Familia Montes
La familia Montes Una familia típica, cada uno de ellos tiene un poder y por eso recorren los cerros, ayudando a quien lo necesita. Luego vuelven a donde empezaron.
Hermana tiene el poder de la
memoria, Hermano el de la velocidad, Nito el de la magia, Nita el de la adivinación. Má tiene uno muy poderoso que no cuenta a nadie. Pá el de la invisivilidad.
Sus poderes ◌
Un día cualquiera ◌
Una despedida inesperada ◌
La casa llena de colores
Má Ella vive curiosa de un lado a otro. Para ver siempre-más-allá, no deja de trepar cercos, árboles y cerros cuando puede. Su sueño es llegar tan alto que el cielo se convierta en suelo.
Cuando está con sus hijos simula ser una madre inmutable. Pero cuando
logra estar sola, generalmente por la madrugada y aunque la libertad la agarre en pantuflas, se acerca a una ventana, cierra los ojos, se prepara para saltar alto, bate sus alas y ya nadie la puede alcanzar.
Ama a sus cuatro hijos más que a la libertad, por eso siempre regresa.
Cuida de todos los detalles, y se convierte en madre paciente que espera que cumplan la edad suficiente para enseñarles a volar.
Al convertirse en mamá ya nadie la llamó por su nombre y por eso no lo
recuerda, pero sabe que nada significa. Acaso “Má” pasó a ser su esencia, y cada hijo que llegó le puso ritmo y tono al pronunciarla.
Sus poderes Desarrollo
de personajes
Nada le gusta más que preparar
meriendas con sabores y aromas de lugares distantes; siempre sorprende con alguna esencia sacada de “no se sabe dónde”, bate, amasa, estira con palote, dibuja estrellas con el tenedor, enciende el horno y espera con una sonrisa su creación diaria.
Su receta preferida es la tarta
de manzanas verdes con canela, aunque lo que prepare más seguido sea la chocolatada.
Hermanita Es la más pequeña, la recién llegada. Le dicen Nita y lleva con ella a todas partes un libro de hojas lisas y un lápiz. Desde siempre dibuja, porque las letras no le alcanzan “son un poco lentas y bastante aburridas”. En cambio, las imágenes dicen más rápido lo que siente y con ellas puede decir cosas que no tienen nombre aún, o que nunca lo tendrán.
El primer cuaderno fue un regalo de Papá y ya nunca faltaron.
Ahora pesan para llevar en brazos, por eso Hermana los lleva por ella en su biblioteca móvil. Aunque su hermana intenta hacer que se interese por los renglones, solo Nita siente lo inútil de cualquier regla.
Con quien más disfruta pasar el rato es con Hermano mayor,
porque la alza sobre sus hombros y la lleva a una velocidad que se parece a la de sus visiones. Sus poderes Desarrollo
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Porque si hay algo que
Nita sabe hacer, además de dibujar, es adivinar. Pero no un adivinar de mentiritas, cómo el de “redondo, redondo, barril sin fondo”. Ella adivina el futuro y lo que vendrá. Pero eso solo lo saben ella y el que aprende a leer sus dibujos.
Hermana Ella es la mayor de todos los hermanos. Fue la que nombró a Ma por primera vez, la que aprendió a leer primero, la que descubrió las letras, las palabras y los poderes ocultos de los signos.
Tiene el poder de la memoria, y aunque es un diccionario
viviente jamás se permite abandonar sus libros cuando sale de excursión. Incluso, cuando treparon el cerro más grande y empinado, sabiendo su geografía con exactitud y los peligros que enfrentaba se rehusó a trepar sin al menos una selección de sus favoritos.
Así es que descubrió la rueda, y carga con ellos a donde sea.
Cuando Papá se hizo invisible fue ella quien lo notó, y aunque
esto le causó profunda tristeza, también comprendió que se trataba sin dudas de un poder superior y digno de admiración. Por eso, cada noche le lee en voz alta para que no se sienta solo en ese reino impalpable, y suelta al aire historias que los unen. Sus poderes Desarrollo
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Pierde su poder cuando se
cruza un animal que anda solo buscando caricias, entonces olvida hasta su propio nombre, larga todo lo que trae entre manos y vuelve a jugar.
Hermano Es el primero que trepó el cerro, el que lleva la delantera en las aventuras familiares, el que decide cruzar o no cruzar, el que avista, conduce y considera. También es el más alto de su clase y lleva ganadas varias medallas por su poder de la velocidad. Es que nadie de su edad entrena tanto como él.
Dicen que cuando era muy pequeño su hermana le estaba contando
una historia del cielo. Y quiso subir tan alto que sus piernas se estiraron, y casi lo logra. Tanto quería llegar a las nubes, a las dulces, frescas y esponjosas, que se alargó; quizá sea ese el origen de su poder.
