad Nacional de las Artes y Ciencias Cinematográficas S.C.
No es extraño que entre finales del XX y los años transcurridos del presente siglo, su nombre es el de un destacado traductor de poesía y por su profesión de geólogo es un viajero frecuente entre México, Colombia y Rusia y de las distintas serranías de la tierra michoacana. Entre México y Colombia su presencia es vigente; por lo menos 40 años los ha vivido ininterrumpidamente en Morelia. Su obra se publica en México, Colombia y España; un ejemplo muy sobresaliente son los poemas que traduce de Anna Ajmátova o El instante maravilloso que ya es una antología canónica. El mapamundi de su escritura registra que es un poeta de una intensidad lírica fabulosa y las traducciones que realiza llevan lejos; o decir que llegamos al encuentro del universo de su escritura que va de la narrativa a la crónica y define su pasión finisecular de ensayística y, ver todo esto como visión de la escritura y la lectura: oír y reflexionar al mismo tiempo. Su poética deja visible esa teoría y práctica de la traducción. Por eso, hay que explorar y recorrer ese universo de su condición exquisita de poeta, ubicar su inventiva del doble y acertado ejemplo con el que explora el lenguaje: es desde donde habla, sincroniza y sus memorias hacen de la crónica una batalla que pareciera suceder
como un reencuentro con la vida. La realidad es que impregna por destellos y recordar donde nació, en qué país vive, el lugar de su estancia; Colombia y México son países unidos por el mismo idioma. Jorge Bustamante García reside en Morelia México, desde 1982. En su obra de poemas, ensayos, crónicas, o novela y cuento y de traductor existe un resumen completo de títulos que reflejan momentos claves de su travesía: Antología de una generación dispersa. Nueva poesía de Costa Rica (Editorial Costa Rica, 1982); Invención del viaje (poesía, Libros del Fakir, México, 1986); El canto del mentiroso (poesía, Secretaría de Cultura de Jalisco, Guadalajara, 1994); El desorden del viento (poesía, UAM, México, 1989); El caos de las cosas perfectas (poesía, UAM, 1996); Henry Miller: entre la desesperanza y el goce (ensayo, Bogotá, 1991); Literatura rusa de fin de milenio (ensayo, Ediciones sin Nombre, 1996); Diez modos de contemplar un río (cuento, Verdehalago, México, 2004); El milagro de las cosas nombradas (Ediciones San Librario, Bogotá, 2010); El viaje y los sueños. Un ensayo vagabundo, un recorrido por la obra de Sergio Pitol (ensayo, UNAM, 2013); Las calles de las ciudades ajenas (novela, Sílaba Editores, Medellín, Colombia, 2018), cuya trama ocurre tanto en Colombia como en la Unión Soviética de los años setentas.
Sus traducciones de autores rusos han sido publicadas en México, España y Colombia: Poemas de Anna Ajmátova (UNAM, 1992); Cinco poetas rusos (Editorial Norma, Colombia, 1995); Palabra del solitario. Ensayos sobre poesía rusa (Verdehalago, México, 1998); Poemas escogidos de Anna Ajmátova (Editorial Norma, Colombia, 1999); El instante maravilloso: Poesía Rusa del siglo XX (UNAM, 2004, 2014); El Perro Vagabundo y otras memorias de escritores rusos (Filodecaballos, 2008, Conaculta, 2015); La ironía y otros ensayos de Alexander Blok (Verdehalago, México, 2008); Lev Tolstói. Conversaciones y encuentros en Yásnaia Poliana (Fórcola, España, 2012); La vida entera y otros cuentos raros de escritores rusos (Verdehalago, México, 2013); y la novela utópica Estrella Roja de Alexandr Bogdánov (Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, 2020). Este inventario de opiniones breves puede resumirse por ahora con un título: Poemas de Ajmátova y señalar la huella y deleite del paladar en castellano por estos versos únicos o destacados. Hay que reconocer que “Jorge Bustamante García, poeta colombiano que vive entre nosotros, pone en manos del lector una muestra de esa obra espléndida, y en la introducción termina por afirmar la vida y la obra de Anna Ajmátova”.
