Ajena N°10

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>> El cine en el Interior Los sobrevivientes >> Parajes insospechados Las pinturas de Chamangá >> Crónica de una travesía El norte y noreste en bicicleta

Número 10 / Julio de 2015 / Uruguay / Revista mensual de distribución gratuita junto al semanario Brecha /


Foto de tapa: Artigas Pessio. Detalle de una pictografía en Chamangá, departamento de Flores.

Hola. Con este número de Ajena, el 10, saldamos nuestro compromiso fundacional: recorrer los 18 departamentos que conforman eso que se da en llamar “el Interior”. Es verdad que para ello nos ayudó bastante la crónica que encontrarán en la página 8, un recorrido en bicicleta por la zona noreste y este de Uruguay, que de un saque nos lleva por seis departamentos, entre ellos alguno que todavía no habíamos visitado. Y es verdad también que por algunos lados pasamos rápido como el viento. Por eso, mientras celebramos el humilde logro, no perdemos tiempo y nos ponemos en campaña para empezar la segunda vuelta. Nos vemos en la ruta. MC

Staff

Escriben, fotografían e ilustran este número: Artigas Pessio / Camilo Fernández / David Benavídez / Florencia Rovira Torres / Héctor Piastri / Juan Andrés Pardo / José Luis Gadea / Manuela Aldabe / Micalea Palermo / Nicolás Garrido / Venancio Acosta /

Coordinación general: Mariana Contreras // Producción: Juan Manuel Chaves // Corrección: Pablo Azzarini // Diseño: Lateral.com.uy // Logística y administración: Cooperativa LABRECHA. Comercial: Paola Puentes (ppuentes@brecha.com.uy) / Gustavo Moraes (gmoraes@brecha.com.uy) / 2902.50.42/43/44 Contacto: ajenarevista@gmail.com Impreso en Artes Gráficas SA. Porongos 3035 - Tel: 2208 4888. DEPÓSITO LEGAL 363.387/2014

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>> Cines en el Interior

En la Ciudad Vieja de Montevideo, bajando por la calle Ituzaingó y subiendo por el maltrecho ascensor que lleva al cuarto piso de un edificio a dos pasos del mar, casi en el zaguán de un apartamento bien iluminado, descansa una máquina, alta como una persona, que se encarga de dirigir, en simultáneo, cuatro pantallas de cine a cientos de quilómetros de distancia: una en Artigas, otra en Castillos, otra en Fray Bentos, y otra en

En el Interior es más difícil ver cine que en Montevideo. Más difícil todavía es acceder a películas por fuera del circuito hollywoodense. Sin embargo, mientras que en la capital las salas no asociadas al sector de las grandes multinacionales han sido engullidas por éste, en el resto del país porfían emprendimientos –algunos comerciales, otros autogestionados– que se proponen, a pesar de las dificultades impuestas, que la experiencia de ver cine no muera.

Txt: Venancio Acosta Fotos: Héctor Piastri

Florida. Todas gobernadas desde esta oficina –la cabeza del pulpo– que, a través de su servidor informático, le envía a cada sala un archivo con la película; al instante, en la otra punta del país, bastará un clic para hundirse en la butaca y dar comienzo a la función. La industria cinematográfica vivió un temblor en los últimos años, signado por la extinción (a impulso de los grandes estudios de Hollywood) del viejo formato

de proyección en cinta de 35 milímetros, y la irrupción del formato digital bajo total control de sus mentores. Lo que significa que cualquiera que quiso exhibir sus películas tuvo que hacerse de la tecnología acorde, e ingresar de lleno en un sistema que no hace sino reafirmar la posición dominante de estas grandes compañías en el sector. Las películas ya no son cintas que pasan frente a un lente, sino archivos El Cine Club de Rocha, fundado en 1953.

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en un disco duro, con configuraciones adheridas y claves de seguridad. El cuartel general de la Red de Salas Digitales del Mercosur opera en la Ciudad Vieja desde 2013. Su instalación es consecuencia de la aplicación del programa Mercosur Audiovisual, que promovió, con financiamiento mayoritario de la Unión Europea, la implementación de 30 salas de proyección de cine digital distribuidas entre los países del bloque, con el objetivo de difundir contenidos de la región. Cinco le tocaron a Uruguay, y cuatro de ellas se instalaron en el interior del país. Este año comenzaron a funcionar. Sin embargo, fuera de la capital no muchos más corrieron con la suerte de acomodarse a los nuevos vientos. Las grandes salas del Interior que paladearon épocas doradas, y más recientes trances

de decadencia, viven hoy un presente de suspenso ante la posibilidad de desaparecer junto con los 35 milímetros o subirse, a los ponchazos, al último tren del digital, conducido por los popes de la industria. En tanto, en algunos departamentos, varios obstinados por el cine al margen de las grandes carteleras buscan labrar su propio camino y prueban que el sismo tecnológico ha dejado más de un sobreviviente. Habría que decir, en rigor, que el mandato tecnológico de la gran industria no provocó que todas las salas de cine fuera de Montevideo pasaran un mal rato. Hay actualmente una serie de espacios, distribuidos en varias localidades del país, que son vanguardia en la reconversión. Es el caso del Grupo Macri en Salto y Paysandú, Starlight, en Colonia, y el Grupo Cine en Rivera. Cada complejo, propiedad de estas grandes empresas, abarca varias salas de proyección con todas las de la ley, oportunamente digitalizadas gracias a exoneraciones tributarias concedidas por el Ministerio de Economía en el marco de la ley de inversiones. Se conocen en el sector como “multisalas”. Si hubiera que clasificar los espacios de exhibición de cine en el interior del país, éstas configurarían uno de ellos: algunas funcionan en centros comerciales, y en sus pantallas refulgen las deidades de Hollywood en películas que son adquiridas a instancias de los distribuidores El proyector del Cine Club de Rocha no es compatible con los formatos oficiales.

