Testimonio imelda daza

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IMELDA DAZA COTES Sueño un país en donde podamos caminar de nuevo por las calles de Valledupar, en una madrugada después de una parranda, dar serenatas y gritar locuras y cantar versos... como lo hacíamos antes.

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Pero ya no nos daba tanto miedo como rabia En este momento tengo 54 años.1 Yo nací en un pueblito musical del Cesar, Manaure, muy mencionado en las canciones vallenatas, un pueblo de “clima frío” –decimos allá–, de muy agradable temperatura, muy pintoresco, pero me crié en Villanueva, Guajira. Entonces, me siento guajira pero también un poco vallenata porque esa región del sur de La Guajira y el norte del Cesar es bastante homogénea geográfica y culturalmente. Yo estudié la escuela primaria en Villanueva, en un colegio de monjas. Era muy católica, de misa diaria, y soñaba con ser monja porque las religiosas terciarias capuchinas eran unas buenas educadoras, que habían tratado de sembrar en nosotras, las niñas, mucha sensibilidad social. Pienso que mucho de lo que después llegué a sentir y a tratar de entender se debe a lo que tuve en mi hogar, un hogar muy sano, una madre incomparable y un padre muy honrado y trabajador, sumado a lo que recibí en la escuela. En Villanueva no había colegios de bachillerato para mujeres, y yo tenía ambiciones de estudiar, de aprender, de entender cosas. Fui ambiciosa desde muy niña. Entonces mis padres juzgaron que tenían que mandarme a otro lugar a estudiar porque allí no era posible. Me mandaron a Bogotá cuando yo tenía apenas 13 años de edad. Me llevaron interna a esa Bogotá tan fría, tan extraña, que yo veía tan lúgubre yendo de La Guajira. Por supuesto, también resulté ser una persona extraña en ese colegio. Cuando llegué, las compañeras me preguntaban si yo hablaba español, qué comía uno en La Guajira, cómo se hablaba y si yo usaba vestuario indígena... Fue un desplazamiento cruel eso que yo viví a los 13 años, pero pienso que la experiencia me sirvió muchísimo para lo que me ha tocado vivir como desplazada en Suecia. 1. Imelda Daza Cotes. Concejal de la UP en Valledupar, exiliada en Suecia. En la actualidad es concejal suplente de su localidad por la Socialdemocracia, partido de Gobierno en Suecia.

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En Bogotá estudié todo el bachillerato y después ingresé a la Universidad Nacional. Uno va recogiendo influencias en el camino, en el tránsito por la vida... En el bachillerato tuve una profesora de Historia y Geografía muy beligerante, que nos enseñaba con mucho entusiasmo. Yo la admiraba mucho. Me parecía extraordinario poder uno hablar de su país y de su gente y de sus problemas con la facilidad con que ella lo hacía, y sobre todo con el entusiasmo que le imprimía. En 4° de bachillerato, en el año 64, tomé la decisión de estudiar Economía porque sentía que no era suficiente, que yo quería entender mejor todo eso que ella nos explicaba. Entonces entré a la Universidad Nacional y estudié Economía. Extrañamente, en la universidad fui la alumna más pasiva que se pueda pensar. Nunca milité en ningún grupo político pero escuchaba todo. Era como una esponja: oía aquí, oía allá, me gustaban éstos, me gustaban aquéllos. Cuando había elecciones estudiantiles, votaba por el que me convencía más, por aquel cuyos argumentos me parecía que tenían más validez. Estudié con mucha dedicación. Quise aprovechar los años de la Universidad Nacional para prepararme, para aprender cosas. Era muy inquieta con el debate político y me fascinaba asistir a las asambleas estudiantiles y a las marchas, por supuesto. Eso sí, le tenía pavor a las pedreas en la universidad porque la violencia me atemorizaba, y me atemoriza, muchísimo. Cuando decían “pedrea”, yo me perdía de la universidad. Eso me asustaba. Y aunque en la universidad se hablaba de la lucha armada y del movimiento armado, yo tenía de aquello una visión política. Yo pensaba: “Es la lucha del pueblo en armas”, como se decía, “por la justicia social y para mejorar el país”, pero para mí todo aquello tenía más una connotación política que bélica. Después de la universidad, me fui a trabajar al Incora2, en el Magdalena, en el proyecto de reforma agraria. Allí sufrí mi primera gran desilusión porque llegué con todo el interés a trabajar por la redistribución de la tierra en el departamento del Magdalena, una región típicamente latifundista –aunque la zona bananera no lo era estrictamente, el resto del departamento sí–. A eso me dediqué con todo el fervor. Sólo siete meses pude hacer mi 2. Instituto Colombiano de Reforma Agraria, hoy Instituto Colombiano de Desarrollo Rural.

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trabajo profesional como economista. Para mi sorpresa, un día me llegó una carta de destitución de Bogotá porque yo me estaba convirtiendo en un elemento peligroso para la región porque agitaba las masas y estaba sembrando un clima de descontento e inquietud y no sé qué más cosas raras. Dos individuos de mucho poder político y económico en Santa Marta, Manuel Julián de Mier y Edgardo Vives Campos –no los olvido–, enviaron un telegrama al gerente del Incora acusándome de un sinfín de cosas que concluyeron en mi destitución fulminante. Ahí empecé a entender que no era fácil en Colombia promover el cambio ni la justicia social. Fue un choque duro para mí. Pero yo era muy joven y eso no me preocupó tanto. Me fui entonces a trabajar a Valledupar. Empecé en la alcaldía municipal. Fue interesante porque empecé a conocer la ciudad, sus problemas. En esa época, un gran problema allí eran los servicios públicos. No había ni siquiera una cobertura del cincuenta por ciento en acueducto y alcan­ ta­rillado. No había una empresa local que atendiera estos servicios sino una empresa departamental, que tenía una oficina regional en la ciudad. Entonces, dos ingenieros de la Universidad Nacional y yo creamos la Em­ presa de Acueducto, Alcantarillado y Aseo en Valledupar, donde yo trabajé durante cinco años. Hasta entonces yo no tenía ninguna actividad política en Valledupar, pero era muy observadora de todo cuanto ocurría. Me interesé siempre por conocer la estructura política local, por saber cómo se movían los ejes de poder allí y qué era lo que los sostenía. En esa época me interesaba mucho, también, la actividad cultural. Promovimos círculos de cine, presentaciones de obras de teatro... Los amigos impulsábamos, un poco de manera espontánea, sin organización formal, actividades culturales alrededor de la Casa de la Cultura. También nos acercamos mucho al movimiento campesino y colaborábamos con la organización campesina del Cesar, por esa época muy activa, porque la lucha era también por la recuperación de tierras para los campesinos pobres del Cesar, una región de terratenientes. Esa organización era muy activa y nuestro grupo de amigos –abogados, médicos, economistas, arquitectos, agrónomos– colaboraba mucho en diferentes tareas. No teníamos con ellos ningún vínculo formal, pero nos solidarizábamos con sus luchas. Por ejemplo, cuando los detenían, René Costa, uno de los abogados,

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que fue asesinado después, era muy diligente con los que eran detenidos, acusados de ser invasores. Igualmente, los médicos atendían a la gente que llevaban a Valledupar. Era una labor de solidaridad que hacíamos con mucho entusiasmo porque creíamos que era nuestro deber social contribuir con sectores desprotegidos. Después se creó una institución de educación superior, que se llamó Ituce, Instituto Técnico Universitario del Cesar. Allí me vinculé como profesora. Unos dos o tres años después, los estudiantes y algunos profesores, entre ellos Ricardo Palmera, José Francisco Ramírez y muchos otros, empezamos a inquietarnos por el futuro de la institución y pensamos: “¿Por qué no crear de una vez una universidad en Valledupar, una cosa más amplia y una educación más completa?”. Con esa motivación, empezamos a reunirnos con los estudiantes y los profesores y algunas otras gentes de Valledupar. Y de repente, los estudiantes tomaron la decisión de que no había más discusión y que ellos iban a iniciar la campaña por la creación de la universidad. Nosotros aceptamos su propuesta. Se hicieron marchas, se colocaron pancartas, se hizo campaña radial, y un día un dirigente conservador, que era senador, acogió la iniciativa, presentó la propuesta y fue aprobada. Entonces nos vinculamos a la universidad, a trabajar con gran interés. Vino allí la lucha por la organización de los profesores a través de Aspu, la Asociación Sindical de Profesores Universitarios, de la que yo fui secreta­ ria general. También estuvieron en la directiva José David López Teherán, un médico muy querido que fue asesinado después, José Francisco Ramí­ rez, Raúl Bermúdez... muchos profesores. Los estudiantes también habían creado su organización estudiantil, que lideraban, entre otros, Miguel Arroyo y Luis José Mendoza Manjarrez, también asesinados después. Y así, en las reuniones que hacíamos, cualquier día surgió, de manera espontánea, la idea de tener nuestros propios concejales con la intención de que la alcaldía se vinculara de manera más concreta con la universidad, pues la financiación de ésta provenía íntegramente del Ministerio de Educación Nacional, aunque tenía algunos modestos aportes de la gobernación. Nosotros sentíamos que la Alcaldía de Valledupar tenía una obligación con la universidad y que debía hacer aportes de todo tipo. Entonces

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dijimos: “La solución es tener concejales –profesores o estudiantes– en el Concejo de Valledupar”. Y así surgió la primera candidatura nuestra. La lista la encabezamos José David López Teherán y yo, y en segundos renglones iban algunos estudiantes. Hicimos una campaña, creo que tres semanas antes de las elecciones. No alcanzamos a sacar ningún concejal pero fue como si nos hubiera picado el bicho de la política. Quedamos con ganas de seguir en la actividad. Entonces dijimos que íbamos a organizar un movimiento, el Movimiento Cívico de Valledupar, y nos seguimos reuniendo y discutiendo cosas. Pero eso no pasó de ahí. De pronto apareció en el país Luis Carlos Galán3 con su propuesta del Nuevo Liberalismo. Profesores y estudiantes discutimos en la universidad y vimos que resultaba interesante vincularse a un movimiento de carácter nacional, no importaba si nosotros éramos o no liberales. Nunca nos hicimos esas reflexiones sobre nuestro origen político. Yo, particularmente, como Daza, provengo de una familia de tradición conservadora –quizás soy la excepción, pues todos los Daza deben ser conservadores–. Nunca nos preguntamos quién era quién ni de dónde veníamos ni qué militancias habíamos tenido o pretendíamos, sino que simplemente nos vinculamos al Nuevo Liberalismo con Galán. Esto fue extraordinario porque nos encontramos con mucha gente con la cual de pronto no queríamos discutir de política, gente de Valledupar que representaba lo tradicional, el establecimiento local, digamos. Pero fue interesante poder discutir con ellos las inquietudes ciudadanas nuestras, las inquietudes como profesores de la universidad, las inquietudes acerca del desarrollo de la ciudad, de la votación de la ciudad, de las actividades culturales en Valledupar –que eran precarias–. Entonces, en esa medida, el Nuevo Liberalismo fue una experiencia extraordinaria, muy interesante, y había mucha cordialidad en el grupo. 3. Luis Carlos Galán (1943-1989) fundó en 1979 el movimiento político Nuevo Liberalismo. De ideas renovadoras en el ámbito político colombiano y acérrimo enemigo de la corrupción y el narcotráfico, fue asesinado por orden del narcotraficante Pablo Escobar el 18 de agosto de 1989, cuando se encontraba en campaña como candidato a la Presidencia de la República. Dieciocho años después, el 11 de octubre de 2007, Alberto Santofimio Botero, miembro del Partido Liberal Colombiano, ex senador y ex ministro de justicia, fue condenado por la justicia colombiana a pagar 24 años de prisión como autor intelectual de homicidio con fines terroristas en el asesinato del líder político.