Siempre está buscando nuevos desafíos. Por eso desaparece
por días enteros en sus expediciones a los cerros. Trepa, salta, repta y nada para conocer la geografía. En esa soledad aprende la forma de la tierra y la lejanía del cielo. Sus poderes Desarrollo
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Cuando regresa pide prestadas
hojas y lápices para trazar un posible recorrido de la próxima aventura familiar.
Además es el que sabe leer a
Nita, y por eso pasan juntos gran parte del tiempo. Comprende que en sus dibujos está cifrado su próximo destino, aunque él no vea más que pasto, horizontes y el cielo azul.
Hermanito Es el hermano del medio y como tal se siente pequeño y grande a la vez. Así se la pasa, creando ilusiones de papel. Tiene el poder de la magia y con lo que sea que encuentre arma una función. ¡Cada uno a su asiento que arranca el mago Nito con sus trucos! Así hace desaparecer botones y aparecer boletos, florecen geranios y vuelan gorriones, se inventan palabras y se construyen escaleras caracol.
De tanto truco de magia sus manos y sus pies se mueven como el
rayo, pero Nito no usa la velocidad como Hermano corredor, más bien para sorprender a quien menos lo espera.
Le gustaría crecer, dejar de ser el pequeño sin pasar a ser el
mayor; y aprender el truco más grande de todos, volver a darle color a Papá.
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Papá
Un día el señor Montes no encontró sus pies. Empezó a dar vueltas a la casa con el zapato izquierdo en las manos, buscando dónde calzarlo. No tardó mucho en perder su ombligo, y finalmente ya no se encontró en el espejo. Ese día desapareció para siempre. Hermana es la única que sabe su secreto: el poder de la invisibilidad no es para cualquiera.
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Un día cualquiera en casa de los Montes Estar en casa no tiene comparación. Nada como las baldosas conocidas, esas huellas esparcidas por las superficies, los platos rajados, los azulejos empañados de tanto cocinar. ESO. La señora cocina, punto de reunión, de consuelo para las panzas ruidosas, para los corazones confundidos, para las mejillas azules de un día no tan bueno. Má prepara sus tartas hipnotizantes. Los gorriones en el marco de la ventana rezan por traspasar el vidrio.
Nos traemos a la casa de las narices, y nos encontramos en el
punto de reunión para ser quienes somos, sin dudas y sin miedos. Los poderes descansan, ya no estamos corriendo, ni fabricando ilusiones, tampoco recordando y ni siquiera adivinando. Má permanece secreta detrás de su bollo de masa, y Papá aparece cuando nadie lo nota para robar una cucharada del dulce del relleno.
Es tiempo de silencio, la casa es como un corazón. Sus latidos
nos indican cómo seguir a la hora de retomar nuestras andanzas. La escuchamos, la casa nos habla en susurros, en palabras que se escapan del sentido, en los cantos de las aves, en el ruido de las sillas contra el piso y de los escobillones sacudiéndolo.
De eso tan simple y tan oculto se trata. Estar en casa una
tarde cualquiera. Una asamblea de pájaros que repliegan sus alas, baten la chocolatada y se escuchan en silencio para luego remontar fortalecidos. Hermana
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Una despedida inesperada Desarrollo
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Una despedida inesperada El día que se fue volando al cielo me desperté temprano porque me sentía incómodo ¿Vieron cuando las medias no se escapan por la noche y las costuras parecen crecer y ocuparlo todo? Cuando los dedos ya no quieren saber más de esa cárcel de tela, se retuercen, no dejan de moverse, llaman a los dedos de las manos para que les quiten de encima el horror. Así, la tela que pica y las frazadas pesadísimas que hacen imposible desnudar los pies. ¡En los ojos deberían estar! Las medias hacen que me dé cuenta de que ya es de día, y de que los rayos del sol quieren meterse en la cama a toda costa.
Abro los ojos, sacudo las frazadas al suelo, revoleo las medias
a una esquina de la habitación y me froto los ojos llenos de lagañas. Me siento en la cama y miro por la ventana. Así son las mañanas que anticipan un día inolvidable.
El día de la despedida, cuando me acerqué a
la mesa de la cocina, sabía que algo estaba por suceder. Yo era el único que sabía: las medias me lo habían dicho, aquel no sería un día cualquiera. Mientras Má peinaba a Nita, y mis hermanos mayores discutían creo que acerca del color de las berenjenas, yo no podía dejar de sentir, justo aquí, en el centro del pecho, que estaba por sacudirse la tierra.
Como un terremoto, corrí hasta la puerta
trasera donde él dormía; busqué con la mirada el recipiente con agua, su manta, la pelota de tenis que yo le había regalado. Estaba todo exactamente en el mismo lugar que el día anterior. ¿Es que se había puesto alas y sobrevolaba el suelo? Yo quería aprender esa magia también, pensé… Una despedida inesperada Desarrollo
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El piso comenzó a temblar, me agarré del marco de la puerta
y sentí como se sacudían mis rulos. Se me cayeron las canicas y comenzaron a rodar en zigzag. Seguía rebotando el piso y la vista empezó a engañarme. Me acuerdo que apareció Má y me dijo unas palabras que no pude entender, pero que sonaron a “lo siento”.
