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s e g u r i d a d
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s o l e d a d
l a
c o m p r e n d e n
http://laplumaenlapiedra.blogspot.com/ Septiembre 2011
d e
No. 2
e s c l a v i z a n
Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad
c o m p r e n d i d o , una parte de nuestro ser.
La pluma en la piedra agradece el apoyo de Marco Antonio M. Medina por el trabajo de corrección de estilo en este número.
Portada: Angelo Bronzino, Alegoría de Cupido y Venus (detalle). Cita: Kahlil Gibran, De lágrimas y sonrisas. El loco, Editores Mexicanos Unidos. Derechos Reservados. La
pluma en la piedra , Toluca, México, No. 2, septiembre 2011.
La pluma en la piedra es una publicación mensual e independiente de distribución gratuita por internet. Todos los artículos, ensayos, escritos literarios y obras publicadas son propiedad y responsabilidad única y exclusiva del autor y pueden reproducirse únicamente citando la fuente.
Escribieron este número:
Anaid Vallejo Orduña Marco Antonio M. Medina J. M. Falamaro Karina Posadas Torrijos Alejandra C. L. Lorenzo Conejo López José J. González
Fotógrafo Marco Antonio M. Medina
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Editorial 5
Artículos y ensayos Quienes viven en el límite Anaid Vallejo Orduña
7
Identidad y Locura en Ancho mar de los Sargazos de Jean Rhys Marco Antonio M. Medina
9
Galería Parque de la Paz, Mérida, Yucatán. Marco Antonio M. Medina
16
Películas aderezadas de locura Karina Posadas Torrijos 13
Creación literaria Suicida Lorenzo Conejo López
18
J. M. Falamaro
21
José J. González
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De lo que se debe de decir antes de viajar al mundo de los sueños José J. González
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La maldición de Roma Capítulo I: El principio… La primera profecía Alejandra C. L.
28
Finisterra
Los hijos de Saturno
Muro Periodical Convocatoria para escribir en “La pluma y la piedra” y recomendaciones varias.
Correspondencia apócrifa
45
46
4
¡Bienaventurados quienes leen La pluma en la piedra, porque de ellos serán las ideas! Ha llegado septiembre y el patriotismo no se hace esperar: las banderas tricolor hondeando en las azoteas semiacabadas de las urbes, las garnachas, los foquitos en las avenidas principales y las escarchas verde, plata y rojo que adornarán los clásicos desfiles independentistas. Pero al ser el ejercicio nacionalista del que más tinta correrá a lo largo del mes, la junta directiva, en un afán de cambio, decidió que el tema de este mes girará en torno a la locura. Si bien, no se responderá a la pregunta de qué es la normalidad, cuáles son los lineamientos para definir la locura y quién los establece, podrá encontrarse esta temática abordada desde tres posturas diferentes: desde la psicología con la definición del Trastorno limítrofe, la locura en la obra literaria Ancho mar de los Sargazos de Jean Rhys y algunas recomendaciones de cintas con el loco como eje temático. Por otro lado, en La Galería se presenta Marco Antonio M. Medina con una fotografía a color del Parque de la Paz, tomada en Mérida, Yucatán. Además, en "Creación literaria” nos acompañan Lorenzo Conejo López sus cuento "Suicidio", J. M. Falamaro con "Finisterra", José J. González con "Los hijos de Saturno" y "De lo que se debe de decir antes de viajar al mundo de los sueños, así como Alejandra C. L. con el primer capítulo de su novela "La maldición de Roma". Es todo por este mes, no se pierdan el epistolario de octubre y no olviden enviar sus colaboraciones.
La pluma en la piedra
5
ArtĂculos y ensayos
Quienes viven en el límite Por Anaid Vallejo Orduña Trastorno limítrofe o borderline Comúnmente escuchamos frases como
Trastorno de la personalidad que se
“se puso como loco”, “esta histérica”, “creo caracteriza por una labilidad emocional, que es bipolar”, todas ellas para referirse un pensamiento polarizado y vínculos pera actitudes o comportamientos inespera- sonales problemáticos. dos, volubles, extremos o intensos. A ve- Los limítrofes presentan algunos rasgos ces provocados por una situación específi- comunes:
ca, por un par de palabras, incluso por una simple mirada.
qué les provoca ansiedad pero no
Pero los términos “locura”, “histeria”
hay forma de contenerla.
y “bipolaridad” actualmente son utilizados indiscriminadamente
Ansiedad crónica y difusa, no saben
para
referirnos
a
Síntomas neuróticos, como fobias, comportamientos
obsesivo-
esas conductas, sin saber que en realidad
compulsivo, reacciones disociadas
responden a trastornos que van más allá
(de pronto no muestran emoción an-
de una simple reacción. Se refieren a tras-
te ciertos estímulos), hipocondría y
tornos de la personalidad que predominan
tendencias paranoides.
el comportamiento, son constantes, escla-
Tendencias sexuales perversas que
vizan a quien lo padece y los hacen tener
pueden llevarlos a la promiscuidad,
una visión de la vida muy particular.
la agresión, la trasgresión de lo con-
Pero entonces, ¿cómo llamar a esas
vencional, pero sin culpa presente en
conductas? ¿Qué nombre se le da a las
todo ello.
reacciones impensadas que vemos tan frecuentemente
en
nuestra
sociedad?
Conductas pre-psicóticas, intensidad en sus tendencias paranoides, impul-
Gente que se irrita fácilmente, que parece
sividad, hipomanía.
ansiosa todo el tiempo, que es impulsiva,
Adicciones por impulso.
que cambia su estado de ánimo de un mo- Para poder explicar las causas de este mento a otro.
trastorno, es necesario comprender algunos aspectos referentes a la salud mental.
7
Anaid Vallejo Orduña
En primer lugar, la identidad se en- cambios propios de la etapa, pues, como tiende como un conjunto de característi- se sabe, la persona puede tener todas escas que predominan en la persona, es de- tas conductas de las que se ha hablado. cir, el concepto que se tiene de sí mismo. Sin embargo, una vez superada esta Pero en la persona limítrofe la identidad edad, si se siguen presentando dichos es cambiante, toma diferente forma de- comportamientos e incluso aumentan en pendiendo de la situación en la que se en- frecuencia e intensidad, sería conveniente cuentre y, por lo tanto, está fuera de la iniciar una fase de diagnóstico y tratarealidad.
miento.
Esa falta de identidad puede provo-
Las consecuencias de no atender un
car reacciones como: no saber quién es ni trastorno como éste, pueden llegar a ser qué propósito tiene su existencia, juzgarse muy graves no sólo para quien lo padece, severamente, creer que el mundo tiene sino para las personas que le rodean, ya “malas intenciones”, tener problemas de que si el limítrofe se enfrenta a una situasocialización, ser arrogante o muy depre- ción frustrante con la que no pueda lidiar sivo, no ser empático, tener actitudes nar- ni superar, es posible que llegue a tener cisistas, como el devaluar a otros para reacciones psicóticas que le provoquen sentirse bien. Vivir en incertidumbre.
alucinaciones o delirios, los cuales lo lle-
Un sujeto que tiene salud mental varán a hacerse daño a sí mismo o a los podrá soportar las situaciones frustrantes. demás. El limítrofe no. Es desde la infancia que se empieza
a
construir
la
Convivir con un limítrofe puede ser
resiliencia difícil, desconcertante, incierto, pero pade-
(tolerancia a la frustración) con la finalidad cer el trastorno es vivir en el límite de las de encaminar al individuo a una madurez emociones, de la realidad, de la cordura y emocional y psíquica, es por ello que algu- la locura. nos psicólogos han determinado que es justo en la infancia que puede empezar a gestarse el trastorno límite de la personalidad. Será en la adolescencia, en donde puede llegar a ser confundido con los
8
Identidad y Locura en Ancho mar de los Sargazos de Jean Rhys Por Marco Antonio M. Medina El loco es tradicionalmente este personaje
Hay coincidencias importantes entre
que entre sus cualidades sufre la de no los elementos tradicionales de la locura y pertenecer a un grupo social, ya sea por- el simbolismo de Ancho mar de los Sargaque él mismo se excluye, porque otros lo zos, todos estos elementos están presenexcluyen considerándolo un peligro, un tes en la imagen de Antoinette Cosway castigo de la naturaleza o una peste con- expulsada del Caribe en una nave de lotagiosa. Una figura alegórica medieval es cos, con rumbo a la nada. A una Inglaterra aquella que agrupa a una multitud de lo- rosa, irreal y a la que estrictamente nunca cos en una barca o nave que los expulsa llega. Agréguese a ello el patetismo absurde la comunidad, del centro de la vida so- do del símbolo del mar, del Mar de los cial.
Sargazos y la ironía evidente con que se La nave de los locos navega sin rum- desacraliza el gran viaje de Colón.
bo con la ciega esperanza de que el mar y
Vemos en el capítulo primero la narra-
su fuerza regeneradora los libere (o los ción en primera persona en la voz de Andestruya) de su enajenación. Pero la cuali- toinette y al terminarlo nos encontramos dad más importante de la locura, de con que la autora la hace guardar silencio acuerdo a la tradición renacentista, es el y le da la voz a Rochester, su amante, paAmor Propio. Así lo apunta Foucault citan- ra que narre desde sí. Esto nos hace pendo a Erasmo y su Elogio de la locura: sar en un recurso escritural que a través “ahora es la Locura la que conduce el ale- de la fragmentación del discurso pueda gre coro de las debilidades humanas. In- captar en su totalidad la acción. Y se vueldiscutido corifeo, ella las guía, las arrastra ve relevante si pensamos en una obra que y las nombra. ‘Reconocedlas aquí, en el gire en torno a este tema de la locura. grupo de mis compañeras… Ésta del ceño ¿Cuándo se está realmente loco? ¿Cómo fruncido, es Filautía (el Amor Propio)…”1.
esbozar un personaje con tintes de locura
1
que pueda diferenciarse claramente de
Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica I, trad. Juan José Utrilla, 2ª. ed., México, FCE, 1976, p. 42.
otros personajes, cuya razón pueda ser
9
Marco Antonio M. Medina
sólo aparente? Rhys se hallaba en la de la invasión de mí por el otro, a través médula del debate entre razón y locura. de la identificación. ¿Acaso no es cierto que toda locura guar-
La locura del otro me es insoporta-
da en ella misma un poco de razón, y vi- ble, porque en él veo mi propia locura, y ceversa? Pero lo resuelve limpiamente. por eso tengo que destruirlo. “La agresiviSus protagonistas, Antoinette y Rochester dad es la tendencia correlativa de un moson libres cada uno de narrar su vivencia, do de identificación que llamamos narcide manifestar sus razones y sus desvar- sista”2, dice J. Lacan. íos. Una lectura detenida revela sin duda
La locura distorsiona de entrada todo
esta terrible imparcialidad. No hay un bue- lo que toca, como un espejo defectuoso no y un malo en la novela. Todos son bue- hace con la luz que rebota en él. En el planos o todos malos, el lector decide, pero no significativo entra toda una lectura del Rhys logra imponerle a su obra esa at- tema, que no es poca cosa. Qué es el comosfera de tirantez opresiva, de corrupta lonialismo si no una empresa de locos. complicidad entre personas que consien-
La época colonial sucede temporal-
ten y fomentan la degradación, la violen- mente a lo que Foucault llama la época cia, la traición.
del gran encierro (S. XVI). El colonialismo
El vínculo entre identidad y locura en es entonces una nueva expulsión, una la novela vendría apuntado desde una nueva efusión de aquella locura a la que perspectiva en la que a mayor locura co- recién se le han abierto las puertas del rresponde una menor identidad. Pero tam- mundo. Naves de locos son arrojadas al bién en el derecho a una identidad desde mar, esta vez como todo un proyecto emla locura, pues es visto en la novela cómo presarial. los personajes abiertamente intentan des-
Por supuesto que aún en este deba-
truirse entre ellos para reducir, como en la cle estallan por todos lados ideologías en contemplación en un espejo, su distancia busca de identidad. Pero siendo muy pesireal del otro. El otro es una extensión vio- mistas, no son más que un incesante juelenta de mi realidad.
