Material para el debate: democratización

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material para el debate junio / julio 2013

a 95 a単os de la reforma de 1918

de la izquierda independiente


pensar la reforma hoy Pensar la actualidad de un acontecimiento político

ocurrido hace ya 95 años implica un gran desafío. Es necesario analizar ese hecho en su contexto, tener en cuenta los antecedentes que lo hicieron posible y tomar en consideración a los sujetos que lo impulsaron y su anclaje social y cultural. Porque creemos que “levantar las banderas” de los reformistas de 1918 es algo que no debe agotarse en la mera reivindicación ni en el consignismo, sino que es una tarea que un movimiento estudiantil crítico y consciente de su rol histórico debe darse en pos de retomar esa lucha por la transformación de la universidad. En función de profundizar a la luz de hoy el proyecto y los idearios reformistas, el principal interrogante que asoma es en qué sentido se puede trazar un paralelismo entre las exigencias del movimiento reformista y las actuales demandas que tenemos como movimiento estudiantil. En este sentido, desde La juntada entendemos que es importante marcar al menos tres aspectos importantes: la democratización, el debate sobre la autonomía universitaria y el rol de las herramientas gremiales. En la Córdoba de 1918, el movimiento reformista se enfrentó a una estructura universitaria donde las castas profesorales del carácter más retrogrado hallaban cobijo en ella; hoy, las decisiones siguen concentradas en un reducido número de profesores que marginan de la vida universitaria a estudiantes, a profesores que no tienen regularizados sus cargos y a trabajadores no-docentes, situación que encuentra su legitimación en la misma Ley de Educación 2

Superior (LES) aprobada con el menemismo y sostenida por el kirchnerismo. La necesidad de cuestionar quiénes toman las decisiones venía en aquel entonces de la mano del cuestionamiento de los planes de estudios, de los métodos de enseñanza y de los fundamentos epistemológicos de la universidad misma. Plantear qué márgenes encontramos dentro de la universidad actual para una producción de conocimiento y prácticas pedagógicas alternativas no deja de ser un desafío pendiente del movimiento estudiantil y el conjunto de la comunidad educativa.


La autonomía universitaria, por otro lado, no puede esgrimirse en el mismo sentido que hace 95 años. Así como hay actores que comparativamente se encuentran debilitados (como es el caso de la Iglesia), permanentemente emergen nuevos actores ligados a la expansión de capitales nacionales y transnacionales que buscan hacer de la universidad un buen semillero de sus cuadros técnicos y profesionales. Por esto, si en el 18´ la autonomía encontraba como principal adversario a la Iglesia, su razón en la actualidad ha derivado en limitar el accionar tanto del Estado como de los capitales privados sobre la universidad. Ahora bien, ¿cómo hacer para que esta autonomía no potencie la disociación entre la universidad y la dinámica social externa? Este interrogante conduce a la necesidad de replantear cómo se piensa el trabajo de “extensión” de las universidades. Consideramos, en este sentido, que el desarrollo de una autonomía universitaria que rompa con cualquier idea de autonomismo aislado de la sociedad viene acompañado de plantear una proyección de la universidad ligada a las clases populares, en una perspectiva anticapitalista y transformadora.

Por último, es necesario preguntarnos sobre el papel del movimiento estudiantil como actor político. El proceso que derivó en la Reforma Universitaria de 1918 fue acompañado por la creación de herramientas gremiales (como las federaciones universitarias) que funcionaron como factores dinamizadores, estrechando vínculos con otros sectores de la sociedad y generando pronunciamientos de carácter antiimperialista. Hoy, casi un siglo después, la tarea consiste en recuperar ese ejemplo, superando los propios límites que el avance de los sectores más retrógados (Franja Morada) impusieron sobre el movimiento estudiantil y universitario en general. Sin embargo, forjar un movimiento que conforme una identidad que lo transforme en un actor de relevancia dentro de un bloque histórico de las clases subalternas no será resultado solo de una movilización ni de varias campañas reivindicativas, no será consecuencia sólo de una asamblea masiva ni de métodos novedosos de organización. Desde La Juntada creemos que desarrollar un nuevo movimiento estudiantil que retome los elementos más valiosos del proceso reformista requerirá de lograr conjugar las reivindicaciones gremiales con las académicas, de transformar las demandas estudiantiles en demandas del conjunto de la comunidad educativa, de fusionar día a día la vida universitaria con las clases populares en los lugares de trabajo, en los barrios y hasta en la cárceles, con la construcción de poder popular como estrategia fundamental. Por esto, te invitamos a compartir con nosotrxs algunas reflexiones sobre la Universidad que tenemos hoy en día, las cuentas pendientes que nos dejó la Reforma del ’18 y cómo pensamos que podemos construir un camino de transformación hacia una Universidad más democrática, crítica y comprometida con los sectores populares desde una perspectiva anticapitalista, antipatriarcal y antiimperialista. Porque, retomando aquella frase del Manifiesto Liminar, “los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan”.

