Revista la metáfora - Septiembre 2016

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Septiembre 2016 / Colombia / No. 2

FOTO Katherine Espinosa


LA METÁ FORA corporación sociocultural Comité editorial Carlos Mario Aguirre Morales Diana Marcela Toro Pardo Federico Rúa Amaya Gabriela Hernández Diseño y diagramación Diego Alejandro Pérez

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PRESENTACIÓN No es fácil ser una metáfora en nuestros días. Antes, las metáforas dependían estrictamente de las palabras y del ingenio de quien pudiera darles a esas palabras un significado diferente, un sentido que no fuera el señalado por la entrada de un diccionario. Hoy, las metáforas abundan y se manifiestan por canales y mediante recursos que hace quince, veinte años, eran impensables, inexistentes en un amplio imaginario................................................................................................ Hay aquí una contradicción aparente. ¿No es fácil ser una metáfora, pero las metáforas abundan? Pues… lo cierto es que no hay contradicción. Ser una metáfora (la Metáfora que somos nosotros, los que tratamos de crear un horizonte cultural mediante la pasión por la lectura, la escritura, la música y las artes, en un mundo que tiende más y más a la industrialización, a exaltar los «valores tecnológicos» por encima de los «valores humanos») es algo que se torna cada vez más complicado, un viaje directo hacia una tormenta oceánica a bordo de un barquito de papel. Pero no quisiéramos usar este espacio para quejarnos de las ballenas blancas de la burocracia. Un número nuevo tiene que ser siempre un motivo de celebración, pese a todas las dificultades. En este caso, un segundo número de la revista La Metáfora simboliza un triunfo silencioso, en el que aparentemente solo participamos los miembros de la Corporación y los autores que respondieron a nuestra convocatoria. Debería ser, además, no solamente una promesa de que seguiremos, de que vendrán más revistas, más autores, más lectores, más apoyo corporativo, sino también una garantía: la garantía de seguir existiendo como grupo y la garantía de no dejar morir, en un amplio imaginario social, la idea de que necesitamos más cultura que tecnología, más lectores apasionados que programadores eficientes................................................................... Estas ideas sueltas hacen parte de otra metáfora aún más grande, si es que podemos englobar a todas las posibilidades del lenguaje en esa humilde y poderosa palabra. Quisiéramos (junto con los autores publicados y sus familiares o amigos) no ser los únicos en leer este número. Queremos que exista la posibilidad de que estas palabras lleguen mucho más lejos y se integren a esa galaxia de metáforas que hoy pueblan nuestra vida. Tal vez no exista una metáfora más bella que ver un sueño hecho realidad. Comité Editorial Revista La Metáfora

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CUENTO


El Pozo de la Sed y el Trono de Lapislázuli Por: Camilo Alexander Marín Luque Nunca olvidaré el día en que los habitantes de Yaradó provocamos la ira de Kawaki, el dios de la sequía. Un pueblo campesino como el nuestro no podía estar tan alejado del resto de la civilización. Eso era comprensible. Sin embargo, la nueva carretera que nos iba a conectar con otros lugares parecía ser mucho más importante que los bellos árboles que bordeaban los caminos de herradura que generaciones y generaciones de yaradenses construyeron con su paso. «Siempre hay más árboles. Aún nos queda el Bosque de Andaluz», repitieron sin parar nuestros gobernantes mientras los trabajadores tomaban medidas para comenzar lo más pronto posible. El ruido de las motosierras y la maquinaria que despejó el horizonte en un santiamén acalló a las aves que a diario nos acompañaban con sus melodías. Mientras que muchos yaradenses se frotaron las manos pensando en lo mucho que se enriquecerían, otros nos lamentábamos y sentíamos rabia de no poder hacer nada por detener a la avasalladora mano del progreso. Pero nuestra ira no se comparó en nada a la divina. Allá en el Pozo de la Sed, Kawaki se mostró intranquilo con esta novedad. Apenas contempló con mayor claridad lo que se adelantaba en Yaradó, soltó un alarido de furia y bajó a la tierra en medio de vientos cortantes y poderosos. No pude distinguir cómo era, ya que ver a un dios implicaba cruzar el umbral de la locura, o eso decían mis abuelos. Y además, estuve más preocupado por resguardarme de la destrucción que levantó con su llegada. Kawaki aspiró tan fuerte que levantó y absorbió la poca agua que quedaba en el terreno, así como a algunos desafortunados obreros y máquinas que dejaron de existir en este mundo. Los gritos de horror de los trabajadores fueron opacados por la agonía de la tierra misma, que al deshidratarse y resquebrajarse pareció soltar un alarido inefable. Una vez todo terminó, Kawaki regresó al Pozo de la Sed. La desolación que dejó tras su descenso nos dejó un ánimo sombrío. El pueblo entero se quedó en silencio por días, guardando luto por los trabajadores y los hombres del pueblo que perdieron la vida, y algunos también lamentamos la muerte simbólica de aquellos terrenos que se suponía nos traerían un futuro más próspero. Una vez los yaradenses recuperamos parte de nuestro espíritu, nos reunimos para formular soluciones a la crisis que puso en riesgo nuestros terrenos de cultivo. Alguno sugirió hacer la danza de la lluvia, pero ninguno de nosotros tenía sangre nativa y probablemente el hecho de tener a los yaradenses vestidos como nativos americanos ofendería a nuestros dioses. No quedó otra alternativa que buscar a Amagumo, el dios de la lluvia, misión en la que fui elegido para hacer parte, ya que las personas más fuertes del pueblo resultaron heridas o absorbidas por el increíble poder de Kawaki. Mi cabeza se llenó de sentimientos encontrados. Por un lado, sabía que era mi responsabilidad como yaradense, ya que el poder salvar nuestros terrenos dependía de todos. Pero las historias que mis abuelos y padres me contaron sobre los dioses me llenaron de angustia, una angustia que creció la noche anterior a nuestra partida y que explotó a la mañana siguiente, cuando mis compañeros prácticamente tuvieron que arrastrarme para emprender el camino. 5


