Tierra sin Dios de Jesús Lemus

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RITOS DE INTEGRACIÓN

El control que como máximo líder del crimen organizado mantuvo Nazario Moreno en la década de 1990 a 2000 sobre la producción minera y las estructuras de gobierno locales en todo el estado no hubiera sido posible sin contar con una red de células f ieles, obedientes, casi devotas de su persona. El efecto causado por su libro entre sus huestes fue efectivo: la hermandad de los iniciados dentro del cártel-logia af ianzó su identidad. Allí se ref lejó el aleccionamiento ideológico como resultado de los ritos de iniciación que se instituyeron en forma of icial dentro de todos los grupos que controlaban las plazas de Michoacán entero. Nadie, desde adentro de las células, era capaz de traicionar el principio de lealtad que había jurado. Los ritos de iniciación, que sólo se daban en la Fortaleza de Anunnaki y siempre con la presencia de Nazario Moreno para encabezarlos en calidad de Gran Maestro, pronto dejaron de ser exclusivos. Los jefes de plaza al servicio del Chayo fueron ordenados en ceremonias especiales, se les otorgaba el rango masónico de Gran Caballero para poder encabezar ellos mismos las ceremonias de iniciación en sus propias localidades. En la mayoría de ellas se hacían lecturas de Me dicen: el Más Loco; en algunos casos, dejado a la experiencia espiritual del jefe de plaza, el Gran Caballero que ordenaba podía leer cualquier otro texto que considerara conveniente, si se ajustaba a la enseñanza que hacía Nazario en su propia obra. En la mayoría de las iniciaciones se utilizaba como texto complementario algún pasaje de la Biblia, a veces la católica, a veces la versión protestante. Los pasajes más leídos de su libro eran los que tenían que ver con la infancia de Nazario Moreno. Se hacía hincapié en las condiciones adversas que había tenido que afrontar aquel chiquillo sin escuela y en extrema pobreza hasta llegar a ser “el hombre más poderoso de Michoacán”. Hacían apología de su valentía: le gustaba jugar a los balazos y casi

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siempre ganaba porque se levantaba luego de estar muerto, contaban con emoción muchos de los iniciados. Algunos ex miembros del cártel aseguran que la enseñanza de ese pasaje les salvó la vida; ellos, como Nazario, entendieron las ventajas de verse muertos sin estarlo. Algunos jefes de plaza entendieron esas palabras como un episodio visionario, asegurando que en ese relato Nazario Moreno predijo de alguna forma su falsa muerte, anunciada por el gobierno federal en voz de Alejandro Poiré, secretario técnico y vocero del Consejo de Seguridad Nacional, el 10 de diciembre de 2010; el discurso del Gran Caballero en turno siempre recordaba a los iniciados la sagacidad de Nazario, que en su inocente juego de policías y ladrones siempre se simulaba abatido en la refriega, tenía la paciencia para f ingirse muerto y luego remontaba hacia su escondite. Nazario Moreno siempre fue visto por los iniciados como un padre. Los jefes de plaza lo sabían, por eso era común que las células se reunieran en alguna ocasión en la semana y repasaran el texto de Me Dicen: el Más Loco, en el capítulo tres, donde se lee: “Mi madre, en su afán de hacer de nosotros, sus hijos, gente de bien, no atinó más que a corregirnos a base de férrea disciplina, haciéndonos desdichados en nuestra niñez, pues fue tanta su severidad que le temíamos, al grado que le pusimos por sobrenombre la Pegalona. Sufrimos su energía todos los hijos por igual, hombres y mujeres”. Esa enseñanza tenía que ver con la obediencia: había que aceptar la férrea disciplina que se daba en las células, donde eran frecuentes los golpes a manera de castigo. Así se ganó Nazario Moreno un mote más entre los iniciados, el del Pegalón, pues muchos conocieron la disciplina de las tablas en las nalgas. Tras la detención en 2004 de Carlos Rosales Mendoza, quien era reconocido como jefe de todas las familias que en Michoacán se dedicaban al trasiego de drogas, los jefes de las células del narcotráf ico vieron la posibilidad de que otros cárteles del país llegaran a tratar de ganar el estado. Para hacer frente a ese escenario, los michoacanos optaron por formar su propio cártel. Se hicieron encuentros al más alto nivel de las estructuras criminales en la entidad: las reuniones para unif icar a todas las células del narcotráf ico, que aunque trabajaban en armonía no se repartían proporcionalmente las utilidades, duraron varios meses. Las primeras se realizaron en Uruapan y después la sede fue llevada a

