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DECLARACIONES DE UN NOVELISTA MORIBUNDO

Es natural que cuando un intelectual o pensador, llega a la edad de la vejez, empieza a sentir que los recuerdos se agolpan y la nostalgia aflora con un poco de dificultad y empieza a sentir que los achaques son más repetitivos que antes; solo cuando la soledad se vuelve repetitiva es más proclive a pensar en el último día de su existencia.

En días pasados fue J. Mario Arbeláez, el poeta nadaísta, quien con Gonzalo Arango, y Elmo Valencia, conformaron un movimiento literario inolvidable en Colombia, quien dejó esparcir prematuramente el rumor de su fallecimiento, el día 28 de diciembre del año pasado, como una forma de presentir la muerte, y sentir cómo sería la reacción de todos aquellos jóvenes imberbes que tuvieron la oportunidad de ser sus seguidores y amantes de la poesía irreverente y precursora de de la revolución cultural en Colombia contra el acartonado y elitismo de lo vates engolfados y rimas y estrofas alicantinas del ayer.

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Sin embargo, yo diría que quien impuso la moda de morir antes de tiempo, en forma estrafalaria e irónica fue el intrépido Gustavo Álvarez Gardeazábal, quien ha manifestado que no quiere que lo entierren en su tierra natal labrantía de Madrigal en el municipio de Riofrío, sino en el Cementerio Museo de San Pedro de Medellín. Quizá porque siempre ha sentido que los caleños y los Vallecaucanos no lo quieren por sus posturas ideológicas y extravagancias personales. “Cuando yo muera, y el día cada vez está más cercano, que no me cremen ni me lleven a ninguna iglesia. Solo trasteen mi cadáver al Cementerio Libre de Circasia y que me entierren parado porque ni de muerto pienso doblar la cerviz”–dijo quejosamente el novelista Gustavo Álvarez Gardeazábal. Así, dando cumplimiento a una voluntad testada, creo que muchos admiradores y fanáticos del escritor serán los primeros en acudir a llevar el féretro en una máquina de bomberos desde Tuluá hasta Circasia, seguido por un séquito de personas pertenecientes a la comunidad Lgbti. No habrá llantos ni rezos jaculatorios. Será depositado el cadáver de pie parado, para lo cual el tanatólogo debe realizar un trabajo de momificación muy dispendioso para evitar que el cadáver se desplome y quede hecho mierda.

Quizá también sobre la lápida que depositarán en el suelo se escribirá un epitafio donde se escriba que este escritor nunca quiso doblar la cerviz. Dejará como herencia literaria un número considerable de novelas y libros de cuentos. Según sus biógrafos nunca se dejo matricular en ninguna corriente literaria. Desde las primeras novelas impuso un estilo propio sin ambages ni barroquismos insulsos, dejando al desnudo las inclinaciones homosexuales transmutando a muchos personajes creados por su pluma irónica y temeraria. No se dejó manosear de la clase política tradicional. Desde los claustros universitarios ejerció la cátedra de Literatura, imponiendo un método inusual de crítica que trasgredía las formas tradicionales de enseñanza. Algunos críticos literarios como Jaime Mejía Duque y el poetas y ensayistas Juan Gustavo Cobo Borda, han expresado que jamás han tenido en la biblioteca una obra literaria de Gustavo Álvarez por considerar-

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