Además, la única pista que teníamos para encontrar a Amagumo no era nada alentadora. Teníamos que dar vueltas y vueltas en el Bosque de Andaluz hasta que el lugar donde mana el agua cristalina se presente al viajero sediento. Y así fue que caminamos incesantemente entre plantas marchitas y parches de terreno árido, otra brillante obra del gobierno de Yaradó, que no paraba de sacar recursos de allí sin hacer nada a cambio. Podía sentir a Kawaki sobre mí, dispuesto a castigarme por los errores de mis coterráneos y de mis ancestros.............................................................................................................................................................................. No pasó mucho tiempo antes de que nuestras cantimploras se vaciaran, pero nuestras voluntades seguían llenas de esperanza, porque sabíamos que si alguno de nosotros moría, nuestro destino sería el Pozo de la Sed, donde nuestra ansia no encontraría calma por el resto de la eternidad. Al n, nuestra larga marcha tuvo recompensa, puesto que encontramos una majestuosa laguna con el agua más prístina que los ojos humanos pudieran ver, coronada por un salto de agua que bramaba poderosamente. Mientras mis compañeros de viaje saciaban su sed, yo tuve la sensación de que algo andaba mal. Tras la cascada que coronaba al lago, sentí una presencia divina, pero no tan fuerte como creí que debía ser. Fui el primero en cruzar aquella puerta natural y encontrar al Trono de Lapislázuli, el cual, lejos de ser un sitio esplendoroso coloreado de un azul vivo y celestial, se encontraba gris y avejentado. Contra todo instinto, avancé por una serie de pasillos lúgubres hasta encontrar el lugar que le daba su nombre. Dos ninfas vestidas de un blanco inmaculado igual al color de su piel asistían a Amagumo, el dios de la lluvia, sentado sobre el Trono de Lapislázuli, ataviado de una armadura plateada y con una piel tan azul que hacía un fuerte contraste con la opacidad del lugar. Pero lejos de tener una presencia imponente, se encontraba debilitado y usando lo que sólo podría describir como una bombona de oxígeno divina..................................................................................... Cuando mis compañeros llegaron tras de mí, las ninfas reconocieron nuestra presencia y nos dieron la bienvenida, hablándonos con una familiaridad inquietante. Nos explicaron el porqué del estado de su maestro. El efecto invernadero, la contaminación y la muerte de miles de criaturas marinas habían agotado sus fuerzas. La última obra en Yaradó había resultado ser un golpe devastador más y un punto en contra suya en su eterna guerra contra Kawaki. Era culpa de todos los humanos, pero más aún nuestra. Cada palabra de las ninfas fue cada vez más y más hiriente. Todos bajamos la cabeza. Debimos haber hecho algo. Reconocer nuestro error no era suciente..................................................................................................................... Amagumo se levantó con dicultad de su Trono y se acercó a nosotros. Nos dijo que habían pasado eones desde la última vez que anduvo entre los humanos, pero ya era tiempo de hacerlo de nuevo, si quería salvarlos y quería salvarse a sí mismo. No pude mirar a esos ojos grandes y sin pupilas, porque aparte de tener en mente las historias de mis ancestros, en un atisbo a ellos pude ver las profundidades de los océanos y el sufrimiento de las criaturas que allí vivieron antes de que la mano del hombre los acabara. Amagumo sentía su sufrimiento, y quién sabe qué otras cosas más horribles guardaba en su interior, qué otras fuerzas 6


lo debilitaban. Amagumo se apoyó sobre mi hombro y me dijo que le indicara a él y a sus ninfas el camino hacia Yaradó, y yo apenas pude poner un pie adelante del otro durante el trayecto, mientras mis demás compañeros comentaban sobre el tremendo honor que signicaba auxiliar a un dios. Todo el asunto me aterrorizaba........................................................................................................................................................................ Al volver al pueblo, no hubo tiempo para celebrar la llegada del dios, que de inmediato nos puso a trabajar. Durante seis meses, Amagumo nos acompañó en las labores de recuperación de los terrenos, sembrando árboles, planeando nuevos sistemas de riego, y replanteando la nueva carretera teniendo en cuenta al medio ambiente. Con el paso del tiempo, vimos cómo el dios se fortaleció más y más, hasta que en los últimos días recobró buena parte de su poder e hizo que cayeran fuertes lluvias que hidrataron los suelos y las plantas. Una vez todo recuperó su verdor, los gobernantes de Yaradó le agradecieron y maldijeron a Kawaki por lo que le hizo a la región. Pero Amagumo, ostentando su poder recobrado, los reprendió con una voz que hizo eco en todo el pueblo, recordándoles que todo el daño en el lugar era obra de ellos, y que si no querían atraer de nuevo la ira de Kawaki, debían planear sus proyectos de una forma más amable con el ambiente. El dios se despidió personalmente de todos, y tuvo una especial cortesía con los viajeros que fuimos a buscarlo. Cuando vi de nuevo en sus ojos, ya no había tanto dolor. Había esperanza. La misma que me dijo que contagiara a los demás habitantes de Yaradó, para que Kawaki no regresara jamás. Apenas pude decirle que intentaría hacerlo cuando ya se había esfumado entre los árboles del Bosque de Andaluz. Amagumo y sus ninfas volvieron al Trono de Lapislázuli. Lo hecho en Yaradó le había devuelto una pequeña parte de su poder, pero si el resto del mundo seguía cometiendo los mismos errores, Kawaki ograría hacer que el mundo entero fuera su Pozo de la Sed.

