No. 4 - Miedo, angustia y temor

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p 谩 n i c o .

manifestaci贸 n de lo qu e se conoce como

http://laplumaenlapiedra.blogspot.com/

Noviembre 2011 No. 4

aquella desesperaci贸n por asirse a cualquiera es una

Alguien me dijo despu茅s que


La pluma en la piedra Agradece a sus colaboradores por la realización de este número, a sus lectores por su participación y al equipo editorial por su labor en el diseño, corrección y todo lo concerniente con la elaboración de este número.

Portada: El grito, Edvard Munch, 1893. Óleo, temple y pastel sobre cartón. Galería Nacional de Oslo, Noruega Cita: Mario Bellatín, La escuela del dolor humano de Sechuán. Derechos Reservados. La

La pluma en la piedra

pluma en la piedra , Toluca, México, No. 4, noviembre 2011. es una publicación mensual e independiente de distribución

gratuita por internet. Todos los artículos, ensayos, escritos literarios y obras publicadas son propiedad y responsabilidad única y exclusiva del autor y pueden reproducirse citando la


Escribieron este número:

 Marco Antonio M. Medina  Serena Torres Peralta  Gerardo Flores  J. M. Falamaro  Anaid Vallejo Orduña 

Fotógrafa

 Karina Posadas Torrijos 

3


Editorial 5

Artículos y ensayos Dialéctica del espacio y la ensoñación según Bachelard en Vera de Villiers de L’Isle Adam Marco Antonio M. Medina

7

El miedo y la muerte en “El almohadón de pluma” y “El desierto” de Horacio Quiroga Serena Torres Peralta

14

Galería Moreliana en el Jardín de los naranjos. Edificio Central de Rectoría, UAEMéx. Toluca, México. Karina Posadas Torrijos

22

Creación literaria Nieve en el Tancítaro Gerardo Flores

24

Mi pequeño monstruo J. M. Falamaro

32

Expediente 390 Anaid Vallejo Orduña

35

Muro Periodical 39

4


Ya llegamos a noviembre con una edición más de La pluma en la piedra. Agradecemos a todos nuestros lectores su preferencia y a todos los escritores y artistas por cada una de sus colaboraciones. El tema de este mes gira en torno al miedo, el temor y la angustia, por lo que en esta ocasión contamos con dos análisis literarios: uno sobre un cuento que forma parte del volumen Cuentos crueles de Vera de Villers de L'Isle Adam y el otro sobre el miedo y la muerte en "El almohadón de pluma" y "El desierto" de Horacio Quiroga. Con ellos, los autores invitan a conocer las obras de estos autores y a confrontar los puntos de vista expuestos. Por otra parte, en La Galería se presenta Karina Posadas Torrijos, con una fotografía que forma parte de su colección: "Andanzas de Moreliana", donde nos presenta a Moreliana Negrete en el Jardín de los naranjos, ubicado en el edificio central de Rectoría de la Universidad Autónoma del Estado de México. Y en Creación Literaria, la sección favorita de todos, nos comparten sus obras: Gerardo Flores, J. M. Falamaro y Anaid Vallejo Orduña. Poco a poco van pasando los meses y no puede faltar en tu computadora o en aquellas hojas para reciclar, algún ejemplar de La

5

pluma...


(ArtĂ­culos y ensayos)


Dialéctica del espacio y la ensoñación según Bachelard en Vera de Villiers de L’Isle Adam Por Marco Antonio M. Medina

E

¿Y la torre de nuestra alma estará por siempre arrasada? G. Bachelard l catolicismo sigue siendo la

utilitarismo de la imaginación. Su desesperanza,

forma

del

su infinita melancolía y la miseria que le acom-

ateísmo‖, escribió alguna vez

pañó toda la vida, hallan su justificación en esta

Anatole

pérdida inconmensurable. Acaso la vida, como

más

practicada

France.

Sólo

este

ateísmo, entendido en todos los aspectos de la

la memoria, sea una estación irreparable.

realidad objetiva, conduce a la supresión del

La Naturaleza, la reproducción indefinida

principio de razón suficiente y a la contempla-

y absurda de los seres, es incapaz de distinguir

ción pura de la informe y descarnada Voluntad.

por sí misma entre el bien y el mal. Así el poeta

En este sentido, lo cruel se manifiesta tanto

―en el cerrado cosmos de su creación‖ es

en lo contemplado como en la imposibilidad

indiferente al mundo y a sus creaturas, tanto

humana de permanecer más allá de un instante

como a su infortunio o su felicidad. ―Cuando el

en el ensueño de esta contemplación. El Poeta,

poeta aparece a la vida, no se siente entre sus

ebrio de fantasía, desarticula el encadenamiento

semejantes. No sabe querer ni perdonar‖. Sólo

fatal de los hechos temporales, espaciales y

queda en él una persistente e inexplicable

causales. Extático, fuera de sí, él es por un

crueldad. Acaso la misma crueldad invisible con

momento libre de las ataduras del mundo y de

que se manifiesta el mundo, en el perfume de

su necesidad. Sus ojos, ―ávidos de belleza‖, ya

una azucena o en el sexo abierto de una mujer

no ven la realidad. Sólo él ve lo que es.

desnuda.

A diferencia de aquellos quienes buscan a

El conde Villiers de L‘Isle nació en

través del arte la reproducción de un ideal

Bretaña en 1838. Felipe Villiers de L‘Isle, el

imaginario de armonía o perfección, Villiers de

primer gran Maestre de los Caballeros de Malta,

L‘Isle, un existidor, renunció con obstinación a

se cuenta entre sus rancios antepasados. Su

los caprichos de esta realidad. Construyó para sí

padre vivió obsesionado con la idea de

un mundo de fantasía, irónicamente más real,

desenterrar el tesoro perdido por aquellos

menos absurdo y vulgar que la existencia como

Caballeros en la Revolución Francesa.

la

admitimos.

Jamás

condescendió

al

7


Marco Antonio M. Medina

Prologando una edición a ―El convidado

desafía a la muerte. Pues el amor hacia el otro

de las últimas fiestas‖, selección de cuentos crue-

consiste en la superación de la personalidad

les de este autor, Jorge Luis Borges anota:

individual, esto es del yo, expresado por las cate-

―Villiers en París quería jugar con el concepto

gorías racionales del pensamiento: tiempo,

de la crueldad de igual manera que Baudelaire

espacio y causalidad. En la búsqueda ideal de

jugaba con el mal y el pecado. Ahora, desventu-

este amor, el poeta supera el apego a sí mismo a

radamente, nos conocemos demasiado para

través de una contemplación desinteresada de

jugar con ellos‖1. A través de los tiempos, Vi-

lo amado, y transformando el lenguaje logra

lliers ha recibido la admiración de escritores y

reconfigurar adimensionalmente el orden del

poetas como Mallarmé, France, Maeterlinck,

mundo, como lo expresa Gaston Bachelard,

Bretón, Laforgue, Darío y el mismo Borges,

diciendo: ―en las horas de los grandes hallazgos,

entre otros. Asimismo, su ideal de crueldad ha

una imagen poética puede ser el germen de un

resonado vastamente en toda una literatura pos-

mundo, el germen de un universo imaginado

terior, teniendo como eje el concepto de humor

ante las ensoñaciones de un poeta‖2.

negro. De este modo, cuentos como “El asesino

Del mismo modo, la estructura discursiva

de cisnes‖, ―La tortura por la esperanza‖, o

del propio texto narrativo, su configuración

―Los secretos de la música antigua‖ aún pueden

intratextual, nos remite inequívocamente a la

devolvernos la difusa imagen del hombre que,

estructura del cuento más o menos como lo

agobiado por la pobreza, concibió alguna vez la

concibe Edgar Poe. Esto es, la historia tiene

idea de lucrar con la lectura de sus poemas

como punto de partida un planteamiento,

mientras era encerrado en una jaula repleta de

seguido de un clímax y un desenlace o

tigres.

resolución. Conforme a este esquema, vemos

Vera es el cuento más popular de Villiers.

que Poe, no obstante plantear un hecho

Esto quizá se deba a la feliz armonía de conjun-

tomado por fantástico, desarrolla una propuesta

to que logran sus elementos; la melancolía exis-

racional explicativa, que da cuenta de la

tencial de los amantes separados por la muerte,

intromisión

tema preferido por el Romanticismo, se traduce

sobrenaturales en la realidad fáctica. Villiers,

en la búsqueda ideal de una necesidad de

por su lado, parte de un planteamiento o hipó-

trascendencia. El amor, comprendido como

tesis extratextual, que incorpora (generalmente

conocimiento del espíritu, conocimiento de sí,

a través de uno o dos epígrafes) a un esquema

1

2

Villiers de L’Isle Adam, El convidado de las últimas fiestas, trad. Jorge Luis Borges, Siruela, 1988, p. 12.

de

hechos

aparentemente

G. Bachelard, La poética de la ensoñación, trad. Ida Vitale, FCE, México, 1986, p. 10.

8


Dialéctica del espacio y la ensoñación según Bachelard en Vera de Villiers de L’Isle Adam

discursivo más grotesco que fantástico, puesto

tuirnos como una realidad, a fabricar obras

que no le interesa tanto narrar un hecho apa-

que son realidades. ¿Pero acaso la ensoña-

rentemente sobrenatural, como lograr en el lec-

ción, por su propia esencia, no nos libera de

tor un efecto desconcertante de indetermina-

la función de lo real? Si lo consideramos en

ción valorativa, a veces de tipo moral.

su simplicidad, vemos que es el testimonio de

Villiers trata, por medio de un efecto gro-

una función de lo irreal, función normal, útil,

tesco, penetrar el espacio valorativo, la constitu-

que preserva al psiquismo humano, al margen de todas las brutalidades de un no-yo hostil,

ción del yo individual del lector que determina

de un no-yo ajeno.3

una toma de postura moral ante determinados

De este modo, leemos en el epígrafe a

hechos. Si encontramos elementos fantásticos

Vera la sentencia:

en los Cuentos crueles, estos se hallan normalmen-

―La forma del cuerpo le es más esencial que

te sirviendo como vehículo de una pretendida

su sustancia‖.4

erosión de la mente conceptual. Lo cruel,

El cuento propiamente dicho puede leerse

consiste en la contemplación de un devenir

como un prolongado comentario a esta cita.

indiferente a toda valoración ética del hombre.