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Un miembro entusiasta en el Nuevo Liberalismo fue Ricardo Palmera. Ahí desplegó todas sus dotes de político, de expositor. Nunca antes se había destacado tanto como en ese periodo. Viajamos mucho a La Guajira, a todo el Cesar, asistimos a eventos en toda la Costa Atlántica. Hicimos una experiencia muy interesante. Sobre todo el médico López Teherán, Ricardo Palmera y yo. Éramos como los más dedicados a esto en esa oportunidad. Con Galán, la relación fue buena siempre, pero fue mucho mejor con Rodrigo Lara Bonilla.4 Era un hombre extraordinario Rodrigo Lara. Uno puede decir que sobrado. Tenía mucho carisma, tenía gran aceptación dondequiera que llegaba. Era un hombre muy cálido, de una exposición brillante. Desde luego, Luis Carlos Galán también era un hombre muy talentoso, pero era muy bogotano, un poco tímido. Rodrigo Lara era más desabrochado, más espontáneo. Con él compartimos mucho, aprendimos mucho. Departir con él siempre fue muy agradable y muy interesante. Y éramos ambiciosos con él, nos sentábamos a conversar y juntos tejíamos sueños para la Valledupar y la Colombia del año 2000. Yo fui elegida concejal con el Nuevo Liberalismo. En esa campaña me descubrí un gran talento para hacer discursos. A mí me resulta mucho más fácil, y me sale mejor, si hablo ante cinco o diez mil personas que si hablo ante una sola. En el concejo municipal entré a hacer escuela, a aprender cómo era ese tejemaneje de los intríngulis y los acuerdos y los nudos que allí armaban liberales y conservadores para repartirse los poquísimos puestos que había en la alcaldía. Nosotros, los nuevos liberales, habíamos acordado que no aceptaríamos cargos en la burocracia para no enredarnos en esas componendas, que se prestaban para otro tipo de negocios posteriormente. Para mi sorpresa, en el concejo éramos dos mujeres no más. Ambas éramos novatas, pero algún desempeño hubo. Yo traté de imprimirle siempre mucha seriedad y altura a mis intervenciones, a los debates que promoví. Eso, sumado a la amistad con algunos otros concejales liberales, llevó a que me eligieran presidenta del concejo. Creo que fui la primera 4. Rodrigo Lara Bonilla (1942-1984) fue un destacado miembro del movimiento político Nuevo liberalismo. En 1983, como ministro de Justicia, denunció abiertamente la existencia de grandes capos del narcotráfico y su influencia en la política colombiana. El 30 de abril de 1984 fue asesinado por orden del narcotraficante Pablo Escobar.

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mujer presidenta del concejo en esa ciudad tan machista. Desde luego, fue una buena escuela. Yo conocí muchas cosas a través de ese trabajo en el concejo municipal y me gustó mucho. Pero yo quería hacer del concejo un foro abierto. Nunca entendí por qué se prohibía la intervención de lo que allá llamaban “las masas”. Intenté convencer a los compañeros de que hiciéramos de algunas de las sesiones, por lo menos, unos foros abiertos donde la gente que asistía pudiera hablar, expresar su opinión, intervenir. Pero había sectores bien atrasados a los que mi propuesta les resultó hasta ofensiva. Me hicieron cuestionamientos acerca de cuáles eran las pretensiones algo extrañas que yo tenía cuando proponía ese tipo de cosas. Para la época estaba muy activo el M-195, y recuerdo que alguna vez un concejal conservador me dijo que seguramente yo era del M-19 y que pretendía que allí asistiera la gente influenciada por ellos para hacerse propaganda. Fue una cosa un poco desagradable... Después vino un periodo difícil en el Nuevo Liberalismo. Yo pienso que mi buen desempeño y algún reconocimiento que había tenido desarrollaron cierto celo en alguna gente del Nuevo Liberalismo, que creyó cosas ajenas a mí, que yo tenía ambiciones de seguir adelante en los procesos electorales e ir a la asamblea, ir al Parlamento. Terminamos retirándonos del Nuevo Liberalismo porque no llenó todas nuestras aspiraciones. Tuvimos contradicciones frente a temas como la reforma agraria, la lucha popular, el movimiento campesino... Ahí afloraron ya los intereses de cada uno y fue imposible lograr un acuerdo. Yo pienso que eso fue una falla grave. Nosotros hemos debido ser más tolerantes, ceder un poco más y entender que no se podían dar saltos y que había que ir caminando des5. El Movimiento 19 de Abril, M-19, conformado en 1974, fue un movimiento guerrillero de orientación nacionalista y bolivariana. Mediante un acuerdo de paz con el Gobierno del presidente Virgilio Barco (1986-1990), el M-19 se desmovilizó como grupo armado e inició su participación en la vida política institucional con la creación de la Alianza Democrática M-19. Carlos Pizarro, su máximo líder y candidato a la Presidencia de la República por este movimiento político, fue asesinado el 26 de abril de 1990 por orden del jefe paramilitar Carlos Castaño. En la actualidad, importantes líderes y numerosos militantes del M-19 hacen parte del Polo Democrático Alternativo, partido de orientación democrática, civilista, pluralista, multicultural y multiétnica, en el que convergen personas y tendencias de la izquierda democrática.

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pacio. Pero nos aceleramos y nos retiramos del Nuevo Liberalismo. Sin embargo, los amigos, los más cercanos, seguimos discutiendo los sucesos, los eventos, la política. Entonces, cualquier día llegó la elección de Belisario Betancur6 como presidente y los acuerdos de la Presidencia de la República con las Farc, y surgió la propuesta de la Unión Patriótica. Pero antes de eso nosotros veníamos discutiendo, inclusive ya con otros amigos, con los que habían sido nuestros alumnos en la universidad, algunos de los cuales ya eran profesionales en ejercicio, el qué hacer, es decir que si ya no era el Nuevo Liberalismo, qué era ahora. Y retomamos la vieja idea de la Universidad Popular del Cesar, del Movimiento Cívico. Lo llamamos de otro modo y hablamos entonces del Movimiento Cívico Popular Causa Común. Ésa fue una etapa emocionante. Éramos capaces de sentarnos en un patio de Valledupar, debajo de un palo de mango, en unas butacas de madera, a discutir durante siete, ocho, nueve horas –escasamente nos tomábamos un café o una cerveza–, a soñar colectivamente con ese movimiento que ya era nuestro. Porque el Nuevo Liberalismo era un movimiento en el que había dirigentes que provenían de las familias ricas de Valledupar y de otras gentes que habían tenido militancia en el Partido Liberal y tenían todas esas prácticas de la política liberal: muy dados a eso de las jerarquías y de las jefaturas y de que quien dispone del dinero para financiar la actividad política es el jefe natural. Mientras que el Movimiento Cívico Popular Causa Común era otra cosa, porque si bien allí había algunas personas que tenían solvencia económica, eso no contaba para nada. Estábamos todos en condiciones de igualdad. Allí había obreros, maestros de escuela, tenderos, taxistas, médicos, abogados, agrónomos, arquitectos, pequeños empresarios, sindicalistas, dirigentes populares. Había mucha camaradería entre nosotros, éramos realmente una hermandad que destilaba entusiasmo, alegría y ánimo por transformarlo todo para bien del pueblo vallenato. Valledupar era entonces, yo siento ahora, un cuasiparaíso. Allí se vivía en una tranquilidad envidiable. Esto era el año 83. Había una situación económica relativamente estable, a pesar de la crisis algodonera, y Valledu6. Dirigente del Partido Conservador y presidente de la República durante el periodo 1982-1986, en el cual se iniciaron las negociaciones de paz con las guerrillas.

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par ya tenía plan de desarrollo. Había un ambiente de mucha camaradería, de mucha parranda. Nosotros discutíamos todo un viernes en la tarde y todo un sábado, pero después nos íbamos para La Ceiba a comer sancocho de mondongo y después terminábamos, generalmente en mi casa, con un conjunto vallenato o escuchando el último disco de los Hermanos Zuleta, o el de Jorge Oñate, o el de Diomedes Díaz. Disfrutábamos mucho la música vallenata. Éramos capaces de escuchar toda la noche un disco que hubiera salido recientemente para poder juzgar si era bueno, si era malo.... Armábamos unas terribles discusiones sobre música. En ocasiones disfrutábamos también del toque del conjunto vallenato de alguno de los miembros del grupo, como Lucho Mendoza. Se vivía muy intensamente. Uno no tenía momentos como de soledad, casi ni de reflexión. La reflexión era colectiva, las fantasías también eran colectivas, todo era en grupo. Realmente éramos como una hermandad. Nos queríamos muchísimo, a pesar de que había contradicciones entre nosotros, y gritábamos y peleábamos pero eso no trascendía, era parte de la convivencia. En el año 84 apareció entonces la propuesta del Diálogo Nacional de Belisario Betancur. Nos entusiasmó mucho. Nos vinculamos no sólo los de Causa Común –que todavía era una organización incipiente que ni siquiera se había lanzado–, sino también gente del Partido Comunista, líderes que trabajaban en la lucha por la vivienda, la Coordinadora Obrera Campesina Popular, la organización campesina de los que luchaban por la tierra para los campesinos pobres, gente del Moir7... se vinculó mucha gente. Incluso se vincularon los que allá se llamaban las “personalidades democráticas”. Todos, todos nos vinculamos al Gran Diálogo Nacional. En ese momento empezó a cambiar el clima de confianza que había en la ciudad, de entusiasmo, de fe en lo que se estaba haciendo, porque a esas reuniones del Diálogo Nacional empezaron a mandarnos agentes del DAS8 y del F-29, que nosotros, en un pueblo como Valledupar, sabíamos 7. Movimiento Obrero Independiente Revolucionario. 8. El Departamento Administrativo de Seguridad, DAS, creado en 1960, es el máximo organismo de inteligencia en Colombia y depende directamente de la Presidencia de la República. Sus funciones están relacionadas con inteligencia estratégica, investigación criminal, control migratorio y protección de los altos dignatarios. 9. Antiguo cuerpo de seguridad de la Policía Nacional, hoy Dirección Central de Policía Judicial (SIJIN).