Mientras exista el go de reflejos entre razón y locura. Améri-
otro y mientras esté loco, mi razón no pue- ca Latina se nos ilustra así como aquella de ser definitiva, no puede prevalecer. En imagen, trazada por García Márquez, que la médula del narcisismo está el problema
2
Paul-Laurent Assoun, Lacan, Amorrortu Editores, Buenos Aires-Madrid, 2008.
10
Identidad y Locura en Ancho mar de los Sargazos de Jean Rhys
nos ofrece el contemplar nuestro reflejo emancipación negra de la Jamaica alredeestando parados al interior de un cuarto dor de 1838. Aunado esto, se agregará con espejos de cuerpo completo a ambos luego a la desgracia familiar, el alcoholislados. “El sueño de los cuartos”, de José mo y muerte paternos y la presencia de Arcadio Buendía. De alguna manera, aun- cierta enfermedad mental en el hermano que desde otro plano estético, ya plantea- de Antoinette. ba Rhys el problema de la nueva novela
Por momentos, cede la voz narrativa a
histórica de América Latina, pues bien sa- voces que representan al pueblo, personibido es que en la médula de este proble- ficadas en conjunto como rumores, esto ma literario se encuentra el del texto como es habladurías. Ya se verá cómo influyen especulación. La historia como posibilidad estas voces en el desarrollo de la acción, textual virtual a partir de la imaginación.
sea favoreciendo indirectamente la des-
Así el personaje literario de Antoinette gracia familiar y personal de Antoinette o Cosway se despega totalmente del esbo- provocándola abiertamente. zado por Brontë en Jane Eyre para des-
Estas voces se constituyen en un plano
arrollarse de manera autónoma como una independiente, diferente e inaccesible en posibilidad textual. Esto es, como especu- varios sentidos a la realidad criolla. Y es lación. Palabra de vastas resonancias en que se plantea un hondo conflicto de realila que se cimenta toda la arquitectura de dades dentro de la realidad caribeña. Es Ancho mar de los Sargazos, como lo ve en este proceso (colonización, industrialiacertadamente Margarita Mateo Palmer zación, población) que la figura del criollo, en su ensayo Antoinette a través del espe- de hecho heredero, y con derecho a la lijo: mito e identidad en el Vasto mar de los bre ejecución de sus intereses, se ve súbiSargazos3.
tamente desplazada y fragmentada, en
De entrada se nos presenta Antoinet- último término anulada como raza, por te Cosway, como narradora, en una re- aparecer de pronto como especie extraña trospectiva sobre su madre, en relación o intrusa. Una mancha suspendida a la con el rechazo y la segregación padecida deriva en el limbo de la Historia. Ya se por los criollos caribeños en el clima de verá cómo la raza negra, con todo y su 3
Margarita Mateo Palmer, Antoinette a través del espejo: mito e identidad en el vasto mar de los sargazos, Anales del Caribe 10, Casa de las Américas, 1990.
cualidad de trasplantada, sí logra afianzarse en la nueva tierra.
11
Marco Antonio M. Medina
En tanto que el blanco de raza pura,
La gran mayoría de los personajes en
inglés o francés, nunca llega a comprome- la novela (yo diría todos) sucumben al fraterse con una propuesta de identidad na- caso de toda posibilidad de realización cional caribeña, más bien permanece inte- humana. Aquí se enraíza un determinismo resado (o totalmente desinteresado) en un terrible de lo humano, de la imposibilidad proyecto industrial, un modelo de explota- de intercambio comunicativo con el otro y ción.
finalmente de la imposición de la violencia
De acuerdo con la novela, la raza crio- como lenguaje sustituto del estar social, lla se ve sometida al desprecio tanto de opuesto a la locura como estar individual. blancos como de negros (cuando no de su Diametral oposición entre el ser con los propia escala social). Unos controlan las demás y el ser uno mismo y para sí. islas mediante los hilos del poder y la violencia, en tanto que otros la dominan desde el mito. El criollo encuentra cerrado el acceso a estas modalidades de realidad. Metafóricamente no puede salir de la isla y tampoco entrar en ella. El profundo desarraigo que sufre se va manifestando en una enfermedad poderosa y antigua, tanto como el mismo hombre y con diferentes matices a través de la historia: la locura. Esparciéndose como una maldición, como la peste, dejando en la ruina campos, fincas y familias. Es en último término causa de la cisma entre los mismos criollos que, asolados, rematan al mejor postor todo lo que aún se pueda subastar. Es como entre ellos nace la traición, la violencia, el desamparo. El rebajamiento de la calidad humana a mera mercancía de cambio.
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Películas aderezadas de locura Por Karina Posadas Torrijos El personaje del loco siempre atraerá la El silencio de los inocentes (1991). atención de todo público, generando el Dir. Jonathan Demme. clásico contraste entre lo aparentemente Hannibal (2001). Dir. Ridley Scott. normal y aquello considerado fuera de lo Dragón rojo (2002). Dir. Brett Ratner. socialmente establecido. El debate entre
La clásica trilogía del doctor Hanni-
dicho contraste y la final resolución, don- bal Lecter, hombre quien no tiene reparo de se determine de una buena vez qué es en deshacerse de algunas cuantas persolo normal, es muy probable que se en- nas indeseables y darles una utilidad más cuentren en pugna hasta el fin mismo de nutritiva. Pero a lado del afamado doctor, la humanidad.
podremos encontrar desviados mentales
Por ello, mientras el desenlace ocu- menos elegantes, que dejándose llevar rre, nunca estará de más esperar la reso- por sus impulsos y traumas del pasado, lución de este conflicto con una buena cometen sus atroces crímenes, recordandosis de cine, con los locos más afama- do la clásica pregunta: ¿quién es el dos y algunos que no lo son tanto. Se auténtico culpable de los crímenes? apagan las luces y vemos algunas, muy
Mr. Brooks (2007). Dir. Bruce A.
pocas, recomendaciones:
Evans.
El resplandor. Dir. Stanley Kubrick.
Siguiendo con películas de asesinos, aquí
Éste clásico del terror de 1980 sería encontraremos al menos común de ellos: infaltable, pues siempre será grato ver a aquel que mata por el simple placer de Jack Nicholson en el papel del padre, que hacerlo, sin traumas infantiles o sociales ha caído en una locura temporal y escu- (o al menos éstos no son mencionados). cha voces que le sugieren deshacerse de Con los chantajes de un testigo y una hija su esposa y su hijo, quien para colmo ve, sospechosa de asesinato, veremos a juega y escucha a los muertos, sufriendo Kevin Costner luchar contra sí mismo alucinaciones algo extrañas, como la míti- para detenerse y padecer la angustia de ca escena del río de sangre corriendo por haberle heredado “la enfermedad” a su uno de los pasillos y objetos indistingui- adorable hija. bles flotando en él.
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Karina Posadas Torrijos
Candy (2006). Dir. Neil Armfield.
El evangelio de las maravillas (1998).
En esta cinta la locura surge a partir Dir. Arturo Ripstein. de los excesos de la pasión y las drogas.
Varios personajes se encuentran de-
A lo largo de la historia veremos el cambio ntro de una secta y esperan la señal de su que sufre Candy, pintora y artista en po- salvación de boca de Mamá Dorita (Katy tencia, a partir de su inmersión en el mun- Jurado), la matriarca del grupo. Entre los do de los estimulantes, el amor y las agu- adeptos se encontrará Tomasa, quien es jas, después de haber conocido a un hom- elegida para ser dirigente cuando Mamá bre, interpretado por Heath Leadger. Una Dorita haya muerto. Un videojuego a de las escenas más interesantes es cuan- través del cual dios se comunica; la purifido escribe con esmaltes de uñas en todas cación de los pecados por medio del cuerlas paredes, el momento justo en que ella po de Teresa; el descontento de algunos dejó de ser ella y comenzó a perderse en por los métodos empleados; el asesinato él, para dejar de existir.
del militar homosexual elegido para con-
Dr. Strangelove or: How I Learned to cebir al mesías y la muerte repentina de Stop Worrying and Love the Bomb todos los ofendidos, culminarán en la es(1964). Dir. Stnaley Kubrick.
cena surrealista de una procesión rumbo a
El mundo se enfrenta ante un cata- otra Nueva Jersualén. clismo por el arma del día del juicio final, 1973 (2005). Dir. Antonio Isordia Llamecanismo de defensa ruso ante cual- mazares. quier tentativa de ataque estadounidense
A lo largo de este documental, cono-
con alguna bomba nuclear. Una serie de ceremos la historia de tres personas: Rocoincidencias hacen que los diplomáticos dolfo Escogido Rodríguez, ex-dirigente de ambas naciones, pese a sus esfuerzos porro; Ma. Fernanda Ramos Macín, exde detener la bomba, fallen. De entre los drogadicta, quien, en un intento de suicipersonajes encargados de las decisiones dio, termina en una silla de ruedas; y Aleimportantes se encuentra el Dr. Strangelo- jandro Cota, culpable del asesinato de su ve, ex partidario nazi, cuya mano todavía familia. Todos ellos marcados por el año recuerda al Führer, quien recomienda que de su nacimiento en un México, donde un selecto grupo de hombres huyan bajo muchos tendrán que ver cómo el tiempo tierra y se encarguen de repoblar el munpasa y los sueños se desvanecen. do.
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La GalerĂa
La Galería
“Parque de la Paz, Mérida, Yucatán”, Marco Antonio M. Medina. Fotografía a color. “Ubicado a sólo unos pasos del Hospital General ‘Dr. Agustín O'Horán’ sobre la avenida Itzáes en Mérida, Yucatán, se encuentra el llamado Parque de la Paz, con su amplia fuente central. Al fondo puede observarse el detalle de la torre principal de la Ex-Penitenciaría ‘Juárez’. En el terreno donde se levanta este edificio estuvieron alguna vez ubicados la ermita de ‘Santa Catarina’ y el barrio del mismo nombre, mismos que desaparecieron debido a una epidemia de cólera en el año de 1833. No obstante, hallarse en una de las intersecciones más activas de la ciudad, a diez minutos del Zócalo y frente al Parque Zoológico del Bicentenario, el Parque de la Paz conserva la misteriosa tranquilidad de su nombre, merced por un lado a la oscura vegetación característica del mayab, y por el otro al rumor líquido y musical de la voz de sus habitantes, quienes a lo largo del día van dándose cita para conversar en este remanso de paz espiritual. Una interesante vista aérea del Parque de la Paz y de la Ex-Penitenciaría puede apreciarse a través de Google maps, en el sitio: http://wikimapia.org/12135693/es/Parque-de-la-Paz.”