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La nada Por: Venesa Arredondo Allí donde él habitaba no había nada. Todo era penumbras, silencio y soledad. Y en esa nada que solo él habitaba, lo único que sucedía eran sus pensamientos. Su nombre era “La verdad”, lo sabía todo, cómo crear una nueva realidad, cómo transformar el vacío en montañas, mares, ríos y cielo....................................... Cuando la oscuridad se hacía más profunda y el silencio aterrador, a él le gustaba imaginar el cielo azul y a los pájaros danzando sobre su profunda inmensidad. Sin embargo, esos pensamientos solo acrecentaban su tristeza, porque él lo sabía todo, pero no podía crear nada.................................................................................. Estaba inmóvil al borde del abismo, porque no podía hacer nada más que imaginar. Tenía que hallar a alguien que lo ayudara a materializar sus pensamientos, pero nada había en aquel mundo más que él. Una noche, abatido por la soledad y la tristeza decidió morir. Inhaló profundo mucha nada y al cerrar los ojos, desapareció. En pocos segundos, “La verdad” se vio sepultado por una enorme explosión que salía de su interior. Las luces de todos los colores llenaron el vacío...................................................................................... Con su muerte dio vida al universo. Había abandonado la nada, para serlo todo.

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Monorritmia vital Artista: Federico RĂşa Amaya / TĂŠcnica: Monotipo

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Jesús Alberto Giraldo Estudiante de la Licenciatura en Artes Plásticas de la Universidad de Antioquia.

Bienvenido otra vez mi monstruo “Nocturnidad, varias escisiones” Por: Jesús Alberto Giraldo

Tu alma, en la tumba de piedra gris estará a solas con sus tristes pensamientos. Ningún ser humano te espiará a la hora de tu secreto. ¡Permanece callado en esa soledad! Edgar Alan Poe Así como Poe acogió la noche como elemento revelador, hoy me entrego a ella y cada una en lo sucesivo mientras escribo lo que solo en las penumbras me toca al oído y me susurra con palabras que están en mí. Varios caminos podría emprender esta noche, o tal vez otra noche, al n y al cabo una noche.................................................................................................... Cuando sea posible, como en casi todas, alguna más inspiradora que otra, los cortinajes grises se correrán suavemente, dejando entre ver la gran entrada a un abismo que siendo aterrador, me atrae como ondina oculta entre sus grandes muros. Allí, puedo ver rincones inexplorados y monumentales estructuras de metal verdoso y húmedo que impiden cualquier misión de escalada.................................................................................. Este mundo cavernoso me permite una sola vía, su recorrido azaroso como otra vida posible, única, individual. Se revela como las verdades de lmes y libros que en años de infancia empujaron mi imaginación con vientos veraniegos y luz, mucha luz................................................................................... Durante estos recorridos del pasado, recuerdo que mis ojos estaban muy abiertos, asombrados, traviesos; deslumbrados por un mundo nuevo, distinto al que hoy percibo no en signicados y emociones, sino en sus grados de luz y un componente nuevo que llena todo de nitud. Hoy más que antes, la vida y el tiempo, los sueños y los miedos los gobiernan mis noches; una y otra sin distinción, enseñoreada de mi universo pequeño, frágil y mortal......................................................................... Ya mi visión se ha aguzado, rumbo a mirar las vitrinas con más interés; esta manera me ayuda a tentar los primeros pasos hacia el interior de una puerta desde la que puedo percibir murmullos de voces y alientos nauseabundos que me dan la bienvenida. Hoy más que otros tiempos, me atavío con prendas y palabras acordes a ese mundo sublime del cual hago parte, pero que en ocasiones se desvanece........................................................... Hubo momentos en los que se me otorgaron licencias para ir en contravía como explorador novato o lacayo defensor de dogmas. El tiempo parecía inagotable, gastado en tertulias y lujurias prometedoras de dorados míticos inalcanzables. Muchas veces creí haber roto lazos y dependencias; la autonomía y poder juvenil me llenaron de conanza, como un Cesar infalible o un Zeus perenne. 10