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identificar de primerazo. En su mayoría era gente venida del interior, así que apenas hablaban identificábamos que no eran de allí. Algunos, inclusive, portaban cámaras fotográficas, y el que menos llevaba, portaba su libretica y su lapicero en la mano, aparentaban ser periodistas. Entonces muchas de esas asambleas se volvieron inmanejables porque primero teníamos que discutir si era correcta o no la presencia de agentes de los organismos de seguridad. Muchas veces, ya abiertamente, ellos se negaron a desalojar las aulas. Nos tocaba, entonces, apelar al gobernador, pedirle garantías. El gobernador intervenía. Algunas veces le prestaron atención, otras no. Eso desanimó mucho porque comenzó a darle al Comité de Diálogo un carácter casi clandestino. Nos tocaba reunirnos avisándonos con mucha cautela para que nuestras reuniones no fueran vigiladas. La gente del M-19 apareció en esa época. Con ellos asistimos también a algunas reuniones en el despacho del gobernador, impulsamos algunos acercamientos para escucharlos, para saber qué era lo que en realidad pretendían, de qué manera nosotros podríamos contribuir a que ellos se vincularan de lleno a la vida política y abandonaran la lucha armada. Todos esos temas se tocaron. También llegó después gente de las Farc. Con ellos, igualmente, nos reunimos, los escuchamos, y ya ellos comenzaron a comentarnos lo que tenían en mente acerca de la Unión Patriótica. En fin, tuvimos la oportunidad de conversar con todo el mundo. Era un diálogo abierto, amplio, y el propósito era siempre restarle viabilidad al proyecto armado y aumentársela sí, mucho, a un proyecto político, que imaginábamos ambicioso, en el cual confluyeran todos estos luchadores de las organizaciones armadas, junto con nosotros, para trabajar por el mejoramiento del país. La Unión Patriótica apareció entonces ya más concretamente. Nos seguimos acercando con la gente del Partido Comunista, a pesar de que las relaciones no eran buenas –nunca habían sido buenas–. Teníamos muchas contradicciones con los compañeros, no compartíamos sus métodos de trabajo político. Muchas veces no compartíamos su discurso ni su visión de las cosas, pero teníamos claro que el propósito último de ellos y de nosotros era el mismo. Era por la justicia social, por la democratización de la vida colombiana, por la lucha contra la corrupción, por la eficiencia de la administración pública, en fin...

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Nosotros seguimos trabajando con Causa Común. Hicimos entonces el lanzamiento de la organización, sacamos una primera publicidad. Fue impresionante la aceptación que tuvimos en Valledupar. Íbamos a los barrios, repartíamos nuestras hojitas, invitábamos a la gente a una reunión en una casa de familia. Teníamos gente conocida y amigos en casi todos los barrios de Valledupar, gente muy simpática. En eso tuvimos suerte. Nos encontramos unos personajes increíbles en los barrios, con capacidad de movilización y credibilidad en la comunidad. Entonces muchas veces acordábamos con la señora de la casa que nos íbamos a reunir ahí en su patiecito, debajo de un palo de mango, donde ella improvisaba unos asientos para reunirnos con la gente, pero a veces me tocaba pedirles a muchos de los asistentes que se reunieran en otra casa y esperaran a que termináramos la otra reunión porque no cabíamos. Yo creo que se dio esa aceptación tan espontánea, tan amplia y tan generosa de la gente porque lo que hacíamos nosotros nadie lo había hecho allá. Los políticos tradicionales manejaban su electorado a través de la estructura –que hoy existe todavía– de los tenientes políticos y de los contactos en el barrio. El candidato no necesitaba ir a las casas a buscar a sus electores porque tenía sus tenientes que le movilizaban al electorado y lo concretaban para que fuera a votar el día señalado. Nosotros, en cambio, teníamos otra concepción de la política, otros propósitos, otra manera de hacer las cosas, y creíamos en la democracia participativa, no nos gustaba la democracia representativa porque juzgábamos que no había funcionado. Nosotros promovíamos una democracia con participación de la gente. Teníamos, además, la enorme ventaja de tener un hombre como Rodolfo Quintero, de un carisma, de una simpatía y de una facilidad de expresión admirables, de un humor extraordinario para llegarle a la gente, para hacerse escuchar, y un maestro, un pedagogo impresionante: explicaba con lucídez la situación política, los problemas del país, por qué estábamos como estábamos, qué era lo que había que cambiar. Yo también tenía alguna facilidad para hacer eso mismo. Entonces había hacia nosotros una simpatía natural en la población de Valledupar y en los pueblos de la región –porque nosotros también hicimos campaña en La Guajira–. Vino entonces la vinculación formal con la Unión Patriótica, y convinimos en que Causa Común se integrara junto con el Partido Comunista y al-

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gunos sectores independientes. También líderes sindicales que no hacían parte de Causa Común ni del partido se vincularon, como personas, a la Unión Patriótica. Creo yo que al Cesar le cabe el honor de haber lanzado a la UP como movimiento nacional. Esto ocurrió el 16 de junio de 1985 en Pueblo Bello, Cesar. Infortunadamente, el acto no fue como queríamos y pensábamos que iba a ser. Aunque el Gobierno había manifestado su compromiso de dar las garantías para que los eventos de la Unión Patriótica se realizaran, dos días antes del lanzamiento comenzaron a llegar a Pueblo Bello agentes de los organismos de inteligencia. Empezaron a hacer preguntas, a pasearse por la población en una actitud un poco provocadora, arrogante, y el día mismo del lanzamiento instalaron un retén en la entrada de Pueblo Bello para pedirle a la gente su documento de identidad. ¿Qué pretendían con eso? No sé... En unos papeles iban escribiendo los nombres y el número de la cédula. Cuando ya la gente que llegó fue multitud, esa tarea resultó imposible y dejaron de hacerlo. Pero, indudablemente, fue una provocación. Entonces pensábamos: “¿Qué será lo que pasa?, ¿cuáles son las garantías que nos dan?”. Sin embargo, se hizo el lanzamiento de la Unión Patriótica. Fue gente de Santa Marta, gente de muchas organizaciones. Recuerdo en ese acto la presencia de Clementina Cayón10 y la de Marco Sánchez, líder de un movimiento cívico en Santa Marta. Fue gente de La Guajira y de todo el departamento del Cesar. Fue un acto multitudinario. Pero eso de las listas que hicieron y eso de pedirle el documento de identidad a la gente fue desagradable. Inclusive en el acto, al cual asistió también Consuelo Araújo Noguera11, la Policía y miembros del Ejército intervinieron demasiado en una actitud provocadora, innecesaria, además. En el acto había gente de las Farc, eso es cierto, porque la Unión Patriótica era con ellos. Y lo que se había dicho era que la UP iba a ser el mecanismo o, digamos, la 10. Madre de Jaime Bateman Cayón, fundador del grupo guerrillero M-19. 11. Consuelo Araújo Noguera, nacida en Valledupar en 1940, fue una líder política y una destacada investigadora y promotora de la cultura vallenata. Se desempeñó como Ministra de Cultura en la administración del presidente Andrés Pastrana. En 2001, luego de ser secuestrada por las Farc, murió en estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, región del Cesar, en medio de una operación para rescatarla efectuada por el Ejército Nacional.

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organización a través de la cual la gente de las Farc se vincularía a la actividad política concreta. Entonces su presencia tenía una explicación. Pero en cada casa donde parecía que había alojada gente de las Farc, colocaron miembros del Ejército y de la Policía con armas que apuntaban allí, en una actitud muy incómoda y que juzgábamos preocupante. Sin embargo, el evento se hizo con éxito. Hubo mucho despliegue, mucha noticia en la radio y en el periódico local, y se juzgó en general como un buen acto, como un evento que marcaba una etapa en la vida política de la región y que quizás iba a ser el comienzo de un periodo de superación de la lucha armada en esa zona. Pero, pocos días después del lanzamiento de la Unión Patriótica en Pueblo Bello, fueron asesinados allí dos campesinos, pequeños propietarios, dueños de fincas y de ganado, en cuyas casas se habían alojado los delegados de las Farc al evento. Ellos además eran las personas que habían regalado vacas para hacer un asado con el que se le dio comida a la gente que asistió. De los nombres de esos campesinos no me acuerdo. Me duele y me avergüenza reconocerlo, pero voy a hacer lo posible por recuperar sus nombres porque tienen derecho a ser reivindicados. Fueron hombres trabajadores, generosos, amplios, que creyeron en una propuesta de la Presidencia de la República, y sin embargo, fueron traicionados en su buena fe. Todo esto nos dolió mucho, nos preocupó demasiado. De ahí en adelante, yo puedo decir, las cosas cambiaron. El aire político se enrareció, la atmósfera política cambió. Nosotros sentimos que habíamos madurado y que nos habían golpeado. No entendíamos muy bien, pero fue así. Después del año 85, y dentro de esta propuesta del Diálogo Nacional y de la Unión Patriótica, vino la iniciativa de hacer el lanzamiento de la UP de toda la Costa Atlántica en Barranquilla. Belisario Betancur, a través de uno de los miembros del Comité de Diálogo Nacional y de una periodista, contactó a Consuelo Araújo Noguera en Valledupar para que nos colaborara en la tarea de hacer el lanzamiento de la UP allá. Ella hizo cosas que a nosotros mismos nos sorprendían, como invitar a su casa al comandante del frente de la Sierra Nevada, el Frente 19 de las Farc, Adán Izquierdo, para que le explicara bien qué era eso de la Unión Patriótica, cuál era la propuesta concreta, qué era lo que las Farc pretendían y cómo era eso del lanzamiento en la Costa Atlántica.

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Cuando eso ocurría era el año 86. Mi segundo hijo había nacido recientemente, lo recuerdo muy bien. Consuelo Araújo me llamó para invitarme a esa reunión con el comandante del Frente 19 y con otras personas, y yo le dije que no podía asistir porque tenía un hijo casi recién nacido que estaba amamantando. Entonces me dijo: “¿Cuál es el problema, si de todas maneras puedes hablar?”. Le dije: “Sí, pero es que yo le estoy dando seno a mi hijo”. Entonces me replicó: “Eso no es ningún problema. Yo te lo tengo. Y cuando llore de hambre, te lo paso y le das la teta delante de todo el mundo. Si eso es lo más natural...”. Yo le dije: “No, ése no es el problema, sino que el niño se orina, en fin...”. Pero ella insistió: “No, eso tampoco es problema. Yo me encargo de él. Si me orina, entonces yo seré su madrina”. Así que yo le dije: “No, si mis hijos no se han bautizado”. Y ella remató: “Si no los han bautizado, mejor, porque yo los voy a bautizar”. Ella trató de superar todos los obstáculos que le puse, yo finalmente asistí a la reunión, y así nos hicimos comadres. Esa reunión del lanzamiento de la Unión Patriótica con los siete gobernadores de la Costa Atlántica se hizo en Barranquilla. Fue una tarea durísima, que Consuelo Araújo hizo con enorme fervor, con mucha fe y gran entusiasmo. Ella hizo cosas muy osadas en Barranquilla: buscó alojamiento para todo el mundo, no sólo para los gobernadores, sino también para los delegados de las Farc y para los delegados de Causa Común. Fue admirable. Después de eso vino el proceso electoral. Ella conversó con nosotros acerca de nuestras aspiraciones para el concejo, para la asamblea, para el Congreso. El caso fue que, finalmente, después de hablar con todos los grupos liberales de Valledupar, con ella como mediadora, logramos llegar a un acuerdo con su hermano Álvaro Araújo Noguera para compartir lis­ tas en ese proceso electoral. Ellos nos hicieron una muy significativa contribución económica, con la cual pudimos financiar nuestras actividades, porque nosotros no teníamos recursos. Ni siquiera teníamos una sede. Nosotros no teníamos con qué pagar un alquiler. Con esos recursos de Álvaro Araújo y de su grupo político, y con Milcíades Campillo Acosta, que era un liberal progresista, de avanzada –asesinado más tarde–, hicimos ese acuerdo y compartimos listas para las elecciones de ese año.