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locales (Moviecenter y Life), que operan como sucursales de las grandes compañías internacionales. La impronta de estos espacios no tiene que ver necesariamente con el cine, sino más bien con el modelo de entretenimiento que los acompaña. En segundo lugar, hay una serie de salas, generalmente pertenecientes a un único dueño –cuando no de propiedad municipal–, que no se alinean con las grandes empresas dueñas de los complejos. Al contrario de estas últimas, cuentan con una historia de reconocimiento local que atraviesa a más de una generación y se remonta a los años en que el cine solía ser el evento cultural y social por excelencia. En la actualidad funcionan en establecimientos donde antes hubo teatros o grandes cines, que luego se acondicionaron para exhibir películas ante la merma de espectadores. Las llaman “unisalas”. Si bien funcionan como islas, sin relación con los complejos empresariales, también operan dentro del circuito comercial, exhibiendo en sus pantallas las últimas producciones de Hollywood y aledaños. A años luz de sus lejanas primaveras, sin padrinos, sin salvavidas estatales ni arcas lo suficientemente caudalosas, a estos espacios el cambio tecnológico les movió el piso. Mientras que en Montevideo el circuito de las salas fue engullido por los complejos multisalas, en el Interior hasta el año pasado aún sobrevivían, en total, 13 de aquéllas. Por entonces, un número importante de agentes de todo el país vinculados al sector audiovisual (privado y estatal), luego de algunos meses de trabajo, consensuaron un documento titulado “Compromiso audiovisual 20152020”, donde se impusieron metas a alcanzar en torno a los ejes “producción, exhibición, y circulación de contenidos, patrimonio, posicionamiento internacional, formación de públicos, y formación técnico-profesional”. En referencia a la situación de las unisalas, el documento dejaba constancia de que ante el “apagón analógico”, estos espacios corrían el riesgo de cerrar para siempre ya que no podían bancar por sí solos los costos del pasaje al mundo digital. Frente a esta situación, los dueños de los cines forjaron una unión con el objetivo de presentarse ante las autoridades parlamentarias y del Instituto del Cine y del Audiovisual del Uruguay (ICAU). Lograron que se pusiera a consideración un decreto que exonerara


de impuestos la importación de los equipos digitales; aunque, al cierre de esta edición, aún no hay resolución al respecto. Desde el ICAU se indicó a Ajena que “hay voluntad política” para su sanción, pero “la realidad es que los tiempos administrativos están demorados”, dijeron. Y los tiempos administrativos no se acompasan con los tiempos tecnológicos: desde el “Compromiso audiovisual” a la fecha, cinco de los 14 cines incluidos en esta categoría ya no exhiben. “La burocracia nos cansó”, se desahoga José Luis López, dueño de las dos salas que el cine Doré tiene en Minas (Lavalleja). De ambas, sólo una pudo reconvertirse al digital, a impulso de sus propietarios. “Cerrábamos o lo hacíamos”, sentencia López. En tanto, por ejemplo, el cine Beta, de Tacuarembó, el cine de Atlántida, el cine Miramar, de Piriápolis, y el Uamá, de Carmelo, apagaron sus pantallas en los últimos años. Y una época se apagó con ellas. Isabel Álvarez recorre los pasadizos y vericuetos desolados del viejo edificio. Pasa frente a la gigantesca pantalla –ahora cubierta por un manto oscuro– y sus pasos truenan en la madera del piso. Ingresa a la sala de luces, baja al subsuelo, sube al cuarto de proyección. Las desiertas y vetustas instalaciones del lugar ofrecen un silencio apenas más intenso que el de allá afuera, el que reina en la pequeña ciudad a mitad de la tarde. Finalmente se sienta, callada, a fumar en la boletería. A su alrededor parece escucharse el bullicio espectral de hace más de cien años atrás, cuando el cine llegó al pueblo, que entonces era un reducto de inmigrantes suizos. Pero no hay nadie más. Isabel es parte de la comisión directiva que administra el cine Helvético, una mole de alrededor de mil butacas plantada en el corazón de Nueva Helvecia, en Colonia, desde los albores del siglo XX, cuando la industria cinematográfica ni siquiera había experimentado el espasmo del sonido, su primera gran revolución. En 1998, luego de más de una década de cierre, el cine reabrió gracias al esfuerzo de los pobladores. Un año antes había sido declarado monumento histórico nacional. Desde hace un año no proyecta películas porque sólo cuenta con una máquina que reproduce cintas de 35 milímetros.