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Suicida Por Lorenzo Conejo López Lorenzo, el conejo, había decidido no vivir más. El dolor era insoportable. Todo lo había perdido; esposa, hijos, casa, su empleo en la fábrica de verduras enlatadas, en fin, estaba acabado. Pensó entonces que tal vez sería bueno dejar una nota suicida. Pero ¿qué escribir en ella? Lorenzo no era un conejo muy letrado, apenas si había terminado la secundaria y poco recordaba de sus clases de ortografía. Sentado en una banca del bosque pensaba en estas cosas, esperando que algo realmente importante sucediera de un momento a otro. Algo que pudiera cambiar su trágico destino. El sol de la mañana caía a pedazos a través de los árboles sobre su gabardina grasosa. Dentro de ella, Lorenzo podía sentir el peso y la tibieza de su revólver de bolsillo Smith & Wesson. —¡Vamos marica!—, se decía a cada rato. —¡Vamos!—, repetía sin poder desenfundar. Sí, la vida en el bosque era difícil, pero matarse lo era más. Con resignación, Lorenzo fue entonces recordando las escenas más memorables de su vida. Recordó a sus amigos de la escuela; a “Chino”, el puercoespín; a “Chanel”, la zorrilla; a “Uñas”, el mapache cleptómano, y a otros más. Pensó en sus maestros y en lo que siempre le decían: —¡Ya ponte a estudiar, Lorenzo! La vida en el bosque está muy canija… ¡Ya no faltes!—. Pero no. Él había decidido vivir la vida. Lo que se dice Vivir. Él nunca iba a terminar como ellos. Iba a viajar por el mundo y a conocer liebres, muchas liebres, y un día sería rico y famoso. Entonces, haría comerciales de televisión para cereales de niños idiotas. Compraría un árbol, muy alto y muy verde, con un jacuzzi para llenarlo de leche como un platón de cereal enorme y con él se bañarían las liebres más buenas… sí, liebres… Esto pensaba cuando por ahí pasó Ramón, la ardilla, que seguramente vivía cerca y traía un paquete nuevo de cigarrillos bajo el brazo. Muy sorprendida y desconcertada por el estado tan deplorable en que lo hallara, saludó a Lorenzo de este modo: —¡Quiubo quiubo!—, exclamó. —¡Pero si es mi viejo camarada, Lorenzo “Lurias” López! ¡Tanto tiempo sin verte verda! Chale carnal… ¡parece como si se te hubiera aparecido un búho!—, dijo la ardilla, alargando mucho la u. —¿Qué trais o qué transa? Lorenzo, sin muchas ganas de hacer la plática a esas horas de la mañana, le contestó así: —Pus qué onda ese Ramón… ¿Cómo has estado?—, le dice. —Oye mai, está chida tu playerita… es como de mimo acá ¿no?
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Suicida
—¡A wee…!—, respondió la ardilla. —O, como se dice en francés, me güi ¡Jejeje! Fíjate que apenas me la trajo un primo de allá de los Euros, tú cres. Pero bueno a ver cuenta entonces, ¿por qué es que te veo así, tan lastimoso eh? —Pues es que… ando sin chamba, Ramón—, contestó el otro. —¡Uuy! ¡No me digas! Oye pues ¿por qué no te das una vuelta por la presa? ¡Supe que al castor Suárez lo liquidaron antier! Dicen que le debía mucho dinero a unos animales y que en prenda le limaron los dientes… —Sí, Ramón… voy a ir a ver… gracias. —¡Sale carnal! pues, yo te dejo. Oye, y la familia… ¿qué tal? ¿Cómo anda tu Señora? ¿Esperando otra vez? ¡Como cada quincena verda! ¡Jejeje! ¡Ay! Perdón, lo siento, qué maleducado soy… —Pues bien, bien…—, dice. —O… no sé, sabes. Es que ya no vivimos juntos... Nos separamos hace unos días… —¡Ah! ¡No me digas! Oye carnal, perdón, no sabía eh… de haber sabido… pero qué ¿ya es definitivo? ¡Híjole! ¡Pues qué te puedo decir brother! es que todo pasa por algo, no. Oye, si quieres te paso el dato de mi sicoanalista ¡Es muy bueno la verdad! ¿Te acuerdas de mi problema de identidad? ¿Aquel que me molestó por años y años? Pues fíjate que me ayudó a superarlo. Ya no me importa que me llamen “ardilla”. Es que para nosotros no hay género masculino, fíjate qué curioso, ¡yo no lo sabía! ¿Tú sí sabías? Bueno, mira, te doy su dirección y su celular para que hagas una cita, sale. —Sí, Ramón. Muchas gracias. Oye ¿me regalas un cigarro? gracias… ¿Me das lumbre?… es que se me olvidó mi encendedor, sabes. Gracias mai. Nos vemos. El calor del medio día llenaba el aire del bosque, levantando un vapor tenue de agua evaporada. Lorenzo estaba terminándose el cigarro que Ramón le había regalado —Ramón…—, pensó en voz baja. —Será mamón, más bien… pinche homosexual. Estaba justo retomando el hilo de sus pensamientos cuando por ahí pasó una conejita blanca, muy blanca, de grandes ojos rojos y rosada nariz, que iba dejando a su paso un aroma dulce como de lechuga italiana. Sí. Estaba bien buena. Lorenzo olfateó instintivamente sus propias ropas polvorientas y su pelaje sudado y se dijo: —¡Me lleva! Si al menos me hubiera bañado… Echando la cabeza atrás, con los ojos cerrados, imaginó que le escribía su carta de suicidio a la coneja, diciéndole: —Lo nuestro no puede ser… tú necesitas alguien que te ame, y yo… ¡sólo te he usado! ¡Jajaja!—. Su mal chiste le hizo sonreír un poco. Se vio a sí mismo, como en una película en blanco y negro; él, en una toma muy cerrada, en primer plano, sus
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Lorenzo Conejo López pantalones holgados ocupando casi todo el cuadro, abrochándose un fino cinturón de cuero; y ella, en segundo plano, tendida sobre una cama desordenada, con las orejas revueltas y —¡Yo sólo te he usado! ¡Hahaha!—, escupiendo una colilla de cigarro sobre la alfombra rasposa de un cuarto de automotel. Tan clavado estaba en esa onda, que no vio que la coneja venía regresándose y le decía: —Oiga, disculpe, Señor… ¿No tendrá usted un encendedor que me preste? Emocionado, Lorenzo pensó que al fin todos sus sueños se hacían realidad. Sin embargo, abrió los ojos antes de volver la cabeza hacia delante y un rayo de luz le encegueció dolorosamente. Ante la posibilidad de un contacto íntimo y la consecuente angustia de no poder cumplir con su demanda, se sintió a un mismo tiempo excitado y aterrorizado. Buscó a tientas y a ciegas entre los bolsillos de su gabardina lo que la dulce voz sin rostro le pedía. Habiendo creído encontrarlo, lo extrajo nerviosa y apresuradamente. Lo extendió con mano firme hacia ese agujero luminoso que debía contener una cabeza con largas y suaves orejas, una boca, unos labios, un cigarrillo... La dulce voz intervino momentáneamente: —¡No, no! No es para mí, es para…—, pero Lorenzo ya tenía echado atrás el percutor. —Aquí tiene usted…—, dijo, en el instante mismo en que el óvalo áureo se disolvía y otra oquedad, más cierta y más profunda, tomaba su sitio. Un eco metálico se extendió por el bosque y las aves de los árboles huyeron en desbandada.
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Finisterra Por J. M. Falamaro Los hombres exigen tener un oficio. Como si el hecho de vivir no fuera ya uno, ¡y el más difícil! E. M. Cioran Sobre la mesa: platos, servilletas, vasos y humo de cigarro que se extiende a través del universo. Un oscuro presentimiento se aproximaba, lo sentía, mientras un sorbo de alcohol desaparece del vaso que queda vacío. Ese aire del lugar abierto de par en par. Tantas personas de un lado a otro. Imagino que es una gran fiesta donde se existe como ese humo que se evapora, una y otra vez, por ese espacio que no me deja en paz. Este presentimiento parecía venir del otro lado, se encontraba del otro lado de la mesa, de aquella persona que los demás llaman Circe, amiga de todos, parece evidenciar ese cuadro nostálgico de jóvenes entusiastas adictos a la memoria. “¿Pertenezco a este círculo?”, me pregunto mientras el humo sale de mis labios, acto que da consuelo al flamante cúmulo de personas, que se mueven de un lado a otro sin cesar, entre miradas cruzadas que corren al vaivén del tiempo, el cual parecía no pasar por aquí. Circe menciona mi nombre de pronto, acompañado por un adjetivo común y ordinario: —Dinos, ¿qué ha sido de tu vida Bruno? La pregunta, una pregunta inquietante que alguien debería explicarme: ¿qué se hace en la vida? —Buena pregunta— sugiero y sonrío suavemente, mientras dejo que se murmure un poco. Contesto algo ordinario para que no se produzca más que una mueca de satisfacción: —Viviéndome—, menciono. —Vivir como lo hace todo el mundo. Disfrazando una vida con pequeñas emociones para no salir de la rutina—. Nadie dijo nada. Esa costumbre insoportable de toda persona sujeta al escrutinio falso del silencio que siempre lo arregla todo. —Me enteré que has dejado de escribir—, repuso Luis, quien miraba frenético su vaso vacío, exigiendo una explicación sobre aquella vaciedad. Le di su respuesta: —Terminé lo que me había prometido hace tanto tiempo, ¿no es lo que debe hacer todo hombre en su sano juicio, afanarse a su causa y verle un día concluir? Probar la exquisita sensación de que se ha cumplido ese plan que uno se hace en los tempranos años… Así es, Luis, hace meses que terminé lo que debía hacer. No mencionó otra cosa. En tanto, Circe no dejaba de observarme pensativa del otro lado. Dejó de mirarlos para poner atención en el tipo de al lado, quien se cae de borracho tras
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J. M. Falamaro
unas copas, que lo han poseído hasta dejarlo tal como hace la causa y el efecto: sin sed. Mientras todos beben, se escuchan los planes que los harán vivir más tiempo. Alguien menciona los pronósticos que indican que el arte se encuentra en la cima de la cadena productiva. Todo el mundo quiere pintar, crear poesía, escribir la última novela del siglo, el cuento que va a ganar los pesos que obsequian las academias…, una época donde el arte es una modalidad que no escapa al crecimiento intelectual. Todo me parece tan divertido, encontrarme alrededor de esta cadena exclusiva de talentos promesa: Isaac, Luis, Angélica, Pedro, Rafael y Circe disfrutando de la charla. Hay risas que se sienten acompañadas en la furia de la música. Vencido por el hastío, salto de mi lugar, dedico mis odas al dios del vino, dejo una nota de buena tarde para todos y sorbo hasta la última gota. Nadie se atreve a detenerme, pues no me siento a gusto. Ellos lo saben. Todos lo saben. En la calle espero al taxi que me llevará. En la espera me alcanza Circe, con su voz dulce y melindrosa, me pide que no me olvide de mandarle aquel trabajo en el que estuve trabajando los últimos meses. No entiendo cuál es el motivo de su insistencia, sabe que no lo haré. Al subir al taxi, me percato de un cuerpo anclado a la pared, es el tipo ebrio del lugar, de pronto, no tengo a dónde llegar. Es muy temprano. Durante el recorrido, me pareció ver un lugar conocido: es un parque. Recuerdo entonces el mismo lugar que hace tiempo me arrebato los silencios, aquella tarde tirado en el pasto verde, mirando el parpadeo azul del infinito. No recuerdo la hora, ni el tiempo exacto que estuve tumbado allí, donde nació mi idea. En un principio me pareció que sería una empresa extraña, no lo tuve del todo claro, incluso, tal vez, hasta pretencioso. Un torbellino de distintas perspectivas surgieron entonces: ¿por qué realizar una empresa para llegar a un fin? ¿No sería mejor no hacer nada? ¿Qué pensarán las personas que tienen claro el proceso de hacerse de una vida, de una profesión? ¿Llamarán a mi causa, a mi vocación, un sin sentido? La docena de preguntas se alistaron a mi alrededor en una sola, la cual terminó por desaparecer en el momento en que se formuló estrepitosamente con pasión en mi cabeza una respuesta: DEJARLO TODO AL TERMINAR LA OBRA DE TODA MI VIDA. Pero, ¿llegaría al final de semejante empresa? Dejar algún día esa fascinación por los libros, por las hojas en blanco, por los autores de la antigüedad, las mitologías, las fábulas, la alquimia de los grandes escritores de la Edad Media, del Renacimiento, los de este siglo, los del pasado, de los poetas, ese arte de la interpretación me serían indispensables y todo eso lo dejaría por un ideal que se mezcló en mi cabeza aquella tarde. Poco a poco fue adquiriendo mayor fuerza, a los dieciséis años, donde había tanto que ofrecer, un largo tiempo infinito se presentaba ante mí. Mirando con orgullo, desconfiad o