Sus implicaciones son vastas. Es señalado que

Una contemplación de la Naturaleza. Tanto el

la sentencia corresponde a la Fisiología Moderna,

bien como el mal se diluyen en su pasmosa

aunque no se nos menciona su autor, probable-

ambigüedad, a través de la ensoñación, que es

mente se trate de un texto de Claude Bernard,

por definición creativa.

el llamado padre de la fisiología moderna.

Ante la muerte, como imposibilidad de

Villiers hace una deliberada malinterpretación

realización, el ensueño poético creativo desafía

metafísica, sobre los supuestos avances de la

el absurdo destructivo de lo incognoscible. Al

ciencia moderna, tal vez con el propósito de

borde de la realidad, la muerte extiende el

parodiar a aquellos que alguna vez se atrevieron

misterio de su misma imposibilidad, de su pro-

a decir que gracias a los avances de la ciencia

pia contradicción, pues ella misma no puede

fisiológica el ser humano sería algún día inmor-

abolir una realidad que es múltiple y disconti-

tal. La fisiología, a través del descubrimiento de

nua. El hombre, ante el absurdo de la muerte,

la diferenciación celular, hace énfasis en la rela-

siente la necesidad de hallar una trascendencia a

ción

su efímera existencia, en último término, una

forma-función,

que

determina

la

especialización orgánica predominante en los

necesidad de sentido. Leemos en Bachelard:

3

Ibidem, p. 28. Villiers de L’Isle Adam, Cuentos crueles, trad. Manuel Granell, Espasa-Calpe, Madrid, s/a, p. 13.

Las exigencias de nuestra función de lo real nos

4

obligan a adaptarnos a la realidad, a consti-

9


Marco Antonio M. Medina

organismos superiores. La vida, de este modo,

La muerte, como transformación de la

es una cuestión de formas más que de

sustancia corporal, es negada como destrucción.

―sustancias‖, ya que en último término aunque

Puesto que la vida misma en su origen se mani-

la forma de distintas células varíe de acuerdo

fiesta como pensable, como producto del pensa-

con su función, la sustancia de la que están for-

miento, y tomando en cuenta además que la

madas todas ellas es en esencia la misma.

muerte es por definición impensable, aquello

Para el idealista fatal que es Villiers, los

que está fuera del pensamiento, la existencia es

supuestos avances de la ciencia no son sino una

entregada a la mente bajo la idea de una forma

confirmación del idealismo más o menos como

sobre la que se asienta el cambio. Todo lo que

lo concebía Berkeley: no es la sustancia quien

existe es percibido bajo las formas del tiempo y

determina las propiedades de los objetos de la

espacio. ―Ser es ser percibido‖. La idea de

realidad, sino la variabilidad con que esta sus-

muerte no puede ser pensada, puesto que este

tancia se muestra a la realidad mental, entendida

pensamiento estaría fuera de los límites del

según Locke como percepción. Fuera de la

mismo pensamiento. Así, la muerte consiste en

física del siglo XX, la materia es susceptible de

el cambio de estado de una forma cualquiera.

creación o destrucción, de cambio permanente.

La sustancia característica de la muerte es el

Pero este cambio está determinado por la

ocultamiento. Un día estar, eso es la vida; al

percepción adquirida del objeto, así no es tanto

otro día no, eso es la muerte. El drama de

la degradación o el desplazamiento de algo lo

Hamlet no radica en debatirse sobre el ser,

que se nos revela en él como un cambio, sino la

puesto que este es constante e invariable, sino

idea misma que tenemos de dicho objeto como

sobre el estar (to be) que es sujeto de cambio

manifestación de la noción de cambio. De este

permanente.

modo, cada objeto de la realidad se manifiesta a

Dice así Villiers: ―¡Las ideas son como

nuestra percepción como una idea sustancial de

seres vivos!‖6.

ese cambio. Entonces, sólo el cambio es lo real,

La productividad creativa del ensueño y su pro-

pues es la condición bajo la cual se manifiesta a

ducto, la imaginación, son funciones del pensa-

nuestra percepción el mundo como una sustan-

miento perceptivo capaces de realizar abstrac-

cia accidental y diferenciada.

ción sobre los elementos de la realidad, liberán-

Leemos: ―¡Era una negación de la Muerte, alzada al fin en una potencia desconocida!” 5

doles de la esclavitud del cambio. Esta abstracción sólo puede ser entendida en términos de

5

6

Villiers de L’Isle Adam, Cuentos crueles, p. 22.

10

Ibidem, p. 26.


Dialéctica del espacio y la ensoñación según Bachelard en Vera de Villiers de L’Isle Adam

forma, de ahí pues que para el idealismo y para

siendo este amor un reflejo visible de una

Villiers el soporte último de la realidad, del

armonía cósmica superior. A través de esta

cuerpo como existencia, sea precisamente la

armonía los amantes reconfiguran y delimitan el

forma y no la sustancia, y puesto que todo lo

orden universal en su comprensión, como

que existe puede ser pensado y existe por ser

unidad de sentido. Vera, aún cuando fallece en

pensado, el pensamiento puede traer a la exis-

su habitación, nunca profana el espacio de la

tencia cualquier forma que sea capaz de imagi-

casa, pues en su breve agonía rechaza nombrar

nar. En otras palabras, Bachelard comenta:

o decir alguna palabra sobre la muerte. Vera

La ensoñación es una actividad psíquica

muere en silencio, para perdurar en el silencio.

manifiesta. Proporciona documentos sobre

Para trascenderlo. La realidad de su muerte sólo

diferencias en la tonalidad del ser. […] el ser del

se presenta al exterior de la casa, en el funeral

soñador invade lo que toca, difuso en el

familiar y el espacio cerrado de su cripta, de

mundo. La imaginación desconoce el no-ser.

modo que esta muerte se presente únicamente

[…] El hombre de la ensoñación vive siem-

como sustancia para la percepción de su aman-

pre en el espacio de un volumen. Habitando

te. Antes de comprender esto, el conde d‘Athol

verdaderamente todo el volumen de su espa-

arroja la llave de la cripta al interior de la

cio, el hombre de la ensoñación está en su

misma, con la intuición fantasmal de olvidar el

mundo por todas partes, en un dentro que no

cuerpo de su amada en tanto sustancia: En

tiene fuera. Por algo se dice corrientemente

palabras de Bachelard: ―La casa adquiere las

que el soñador está hundido en su ensoñación.

energías físicas y morales de un cuerpo huma-

El mundo ya no está enfrentado a él. El yo

no. […] Es un instrumento para afrontar el

no se opone más al mundo. En la ensoñación

cosmos‖8.

no hay no-yo. En la ensoñación el no carece

De regreso al espacio del hogar, d‘Athol

de función: todo es acogida. 7

se sumerge en el ensueño de la ausencia fúne-

La casa, imagen del universo, es el espacio don-

bre durante medio día, aparentemente, ya que el

de se suceden las transformaciones alquímicas.

reloj de la habitación se ha detenido por la

La casa es al plano material lo que el universo al

mañana y no será sino hasta después de un año,

plano espiritual. El orden inferior es un reflejo

tiempo que dure la resurrección de Vera, que

del orden superior. En Vera, el hotel señorial es

vuelva a ponerse en marcha. Al anochecer su

el ámbito del amor entre los protagonistas,

plan ha madurado: ¡traerá a la mujer amada de

7

8

G. Bachelard, La poética de la ensoñación, pp. 252- 253.

G. Bachelard, La poética del espacio, trad. E. de Chambourcin, FCE, México, 2010.

11


Marco Antonio M. Medina

vuelta a la existencia con la fuerza pura de su

prolongados pensamientos que estos objetos

imaginación! Puesto que ha conocido y

causaban en su dueña, mantienen abiertas las

recuerda su forma, y ésta lo ha habitado y vivido

puertas del ensueño, impidiendo que la muerte

en él, a semejanza en escala de una casa. La

extienda por completo su velo como oculta-

aceptación del cuerpo material como ilusión,

miento sobre la sustancia corrupta del cuerpo.

único fantasma real por siempre, permite a

Dice: ―Y entonces advirtieron que no eran, real-

d‘Athol fundirse imaginariamente con la forma

mente, más que uno solo” .11

de Vera dictada por su ensueño, como argu-

Así, leemos en dos direcciones la ―divisa

menta Bachelard:

de Vera‖, el mensaje grabado en sus zapatillas:

La ensoñación cósmica es un fenómeno de la

Quien ve a Vera la ama (Qui verra Véra l’aimera),

soledad, un fenómeno que tiene su raíz en el

por un lado la forma que es el objeto del ver,

alma del soñador. No necesita un desierto

pero también en sentido inverso: el amor es una

para establecerse y crecer […] Las ensoñacio-

visión privilegiada, no en el sentido de un ver

nes cósmicas nos apartan de las ensoñaciones

sustancial, sino de la percepción de aquello que

de proyectos. Nos sitúan en un mundo y no

es invisible a la vista física. De acuerdo con la

en una sociedad. Una especie de estabilidad, de tranquilidad, es atributo de la ensoñación

interpretación idealista de Villiers entonces, si

cósmica. Nos ayuda a escapar al tiempo. Es

hemos amado realmente algo o alguien, podre-

un estado. Vayamos al fondo de su esencia: es

mos volver a verlo en determinado momento,

un estado del alma.9

aún más allá de lo que llamamos muerte. Así la

En palabras de Villiers: ―d‘ Athol vivía en frase: ―Quien ve a Vera la ama‖, se transforma doble, iluminado […]‖.10 en: ―Quien ama a Vera, la ve‖. Del mismo modo,

El conde d‘Athol encuentra en el espacio

Bachelard

apunta:

―En

el

alma

cerrado de su casa un lugar propicio para el

distendida que medita y que sueña, una inmen-

ensueño de su amada. Ensimismado por su

sidad parece esperar a las imágenes de la inmen-

fantasía, descubre en este espacio la inmensidad

sidad. El espíritu ve y revé objetos. El alma en-

del universo interno, de su propio ser, en el que

cuentra en un objeto el nido de su inmensi-

Vera habita como una presencia ideal. Los

dad‖12, así como: ―A menudo la ensoñación va

objetos que fueron propiedad de la amada

a buscar a nuestro doble en alguna parte extra-

funcionan como vehículo de contacto entre las

ña, lejos de aquí. Más a menudo aún, en un pa-

dimensiones interna y externa. Los inefables y

sado para siempre desaparecido‖13. 11

Ibidem, p. 27. G. Bachelard, La poética del espacio, p. 228. 13 G. Bachelard, Poética de la ensoñación, p. 124.