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Para empezar a plantearse cómo transformar la

Universidad es necesario pensar quiénes toman las decisiones. La Universidad de Buenos Aires en su conjunto está gobernada por distintos órganos de cogobierno: el Consejo Superior, que gobierna la UBA, y un Consejo Directivo a su vez en cada facultad. En estos órganos se encuentran (o por lo menos deberían encontrarse) representados todos los sectores que son parte de la vida académica de la facultad. Allí se decide todo lo que hace a nuestra formación. Tal es la amplitud de temáticas que allí se discuten y resuelven que va desde la situación edilicia de las facultades, la orientación de las carreras, con qué criterios se nombran los docentes hasta decidir si se acepta financiamiento externo o no. Además en nuestra facultad existen las Juntas departamentales, que son un órgano consultivo de cogobierno que aborda las problemáticas más específicas de cada carrera.

Si bien todas las formas de cogobierno están compuestas por representantes estudiantiles, graduados y profesores, esto en sí mismo no garantiza que sean

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democráticas. Por ejemplo, la actual composición deja sin voto a un actor muy importante en la universidad que son los trabajadores no docentes; los estudiantes, que sí tenemos voto, estamos en minoría; los docentes auxiliares forman parte del claustro de graduados y no del de profesores, entre otras cosas... Cuánta actualidad tienen aquellas frases del “Manifiesto Liminar” de la Reforma Universitaria de 1918 que afirmaban: “Nuestro régimen universitario -aún el más recientees anacrónico. Está fundado sobre una especie del derecho divino: el derecho divino del profesorado universitario”. Hoy, sobre los más de 40.000 docentes con los que cuenta la UBA, quienes tienen el control de los órganos de gobierno son apenas unos 2.000 profesores. Al igual que los estudiantes en 1918, llamamos a minúsculo grupo por su nombre: una verdadera casta profesoral, que defiende sus propios intereses y privilegios por sobre los de la Universidad y el pueblo que la sostiene. No sólo quedan de lado 40.000 docentes, sino que 300.000 estudiantes y 10.000 trabajadores no docentes forman parte de un “cogobierno” que no es más que una fachada en donde el poder queda reservado para la casta profesoral. ¡Cuán lejos del ideario reformista de cogobierno igualitario y tripartito!


Los órganos de cogobierno y su composición son siempre el punto de partida para cualquier debate sobre la universidad. Es en este sentido que creemos necesario repensar el por qué de estas discusiones, ¿qué implica un cogobierno democrático? ¿cuál es el peso de los actores al interior de estos órganos? Desde La Juntada creemos que este debate tiene múltiples aristas, que deben ser pensadas necesariamente como una totalidad: La democratización no es un fin en sí mismo, sino un paso adelante en un proceso de transformación. Por otro lado, la discusión no puede agotarse en la composición de estos órganos, sino en su funcionamiento y en la relación que éstos tienen tanto con los distintos sectores de la comunidad académica como con los que están fuera de ella.

Es por esto que pensamos que la discusión sobre democratización es una discusión sobre cómo se debate y cómo se toman las decisiones al interior de la universidad. Hablar de la composición de los órganos de cogobierno es necesariamente hablar de qué discusiones se llevan adelante y cuáles se deciden dejar de lado, qué información se socializa y cuál no. Democratizar la UBA es abrir la discusión sobre cómo se enseña, qué se investiga, para qué y para quién se produce conocimiento. Pero por sobre todas las cosas es reclamar que esas discusiones sean abiertas para que toda la comunidad educativa pueda construir una nueva universidad, que no esté encerrada en sí misma, que no siga reproduciendo estructuras jerárquicas ni de reproducción autómata de conocimiento sino que sea una universidad transformadora, que produzca conocimiento crítico en diálogo con todos los sectores de la sociedad.