Actualmente funciona una vez al mes como teatro, y una de sus fuentes principales de ingreso es el quiosco que vende golosinas en el hall. “Andamos atrás de las distribuidoras, y nos dicen que no tienen más películas de 35 porque las mandaron todas a Estados Unidos, que allá las iban a quemar”, dice Isabel en tono ofuscado y escéptico. No obstante, el Centro Regional de Cultura Cine Helvético, que así se llama la asociación que gestiona el local, está en plan de ahorro para adquirir el proyector digital. Tienen una oferta del cine Gran

Artigas; el Cine Nuevo, de Florida; y el cine Visión, de Fray Bentos Estos últimos de gestión privada. “El sistema funciona con archivos calidad HD. Las salas reciben el mismo equipamiento: básicamente un servidor que se comunica con el central, y desde

Las grandes salas del Interior que paladearon épocas doradas, viven hoy un presente de suspenso ante la posibilidad de desaparecer junto con los 35 milímetros o subirse, a los ponchazos, al último tren del digital, conducido por los popes de la industria. Prix, del Cerrito de la Victoria, en Montevideo (el último bastión de las salas particulares en la capital), que finalmente cerró sus puertas. Mientras tanto se las arreglan con un aporte irrisorio de 8 mil pesos que hace el Municipio, destinado a pagar los “sueldos” de dos personas encargadas del mantenimiento del gran elefante de cemento. Desde el año pasado, cuando dejaron de circular las cintas, el cine ya no proyecta películas, y su histórica infraestructura junta polvo mientras sus responsables se esfuerzan por volverlo a la vida. El único cine de Colonia, en tanto, funciona en un shopping y está vinculado a la familia del empresario argentino Juan Carlos López Mena. Debidamente digitalizado, no tiene competencia, y exhibe a sala llena. El costo de la reconversión a digital oscila entre los 40 mil y los 80 mil dólares. Ésta implica, en primer lugar, la adquisición de un proyector compatible con los formatos oficiales, y una renovación del audio. Así lo manifestó a Ajena el cineasta Fernando Epstein, vinculado a las producciones más emblemáticas del cine nacional, actualmente representante de la Coordinadora para la Programación Regional, entidad que centraliza desde la Ciudad Vieja de Montevideo las películas de la Red de Salas Digitales del Mercosur. Entre ellas, el Complejo Cultural 2 de Mayo, en Castillos (Rocha), propiedad del Municipio; el Auditorio Municipal de

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Montevideo se les envía la película. Se les trasladan los archivos y ellos hacen play en el momento de la función”, explica Epstein. Las pantallas que integran la Red de Salas Digitales del Mercosur constituyen un tercer espacio de exhibición de películas en el Interior. Su propuesta fílmica tiene que ver, esencialmente, con películas producida por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Y eventualmente alguna coproducción con otros países. Aunque la idea primaria es la articulación de los productos de la región, se está buscando la manera de traer contenidos europeos. Además de la administración de estas cuatro pantallas, la Red busca oficiar de intermediaria entre los distribuidores y las salas comerciales del Interior (particulares y complejos) para garantizar la presencia del cine nacional en los circuitos comerciales. Este espacio busca terciar entre el cine de masas, que atrae a los espectadores, y el cine que no llega fácilmente al interior del país. “Nos manejamos dentro de un espectro entre lo comercial y lo autoral que sea lo más amplio posible”, indica Epstein, quien sin embargo en tanto cineasta se declara adversario del cine como modelo de negocios que enfatiza el entretenimiento. “Para mí está virando mucho más entretenimiento que cine. Eso lo considero un problemón, porque el entretenimiento se está morfando al cine, y no para de facturar”, sentencia.


Es el año 1986. En el auto que muerde el asfalto de la ruta 9 a una velocidad que apenas se ciñe a los límites permitidos viajan dos personas, además del chofer, que mantiene la suela pegada al acelerador como si nada más importara que llegar a tiempo. Rumbean hacia el este como una bala. Pablo Díaz viaja en el asiento de atrás. Es argentino y acaba de bajarse de un avión en el Aeropuerto de Carrasco, donde, tras un cartel con la leyenda “Cine Club”, lo esperaba una pareja. Subieron al auto los tres. Cuando lleguen a la ciudad de Rocha la función ya estará por largar, con la sala que desborda. Pablo Díaz es un sobreviviente. Fue testigo del lúgubre suceso del año 1976 conocido como “La noche de los lápices” –en La Plata, provincia de Buenos Aires–, y guionista luego de la película homónima, que fue estrenada a mediados de los