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Nosotros lanzamos candidatos propios al Senado, con una lista encabezada por Germán Gómez, un abogado, y Luis Mendoza Manjarrez, asesinado en octubre del 2001. En la asamblea logramos elegir un candidato suplente, Víctor Ochoa Amaya, también asesinado después. Yo compartí renglón para el concejo con un sobrino de Álvaro Araújo, Santander Araújo, y salí elegida concejal nuevamente, esta vez con la Unión Patriótica, pero no pude ejercer en ese periodo porque fue cuando me tocó salir de Valledupar por las continuas amenazas contra mi vida. Durante todo ese tiempo, nosotros aún conservábamos gran entusiasmo. A pesar de las dificultades y los tropiezos y de algún temor que ya sentíamos, creíamos que eran dificultades superables y que no era fácil –ya teníamos conciencia de eso– hacer política en Colombia con los principios nuestros. Pudimos comprobar en carne propia que la democracia era muy estrecha y efectivamente no funcionaba, que en Colombia no se podía opinar distinto del establecimiento y que era muy peligroso hacer política por fuera de los partidos tradicionales. Comprobar eso fue muy duro, pero nos dábamos ánimo y decíamos: “Eso es lo que hay que cambiar, por eso es que hay que seguir luchando, por eso es que no nos tenemos que acobardar, porque si no, eso nunca va a cambiar y la situación del país va a ser peor cada vez”. Entonces, con esa reflexión, decidíamos seguir adelante. En esas elecciones además tuvimos un concejal en La Jagua de Iribico, Jairo Urbina Lacoutire, que fue asesinado; otro concejal en Becerril, Toño Quiroz, que también fue asesinado; un concejal en San Alberto y otro en San Martín. En resumen, electoralmente nos fue muy bien: en su lista al Senado, la Unión Patriótica, sola, puso más de seis mil votos en el departamento del Cesar. Eso fue una enorme sorpresa. Los comentaristas políticos del establecimiento comentaban, asombrados, nuestro resultado electoral. Desde luego, nosotros mismos también nos sorprendimos de la respuesta que la gente dio a nuestra convocatoria. Y eso sí nos animó definitivamente. Pero los tropiezos siguieron... Un poco después, el 18 de abril del 87, recibimos la terrible noticia de que Toño Quiroz había sido asesinado en Becerril. Toño era un hombre muy especial. Era conservador, era un hombre jefe de hogar, que tenía su mujer y sus hijos. Un hombre de una voz que no necesitaba micrófono. Era atrevido, irreverente y sobre

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todo temerario. Él pensaba que la Unión Patriótica pronto iba a ser el movimiento nacional que iba a transformar el país. Era un hombre singular y un hombre mayor. Un hombre de trabajo, en alguna medida rudo, curtido en la lucha por sostener su familia. Muy simpático, con mucho carisma. Pero lo asesinaron... Ése sí fue un golpe fatal. No entendíamos qué pasaba. Pero ya no nos daba tanto miedo como rabia. Fuimos al entierro de Toño Quiroz. Cuando estábamos allí, Jairo Urbina, concejal de La Jagua de Iribico, un sociólogo de la Universidad Nacional, decidió ir a La Jagua a buscar algo... no recuerdo qué. Y cuando venía de regreso, una patrulla del Ejército lo detuvo. Lo bajaron de su carro, lo subieron a un camión y se lo llevaron. Nosotros seguíamos en el velorio de Toño e íbamos a salir para la iglesia y luego al cementerio. Pero alguien que venía por la carretera se anticipó y nos avisó lo que había sucedido. Nos decidimos a irnos detrás del camión donde llevaban a Jairo porque sospechábamos que también lo iban a asesinar. Eso fue una osadía, desde luego. Cuando íbamos en la carretera de Becerril hacia Codazzi, el camión del Ejército se detuvo, se bajó un teniente y nos apuntó con su arma y nos conminó a devolvernos. Dijo que no podíamos seguir detrás de ellos. Nosotros le replicamos: “Sí seguimos porque ustedes en ese camión llevan a un compañero nuestro y tememos por la seguridad de él”. Ese hombre entró en cólera –un hombre muy joven, costeño– y les hizo una requisa brutal y agresiva a Rodolfo y a Lucho. Yo me salvé de la requisa porque estaba embarazada. Nos dejó ahí parados y dijo que no podíamos seguir. No le hicimos caso. Seguimos. Llegamos a Valledupar, y con la mediación de la gobernadora nos entrevistamos con los jefes del Batallón del Ejército La Popa, porque La Popa era un garante de que nosotros podíamos desarrollar nuestra actividad política normalmente. Pero a Jairo no lo llevaron a La Popa, lo llevaron al Comando del Ejército de Buenavista, en La Guajira. Al día siguiente organizamos un viaje a Buenavista para hablar con el Ejército y exigirle el cumplimiento de las garantías que el presidente de la República ofrecía. Soltaron a Jairo, pero él nos contó que cuando salía del batallón –que creo que es lo que hay ahí–, un oficial del Ejército le dijo: “Si usted sigue en esas andanzas de la Unión Patriótica y en esas compañías de los guerrilleros de las Farc, yo mismo se lo voy a cobrar”.

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Y así fue... Jairo Urbina Lacoutire fue asesinado el 6 de abril de 1991 en su propia casa en Valledupar. Jairo era un hombre para quien la política era una pasión. Como sociólogo, era un hombre sensible a los problemas del país, de la región. Era un conocedor. Tenía gran habilidad para interpretar a la gente. Era un hombre enamorado de su profesión y de la vida. Tenía muchos hijos. Machista, en medio de todo... Se enamoraba con gran facilidad y tenía un éxito increíble entre las mujeres. Yo siempre le decía: “Tú ni siquiera bien parecido eres”. Y entonces él me decía: “Pero tengo mis secretos... Yo sé cómo hago mis cosas”. También tenía unos hijos muy lindos. Y era un hombre muy trabajador, dueño de finca, agricultor, ganadero. Yo no sé cómo le quedaba tiempo para tantas cosas, porque a la política se dedicaba con fervor. Era buen lector, además, y sobre todo un hombre soñador. También, parrandero insigne –como todos nosotros–. Intentaba componer versos. Nosotros le decíamos que él no componía versos sino que los “cometía”. Se reía de tantas locuras que hacía... Jairo. Este hecho, sumado al asesinato de Toño Quiroz y a otras cosas que ya habían pasado, nos empezaron a llenar de mucho temor. Pero había que seguir la actividad, y nosotros teníamos claro que era esto lo que justificaba nuestra lucha, porque era todo eso lo que había que cambiar. Cualquier día, por allá por el año 87 también, apareció en Valledupar alguien invitándonos a participar en el paro del nororiente colombiano. La verdad es que como esto era una cosa que venía de Norte de Santander, de Santander y un poco del sur del Cesar, no comprendimos bien. No sé en qué estábamos nosotros tan ocupados o entretenidos que no le prestamos tanta atención. De otra parte, sabíamos que en la organización del paro había gente de A Luchar12, y las pocas veces que nos habíamos encontra­ do no habíamos tenido mucha identidad en la manera de operar ni de hacer política. Entonces, la verdad, no nos interesó mucho ese paro, que fue lo que vino a decidir luego tantas cosas en lo político y en lo personal. Nunca sospechamos que iba a ser así. El paro del nororiente se dio entre el 8 y el 12 de junio del 87. Nosotros prácticamente nos encontramos la marcha... Yo iba ese lunes a tra12. Organización política surgida del Ejército de Liberación Nacional, ELN, grupo guerrillero de tendencia procubana.

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bajar –en ese tiempo era asesora económica de la gobernadora–, común y corriente, cuando me dijeron: “Ya llegó la gente de la marcha del paro del nororiente”. Y entonces me fui a la plaza Alfonso López a ver qué era lo que pasaba. Y fue cuando me sorprendió un desfile de ocho mil campesinos que venían caminando desde Santander, que habían andado por todo el Cesar y finalmente llegaban a Valledupar. Era una marcha que impresionaba por lo ordenada y por los rostros de la gente. Campesinos sudorosos, mujeres agotadas, niños que ya no podían más, todos cargando las mínimas pertenencias que tenían, unos morrales, y un cansancio que se reflejaba en sus rostros. Llegaron a la plaza Alfonso López. Nosotros, los de Causa Común, la verdad, no sabíamos qué hacer con esa multitud. Pero, de otra parte, cuando nos encontramos, rápidamente dijimos: “Éste es nuestro escenario, esta gente está en nuestro patio. Nosotros tenemos que intervenir aquí”. Yo creo que la intervención de nosotros, Causa Común, en ese momento y en esa plaza, evitó problemas que hubieran sido muy graves en Valledupar, porque para nosotros era claro que era nuestro patio, que era el terreno donde actuábamos y que teníamos que intervenir para que las cosas se desarrollaran como debía ser. Yo recuerdo que me subí a la tarima de la plaza Alfonso López, intenté tomar un micrófono para instruir a la gente acerca de cómo debía distribuirse en la plaza por colonias: la gente de Becerril, la gente de Ocaña, la gente de Río de Oro, en fin, y de repente, un muchacho con el rostro tapado me quitó el micrófono y me dijo que yo no tenía nada que hacer ahí, que yo era una aparecida y que a mí quién me había llamado. Fue una discusión dura, difícil, porque yo le dije: “Primero, descúbrete el rostro y muestra tu cara, que aquí no hay clandestinos, y nadie tiene que esconderse porque esto es un acto legítimo y tenemos derecho a dar la cara y a decir quiénes somos y a exigir la reivindicación de los derechos de la gente que vino aquí a protestar. Aquí nadie necesita cubrirse el rostro”. No era él solamente el que tenía cubierto el rostro y además habían empezado a pintar las casas de la plaza con consignas realmente belicosas. Nos movilizamos rápidamente, hicimos que suspendieran las pinturas en la plaza, les hicimos descubrir los rostros y tomamos la dirección del evento, con mucho esfuerzo pero también con mucho coraje.