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Inside, de Bo Burnham: la risa en tiempos difíciles
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inco años atrás, el multifacético y talentoso comediante Bo Burnham dejó de hacer rutinas de comedia después de sufrir ataques de pánico en los escenarios; el último de sus shows, Make happy (2016), se puede ver en la plataforma Netflix. Al iniciar el 2020, Burnham consideró regresar a las presentaciones en vivo, plan que se vería frustrado por la pandemia de COVID-19, y que obligaría al comediante a quedarse recluido en su hogar. Esta situación de encierro (que todos experimentamos en carne propia) sería el punto de partida de Inside (2021), especial de comedia realizado por Burnham y que fue enteramente grabado en el interior de su casa durante el último año. En una interesante mixtura entre película, rutina de comedia y diario íntimo, el comediante va montando una serie de sketches, a manera de videoclips musicales, y que se vuelven una ingeniosa y detallada crónica de la vida diaria de una persona durante la pandemia que inició el año anterior. Con excepción de la producción y el sonido, Burnham se encarga de prácticamente todo, desde la di-
rección, el guion, la edición, la fotografía, así como de la letra y música de sus hilarantes canciones. Al mismo tiempo el comediante reflexiona y se burla de diversas cuestiones como la corrección política, el deseo a opinar sobre
todo, la hipocresía en el supuesto activismo que realizan las grandes empresas y la manera en la que la identidad de las personas se ha ido moldeando por las redes sociales. En esta última cuestión, el especial encuentra paralelismos con Eighth grade (2018),
El cazador de historias, de Eduardo Galeano 6 Por Miguel Ángel de Ávila
González
hasta la portada del volumen, en la que aparece el llamado monstruo de Buenos Aires, un guiño irónico a la mirada exagerada que el mundo eurocéntrico dirigía a los pueblos originarios de Latinoamérica. Junto con las historias muy personales, el autor rescata en sus relatos las grandes constantes de su obra: la reivindicación de la dignidad, la naturaleza, el desprecio colonialista europeo, el valor de la mujer y, también, el futbol, una de sus grandes aficiones. Este libro se puede leer de corrido, de principio a fin. Sugiero llevarlo a todas partes:
es ideal para esperar la llegada del camión urbano, para hacer antesala y muy útil en alguna de las muchas filas de espera que tenemos que hacer; en lugar del celular se pude abrir este libro al azar, en cualquier página y lo que alcancemos a leer, invariablemente nos proporcionará sorprendentes cápsulas y breves relatos, desde los más inverosímiles hasta los más inimaginables. A continuación algunos ejemplos: Primera juventud. Va por la calle y ve a una mujer recibiendo golpes por su pareja sentimental, los brazos abiertos la espalda
contra la pared. Intervino a su favor. Acto seguido entre los dos le ponen una tunda y lo dejaron tirado. Aprendió la lección (p. 176). El taxista. Estocolmo. Hacía mucho frío. El taxista bajó del coche, amablemente le abrió la puerta, le cobró el viaje, con toda cortesía le devolvió el cambio y se despidió con breve reverencia. El taxista por ley estaba obligado a proceder de esta forma porque le servía de gimnasia. Estos breves pasos favorecían la circulación de la sangre, movían los músculos y ejercitaban los pulmones. Los enfermedades profesionales habían disminuido radicalmente (p. 194). Samuel Ruiz nació dos veces. Don Samuel dedicó los primeros tiempos de obispado a predicar resignación cristiana a los indios condenados a la obediencia esclava. Al cabo de medio siglo se convirtió en el brazo religioso de la insurrección zapatista (p. 49). El condenado. Fray Luis de León pasó cinco años de su vida encerrado en un calabozo de Valladolid. La Santa Inquisición lo había condenado por traducir al castellano el Cantar de los Cantares, el libro de la Biblia que celebra el derecho humano y la humana pasión (p.149). Magos. En 2014, El Fondo Monetario Internacional propuso una fórmula infalible para la salvación universal contra la crisis económica: reducir el salario mínimo (p. 113). Este libro pone punto final a una de las obras más relevantes de América Latina. *** Eduardo Galeano, El cazador de historias, XXI siglo veintiuno editores, México, 2016.