cultural vinculado también a las artes en general, nos indica Olga. Comenzó siendo una entidad itinerante hasta que, luego de una larga temporada de nomadismo, pudieron hacerse de un techo propio, que fueron acondicionando. Los fines de semana las películas agotaban butacas en Montevideo, y los martes el Cine Club las adquiría a un precio rebajado y las devolvía a la capital luego de exhibirlas. Desde entonces, y por ingenio de los clubistas, que siempre se acompasaban a los últimos estrenos, los martes de cine fueron un clásico en la ciudad. Tuvieron algunos traspiés durante la dictadura, cuenta Olga, entre los cuales se cuenta la vez que les prohibieron proyectar La revolución (1973), en la que actuaba Federico Luppi. La cartelera actualizada en sintonía con las pantallas de la capital continúa, la concurrencia de público, en cambio, no volvió a ser la misma. En los años sesenta llegaron a tener cerca de 1.500 socios, de los cuales sólo quedan cien y monedas que pagan una cuota mensual de 240 pesos y tienen derecho a ver cuatro películas de la programación mensual. La mayoría tiene más de 50 años de edad. Un problema, según el actual director. “Cine Club siempre se orientó hacia el cine de autor. La gente que viene es conocedora de cine. En contraposición es veterana. No tenemos jóvenes. Tenemos esa contra. Nos ven como un círculo muy ‘culturoso’, y eso es una cosa que no pudimos romper. No supimos llegarles a los gurises. Luchamos contra ese estigma de que es un círculo cerrado”, explica Almandoz. Desde los viejos concursos de crítica cinematográfica hasta la proyección de películas en cárceles y centros de INAU, el Cine Club de Rocha ha insistido, a lo largo de su historia, en actividades para difundir el amor por el cine que sus socios profesan todos los martes a la noche, y expandirlo entre la población del departamento. Cierta vez cranearon un proyecto llamado Cine Móvil: contrataban ómnibus para traer a niños de las escuelas rurales a ver películas a la ciudad. Pablo recuerda: “Y lo fuimos perfeccionando: contratábamos payasos para que los entretuvieran en el viaje, les

Para la reconversión digital, los costos tienen un rango aproximado que va desde los 40 a los 80 mil dólares. E implican la adquisición de un proyector compatible con los formatos oficiales, y una renovación del audio. ochenta. El mismo año del estreno fue exhibida ante los espectadores que se amontonaban hasta en los pasillos de la sala del Cine Club de la ciudad de Rocha, con la presencia de uno de los protagonistas y en una noche histórica para la vida cultural de la institución. El Cine Club de Rocha se fundó en 1953, y desde entonces funciona ininterrumpidamente. Olga Aguiar iba en el auto aquella noche; hoy tiene cerca de 90 años y sigue al firme asistiendo a las funciones. Pablo Almandoz pertenece a una segunda generación de clubistas. Ella es socia fundadora, él es el actual director. Juntos desgranan historia pasada y actual de uno de los primeros cineclubes del país, aún en pie. Nació como una institución dedicada al cine, y fue en realidad un centro

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dábamos comida, souvenires, de todo. Para nosotros la experiencia del cine es en una sala, y el 99 por ciento de los gurises nunca había visto una”. “Empezamos utilizando un proyector de carbón, que en ese momento ya era una antigüedad –historia el director–. Luego vino el cambio a lámpara. Vivíamos de lío en lío: la máquina explotaba, se quemaba, era un desastre. Para conseguir repuestos entramos en la dimensión de lo desconocido. Se rompían los engranajes, los tornillos, y al final ya no había con qué darle. No sé cómo, me enteré de que en una parroquia del Tala vendían un proyector; salía unos 1.400 dólares, me parece. Y nos fuimos a buscarlo en una Chevrolet vieja que yo tenía. Tiramos con ese un tiempo más, mientras les comprábamos las lámparas viejas a los Hoyts y los Movie. En unas vacaciones dimos Patoruzito [2004], que nos salvó el año. Pero el maquinista nuestro se había ido. Conseguimos un viejo no sé por dónde. Lo instalamos en un hotel de acá, que era un bichero. La cinta se rompía, se trancaba, y el viejo decía: ‘Es tranquila la gente acá en Rocha, donde yo trabajo si se tranca la película me tiran con todo’.” Actualmente la sala está equipada con un proyector digital (“un Sony pichi”, detallan) que no es compatible con los formatos oficiales, y un reproductor de Blu Ray. La sala es administrada por una comisión directiva de cuatro o cinco personas, y tiene una suerte de “comisión de notables” integrada por los socios más viejos. Las relaciones institucionales están a cargo de Voltaire Baroni, un veterano fundador que oficia de relacionista con las distribuidoras. “Va a Montevideo una vez por mes y pichulea los precios.” Y al parecer no se reserva los ardides que le faciliten la misión: se habla de una mujer que ya debe de tener “una colección de pañuelos”, y de un reconocido distribuidor muy afecto a la caña con butiá. Inversiones de los clubistas. Otro de los grandes momentos de este cineclub fue cuando se exhibió La Perrera (2006), del director uruguayo Manolo Nieto. Filmada en La Pedrera, con pobladores del lugar como protagonistas, el estreno en la sala (con la presencia del director y el productor, Fernando Epstein) suscitó la concurrencia de un bando de espectadores provenientes del balneario que hacían la fiesta cada vez que se veían en la pantalla. “Vino toda la mersa de La Pedrera –narra Pablo–. Cada vez que


En algunos departamentos, varios obstinados por el cine al margen de las grandes carteleras buscan labrar su propio camino y prueban que el sismo tecnológico ha dejado más de un sobreviviente. directiva y una integrante de la “comisión de notables”, bastón en mano: —El espíritu nuestro es el de seguir dando cine de calidad. Cine que diga algo. Y también nos comemos bagallos. ¿Tú viniste el otro día? Dimos Welcome to New York, con Gerard Depardieu, que es sobre el tema de aquel loco del FMI que casi viola a una azafata. Bueno, Gerard Depardieu es un viejo degenerado. No hace nada. No cuenta nada, la película. Es una orgía desde que empieza hasta que termina. Tiene una cosa a favor: Jacqueline Bisset es una señora que está impecable…