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Después se designó la comisión que iba a negociar con el Gobierno, y se empezaron al día siguiente, el martes, las discusiones con la Gobernación y con todos los representantes del Gobierno que allí se designaron. Pero realmente no hubo diálogo ni discusión. Hubo acusaciones y agresiones de palabra mutuas. Fue difícil eso... Finalmente el jueves se firmaron unos acuerdos macro, de muy dudoso cumplimiento porque implicaban los cambios a los que nosotros aspirábamos. Y aunque allí se comprometieron por la presencia de la gente y la toma de la plaza, sabíamos que era muy difícil que de un día para otro el Gobierno y las autoridades convinieran en transformar lo que nunca habían querido transformar: la propiedad de la tierra, la atención de problemas sociales, el crédito oportuno y barato, la capacitación campesina, los subsidios al agro, la promoción de cooperativas. En todo caso, después de esos acuerdos convinimos en que el viernes se desalojaría la plaza. Ese día, allí, yo fui la última oradora. Le informé a la gente sobre los acuerdos generales que se habían logrado, destaqué la importancia de la actitud comprensiva y tolerante que tuvieron todos frente a las provocaciones del Ejército, que había colocado tanques en cada esquina de la plaza para amedrentarnos, para infundir miedo y terror. Y realmente hubo gente que se aterrorizó con los tanques, pero logramos calmarlos. Nadie se dejó provocar a pesar de que nos provocaron hasta el extremo. Hubo también una increíble colaboración de la ciudadanía de Valledupar. Nosotros recolectamos algún dinero para comprar medicinas para gente enferma, para comprar alimentos, pero nadie nos recibió dinero. Ninguna farmacia recibió pago, ninguna panadería recibió pago. Los depósitos del mercado público nos regalaron la comida para la gente. La solidaridad del pueblo vallenato fue conmovedora. Eso nos demostraba que teníamos la razón, que la lucha era justa y que el pueblo vallenato estaba dispuesto a apoyar a los sectores marginados y pobres cuando se decidían a reclamar sus derechos, que teníamos razón, que la causa era justa. La Iglesia, en la voz del padre Becerra, se manifestó a favor y pidió calma, comprensión, tolerancia. La actitud del padre fue conmovedora también. Él caminó por la plaza, habló con la gente. También fue destacada la

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actitud del gerente de Empodupar13 en ese momento, Elías Ochoa Daza, posteriormente alcalde de Valledupar, que nos garantizó el suministro de agua y el desagüe de las aguas negras de la plaza Alfonso López. Yo lo vi a él en la plaza ayudando a transportar tubos, cables, mangueras... Trabajó dos días, sin descanso, en esa plaza. Mucha gente expresó de diversas maneras su simpatía, su respaldo, su apoyo. Y no creo que lo hicieran –como dijeran alguna vez– por miedo. Fue un hecho que nosotros decíamos: “Marcará en dos la historia de este pueblo”. Pero pensábamos que la marcaría en dos y que la segunda etapa iba a ser mejor, que habíamos dado un salto enorme, que el pueblo de Valledupar había aprendido que los pobres también tenían derecho a reclamar, a protestar y a exigir, y que el reclamo había sido pacífico. De parte de los manifestantes no hubo una sola agresión contra los habitantes de Valledupar. Claro, allá juzgan agresiva la toma de la plaza, pero no había otra manera de hacerse sentir. Cuando se retiró la multitud de la plaza fue conmovedora la disciplina y el orden con que lo hicieron. La gente salió de allí cantando, jubilosa, entusiasta, porque las cosas se iban a mejorar. Nosotros quedamos rendidos del cansancio. Fue una semana de mucha tensión, de estrés extremo, y decidimos descansar ese fin de semana, reposarnos, y reunirnos la semana siguiente para comentar todo lo que había pasado, evaluar y reproyectar nuestro trabajo político. Para nosotros, los de Causa Común, había sido especialmente un evento de mucha exigencia porque no estábamos preparados. Después reconocimos la habilidad que tuvimos para controlar la situación, y la clase dirigente del Cesar debería habernos reconocido eso y habernos agradecido que hubiéramos podido, con relativa facilidad, controlar esa multitud que había allá. Sin embargo, allá se dice que eso fue una toma guerrillera y que quienes la dirigieron fueron los guerrilleros y que, sí, la ciudad marcó en dos su historia, pero para mal. Pasaron los días y nosotros seguíamos evaluando lo que sucedía, preocupados porque comenzó a llegar mucha gente a la sede de la Unión Patriótica, a veces a hacernos sugerencias, otras veces a darnos consejos, y más de una vez a hacernos veladas advertencias. Como nosotros éramos 13. Empresa de servicios públicos de Valledupar.

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gente de Valledupar, trabajábamos allá, nos relacionábamos con todos los funcionarios públicos de allá, entonces conocíamos a todo el mundo y todo el mundo nos conocía a nosotros. Y entonces empezaron a llegar a la sede de la Unión Patriótica esos segundones de políticos tradicionales a preguntar qué decíamos de lo que había ocurrido y a hacernos esas sugerencias y esas advertencias. En general todos coincidían en decir que “esto que pasó se los van a cobrar; aquí la gente, la clase dirigente, se siente agredida, humillada, ofendida, y ustedes van a tener que pagar la osadía”. Nosotros no entendíamos por qué y seguíamos comentando, y un día dijimos: “Bueno, vamos a darnos otro reposo; sigamos pensando las cosas y vamos a ver”. Habíamos quedado de reunirnos un lunes. Pero el domingo en la mañanita nos sorprendieron con la noticia de que José Francisco Ramírez había sido asesinado. Esto fue el 27 de junio de 1987. José Francisco Ramírez Torres, “Jose”, había participado como negociador en el Paro del Nororiente. Se había destacado con lujo en sus intervenciones cuando se dieron las discusiones en la Gobernación. Hizo gala de una elocuencia que ni nosotros le conocíamos, de un talento y de una capacidad admirable para argumentar. Además, como abogado, él tenía herramientas jurídicas para sustentar sus argumentos. “Jose” se destacó en esa negociación, y Rodolfo Quintero también. Fueron figuras, realmente. Gente muy joven, profesionales llenos de coraje y de buena fe, con ganas de hacer las cosas bien. A “Jose” lo asesinaron el 27 de junio, después de venir de una reunión en un barrio de Valledupar. Iba llegando a su casa, y al carro se le pinchó una llanta. Él se bajó a cambiarla y, mientras tanto, pasaron dos hombres en moto y lo asesinaron. Éste sí fue el golpe definitivo porque además de que fue un golpe político, fue un golpe al alma, a los sentimientos. Fue terriblemente doloroso. “Jose” era un compañero de ésos que uno juzga irremplazables. Dejó una viuda, unos padres sin consuelo y dos hijas muy pequeñitas –yo creo que ellas no recuerdan bien la imagen siempre sonriente de su padre–. En ese momento, ahí sí, nosotros creíamos que era imposible seguir. En el desfile al entierro de “Jose” –lo llevamos a la universidad porque era profesor allí–, una amiga, funcionaria del poder judicial, se nos acercó a Rodolfo y a mí y nos dijo: “Esto va a seguir. Las órdenes están dadas

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y ustedes dos están en la mira”. Rodolfo no creía, yo sí. Yo sí sentí mucho miedo. Días antes, en una reunión en la sede de la Unión Patriótica, comentábamos el ambiente tan raro, tan pesado, que se sentía en Valledupar. Recuerdo muy bien que “Jose” se me acercó por detrás, me abrazó y, riéndose, me dijo al oído: “¡Ajá, compañera!, ¿mucho culillo?, ¿mucho culillo?”. Y yo me voltié así, altanera, y le dije: “Yo sí siento miedo, ‘Jose’, yo sí estoy asustada”. Y él volvió y me abrazó y me dijo: “Tranquila, compañera, tranquilícese, cálmese...”, riéndose y tomándome del pelo porque yo decía que tenía miedo. Eso fue muy pocos días antes de que lo asesinaran. Después del entierro de “Jose”, hicimos todos los juicios posibles, nos dimos todas las explicaciones, hubo debates de todo tipo... Para mí fue definitiva la advertencia de la amiga abogada, a quien yo sabía bien informada, y tomé la decisión de que no seguía ahí, era imposible. Ese día yo llegué a la casa, me acosté, y al día siguiente me despertaron con la noticia de que en el antejardín de la casa había una corona de flores, que en el centro tenía la calavera de un perro y una bandera con los colores de la Unión Patriótica. Yo ni siquiera quise ver eso. Desde luego, era una advertencia clara, una amenaza muy concreta. En la casa de Rodolfo empezaron a meter papelitos por debajo de la puerta, con frases amenazantes. A “Jose”, días antes de ser asesinado, le habían puesto en el parabrisas de su carro un papel que decía: “Tus días están contados”. Él lo tomó, lo arrugó y se rió. Pensó que era cualquier persona que le tenía bronca y que, por amargarle la vida, le había escrito eso. Entonces yo evalué todo eso y pensé que a “Jose” lo habían amenazado y lo habían asesinado y que ahora éramos Rodolfo y yo los amenazados... Creía que iban a cumplir las amenazas y tomé la decisión, unos veinte días después, de irme de Valledupar. Rodolfo hizo lo mismo y varios de nosotros también. Esos días fueron fatales... fatales. No teníamos alientos para nada. La sensación de frustración era enorme, terrible. Sentíamos miedo, pánico, terror, hasta de salir a la calle... terror de reunirnos. No encontrábamos explicación ni justificación a todo lo que pasaba. Esto fue definitivo. Yo insisto en que si la clase dirigente de Valledupar hubiera valorado con inteligencia el aporte nuestro al paro del nororiente, mucho dolor se hubiera ahorrado a esa región. Porque después de la muerte de “Jose”, nosotros quisimos que ellos entendieran eso y que reconsi-

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deraran su actitud, y nos reunimos con todos, representantes del Partido Liberal y representantes del Partido Conservador. Eso fue una reunión de miedo... Parecía que querían comernos vivos. Yo sentía que no había la más mínima garantía para decir nada. La muerte de José Ramírez inició una época de pánico colectivo. No sabíamos qué hacer y no teníamos cómo enfrentar ese tipo de ataques, de ninguna manera. Nuestra herramienta era la palabra, la justicia, la razón, el discurso, y eso era insuficiente para defenderse uno ante la barbarie del crimen cobarde. Nos reunimos durante muchos días, conversamos, discutimos. Creo que nadie tenía condiciones para darle coraje al grupo y recuperar la calma, y llegamos a un momento de decisiones radicales. Eso sí que dividió la historia de la región... la muerte de “Jose”. Nosotros dijimos que no había condiciones para continuar con el proyecto de la Unión Patriótica en Valledupar ni en el Cesar, que era imposible. En eso no logramos acuerdos con los del Partido Comunista, que eran nuestros aliados en la Unión Patriótica. Ellos insistían en que era necesario continuar. Insistían en que aunque la violencia sí estaba a la orden del día en Colombia, había que seguir... con cuidado, tomando ciertas medidas. Nosotros, los de Causa Común, en cambio, teníamos otra visión del problema: creíamos que no teníamos vocación de mártires ni de héroes y que nadie estaba dispuesto a morir. Nadie quería la muerte. Nosotros amábamos la vida. Lo que queríamos era un país mejor, donde pudiéramos vivir mejor. No queríamos la muerte. Entonces, la conclusión a la que llegamos fue que, por lo menos por un tiempo, nos íbamos a replegar. Cada uno regresaría a las actividades normales de su familia y no desarrollaríamos ninguna actividad política por un tiempo. Yo, después de la amenaza que recibí en mi casa, decidí irme para Bogotá. No sabía bien si me iba a quedar allí. Estaba embarazada y pensaba que me iba a quedar mientras nacía la niña. Después, regresaría a Valledupar. Dejé mi casa instalada tal como estaba. Rodolfo también se fue para Bogotá con su esposa. Otros compañeros se fueron para Santa Marta, consiguieron trabajo. Los demás se quedaron en Valledupar. Los que eran estudiantes de la universidad se quedaron ahí. Otros, que trabajaban de maestros, se quedaron desempeñando su oficio. Pero hubo otros que no se resignaron a la inactividad, que no se resignaron a perder el derecho de luchar, que no