Se había ido para siempre y eso era muchísimo peor que medias
despertándote por la mañana. No lloré porque los hombres no lloran. Convertí mis lágrimas en millones de raíces pequeñitas que salieron por las plantas de mis pies. Me aferré a la tierra que seguía sacudiéndose, caminé con fuerza hasta mi Hermano; lo llevé hasta el cuartito en donde guardamos las cosas de jardinería, nos arremangamos y preparamos el lugar en donde descansaría, al pie del sauce.
No sé si fueron mis raíces, o la tierra toda removida por el
terremoto, lo que hizo tan fácil la excavación, pero lo cierto es que en pocos minutos ya estábamos viendo la ceremonia.
Hermana encabezó la despedida inesperada con
una margarita. Por suerte Hermano siempre más alto no me hacía sentir tan solo. Los cinco frente a un montoncito de tierra, con el sauce como flequillo. Alguna rama me hizo cosquillas y sonreí.
Enseguida el cielo se cubrió de nubes. La tierra
más muerta que nunca, todo quieto y en silencio. Comenzó a gotear. Miré a Má y entendió.
Ese día me dejó quedarme en casa. Me puse las
medias que estaban en un rincón de la habitación, estiré las frazadas y me tapé. Como si nunca me hubiesen despertado, jugando a que con mi truco el reloj retrocedía y, que en lugar de un terremoto, el día traería sólo lluvia. Hermanito
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La casa se llenó de colores Hacía mucho que no veía un perro por casa. La verdad es que había olvidado cómo lucían. Qué compañía pueden ser durante el mediodía caluroso echados a la sombra de un árbol, o por la tarde silenciosa con su mirada atenta a los cantos de los grillos en el pasto, sin poder jamás descubrirlos. Con qué insistencia corren detrás de una rama lanzada al aire y la traen hasta uno. Cómo esperan pacientes el regreso de todos a casa por la noche, que la mesa esté servida, que las luces se apaguen y que cada uno encuentre su almohada para recién entonces dar vueltas sobre sí mismos y echarse a dormir.
Sí, había olvidado que su forma de ser era la de la espera. Y lo
había olvidado de tanto esperar yo. Me estaba convirtiendo en perro. Esperaba con ilusión que Hermana rescatase alguno de la calle, o que Hermanito hiciera un truco de magia que apareciera manadas; que Má cambiara su opinión y nos regalara un hermanito de cuatro patas. La casa llena de colores Desarrollo
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Pero no. El día que volví a ver un perrito, fue
en el lugar que menos esperaba. Una mañana de domingo, mientras miraba el cielo tirado boca arriba debajo de un sauce, con hormigas por todo el cuerpo haciéndome cosquillas. Se apareció Nita mirándome desde arriba. Traía ese cuaderno azul de dibujos, el octavo desde que Papá le regalo el primero. Este lo había estado usando en las tres últimas excursiones a los cerros nevados.
Y ya conocía yo bien los dibujos que
contenía hasta entonces.
Pero entendí que venía a mostrarme nuevos. No
tuve más que enderezarme, ella se sentó a mi lado callada y con la mirada fija en las palomas. Abrí el cuaderno, pase las hojas que ya conocía y llegué como corriendo a través de sus visiones hasta la primera página en blanco. Volví a la anterior.
Entonces los recordé: seres alegres, expresivos, juguetones, libres. Con la lengua y la cola moviéndose sin parar. Saltando en dos patas y estirándose como saludando al suelo. Hojas llenas de perritos de colores, Nita sí que los recordaba, y muy bien.
En ese momento, me recorrió un frío por la espalda, me quedé
en silencio, y no sé cuanto tiempo pasó. Cuando me di cuenta estaba solo con el cuaderno entre mis manos, Nita ya no estaba a mi lado, y sentí el perfume de Má de regreso del mercado. Sacudí la cabeza y las palomas se agitaron en círculos a la vez. Supe lo que querían decir sus dibujos, por eso giré la vista hacia la reja de la entrada. En seguida reconocí la silueta de Má acompañada de cuatro hermanitos cuadrúpedos. Tres de ellos se lanzaron corriendo hasta mis hermanos. Otro permaneció caminando al ritmo de Má, y en dirección hacia mí. No tenía apuro; yo tampoco. Sabía que mi espera había terminado. Antes de abrazarlo caminé hasta Nita, que descansaba sobre el lomo de uno de ellos, y le devolví sonriente su cuaderno adivinador. La casa llena de colores Desarrollo
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Hermano
Taller de Procesos Creativos Desarrollo
de personajes por
Melina BelĂŠn Agostini