9

Idem. 10 Villiers de L’Isle Adam, Cuentos crueles, p. 22.

12

12


Dialéctica del espacio y la ensoñación según Bachelard en Vera de Villiers de L’Isle Adam

Y finalmente:

vidad que en toda época han guardado los con-

No tiene nada de asombroso entonces que en

ceptos ideales, como el amor, la libertad o la

la ensoñación solitaria nos conozcamos a la

belleza, únicamente apreciables a través del

vez en masculino y en femenino. La ensoña-

ejercicio del arte, entendido como ensoñación.

ción que vive el futuro de una pasión idealiza

Los personajes de Villiers comúnmente transi-

el objeto de esa pasión. El ser femenino ideal

tan entre el espacio de desorden de la realidad,

atiende al soñador apasionado. La soñadora

pasando por una momentánea ensoñación

suscita las declaraciones de un hombre ideali-

poética que ordena el caos natural del mundo

zado. […] Esta ensoñación idealizadora es

en una recurrencia de sentido. Los cuentos de

una realidad psíquica innegable. La ensoña-

Villiers

ción idealiza a la vez a su objeto y al soñador.

son

crueles,

porque

retratan

el

momento lúcido de este trance psíquico, pero

Y cuando la ensoñación vive en una dualidad

nos incapacitan como lectores para tomar una

de lo masculino y de lo femenino, la idealiza-

postura ideológica respecto a la actuación de

ción es a la vez concreta y sin límite.

sus seres. No podemos salvarlos o interferir en

Para concluir, en Vera observamos una

el proceso de su condena. De hecho, el recorri-

estructura intertextual que alude por una parte,

do narrativo de muchos de estos personajes

al concepto mismo de Verdad, o veritas, a través

está inserto en los mismos hechos de la reali-

del contrapunto entre un discurso filosófico

dad, de modo que resulta difícil, si no ocioso,

materialista y su opuesto idealista. El epígrafe al

detenerse a considerarlos en su aspecto

cuento constituye el metatexto racional, en

fantástico. Para Villiers, la crueldad del mundo

tanto que el cuento propiamente dicho sustenta

radica en su realidad como apariencia. En la

la hipótesis idealista. Vera, entre el discurso

verdad de su ilusión. Puesto que no queda más

estético romántico y el discurso simbolista,

remedio que vivir engañados en forma

baudelariano, funciona como una parodia

consciente, nuestro mundo no guarda ya espa-

grotesca de la estéril disputa entre ambas

cio ni siquiera para la fantasía. Para resumir la

tendencias filosóficas. De acuerdo con el

idea global del cuento, valgan estas palabras

momento histórico en que se inserta el texto, es

centrales del idealismo fantástico de Villiers de

posible afirmar que, como dice Jorge Luis

L‘Isle en Vera: ―La Muerte no es más que una

Borges acerca del concepto poético de crueldad,

circunstancia definitiva para quienes esperan el

Villiers describe la situación cultural imperante

cielo; pero, la Muerte, el Cielo y la Vida, ¿qué

en el París de aquel entonces, del modo en que

eran para ella sino sus besos?‖15.

Baudelaire hizo lo propio con el mal. La poética grotesca en Vera obedece a una disolución del concepto de verdad, en una época en que ya

15

comenzaba a manifestarse socialmente la relati-

13

Villiers de L’Isle Adam, Cuentos crueles, p. 26.


El miedo y la muerte en “El almohadón de pluma” y “El desierto” de Horacio Quiroga

H

Por Serena Torres Peralta oracio Quiroga fue un escri-

una clasificación no tan compleja: un antes de la

tor uruguayo que nació en

selva y un después.

1878 y terminó sus días en

A partir de esta división partirá el presen-

1937. Cultivó principalmente

te estudio de carácter comparatístico sobre dos

el género narrativo y es reconocido por ser uno

cuentos de Quiroga: ―El almohadón de plu-

de los primeros cuentistas en Latinoamérica. Su

ma‖ (1907), perteneciente a su producción an-

obra se sitúa en medio de la transición entre el

tes de la selva, y ―El desierto‖ (1923), de los

agonizante Romanticismo y los albores del Mo-

textos surgidos después del viaje a Misiones; la

dernismo, de manera que se encuentran en ella

relación entre dichos cuentos obedecen al pri-

elementos de ambas corrientes. Adopta como

mer modelo de supranacionalidad2, pues, a pe-

maestro, principalmente, a Edgar Allan Poe, si

sar de haber sido escritos en periodos distintos

bien él reconoce a otros escritores como mode-

en la vida del autor, la temática y el tratamiento

los a seguir, no cabe duda de que será Poe la

no difiere mucho de un cuento a otro.

mayor influencia en la obra de Quiroga1.

En tanto el método utilizado será el te-

La evolución de Horacio Quiroga como

matológico, al ser el punto de convergencia en-

narrador no es fácil de separar de su biografía,

tre estos cuentos, justamente, el tema de la

si bien se debe favorecer al texto por las cuali2

dades que alberga, en el uruguayo es inevitable observar todas las muertes alrededor de él y no relacionarlas con los elementos recurrentes a los cuales acude el escritor. Otro acontecimiento es el viaje a Misiones que ha dejado sus estragos en su cuentística, donde se podría recurrir a 1

Esta afirmación se deriva de las primeras experiencias de Quiroga como escritor, donde resalta “El crimen del otro” con una clara referencia a los cuentos de Poe, además de su primer precepto: “Cree en un maestro – Poe, Maupassant, Kipling, Chejov- como en Dios mismo.” Horacio Quiroga, “Decálogo del perfecto cuentista” en Todos los cuentos, 2ª ed., ALLCA XX, (Archivos:26), 1996, p. 1194.

14

Dentro de la Literatura Comparada existen, principalmente, tres modelos de supranacionalidad, es decir, tres modelos en los que se puede basar el estudio entre dos producciones artísticas con distinta nacionalidad entre ellas. El primer modelo engloba los fenómenos que mantengan una relación en sus orígenes, ya sea entre los autores o entre ideologías. Sin embargo, es válido retomar dicho modelo, pese a que se haga referencia al mismo autor, pues las obras comparten un mismo origen. El segundo modelo abarca los fenómenos que han tenido un origen independiente entre sí o han pertenecido a diferentes civilizaciones, siempre y cuando las condiciones históricas y sociales sean comunes entre las producciones artísticas. Por último, el tercer modelo es empleado en fenómenos completamente independientes. Cf. Claudio Guillén, “Tres modelos de supranacionalidad” en Entre lo uno y lo diverso. Introducción a la literatura comparada, Crítica, Barcelona, 1985, pp. 93-121.


El miedo y la muerte en “El almohadón de pluma” y “El desierto” de Horacio Quiroga

muerte y del miedo recurrentes en la obra de

surgir el miedo por lo que vendrá y no conoce-

Quiroga.

mos. Desde otro punto de vista, pero no

La muerte siempre ha representado para

alejado de lo ya expuesto, retomado de Aristó-

el ser humano una incógnita. La incertidumbre

teles, se menciona que ―no se temen todos los

de no saber exactamente qué ocurre en el

males sino solamente aquellos que pueden

preciso instante de la agonía y después del

producir grandes dolores y destrucciones e

último soplo, provoca ese miedo no sólo ante

incluso éstos sólo en el caso de no ser muy

lo desconocido, sino también por lo que suce-

lejanos, sino que aparezcan como inmediatos e

derá con quienes permanecen. Es por esto que

inminentes5‖.

el hombre muestra, según Freud, ―[…] una

En los cuentos de Quiroga ocurre lo

patente inclinación a prescindir de la muerte, a

citado por el filósofo griego, pues cuando el

eliminarla de la vida‖3, de manera que ésta no

personaje ya sabe que morirá o quienes lo

existe en la conciencia de las personas hasta el

rodean intuyen el fatídico final, el miedo latente

momento en el que llegue intempestivamente.

se descubre y embarga el ambiente ante tal cercanía.

No puede ser de otra forma, al elegir ignorar la existencia de la muerte, ésta llegará

Existe entonces un miedo en tres

con gran sorpresa y conmocionando a todo

momentos diferentes, el primero ocurre antes

aquél que la presencie. Al negarla, el hombre

de que la muerte se haga presente, por la misma

asume, de un instante a otro, tal encuentro

incertidumbre de no saber cuándo y cómo pasará; el segundo sucede en el preciso instante

inevitable, ya sea como el moribundo o como el

en el que la persona expira; finalmente es por el

observador imposibilitado de hacer algo al

después, por la continuación de la vida sin esa

respecto.

persona y por el desamparo en el que ha dejado

En tanto, el miedo según Agnes Heller es

a todos los que permanecen. En

―[…] uno de los afectos más expresivos […]

―El

almo-

hadón de pluma‖ y ―El desierto‖ se encuentran

característica de la especie en general, pero el

estos tres momentos, sin embargo, una de las

sentimiento (el estímulo) viene siempre dado

diferencias entre ellos es el efecto que producen

socialmente‖4. Así, cuando el hombre se

en el lector, equiparable al miedo y angustia de

percató de este trance de la vida a la no-vida y

los personajes; pero cada cuento impacta de

del misterio encerrado en esto, comenzó a

distintas formas, pese a que comparten ciertos

3

Sigmund Freud, El malestar en la cultura, Alianza, México, 1989, p. 111. 4 Agnes Heller, Teoría de los sentimientos, 3ª ed., Fontamara, México, 1993, pp. 102 – 103.

15

rasgos estilísticos. 5

Nicola Abbagnano, Diccionario de filosofía, FCE, México, 1974, p. 379.