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cuando el afuera ,, ,, deberia ser el adentro La discusión sobre la democratización de la universidad tiene que estar enmarcada en la pelea por un modelo de universidad distinto. No se trata simplemente de una cuestión numérica en un órgano de cogobierno, sino que la composición de estos espacios institucionales cristaliza la relación que se da en el aula y en las lógicas internas de la universidad. Entonces, si el cogobierno de hoy refleja cómo se piensa la UBA, con los estudiantes en un plano minoritario y los graduados relegados en su rol como docentes o en muchos casos invisibilizados si son graduados “puros”, la discusión se vuelca también al modelo de universidad. La universidad produce conocimiento, conocimiento que no es objetivo sino que garantiza las condiciones ideológicas para el desarrollo del modelo de acumulación capitalista, y la estructura actual de las universidades nace de este pilar constitutivo. Si entendemos que la universidad debe ser un lugar más desde donde motorizar un cambio social, entonces tenemos que disputarla y cambiar sus propias lógicas, desde cómo se piensa la relación entre lo que se define como “afuera” y “adentro” (y en esto la extensión universitaria) hasta el perfil del graduado y, otra discusión muy en boga estos días, la formación docente en la universidad. 6


Por un lado, la vinculación con la sociedad es una de las formas más visibles de la función que tiene la universidad. Para repensar esto es necesario que problematicemos lo que hoy llamamos “extensión”; este concepto supone que los sectores iluminados de la academia extienden su conocimiento hacia otros sectores que, por supuesto, están por fuera de la universidad. Cuestionar este pilar de nuestra universidad hoy se traduce en pensar otra forma de entender la vinculación con la sociedad, una forma que no sea simplemente unidireccional y conservadora. Esta vinculación debería ser, en todo caso, una experiencia transformadora que apueste a construir junto con los sectores populares y que tenga la capacidad

de moldear lo que pasa hacia adentro de la academia. Además, son esos sectores los que tienen que visibilizar también la necesidad de una universidad comprometida con el cambio social; la lucha por otra universidad no debe ser tampoco una lucha que se da puertas adentro, sino que las clases populares tienen que ser parte de la pelea por la construcción de una nueva hegemonía en la universidad. Por otro lado, una manera más de evidenciar el rol de la universidad es pensar en cómo se insertan los graduados por fuera de la academia. Entendemos que es una de las discusiones pendientes dentro de la UBA y en nuestra facultad en particular; pensar el perfil de a qué apuntamos cuando nos formamos como profesionales en una facultad de humanidades en una universidad pública. El aporte que un graduado de Filo puede hacer tiene que ser producto de una discusión que tenga como horizonte pensar una práctica profesional transformadora.

Además, en nuestra facultad otro debate relacionado al perfil del graduado es la formación docente, debate que nos debemos hace bastante tiempo, pero que entendemos es necesario dar bajo los términos de nuestra propia comunidad académica y no bajo las presiones de un intento de homologación de títulos a nivel nacional. No queremos una formación docente escindida de la investigación, ser meros técnicos que reproducen saberes en los distintos niveles educativos. La tarea de nuestra facultad está, en todo caso, en pensar la formación docente a la par de la investigación porque entendemos que son dos caras de una misma moneda, son dos procesos que se tienen que dar en conjunto. Todas estas problemáticas y discusiones pendientes son las que tenemos que impulsar para dar la disputa por otra universidad, para que lo que hoy es “afuera” sea una parte fundamental del adentro.