Libros
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l cazador de historias, de Eduardo Galeano, es un libro de relatos que sigue la secuencia de algunos de los grandes temas de su obra. Narra con humor, ironía y ternura pasajes de su vida, de sus viajes y de las personas que lo marcaron; habla sobre su vocación literaria y ofrece anécdotas sobre su quehacer literario. Galeano es considerado como uno de los pensadores más vigorosos y destacados de la literatura latinoamericana. Nos muestra el mundo en que vivimos, desnudando ciertas realidades que no siempre percibimos, o bien, con las que podemos identificarnos. Del mismo modo, nos ofrece un puñado de historias que sorprenden porque ofrecen pistas de su biografía como sus años de infancia y juventud, sus primeros viajes por América Latina, de las personas que marcaron su vida y su escritura, y porque expresan sus ideas sobre el amor, la vida y la muerte. Galeano se enfrentó con su pluma a la muerte, que tan cerca lo acechaba en esos momentos, y a la que miraba con curiosidad y sin grandes alharacas; era muy consciente de que iba a ser su último libro. Según su editor dejó preparados los textos, los dibujos y
el debut de Burnham en el cine, y que narra la historia de una adolescente (Elsie Fisher), cuya personalidad insegura y reservada contrasta con el personaje extrovertido y de gran autoestima que ha creado de sí misma en sus redes. Al igual que en dicho filme, Inside tiene ciertos tintes autobiográficos, que ahondan en la mente de un individuo que además de ser un talentoso comediante, también es una persona cuya ansiedad e inseguridades se tratan de algo real y con lo que ha aprendido a vivir. Además de ser una experiencia muy inteligente y entretenida, el especial termina funcionando como una especie de espejo, en donde cada persona se puede ver reflejada de distintas maneras, todas relacionadas con las angustias de vivir en el confinamiento. El resultado es una producción muy personal e íntima, que con una honestidad brutal reflexiona sobre cómo mantenerse aislados y volver al mundo real pueden ser situaciones igual de abrumadoras, pero que con Burnham en el centro de cada escena también se vuelve el recordatorio de que siempre habrá tiempo para reír, incluso en los momentos más difíciles.
Cine
6 Por Adolfo Nuñez J.
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LA GUALDRA NO. 487 // 12 DE JULIO DE 2021
El pequeño Anecdotario Río de Palabras
[Un recuerdo volátil] 6 Por Luisa Vera
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iempre, en cada sueño sigo los pasos de mi abuela, mujer ensimismada, sabia, callada. Hay un lugar entrañable que, a pesar del tiempo, perdura en mi memoria. A la orilla del río había un aromático mirto, tapizado de pequeñas chispas escarlata, con media docena de colibríes pendientes de hilos invisibles esperando para beber entre sus corolas; mientras en lo alto se podía escuchar la rama desnuda de un álamo, mecerse colmada de auras con alas extendidas bañándose con el sol de la mañana. El río crecido asustaba con el terror infantil a lo desmesurado. Era tan insistente, cuando me atraía a su caudal con la certera intención de envolverme entre sus olas, que casi me convencía. Pero no siempre era bestia, cuando su torrente se apaciguaba, su turbidez se volvía espejo de luna transparente. Entonces, las mujeres cargando sus artesas, buscaban la roca más plana para lavar arrodilladas
en la arena que les cosquilleaba los pies. Los críos entretenidos construían una represa para nadar y hacer montículos de rocas; entre las flores de alcaparra con forma de nubes angelicales intentaban en vano cazar libélulas, mientras en la hierba y los peñascos secaban las enaguas y refajos, todo blanquísimo, impreg-
nado del aroma de jarales. Mi abuela, cargaba una cubeta con trocitos de plantas, nos calzaba sendos sombreros y tomábamos el camino real hasta la casa de la tía. En la orilla del pueblo nos descalzamos para poder atravesar el vado de cemento. El cosquilleo del agua entre mis dedos me causaba risas.