Serena Torres Peralta

La trama de ―El almohadón de pluma‖ es

oración motiva al lector a seguir leyendo por la

el de una pareja donde la mujer, Alicia, enferma

oposición de los significados, pues en una luna

y va empeorando hasta morir. Jordán, el mari-

de miel no hay entrada al escalofrío, provocado

do, da muestras del dolor y la angustia por ver a

por algún acontecimiento desagradable. De esta

su esposa agonizante, pese a que no supo

primera línea se desprende el punto número

expresarle abiertamente su cariño. Terminados

seis: ―Si quieres expresar con exactitud estas

los días de Alicia, la sirvienta y él descubren

circunstancias: ‗Desde el río soplaba el viento

dentro de la almohada que ella usaba un ácaro

frío‘, no hay en lengua humana más palabras

gigante, culpable de la pérdida de la amada.

que las apuntadas para expresarlo‖8; el lenguaje

La historia de ―El desierto‖ ocurre en la

cumple el cometido antes expuesto, pues no

selva, no en una zona urbana como el cuento

hay palabras de más en este cuento, es concreto

anterior. La familia que vive en estas lejanías

y el ritmo se mantiene hasta el desenlace

está conformada por Subercasaux y sus dos

vertiginoso.

hijos: una niña de seis años y un niño de cinco.

El inicio de ―El desierto‖ es el siguiente:

La madre ya ha muerto, de manera que el padre

―La canoa se deslizaba costeando el bosque, o

se las ha tenido que arreglar para educar y

lo que podía parecer bosque en aquella oscuri-

cuidar a los pequeños. Pero de todos los peli-

dad‖9. Al igual que en el otro cuento, estas

gros que abundan en la selva, será una pulga la

primeras palabras dejan un espacio indetermi-

que lo aparte definitivamente de sus pequeños,

nado donde se desea saber más, el porqué una

quienes se quedarán a su suerte en las profundi-

canoa tenía que navegar a las orillas del bosque

dades del olvido.

y de noche. Sin embargo, como se mencionó en

Ambos cuentos siguen el modelo, o por

un principio, este cuento al estar influido por

lo menos los puntos fundamentales, del

las vivencias del mismo Quiroga en la selva de

―Decálogo del perfecto cuentística‖ de Quiro-

Misiones, alarga la explicación primera; con

ga. El número cinco menciona: ―En un cuento

esto no pierde la concreción señalada al final

bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi

del párrafo anterior, pues al ubicarse esta trama

la importancia de las tres última‖6.

en un sitio desconocido para gran parte de las

―El almohadón…‖ inicia así: ―Su luna de

persona, cada una de las descripciones le da una

miel fue un largo escalofrío‖7, esta primera

idea al lector sobre las circunstancias tan com-

6

plicadas en las que vive Subercasaux y sus hijos.

Horacio Quiroga, “Decálogo del perfecto cuentista” en Todos los cuentos, op. cit., p. 1194. 7 Horacio Quiroga, Cuentos, 9ª ed., Alianza, Madrid, 2005, p.124.

16

8 9

Horacio Quiroga, “Decálogo…”, op. cit., p. 1194. Horacio Quiroga, Cuentos, op. cit., p. 223.


El miedo y la muerte en “El almohadón de pluma” y “El desierto” de Horacio Quiroga

El primer momento en el que surge el mie-

Este suceso insólito se podría catalogar, dentro

do en los personajes, aparece también el miedo

de la escala de Todorov, como parte de los

por el porvenir; Jordán teme que Alicia muera,

acontecimientos extraños:

pese a que él es un hombre frío y parece no

Al finalizar la historia, el lector, si el persona-

inmutarse por lo que sucede. Sus planes futuros

je no lo ha hecho, toma sin embargo una

no se conocen, pero debió tener alguno que le

decisión: opta por una u otra solución, salien-

causa frustración y molestia con los médicos,

do así de lo fantástico. Si decide que las leyes

quienes no pueden hacer ya nada por su mujer,

de la realidad quedan intactas y permite expli-

y con su propia esposa, a quien se le ocurre

car los fenómenos descritos, decimos que la

morir a tan pocas semanas después del matri-

obra pertenece a otro género [distinto del

monio: ―—¡Sólo eso me faltaba! —resopló

fantástico]: lo extraño.13

Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la

―El almohadón de pluma‖ dista mucho de lo

mesa‖10.

maravilloso, porque el asunto del ácaro no tiene

Quienes sufren una agonía son la sirvienta

otra explicación que rebase las leyes reales de la

y Jordán mismo, si bien las alucinaciones de

naturaleza, es decir, no pertenece a otro sistema

Alicia la sumieron en el terror en sus últimos

bajo el cual funcione. Al saber todo esto, se

días11, son ellos los que observan sin poder

resalta que es el propio Quiroga quien justifica

evitar el fatal desenlace y sin saber, a ciencia

la posibilidad de que un ácaro crezca descomu-

cierta, qué es lo que le ocurre.

nalmente dentro de una almohada de plumas,

Cuando el ácaro, culpable de la muerte de

valiéndose de un breve discurso científico:

Alicia, hace su aparición, la sorpresa de los so-

―Estos parásitos de las aves, diminutos en el

brevivientes es bastante, pues el tamaño inusual

medio habitual, llegan a adquirir en ciertas con-

del animalillo raya en lo grotesco: ―sobre el

diciones proporciones enormes. La sangre

fondo, entre las plumas, moviéndose lentamen-

humana parece serles particularmente favora-

te las patas velludas, había un animal monstruo-

ble, y no es raro hallarlos en los almohadones

so, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hin-

de pluma‖14. Así, el impacto que tiene el lector

chado que apenas se le pronunciaba la boca‖12.

se encuentra en que es muy raro que esto suceda, pero no por eso desaparece la

10

Ibidem, p. 126. Basta recordar que dentro de la narración se cuenta sobre dichas alucinaciones, las cuales van empeorando al mismo tiempo que la enfermedad se agrava. El terror por estas visiones lo expresa en sus ojos: “La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama.” Ibidem, p. 125. 12 Ibidem, p. 127. 11

17

posibilidad. En ―El desierto‖, la historia toma unos tintes más dramáticos. Como ya se ha 13

Tzvetan Todorov, Introducción a la literatura fantástica, Coyoacán, México, 2005, p. 37. 14 Horacio Quiroga, Cuentos, op. cit., p. 128.


Serena Torres Peralta

mencionado con anterioridad en este trabajo, el

de una furiosa tormenta que los enceguecía

espacio en el que se desenvuelve la trama es la

a través de los vidrios, para volverse a

selva. También se ha dicho que abundan más

dormir en seguida, seguros y confiados en

las descripciones, a comparación con las de ―El

el regreso de papá15.

almohadón…‖, pues el ambiente desconocido

Es el padre quien les indica a qué deben temer,

así lo amerita.

pues él, por su experiencia, está consciente de

La selva es la desolación absoluta. El vivir

que la muerte se encuentra latente en cualquier

allí representa para un hombre acostumbrado a

rincón de la selva, acrecentado el peligro,

la urbanidad la posibilidad de hacer fortuna,

gracias

gracias a la explotación de los recursos que el

predominan.

a

las

condiciones

hostiles

que

El miedo de Subercasaux por la muerte

lugar proporciona, o bien, el alejamiento del tantas

es previa, correspondiente al miedo natural por

preocupaciones materiales, únicamente con lo

la incertidumbre de su llegada, pero a diferencia

indispensable.

de ―El almohadón…‖ donde los temerosos son

mundo

social

para

vivir

sin

Esta última motivación es lo que

los espectadores, en ―El desierto‖ será la misma

mantiene a Subercasaux con sus pequeños

persona que se siente perecer, quien lo

dentro de la selva, pudo elegir regresar a una

albergue.

zona ―civilizada‖, buscar quién le ayudara con

Subercasaux es la única persona con la

la crianza de sus hijos a la muerte de su esposa,

que cuentan sus hijos; pese a ser ellos tan sólo

en cambio, optó por mantenerse allí, aceptando

unos niños, el narrador los describe como fuera

la responsabilidad total en el cuidado y

de lo común, pues el padre les ha proporciona-

educación de los niños.

do los conocimientos necesarios para que puedan sobrevivir solos en la selva.

El miedo en estos niños no existe como

El motivo de la muerte será un pique, es

tal: Las criaturas, en efecto, no temían a la

decir, una pulga que se introduce debajo de la

oscuridad, ni a la soledad, ni a nada de lo

piel para dejar sus huevecillos. Esto ya no es

que constituye el terror de los bebés criados

una extrañeza en el mundo real, más bien, en

entre las polleras de sus madres. Más de

este punto de su obra, Quiroga describe la

una vez, la noche cayó sin que Subercasaux

realidad misma. No necesita justificar lo insólito

hubiera vuelto del río, y las criaturas encen-

de algún hecho para que sea creíble, las

dieron el farol de viento a esperarlo sin

descripciones respecto al entorno muestran

inquietud. O se despertaban solos en medio

15

18

Ibidem, pp. 226 – 227.


El miedo y la muerte en “El almohadón de pluma” y “El desierto” de Horacio Quiroga

al lector que dentro de este ambiente, esas

casi fantástico, como el crecimiento desmesura-

situaciones son comunes:

do de un ácaro, resulta algo común en el contexto selvático.