Incontestable, siempre conado, casi inteligente; sentí que el mundo y sus maravillosos seres eran míos y negociables por el encanto de mi palabra. Ésta, transformadora de bellezas, se mantenía creciente y gallarda ante cualquier reto incomprensible. En este panorama socrático, en este mercado surtido de hermosos o aterradores discursos, fui mercader respetable, hábil negociante de emociones, transformador de juicios y gustos; todos al n y al cabo alejados aun de elementos que me conectaran con lo inmenso y trágico de mi propia existencia......................................................................................................................... El tiempo con sus lugares y argucias me abrazó en una niñez colmada de asombros y dioses posibles; lugares habitados por vikingos enormes con grandes mazos en sus manos a los cuales llamaban “su doncella”. En mi orbe había tigres de Malasia surcando mares y junglas que al nal de 22 tomos me sentía triste, añorando que esas selvas permanecieran tan salvajes e indómitas como en su génesis........................................................................................................ Asustado muchas veces por pasadizos y mastines enormes y asesinos desconocidos; emocionado por el anhelo de un tren que me llevara al interior de Siberia y a la imposible y enigmática universidad de Barrockstadt en los extremos inexplorados de la Rusia inexistente......................................................... Amé a Raskolnikov, Jean Valjean y la angustia interminable de Rimbaud; me imaginé el cristal para ver el mundo color rosa de Baudelaire y asentí a su crítica. Pero mi tiempo o el tiempo es un gran almacén de enigmáticas vitrinas. En ellas se ofrecen mercancías posibles de comprar a cambio del recuerdo. Es posible comprar allí cuanto se nos antoje, con la certeza de una huella, develada a voluntad que sin miramientos se revela, jalonando cualquier pedazo de piel, aguijoneando entrañas sin contemplación, sin medirte por tu tamaño, juventud o decrepitud. Hermoso tiempo, eso vale; el recuerdo que así como arrollador, también termina siendo guardado en algún arcón en un viejo ático al que nunca jamás subiremos................................................................ De este recuerdo hacen parte la escisión, su momento dramático, un antes y un después y otro después posterior, por lo tanto un nuevo antes y un nuevo después o tal vez un retorno. De pronto, los universos asombrosos y mitos celestiales fueron aspirados por un saco de color negro, fabricado de razón inapelable. Como súcubos fueron encerrados en una prisión y un sistema en donde los defensores no existían. Vituperados, lapidados, execrados y lanzados al fuego, comenzaron a convertirse en una niebla informe y ridícula. La razón, la materia y la erudición suplantaron el viejo reino, las calderas y brujas y los pasadizos con criaturas prestas a devorar mis entrañas se transparentaron en un albanen suave, etéreo y sin poder.................................... Había claudicado, renunciado a un reino del cual comencé a avergonzarme y cada vez se convertía en débil latido que anunciaba mi propia muerte. Una muerte que comenzó a ser presencia en diferentes rostros, todos ellos cotidianos, graves y profundamente tristes puesto que evidenciaban mi existencia y los caminos recorridos como algo absolutamente miserable. En esta puesta en escena, me descubrí a través de los resquicios algunas veces actuando, otras tantas como espectador, pero muy adentro en el teatro más

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dionisiaco, conjeturé la peor construcción que un humano podría emprender. Comprendí la existencia de dos vías posibles y sonreí de manera mía, esa manera que cada uno tiene de sentirse aliviado y tranquilo, una sonrisa que posiblemente no se explica ni pretende confortar. Me encontré con ella en un camino azaroso que intenté recorrer, en el que todos los venenos y mieles más placenteras estaban servidos. Durante ese recorrido que descubrió otras verdades, me adentré y divagué tratando de no ser indiferente a lo que creía correcto, fallando y provocando llantos tantas veces. Tenía que hacerlo; la política tocó mi sensibilidad, la razón fue un camino y, en este, dios no apareció más................................................................................................................. Pero hubo un espacio que nunca cambió ni lo ha hecho y que siempre se guardaba para mí, incondicional. Allí estaba siempre aguardándome para susurrarme al oído… Mi noche, hermosa, bella y más… ¡Sublime! Desde la que hoy digo, con esa sonrisa que comprende, que quiero volver a ese cruce de caminos donde un día me perdí. Desde allí, en medio del silencio gritaré y conservaré la esperanza de que los pasos del pasado no hayan sido largos para que pueda escucharme. No le pediré compasión pues siempre la ha tenido. Diré que extraño los sueños oscuros y las esferas naranjas rebotando por pasadizos verdes y escalinatas profundas y oscuras. Quiero ver sombras y luces lejanas, caminos de piedra y admirarme con mariposas brillantes y fantasmagóricas............................................................................................................ Extraño el miedo y la ilusión del amor. Tanto tiempo ha pasado que olvidé volar, mis lecturas se han perdido, la ternura y el afecto me han abandonado, el frío se ha apoderado del alma que hoy niego pero extraño. Anhelo las noches de tormenta, mirando el inmenso crepúsculo estallando en líneas de plata, dejando vislumbrar, por segundos, gargantas y cuencas oscuras donde se albergan los miedos más escondidos. ¡Ah! Cómo extraño los aullidos de los perros y el canto de los grillos, las historias de fantasmas que intenté desaar escapándome a solas en boques solitarios. Quiero mi locura, la reclamo otra vez, tengo derecho a ella pues solo yo soy su dueño, yo la inventé y la pinté de mil colores................................................... Construí caminos y pasadizos secretos, magos y calderas lumbradas por chispas rojas, azules, verdes y amarillas.................................................................. Muchas veces llené fosas con aguas cristalinas y fangos y miasmas no faltaron. Todo era posible, todo me era dado. Algunos seres guardaron puertas y caminos secretos; los quiero de nuevo allí, prestos a aterrarme y lanzarme al abismo oscuro que no acaba y en el que mis gritos se hunden eternamente. Allí me esperará Mestófeles para mostrarme todo el dolor mío y ajeno. Quiero dejarme llevar por mundos subterráneos llenos de murmullos y corrientes heladas donde en cada rincón anide el miedo a lo desconocido. En cada puerta que atraviese quiero tener la certeza del no retorno, pues no tendré recuerdos. Seré nuevo a cada paso, niño sin sueños, aterrado, asombrado, frágil otra vez......................................................................................... Allí estaré hasta que todo termine y solo sea parte de un innito existir de múltiples formas en a las cuales yo esté pero no exista desde el pensamiento. 12


Cristóbal Zapata Poeta, crítico literario y de artes, curador. Actualmente se desempeña como Director Ejecutivo de la

La noche de los ríos: la “cantata performática” de Javier Andrade. Por: Cristóbal Zapata

Bienal de Cuenca-Ecuador.