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aceptaron salir al exilio ni desplazarse a otra ciudad. Eso es cierto. Hubo compañeros que decidieron que en Colombia no había condiciones para luchar por la vía legal, a través de un movimiento cívico amplio, por las transformaciones que el país demandaba, y que para responderle a quienes nos estaban asesinando había que optar por la vía armada. Esos compañeros se vincularon a la insurgencia. Entre ellos estaba Ricardo Palmera. Nosotros lamentamos eso. Nos pareció terrible y nos dolió mucho. Era como si se hubieran muerto también. Pero no había más que hacer sino respetar su decisión. Y, de alguna manera, los argumentos de ellos eran válidos. Eso hay que reconocerlo. Yo jamás hubiera tenido ese coraje. Los respeto profundamente porque nosotros no buscamos eso. Ellos no querían eso, ninguno de nosotros quería que los problemas en Colombia se solucionaran a través de la vía armada. Nosotros luchábamos por una solución pacífica. Usábamos los derechos que las leyes nos concedían, que la convivencia en sociedad garantiza, o debe garantizar. Debatíamos, planteábamos nuestras propuestas e inquietudes, y a través de diversos mecanismos, y en todos los espacios, buscábamos que los problemas sociales que dieron origen a la insurgencia fueran resueltos. Ése era nuestro propósito. Pero la respuesta del establecimiento y de la clase dirigente fue violenta. La decisión fue asesinarnos a todos y callarnos por la vía de las armas. Entonces, hubo compañeros que decidieron que había que responder igual. Ése fue el origen de otro grave conflicto. En esa medida, uno puede decir que la represión alimenta la violencia, que la represión alimenta la insurgencia. Mucha gente decidió vincularse a la insurgencia porque no encontraba cómo hacer política por la vía legal y pacífica. Yo me fui para Bogotá. Al mes de estar allá, supe del asesinato de Marco Sánchez en Santa Marta. Marco era también abogado, como “Jose”. Habían sido compañeros de universidad. Era un muchacho excepcional. Su virtud era el buen humor. Era un mamagallista insigne. Nosotros decíamos que él parecía haber sido alumno de Jaime Bateman.14 Se le parecía: un muchacho de rostro hermoso, de dientes grandes, que se reía a carcajadas –era de una 14. Líder máximo del M-19, nacido en Santa Marta en 1940. En 1966 se vinculó a las Farc y en 1970 organizó, junto con Carlos Toledo Plata, el movimiento armado M-19. Murió el 28 de abril de 1983 en un accidente de aviación.en las selvas colombianas.

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irreverencia extraordinaria–, lúcido en sus exposiciones, brillante, de esa oratoria típica del hombre costeño inteligente, muy joven, muy fuerte. Marco era un líder popular en Santa Marta, indiscutiblemente. Lo asesinaron... Nadie dio explicaciones tampoco, nadie supo por qué, nadie entendía. Ese periodo de finales de junio, julio, después del asesinato de José Ramírez, fue muy difícil para el grupo porque fue cuando se tomaron todas esas decisiones. Para todos resultó muy dura la decisión de Ricardo Palmera de vincularse a la insurgencia.15 Él fue siempre un hombre drástico, exigente con él mismo y con los compañeros, un hombre íntegro. Yo creo que Valledupar no ha parido otro hombre más honrado y más digno que Ricardo Palmera Pineda. Por eso nos dolía que un hombre de esa calidad tomara una decisión que no todos compartíamos. Nosotros creíamos que Ricardo tenía mucho qué dar y mucho qué hacer en la actividad política que pretendíamos desarrollar –y yo creo que lo hubiera hecho–. Inclusive él no se destacó más porque era gerente de un banco, y su trabajo no se prestaba para que asistiera a reuniones. Además, por pertenecer a esas familias aristocráticas de Valledupar, la gente de los barrios ni siquiera le hubiera prestado atención ni le hubiera creído mucho, pero él sostenía el equipo. Eso era indudable. Hablar con Ricardo era muy agradable. Era para escucharlo... Un hombre profundo, culto, muy ilustrado. Y creo que si las cosas no se hubieran dado como se dieron, en contra nuestra, Ricardo se habría destacado en la vida política nacional con mucho éxito y habría aportado mucho a las soluciones de los problemas colombianos. 15. Ricardo Ovidio Palmera nació en Valledupar en 1950. Economista, banquero y profesor universitario, se vinculó en 1987 a las Farc, en las que adoptó el nombre de “Simón Trinidad”. Fue uno de los negociadores del grupo insurgente en el fallido proceso de paz con el Gobierno de Andrés Pastrana, iniciado oficialmente en enero de 1999 y roto en febrero de 2002. En 2004, Trinidad fue capturado en Ecuador y posteriormente extraditado por el Gobierno de Colombia a Estados Unidos. Llevado a juicio en este país por los cargos de narcotráfico y terrorismo, fue exonerado en dos ocasiones por un jurado que no se puso de acuerdo sobre su culpabilidad. Finalmente fue condenado a 60 años de cárcel –luego de un primer juicio en el que el jurado tampoco llegó a un consenso sobre su culpabilidad– por el delito de conspiración en el secuestro de tres norteamericanos contratistas del Pentágono, retenidos por las Farc, que derribaron el avión en que éstos viajaban en misión de inteligencia electrónica sobre las selvas colombianas.

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Hubo otros compañeros que tomaron decisiones similares. Mencionarlos a todos creo que no vale ni la pena, pero todos nos dolieron por igual. Dudábamos mucho de si ellos habían acertado con su decisión, pero estando yo en Bogotá el 4 de agosto de 1987 me llegó la noticia del asesinato de Marco Sánchez Castrillón, el amigo que ya mencioné. Cuando supe del asesinato de Marco, comenté con Rodolfo: “Definitivamente no hay alternativa. Es cierto que en este país sólo es posible luchar por la vía armada. Entonces, nosotros no tenemos nada qué hacer, no hay posibilidades para uno”. No nos habíamos recuperado de tanto golpe, cuando yo recibí nuevas amenazas de muerte en Bogotá. Ya habían transcurrido algunos meses y yo inclusive había comenzado a trabajar como profesora de una universidad de Bogotá y en un centro de investigaciones que estudiaba el tema de pérdidas de energía eléctrica en la región suroriental de Colombia. Llevaba una vida normal, tranquila, de ama de casa y de empleada, y de repente me sorprendieron nuevas amenazas de muerte. La situación en Valledupar seguía siendo muy tensa, comentaban los compañeros –yo me mantenía en comunicación con ellos–. En julio del año siguiente las amenazas se daban de día, de noche, en la madrugada, a cualquier hora, hasta que un día finalmente, a las 11 de la noche, me dijeron que se había llegado la hora y que ya era mi momento. Tuve que salir del apartamento con una niña de seis meses de nacida. En las amenazas anteriores decían: “¡Comunistas de mierda! ¡Todos tienen que morir!”. Otros días llamaban y decían: “Ah, ustedes son de la Unión Patriótica, guerrilleros de las Farc... Todos se van a morir”. Cosas así... Yo nunca contestaba el teléfono. Las llamadas las escuchaban mi esposo o una sobrina, y ocasionalmente algunos amigos que estaban ahí. En esa última llamada de las 11 de la noche, una voz de hombre joven dijo: “Imelda, ¡se llegó la hora! ¡Tus minutos están contados!”. Yo sabía que no había alternativa. Ya habíamos aprendido que las amenazas se cumplían y que no amenazaban sólo por asustar, que amenazaban para advertir que iban a matar. Entonces a esa hora tuve que salir del apartamento. Con la colaboración de amigos entrañables que estaban vinculados a proyectos de defensa de los derechos humanos, logré salir para el Perú, a Lima. ¿A hacer qué? No

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sabía. ¿A dónde iba? Tampoco sabía. Lo que tenía claro era que había que salir de Bogotá porque tampoco allí había condiciones para estar. Entonces mandé a los niños para Valledupar, a la casa de mi mamá, y yo me fui para el Perú. Hablar de esto es desgarrador para mí... Separarme de mi hija, a quien estaba amamantando, cuando tenía apenas seis meses de nacida... Llegué al Perú y parecía un “zombie”, un espanto. Yo no sabía ni dónde estaba. Eso fue horrible. El Perú vivía una situación si no igual, parecida a la de Colombia. Allí no había condiciones para organizar la vida ni para permanecer mucho tiempo. Fue entonces, estando en el Perú, cuando contacté amigos que vivían acá en Suecia. Logré hablar con ellos por teléfono, nos escribimos varias veces, y fueron ellos los que me orientaron y me informaron acerca de la posibilidad de venir a Suecia y solicitar asilo político. Empecé las diligencias y las averiguaciones, regresé a Bogotá, recogí a mis hijos –ya había transcurrido casi un año– y en septiembre de 1989 me vine a Suecia con ellos. A finales de ese año asesinaron en Valledupar a Miguel Arroyo, “Migue”, a quien le decíamos “el kogui” porque su papá era indígena y él tenía también una fisonomía muy indígena. El kogui fue mi alumno en la universidad, brillante alumno. Inteligente pero con una particularidad, una pésima ortografía, nunca lo olvido. Alguna vez yo le recomendé: “Para que no me mortifiques tanto con tu mala ortografía, ¿por qué no escribes al revés de lo que piensas?”. Muy querido era Miguel, un muchacho joven, soñador. Tenía ya su familia, tenía hijos muy pequeños. Había conseguido trabajo en una farmacia, o la había comprado, no sé bien... Ahí lo asesinaron a “Migue”. Creo que hay un aula en la Universidad Popular del Cesar que lleva su nombre. Fue un líder estudiantil muy destacado. Los estudiantes de la universidad lo quisieron mucho. Tenía esa paciencia y esa tolerancia que a veces muestran los indígenas y una enorme capacidad para escuchar. Hablaba muy poco. Era de pocas palabras pero le gustaba escuchar con mucha atención a la gente y tenía una gran facilidad para entender a los demás. Para su familia fue una tragedia horrible su muerte. Bueno, ya en Suecia, yo viví un calvario duro, doloroso. En noviembre de 1990 supe que había sido asesinado René Costa Gutiérrez. René era abogado de la Universidad Nacional –habíamos estudiado en la misma época y desde entonces nos conocíamos– y un hombre de una formación

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profunda, un jurista a carta cabal, muy sensible, comprometido con la defensa de los intereses de la gente que no tenía mecanismos para defenderse: los destechados de Valledupar, los campesinos que luchaban por un pedazo de tierra y eran víctimas de la represión. Ahí estaba René, sin recibir pago de ninguna clase, sin recibir a cambio absolutamente nada. Juzgaba que era un deber. Y como ejercía su profesión en Valledupar y tenía buenos ingresos, no necesitaba que el que no tenía nada le pagara. Pero siempre que se buscó a René para una tarea de solidaridad en el terreno de lo jurídico, ahí estuvo. Nunca estuvo cansado ni agotado ni ocupado, siempre disponible. Yo le había escrito a René tiempo antes, y no me contestaba y no me contestaba... Cualquier día llamé a mi casa en Valledupar y pregunté que cómo estaban los amigos, le pregunté a una hermana: “Oye, ¿tú no te has visto con René Costa, que yo le escribí hace mucho tiempo y no me ha contestado?”. Esa respuesta no la olvidaré nunca. Me dijo: “Ni te va a contestar porque ayer lo asesinaron”. Eso fue muy duro. A René lo asesinaron por ser un defensor de los derechos de la gente. Porque en Colombia la gente del común, los desposeídos, los pobres, no tienen derecho a la defensa, y si alguien los defiende, es víctima de la represión. Peor aún, el hermano de René, Benjamín Costa Gutiérrez, un activista de la política liberal que había sido diputado, conocido plenamente en la región, se empeñó en averiguar las causas del asesinato de su hermano y descubrir a los culpables, porque la impunidad es algo que duele mucho. Benjamín no se conformó con la impunidad y esclareció el crimen. Meses después lo asesinaron también. O sea, a quien esclarezca, a quien luche contra la impunidad, también lo asesinan. No hay alternativa sino la venganza, aunque suene horroroso. Después, en marzo de 1991, lo mismo. En febrero cumplía años José David López Teherán, el médico con quien habíamos iniciado ese primer movimiento cívico de la Universidad Popular del Cesar. Él era profesor en Enfermería. Yo le había mandado una tarjeta y, como yo cumplía años en marzo, me extrañó que no había recibido ninguna noticia de “Pepe” López, como le decíamos. Igual. Llamé a preguntar por la familia, por los amigos, por la gente, y comenté que me había extrañado el silencio de Pepe. Lo habían asesinado el 13 de marzo de ese año 91. Saliendo de su casa, unos hombres lo abordaron cuando él se montaba en su vehículo y lo mataron.