[Subercasaux] debía pasar una hora entera después de almorzar con los pies de su

El padre sabe que no ha podido quitarse

chico entre las manos, en el corredor y

del pie un pique y pese a los malestares que

salpicado de lluvia, o en el patio cegado por

comienza a sentir, para él primero están sus

el sol. Cuando concluía con el varoncito, le

hijos, así que restringe su rutina de las activida-

tocaba el turno a sí mismo; y al incorporar-

des pesadas, pero no deja de atender los

se por fin, curvaturado, el nene lo llamaba,

deberes que su hogar le demanda.

porque tres nuevos piques le habían taladrado a medias la piel de los

El cariño desmesurado que le prodiga a

pies.16

sus hijos, le hacen salir en busca de una sirvien-

De manera que si todos vivieran en un lugar

ta, pues comienza el temor por dejar a los niños

como éste, no resultaría extraña semejante

completamente solos. A medida que sus males-

rutina. Sin embargo, de la misma manera que en

tares y el frío lo invaden, también lo hace el

―El almohadón…‖, Quiroga explica con un

temor por los pequeños, quienes no se han

discurso entre vivencial y científico sobre estos

percatado aún de los malestares del padre. Es

animalitos:

posible que para ellos, la muerte sea algo a lo

Los piques son, por lo general, más inofen-

que debe temerse, un suceso contado por su

sivos que las víboras, las uras y los mismos

padre, pero no experimentado todavía, como

barigüís. Caminan empinados por la piel, y

un vago y lejano recuerdo de lo sucedido a su

de pronto la perforan con gran, rapidez

madre, pero no más.

llegan a la carne viva, donde fabrican una

Conforme Subercasaux muere, no abando-

bolsa que llenan de huevos. Ni la extracción

na la esperanza de recuperarse, de pensar en

del pique o la nidada suelen ser molestos, ni

que los malestares pasarán y él podrá regresar a

sus heridas se echan a perder más de lo necesario. Pero de cien piques limpios hay

sus actividades diarias, pero al percatarse de que

uno que aporta una infección, y cuidado

su muerte es inminente, hace a un lado el

entonces con ella.17

miedo por el porvenir de los niños, para preve-

Es verdad que se menciona lo raro de tener

nirlos, como siempre lo había hecho, de lo que

una infección a partir del piquete de estas

le sucederá: Óiganme bien, chiquitos míos, porque

pulgas, pero al no estar involucrado un hecho

ustedes son ya grandes y pueden compren-

16

Ibidem, p. 232. 17 Ibidem, pp. 232 – 233.

der todo… Voy a morir, chiquitos… Pero

19


Serena Torres Peralta

no se aflijan… Pronto van a ser ustedes hombres, y serán buenos y honrados… Y se acordarán entonces de su piapiá… Comprendan bien, mis hijitos queridos… Dentro de un rato me moriré, y ustedes no tendrán más padre… Quedarán solitos en casa… Pero no se asusten ni tengan miedo…18

Sólo la hija alcanza a comprender las palabras que su padre les ha dicho, pero se resiste a romper en llanto, pues Subercasaux les advierte esto como si se tratara de un acontecimiento más dentro de la selva. El impacto de este final es mayor que el de ―El almohadón de pluma‖, pues la cercanía de la historia con la realidad, a lo largo de todo el cuento, provoca un efecto mayor. De manera que el lector siente más horror con la muerte de un padre que deja solos a sus hijos, que al crecimiento desmedido de un ácaro, porque es más susceptible de que le ocurra lo primero y no lo segundo. 

18

Ibidem, p. 241.

20


La GalerĂ­a


La Galería

Moreliana en el Jardín de los naranjos. Edificio Central de Rectoría, UAEMéx. Toluca, México. Karina Posadas Torrijos. Fotografía a color. ―Moreliana Negrete es originaria del estado de Michoacán y es modelo profesional. Llegó a Toluca hace 3 años para dedicarse a su verdadera pasión: la poesía. Gusta de viajar y del buen café. Espera que con el tiempo, la gente la reconozca por su arte y no sólo por su físico.‖ 22



NIEVE EN EL TANCÍTARO

E

Por Gerardo Flores sa tarde una parvada de grandes aves cruzaba el horizonte hacia el valle de Zamora, mientras

Rebeca y yo ascendíamos la escarpada ladera del Tancítaro, que es el

punto más alto de todo el estado con 23 845 metros sobre el nivel del mar, como lo indicaba el mapa que ella sostenía en sus manos temblorosas. En el cielo enor-

mes nubes blanquísimas se apilonaban y se aproximaban desde lontananza hacia la cumbre del volcán a gran velocidad. Podía casi escucharlas rugir furiosas por los cielos. Rebeca temblaba de frío pese a llevar una gruesa chamarra térmica, guantes y gorro; sus ojos azules como el mismo cielo estaban llorosos a causa del viento que soplaba fuerte, moviendo también sus cabellos. Se abrazaba a sí misma con fuerza y se frotaba el exterior de los brazos intentado calentarse. Caminábamos despacio entre el accidentado sendero, de cuando en cuando ella tomaba mi mano y se agarraba de mi brazo para evitar resbalar. Hacía ya dos horas que habíamos dejado el camino principal de ascenso y habíamos seguido esa vereda angosta, que serpenteaba entre árboles y paredes de roca volcánica oscura. Al parecer había sido hecha por montañistas más experimentados, ya que conducía hacia una ladera escarpada, en la que estábamos, por la cual el ascenso era mucho más difícil. Como sospechaba del frío, había llevado triángulos de piloncillo que derretíamos con la saliva, chupándolos lentamente antes de atrevernos a darles una mordida. Ese dulce habría de mantenernos calientes hasta la cima del volcán, donde veríamos el inmenso cráter que en su profundidad guarda lagunas de agua hirviente. El pueblo estaba a unos 20 km de la sima del monte, ya desde esa parte de la ladera, que era más o menos la mitad del ascenso, lográbamos ver el pueblo por entre los árboles ralos como una cuadrícula de rojos y blancos diminutos esparcida por el suelo, dividida por líneas que se entremezclaban en un curioso espectáculo de geometría, de vez en cuando un automóvil cruzaba las calles como un punto brillante en movimiento. Alrededor del pueblo se extendían los campos inmensos de aguacates, duraznos y naranjas, principales productos del lugar. Habíamos decidido hacer el ascenso el mismo día de nuestra llegada al pueblo porque escuchamos en la radio, mientras desempacábamos en el hotel, que probablemente el clima empeoraría, y como el clima en el Tancítaro es tormentoso, hay constantes nevadas y fuertes ventarrones, entonces la guardia de la reserva ya no permite a los visitantes hacer el ascenso hasta llegada la

24


Nieve en el Tancítaro

primavera, y para eso faltaban más de 4 meses. Entonces nos pusimos nuestra ropa térmica, cargamos una casa de campaña ligera en caso de alguna contingencia y unas mochilas pequeñas con agua, linternas y demás artículos de montañismo. No éramos nuevos en esto, habíamos ya escalado el Pico de Patamba y el Paricutín, pero siempre nos atrajo la forma solmene y blanca del Tancítaro, cuyo pico es nevado en invierno. Continuamos ascendiendo algunos minutos más hasta que encontramos un claro inmediatamente después de subir por una pared de rocas escarpadas. La roca volcánica es especialmente difícil de escalar debido a su formar accidentada y sus bordes curvos e irregulares, aunque se puede pisar y agarrarse con mucha confianza, ya que es extremadamente dura. Nos sentamos a descansar debajo de un gran oyamel de hojas claras que nos protegía del viento fuerte. Al pasar entre sus ramas el viento aullaba con musicalidad, era mortificante la sensación que daba aquella música constante que se perdía entre las profundidades de la ladera. —Sí el viento no se calma— le dije a Rebeca mientras mordisqueaba mi triángulo de piloncillo, —tendremos que regresar. Es probable que haya nieve cerca de la cumbre. —Pero nunca he visto nieve. O más bien nunca la he sentido— protestó ella, a pesar de que temblaba de frío. Su piel era más pálida de lo usual y sus labios delgados y normalmente rojos comenzaban a palidecer también. Eso aumentaba el color azul intenso de sus ojos que me miraban suplicantes. —Te estás congelando— argumenté esquivando su mirada, no podía sostenerla: —Y apenas vamos a la mitad. —Es que apenas me estoy aclimatando— dijo ella sonriente y me dio un beso en la mejilla, sentí sus labios helados contrastando con la calidez de su aliento que liberaba el dulce aroma de piloncillo. —Cuando continuemos el ascenso me sentiré mejor. Cuesta trabajo creer que esto sea un volcán. Pero la oscura piedra volcánica llena de musgos y hierbajos contradecía aquel comentario. Los árboles crecían con mucha separación los unos de los otros, como si temieran una nueva erupción y quisieran dejar espacio para que la lava se deslizara con mayor facilidad entre las rocas filosas y escarpadas. Yo miraba a Rebeca y preguntaba qué nos había pasado. Habíamos comenzado esos viajes, a sugerencia mía, hacía unos meses para escapar de la rutina de nuestra relación. La verdad era que yo quería evitar que pasáramos solos en mi habitación los fines de semana como hacíamos antes. Sencillamente ya no sentía la apetencia que tenía por ella al principio de nuestro noviazgo. No

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Gerardo Flores

llevábamos mucho tiempo juntos, difícilmente discutíamos y en general compartíamos intereses, podía pasar días enteros con ella sin fastidiarme. Pero a pesar de su tremenda belleza, era delgada y alta, yo no sentía ya la menor atracción por ella. Su rostro pálido me parecía mortuorio, sus labios demasiado delgados, sus pechos pequeños y sus piernas flacas. ¿A dónde había ido a parar aquel deseo intenso que tenía apenas hace unos meses? Ese deseo que nos hacía pasar días enteros inmersos el uno en el otro dentro de mi cuarto, devorándonos la piel. Al parecer era cierta aquella sentencia de que la pasión rápidamente se disipa. Yo había decidido que aquel sería nuestro último viaje, regresando a Morelia terminaría la relación. No importa lo duro que fuera, sabía que ella me amaba profundamente, ni una vez había expresado nada al respecto de mi repentina falta de contacto. Debía pensar que era una etapa, que algo me estaba pasando, y que de la misma manera pronto dejaría de pasar. Esa idea estaba apoyada en que yo me había esforzado monumentalmente para que mi comportamiento para con ella cambiara en lo más mínimo. La relación entera, sin incluir nuestros intensos encuentros sexuales, yo era el epítome de un caballero. Me aseguraba de llevarla con bien a la habitación que ella rentaba del otro lado de la ciudad, aunque a veces por la hora tuviera que regresarme en taxi o caminando durante más de dos horas debido a la distancia considerable de su habitación a la mía. Pero había perdido el tacto, ya no buscaba desnudarla a cada instante que nos quedábamos solos. Había sucedido de pronto, quizás sacié todas mis ganas de ella, quizás memoricé demasiado rápido su cuerpo, sus lunares y pecas, quizás aquellos ojos azules profundos como el cielo me intimidaban a tal punto que ya no podía soportar su desnudez. Quizás, llegué a pensar, había perdido toda apetencia sexual. Eso pensé inicialmente hasta que estuve con su mejor amiga, Daniela, un cuerpo cálido y moreno que se abría para mí como una gran playa donde me sumergía por horas y horas. Al parecer era solamente mi naturaleza, mezquina y traidora, aunque estaba enamorado de ella, aunque estaba convencido de que jamás podría amar a Rebeca como a nadie, no podía evitar desear a otra mujer. Creo que simplemente se resume a eso, a que yo no merecía el amor que Rebeca me tenía. Rebeca no había sospechado nada. Ella era un espíritu amable y tierno. Yo, como ya dije, no había modificado en nada mis detalles, mi atención, nuestras largas pláticas de madrugada. Sólo que ya no buscaba esos resquicios entre las agendas para poder hacer el amor durante largas horas. A ella parecía no hacerle falta. Si mis besos habían dejado de ser apasionados, ella se contentaba ¡con la misma alegría que con los besos que la devoraban! A recibir a apenas el roce de mis labios. Eso aumentaba mi frustración. Todos sus orgasmos, su piel trémula me parecían impensables ahora, ¿cómo no se daba cuenta de mi frialdad? Se quedaba a dormir en aquel cuarto que yo rentaba en el

