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Editorial
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EDITORIAL
El niño que nos hace ver Hno. Paulo Petry, fsc – Consejero General para la RELAL
Y Dios vino en nuestro auxilio. Dándose prisa en socorrernos, el Padre envió al Hijo, que se encarnó en María por obra y gracia del Espíritu Santo. Y, bajo la sionomía de un niño sencillo, humilde y pobre, el Dios de la Alianza, el Dios de Israel, el Dios de los Profetas, el Rey de los Reyes y Señor de los Señores vino establecer la Alianza nueva y de nitiva con la humanidad. Humildemente vino en la pequeñez de un niño, naciendo de familia humilde, en la periferia, distante de los centros de poder. Fue de esta forma que Dios todopoderoso, el Dios todo-amor, el Dios todo-bondad, misericordia, paz y justicia vino en nuestro auxilio, estableciendo su morada entre nosotros.
¿Y quienes lo reconocieron? Pues, en primer lugar, la familia humilde de Nazaret, María y José, que no sólo lo reconocieron, sino lo acogieron, lo cuidaron y lo amaron. Luego los pastores de los campos cercanos llegaron y lo adoraron. Los ángeles proclaman su gloria y anuncian la paz a la gente de buena voluntad. También los de afuera, los de tierras distantes, sabios del oriente, supieron leer los signos de los tiempos y reconocieron que el Mesías nacería en Belén. Finalmente le dieron la bienvenida los animales, el buey y el burro, y en ellos la creación acogió a su Creador. Pudiendo haber nacido en cualquier lugar magní co, el autor de la vida eligió este rincón humilde, un establo, pues “en la ciudad no había lugar para Él” (cfr. Lc 2,7).
“Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). La ciudad no tenía ojos para ver la presencia divina que caminaba junto a aquella pareja que buscaba abrigo. No tuvo oídos para oír el clamor de María y José por un cupo donde reclinar la cabeza. No tuvo las manos y brazos abiertos para recibir al Salvador de la humanidad. La ciudad dejó de acoger al Único Absoluto, al Dios de la Vida que se presentó incógnito, como un niño necesitado de toda atención, como otro niño cualquiera.
El que se dio prisa en socorrernos (cfr. Sl 40,14) no fue reconocido por los que esperaban un mesías esplendoroso, poderoso y grandioso. No lo reconocieron los que gobernaban. No lo reconocieron los que anhelaban por un rey glorioso. No lo reconocieron los que querían mantener sus privilegios. No lo reconocieron los que querían mantener el status quo. No lo reconocieron los que creían que la fuerza y la violencia podrían asegurar el orden, la cómoda posición de unos pocos en perjuicio de las necesidades y urgencias de los demás. Sin embargo, dos ancianos, Simeón y Ana, supieron que la salvación había llegado, que la luz para iluminar a las naciones se había prendido y que la gloria del pueblo se manifestaba. Por eso no cesaban de dar gracias a Dios y hablaban acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
“Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él” (Lc 2,39-40). Ya adulto, este niño empieza a predicar y dar testimonio del amor divino encarnado en nuestra realidad. Convoca a la gente a la conversión, anuncia el Reino de Dios. “En su presencia y predicación, en Palestina, Jesús prioriza siempre el cuidado de las necesidades básicas (salud corporal, psíquica, espiritual, relaciones sociales, alimento...) de toda persona. Y esa relación amorosa con todos, expresada en actitudes y gestos concretos, encendía una nueva luz en la vida de las personas. Mucho más que una doctrina sobre Dios o sobre la Ley, Jesús revelaba, que efectivamente le preocupaba el cambio de las actitudes de las personas y de la sociedad para 1que se tornara posible la justicia”. Hoy como entonces, no todos tienen ojos para ver los signos y prodigios que realiza Jesús. Ni todos tienen oídos para escuchar su mensaje. Ni todos tienen valor su ciente para seguir sus pasos. Ni todos tienen ánimo para cambiar de actitud, cambiar de vida y abrazarle a Él, que es camino, verdad y vida. Pero, sabemos perfectamente que muchos sí lo vieron, lo oyeron y lo siguieron. Tantas veces vemos a Jesús caminando por Galilea junto a sus discípulos/as, comiendo en la casa de amigos/as, siendo recibido por personas en busca de conversión. Muchas personas lo seguían atentas a sus palabras, gestos, actitudes, modo de actuar y provocaciones.
Re exión compartida por el Hermano Israel José Nery, Distrito Brasil-Chile, 2020.1
De manera particular un pasaje, en el Evangelio según Mateo (Mateo 9,27-31), nos revela que la fe es lo esencial para que podamos ver, oír y seguir Jesús. En esta ocasión dos ciegos se acercan a Jesús y le piden que sean curados. Ellos no podían ver al Señor que pasaba, sin embargo, podían oír lo que se decía de Él y podían oír lo que Él proclamaba. Por la fe que tenían, no necesitaban ver a Jesús, lo que escuchaban era su ciente para despertar en ellos la fe y creer que podían ver. No sabían a dónde ir, pero sus oídos estaban atentos y siguieron a Jesús sólo con escuchar lo que decía. En actitud de con anza absoluta y de una profunda fe hacen su solicitud y reconociendo el divino poder del verdadero Mesías gritan: “Ten piedad de nosotros, Hijo de David” (Mt 9,27). Estaban conscientes de que Jesucristo es capaz de hacer cambios en sus vidas. Tenían fe de que, para aquel niño de Belén, ahora ya crecido, todo era posible. Él todo lo podía, esta era la fe profunda de los dos ciegos. Y, de hecho, Jesús fue capaz de hacerlos ver. Sin embargo, si los ciegos no hubieran con ado en Jesús, Él no podría haber hecho nada. Los dos hombres de forma perseverante e insistente lo siguieron, ellos tenían fe, creían, y Cristo hizo maravillas en sus vidas. Y, ¿qué nos enseña este pasaje evangélico? Tal como esos ciegos, no hemos visto a Jesús sanar a nadie ni siquiera resucitar de entre los muertos. No sabemos a dónde vamos ni a dónde nos dirigimos, pero al igual que esos ciegos, podemos oír a Jesús. Si, como esos ciegos, vamos al encuentro de Jesús, podemos ver y entender los planes de Dios para nuestra vida, conoceremos nuestros caminos y sobre todo, podemos saber a dónde debemos ir.