El cine Helvético tiene capacidad para mil espectadores. Hace un año que no proyecta películas. aparecía uno conocido empezaban a los gritos en la sala. Estuvo buenazo. ¿Tú viste La Perrera? Es una cagada. Una cagada. Pero los locos la gozaron como unos campeones.” Se nos asegura que el Cine Club, a pesar de tener un compromiso con el cine de autor, no reniega de su “parte comercial”, que se manifiesta sobre todo en las vacaciones y les permite sacar algún mango para acondicionar las instalaciones. “Seguimos sobreviviendo, pero no hagan olas”, explicaron. Y si bien no tienen un público que les exija los últimos estrenos, y no están con una soga al cuello que los obligue a reconvertirse oficialmente, sí están interesados. Por ello siguen de cerca el resultado de las negociaciones con el gobierno. Y también

analizan reconvertirse totalmente por cuenta propia. “Siempre hemos sido orejanos –apunta el director, y Olga asiente–. Con las salas digitales del Mercosur tú estás atado al servidor de ellos. Ellos tienen sus películas y eligen. Y nosotros siempre fuimos independientes y queremos seguir así. Si queremos dar una iraní hecha por un perro manco, la damos. Y tampoco nos casamos con las propuestas de las grandes. Eso no quiere decir que reneguemos de lo comercial, pero no queremos atarnos solamente a eso tampoco.” Ajena abandona Rocha y en el Cine Club los temas son recurrentes entre el representante de la nueva comisión

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“Cine para sobrevivientes” es el lema de El Ojo Blindado, un colectivo que, en Canelones, defiende un espacio para compartir películas e intercambiar información sobre la obra cinematográfica nacional e internacional de ahora y de siempre, con un gustito a autogestión. Con paciencia, y luego de una breve pausa, comenzarán a funcionar en Descarril, un espacio cultural autónomo que está siendo levantado en una vieja estación de AFE. El Ojo, junto al Cine Club de Rocha, integran lo que sería el cuarto espacio de exhibición de cine en el interior del país. En el sector audiovisual los clasifican como “espacios aptos para exhibir”. Más bien son el domicilio del cine propiamente dicho, y las últimas trincheras de las carteleras alternativas, sostenidas casi siempre colectivamente y a pulmón. Según los últimos relevamientos oficiales de este año, al igual que las grandes salas, han ido disminuyendo en cantidad. Tienen por eso su sitial de honor en esta historia de sobrevivientes, de agonizantes, salvados, muertos vivos y tercos que no se dejan matar.


>> Una travesía en bicicleta

Como el viento entre los árboles

Esta es la crónica de un verano en bicicleta y mil quilómetros de paisaje. Desde Minas de Corrales, recorriendo balnearios, ciudades, pueblos y pequeños parajes del este y noreste del país, Ajena ahuyenta el frío de invierno pedaleando.

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18/02. Cuando me despierto, abro una brecha en el cierre de la carpa y me quedo unos diez o veinte minutos mirando en derredor. Aparecen infinitas cosas. El viento en la copa de los árboles y su murmullo, las gotitas de rocío como una sábana de rosarios de cristal cubriendo todo, el caminito de hormigas que ha tenido que esquivarme, los rayos de sol por entre las ramas. Txt: Miro el cielo límpido de Lavalleja, desde mi carpa bajo los David Benavídez árboles, y me acuerdo de lo que dijo Tagore, que los árboles Ilustraciones: son poemas que la tierra escribe en el cielo. Aquí, en el Salto Micaela Palermo del Penitente, todos duermen. Escucho una canción de Los Olimareños mientras recorro el camino al salto de agua. Estoy solo, tranquilo, feliz, en los últimos días de mi travesía. Salí de Minas de Corrales en bicicleta el 15 de enero, con una mochila, una carpa, y 1.000 quilómetros por delante. Lo hice porque podía hacerlo, porque quería hacerlo, y porque era inevitable en mi pecho. Mis primeros caminos fueron los del interior de Rivera, de un pesado barro rojo por la lluvia reciente. Subí las sierras que unen a Blanquillos con Amarillo envuelto en niebla y bajo alguna garúa. El primer almuerzo de viaje fue una feijoada potente que me ofreció don Hider en su casa, al costado de la 27. Eso me dio el empujón para llegar a Vichadero en la tardecita del 16, con las garúas ya convirtiéndose en chaparrones. Las primeras noches fueron las más bravas, las más cuestionadoras. Pero las ganas tienen buena retórica. Por las ganas me enfrenté a la 6 y a la 44 para llegar a Melo. El camino era una calamidad, el asfalto casi no existía en muchos tramos, y el sol era un infierno. Por quilómetros no encontré árboles, ni casas, ni una sola cañadita para refrescarme la cara y el lomo. De vez en cuando pasaba una 4x4 haciéndome tragar polvo, pero durante horas éramos sólo yo y un desierto de pastos pardos. Alrededor de las 19 encontré un pocito de agua a 20 metros de la ruta, y sentí una satisfacción tremenda al tirarme aquella agua embarrada sobre la cabeza y la espalda. Ya cayendo la noche llegué –despedazado de cansancio– a la casa de un policía en Paso Mazangano. Le pedí para pasar allí la noche. Con los primeros rayos del sol bajé un quilómetro hasta la orilla del Río Negro para pasar el día. Ya mientras bajaba iba divisando unas cuantas carpas alrededor del puente, gente pescando, asando, escuchando folclore, bañándose en el río. Tuve el placer de charlar con doña Adelia que, a pesar de que cree en Dios y yo no, me ofreció su casa en Vichadero por si pasaba por allí en otra travesía. Llovió durante toda la noche, y al amanecer escampó. Todavía estaban las estrellas sobre mí cuando puse todo en la bici, y con la aurora volví a pedalear para llegar a Melo ese mismo día. A unos quilómetros del puente encontré un almacén, donde casi lo único que había (y en abundancia) era Corned Beef. Ese sería mi almuerzo.