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Nieve en el Tancítaro

centro de la ciudad y, a pesar de que ya no la tocaba, ella no emitía ninguna queja, se limitaba a dormir apaciblemente, a buscar mi brazo por la noche para que la envolviera y darme un dulce beso al despertar. Aquello me hacía sentir más terriblemente culpable, más profundamente traidor, tanto por no poder corresponder con pasión aquella ternura como por engañarla con su mejor amiga. Por eso ideé estos paseos cada fin de semana, con el pretexto de querer ver a su lado el Estado entero. Ella aceptó sin más, enteramente emocionada y comenzó a trazar rutas, a buscar información de lugares y fechas de festividades. Pero como yo no quería que estuviéramos en un cuarto solos, busqué que hiciéramos montañismo y que acampáramos. Al menos podía adjudicar al frío o al cansancio de largos días de caminata, mi falta de libido. Ella había pensado que la idea era maravillosa y hacía ya dos meses que cada fin de semana íbamos a adentrarnos en algún bosque o a escalar algún monte. Pero las cosas no habían cambiado ni un poco, era hora de terminar la situación. Ella seguía aceptando con gracia todos los pretextos que yo ponía, era sencillo puesto que era siempre yo quien comenzaba la seducción, ella se limitaba a mirarme profundamente y besarme con pasión, a gemir lentamente y hacer su aliento un perfume irresistible. Pero ya no sucedía, mis manos la tocaban y no era diferente de cualquier mujer que pudiera tocar, algo había desaparecido. Su mirada dulce se perdía contemplando los árboles, contando las pocas hojas que había. Mordisqueaba delicadamente su pedazo de piloncillo y yo la miraba. La miraba intentando recordar qué era lo que me había atraído tanto de ella. Fuera lo que fuera se había trasladado a Daniela, ahora era ella la que llenaba mis noches de humedades oníricas y mis mañanas de humedades de su sexo. El fin de semana pasado Rebeca había encontrado un sostén que Daniela había olvidado debajo de mi cama. No sé cómo pudo irse sin él. Yo argumenté que era suyo, aunque evidentemente era mucho más grande que los de ella. Ella se limitó a asentir y lo aventó a un lado y proseguimos con nuestra limpieza sabatina que hacíamos siempre antes de salir de viaje. Fue cuando me dijo: —Quiero escalar el Tancítaro—. Lo dijo así, con voz tajante sin apartar la mirada del mueble que limpiaba con un trapo. —Está comenzando el invierno, no creo que podamos hacer el ascenso— declaré. Había escuchado que el clima era pésimo a partir de octubre, las temperaturas disminuían abruptamente y sin aviso caían tormentas y ventarrones. —Yo pensaba que te gustaban las cumbres peligrosas— insistió ella mirando el rincón donde había arrojado el brasier de Daniela. Yo sentí un estremecimiento recorrerme el cuerpo entero.

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Gerardo Flores

–Sería bueno que encontráramos otro tipo de nieve. Por supuesto que había aceptado su propuesta. ¿Qué podía yo negarle a ella? Me tenía en sus manos, no sé desde cuándo lo sabía, pero yo estaba seguro de que ella sabía lo de Daniela, o al menos lo imaginaba. Yo supe ese sábado que ya no podía seguir ocultando la situación más tiempo. Ahora que la miraba comer su dulce apaciblemente, la culpabilidad me devoraba y no encontraba salida a aquella situación ¿Qué culpa tenía aquella muchacha hermosa que compartía días y días conmigo de mi maldita infidelidad? Me limité a morder con más fuerza mi piloncillo, de cuando en cuando ella me miraba, decía algún comentario sobre nuestro recorrido y me sonreía tiernamente. La desesperación iba creciendo, definitivamente al regresar a la ciudad le diría toda la verdad. Que me acostaba con Daniela, que ya no sentía atracción por ella aunque la amaba muchísimo, le diría todo y aceptaría lo que fuera que ella me pidiera. Lo que fuera. Se lo debía. Ella me tenía. Me preguntaba si ella lo sabía. Pensé en ese momento que toda mi infidelidad no era más que un falso intento por huir, por huir del irremediable destino de estar a su lado para siempre. El amor no pregunta este tipo de cosas, jamás leí que se le preguntara a Tristán si deseaba enamorarse de Isolda, o a Romeo de Julieta, o a Alejo Wronsky de Ana Karenina, o a Matho de Salambo. Cerca oímos las ramas crujir y pudimos atisbar entre los pinos la figura de un venado de cola blanca que nos observaba entre los ramajes ralos. Era maravilloso, sobre todo recordando que los venados tienden a rehuir la cercanía de los humanos. Pero en esa época del año, debido al intenso frío, casi nadie ascendía al cráter del Tancítaro, por lo cual debíamos ser todo un acontecimiento para la criatura que nos examinaba con cautela. Era una espécimen maravilloso, de silueta delgada y cara alargada, sus grandes ojo se clavaban en nosotros con inmovilidad. Rebeca y yo decidimos no movernos ni un centímetro tampoco, y así estuvimos frente a frente varios minutos. La única alteración era la de las hojas del oyamel haciendo su música triste, agitadas por el viento. El venado se aproximó lentamente con su delicado movimiento de torso y cuello. Estaba a unos metros de nosotros y podíamos verlo claramente, era una hembra, delgada y temblorosa. Yo estaba feliz de que mi atención pudiera fijarse en algo más, maravilloso y delicado, algo que de cierta manera disipaba mi culpa. Los antiguos tarascos pensaban que el venado era la deidad del amor. Su fugacidad y la delicadeza de sus movimientos, así como la propia cautela que uno debía tener al acercarse, me hacían entender un poco sobre esa creencia. De cerca, aquella era una criatura tan tierna, que creía difícil que los hombres pudieran cazarlo y matarlo. Su pelaje era tan delicado que parecía forrarlo suavemente y no diferir apenas de los árboles que lo rodeaban. Hasta las manchas de su lomo reflejaban

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Nieve en el Tancítaro

un poco de la luz blanquecina que se filtraba por las nubes. Pero eran sus profundísimos ojos los que me hipnotizaban. Nos observaba nerviosamente y yo me sentía atraído por su rostro que respiraba con agitación. Estaba apenas a unos metros de nosotros, pero seguía conservando la suficiente distancia para poder escapar si hacíamos movimientos apresurados. Sólo estábamos Rebeca y yo, con nuestras gruesas chamarras rompevientos y nuestros gorros térmicos, mascando lo que en la perspectiva de ese animal parecían rocas. Sin embargo, el olor dulce debía ser tan intenso que se sentía atraído. En ese época del año, la vegetación en la ladera del volcán es casi nula y debía ser una tarea titánica para el animal encontrar su ración diaria de calorías para persistir en ese constante devenir natural. Mientras nos miraba y se iba acercando lentamente, yo recordaba la elegía que Rilke le dedica a los animales en sus Elegías de Duino. Me parecía precisamente que aquel venado contemplaba la eternidad, caminaba en ella con gracia y agilidad. Y nuestra fugacidad inherente, todo nuestro aspecto antinatural debían parecerle un curioso accidente digno de observar. Mis pasiones efímeras, mis dudas idiotas debían parecerle igualmente no menos que los hierbajos, quizás menos, que pisaba todos los días. Movía las orejas con insistencia y tenía doblada su pata delantera. Rebeca lo miraba igualmente asombrada que yo, entreabría la boca con emoción y sus enormes ojos azules se encontraban con los del venado que se iba acercando en su dirección. Muy despacio Rebeca le tendió la mano y el venado, para mi sorpresa, continúo acercándose olfateando el aire. Percibía el aroma dulce del piloncillo, quizás la saliva de Rebeca ayudaba a propagar el aroma, el animal doblaba su cabeza con cautela mientras se iba acercando. Se acercó totalmente y lamió el dulce con lentitud sin quitar ni un segundo su mirada de ambos. La emoción se dejaba a relucir en los ojos de Rebeca quien parecía estar conteniendo un grito de júbilo. Yo, sentado apenas a un metro de ella, no podía estar menos emocionado. Estaba seguro de que estábamos viviendo algo absolutamente insólito. El venado lamía con insistencia aquel dulce, cerraba sus ojos en largos parpadeos, parecía la expresión que un niño hace al morder aquella piedrecilla ambarina la primera vez. El viento soplaba con insistencia pero ni Rebeca ni yo sentíamos el frío, sólo estaba aquella música tristísima del viento entre las hojas del oyamel, como el fondo adecuado para aquella escena. Estábamos enteramente envueltos en el aura mística de aquel animal de piernas largas que lamía gustoso el piloncillo. Su cola se movía con excitación y su cuerpo temblaba, su delicada figura acostumbrada a aprovechar hasta la última caloría de hierbajo que pudiera obtener, parecería rebosar en dicha al consumir tan precioso alimento. Yo veía como la lengua del venado también lamía insistentemente la mano de Rebeca oculta por un guante. Debía