No podía haber mejor contorno arquitectónico para esta “cantata performática” de Javier Andrade que la arquería neoclásica de la Capilla del Museo de la Medicina en Cuenca, pues Crónicas del agua I es una invitación-incitación a recuperar nuestro diálogo con la naturaleza, nuestra escucha de su rumor, de su ruido, de su furia, dentro de un conjunto de voces que invocan tanto los coros del teatro griego (fragmentos de Eurípides y Esquilo) como los testimonios y maniestos urgentes de la hora actual (los pronunciamientos políticos de Berta Cáceres, la lideresa hondureña recientemente asesinada por su defensa de las fuentes hídricas y los territorios ancestrales)............................. En esta hermosa y punzante cción poética, escénica y lírica, no solo se yuxtaponen las voces generando un rico tejido vocal, coral, sino se trastorna el tiempo cronológico, lineal, entreverándolo para privilegiar el tiempo-espacio del mito donde todo se imbrica y desliza, donde lo que cuenta son los orígenes y las realidades sustantivas, aquello que queremos permanente. Así, del mismo modo que el coro central (ubicado precisamente en el coro de la capilla, el epicentro de la cantata) parece reverberar en otros coreutas dispersos entre el público, dotando a la pieza de una textura polifónica y dinámica, haciendo del escenario una gran cámara de ecos; el origen de la trama se sitúa en la letal crecida del río Tomebamba (la arteria uvial de Cuenca) en 1950. Sobre este hipotético paisaje devastado tras la crecida, “la madre” inaugura el performance: sollozo, condena del statu quo criminal y alegato moral en favor de la naturaleza, como el dominio de la vida y de la magia, de la imaginación y del futuro. ¿No advirtieron ya Adorno y Horkheimer en su Dialéctica de la ilustración que “el desencantamiento del mundo es la erradicación del animismo”?, es decir, cuando la modernidad aniquila aquella concepción primigenia de que todos los seres que la habitan están alentados por un alma o principio vital. Desde entonces nuestra relación con la naturaleza y el mundo se tornó crítica, y esta pieza alegoriza ese cisma, esa disolución. En la nave de la capilla Andrade desplegó una sugestiva escenografía: una suerte de larga pileta con agua, a manera de una gran saco amniótico en cuyo líquido se desplazan y chapotean los personajes como si estuvieran en su lecho natural: la Madre Tierra o Madre Nutricia (la actriz española Pilar Tordera, dueña de una vasta y fecunda trayectoria en el tablado cuencano), un quinteto de náyades –las divinidades uviales de la antigüedad hoy vueltas ninfas y custodias de los ríos andinos–, quienes como la Madre se desdoblan en el espíritu y el cuerpo herido de Berta Cáceres, y dos genios malignos (intrusos en el agua diríamos): una pareja de brutales mineros dispuestos a arrasar con la belleza y la armonía de ese orden ecológico y femenino, pues las mujeres son sus históricas y celosas guardianas. Todo esto transcurre entre sombras –que hacen más patentes y audibles las voces–, o en medio de una oscuridad por momentos insoportable y ocasionalmente interrumpida por una vaga luz lateral, un chiaroscuro barroco que redunda en

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el drama que la pieza propone. Un drama donde lo único que brilla –además de las voces y los cuerpos juveniles de las ninfas– son las botas y los cascos dorados de los mineros, ese oro y resplandor engañosos que están en el origen de la infamia que padecemos....................................................................... Actualizando los coros de la tragedia griega y ciertos procedimientos dramatúrgicos de reminiscencias brechtianas, con un elenco convincente en su gestualidad y expresividad, y creando unos dispositivos sonoros por momentos estremecedores (ese tableteo de bala hacia el nal de la pieza), Andrade lleva a cabo un feliz y perturbador experimento escénico que pone el dedo en la llaga y en la llama, en la noche de los ríos. Cuenca, 9 de mayo, 2016

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P ESĂ?A

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Texto de la espera Por: Eladio Ospina Esta noche, capto el silencio de las letras que no llegan. Aquí, todos acurrucaron sus ojos. La quietud delata mis palpitaciones. No llega la palabra, ni se quedó enredada en telarañas. El viento espera plácido, agradecido del tiempo que lo acoge. En la caverna donde habito nadie vigila. Arriba todo es sombras. Abajo ilumina una mentira. No aparece el azul que anuncia, ni tocan la puerta en mi equinoccio. Inmerso en el silencio busco, la voz que en bajo habla, despide la noche ya casi en madrugada. La ausencia, antes del olvido, no es distancia. Es otro estado en el cual nos disfrutamos.

Una rana en septiembre Por: Diego Alejandro Ruiz Cabe la dicha, en la estrechez de un cielo verde, cuando las banderas victoriosas de los sueños se baten como nos contoneos de gotas: inmesuradas aspas de luces resquebrajan la palidez de la calle y la lluvia aparece. Llovizna apenas y los charcos, de a poco, orecen como plantas en abril. Se escucha el croar, su ansiedad, su danza: la sonrisa de aquí, de allá, amable y atractiva le salta a uno, como rana en invierno, por las piernas, tocando el corazón, besándole la boca y posándose en la memoria. Y entonces se abre el cielo, y una boca le quita la intimidad a los dientes, los expone al público, los muestra como prueba triunfal de la vida.

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Los extravío de la leche Por: Camilo Andrés Molina Saldarriaga “It is a heart, This holocaust I walk in, O golden child the world will kill and eat” Sylvia Plath

Existir no signica un continuo asentamiento Pensar no siempre acentúa nuestra existencia Tierra, mar adentro, el sonido del toro se ramica Hasta quedar espermatizado. Con el paso de cada estación los embriones Participan del subterráneo ungüento Herbívoro y desdentado anuda el sentimiento Y el corazón se separa de su estría. Contar los días faltantes, recordar los humos atravesados La or como embrión supremo, el toro aplanando su pezuña Contra el terrón de ceniza. Mastica, mastica antes de que todo se sepa. Todo en cuanto al tiempo de estupor Las incandescencias propias de los séquitos Del ratón a punto de hundirse en el veneno de la serpiente. El hundimiento de mi grasa A través de la cuenca azul por la que emergen los sueños Burbujas de metal verde laminan mi sombra. Cuantos números olvidados Permutan el silencio Hasta convertirlo en algo respirable Mastica, mastica antes de que todo se sepa. Luego devuélvete y mira el jarabe oscuro Que agiganta mis nervios. Toda leche es precedida por un hilo de sangre. Mastica, mastica, antes de que el extravío prosiga su curso.