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04/02. Iba saliendo de Santa Teresa, y cuando doblé la rotonda para seguir hacia Punta del Diablo, oigo que me gritan desde el otro lado de la ruta: ―¡Hey, men! Era un tipo alto, flaco, barbudo, con lentes de sol, acompañado de una rubia blanquísima, ambos en bicicletas, saliendo del parque. ―¿De dónde es vos? –preguntó el barbudo, con acento. No les voy a entender el inglés atravesado y estoy apurado, pensé. ―De Rivera, del norte de Uruguay. ―¿Serio? ¡Yo soy de Livramento! ¡Me crié alá! Vivo en Veranópolis. Ella es de Porto Alegre. ―Então fala em português, que vai ser muito mais fácil para os tres –reí. Me obligaron a ir a la Laguna Negra. Les dije que quería pasar la noche en Punta del Diablo, pero no me hicieron caso. No acostumbraba pedalear de noche. Pero Igor tenía algo de buena persona que se desprendía directamente de su forma de hablar, de pararse y de gesticular, que convencía a cualquiera inmediatamente. El tipo podía matarme –siempre está la opción– o compartir conmigo y con Débora (a quien había conocido unas horas antes) uno de los atardeceres más lindos que vi en mi vida. Y Débora, qué más decir, además de bonita leía a Érico Veríssimo, eso me bastaba. ―No te asustes por lo que voy a decir –dijo el brasuca, quitando importancia al asunto–: tenho crisis de pánico, bipolaridad, y soy borderline. Cuando vio que agrandé los ojos, agregó con risa, armando un pucho: ―Ahora podés ter una idea de por qué los traje a este lugar lejos… Pasé tres días en la casa de Gabriel, compañero del CERP y amigo, que me mostró todo Melo en detalle. El 21 de enero Gabriel me acompañó en su moto hasta la salida de Melo, y desde allí seguí viaje hasta Arachania, a donde llegué pasadas las 21. A la mañana siguiente, cuando vi lo bonito del lugar, decidí pasar el día allí. Arachania es un pueblito enclavado entre cuchillas, que duerme la siesta sobre el río Tacuarí. Allí no hay casas con jardines, sino jardines con casas, y las calles ostentan la entrañable juventud de estar todavía cubiertas de pasto. En el bajo, el amplio mantel de agua se hizo irresistible para bañarme de tarde. Salí rumbo a Arbolito, con el espectáculo del sol dorando las sierras de la ruta panorámica. De madrugada ya estaba en ruta, con 75 quilómetros por delante para llegar a la Quebrada de los Cuervos. A las 2 de la tarde, sufriendo una paliza importante del camino de tierra, llegué. Me instalé, hice el recorrido por la Quebrada, y antes del anochecer fui a cenar en lo de los Olivera, unos vecinos contiguos al parque. Ojalá las señoras que me atendieron tan bien puedan leer esta crónica, pues guardo de ellas, de su casa, de sus comidas, de su jardín, uno de los recuerdos más afectuosos de mi viaje. Son gente con sabor a vida sencilla. Y la cascada y la laguna hacen de su hogar un paraíso. Me quedé otro día en la Quebrada, para saborearla más. Pasaba horas sentado en el mirador, escuchando a Bach y contemplando a los cuervos que flotaban sobre la garganta imponente. Palmera,