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Gerardo Flores

parecerle extraña la textura porque se detenía a lamer el guante casi con tanta regularidad como lamía el piloncillo. Ninguno de los dos nos atrevíamos a movernos, pero llegaba a mí, gracias al fuerte viento, el perfume dulce del cabello de Rebeca. El viento agitaba con fuerza su larga cabellera trigueña y el aroma que desprendía me emocionaba profundamente. Contemplar al venado temblar hacía percatarme que debajo de los kilos de ropa térmica de Rebeca, se ocultaba su delicado cuerpo pálido como la nieve. Sus piernas largas y gráciles como las del venado, su vientre plano y largo y sus pechos redondos y pequeños. Entonces a pesar de sus ropas oscuras Rebeca me pareció enteramente natural, me pareció que siempre había pertenecido a aquel paisaje como una mujer emanada de la roca fría. Me pareció que había encontrado el elemento preciso en que Rebeca se revelaba más intensamente. Lamenté profundamente que estuviera vestida, su desnudez revelaría no sólo el paisaje insólito que nos rodeaba, sino que abriría el cielo mismo para que entrara un rayo de sol. El venado lamía el dulce que ella le extendía con tal tranquilidad que no pude evitar pensar que de cierta manera se comunicaban. Rebeca con cautela fue moviendo su mano izquierda y logró acariciar al animal que apacible se dejó tocar sin perturbarse. Tal era su deleite con el dulce. Rebeca me miró extasiada. Y yo a su vez la miré extasiado, aunque ambos por razones enteramente distintas. Todo el frío de mi cuerpo se disipó y un río de fuego empezó a correr por mis venas. El magma antiguo de aquellas rocas parecía empezar a fluir bajo mi piel. Las rocas mismas parecieron ablandarse de pronto. Me sentía invadido por no sé qué fuerza. Mi mirada se clavaba en el perfecto rostro de Rebeca, en su perfil que parecía un mármol griego de nariz afilada y barbilla pronunciada, delicados labios apenas dibujados y palidecidos por el frío; y ojos azules, inmensos como el cielo de invierno. Olvidé por entero la presencia del animal y me moví hacia ella. El venado no se movió, no respondía a su natural instinto de protección, estaba deleitándose con aquel dulce que Rebeca le extendía. Yo me moví hacia ella y de un paso acorté la distancia de menos de un metro que nos separaba. Entonces con mi mano quité el mechón de cabello que había caído sobre su rostro y la besé. Mis labios se comían su boca delicada y fría. Sentía su saliva cálida entrar en mi boca como un éter antiguo. Así debían sentirse quizás, las rocas cuando llueve. Estremecida por mi beso, Rebeca dejó caer la piedra de piloncillo que el venado siguió lamiendo sin fijarse ya en nosotros, aunque yo tenía la sensación de que no habíamos salido de su aura delicada. Rebeca me rodeó con sus brazos y su cuerpo comenzó a temblar fuertemente, sus labios me devoraban, me devoraban con una fuerza antigua y natural. Me devoraban y yo sentía venir a mí todos los musgos, crecer sobre mis mejillas hierbajos, y en mi espalda se enterraban

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Nieve en el Tancítaro

profundamente sus manos como raíces de oyamel, pino o encino aún a través de la gruesa chamarra que yo llevaba. —¡Al fin has venido a mí, amor mío!— me susurró al oído y pasó su lengua por mi lóbulo. Yo me sentí estremecer entero. Desabrochó mi chamarra con un lento movimiento y levantándome el suéter hizo que su lengua cálida pasara por mi vientre. Yo temblé y sentí el volcán entero temblar conmigo. A lo lejos oí un canto, más bien un largo ruido que se dispersó en el aire. Nos desnudamos entre roces y sobre nuestras chamarras extendidas nos envolvimos en un largo abrazo embriagado por alguna fuerza desconocida… —Es hora de que conozcan la nieve— dijo y me envolvió con su cuerpo. En las noticias del día siguiente apareció una nota extraña en los diarios locales. Dos excursionistas, cuyo vehículo se había encontrado en la sima del volcán de Tancítaro, en el municipio homónimo, habían sido hallados muertos por uno de los habitantes del poblado, en un pequeño claro en la ladera oeste del ascenso fuera de los límites turísticos. Esto había pasado después de una de las nevadas más fuertes registradas en 20 años que hubieran azotado al Volcán. Desde entonces se insistía en una guardia permanente del Parque Nacional de Tancítaro, donde habitan especies amenazadas como el venado de cola blanca, el cacomixtle y la zorra gris. Al parecer los dos acaecidos se habían quedado dormidos, probablemente por la hipotermia. Sin embargo, la policía no entendía porque se les había encontrado desnudos, en un tranquilo abrazo. Cuando los encontraron parecían dormir apaciblemente, sólo había al lado de ellos, huellas de venado.

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MI PEQUEÑO MONSTRUO Por J. M. Falamaro

…l

III os jueves, quien no se ha detenido un jueves por la mañana a esperar a que algo pase, a que algo suceda en la vida. Esa vida que se sucede en eventos sin control, como en aquel jueves pasado o como éste, donde el vértigo cotidiano

del día se siente, al menos por un instante, como si se estuviera inmerso dentro de un huracán que nos arroja a un caos sin control, en una aventura tan fugaz como el más rápido destello de luz fulminante. Esos jueves, como otros muchos, están marcados por acontecimientos venideros: mañana hay examen, el próximo jueves es el cumpleaños de mi mejor amigo, ayer jueves cené con mi padre, este jueves que viene empiezo a leer el libro que compré hace meses; infinitas posibilidades de un día, sumergido ante la inevitable necesidad de supervivencia, más que por voluntad propia. Y, sin embargo, cada jueves hay que cumplir con deberes, recorrer por la calles a gran velocidad donde todos se atropellan a la menor provocación como un barullo demencial, donde todos chocan contra todo, el interminable desfile de personas que contribuyen a la ley de la inercia, la ley que seguimos todos nosotros sin darnos cuenta. Y quizá ni ellos ni yo lo sabemos, pero todos los jueves hacemos lo mismo: vamos al trabajo, vamos a la escuela, hacemos compras y con todo ello, cuesta trabajo creer que mi jueves, nuestro jueves, se reduce a una sola rutina… comienzo a sentir de pronto un gran vacío insostenible. Entonces me pregunto: ¿Qué será en el fondo lo que mueve a toda esta gente? ¿Qué será realmente lo que me mueve a mí en este jueves? ¿Por qué no estoy contento como todos? Porque hay momentos en los que no recuerdo ni mi nombre. Cuando alguien pregunta por mí, alguien como por un impulso me mira como esperando a que responda que me encuentro en el lugar, ―no lo conozco‖ quisiera decir, o expresar impulsivamente: ―lo he visto hace un momento‖ o ―desde hace tiempo ya que no lo veo‖, pero mis instintos me traicionan y me doy cuenta que sigo sentado aquí, viendo pasar las horas, pensando que no hay lugar donde pueda estar mejor que en ninguna parte. Inevitablemente pienso: ―esto le sucede a todo el mundo cada mañana‖. No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes, pero cuando llega la noche, llegan también esas horas en donde no se soporta uno mismo ni a nadie, una noche que no mueve a nada en su lento malestar de olvido,

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Mi pequeño monstruo

justo en esa noche se advierte que viene de nuevo un desolado jueves. De pronto uno se da cuenta que otra vez es de mañana. Otra vez es jueves. Una risa me despoja de mi máscara. Ese, mi pequeño monstruo, está aquí otra vez como un huésped fijo. En el silencio apaga las luces, puede vérsele salir del sueño, siempre está ahí, habitando un espacio casi irreal a un lado de mí. Puede vérsele cuando alrededor no hay nadie, sujeta mi mano cuando más se deja ver: en la mañana, cuando la vista vuelve lentamente a la realidad, cuando la vista está más sensible, apoyado a la ventana, esperando salir el sol al escuchar algún sonido, algún porqué, vuelve la mirada, busca mi mano en el aire cuando despierta sin preguntar nada mi pequeño monstruo. Entonces, me detengo en este vacío insostenible, en medio de este miedo a la vida, pues, quién no lo ha sentido en esos últimos cinco minutos, antes de que el miedo caiga por los brazos, ese miedo a respirar, miedo a despertar a la mitad de la noche cuando se tienen pensamientos tan bajos y perversos que se desvanecen en una ráfaga de caos interminable, donde uno se vuelve un animal monstruoso… en ese punto donde uno se pregunta con desbordante necedad: ¿de dónde proviene, donde nació, quién lo creo, es un don o un castigo? Me pregunto o nos preguntamos, cuestión que a todos nos ha pasado, pues no sé si alguna vez le ha pasado a ustedes o a todos nos pasa cuando encontramos al pequeño monstruo que sólo se despierta con la lluvia. Ese pequeño pensamiento perverso que existe tranquilamente en una pregunta: ¿Qué pasaría si fuéramos el producto de ese primer pensamiento que nuestra madre tuvo en el momento de saber que naceríamos, que un día vendríamos al mundo? Este primer pensamiento maternal que pudo haber sido uno de esos pensamientos desolados, un misterio, una resignación fanática, una mirada al cielo, un eco, un pensamiento noble, grave, suicida, desastroso, salvaje e infame, un deseo, una sonrisa, duda, alivio, la cura de todos los males, un silencio, un lamento, añoranza cruel, un sueño, o simplemente… nada. Nadie, ni ustedes ni yo, espera justificar el resto de la vida en un jueves, nadie espera que un pensamiento sea la encarnación de cada uno de nosotros, ese principio, esa primera promesa, juicio, crimen, castigo, dulzura, piedad, recuerdo, ese pequeño monstruo que hace quizá de mi lo que soy, tal vez una herida, una mentira en la madrugada, felicidad de un jueves, gracia inmaculada que termina al llegar la noche, tal vez no lo sea, pero, viene, vendrá cual animal voraz que se alimenta con paciencia de mis entrañas, aquí está otra vez desde hace horas, como un sospechoso que entra por la puerta, como quisiera que llegara alguna vez tarde, pero, no comete semejante error, mi pequeño monstruo, bello y extravagante. ¡Qué sería de mí sin la incertidumbre de no saber: cuál es tu nombre, cuál es tu piel, tu máscara…! Lo que me reconforta es que no estamos tan solos. Tú mi enigma, mi pequeño monstruo, que a veces parece como si todos lo conociéramos,