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a la vez, este ideal que llegaría a realizar. Durante los ratos de ocio, me decían que tal vez no lograría terminar la obra de mi vida, una crítica indispensable que no duró el tiempo que debía durar. Este sentimiento dejó de perseguirme hasta hace apenas unos meses. ¡Debe haber alguien que lo haya abandonado todo por una causa!, o… esta convicción no es más que ingenuidad infantil. Cuando se empieza adquiriendo las geniales obras de Quiroga, La Ilíada, Proust, Fausto, Wilde, Las flores del mal, Cicerón, La náusea, Marco Aurelio, Justina o Kafka, se cree inocentemente que todos estos ilustres autores eligieron la misma tarea y al termino de su obra, dejaron papel y pluma, para seguir con sus vidas, lo cual no es más que una idea romántica, la cual me tomó por sorpresa. Encontrarme con mi principio y el contraste del mundo de personas que eligen una vocación para vivir y no dudan de ello. Se refuerzan las teorías en las aulas al soltar la pluma, se requiere con todas las fuerzas una estrella en la frente, docenas de talentos que se reconcilian con esta idea todos los días, haciendo su mayor esfuerzo, esperando con ansia presentarse ante sus discípulos al graduarse, siguiendo la regla primordial, enseñar el arte, vivir de este arte… Se tiene un compromiso social, esparcir cual esporas conocimiento que aguardan firmemente en los jardines del traspatio de las letras. En ese trayecto, no lo niego ni lo negaría, me empapé de autores que no conocía, de diagramas que me apartaban de mi objetivo hasta sentirme un extraño entre tantas migajas de conocimiento, de charlas animosas y consuelos de una vocación próspera y redituable entre exámenes que preparaban un sentimiento a saciedad (acto terrorífico amaestrado para las masas), redactando cuartillas entre tragos de fin de curso, abrazando la amistad de no se sabe quién en algún bar, debates de citas, exposiciones sin escrito, sin derechos de autor, abandonados a la divagación y en medio de todo eso, una voz susurrándome: enlístate en esa causa de navegante por horas en una aula que promete un bienestar, de exponerle a otros que sabes algo, olvida aquella otra que sólo te traerá nocturna soledad, forma parte del grupo. Sin embargo, ya hace tiempo que empecé a redactar, inspirado por una extraña fuerza de café y espirales de humo, cuando de pronto se tienen páginas llenas de pequeñas criaturas esparcidas en un espacio de hojas…, una vocación, un nombre, una demanda que no presenta dificultades, en el preciso momento donde ya tenía una parte de Finisterra. Las páginas se sucedieron unas tras otras y a la par surgía una desdicha: ¿qué haré cuando termine el último párrafo de la obra de mi vida?, me preguntaba ayer todavía. Cuando bajé del taxi, era de noche. Esperé a que los gestos de mi rostro volvieran a su posición, no podía presentarme así en casa, en donde ya no se presenta el mismo espectáculo de hace un par de meses atrás: una habitación intestada de hojas regadas, caf é
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derramado, cigarrillos baratos, libros… todo se ha esfumado. ¡Hay tanto espacio! He conseguido un trabajo para llenarlo con muebles y aparatos domésticos, a estas alturas ya no me permito una pluma entre mis dedos. Me faltan poco pagos para un televisor. No fue fácil deshacerme de todos mis cuadros, de todos esos papeles ni de los bultos de ceniza en los ceniceros. Pienso hacerme de otros vicios, reemplazar a esa piedra-mascota por otra que ensucie mi piso. Sabía que esto pasaría, todavía en la última semana, antes de terminar los últimos párrafos de mi Finisterra, lo alargué muchos días más. Así sucedió con cada capítulo, que debieron ver la luz hace meses, todo el trabajo se retrasó por dos años. ¿A quién quería engañar?, debía llegar el día. Cuando lo terminé por la mañana, Circe esperaba en mi puerta, me pidió una copia y me negué, como lo había hecho en otras tantas ocasiones. No había espera, perseguía una causa y la veía concluirse. Lo anhelaba con terror por los días venideros que nos serían fáciles. Después, me enclaustré entre mis cosas por última vez. No volverían. Empaqué con sigilo todo rastro que pudiera hacerme volver a ellas. Las devolvía al mar: esta extraña factoría de ilusiones, de amigos que desenterré del encierro, la sed que se ha saciado a tiempo… Tan sólo pasaron diez años, temo que se me haga la pregunta que desate las emociones y no tenga a la mano una buena excusa, cuando me encuentre frente a compañeros que me traigan a la memoria la añoranza de aquellos días en que se es uno mismo entre letras esparcidas en espacios infinitos, hay escritas infinitas palabras…, y ya no serlo nunca más, ¿qué decir cuando se me cuestione? Pero qué importan todos ellos. Importa mi causa, lo que he conseguido, algo parecido al doctor que lo abandona todo al salvarse así mismo, al arquitecto que lo deja todo al construir la obra de su sueños, al artista que lo abandona todo al crear su Mona Lisa, sus Girasoles, su David, se deja todo para contemplar la obra de toda una vida. Yo sabía que no encontraría una excusa, una explicación a todo esto. ¿Cómo definir un juicio que provocaría escándalo o locura al mundo? Esta locura, criatura misteriosa, que deposita pequeños cúmulos de luz en las pupilas por las noches de ensueño para desaparecer en la madrugada, llevándose la saciedad, dejándonos solos, malditos, desnudos de locura. Nos escondemos de ella en los rincones de los vicios para soportar su abandono, esta locura que ha abandonado a tantos, dejándolos en medio de la lucidez, como ese hombre de hace siglos que dedicó su vida a la vocación de escribir, escribió una extensa cantidad de textos y con un pretexto audaz a la orilla del mar pensó que moriría joven como la mayoría de su familia. El tiempo lo devoró. Cuando creyó que moriría, explicó en una obra todo lo que había hecho, lo que quería decir en cada palabra suya, pues había llegado el momento y ¡sorpresa!,
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siguió de pie. No conforme con ello, redactó en su diario personal que al terminar la obra en que se encontraba trabajando, se alejaría a un lugar solitario, convirtiéndose en un ermitaño… no pasó jamás. Aquel otro autor, revestido con un don, decidió realizar una hazaña aún en contra de su naturaleza: casarse y, como promesa a su esposa, nunca más volvería a escribir. Ella dejó que escribiera únicamente prefacios de sus obras, de las obras que nunca realizaría. O ese otro que apostó todo a su obra maestra y para darle una mayor difusión se suicido. Mordazmente, en estos días, se habla más de su muerte que de su obra. —¿Qué significa todo esto?—, le pregunté un día a Circe, quien me habló de un plan absurdo trazado para cada uno en el mundo. No le creí. Cómo creerse algo semejante. —Aunque hay veces que quisiera vivir la vida de estos personajes—le decía—, que se hicieron así mismos tantos planes, pero no es mi caso, he mandado ya mis credenciales al desván de donde parece, no hay vuelta atrás. Digo parece porque es tan sólo una ilusión volver con la compañía de tantos autores desconocidos que llamaron un día a mi puerta, mientras les advertía que aquellos sería únicamente por una temporada. Porque al final se es lo que se es, rara vez se acepta una categoría como ésta, la sutil evocación de la causa que profeso, que ha llegado a su conclusión. Presiento entonces que he olvidado algo en una habitación con una silueta que trata de llenar el inmenso espacio. Sin nada más qué esperar que el hacerse de una vida que todos quieren, junto a una hermosa mujer, una feliz familia, estar sanos, sin esperar nada a cambio más que vivir, pero no logro recordar qué se me ha olvidado. Si olvidé decirles que ya no necesitaré los libros que les preste o que me es indiferente si vuelven a reunirse. Lo recordaré, al menos eso espero. En esta habitación de espacio infinito, donde sólo queda lo que no pude empacar, en ese monitor que espera encendido, los dedos con motivos anarquistas se trepan en los botones, en la pantalla un título inerte, hojas, más hojas, de pronto se pulsa una tecla, ante mi mirada van uno a uno desapareciendo, han decidido borrarse las cientos de páginas que cada vez se hacen menos, van desapareciendo letra tras letra. Impacientes, mis manos buscan un encendedor, enciendo lentamente un cigarro… ¡qué terrible vaciedad en esta habitación, en esa hoja en blanco! Un entumecimiento, una ceguera, un desprecio se sujeta a un absurdo, he decidido reinventar el final de mi obra, tal vez me lleve unos años más o toda una vida. Enciendo una vela, empiezo sobre una hoja en blanco, con un título que tal vez será… Mañana compraré algún libro que me explique qué significa etimológicamente ex nihil, mientras las esporas del humo de cigarro se esparcen a través del universo. ¿Quién me dice que esta vez no hay más planes para mí? No hay causa, de un salto me levanto de mi asiento: ya recordé lo que he olvidado...
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Los hijos de Saturno Por José J. González1 Para Susana Santos y Leobardo. Cuando Sebastián encontró a Lola, su esposa, devorando el cuerpo recién asesinado de un feto. Sintió una alegría tremenda en todo su interior; sus ojos no podían dejar de mirar el vestido de su amada salpicado con vísceras, sangre y mierda del que había sido un pre-niño. Lola, al darse cuenta que estaba siendo observada, comenzó a excitarse, ahora comía aquella tierna carne con el más terrible frenesí. Sus manos empezaron a esculcar cada parte de su cuerpo, a cada toque Lola se descubría más húmeda. Comprobaba la dureza de sus pezones, lo profundo de su sexo y la temperatura de su piel. Sebastián, al entender que todo aquello era una llamada para hacer caso al deseo desenfrenado de su esposa, se aceró lenta, muy lentamente hasta ella. Él corroboro la excitación de su mujer. Lola, con el feto entre sus manos, comenzó a proferir sonidos estertóreos, sus gemidos alcanzaban tal fuerza; empezaba a llenarse de dolor y placer. Sebastián con precisión y maestría le retiró el vestido. Cuando Lola tuvo las manos desocupadas y los dedos libres, le bajó el pantalón a su esposo y empezó a masturbarlo con una locura y velocidad tremenda que parecía arrancarle el pene. Él, mientras tanto, se mantenía ocupado con el ano de ella; con el índice derecho tocaba el clítoris de Lola; su boca se dirigió hacia sus pechos, los mordió sin pensarlo siquiera dos veces. El abdomen de su mujer subía y bajaba al compás de su respiración. Sebastián la tendió sobre la mesa manchada de excremento y ahí mismo la horado por la vagina con su grande, colorado y palpitante pene. Ella lanzo un grito cuando sintió su entereza dentro de su cuerpo. Cada vez que la jodía, Lola, cerraba los ojos, pues es más que sabido que así aumenta el placer. Sebastián, mientras la penetra, toma con sus manos las nalgas de Lola y las aprieta hasta que ella lanza un alarido. Su pene entra y sale raído, muy rápido, cada vez más rápido… rápidorápidorápidorápido. Explota. Pasados veinte minutos, él se retira dieciocho centímetros para dejar libre a Lola. Ambos, manchados de toda especie de fluidos corporales, exhalaron profundamente. De alguna forma los dos estaban felices; nuevamente habíanse comido al que pudo haber sido su futuro hijo.
