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Sentir antes de comprender
Lo emocional está sobrevalorado. Esta rotunda afirmación forma parte hoy de un argumentario imperante en tiempos de algoritmos. No seremos nosotros quienes cuestionemos la trascendencia de lo tecnológico y de los inimaginables avances que, también en el mundo del vino, se han producido en las últimas décadas y que han supuesto una verdadera revolución, también enológica. Nuestra casa es precisamente un notable y premiado ejemplo de la búsqueda de la máxima calidad mediante la aplicación de tecnología de última generación en muchos de los procesos que desarrollamos, tanto en la viña como en la bodega. Todo ello en óptima convivencia con irrenunciables y centenarias técnicas tradicionales.
Conscientes de que resultaría casi temerario realizar hoy cualquier estimación sobre la verdadera potencialidad y el alcance de sistemas como el de la inteligencia artificial, capaz de imitar la inteligencia humana a una velocidad supersónica, sí que nos atrevemos a afirmar, sin ánimo de resultar demasiado pretenciosos, que el vino está a salvo. Y no porque nuestro sector vaya a ser ajeno a todos los vertiginosos cambios que ya se están produciendo, también en nuestra bodega.
Afortunadamente, el vino ha sido, es y será siempre una emoción. Para nosotros, quienes lo elaboramos y para ustedes, quienes lo disfrutan. Ese profundo sentimiento constituye, junto a la virtud del tiempo, un ingrediente indispensable en toda esa cadena de valor que arranca en el viñedo y concluye mucho más allá de cada descorche o de cada sorbo. El recuerdo de un brindis, de un instante compartido o de una celebración, no hace sino prolongar algo tan mágico y, a la vez, inimitable como el placer. Y ninguna inteligencia que no sea emocional logrará jamás reemplazarlo. Comprender nos convierte en inquietos. Pero sentir siempre nos hará únicos.