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J. M. Falamaro

pero, no sé si alguna vez les ha pasado a ustedes, si alguna vez lo han rozado, extraviado o perdido en los acordes cotidianos. El día que lo conocí, con una mezcla de estupor, en ese confín de angustia, ese precipicio de la pobre vida, se presenta de pronto, cuando uno se aleja del presente e incursiona hacia el pasado. Una noche antes de dormir donde no se cree en nada, una migaja, mirada voraz como un sueño abierto al borde de la nada. En esa borrasca lo encontré, discreto con la mirada oculta. El día que lo encontré, vino a mí encerrado, envuelto entre pastas de color atado con un listón lila, entre cientos de hojas navegando. ¡Imagínate! Imagina cuando encontré. Mi pequeño monstruo, mi pequeño pensamiento fue descubierto, como un alma triste, sola en el alba, un pensamiento donde uno siempre fue un niño muerto, muerto de amor, muerto de miedo, sin cielo, que gracias a unas páginas donde nombran a una mujer demorada que reivindicó su tristeza, que revela un leve rasgo familiar: la terrible ocasión de nacer, despojado el pequeño monstruo en mis labios de tibia angustia, temblando, dejándome en un grito de asombro, que yo no soy ese… no era ese, un pensamiento que se piensa y que no puedo olvidar. Ahora puedes venir a reclamarme, pequeño monstruo, ya que he conservado intacto ese pensamiento de una mujer que reconoció su huida: 22 de agosto de 1990 “…jueves, diez treinta y cuatro de la mañana, qué día tan largo, qué hacer con todo este cansancio M…, quisiera descansar de mis odios, no tengo a donde ir, por qué no desaparecer algunas horas y dejar de pensar. Escapar de la verdad, del dolor, dejar de amar, pues hasta ayer no había nada, hoy lo he confirmado, hace unos momentos, tendré un hijo o hija, una noticia donde una se siente más sola en el mundo. Sin pretextos… sin rencores. Donde una no se apiada ni de una misma. Qué vendrá después, qué vendrá después…” La huida, la vuelta a la culpa, a las mazmorras del corazón, donde no hay nada, nunca lo hubo. Te encontré, mi pequeño monstruo, como un pensamiento sobrio de jueves. No, nadie me lo puede quitar, quién querrá quitarme lo incierto, ese pequeño absurdo y falaz de: ―¿qué demonios hacer un jueves por la mañana?‖. Quizá el jueves ni yo existimos y sólo somos el invento de un sueño que vino de un lugar que está de olvido y, que al final, tú tendrás razón condenándome. Si alguna vez te ha pasado, habla, con un sermón que aturda, unas palabras que hagan daño, que digan que en realidad no hay monstruo, que todo esto es un fracaso, una herida absurda que no vale la pena, pero… ya llega la noche de mí, de nuestro jueves que trae fugazmente mi pequeño monstruo, mientras cierro el ventanal que arrastra el sol. Mientras busco un licor que aturda, en la espera interminable de otro jueves. 

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EXPEDIENTE 390 Por Anaid Vallejo Orduña

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uando conocí a Patricia, ella tenía 42 años. Una mujer de baja estatura, tez morena, ojos grandes, que parecían agrandarse más cuando me miraban. Entró al consultorio sigilosamente. Con temor, por supuesto. Dio un recorrido

visual a todo el espacio antes de entrar por completo. Miró al doctor, quien le pidió en un tono apresurado que entrara. Patricia se sentó lentamente en la silla que quedaba frente al escritorio y a un costado de mi lugar de observación. Esta vez no centraba su atención en su médico, ni en su teléfono celular que siempre interrumpía sus consultas. Me miraba sospechosamente, sólo a mí. El doctor dio un vistazo rápido al expediente de su paciente, y empezaron las preguntas de rutina: ¿Cómo se ha sentido? ¿Qué tal va su ansiedad? ¿Ya no siente que la persiguen? ¿Está tomando el medicamento como se lo indiqué? ¿Se ha sentido bien con él? Ella sólo se limitaba a contestar con monosílabos. Y el doctor notaba que después de cada respuesta, me miraba con esa misma desconfianza con la que ingresó al consultorio, por lo que dijo: ―No se preocupe por ella, Patricia. Es una de mis estudiantes, ella está preparada para escucharla y sabe de su situación‖. Quise sonreírle, pero noté que ella frunció el ceño cuando volteó a verme. Fue un error muy grande para un psiquiatra experimentado, decirle a su paciente con paranoia ―…y sabe de su situación‖. Para Patricia representaba toda una amenaza saber que una perfecta desconocida estaba enterada de aquellas cosas que había ocultado celosamente en los rincones de su mente, de su inconsciente. Su respiración se fue acelerando, abría cada vez más los ojos, ya casi no parpadeaba, como queriendo no perder detalle de mis movimientos, de mis notas esporádicas. Patricia vivía con miedo desde hacía varios años. Vivía sólo con su hermana en un pequeño departamento, era auxiliar contable, por lo que la mayor parte del tiempo trabajaba sola. Un día empezó a tener la sensación de que alguien la seguía, de que alguien quería hacerle daño. Empezó a desconfiar de casi toda la gente que le rodeaba. Miraba por encima de su hombro, de reojo, a todos los que pasaban a su lado. No hablaba con nadie. Cuando llegaba a casa cerraba todas las cortinas, ventanas, puertas. Temía que alguien la hubiera seguido hasta su casa e intentara dañarla.

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Anaid Vallejo Orduña

Nunca supo describir con certeza a qué le temía. Sólo supo que sentía un miedo indescifrable. Llegó al paredón de urgencias del área psiquiátrica el día que le dijo a su hermana: ―¿No escuchas eso? Las voces que gritan y me dicen que corra…‖ Llevaba más de 3 años en tratamiento. Algo se quebró en su mente en algún momento. Una mujer tan sola, que nunca se ocupó de formar una familia, que trabajó en un recoveco de la oficina de su jefe durante años, le dio el tiempo suficiente a su mente para elaborar todos sus miedos. La paranoia impide al paciente confiar en alguien. A veces, desconfían de ellos mismos. No proporcionan ningún tipo de información personal por muy necesario que sea. Tienen miedo de todo, de todos. Y entonces, algo que debía ser funcional como lo es la emoción del miedo, que nos previene del peligro, se convierte en algo patológico, incontrolable, paralizante. Las ojeras de Patricia no eran gratuitas, las había ganado con cada noche que no durmió pensando en lo sospechoso que se veía el tendero, la señora de las flores, el hijo de los vecinos, su propia hermana, la mujer que la miraba todas las mañanas en el espejo… Esa mañana, Patricia había tenido todo un logro. Según dijo, había llegado al hospital sin su hermana. Ello hubiera representado todo un reto años atrás. Pero quizá el quiebre psicótico que Patricia tuvo tres años antes, se hubiera evitado de haber atendido sus miedos irracionales hacia la mugre o si alguien hubiera notado su manía por limpiar todo. Patricia toma antipsicóticos, pero siente que ha ganado peso y empieza a notar otros cambios en su cuerpo. El doctor ahora le receta antidepresivos y le pide que no deje la terapia psicológica. Ella asiente, pero agacha la mirada con suspicacia. Cree que está engañando nuevamente al médico. Salió del consultorio, no sin antes mirarme con esos ojos penetrantes que desconfiaron de mí todo el tiempo. No se despide y camina rápidamente. Su médico me dice: ―Ha pasado de ser una narcisista, a una fóbica obsesiva. Con su paranoia ha llegado a tocar la psicosis y ahora lo que menos necesita es convertirse en hipocondriaca‖. No pude evitar seguirla sin que lo notara. Supongo que era mi intento de devolverla a la realidad. Su fobia la mantenía en el mundo real, pero su estado actual la alejaba por completo de él. Quería darle un motivo real para temer, quería que sintiera mi respiración cerca de su nuca, mis pies pisándole los talones. Quería que el próximo mes llegara al consultorio con motivos reales, con una ansiedad fundamentada, con una historia que contarle al médico.

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Expediente 390

La alcancé justo en la entrada del hospital. Extendí mi mano para tomarla del brazo, pero sólo alcancé a rozarla porque al instante hizo un movimiento brusco que me obligó a dar un paso atrás. Lo que vi me llevó a su escenario. Sus ojos estaban desorbitados, sudaba frío, respiraba hundiendo profundamente el pecho y temblaba ansiosamente. No dijo palabra alguna. Y entonces supe que había logrado mi objetivo. Eso es el miedo racional, el que alerta al individuo para evitar algo amenazante. Aquel que paraliza es el miedo irracional. Y fue el que yo sentí cuando Paty me miró al llegar, cuando no pude sonreírle, cuando miraba mis notas, cuando se fue, cuando la seguí. Estúpidamente le pregunté si había tomado la receta del escritorio. Sin dejar de mirarme, ella abrió uno de sus puños y me la mostró arrugada. Regresé al hospital y me detuve en la cafetería. Cuando pagaba, una mujer joven me miró y dijo: ―Disculpe, ¿sabe dónde está Consulta externa de Psiquiatría?‖. ¿Por qué me preguntaba a mí? No importaba. Y entonces le dije: ―Sí, vamos. Yo también voy para allá‖. 

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La pluma en la piedra No. 5, diciembre 2011

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bre de 2011 a la siguiente dirección: laplumaenlapiedra@gmail.com Junto con los documentos enviados, los autores deberán anexar una reseña biográfica que no rebase las 5 líneas. En caso de contar con un sitio web en donde se pueda conocer más acerca de las obras del autor, no olvidar incluir la dirección electrónica. Así mismo puedes difundir el evento, sitio web o cualquier información que desees compartir con nuestros lectores.

La pluma en la piedra ¡Se acaba, se acaba! En enero de 2012: ¡el fin del mundo! Visiones y versiones del Apocalipsis

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m a n i f e s t a c i 贸 n que aquella desesperaci贸n por asirse a cualquiera es una

Alguien me dijo despu茅s


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