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La muerte de Pepe López fue una pérdida grande para los pobres de Valledupar porque él era un médico que atendía consultas hasta las doce de la noche. Trabajaba durante el día en la clínica del Seguro Social y luego atendía hasta tarde en la noche. En Valledupar decían que su muerte iba a implicar la de mucha más gente porque se les había ido su médico. Era muy eficiente y era un hombre muy querido por la gente en Valledupar. Las expresiones de condolencia que se dieron en su entierro así lo demostraron. La muerte de Pepe López, la de Miguel Arroyo y la de los hermanos Costa Gutiérrez iban confirmando que había una política de exterminio, no sólo de la Unión Patriótica –porque René y Benjamín nunca fueron de la UP– sino también de líderes populares y de todas aquellas personas que lucharan por la justicia y la defensa de los intereses de los sectores menos favorecidos. Era una práctica corriente y se notaba que había una política de eliminación física de todos los opositores al sistema y al estado de cosas que había en Colombia. Si uno reflexiona hoy sobre eso encuentra una explicación perfecta de por qué la insurgencia crece en Colombia, de por qué la violencia se acentúa en vez de disminuir. Después de esto, Rodolfo y yo, que estábamos acá en Suecia, juzgábamos que los amigos nuestros que se habían quedado en Valledupar corrían serio peligro, y entonces empezamos una labor de convencimiento para que ellos también dejaran la ciudad y la región. No era fácil... A los colombianos no nos queda tan fácil dejar la región ni el país. Nos resulta muy difícil vivir afuera. Pero la realidad lo atropella a uno. Los hechos y los crímenes se daban sin parar y nos estaban demostrando que no había las mínimas condiciones para desarrollar una actividad política legal, que no se podía hacer oposición en Colombia. Nunca se ha podido. Uno está con el sistema y acepta el estado de cosas, con todas sus injusticias y aberraciones, o corre el riesgo de ser asesinado. Y no es menester estar vinculado a la Unión Patriótica, o al Partido Comunista, ni a nada: José David López Teherán no militaba en ninguna organización política. Últimamente la gente del M-19 lo había convencido de ir a las elecciones con ellos. Pero el M-19 era una organización que se acababa de vincular a la actividad política, que había negociado con el Gobierno, luego eso no era una razón para asesinarlo. Había participado conmigo en aquel viejo movimiento cívico en la Universidad Popular del Cesar. Entonces, ¿de

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qué se le acusaba?, ¿qué crímenes había cometido para ser asesinado? Se demostró en la práctica cómo la violencia de los aparatos paramilitares, de los sicarios, del establecimiento, fue obligando a la gente a optar por opciones radicales. Esa es la raíz del conflicto que hoy vive Colombia. Pero la cosa no paró ahí. Jairo Urbina Lacoutire, a quien habíamos tratado de convencer por todos los medios de que saliera de Valledupar, fue asesinado el 6 de abril de 1991 en su casa. Había sido concejal de la Unión Patriótica en la Jagua de Iribico y un líder destacadísimo, muy querido por su comunidad. El asesinato de Jairo ya era como lo último porque él era otro líder indiscutible. En la UP fue de los fundadores y le daba mucho empuje, ánimo y coraje al grupo. Además era infinitamente generoso en lo económico. Jairo no sólo financiaba sus actividades sino que también era muy generoso con los compañeros, pues nosotros no teníamos recursos. En la campaña electoral habíamos tenido el auxilio del grupo liberal con el que hicimos alianza, pero después de eso la financiación se hacía con los recursos de la gente del grupo que era generosa: Ricardo Palmera, Jairo Urbina y otros amigos. Fue pasando el tiempo, pero las muertes continuaban. En abril de 1992, en plena fiesta de la final del Festival Vallenato, asesinaron a Julio Díaz. Yo quiero destacar el nombre de Julio Díaz porque él era un muchacho del montón. Era de La Guajira, parrandero insigne y compositor muy bueno. Vivía improvisando canciones para la Unión Patriótica, y siempre componía versos y cantaba con mucha gracia las anécdotas y las cosas que nos sucedían. Era poeta, compositor, tenía vena de bohemio. Recuerdo que me decía: “Yo soy bohemio pero soy un bohemio pobre. Eso es malo porque para ser bohemio hay que tener dinero”. Era muy gracioso. No era hombre de discursos ni era el que aportaba las grandes ideas, pero era una hormiga arriera para el trabajo. Si Julio invitaba a una reunión en su barrio no quedaba un vecino a quien no invitara y no tratara de convencer de que asistiera. Y cuando de elaborar comunicados de prensa se trataba, ahí estaba Julio redactando, escribiendo, puliendo, mirando la redacción, la ortografía. Él también había estudiado en la universidad, entonces era muy celoso de ese tipo de cosas. Era muy diligente, muy cariñoso, un muchacho muy cálido y, además, muy bien parecido. Ésa fue una muerte igualmente dolorosa. ¿Los móviles últimos del crimen? No tengo idea. Porque él, si bien estuvo con

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nosotros en la Unión Patriótica, trabajaba y tenía familia qué mantener, no le quedaba mucho tiempo, la verdad. Entonces, uno no puede decir ni que era figura ni que era destacado. Pero era un valor, indudablemente. Pasaron los años y ya decíamos: “No queda nadie más a quién matar”, porque aquí en Suecia, Rodolfo y yo habíamos hecho la labor de convencer a los compañeros que se habían quedado para que vinieran. Entonces, los que quedaban allá lograron venir a Suecia también. Nosotros hablamos aquí con el Ministerio de Migraciones, relatamos los hechos, explicamos –para horror de los suecos que nos escucharon y que no podían creer que eso fuera cierto–. Nos creyeron nuestros relatos y así pudieron venir como exiliados los compañeros que todavía estaban en Valledupar. Pero hubo otros compañeros que nunca quisieron salir, como Aníbal Sánchez, un cachaco santandereano que por muchos años vivió en Valledupar. Era un hombre solidario, también muy colaborador con la organización, muy generoso. Era ya un hombre mayor. No sé qué amenaza podría representar Aníbal Sánchez. Pero lo cierto y lo doloroso es que en noviembre de 1996 mataron a Aníbal, uno de los pocos amigos que nos quedaban allá. Y el 21 de octubre del 2001, asesinaron, puedo decir quizás, al último amigo de la Unión Patriótica que quedaba en Valledupar, Luis José Mendoza Manjarrez, “Lucho, el guacharaquero”. Era un profesional de la guacharaca. Su padre es un acordeonero muy querido y conocido, Carmencito Mendoza. Lucho fue mi alumno en la universidad mucho tiempo y alumno de Ricardo también. Era un hombre singular. Para mí, Lucho representaba la dignidad. Era un hombre íntegro, muy capaz, un hombre superado. De extracción popular, se esforzó por estudiar, por adquirir conocimientos y por ser útil a la sociedad. No era suficiente para Lucho mejorar él mismo, adquirir una posición, un prestigio personal. Para él, la preocupación fundamental era su pueblo. Venía de la entraña de ese pueblo, había vivido en ese pueblo vallenato, aunque su familia provenía de un municipio cercano. Sabía lo que eran la lucha, la necesidad, las carencias, y se esforzó por superar todo eso y por solidarizarse con su gente. Se entregó de lleno en la Unión Patriótica. Era muy joven entonces. Terminó su carrera después. Inclusive hizo estudios de posgrado y trabajaba como profesor en la Universidad Popular del Cesar.

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La Unión Patriótica había desaparecido por la eliminación de muchos dirigentes, por el desplazamiento al que nos obligaron a otros y por la decisión radical de vincularse a la insurgencia de parte de los demás. Entonces, no existía Unión Patriótica ya en Valledupar. Pero Lucho no se resignó tampoco a la inactividad. Siguió trabajando, se vinculó a la Universidad Popular del Cesar como profesor. Allí se destacó y se vinculó al sindicato de profesores de la universidad. Retomó esa vieja lucha nuestra y la lideraba con lujo. Sus compañeros lo extrañan hoy como el día que desapareció. Ese día, cuando salía de la universidad, los sicarios lo estaban esperando. Lo asesinaron en su carro. Tenía escasos 43 años. Cuando yo supe la noticia, además del dolor profundo que me produjo, pensé: “Asesinaron al último amigo de íntegra confianza que quedaba en Valledupar”. Él era una esperanza para nosotros. Pensábamos que si algún día la situación se arreglaba, si el conflicto se superaba, él estaría allá para reorientarnos y así podríamos comenzar otra vez. Teníamos esa secreta esperanza. “De todas maneras, allá está Lucho”, pensábamos, y cuando queríamos saber qué pasaba en Valledupar, cómo estaba la situación, él era la fuente de confianza. Era un hombre de mucho coraje. Acobardarlo sí que era difícil. Era valiente, pero con la palabra, con la razón, con los argumentos. No era hombre de violencia. Jamás tuvo siquiera expresiones agresivas. Era muy cuidadoso al hablar, muy sereno. Tenía una serenidad que a veces nos dejaba sorprendidos. Muy calmado pero también muy recio. El plan macabro de exterminio de la Unión Patriótica golpeó durísimo al Cesar, particularmente a Valledupar. Uno no se explica por qué, pues nosotros ni siquiera alcanzamos a desarrollar tanta actividad, fueron escasos tres años, no más. El saldo de muertos, sólo en Valledupar y en municipios cercanos, fue de trece compañeros líderes de la UP, pero al sur del Cesar hay muchísimos casos más que yo no sé precisar. Además de ellos, estamos los que tuvimos que salir al exilio, que somos nueve familias en total. Somos bastante gente. Y aparte de nosotros, están los que se desplazaron hacia otras ciudades colombianas como Santa Marta, Barranquilla y Bogotá. La organización en Valledupar desapareció. Se extinguió por fuerza mayor. La impunidad duele mucho. Uno quisiera conocer qué móviles hubo, saber quiénes fueron y por qué lo hicieron. No es difícil sospechar. Ante