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agua, piedra, chirca, helecho, iban entrando en mis ojos y en mi piel a medida que yo me perdía en los recovecos de la Quebrada. El 25 arranqué rumbo a Treinta y Tres. Una familia que había ido a pasar el día en la Quebrada, y que había tenido la amabilidad de compartir conmigo su comida, esperó a que llegara al empalme con la ruta 8 para ofrecerme agua fría. Cosas así son como una bajada larga después de mucho subir. Llegué a la capital olimareña y busqué un lugarcito cerca del río donde acampar. Pronosticaban días de tormenta, así que decidí esperar la lluvia allí antes de continuar el viaje. 30/01. Para sortear la soledad tengo dos comodines. Uno de ellos es llamar a mi madre, o a Rebeca, mi novia. Otro, que también tiene que ver con el amor, son mis libros. Llevo cinco en mi mochila, y no pesan, alivian. Viajo doble, por asfalto y por papel, y lleno mi alma de cosas nuevas a cada paso, a cada página. Ahora leo “Historia de un amor turbio”, de Quiroga, recostado contra un eucalipto frente al ancho Cebollatí. Recuerdo que lo que me trajo hasta La Charqueada, lo que la puso en mi itinerario hace un año, fue un libro. En ese libro de Morosoli un albañil le contaba a otro, en medio de una pradera desierta y fría, que nunca había estado en un lugar más lindo, más vivo y más cálido que la desembocadura del Cebollatí. Los pájaros, el río, los árboles, todo aquí es vida y color, y paz. Paseé por Treinta y Tres, me bañé en el Olimar, cambié las cubiertas de la bici –el viejito gomero no me quiso cobrar: “Me pagás la próxima”, me dijo–, luché contra la inundación de mi carpa, y cuando escampó, después de cuatro días, en la mañana del 29, levanté todo y me fui por la 17 y la 18 a La Charqueada. Recorrí el pueblo, busqué donde acampar, hice amistad con un matrimonio de riobranquenses, y con un camionero que me arregló el pedal de la bici. Pasé todo el día siguiente en el pueblito del histórico puerto, mirando los coloridos barcos que subían y bajaban por el río llevando turistas, o la soledad de algún pescador. El 31 crucé en la balsa y entré a Rocha. Seguí el camino de tierra, abierto como a facón entre el matorral, hasta el pueblo Cebollatí, y allí pregunté qué rumbo tomar para ir al balneario Saglia. A las 13, después de 14 quilómetros de viento en contra, llegué a las orillas de la laguna Merín. Un paraíso, sencillamente. Campo, sol, arena, agua calma y baja, tranquilidad y soledad. Como se veía venir tormenta grande, decidí tomar un ómnibus a mi próximo destino: Fuerte de San Miguel. A las 18.50, bajo la llovizna, llegué al Fuerte. Lo recorrí con la misma voracidad con que se lee O tempo e o vento, es decir, ese no sé qué de nostalgia y fascinación por las manos de otros amores y otras guerras que sacudieron estas praderas, de las que ese

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montón de piedras, transversal al tiempo y al viento, es testigo. El 2 de febrero pasé por el Chuy al mediodía –con sabor a Rivera pero sin mi portuñol–, y a las 16 llegué a La Coronilla, donde me quedé en casa de Diego Silva, hijo de un amigo de Minas de Corrales. Una lástima ver que las arroceras han hecho de las aguas del balneario un verdadero chiquero… El 3 me fui para el Parque de Santa Teresa. Pasé dos días espectaculares allí, y a la tardecita del 4 de febrero salí del Parque. Conocí a Igor y a Débora en la rotonda, visitamos la Laguna Negra, y caída la noche nos fuimos muy lentamente a Punta del Diablo, hablando atravesadamente sobre literatura, política y frontera. Al día siguiente Débora siguió su viaje, y nosotros recorrimos el pintoresco pueblo pesquero. En un recodo encontré una perlita llamada El Diablo Lector, una librería fenomenal cuya librera reconocí de la feria de libros ambulante, que gesta verdaderas cruzadas librescas por el interior del país. El 6 de febrero salimos con Igor de Punta del Diablo, camino a Aguas Dulces. Después de almorzar en La Esmeralda y de parchar una rueda de mi bici en Castillos, llegamos a Aguas Dulces por la noche. El 7 fuimos a Valizas, a pasar el día. A media tarde cruzamos con Igor la desembocadura del arroyo y caminamos los tres quilómetros de dunas que separan Valizas de Cabo Polonio. Al atardecer llegamos, demasiado tarde como para subir al faro, pero con la esperanza de ver a los lobos marinos. No encontramos a ninguno, pero sí a un pingüino perdido que se dejó acariciar. Recorrimos el mágico Cabo Polonio bajo el aura de la luz de velas, y ya en plena noche emprendimos la vuelta a Valizas. Por las dunas. Sin linternas. Sin luna. Nos perdimos. Volvimos a la orilla, caminamos, encontramos a unos veteranos acampados en medio de la nada, caminamos, amenazaba llover, caminamos, y a medianoche llegamos al borde del arroyo. La luna llena escondida había hecho lo suyo: donde habíamos cruzado a pie a media tarde, ahora la marea nos cubría dos cabezas. Con billeteras, cámara y celulares embolsados y sostenidos en una mano, cruzamos a nado por la parte del arroyo a la que menos llegaban las olas. Encarangados de frío fuimos en busca de nuestras bicicletas. Cuando quise desencadenar la mía, no encontré la llave. Volví a la playa con bronca, pero Valizas me sonreía con sarcasmo: la llave estaba allí en la arena. Tranqui. A las 3 de la madrugada llegamos a nuestro camping en Aguas Dulces, y dormimos como si no hubiera un mañana. Pero el soleado mañana llegó, y tuvimos un espléndido desayuno con dos jóvenes argentinas que estaban recorriendo Uruguay, con quienes conversamos sobre nuestras desventuras de la noche anterior. Además intercambiamos libros, y gracias a ellas llegué a conocer la vigorosa poesía de Paco Urondo. “Esta vida que maltrata y consuela”, dijera Paco.