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desafios para un

de debates Estas reflexiones no nacen de un repollo. Más bien todo

lo contrario, si tomamos en cuenta el año político que atraviesa la comunidad educativa de la UBA en general y de Filo en particular. Y es que este 2013, como pasa una vez cada cuatro años, encuentra a la universidad atravesada de raíz por estas cuestiones. Es un año en el que, además de haber elecciones de consejeros directivos estudiantiles, de graduados y profesores en todas las facultades, también se avecina la elección de Decano (en las trece Facultades, con la particularidad de que Filo se encuentra entre las ocho cuyos decanos no pueden renovar su mandato porque ya cumplieron los dos mandatos seguidos que estipula el estatuto) y la elección de Rector de la UBA, asamblea universitaria mediante. El panorama a nivel universidad aparece signado por una disputa entre dos candidatos a Rector: Hallú, actual Rector, y Barbieri, Vice-Rector de la UBA y Decano de la Facultad de Cs. Económicas. Desde La Juntada pensamos que tanto uno como el otro representan lo peor de la política universitaria: Rubén Hallú es el rector de los fondos de la minera la Alumbrera, el rector de las vallas y la policía en la asamblea universitaria, el rector de las cesantías, el rector que eliminó el artículo 71 del estatuto universitario (que hacía responsable a la universidad de garantizar el acceso a comida y alojamiento para quienes lo requieran). Por su parte, la aspiración a Rector de Alberto Barbieri implica lisa y llanamente la llegada del sector más retrógrado de la Franja Morada (el de Yacobitti) al cargo más importante de la UBA. Barbieri, Yacobitti y la Franja Morada - Nuevo Espacio representan la privatización y la mafia en la universidad. Representan la profundización aberrante del proyecto mercantilizador que hoy está instalado después de ocho años de gobierno de Hallú. Representan la hegemonía del “modelo Económicas” a escala aún mayor: la imposición del modelo de “universidad shopping”. Es por esto que, para nosotros, lo importante a remarcar en este punto es que ni el proyecto de Hallú ni el de Barbieri (hoy circunstancialmente enfrentados) tienen punto de contacto con la universidad que necesitamos los estudiantes. En lo que a nuestra Facultad refiere, el clima político viene un tanto enrarecido: se torna cada vez más evidente

el momento de crisis política que atraviesa la gestión de la Facultad, cuestión que en un año electoral como éste tiene implicancias aún mayores. Esta crisis política se expresa en una falta de diálogo y una confrontación con el conjunto de los actores políticos de la facultad que provoca una hostilidad muy grande entre lo claustros, negando de cuajo la posibilidad de trabajo en común en pos de avanzar en algunas cuestiones pendientes que afectan al conjunto de la Facultad. La situación edilicia, las becas y las condiciones de acceso y permanencia en general, el régimen de cursada y las postergadas reformas de los planes de estudios y la cuestión de la democratización son algunas de estas problemáticas.

Y pese a que son este tipo de prácticas políticas las que llevan a la gestión al momento de crisis que atraviesa actualmente, la respuesta de cara a lo que viene es la profundización de ese proyecto. La decisión (ya vox pópuli) de que sea Graciela Morgade quien suceda a Trinchero en el Decanato desde el año que viene es expresión de esto. Se abre así, con esta decisión, un panorama en el que la hegemonía hacia dentro de la gestión está decididamente del lado del no diálogo, del lado de la intransigencia política. Lo que se viene con esta candidatura es un proyecto educativo que implica un alineamiento con el Ministerio de Educación, que proyecta una relación más estrecha con las grandes corporaciones y una nueva embestida en el sentido del vaciamiento de nuestras carreras de grado, el pase a contenidos a posgrado y la acreditación de las carreras a la CoNEAU. Es ante este panorama que desde La Juntada estamos convencidos de que los estudiantes no podemos quedarnos de brazos cruzados. Desde la Reforma de 1918 hasta hoy, el movimiento estudiantil ha sabido ser el sujeto político impulsor de numerosas luchas tanto hacia afuera de la universidad como hacia adentro. El movimiento estudiantil es, por su misma posición dentro de la institución, el actor por excelencia capaz que convertirse en el motor de las transformaciones necesarias. El desafío, pensamos, es el de construir una alternativa: cuando las estructuras que imperan en la Universidad (desde las cátedras hasta los ámbitos de cogobierno, desde las Juntas Departamentales hasta el Consejo Superior) se vuelven anacrónicas, anquilosadas y funcionales a la reproducción ad eternum de un modelo expulsivo, no basta con oponerse. Ese, la oposición, la resistencia, es un primer paso -y muy valioso- pero totalmente insuficiente. La verdadera tarea que debemos asumir como movimiento, en tanto consideremos que estamos a la altura del rol histórico que nos toca jugar, es la de la construcción colectiva de un modelo alternativo de universidad, uno que dé respuesta a nuestras demandas históricas y que se reconozca continuador de las grandes transformaciones que tuvieron lugar allá por 1918. Porque, como decía John William Cooke, “con la resistencia no alcanza: sin contraataque no hay victoria”.


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