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DEL LADO DE ACÁ

FOTO Federico Rúa


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De la mirada a la gura femenina en la pintura de Gustave Courbet Por: Carlos Alcázares 1855. La exposición universal de París reúne los más importantes adelantos en técnica e industria. Recoge, además, la tendencia imperante en las artes con una selectiva exposición de artistas de renombre. En un gesto de desafío, un rechazado Gustave Courbet erige, frente a la entrada de dicha muestra y en una carpa de circo, el Pabellón del realismo, donde destaca su obra El estudio del pintor. Es esencialmente un maniesto de independencia artística. Una mujer desnuda en el centro de su composición resalta por cuya representación hábil; es evidentemente solo una modelo, despojada de cuantas fuentes culturales justicaran semejante presencia en toda obra de arte de entonces.1 Y bien, aunque esta obra posee tantos otros elementos que refuerzan dicha pretensión de independencia del artista, la libre presentación de la mujer, exenta de contenidos alegóricos y articios, merece una mención especial puesto que parece responder a una motivación revolucionaria en parte y a un programa pictórico insólito en aquellos días. Otros intentos de hacer una aproximación más directa al desnudo femenino habían suscitado el escándalo público. El ejemplo más evidente de ello fueron las majas vestida y desnuda de Francisco de Goya, ambas denunciadas ante un tribunal de la inquisición como igualmente turbadoras. En 1865 Manet presenta su obra Olympia, siendo recibida como un cuadro vulgar, y su protagonista como una mujer burda, cortesana 2 acaso y decididamente fea. Stefano Zuf sostiene que, en realidad, la doble moral imperante en la sociedad burguesa de mediados del siglo XIX era un impedimento para una valoración más cercana de las fuentes de que bebían dichas representaciones, y que el rechazo provocado se debió a la deliberada sensualidad de sus guras femeninas. En los casos de Goya y Manet serían apariciones, más o menos, sino fortuitas a lo largo de sus carreras. Courbet sin embargo mantendría la constante del desnudo femenino a lo largo de toda su obra, perseverando en este mismo elemento sensual.

1 Eisenman, Stephen F. En Historia Crítica del arte del siglo XIX. Pág. 235. Ediciones Akal. Madrid-España, 2001. 2

En Arte y erotismo, Pág. 129. Ed. Electa – Elemond Editori Associati. Milán-Italia, 2001.

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La joven bañista – Gustave Courbet. 1866

Al igual que los ejemplos anteriores, obras suyas como El sueño (1866), mujer en medias blancas (1861) y jóvenes a orillas del Sena (1856-1857), harían notoria su intención de enfatizar en los valores reales del cuerpo femenino, dando forma y aspecto efectivo de carne y hueso a cada personaje; rechazando toda suerte de belleza convencional, de tipos y cánones y articios, de fuentes literarias y mitológicas. Además, en su evidente desenfado y en la sensualidad percibida de sus mujeres, Courbet expresa su compromiso político con la verdad y con su propia autonomía. Ellas son un motor de su libertad artística, de prescindir y proceder y combatir, si es preciso, las grandes narraciones, la doble moral, el culto fetichista a los objetos, los articios del gusto burgués: Los imperativos sociales que hicieron ver a las majas y a Olympia, en su expresión plenamente voluptuosa, como un peligro moral.


Los Estados Unidos, la Inglaterra victoriana y la Francia de Napoleón III, eran sociedades regidas por la 3 moderación y el control estricto de las pasiones, percibidas como debilidad. Zuf interpreta buena parte de este sistema de creencias como una suerte de careta, por ejemplo, por el modo de llevar las riendas del poder Napoleon III, en el complejo drama de intrigas políticas y eróticas.4 La presunta castidad y puritanismo de la Inglaterra del siglo XIX es desvirtuada por las correrías del muy distendido Walter, quien nos revela en la rigurosísima descripción de los detalles de su vida sexual la precipitada hipocresía, sobre todo de las clases pudientes, en Mi vida secreta.5 A dichos fenómenos Courbet pareciera combatir, amparado en su programa realista de representaciones, abogando por la instauración de la verdad. Dicha verdad en cuanto actitud sincera con la rearmación de una sexualidad y sensualidad inherentes a la condición humana. Stephen Eisenman sostiene el éxito del motor revolucionario de la obra de Courbet en su Pabellón del realismo ante la exposición universal de París,6 que Delacroix llama La fuente de la que manan ores articiales; Y bien, que dicho evento se dedicó solo a la promoción de bienes de consumo y sus mecanismos de producción, alimentando y prediciendo la sociedad postindustrial, la de los espectáculos, el simulacro y el culto a los objetos -formulación posterior de Jean Braudillard-. Esa que genera distanciamientos, suprimiendo la contemplación y al sujeto, al elemento seductor (que efectivamente Courbet rescata y allí reside el éxito de su empresa), homogeneizando e intercambiándolo por la expiación voyeur, pornográca y obscena.7

El sueño – Gustave Courbet . 1866

La simplicidad de la composiciones del artista contrastaban abiertamente con las aparatosas de los académicos de entonces. Tampoco se ocupó de otorgarles un contenido de trascendencia signicativa, decantándose por los temas del entorno y hechos cotidianos. Pocas veces se habían hecho aproximaciones tan directas y abiertamente naturales hacia la mujer: Destilan siempre un aire de reposo. Menos aún se ocupó de idealizarlas dándoles un acabado marmolíneo, y se permitió presentar sus pilosidades.