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Apatzingán, donde era imposible la presencia de las fuerzas federales. Hasta marzo de 2005 se llegó a un acuerdo de unif icación. Se redistribuyó la geografía michoacana: el Chayo se quedó con el control de Morelia, la capital del estado, y todos los municipios de la zona centro; Jesús Méndez Vargas se hizo cargo de Apatzingán y los municipios de la zona de Tierra Caliente; Nicandro Barrera Medrano, el Nica, fue asignado al control de Uruapan y los municipios de la meseta purépecha; Alfredo Méndez Villafaña, el Inge, recibió a su cargo el municipio de Turicato y todos los demás de ese corredor hasta Pátzcuaro. A Servando Gómez, la Tuta o el Profe, se le dejó como encargado de los municipios de Arteaga y Lázaro Cárdenas, en la zona costera de la entidad. A Dionisio Loya, el Tío, se le asignó la función de publirrelacionista: fue el encargado de corromper a las autoridades estatales, funcionarios públicos y mandos policiales que se requerían para la operación del cártel. Era el primer contacto con los medios de comunicación del estado, el que hacía llegar los pagos semanales a cada uno de los reporteros requeridos para el servicio de la Familia. Enrique Plancarte Solís y Arnoldo Rueda Medina fueron asignados a la tarea de vigilar y controlar las rutas de trasiego de drogas hacia el exterior de Michoacán, además de coordinar la función de células que se encargaban de las relaciones con funcionarios públicos de otros estados donde aspiraba a mantener presencia la Familia, principalmente en Guanajuato, donde pactaron con el gobernador panista Juan Manuel Oliva Ramírez. Otro miembro importante en la integración de la Familia Michoacana fue Saúl Solíz, el Lince, al que se le encomendó la presencia del naciente cártel en el Estado de México y en el Distrito Federal. Se le asignó esa tarea dadas sus relaciones políticas: en 2009 había sido candidato del pvem a la diputación federal por el distrito electoral XII, con cabecera en el municipio de Apatzingán, el mismo por el que anteriormente resultó electo Lázaro Cárdenas Batel. Sin embargo, Solíz perdió la elección ante el candidato del prd, José María Valencia Barajas. Aunque agrupados en un mismo cártel, el reacomodo en 2005 de los grupos del narcotráf ico le costó a Michoacán poco más de 650 ejecuciones. El índice de violencia se disparó debido a que muchos de los jefes de plaza que trabajaban en forma independiente para los que

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integraron el estado mayor del nuevo cártel se negaron a trabajar con otros que de la noche a la mañana comenzaron a llegar a cada una de las localidades a lo largo y ancho del estado. Las negociaciones para frenar el baño de sangre en que se estaban sumergiendo las células del cártel eran lentas; la comunicación entre los mandos y los jefes de plaza no alcanzaba a f luir en forma correcta. En los municipios no tenían eco los tratos para hermanar a las células que se habían formado al amparo de jefes distintos. Pocos eran los grupos que reconocían el nacimiento de la Familia Michoacana: para muchos sólo era un mito la posibilidad de un nuevo cártel. La cúpula optó por la forma más simple de difusión: diseñaron un desplegado para publicarlo en uno de los medios informativos con más tradición en la entidad. Tras la publicación, todos los jefes de plaza, que para entonces cubrían ya 90 por ciento de los municipios de Michoacán, recibieron la instrucción de presentarse of icialmente ante los ayuntamientos de cada localidad. La instrucción también comprendía presentaciones ante las comandancias de la Policía Ministerial, agencias del Ministerio Público, comandancias de policía municipal y delegaciones de tránsito. La intención de esas introducciones era establecer un vínculo de trabajo entre las autoridades locales y las células de la Familia, las que se consideraban auxiliares del gobierno. Los jefes de plaza fueron recibidos por los alcaldes o en su defecto por los secretarios de los ayuntamientos. Informaron sobre sus acciones para limpiar la zona de delincuentes: anunciaron una campaña para disminuir los robos, secuestros y extorsiones. En esas primeras presentaciones fueron vertidas también las primeras instrucciones of iciales de la Familia Michoacana a los gobiernos locales: informar al jefe de plaza sobre la ubicación de centros de distribución de drogas en sus demarcaciones. Después, en la cotidianidad del contacto con los alcaldes y funcionarios municipales, demandaron el control de las policías a su cargo: decidirían quién estaría al frente de ellas en cada localidad. La dinámica era simple: el alcalde presentaba al jefe de plaza de la Familia Michoacana una terna de aspirantes para ocupar la Dirección de Seguridad Pública; éste, tras dialogar con algunos de los candidatos, elegía a quien

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quedaría al frente de la corporación. Los directores de policía rendían cuentas tanto al alcalde como al jefe de la célula criminal en el municipio, al que también dotaban de armas y municiones. La Familia Michoacana puso especial atención en los municipios colindantes con otros estados, principalmente Jalisco, Guanajuato y Guerrero, donde la principal función de los directores de policía era mantener informados a los jefes de plaza sobre la presencia de grupos armados antagónicos. Las células actuaban como grupo de reacción inmediata: apenas algún vehículo con hombres armados ingresaba a Michoacán, se decretaba el estado de alerta y la seguridad del municipio pasaba a manos de la Familia hasta que se lograba la ubicación, detención y ejecución de los intrusos. Bajo ese esquema, decenas de policías ministeriales de otros estados que realizaban labores de investigación en Michoacán fueron desaparecidos: los directores de las policías municipales los tomaron por miembros de cárteles contrarios a la Familia Michoacana. De igual forma fueron confundidos militares y policías federales francos que portaban armas a la vista.

LOS DESAPARECIDOS, SIEMPRE PRESENTES

En 2006 Michoacán se comenzó a perf ilar como la tierra de los desaparecidos. Las cifras of iciales de la procuraduría de justicia del estado y de la Comisión Estatal de los Derechos Humanos (cedh) señalan que hasta 2014 en la entidad habían desaparecido 365 personas, pero los recuentos de los medios locales apuntan hacia la cantidad de por lo menos 2 082 hombres, mujeres y niños desaparecidos. El número no sólo es atribuible a la acción de las células del crimen organizado, también los cuerpos federales de seguridad que han llegado a Michoacán han contribuido al enrarecimiento del clima. Un ejemplo de ello es lo ocurrido la noche del 17 de febrero de 2011, cuando hubo un despliegue policiaco de élite en las principales ciudades del estado.

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