Los dos siguieron siendo felices como siempre lo habían sido.
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De lo que se debe de decir antes de viajar al mundo de los sueños*
(Fragmento extraído de la mente de un ser onírico) Por José J. González1 Aja thamet uh Vau Gathad Casmaran Salla Natura jua´p cietnet rum gadtha Athar Bet Gimel Dalet He… Tau ajad matha Natalon Salam, uyar kalam pachda Fura la guar janda Comisoros na ichat
Umalallada haret ufaned aja Spugliuguel. La tierra en primavera es Amadai, Jod ycha feurit´v He infag thedt jua simokh Vau Kact´d chuth macthe ijt´dt Sitael aja dut kilam dae fare uchap cuatro veces padre Motbdic Jazael urtha malad inkan´d Uno Bet Gimel athad burak aniadh ja´d E ufa turanhd pud fara cietnet Festativi othe dui valen´d aja tharad Athemay Osak´c ucha fara aja thed mara Armatus fala Y´jte jiance guar´dt Gargatel Likf´ne orathe luin Lrriel *Guárdese de pronunciar en las noches de luna nueva. De igual forma protéjase en los símbolos de Theld. 1
Es editor de la revista Dislexia. Ha publicado en revistas underground como: Mosca patas pa´riba y Mirasol. Se dice de él que ha escapado de las garras del gran Señor Mono, de quien pocos enfermos de palabras han podido liberarse. Le avergüenza ser una persona completamente feliz, así que se inventa numerosos problemas mentales para estar ad hoc con su personaje. Blog: http://saiset-canibal.blogspot.com/
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Una esperanza inestable. Una maldición para un linaje. Una bruja dispuesta a vivir una eternidad. Una bruja, una maldición, una esperanza.
La maldición de Roma Por Alejandra C. L.* Capítulo I El principio... La primera profecía Hace mucho tiempo, cuando la conquista de América ni siquiera era un sueño porque España aún no se confirmaba como nación, existió un imperio tan grande que ocupó todo el continente europeo y parte del asiático. Me refiero al imperio romano, que tuvo muchos años de esplendor. Pero como todas las cosas grandiosas que hay en este mundo se acaban, así pasó con este grandioso imperio. Los bárbaros, llamados así porque no hablaban latín y eran extranjeros, comenzaron a apoderarse del imperio romano, de manera cautelosa. Al principio, para conciliarlos, la política aceptó nombrarlos para cargos militares, en el ejército romano, y administrativos, en el gobierno. Tuvo éxito. Mas los deseos de conquistar el imperio, vigentes, iniciaron los primeros conflictos cuando sucedió el primer saqueo de Roma. Los demás pueblos bárbaros comenzaron la invasión de las provincias. Y mientras estas invasiones se sucedían, los habitantes de aquella ciudad se escondían en donde podían. La mayoría de los escondites fueron bajo tierra, en especial para los cristianos, quienes no tuvieron más remedio que volver a refugiarse en las catacumbas. Si anteriormente se habían salvado muchas vidas, ¿no lo harían de nuevo? Porque si los bárbaros entraban y saqueaban gran parte de los tesoros ocultos en las mismas, se perderían y morirían de hambre. Sólo los refugiados conocían muy bien esos enormes laberintos que estaban a miles de metros bajo tierra. Y es aquí, en las catacumbas, donde comienza esta historia. Un olor hediondo invade el lugar porque los muertos también oyen las homilías de los vivos… Los cristianos vivos. De entre todos estos cristianos se distinguía un muchacho de pelo negro, con ojos azul profundo, de catorce años. Siempre estaba callado y triste, maldiciendo a los bárbaros que habían matado a su familia.
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Tenía once años cuando ellos entraron a estos refugios. Al ver que no había nada de valor, mataron con cuchillo y espada, no sin antes quemar el interior con una antorcha que traían para iluminarse. Por más que quiso el niño ayudar a su familia a escapar de las llamas, no pudo, pues en el momento en que se disponía a saltar hacia donde estaba su madre, el sacerdote lo agarró de la mano, sacándolo mientras corrían para salvarse del fuego; por desgracia, el chiquillo divisó cómo a su madre le lamían el cuerpo las flamas, mientras luchando para poder salvar su vida, gritaba desesperada: ¡Cuídate Armando y obedece al sacerdote en todo lo que te diga! “Cuídate Armando”... Estas palabras resonaban en la cabecilla del chico, aún después de la horrible tragedia, y eso hacía, porque no platicaba con nadie, ni tenía amistad con algún chico de su edad, ni mucho menos se sentaba con alguien a las horas de las lecciones, prefería estar solo. Se sentaba en el asiento del rincón y cuando entraba, los niños lo miraban como un pequeño y extraño ser que odiaba la compañía de los humanos. A él, por supuesto, no le importaba, después de todo lo que había visto antes y después de haberse refugiado en las catacumbas, para Armando todo era extraño, y había veces que pensaba en sueños (ya fuera despierto o dormido) qué hubiera pasado sí hubiera sido un hechicero, un ser con grandiosos poderes. En verdad nunca los había visto, pero su madre le había hablado de esos seres que con decir una sola palabra o apuntarte con el dedo podían causar una gran muerte al instante. A Armando eso le causaba gran asombro. “Deben de ser maravillosas y grandes esas personas”, pensaba constantemente. Pero como siempre, otra parte de su pensamiento negaba la existencia de la magia, pues así se lo habían hecho creer en las lecciones de catequesis y no podía reprimir ninguna idea de lo que le habían enseñado, pues si lo hacía, lo castigaban poniéndolo en un cuarto oscuro, sin comida, y no podía salir de ahí hasta que su cabeza quedara tranquila y consciente de que lo que había hecho, era algo que había ofendido a Dios y a sus semejantes. No, la magia no existía, no era para él, nunca le había sucedido, a pesar de que siempre que se enojaba ocurrían cosas muy extrañas, y mucho menos los sueños podían ser reales. Esos sueños en los que se veía con una varita en mano diciendo palabras que no tenían sentido, sucediendo cosas anormales a su alrededor, mientras se enfrentaba a una mujer que no conocía: una hembra con el cabello negro, de piel bronceada y ojos rojos que se reía constantemente pronunciando su apellido varias veces. Un día que los caballos hacían demasiado ruido arriba de la cabeza de los cristianos, Armando en su rato libre, en lugar de ver cómo jugaban los demás, dibujaba en un pergamino a su madre con alas, como si fuera un ángel que estuviera en el cielo. Ya estaba
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acostumbrado al constante golpeteo de los cascos de los caballos, y a las miradas que le dirigían los demás hombres por su inquietante comportamiento. Ese día era su cumpleaños, y habían pasado tres años desde que su madre y demás familia hubieran muerto; a partir de ese día nadie se había acordado que cumplía años y mucho menos le habían dado un regalo. No es que le gustara recibirlos, pero le habían enseñado que hay que ser cortés con las personas que cumplían años en determinado día y no se le hacía justo que él siempre regalaba algo en las clases porque un compañero suyo tenía un aniversario de un año más de vida, mientras que él nunca recibía nada. Al igual que los dos años anteriores, terminaron las clases y nadie se acordó que era un día importante para Armando. Resentido, fue al cuarto donde comían todos, mirándolos con cierto rencor. Recordó con gran pesar y amargura que el sacerdote que lo había sacado esa noche del lugar donde habían muerto sus padres, murió minutos después cuando una flecha de los bárbaros atravesó su garganta. Armando quedó asqueado al mirar la sangre que escurría por el cuello manchando las ropas blancas del cura, maldiciendo su suerte porque ya no tenía protector. A partir de ese momento había quedado solo, y sin compañía. Para los habitantes de las catacumbas, Armando no existía, hacía mucho tiempo que había muerto para ellos en vida. No hablaba si no era para preguntar algo o en sueños, para pedir. Su especialidad era no hacer ruido. Después de comer decidió pasearse por el “laberinto”. Así, con las pocas velas que alumbraban el lugar, se fue guiando hasta la salida. No supo cómo lo hizo, quedándose sorprendido. A lo lejos se veía la luz del sol como una tentadora solución a sus problemas, como si la esperanza que tanto había esperado estuviera afuera; con estos pensamientos salió a explorar el mundo. ¡Qué dolorosa era la luz del sol! Sus ojos acostumbrados a la oscuridad ardieron al encontrarse con la irradiación. Pronto se arrepintió de salir. El cuadro que ahora veía era realmente horrible: muertos por doquier, algunos sin cabeza, con mucha sangre derredor. Se escucharon cascos y Armando rápidamente fue a ocultarse en un callejón. Vio pasar a los jinetes bárbaros, comenzó a sudar y mantuvo la respiración, escuchó un gruñido. Al cabo de un rato, ellos se dieron la vuelta para no volver a aparecer. —¡Malditos bárbaros!— gritó Amando. El chico siguió caminando, cuidándose de que los bárbaros no lo vieran, mirando para todos lados, pero después de unos minutos ya no quiso porque siempre contemplaba lo mismo: más miseria y tristeza. Había mujeres sollozando con sus pequeños frente a un cuerpo sin vida y en algunas ocasiones decapitado, casas quemándose, niños jugando en la calle
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que inmediatamente eran metidos por sus padres a sus moradas. Al igual que en las catacumbas, no supo cómo había llegado a un lugar que parecía abandonado. Las casas estaban muy chuecas, construidas de piedra, feas y parecían a punto de caerse, mas aunque así se veía, simulaba que (y así lo pensó Armando) se mantenían de pie por algún tipo de sortilegio. Ese lugar lo llamaban “Mrock”, como pudo leer Armando al entrar. Recordó nunca haber oído hablar de ese lugar tan horrible y terrorífico. Siguió caminando con cierto temor que no se dio cuenta cuando golpeó a una chica de dieciséis años que se parecía a él. Armando dio vuelta hacia la izquierda, escuchando voces, risas y un griterío que no parecía de este mundo. Atraído por la curiosidad, se dirigió al lugar donde provenían. Al llegar a la casa, miró por la ventana tratando de que no lo vieran. Lo que contempló tampoco era un cuadro agradable: varias mujeres y hombres (que eran muy pocos) estaban reunidos en lo que parecía una enorme olla de un material muy extraño que Armando nunca había visto y una chica de rostro pálido, que parecía ser la líder, comenzó a decir palabras extrañas que Armando jamás en su vida había escuchado, mientras los demás tiraban infinidad de huesos que parecían ser de un hombre en el espeso caldo de la olla, luego con gran horror Armando pudo distinguir que ponían la carne de un niño que a lo mejor apenas en la víspera había muerto o peor aún: ese mismo día. Lo último fue más espantoso aunque le causó gran asombro: los presentes se cortaron las venas de la muñeca dándole su sangre al caldero, cicatrizando inmediatamente. No quiso ver más, ni escuchar más, por que escuchar no era importante, sólo pensaba en querer irse de ahí y regresar a su “cueva” lo más rápido posible, antes de que aparecieran más estrellas en el cielo. Fue una lástima que sus pies no le contestarán y que la curiosidad lo dominará por completo, porque quería saber en realidad para qué habían hecho ese ritual. Volvió a divisar en la ventana con gran miedo, un miedo que nunca había tenido en su vida. Aún no se había recuperado del susto, cuando del caldero salió un ser pequeño, un poco horrible y deforme. Para Armando esto ya fue demasiado, como se encontraba lejos de su hogar, pensó que a lo mejor alguien de ese pueblo lo podría ayudar a salir de ahí, por lo que gritó: —¡Ayúdenme! ¡Jesús, María y José vengan a socorrerme que he visto nacer al diablo! ¡El diablo ha nacido, lo acabo de ver! Su grito fue tan alto y tan fuerte que las personas que se encontraban en aquella habitación se dieron cuenta que alguien los espiaba. Se escucharon voces alarmadas y un grito que pedía silencio. Armando se dio cuenta del error cometido por su clamor, por lo que se agachó
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y comenzó a arrastrarse a la casa más próxima para poder protegerse. —¡Ve a ver quién está allá afuera, Muriel!— escuchó Armando que gritaba una mujer. Una puerta se abrió y con sumo alivio, Armando se dirigió hacía ahí, creyendo que en ese lugar iba a encontrar paz. Sin que se diera cuenta la mujer, Armando entró agachado, y antes de que pudiera colarse por las piernas de la señora advirtió que era robusta, güera y con una nariz torcida y un poco achatada. Se metió debajo de una cama, pues no estaba seguro de decirles a los inquilinos de aquella casa la razón de su irrupción, no hasta que se le pasará el miedo. Pero cuál había sido su sorpresa al percatarse de que no había entrado en una casa normal y corriente, al escuchar: —¿Quién era? —No vi a nadie, señora. Quien había preguntado era la chica de rostro pálido y la mujer robusta había contestado. Armando comenzó a sentir los latidos de su corazón y deseó que se callaran, pues para él eran muy ruidosos y tal vez las personas lo descubrirían y... no quería pensar que seguiría después. Tal vez lo cortarían en mil cachitos para ofrecérselos a ese ser que acababa de salir de la olla, había oído hablar que los brujos le ofrecían eso a Satanás como parte de su agradecimiento o algo por el estilo. De tan sólo pensar eso sintió cómo un chorro de agua helada le congelaba el cuerpo. —No más interrupciones, por el momento—, continuó la muchacha de rostro pálido dirigiéndose al grupo que estaba confundido ante lo que acababa de acontecer. —Hay que apresurarnos o no terminaremos nuestro ritual de venganza. Armando se quedó perplejo, y sus más recónditas sospechas se confirmaron. De modo que todo era un ritual de venganza ¿Venganza a quién? ¿Acaso ese ser sería el causante de la venganza? El miedo comenzó a incrementársele más, sintió el extraño hormigueo a través de su cuerpo, y un sudor frío corría por su frente. “Ojalá el corazón dejara de hacer ese extraño ruido” pensó Armando al notar que las palpitaciones cada vez eran más rápidas. “Cállate corazón mío, que nos van a descubrir” volvió a pensar el muchacho mientras veía las piernas de las mujeres que se acercaban y pasaban por ahí. La de rostro pálido empezó a hablar en una lengua extraña que no era el latín, dirigiéndose a un lío de trapos que cargaba y Armando por más que paró oreja no entendió nada, lo único que dedujo fue Amelia. ¿Acaso ese era el nombre de la recién nacida o más bien de la cosa que había salido del caldero? ¿Sería aquello lo que lograría la venganza? “Estoy tratando con el demonio” pensó de nuevo “mejor me salgo de aquí”.