3 Ibíd. Pág. 123 4 Ibíd. Pág. 127-129 5 Anónimo. Suele considerársele el texto ejemplar de la literatura erótica de la Inglaterra victoriana, y la autobiografía sexual más extensa y rica, por la variedad como por el elevado lujo de detalles

que ofrece su autor. No ve la luz hasta su primera edición pública en 1966, por Grove Press (New York). 6 Eisenman, Op.cit. Pág. 243 7 Del comentario de Adolfo Vásquez Rocca Braudillard. Cultura, simulacro y régimen de los objetos. En Revista de cultura y ciencias sociales Abaco. N°52-53, Abr-Sept. 2007. Gijón, España.

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Courbet rompe todos los esquemas formales (Salvo los de guración y color local) con la ejecución de El origen del mundo. Vale la pena adelantarse un poco a través de la historia y mirar sobre otras disciplinas para entender que pocas veces se ha enfatizado en la carnalidad del cuerpo de esta manera. Una formulación que se me antoja semejante es la del cine erótico que propició la revolución sexual de los años 60 y 70 del siglo pasado, particularmente el lme holandés Delicias turcas (Paul Verhoeven, 1973). Este supone la exaltación de la sexualidad y el cuerpo en su amplia extensión. Verhoeven carga su obra maestra de toda la visceralidad propia del cuerpo humano, haciendo alusiones escatológicas y exponiendo reacciones corporales comunes –Evidentemente justicadas dentro de la historia-. El paralelo está en la exposición desinhibida y muy natural de la experiencia del cuerpo, que podríamos decir que toma parte de un programa similar de representación realista. Allí no hay sexualidad subyugada por la narración meramente obscena o la mirada voyeur; Por el contrario, hay sinceridad y una interpretación espontánea y libre de articios del cuerpo humano. Tanto más ligados al acto sexual en cuestión son El imperio de los sentidos (Nagisa Oshima, 1976) y la obra íntegra de Tinto Brass, que conservan un ápice de dicha relación mujer-naturaleza. Sobre la pintura especícamente, como he dicho, pocos o ninguno en la práctica son los acercamientos aproximados a los hechos por Courbet sobre la gura femenina. Una carnalidad y cualidad matérica sin precedentes se desprende de la obra de Lucian Freud. No obstante, sucede la irrupción de esta visión fresca por un sentimiento de dolor y enajenamiento solo comprensible en el arte de posguerra europeo.

Las mujeres de Franklin Street – John Currin. 2009

La posmodernidad ha traído en sí la experiencia perturbada, no solo de la sexualidad y el cuerpo, que es el referente inmediato que tenemos del mundo físico. El hombre posmoderno es una víctima gustosa del régimen de objetos anunciado por Braudillard. Ha construido a su alrededor los mismos sistemas cíclicos

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que lo rigen de consumo y desecho; su frecuente condición de espectacularidad; el consumo facilista y superuo; La mirada voyerista y obscena; La abrumadora invasión de datos y estímulos articiales. Jenny Saville y John Currin nos traen de nuevo la tradición pictórica del desnudo, pervertida por factores políticos y culturales de género o sustituida por la mirada frívola de la sociedad contemporánea. Nunca más la serena y reexiva sensualidad en la desnudez de las bañistas................................................................................................ La obra de Saville esta imbuida de brutalidad y violencia o el drama de la alienación. Se podría decir que halla sus raíces en un programa pictórico de connotación abiertamente feminista.

Pause – Jenny Saville. 2002

Currin se muestra sexista y burla la belleza natural de la mujer -La poética de su sensualidad-, que transforma en el cliché de la pornografía. Ilustra y refuerza estereotipos, satisfaciendo la muy solícita y todopoderosa morbosidad reinante............................................................................................................................... Hay una sensación de aparente imposibilidad, en el panorama artístico de hoy día, de salvaguardar los propósitos de Courbet (Denigrados por la moda). Un intento por ello desbocaría los productos del pastiche y el articio, pues resultan ingenuos a la compleja, abominable y nada sencilla determinación del mundo contemporáneo. Sería simplemente una empresa impráctica e incomprensible en la sobre-estimulación a la que somos sometidos, que impide esa mirada serena, limpia, natural, revolucionaria y emancipadora (Lo homogéneo, la aceptación pasiva, es un potencial efecto de la posmodernidad) que Courbet sabía imprimir a sus cuadros, sobre todo a sus desnudos, destinados a reinterpretarse equívocamente –A n de convertirse en objeto barato de consumo- o a morir a la luz pública en las blancas paredes de los museos.

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Parte del Primer Capítulo de

El día de la Histeria Por: Carlos Mario Aguirre 1 Diario de Verónica: «Día 30: Hay mucha luz…». «Le pasó algo a Marlon», pensó Verónica. «Todos lo saben», se dijo, porque en el rostro de cada uno, durante aquella reunión de emergencia por el regreso de Ronald después de tres días, pudo leer lo mismo: «Marlon no va a volver. Marlon se murió». Pero luego se dijo que no. No fue eso lo que pudo leer en las caras de los otros inquilinos. En la cara de Elkin (que presidía la mesa), siempre tan expresiva: los ojos claros y sonrientes, la boca oculta bajo el bigote manchado de canas y esa especie de depresión/cicatriz que el accidente le había dejado en una mejilla; en la cara de Zulma (en una de las sillas de la izquierda), que era tan fría como un cuadro de la Virgen: las mejillas hundidas, la frente amplia y brillante de grasa, los labios fruncidos; en la cara de don Ricardo, que se asomó apenas por la puerta de su habitación, solamente para gruñir, luego de que hubieran ido a preguntarle el día anterior si se podía hacer algo, si había una manera de ayudar a los muchachos o de averiguar si los habían matado; en la cara de Ronald, muy pálida, mientras explicaba todo lo que les había ocurrido a él y a Marlon en el mercado durante esos tres días… en las caras de todos. Lo que en realidad pudo leer en todos esos rostros, lo había visto primero en la cara de Melisa, en esos ojos que llevaban apenas cinco años contemplando la realidad, sólo para ver, ahora, de qué manera se desmoronaba................................................................................................................................................................