Referencias 6 Por Humberto Mayorga
A
través del cristal pude ver cómo desabotonó su blusa dejando un escote discreto. El ruido del restaurante se detuvo cuando uno de los recepcionistas abrió la puerta para que ella entrara al sitio donde nos quedamos de ver. La gente guardó silencio al arribo de Diana mientras acomodaba su traje sastre bajo el brazo que le hacía lucir seria y conservadora. El sonido de los tacones armonizaba con la música de jazz. Yo me quedé observando su caminar pausado y seguro al mismo tiempo que daba un sorbo a mi bebida. Era nuestro aniversario. Cuando por fin llegó hasta la mesa le hice ver mi interés. Me levanté de la silla porque así lo sentí: No fue un acto de caballerosidad fingido. Una vez sentados, no pude quitarle la mirada de encima. Los labios que al momento no decían mucho dejaron escapar sonrisas que me inquietaron más. Su escote y el rubor de su rostro facilitaron un temblor leve al intentar servirle el vino tinto que nos acompañó por mucho tiempo. Ambos notamos el nerviosismo. Mi vista no podía bajar de sus ojos si no fuera por la leve línea que se macaba bajo el cuello: tan sutil, tan elegante y ligeramente afrodisiaco. Conversamos de esa primera vez en que nos conocimos
La casa de su hermana era un edén, con tejado de rosa té y sillones de paja nos reconfortaba del camino. Calmábamos la fatiga, en la redondez de un jarrito bebíamos el néctar de aguamiel. La tía, colmada de sonrisas francas, tomaba las migajas de plantas como tesoro preciado para ponerlas en agua. Y del reflejo de sus soledades se formaba una felicidad filial. Desde ahí se divisaban las huertas, plantaciones de flores que la gente llevaba por manojos, para ser ofrecidos por las niñas pequeñas en el rosario, mientras las señoritas cantaban alabanzas. El lugar era mágico, la simetría de los muros ennegrecidos y abstractos, las calles pedregosas reptantes entre lienzos de piedras y fronda parecieran formar parte de una pintura ancestral desdibujada por la eternidad. Las visitas duraban un suspiro. La hora de regreso era el mediodía, justo cuando la sombra de mi abuela se ausentaba. La cubeta regresaba plena de nuevos “piecitos” de plantas, en reciprocidad por los recibidos. Por el camino nos encontrábamos con mujeres apresuradas y hombres de andar pausado que en las correas de sus huaraches arrastraban el peso de toda una vida. Buenas tardes les dé Dios. ¿Ya dije que mi abuela era callada? Dejábamos atrás el pueblecito, tan diminuto como su nombre: El Marecito. Nos descalzamos para cruzar el vado de regreso, miraba atrás para tomar una fotografía mental tan clara y colorida que se mantiene intacta.
por casualidad, por obra de no sé quién y tampoco importaba. Nos conocimos. El leve pestañeo me incitaba a continuar contemplándole como la mejor obra de cualquier pintor renacentista. Le dije que me gustó desde siempre. Desde que la vi hacía ya un año, al escucharlo se sonrojó moviendo nerviosamente sus manos. La paranoia del momento me hizo sentir que la gente de alrededor estaba sobre nosotros. No encontrarme con el fastidio de conocidos sería lo ideal. Mientras la botella de vino se evaporaba, soltó una de sus zapatillas bajo la mesa y su pie empezó a deslizarse entre mis piernas. Bajaba y subía en tanto las miradas eran cómplices. Imaginé sus senos escondidos detrás del encaje. Su espalda desnuda y yo sobre la piel donde inician los placeres. No era solo el deseo. Me descubrí enamorado. Como un adolescente en su primera oportunidad deseaba el momento de fundirnos entre nubes. El ambiente hubiera subido de tono si no es por la interrupción del mensaje que recibí: Amor, los niños y yo todavía te esperamos. Te amo.