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Con el miedo recorriéndole por cada una de sus partes del cuerpo, trató de escapar de la misma manera en que había entrado, aunque la puerta no estuviera abierta. Antes que nada, planeó su salida: se iría arrastrando hasta llegar a la puerta, con mucho silencio, sin ningún ruido (era su especialidad), abriría la puerta, en cuanto estuviera abierta correría hasta su catacumba. Así lo hizo, y al principio todo iba de maravilla, hasta que... —¡Oye tú!— le gritaron (quién sabe quién, pues no volteó, el miedo hizo que se sintiera más pesado). —¿Qué haces aquí, niño? Armando sintió que ahí se había acabado su vida, miró la cancela que estaba a punto de ser abierta con una mano extendida hacía ella y luego... volteó para ver a su inquisidora. No le gustó la forma en cómo lo miraban aquellas personas. Inmediatamente pensó que se lo iban a comer. La de rostro pálido curvó sus pequeños labios en una sonrisa. Armando distinguió que tenía un bulto en brazos. De repente, con un impulso mayor a su miedo, Armando se paró. Sentía que le hervía la sangre, el extraño hormigueo comenzaba a desaparecer de su cuerpo poco a poco, mientras que los latidos de su corazón comenzaban a incrementarse. No entendía por qué, pero sentía un enorme deseo de enfrentárseles, no iba a morir como un niño agachado con miedo, lo haría como su madre: luchando por su vida lo más que podía. Dio un suspiro. —¡Usted es el demonio!— gritó con cierto temor en la voz mientras señalaba a la que cargaba al lío de ropas con el dedo anular de la mano derecha que temblaba. Armando supo que el miedo volvía a regresar y rápidamente agarró con la izquierda su otra mano. La bruja rió. —Melissa haz algo, por favor, este chico no debe revelar lo que acaba de contemplar, en especial a ellos, sí es que acaso los conoce- susurró Muriel a la que tenía al bebé en brazos (pues Armando pensó que eso era exactamente lo que se escondía entre la bola de trapos). —Qué valiente eres, chiquillo— declaró Melissa sin borrar la sonrisa de sus labios, —al decirme que soy uno de los demonios que rigen este planeta—. Armando frunció el entrecejo, —pero no, no lo soy. Sin embargo, sirvo al mayor de todos ellos. Melissa comenzó a pasearse alrededor de Armando, éste sentía que se desmayaba. —Veamos ahora quién eres, tu pasado, cuál es tu familia, y sobre todo, por qué estás aquí— anunció Melissa con un dejo de desprecio, e inmediatamente agarró a Armando por la espalda, le acarició los hombros y mientras lo hacía, el chico distinguió que las manos tenían
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unas enormes uñas negras. Esa mano fue puesta en la cabeza del muchacho. Melissa cerró los ojos y Armando comenzó a sentir sobre su nuca una aspiración lenta, sin ruido. Cerró los ojos con mucha fuerza, pues no quería ver lo que pasaba por su mente. Movió la cabeza tratando de que sus pensamientos, sus más horribles recuerdos se fueran a otro lado. Cada imagen que pasaba por el pensamiento de Armando era cada vez peor: su madre huía de un poblado igual al que acababa de entrar, mientras lo sostenía en brazos, sin importar las pedradas que le dieran, ella corría sin rumbo, junto con otras cien personas, saqueo de bárbaros en cada una de las casas que había vivido antes de entrar a las catacumbas y cómo daban muerte a sus familiares, las cabezas de seres humanos sin cuerpo que vio cuando salió de las catacumbas, el incendio. Eso era lo que más temía ver, desde que todas esas imágenes cruzaron por su cabeza. Una vez ocurrido aquello, el muchacho trataba lo más que podía no recordarlo. Aunque deseaba que todo se fuera por otro lado, las representaciones del día en que murió su familia eran cada vez más nítidas, más reales. Sintió una tristeza indescriptible, se percató de que lágrimas corrían por sus mejillas, al mirar de nuevo cómo su madre era consumida por las llamas, mientras gritaba que se cuidará, obedeciera al sacerdote y otras palabras que no lograba entender porque en ese instante, el cura le acababa de agarrar el brazo para sacarlo de ahí, mientras todos corrían para todos lados tratando de buscar un refugio, una puerta secreta que los condujera a otra catacumba, algunos con mala suerte eran alcanzados por las llamas. Justo en el instante en que acababan de encontrar la entrada secreta, el sacerdote le indicó que bajará primero por los escalones de piedra. Armando así lo hizo. Sin embargo, el mismo instante en el que puso un pie en el primer escalafón, el clérigo rodó por las escaleras. Armando sólo vislumbró su caída. Queriendo saber qué era lo que le había pasado, bajó lo más rápido que pudo, apoyando una mano en una de las paredes para poder ubicarse en dónde andaba y no caerse. Lo que siguió a continuación no fue del todo agradable para la vista de Armando: el padre estaba tendido boca arriba con una flecha clavada en la garganta, lo cual le privó la vida de inmediato. Al principio, el niño había quedado asqueado al ver manar la sangre de aquella garganta, cómo las ropas blancas se manchaban de sangre poco a poco, convirtiendo el vestuario del padre en color rojo. Se sentó a un lado de él y trató de sacarle la flecha, pero estaba demasiado adentro. Ante este nuevo reto, Armando maldijo su suerte, se levantó, pateó el cadáver y luego lloró, gritó. Quiso volver a quitársela, sabiendo muy bien que no resucitaría, pero no quería por nada del mundo dejarlo así, con ese dardo clavado. Volvió a inclinarse junto al cuerpo, intentando sacarle la sagita. Después de tanto esfuerzo logró sacarla, un chorro
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de sangre salpicó su cara, pero Armando no se dio cuenta. Observó aquella pequeñita cosa de metal, mirando detenidamente la punta; se preguntó cómo era posible que un objeto tan pequeño fuera capaz de provocar una muerte al instante. Pasó su dedo por la punta resplandeciente, para darse cuenta que su dedo comenzaba a sangrar. La aventó y contempló lo que acababa de hacer: un enorme hueco en la garganta del canónigo. Armando de nuevo se asqueó, pues al sacar la flecha, no sólo había conseguido que su rostro al igual que sus ropas se mancharan de sangre, sino que en el suelo la sangre del cura comenzaba a formar inmensos caminitos, corriendo por el piso de piedra como un pequeño río escarlata, y con las antorchas que iluminaban el lugar la visión era más tétrica. Le dio una bendición: —Sé que mi madre hubiera querido que hiciera esto—, pensó. Se paró, tratando de correr lo más que podía, para que no lo alcanzaran los bárbaros, hasta llegar a un nuevo almacén, interrumpiendo una de las misas que se estaban celebrando. El sacerdote que daba la misa le preguntó de dónde venía y su apellido. “Me apellido Balzac, soy Armando Balzac” contestó. Desde ese día comenzó a estar solo, no confió en nadie, y empezó a valerse por sí mismo. Armando inclinó la cabeza. Sus fuerzas se estaban agotando. Las imágenes desaparecieron y el chico trató de abrir los ojos, descubriendo que todo le daba vueltas. —¡Muriel, toma a la niña, llévatela y cuídala por si no me vuelves a ver!—, ordenó Melissa, haciendo que Armando diera un respingo de susto, pues se había olvidado de dónde estaba. Melissa le dio a Muriel el bebé, inmediatamente que Muriel hubiera salido del lugar, se volvió a las demás mujeres que estaban ahí y a los pocos hombres que las acompañaban. —¡Váyanse de aquí! ¡Sigan a Muriel, obedézcanla en todo lo que les diga mientras tratan de educar a nuestra hija, la de todos nosotros, y cuando crezca obedezcan sus órdenes!—, agregó. Todas las brujas y hechiceros salieron volando por las ventanas sin vidrio, ante el asombro de Armando, quien aprovechando la distracción corrió hacia la puerta. —¡Tú te quedas aquí!—, vociferó Melissa, haciendo que Armando se parará en seco justo en el momento en que estaba a punto de abrir el cerrojo de la abertura. El adolescente volteó. —¿Qué desea de mí?—, preguntó Armando con un poco de temor en la voz mientras veía a Melissa. —Demuestra que eres uno de ellos—, rió ella. —Prueba ante mí tus poderes. —No sé de qué me habla, señorita—, contestó Armando con una nota leve de temor, tratando de parecer lo más cortés posible, sintiendo todavía el mareo y unas ganas de desmayarse.