Fue a primera hora de ese tercer día. Verónica había salido apresurada de su habitación (cerró la puerta tras ella de un golpe), casi corriendo, casi a punto de ponerse a gritar. Faltó muy poco para que se chocara con Melisa en las escaleras hacia el primer piso, por donde la niña subía también a la carrera, también asustada por lo que acababa de oír: ¡disparos en la calle, gritos! Quedaron frente a frente, pasmadas, boquiabiertas, como si cada una fuera un reejo deformado de la otra y solamente las hiciera idénticas esa misma expresión de pánico y angustia...................................................................................................................................... Los ojos de Verónica eran marrones, como galletas de chocolate; varios mechones de pelo, después de tres semanas y media de no lavarlo ni peinarlo, le caían a los lados de la cara como un pegote de grasa, y parecía que todo su cuerpo se inaba y se contraía al ritmo de sus jadeos. Los ojos de Melisa, en cambio, eran más grandes y brillantes, y por eso el pánico, en ellos, era más evidente, tanto que asustaba a los demás y les hacía creer, la mayoría de las veces, que no sólo se sentía aterrorizada como todos, sino que estaba a punto de volverse loca................................................................................................................................................................. «Pero no es eso —pensaría Verónica, no mucho después—. Lo que pasa es que es una niña. Esta mierda es demasiado para ella»........................................................................................................................................................ Aunque no fue mucho, ninguna de las dos supo cuánto tiempo se quedaron allí, mirándose. Sin saber 24


por qué (pues quien la preocupaba era Marlon), Verónica se acordó en aquel momento de la noche en que todos vieron a Melisa caminar dormida por la casa, con los ojos muy abiertos, mientras susurraba las palabras: «Hay mucha luz… demasiada luz… mucha luz…». No dejaba de decirlas, en ese mismo orden, una y otra vez....................................................................................................................................................................

Marlon, por supuesto, estaba en la casa en ese entonces; había sido él quien la despertara, cuando ya casi todos sabían lo que ocurría. Su voz (la de un hombre grueso, poco acostumbrado al trato amable, a las palabras de cariño) la sacó de un sueño que se le borró de la mente en cuanto abrió los párpados, pero que tenía que ver con la muerte; de eso estaba segura....................................................................................................... —Verónica… —insistió Marlon varias veces, tocándole el hombro, haciendo que la cama se balanceara un poco—. Verónica, vení. La niña está caminando dormida. ...................................................................................... —¿Qué fue? —preguntó Verónica sin despertar del todo; por un segundo, al sentir el aliento de Marlon, el maldito olor a ron, pensó que su novio trataba de hacerse el gracioso. Olvidó lo que había ocurrido durante esos últimos cinco días, y su voz, en lucha contra las ganas de dormir, se oyó como una burbuja de gelatina, algo blando y viscoso—. ¿Cuál niña? ............................................................................................................................ Se retorció bajo las Colchas para abandonar la posición fetal, como una gata que estira el cuerpo después de una siesta, solo para volverse a dormir. Pero Marlon siguió insistiendo: ......................................................... —Pues Melisa… la niña que trajo Ronald.................................................................................................................... Ya en ese momento había una la de cinco personas caminando detrás de Melisa, como si jugaran «seguimiento». Dieron dos vueltas alrededor de la salita en el primer piso, en puntas de pies; Katherine y Jéssica, las que cerraban la formación, iban con las manos en la boca, tratando de frenar sus carcajadas para no hacer ruido. Iban desnudas bajo sus piyamas, algo que se convertiría en una imagen cotidiana menos de una semana después del «Día Cero». Elkin y Fabiana, que iban a continuación, volteaban el cuerpo una y otra vez para decirles «¡Ssh!», temerosos de que incluso aquel sonido pudiera despertar a la pequeña. Y Ronald, el que encabezaba la la, cuidaba que Melisa no se golpeara con nada, mientras dirigía el haz de una linterna hacia los pies descalzos de la niña e iluminaba sus pasos por los corredores, por cada escalón hasta el segundo y el tercer piso, y por las baldosas ajedrezadas de la cocina y del baño.................................... —Hay mucha luz… demasiada luz… mucha luz… .................................................................................................. Era incomprensible que dijera eso, porque toda la casa estaba a oscuras, como casi el resto de casas y edicios en toda la ciudad, en especial en donde hubiera sobrevivientes: nadie quería llamar la atención de quienes aún reían, allá afuera, a causa del virus. Visto desde el cielo, a esa hora, el Valle de Aburrá parecía un enorme agujero en medio de las montañas, un pozo en el que chispeaban, aquí y allá, los rescoldos de barrios enteros convertidos, primero, en hornos, y reducidos, luego, a toneladas de cenizas por las llamas, bajo una nube de humo negro que seguía creciendo desde la comuna Nororiental, expandiéndose desde Santa Cruz, donde se había iniciado, y sumándose a las de Manrique y Aranjuez y Prado y Moravia. Para comprar el libro digital puedes escribirnos a cslametefora@gmail.com

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