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Lo esencial es invisible a los ojos

“Y ACODADO SOBRE EL MÁRMOL AGARRADO COMO UN BROCHE, UN CURDA QUE NOCHE A NOCHE SE MANDA SU CONFESIÓN”. Fragmento de “UN BOLICHE” Carlos ACUÑA. LETRA: TITO CABANO

II

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Los ecos de los viejos tranvías resuenan aún en las calles del barrio. Por Capurro, algunos hinchas de Fénix vuelven lentamente a la rutina tras una tarde de pasión y cancha, con un cero a cero amargo a cuestas. Pero algunos acuden a una cita obligada porque, sin ella, el ritual no estaría completo. El bar Sarmiento, en la esquina de Capurro y Juan María Gutiérrez, espera a los fieles que, a pesar del paso del tiempo, mantienen viva una bohemia destinada a la extinción con la llegada de las nuevas generaciones. Es que el barrio en sí mismo es una suerte de máquina del tiempo; un espacio en Montevideo suspendido entre el pasado y el presente; una muestra de lo mejor de una época y la aplastante fuerza del ‘progreso’.

Cuentos borgeanos

Un veterano duerme apoyado sobre una desgastada mesa; otro, acodado en el largo mostrador de mármol, ahoga sus pensamientos en un vaso de whisky que parece interminable. Las paredes desgastadas, un cielo raso que parece sostenerse a fuerza de voluntad y sillas y mesas caprichosamente desiguales forman parte del universo que habita el Sarmiento. “Gardel era de Fénix”, me dice ‘El Carita’, mirándome con los ojos llenos de verdad ante mi incredulidad. En sus manos lleva un smartphone -porque hasta los más guapos son arrastrados por las nuevas tecnologías- y me muestra orgulloso la prueba de que El Zorzal otrora perfectamente pudo haber gritado “¡El Féni no baja!”: una foto donde el tanguero posa junto al plantel de Fénix. El Carita -cuyo apodo es de esos que trascienden al nombre impuesto en los documentos- se encarga del bar desde hace muchos años y su historia está profundamente ligada al barrio y a la gente que llega para pedir una más. Él conoce los orígenes del barrio, de quién fue el bar, quiénes fueron y vinieron a través de los años por las calles capurrenses y el Sarmiento. “Este es el último bar que queda en Capurro. ¿A dónde van a ir cuando esto cierre?¿A la pizzería a tomarse una? No es lo mismo”, dice. “Cuando el Sarmiento cierre esto se termina”. Estando entre esas paredes uno no puede más que dejarse arrastrar por la energía del lugar. Intento imaginarme las historias que vivieron allí, mirando entre las rejas de una ventana que da hacia la calle Gutiérrez. Las tertulias, las discusiones y disertaciones en medio de una nebulosa de tabaco que el Carita conoce y muy bien. “Acá llegan los de siempre, que ya sabés qué toman… y los escuchás. Pero todo eso se está terminando”.

Un parroquiano se acerca y conversa con nosotros. Las anécdotas empiezan a fluir y me parece ver a los protagonistas acodados en el mármol o reflejados en un espejo que adorna al Sarmiento. Como pequeña confesión, me dice que le emociona verme revivir esa cultura de boliche y de alguna forma siento en ese momento que no solo se están extinguiendo los viejos bares, sino una parte de la historia que las nuevas generaciones parecen no tener ganas de escuchar, con ese ímpetu juvenil que nos lleva a pensar que la historia nace con nosotros y que nos aleja de una parte importante de nuestras raíces.

Vive y lucha

Son épocas difíciles para los boliches de barrio. Las nuevas generaciones ya no maman esa cultura religiosa de mostrador, esa que nace del seno de los barrios y su gente. En tiempos modernos, otros son los centros de reunión y en varios bares a lo largo y ancho del país, lo que quedan son los ecos de noches y días de copas, poesía y bohemia. En 2014, la murga Acontramano dedicó su espectáculo a estos lugares en vías de extinción como forma de reivindicar su importancia en la sociedad, sosteniendo que cada vez menos gente se da el espacio de acercarse a estos bares de antaño. Además, institucionalmente se lleva adelante desde hace algunos años “Boliches en agosto”, impulsada por el Ministerio de Educación y Cultura, que intenta ser un homenaje a los bares y boliches de antaño, con actividades durante todo ese mes en diferentes puntos del país. A pesar de los esfuerzos, muchos boliches emblemáticos de Montevideo - el cierre del Sorocabana fue uno de los que más eco tuvo en los últimos años- han cerrado sus puertas para siempre.

Una más

Nos tomamos una más, a la salud de los que pisaron ese recinto sagrado de Capurro y a los que lo harán. Miro una calabaza de Halloween que me mostró el Carita unas horas antes, cuya vela de llama porfiada se está apagando y constituye, allí entre las botellas que viven sobre una antigua heladera, una metáfora perfecta sobre la historia del lugar. Me despido del regente del boliche, quien al principio me miró de reojo pero ahora me dice adiós con una calidez que me conmueve, como si me conociera de toda una vida. Los boliches de antaño son parte del alma de las tradiciones que se van apagando. Salgo a tomar el ómnibus en la misma calle donde alguna vez los tranvías dejaron su huella. Miro la calle buscando farolitos de colores, de esos que me contaban mis padres y abuelos que alguna vez adornaban las calles, en épocas de carnaval y caras pintadas. Busco los vestigios de una época que forma parte de nuestro patrimonio cultural, ese que no se ve pero que vive y lucha. Miro el Sarmiento una vez más y no es un adiós, es un hasta luego.

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