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—Bien lo sabes, Balzac—. Armando se extrañó de que supiera su apellido (el que según él se había inventado). —Sabes muy bien que tienes poderes que no son de una persona normal—. Sonrió al ver que Armando abría los ojos en una exclamación de sorpresa y desconcierto. —Tu familia fue de la estirpe más poderosa de hechiceros que hubo en este pueblo seminómada, los que iniciaron esta comunidad, para luego irse con una escoria de los que llaman cristianos, se fueron a mezclar con simples humanos, manchando y rompiendo el juramento que habíamos hecho toda la familia. Sólo yo permanecía fiel a ese compromiso. Tu madre y tus tíos murieron por su deslealtad al pueblo de Mrock. Morirás último de los Balzac. Armando arrugó la frente. No entendía nada, para empezar no comprendía por qué la tal Melissa sabía el apellido que él se había inventado, luego seguía un extraño relato en el que sus familiares eran los malos del cuento, para luego romper un juramento que ni él mismo sabía de qué se trataba. Por último estaba la cuestión del verdadero apellido de su familia. Su madre nunca le había mencionado su ascendencia, o la familia a la que pertenecían, y por nada le había dicho de aquel poblado. ¿Entonces a qué estirpe pertenecía? ¿Realmente Balzac era su apellido? Bueno, a lo mejor lo había escuchado por ahí ¿Cuándo? Eso no lo sabía. Lo único que sabía era que ese apellido significaba mucho para él, no solo porque lo creó el día en que comenzó una nueva vida, sino porque le sonaba el nombre, pues al recordar Balzac, recordaba su madre y cómo podrían haber sido sus ancestros. —¿Por qué no das respuesta alguna a lo que te acabo de decir?—, interrogó Melissa un poco extrañada al ver el paralizamiento del muchacho, con una expresión de atontado. —Usted los mató—, susurró Armando, mientras Melissa sacaba una pequeña navaja con adornos en la punta. —¿Qué cosas dices?—, ladró Melissa, pasando el dedo por el filo de la hoja. —¡Usted los mató!—, exclamó Armando con sollozos reprimidos. —¡Usted los mató, porque rompieron el juramento que habían hecho desde varios siglos atrás! ¡Seguramente hechizó a los bárbaros, dándoles un paradero en especial para que mataran a toda la familia! ¡Mi familia! Melissa rió, con una risa tan fría sin un tono de alegría. —Sólo descubriste una parte—, dijo con un tono frío y gélido, —pues en el momento en que tus familiares abandonaron Mrock, los pobladores de esta aldea maldijeron la suerte de tu madre y demás parentela. No sé cómo te las arreglaste para no morir en las llamas de la catacumba. Pero eso no importa en este momento, porque te voy a matar ahora, para que los Balzac no vuelvan a pisar este suelo. —Usted está loca—, murmuró Armando, volvió a sentir el sudor frío en la frente.
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—¿Qué si estoy loca? ¡JA! Como si eso fuera posible. Por lo que veo no entendiste nada de lo que te mencioné ¿verdad?—. Armando negó con la cabeza. —Eres un hechicero. Pero lo más seguro es que tu madre no te lo dijo porque el día que debe empezar tu iniciación murió. ¡Qué pena!—. Melissa comenzó a mostrar compasión, —te lo tuve que decir yo, justamente tres años después del incidente—. Su actitud volvió a ser fría. —¡Para que regreses con un montón de tontos cristianos, reveles tu magia como lo has hecho toda tu vida y pongas en peligro la vida de millones de brujos que hay en el mundo! ¿No es así?—, preguntó al final caritativamente. Armando no supo que contestar, reflexionó un rato. No era posible que eso le estuviera sucediendo a él. No era verdad... —Mi madre nunca habló de ustedes. Me contaba leyendas, donde aparece una que otra bruja, pero eran buenas—, murmuró con el odio impreso en cada una de sus palabras- nunca mencionó a que cuna pertenecía, no me habló del pasado, ni siquiera este pueblo estaba entre sus historias. Y mucho menos... Calló, deseaba revelar que nunca mostró poderes sobrenaturales, cuando todo era mentira. Su mamá, él y toda su familia causaban asombro cada vez que ocurría algo raro en las catacumbas, a veces sin explicación. ¿Y lo que pasaba cada vez que se enojaba? Recordó que en una ocasión, un compañero de clase se burló de él a los doce años, diciéndole huérfano. “Repite lo que dijiste” le reclamó Armando. “Huérfano” escupió el puberto, Armando se paró de su silla con una cólera muy intensa, la sangre le hervía, miró a los ojos a aquel niño regordete, moreno con ojos almendrados y medio pelón. “Repítelo, si es que tienes el valor” murmuró Armando, al ver que el muchacho comenzaba a temblar. “No me hagas nada” suplicaba el mozuelo “pues es bien sabido que cada vez que te enojas pasa algo raro en esta habitación. “ Y si lo sabes ¿Por qué me provocas?” Cuestionó Armando, pero el muchacho obeso ya no contestó. Se había hinchado como un globo, la ropa se empezaba a romper, a hacerse trizas poco a poco, cayendo por todo el suelo, el niño se elevaba por el techo, y en el instante en que entraba el profesor el chico-globo reventó, (ante la sorpresa de Armando que no entendía qué estaba pasando) salpicando sangre por todo el salón, y a las caras de los niños, mas nadie preguntó la razón. Por varios días, al percatarse de que faltaba uno de los alumnos, se preguntaron la causa de su desaparición. Algunos culpaban a Armando, pero sólo eran los que sufrían por su constante irritación. Al final, se concluyó, que en el descanso salió a explorar las catacumbas, y se perdió, seguramente salió al mundo exterior para ser degollado por los bárbaros. En cuanto a la sangre, Armando tuvo que explicar y mentir sobre unos tarros de tinta roja que había arrojado a
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modo de enfado, por lo que tuvo que ser encerrado en el cuarto frío y oscuro, no saliendo de ahí un mes después, sin casi nada de comida. Pero el incidente nunca lo había olvidado. Y así había una sucesión de problemas y cosas extrañas, que sucedían a su alrededor cada vez que se enfadaba, algunas siendo difíciles de contar; siendo encerrado varias veces en la “habitación gelus”. —¿Con que tu madre nunca habló de nosotros?—, preguntó Melissa cinco minutos después, pues había dejado que el chico meditará sobre lo que había dicho, desde el momento de su interrupción. —Bien, tu madre, familia y hasta tú mismo revelaron más de una vez que sí existimos, con los poderes que salían de su interior. Supongo que vuelves a dudar de que eres un hechicero ¿verdad? Te lo pondré más simple, si te ocurrían cosas según raras para ti, porque nunca has tenido un acercamiento con la magia a tu alrededor (y sobre todo que uno de nosotros te lo explique), cada vez que te enojabas, es porque una energía se oculta dentro de ti, mi querido Balzac, una energía encantadora que pide ser liberada y sólo es descargada cuando estás enojado porque es cuando toda tu mente está concentrada en que se le puede hacer a ese ser indeseable que te hizo enfadar. Pero sólo estoy perdiendo mi tiempo—, exclamó extendiendo las manos como símbolo de desesperación, —porque lo más seguro es que ni entiendes lo que te digo, y ya deberías de haberte reunido con tu madre. Melissa se acercó a Armando, quien tenía una sensación de sueño, pero no pensaba morir agachado. Aunque no sabía nada de hechicería, quiso enojarse lo más que podía para que aquella mujer reventara, como lo había hecho con el niño que le había dicho huérfano. Pero cada vez que la zahorí se acercaba, Armando se sentía débil... Sintió que se desplomaba, escuchando una risa muy fuerte y fría. Unos instantes después se encontraba en una oscura catacumba donde una luz muy fuerte llamaba su atención. Parecía muy lejana. Armando supuso que era la salida, se dirigió hacia ella cuando escuchó una voz que le sonaba familiar. —Todavía no es tu hora hijo, vuelve mi pequeño. Anda mi amor, regresa. Hay algo importante que debes hacer. —¿Mamá? ¿Eres tú?—, chilló Armando al reconocer la voz, con un poco de sorpresa, lloriqueando a la vez. —¿Por qué te fuiste? Me han pasado tantas cosas extrañas desde que todo sucedió. Te necesito. —Bueno, después de tantas cosas raras, lo más seguro es que ya sabes nuestro más íntimo secreto. —¿Qué secreto? —¿Aún no atinas?
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—No, bueno hay veces que pienso que soy un... —Anda, menciónalo, no te detengas. —No puedo, en las clases dicen que no debo pronunciar esa palabra. —Ignorantes, siempre quieren negar la existencia de la magia, brujería y hechicería cuando está siempre en sus narices. —¿Entonces...— Armando enmudeció, y se quedó raro, en realidad se sentía raro. ¿Era posible que en realidad existieran las brujas y hechiceros? Bueno, acababa de encontrarse con ellos, pero no podía creer aún que él fuera uno de ellos, y además estaba la cuestión de su linaje y su pasado, la pregunta acerca de que eran la familia de hechiceros más poderosos. —Varias veces me castigaron— susurró al final— por mostrar poderes que ni yo mismo entiendo. —¡Oh hijo, cuanto te compadezco!—, exclamó la voz tristemente. —¡En ciertas circunstancias uno se puede desesperar y perder el control! ¡Controla esos poderes Armando! ¡Contrólalos! —¡Yo no tengo la culpa!—, estalló Armando. —¡Tú te fuiste cuando más te necesitaba! —Son cosas del destino. Además aunque tú no me creas, desde antes de que cumplieras los once años—, la voz comenzaba a mostrarse molesta. —Ese año de tu iniciación, te mencioné varias veces de lo que somos capaces. —Solo contabas cuentos de brujas—, refunfuñó Armando. —¿Y acaso no es suficiente? Con contarte aquellas historias admitía la existencia de ellos, para que cuando empezará tu preparación no tuvieras duda alguna de lo que eres. —Pero mi iniciación, nunca llegó ¿Verdad? —Quería darte una sorpresa ese día, lo habíamos planeado toda la familia desde que naciste. Pero sucedió algo que no estaba en nuestros planes. —El incendio— murmuró Armando. —Cuando tu iniciación debía de empezar, cuando se tenía que decirte que eres un mago, los bárbaros entraron. ¿Recuerdas que estábamos haciendo en ese instante? —Me habías mandado que fuera a jugar, que por nada entrará a tu habitación. —Era porque envolvíamos tus regalos, tu equipo de magia, que necesitarías en tu aprendizaje. —Era una sorpresa—, pensó Armando en voz alta. —Iba a ser el mejor día de mi vida y fue el peor. —Por alguna razón tuvo que ocurrir. —Todos los artículos de magia que me iban a regalar se quemaron—, siguió Armando
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sin prestar atención a lo que decía su madre. —Y mi hermanastra te tuvo que decir lo que eres, tres años después. El mismo día en que deberías de haber avanzado tres años en tu aprendizaje. —Ella dijo que soy un hechicero— dijo Armando un poco extrañado por la mención de que Melissa era hermanastra de su madre—, bueno, eso soy ¿no? ¿Hay acaso alguna diferencia entre lo que mencionabas en tus relatos y en lo que me dijo? Porque tú anunciabas sobre magos, y es lo mismo ¿no? —No hijo, no es lo mismo. Los magos, así como las brujas buenas (llamadas vulgarmente así, pero lo correcto es hechiceras) pretenden el bien. Los hechiceros y brujas, comandados por un zahorí (el líder para que entiendas) son malvados, crueles, practican la magia negra y buscan la compañía de Balcebú. Nosotros nos separamos, pero nunca rompimos el juramento, es cierto, nos fuimos a mezclar con personas sin poderes, pero nunca revelamos lo que éramos. —¿Y qué hay de las cosas raras que sucedían? —Si te dabas cuenta, todos pensaban que era un accidente. —Si yo pienso que haré el bien con mis poderes—, meditó Armando por un rato. —Soy un mago. —Estás en lo correcto—, asintió la voz. —Pero no sé nada de magia, y además todos los artículos de magia que me iban a regalar se quemaron. —No todos. —¿QUÉ?—. Armando sintió que las sorpresas iban en aumento. —El cuaderno de pergamino, en el que siempre dibujas, es un artefacto mágico. —Pero sí ya lo tenía un día antes de mi cumpleaños. —De verdad siempre fuiste muy curioso, y por tu curiosidad has estado a punto de morir. Agarraste el cuaderno de pergamino solamente porque brillaba, ¿no es así? — Bueno sí, me llamó la atención, pero cuando escribo en él no ocurren... De nuevo se quedó callado. Había veces que olvidaba sus otros pergaminos y se ponía a escribir ahí. Si el maestro dictaba algo del Evangelio, dos días después de que había apuntado, todos veían en el salón una representación medio fantasmal, medio vívida de la vida de Cristo. El maestro se quedaba boquiabierto, se arrodillaba, se persignaba y comenzaba rezar muy rápido. A veces sus dibujos cobraban vida, o le pasaba lo que delineaba. —Ese cuaderno es nuestra esperanza—, mencionó su madre segundos después.— Tienes que matar a la bruja que acaba de nacer.
