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Crónica de una canción
by La Mirilla
POR BELÉN FOURMENT
Fotos: Jessica Conde
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En el living de su casa, la cantautora uruguaya Papina de Palma hace funcionar una fabriquita musical. Esta es una reconstrucción en primera persona de lo que sucede ahí adentro, y de las maneras que tiene que buscar una artista para dar pelea con la música como bandera.
"Vivo en el barrio más ruidoso de Latinoamérica”, dice Papina de Palma mientras trato de concentrarme en la primera consigna que acaba de plantearme: escribir en prosa, unas 10 líneas en letra legible de algo que me haya pasado en el día y que pueda compartir con ella, que no me vaya a dar vergüenza. Y aunque un tanto exagerada, lo que dice es cierto. Su casa, de una linda fachada verde, queda bastante cerca de una terminal de ómnibus y de una zona que tiene mucho movimiento las 24 horas, los 365 días del año. Los ruidos constantes de motores se mezclan esa tardecita, con las campanadas que vienen de alguna iglesia y los gritos del gimnasio de enfrente. El ruido es, en ese momento, parte de la fabriquita de canciones que la cantautora montevideana pone a funcionar en el living de su hogar. Es una suerte de taller de composición (aunque ella evita ponerse en un lugar desde donde tiene que bajar información), donde propone ejercicios y ayuda a sus alumnos a buscar la inspiración en las cosas más simples, en lo cotidiano. Y es, en su afán de vivir de la música, una herramienta más que interesante para subsistir. El año pasado, Papina de Palma editó Instantes decisivos, un primer disco solista que trascendió lo prometedor para posicionarse como uno de los mejores trabajos del año en Uruguay. Es un disco cancionero en el que la cantautora, rodeada de músicos versátiles, le da forma a una cantidad de composiciones atravesadas por el amor y abordadas casi siempre desde la primera persona del singular, con una manera de decir y contar bastante personal. Y ahora, tras el impacto inicial y los elogios de la prensa musical, Papina está en esa instancia de disfrutable incertidumbre: maneja sus redes sociales, busca espacios donde presentarse y gestiona sus propios toques, y piensa en proyectos y vías alternativas para que su música se difunda lo más posible. En el último show que dio, en El Chamuyo con Belén Cuturi, incluso se encargó de repartir entradas, en bicicleta y a domicilio junto a su colega. En medio de todo eso, hace funcionar esta fabriquita de canciones de duración indefinida, que abrió hace un par de meses tras una primera experiencia un tanto fallida en Buenos Aires, y a la que ya concurren seis alumnos de entre 16 y treinta y algo de años. Las clases son individuales, los ejercicios van variando, y “hacen canciones y están de más”, dice. Para cuando terminé de escribir las 10 líneas —hablé del viaje en ómnibus de esa mañana, de que los pies no me llegaban al piso y de que subió un hombre a cantar una de Belchior—, ella ya me preguntó algunas referencias (fueron Loli Molina y Fernando Pessoa) que, dice, pueden ser útiles cuando nunca escribiste una canción pero querés ir hacia algún lado en particular. Las inspiraciones más frecuentes son, cuenta, Jorge Drexler y Lisandro Aristimuño, pero también suele aparecer Alejandro Balbis con su poética murguera, entre otros.
Paso dos
De esa historia de ómnibus escrita usando como “escritorio portátil” un pesado libro de arte de Gombrich, nacerá — aunque el resultado final no tenga nada que ver— la primera canción. Es pura cursilería y sinsentido, pero Papina da para adelante. Porque yo pienso, igual esto es como re personal y después vos hacés lo que quieras… A veces uno dice: voy a escribir una canción, y te sentís como que tenés que ser Cortázar, y escribir todo como una gran metáfora de la vida, increíble. Y en realidad a veces en las conversaciones más cotidianas, alguien dijo algo incluso gramaticalmente mal dicho, y tiene una musicalidad superior. Buscar el Cervantes interior a mí no me pasa mucho. La instancia de empezar a escribir una “canción” (pongámoslo así, entre comillas, por lo flojo de este primer ejercicio) es comparable a ese momento en que, con ganas de empezar una serie nueva, entrás a Netlfix. ¿Qué se hace en ese mundo con tantas opciones y tanta libertad? En esos casos, que seguramente serán la mayoría, Papina da órdenes. Propone estructuras, cantidad de sílabas, rimas y entonces la fabriquita ya se convierte en el armado de un puzle mental donde cuentan las letras, los sonidos y cada pequeño desafío. ¿Con qué rima la palabra “siempre”, por ejemplo, dejando de lado la opción “vientre”? Ah, hay una regla que no te dije. Y es que en cualquier momento podés mandarme a cagar y hacer lo que quieras. La única razón por la que te limito es para facilitarte la movida. De fondo se escucha “Adiós a la rama”, la versión de una de sus compañeras de casa. Quiero que la voz que habla en la canción sea la de la cada persona, no la de otro.
Paso tres
Vuelvo a la fabriquita de canciones una mañana más calurosa de lo que la creí cuando salí de mi casa. Hay ruido, más o menos el mismo, pero nadie que cante adentro del hogar que a la vez es sala de taller, y transcribo la letra que, con otro ejercicio, completé en mi casa como si fueran deberes de liceo. La propuesta fue diferente y el resultado, aunque abordó el tema —el futuro— desde una perspectiva bastante discutible, me gustó mucho más:
"La canción que viaja
El sí que decís
La vuelta que di ante ti
Caer y luego ya
Es cuestión de parar una vez"
…
El problema mayor, claro, es la melodía. ¿De dónde se compone si no es desde un instrumento? ¿Puede la mente, tan sobrecargada de músicas ajenas, imaginarse una propia? Hay que pensar en las melodías cantándolas, no pensándolas para adentro, avisa Papina, que aunque en otras áreas usa herramientas intuitivas y apela a la memoria emocional, acá busca ir a la ridiculez absoluta: irse hacia algún lugar sonoro bien exagerado, para luego darle forma de alguna manera. Al final, será ella la que complete mi canción: me indicará hacia dónde tiene que ir la línea melódica y hará, cuando grabemos en el celular (nadie nunca escuchará), la primera voz. —¿Los que vienen al taller vienen porque quieren mostrar sus canciones al público? —No todos lo dicen, pero yo creo que en el fondo la mayoría quiere mostrar sus canciones. Aunque hay algo terapéutico en estos talleres. Su terapia, Papina la hizo sola. Empezó a componer canciones en la adolescencia, se las mostró a la pared y a un público reducido, y encontró que ahí estaba lo que quería hacer para siempre, que ahí estaba la manera de sacar para afuera todo lo que estaba adentro y pedía salir. Instantes decisivos, el disco que presenta el 9 de setiembre en la Sala Zitarrosa, es el escalón más alto que ha alcanzado. Pero quiere ir por más, y por eso sigue haciendo, proponiendo. Antes de despedirse, Papina me cuenta que si los alumnos hacen las cosas bien, una canción por día se llevan. Por acá todavía queda una letra cursi, esperando por alguna melodía.