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la impunidad, la aspiración es que se conozca la verdad y se haga justicia. Eso implica que se señale a los autores intelectuales de este plan macabro, no sólo a los materiales. ¿Cómo es posible que después de una campaña de exterminio de tanta gente haya que aceptar resignadamente que así fue y que contra eso nada se puede hacer? Yo he soñado siempre con que alguna organización internacional se ocupe del caso y, amparada quizás en el derecho internacional humanitario, pueda llevar a cabo alguna investigación seria y reivindicar, por lo menos, los nombres de tanta gente que fue víctima de esta represión. He soñado siempre con que el pueblo colombiano conozca la historia del exterminio de la UP, la asimile y se comprometa a que nunca se repita. He soñado, para las víctimas y sus familiares, la dignificación de su memoria. Los colombianos jóvenes deben saber quiénes fueron ellos, seres humanos nobles, bien intencionados, que lucharon por las vías legales para superar los problemas del país. La muerte de Lucho Mendoza, el último de nuestros amigos que quedaba en Valledupar, lo hace a uno pensar que no hay esperanzas, que no hay salida, que no hay alternativa y que la vida en el exilio es nuestro destino. Es una conclusión cruel, pero la realidad la impone. No es posible vivir en Colombia. Yo regresé en el año 96 con mi familia, después de vivir acá siete años. Conseguí trabajo muy rápido en una excelente institución, pero después de dos años de estar allí la atmósfera se contaminó de nuevo y las amenazas reaparecieron. Y otra vez tuve que salir de afán, corriendo. Afortunadamente ya tenía un sitio conocido adonde venir y fue relativamente fácil volver aquí. Ahora sé que es por siempre, que éste es mi lugar porque allá no hay opción. No sólo lo lamento por mí. En un gesto que puede juzgarse como vanidoso, pienso que también para la región y para el país es una pérdida. Yo fui educada en un colegio oficial, pagado con los aportes de los contribuyentes colombianos, y estudié en la Universidad Nacional, que también se financia con esos aportes, o sea, yo le costé a Colombia mucho dinero, y mi deber y mi deseo eran prestar mis servicios allí, contribuir a la solución de los problemas, trabajar de buena fe, ser útil a mi sociedad. Pero no pudo ser así. He venido a servirle a un país rico, que jamás aportó nada para mi educación, y le he traído a este país tres hijos sanos, inteligentes, bien educados, que también le van a servir a un país

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rico, necesitando Colombia tanto recurso humano. Y como yo, somos muchísimos. Es increíble que Colombia acepte, resignada, exportar capital humano a los países ricos, porque todos salimos a vivir a Europa o a los Estados Unidos o al Canadá. Le estamos regalando al mundo desarrollado el capital humano. Yo no sé si alguien en Colombia reflexiona sobre esto, pero la pérdida es enorme y de difícil recuperación. Hay gente que sale de Colombia porque se casa con un extranjero, que deja el país por amor. Otros se van a estudiar, consiguen trabajo, se adaptan perfectamente y se quedan. Hay añoranzas y nostalgias profundas y siempre se quiere regresar, pero una cosa muy distinta es ser uno obligado a dejarlo todo. Eso es catastrófico. Tiene uno que tener un gran equilibrio mental para ser capaz de manejar la situación. Puede interpretarse como exagerado, pero las condiciones materiales no lo hacen todo. Eso es algo que me ha enseñado el exilio. Yo tuve la fortuna de venir a Suecia, un país no sólo rico y desarrollado sino también civilizado, en el cual todos los ciudadanos tienen los mismos derechos, en el papel y en la realidad cotidiana. Todos somos iguales, incluidos los extranjeros o los ciudadanos por adopción. Este es un país donde la gente intenta, de verdad, vivir en armonía con su entorno, eso que se llama el desarrollo sostenible. Eso no quiere decir que sea el paraíso ni que aquí no haya problemas. Se trabaja muchísimo. Compararlo con Colombia es muy difícil, pero hay problemas, aunque no son graves ni trascendentales ni insolubles. Es una comunidad donde hay delincuencia, por ejemplo, donde se cometen abusos, donde también suceden hechos trágicos, pero hay un aparato de justicia que actúa y difícilmente un crimen queda impune. Suecia es, además, un país muy tranquilo. Yo diría que, para mí, quizás demasiado tranquilo. Por ejemplo, la gente respeta mucho las normas de tránsito, la cola en un banco, en la escuela los niños se respetan mutuamente, hay mucha cordialidad en su relación con los profesores, en fin... es un buen país. Pero el hecho de no haber sido para mí una decisión voluntaria el venir aquí, sino una decisión impuesta por una circunstancia, lo hace difícil. Yo aquí viví primero siete años y, aunque puedo decir que viví muy bien, como hoy en día, nunca me adapté. Es que salir de Manaure, vivir en Villanueva, después en Bogotá, luego en Valledupar y dar el salto a Suecia es demasiado. Yo no encuentro aquí nada con lo cual me identifique ple-

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namente como costeña, como vallenata o como colombiana. La dificultad en las relaciones personales, por ejemplo. Es muy difícil encontrar amigos. Además yo vine en una edad en la que ya uno no hace amigos entrañables. Los amigos entrañables se hacen en la adolescencia y mientras uno estudia en la universidad o mientras empieza a trabajar. Pero ya a los 41 años, con tres hijos, no es tan fácil hacer amigos. Y en un país extraño aún menos. Además, aprender un idioma tan extraño para nosotros es una tarea titánica porque el español es un idioma bastante gutural y en los costeños aún más. El sueco es un idioma que se habla y se pronuncia mucho con los labios y con los dientes. Es un drama aprender el idioma... Hay otra serie de complicaciones de las que uno en su medio no cae en cuenta, como los códigos de conducta de la gente, los gestos. Una cosa quiere decir un gesto en Colombia y otra cosa quiere decir aquí. Por ejemplo, cuando uno habla con un sueco, debe conservar cierta distancia pues ellos no acostumbran a hablarse así cara a cara. Entonces, si uno se les acerca demasiado cuando va a hablar, ellos lo juzgan como agresivo. Nosotros, por el contrario, si una persona se nos distancia cuando le estamos hablando, pensamos que le desagrada. Como ese ejemplo hay muchos otros de lo complicado que es adaptarse aquí. Además los suecos son personas silenciosas, introvertidas, de muy pocas palabras. Son gente muy virtuosa. No se trata de decir quién es mejor, si los colombianos somos mejores y ellos son peores, o al contrario. Sencillamente somos diferentes, muy diferentes, no sólo físicamente sino también de muchas otras maneras; tenemos hábitos diferentes, tenemos una cultura diferente. Entonces, aprender todo como a la fuerza es muy duro. Y, bueno, después vienen las nostalgias, las carencias, la comida, la música, el clima. El invierno en Suecia es durísimo y muy largo, los meses de oscuridad, de muy poca luz, son muchos. Para mí, el frío no es tanto el problema, son la oscuridad y el silencio tan prolongados, es la dificultad para comunicarse con la gente, para establecer una relación más cercana. Eso es casi imposible. Uno vive profundamente solo en familia. Las nostalgias son muchas. Mis hijos, por ejemplo, que han crecido aquí, han carecido casi por completo de algo que yo disfruté enormemente en mi infancia y mi adolescencia y es el afecto de la familia. Y es doloroso. El cariño de los tíos, por ejemplo, el compartir con los primos, el amor infinito

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de los abuelos. Eso es triste. Claro que ellos no lo notan porque nunca lo han tenido, pero yo, que sí lo disfrute, sé de su carencia. Y es que no es sólo el placer que produce el cariño de una tía, su abrazo, su regaño, eso que une tanto, sino que eso es muy importante en la formación de la personalidad de uno. Además yo vengo de una familia grande. Mi mamá tuvo diez hijos, pero en mi casa además vivían primos, más la gente que trabajaba con mi papá, que casi hacía parte de la familia. Entonces yo crecí rodeada de mucha gente. Eso hace más difícil aceptar la vida aquí. De otra parte, en el terreno laboral no es tan fácil para uno encontrar en un país desarrollado un lugar en el cual uno pueda desempeñarse en las mismas condiciones que en Colombia, porque nunca hay una valoración adecuada de los conocimientos y la experiencia de uno. Siempre en los países desarrollados se subestima al extranjero que viene del mundo no desarrollado. Este es un país y una sociedad que uno no ayudó a construir, ni sus abuelos, ni sus papás, entonces uno nunca desarrolla del todo el sentido de pertenencia y eso es un vacío enorme. Uno no siente que pertenece a esta sociedad. Entonces uno trabaja porque es sano salir y encontrar otra gente y devengar un salario, pero no es igual que trabajar en su propio país y servirle por gusto. A pesar de las limitaciones, mi familia y yo hemos procurado siempre llevar una vida normal. Yo estoy vinculada a la política –soy concejal y fui candidata al Parlamento– y además trabajo en una universidad. Sin embargo, el sentido de pertenencia es muy difícil de desarrollar. Yo creo que vivo aquí porque mis pies están aquí, pero mi alma está siempre allá. Por eso duele la tragedia colombiana. Cada muerto me duele, del bando que sea, no importa, porque uno no se explica cómo hermanos del mismo país se pueden asesinar de manera tan macabra. Muchachos sicarios que no tienen ni idea del daño que están haciendo, y asimismo ellos caen después. Es una locura la tragedia colombiana. Pero si de hacer juicios se trata, la culpable es la clase dirigente, sin excepción, que lejos de ceder y de buscar soluciones a los problemas que dieron origen a la violencia, se empeña cada día en hacer lo contrario: en vez de incrementar la inversión social, la reduce, en vez de aumentar la cobertura en salud, se cierran hospitales, en vez de aumentar la inversión en educación pública, se fomentan las universidades privadas. Todos los días le dan

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argumentos a la insurgencia. En vez de procurar ampliar la cobertura en servicios, se atienden las recomendaciones del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, entonces se privatizan los servicios públicos. La violencia tiene unas causas y tuvo un origen. La insurgencia tiene unas causas. Resolver esos problemas, eliminar esas causas, es el único camino que conduce a la superación del conflicto. La clase dirigente no hace eso sino todo lo contrario. Entonces, lejos estamos de ver al país en paz. Yo sueño a Colombia en paz. Eso quiere decir que los crímenes terminen y que los grupos armados no estén ya, y que toda esa gente con tanto potencial y coraje sea capaz de vincularse a la vida ciudadana normal. Sueño a Colombia como un país democrático, pero con una democracia participativa, porque la representativa, que es la que hemos tenido, no ha resuelto ningún problema. Por el contrario, se ha prestado para dañar la práctica de la política y para fomentar la corrupción. Sueño, sobre todo, una Colombia de gentes honradas y de políticos honrados, porque la corrupción se incrementa en la medida en que se incrementa la violencia, al calor de la guerra. Y la corrupción no se resuelve ni con leyes ni con decretos ni con policía ni con jueces ni con fiscales, se resuelve con democracia. Además, yo sueño una Colombia en donde los niños jueguen, canten, hagan poemas y asistan a una escuela en donde adquirir conocimientos sea un placer. Sueño una Colombia en donde los colombianos –con tanta inteligencia que derrochamos– seamos capaces de desarrollarnos también en el campo de las ciencias y aprovechar mejor los recursos con los que la naturaleza nos dotó. El pueblo colombiano es un pueblo talentoso, entonces también sueño un país en donde todos esos talentos se puedan desarrollar. Sueño un país en donde podamos caminar de nuevo por las calles de Valledupar, en una madrugada después de una parranda, dar serenatas y gritar locuras y cantar versos... como lo hacíamos antes.

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