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—¿Pero cómo, si no sé nada de magia? —¿No te has dado cuenta todavía de lo que hace el librillo? —Todo lo que escribo y pinto sucede— susurró Armando más sorprendido. —Ese cuaderno, es la esperanza, te lo vuelvo a repetir. En cuanto a controlar tus poderes, a través de tu vida te enseñaremos tu padre y yo. —Mi padre nunca supo algo de magia—, reclamó Armando más extrañado. —Hay veces que piensas que la magia es de personas exclusivas que fueron elegidas por alguien superior a nosotros, los humanos. Sin embargo, todos poseemos la facultad y el poder de la magia en nuestro interior, salvo que existimos muy pocos con capacidades para desarrollarlo al máximo. Ahora regresa y acaba con la maldición. —¿Maldición? ¿Con una libreta mágica acabaré con una maldición que ni siquiera sé de qué se trata? Madre, no lo comprendo. —¡Profecías!—, exclamó exasperada. —¡Eso es lo que hace el cuadernillo de pergaminos que robaste esa noche! Armando sonrió, sabía lo que debía hacer. Contento de todo lo que había descubierto ese día, le dio las gracias a su madre implorando que fuera lo más pronto posible su iniciación. Regresó a la oscuridad, y de un instante a otro se encontró en el cuarto donde se había hecho el aquelarre. Primero abrió los ojos y contempló la habitación. Todo parecía normal, el caldero estaba todavía en la mesa, la cama en la que se había ocultado cuando entró seguía igual, salvo que Melissa estaba recostada en ella. Armando se levantó y observó a Melissa que susurraba: “lo maté sin utilizar la navaja, vaya, cada vez asciendo más, ya no son los mismos de antes, hasta me sorprendo yo misma”. A Armando se le ocurrió una idea. —¿Cuánto tiempo estuve aquí tirado?—, barbotó. La reacción de Melissa fue igual a la que Armando se había imaginado: se levantó de la cama sobresaltada. Miró con los ojos llenos de chispas hacia el chico. —¿Cómo lograste revivir? —Fue porque nunca me morí, solo me desmayé—, dijo Armando como si fuera lo más normal. Sacó el cuadernillo de pergamino donde había dibujado a su madre, si esa libreta era la que había mencionado ella, debía de funcionar. Sacó una pluma y la chupó para escribir inmediatamente algo apoyándose en la mesa. Melissa se dispuso a atacarlo con la daga a sangre fría, por la espalda, pero Armando le quitó la navaja con un simple movimiento de su mano izquierda. Melissa parecía anonada y
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casi temerosa, por su aspecto se podría pensar que ya sabía de lo que era capaz ese montón de pergaminos. Después de cinco minutos de silencio, Armando se levantó, contempló a la hermanastra de su madre, sonrió al ver la expresión de terror en la cara de Melissa y dijo: —Si en verdad hiciste una maldición, no puedo hacer nada más que reducirla, puesto que apenas me enteré de mi linaje, mi pasado y mis poderes. Lucharé porque no le haga daño a nadie, pero no por toda la eternidad, pues al cabo de mi muerte, mis descendientes lucharán contra ella, debilitándola. Al cabo de 1300 años, el cuerpo de Amelia (si es que así se llama tu recién nacida) desaparecerá de este mundo, ya que cinco niños (uno de ellos sin grandes poderes mágicos) y una anciana, que ya haya tenido un encuentro con ella, unirán fuerzas para que muera. Mientras decía esto, Melissa murmuraba incoherencias, finalmente gritó: —¡No puede morir! Armando rió, convencido de que Melissa estaba cada vez más aterrorizada. Escribió otro poco. —Durante 200 años estará desprovista de poder—, siguió, —y el equipo que acabó con su cuerpo, renacerá para poder acabar con la amenaza. Sin embargo, el encuentro se dará 35 años después. Yo seré uno de ellos, para que personalmente le dé el toque final a la historia. Inmediatamente Armando se guardó el cuadernillo en sus pantalones, sacó la navaja. —¿Qué vas a hacer?—, preguntó Melissa alarmada. —Matarte—, dijo Armando como si fuera lo más normal. —No lo hagas—, imploró Melissa. —Te enseñaré todo lo que es la magia, el arte de hacer pociones... —¿Ah sí?—, dijo Melissa con una risita floja. —¿Y quién es? —Mi madre—, y en ese mismo instante clavó el cuchillo en el pecho de la mujer. Melissa chilló y comenzó a arder. En el rostro de la mujer se veía un alarido no pronunciado, sufrimiento. Ella se llevó las manos a la cara mientras gemía... Y después rió. “Caíste en mi trampa, Balzac” fue lo último que dijo antes de convertirse en una montaña de cenizas, que ardió unos segundos después. Durante un corto tiempo, el chico veía el espectáculo un poco sorprendido, sobr e
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todo porque no se esperaba una muerte así. Rogó con todas sus fuerzas que lo que había escrito en ese cuadernillo fuera real, pues la esperanza de las personas a quienes estaba dirigida la maldición dependía de aquella pobre y pequeña profecía. Inmediatamente después de que el fuego y las cenizas se esparcieron por el aire, Armando decidió regresar a las catacumbas. Habían sido muchas sorpresas ese día, pero estaba feliz por lo que acababa de descubrir, lo que siempre había deseado saber: su origen, su linaje, su pasado. La luna y las estrellas ya habían salido. El cielo era de un color negro, las calles empedradas eran iluminadas por la luna llena, sin un alma en ellas. El viento soplaba, y los carruajes se escuchaban distantes. Escuchó rumores de que empezaba una nueva era para Roma. Para Armando también inició una nueva vida. Siguió solo, pero con la compañía de sus padres en forma de espíritus, dándole instrucciones y lecciones de magia, no volvió a sentirse así. Era el 476 d. C., año en que Roma cayó.
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Se sugiere que las cartas no rebasen las 15 cuartillas.
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La pluma en la piedra No. 3, octubre 2011
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Escribe en Dislexia, revista literaria de orden mundial Web: http://dislexiamundial.blogspot.com/ También en Facebook, búscalos como “Dislexia Mundial”.
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Correspondencia apócrifa El siguiente escrito fue enviado a la redacción de esta revista de forma anónima. Se han emprendido las investigaciones correspondientes para averiguar el origen y veracidad del texto. Hasta la fecha del cierre de esta edición, no se han obtenido resultados.
Hace algunas semanas, una persona a la que llamaremos “El lector” se encontraba navegando por la internet. En un instante fugaz, una idea cruzó por su cabeza: crear un blog para mostrarle al mundo, todas aquellas cosas que llenaban su vida de interés. El nombre del sitio ya lo tenía en mente: “La pluma en la piedra”. Así que abrió la página correspondiente y al ingresar aquel nombre, resultó que ya estaba siendo utilizado por otra persona. Tecleó las palabras en el buscador y entró al blog que le había arrebatado todos sus sueños, sus ganas de ser alguien, de perdurar en el mundo del universo informático, de conocer personas, de que lo conocieran y… Nada. El blog no tenía nada, sólo el fondo negro y el título robado. Ante semejante osadía del desconocido, emprendió la investigación, primero cibernética, después en el mundo real. Se armaría de todo lo que tuviera de valor: tarjetas para obtener billetes, monedas y demás en los juegos del Facebook, así como una USB con seis meses de música y su colección de películas pirata. Algo tenía que conmover el corazón de aquel maleante que lo había arruinado. Ya les había dicho a todos sus contactos de MSN, conocidos y desconocidos de su gran idea. Fue entonces, que en un descuido, los encontró. Como una buena burocracia, estuvo de oficina en oficina hasta que lo mandaron a un departamento editorial, le contó al editor en jefe la situación y ocurrió lo siguiente: LECTOR (Mirando con desconfianza mientras el editor sorbe su café): Pero, ¿Cómo es que se le ocurrió crear un blog con el nombre “La pluma en la piedra”? ¿Qué significa para usted ese nombre? EDITOR EN JEFE (Mirándolo con desdén sobre sus lentes): Ocurre que es como se llama nuestra revista electrónica. El concepto del nombre lo teníamos en mente hace ya varios años o tal vez fue una idea que se nos ocurrió en el camino. Estaba pensando sin pensar. Pensando en la espada en la piedra. Luego en que sería interesante la imagen de la pluma en lugar de la espada. ¿Te imaginas?, un escritor sacando una pluma de la piedra. Pero, ¿cómo un escritor estaría sacando la pluma? Entonces, la pluma sería sólo como una metáfora, donde la pluma
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representaría el sacar todo aquel potencial creador, porque se supone que en la historia Arturo saca la espada y se convierte en rey. ¿Por qué no podría una persona convertirse en magno escritor al sacar la pluma? LECTOR (Aturdido de lo bonito que se escuchaban aquellas palabras juntas, pero sin una idea de lo que significaban. Carraspeando): ¿Una revista? ¿Cuál sería la finalidad de hacer una revista más? EDITOR EN JEFE: Pues publicar. ¿Qué otro medio mejor podrías encontrar para publicar una serie de escritos con un fin común, confluyendo en un mismo espacio? No siempre se puede esperar a que algún periódico o revista de circulación nacional saque a la luz alguno de tus textos, en donde quedarían a la deriva entre noticias, anuncios o chismes del espectáculo. Pero... ¿y si al final todo lo que te digo no es cierto? ¿Si la idea sólo hubiese surgido por el hecho de querer escribir un algo? ¿Por el simple gusto de hacerlo? LECTOR (Indeciso al preguntar): ¿De qué tratará la revista entonces? ¿Quiénes participarán en ella? ESCRITOR EN JEFE: Participará toda aquella persona que quiera escribir y ser leída. La revista se dividirá en cuatro secciones principales, la primera corresponderá a los artículos y ensayos. Cada número tendrá una temática y dichos escritos la abordarán desde cualquier perspectiva o rama de estudio. El límite lo tendrá cada escritor. Por ejemplo, el primer número versará sobre los inicios, los actos de creación y todo lo que tenga que ver con los comienzos, de este modo los lectores podremos conocer los diferentes puntos desde los que se ve un tema.
Dichas todas estas palabras, el joven tomó sus cosas sin comprender del todo aquella conversación. Salió de la oficina y pensó que, después de todo, ese no era el único nombre que podría utilizar. Si había sido tan ingenioso para crearlo, bien podría pensar en otro. Y antes de emprender el regreso a su covacha, el nuevo nombre le vino a la mente cual epifanía: “¡Werevertumorro!”, se dijo y cuando volteó para darle las buenas nuevas al editor, la oficina había desaparecido.
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s e r
n o
d e
s e g u r i d a d
l a
y
s o l e d a d
l a
d e
p u e s
q u i e n e s
n o s
c o m p r e n d e n
e s c l a v i z a n
Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad
c o m p r e n d i d o , una parte de nuestro ser.