Hoy, Jesús puede también actuar en nuestras vidas, pero debemos tener fe, debemos con ar en Él y entregarle nuestra historia. Debemos ser pacientes y perseverantes para seguir con delidad al niño Dios, Príncipe de la Paz, Emanuel, Dios con nosotros y dejarlo actuar según su voluntad. En el caso de los ciegos del Evangelio, su voluntad estaba de acuerdo con la de Jesús. Y aunque Jesús les ordenó a los ciegos que no difundieran la noticia, movidos por tanta alegría, no le obedecieron y difundieron por toda la región lo sucedido. Así debería de ser nuestro modo de proceder. Las gracias sobre nosotros derramadas, las alegrías vividas, los momentos de paz y armonía en nuestras comunidades y familias… son un llamado a reconocer y aceptar las bendiciones que recibimos de Dios. Aceptemos estas revelaciones de la gracia divina y busquemos divulgarlas. Buenas noticias se comparten, no se esconden. En las buenas noticias que damos y recibimos escuchemos la voz de Dios que se mani esta. En las buenas noticias reconozcamos que el niño Dios nos llama a abrir nuestros ojos para ver lo invisible, sentir lo intocable, escuchar lo inaudible y sentir la presencia y actuación del Dios comunidad en la comunidad humana y en toda su creación – nuestra casa común-.
Este ha sido un año no usual y a veces puede que hayamos sentido que nunca terminaría. A veces puede que nos hayamos encontrado preguntando airadamente “¿Dónde está Dios en todo esto?”. Pues en todo, Él estuvo y está presente. Si no lo podemos ver, si no lo podemos percibir, en una actitud de fe profunda, pidamos con insistencia y perseverancia ser capaces de experimentar las cosas a la manera y según la voluntad del Señor Jesús, el Sol naciente que nos vino a visitar. Que Él nos ayude a recorrer el camino, siempre de su mano y de la del prójimo que necesita nuestra cercanía. Agradecidos por el nacimiento de Jesús que nos trae la salvación, abre nuestros ojos a su santa presencia en nuestra vida, en nuestra comunidad y misión, unamos nuestra voz a la de Julián de Norwich diciendo: “Todo estará bien y 2 todo tipo de cosas saldrán bien”. Ella relató su mística conversación con Jesús en “Revelaciones del Amor Divino”, que es la fuente de su cita más famosa. Según ella, esta frase viene de la boca de Jesús. En su conversación, ella le preguntó primero el por qué de la maldad y del sufrimiento en el mundo. A esta pregunta, Él respondió: “Es preciso que ahora haya sufrimiento; pero todo estará bien, todo estará bien, y todas las cosas saldrán bien”.
Juliana de Norwich (en inglés: Julian, 1342-1416) fue una anacoreta y mística inglesa. Su 2 libro “Revelaciones del Amor Divino”, escrito alrededor de 1395, fue el primero en inglés que se sabe fue escrito por una mujer. Juliana también era una autoridad espiritual dentro de su comunidad, que servía como consejera. Es venerada en la Iglesia Católica, aunque no ha sido beati cada ni canonizada, y en las Iglesias Anglicana y Luterana. En el mundo católico y anglicano, la obra es celebrada por la claridad y profundidad de las visiones de Juliana. www.relal.org.co 12
Hagamos votos y un acto de fe que en 2021: “Todo estará bien, todo estará bien, y todas las cosas saldrán bien”. En mi amor, tienes tu comienzo. En la tristeza y en el dolor, descansa en mi amor. Si supieras el signi cado de tu Creador, Conócelo bien: Mi signi cado es el amor. No dije que no te preocuparas, No he dicho que no serás juzgado, No he dicho que no conocerás la pena, Pero sí digo: No serás vencido. De repente, serás tomado, De tu dolor, y de tu a icción, Y tú ascenderás por encima, Y te llenarás de alegría. Entonces todos verán lo que ahora está oculto, Entonces todos dirán, con una sola voz: Amor, bendito seas; Porque es así, todo está bien.
Una vez más te pedimos, Jesús divino niño, ayúdanos a verte como te revelas en el día de hoy. Ayúdanos a verte con tus ojos, y a ver el mundo como tu mismo lo ves. Sabemos que no eres un Dios distante, eres sí, un Dios de relaciones, de acercamiento, de acogida y de misericordia para con todos los pueblos de la tierra. Te pedimos, Jesús niño, que vivas en nuestros corazones y que nos hagas ver. Te alabamos por todas las maravillas que haces en nuestras vidas.