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14/02. A la mitad de una frase le empezó a dar aquello al tipo. Estábamos en el parque La Estiva, en la ciudad de Rocha, charlando después de almorzar, cuando en medio de una frase empezó a temblar y a retorcerse. Pensé que era joda. Entonces se paró temblando, abrió la boca, alzó un brazo, torció la cabeza, movió una pierna, y cayó de cara al hormigón del piso. Y se quedó ahí, con los ojos desesperadamente abiertos, llenos de tierra, y con la cara lívida como la de un muerto. La puta madre, qué te pasa, qué hago, ayuda, ayuda, y el auto que se va, pero vuelve, y lo cargamos, y lo llevamos al hospital rajando. No es nada, por suerte, no es nada. Al mediodía dejamos el camping con Igor, y pedaleamos hasta Punta Rubia, un remanso de casitas recostado a La Pedrera. Llegamos a eso de las 18, después de caminar cinco quilómetros con mi bicicleta pinchada. En Punta Rubia nos esperaban Juan José y Verónica, mis primos, y los gurises de ella. El mejor tiempo de todo mi viaje lo pasé con ellos en Punta Rubia, en la casa de Juan. Hay que decir que prácticamente eran desconocidos para mí, esas cosas de familia grande y desparramada. “A vida é a arte do encontro –dice Vinícius de Moraes– embora haja tanto desencontro pela vida.” Igor pasó esos cinco días con nosotros, y sufrió las penas de ser un brasileño rodeado por cinco castelhanos de merda. El “gaúcho punk” –como lo apodó Juan José por su curiosa mezcla de idealismo anarquista y tradicionalismo riograndense– se hizo un Benavídez más, y hoy todavía me invita insistentemente para hacer una travesía a Ushuaia a fin de año. El 13 de febrero nos despedimos de mis primos y pedaleamos con destino a Rocha, a donde llegamos después de hacer escala en La Paloma, pasadas las 23. Comimos unos chivitos, extrañando los incomparables xis de la frontera, y pasamos la noche en un estacionamiento de camiones. Al otro día fuimos al parque La Estiva, donde almorzamos, y donde a Igor le dio el ataque de pánico. Después de pasar toda la tarde en el hospital, muy bien atendidos, por cierto –“Mãe, se algúm día tú pensa em te mudar, te muda pro Uruguai”, decía Igor al teléfono–, volvimos al estacionamiento de camiones y pasamos allí la noche. Al amanecer nos separamos. Él seguiría su viaje por la costa, con destino a Montevideo y Buenos Aires, y yo remontaría hacia el norte, para atravesar el interior de Lavalleja. El 15 acampé a orillas del arroyo Sarandí de La Paloma, en las afueras de Velázquez, y el 16 me

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largué para Aiguá. Pero me tropecé con las Grutas de la Salamanca en el camino, y no me resistí. Pasé el día allí, rodeado de un paisaje tremendo, escenario de leyendas de matreros y tesoros escondidos, y con una gente aun más fantástica: una familia de trotamundos uruguayos que recorrieron toda Europa y ahora están re-conociendo al paisito. Me preguntaron si todavía es calentito el corazón uruguayo. Les dije que sí. Ese mismo día llegué a Aiguá, recorrí la ciudad adornada de casonas viejas de colores vivos, y allí pasé la noche. Al amanecer salí para Villa Serrana, encarando subidas quilométricas. Muriendo llegué allá al mediodía. Con sus casitas desperdigadas por el campo, la villa invitaba a descansar por el resto de la vida. Ese mediodía conocí a un sueco que se había recorrido toda Argentina y ahora andaba por Uruguay. El tipo es médico la mitad del año allá en Suecia, y la otra viaja por el mundo. Qué grande. Y casi sólo come bananas. El 18 llegué a Minas, a la casa de mi primo Yamandú, y pasamos un buen rato entre charlas sobre minería. Hablamos del aletargamiento que tiene mi pueblo, nuestro pueblo Minas de Corrales, que tapa sus ojos, oídos y bocas ante la explotación (del hombre y de la tierra), por un buen autito u otras cosas imprescindibles. Cosas de esta América. Como se me acortaba el tiempo para volver a Rivera a inscribirme en el CERP, tuve que hacer un carrerita de Minas a Maldonado, pasando por Pan de Azúcar, Piriápolis y Punta del Este, en un solo lluvioso día. Al anochecer llegué a lo de Sandra Batalla, en las afueras de Maldonado. Viví dos días de reencuentro con amigos que no veía hacía años. Paseamos con Eliza, Claudia, Sandra, y los chiquitos Débora y Alex por Punta y Maldonado. Un pedido de disculpas, un tácito decir que soy el mismo y soy otro, una constatación de que los abrazos esperan y superan –sin que nosotros sepamos– tiempos y distancias. 22/02. Bicicleta desarmada, pasajes en mano, asiento de Tres Cruces. En unas horas atravesaré el país, más cómodo y más rápido, para estar de vuelta en casa. Abrazaré a mis padres, besaré a mi hermana, y nos sentaremos en el comedor con una conversa que no cabrá en la noche. Luego le diré a mi gato que no morí, e intentaré cerrar los ojos en mi cama. Hice lo que quería –pensaré, y estaré contento–. Pero falta –sonreiré– la otra mitad.

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La hora del apereá Txt y Foto: Nicolás Garrido

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elas de araña y gotas de rocío decoran con guirnaldas el paisaje. Faltan nueve quilómetros para pasar la cortina blanca y descubrir un pueblo que no conozco. El silencio es helado, el pasto está callado. Yo también. Son las 7 de la mañana, la hora pico del apereá. Qué distintos los cardenales de la Ciudad Vieja y los del campo. Éstos cantan, los de la capital gritan. Colonia Lavalleja se despertó hace rato. Falta menos. Le juego un serio a la vaca. Pierdo. Hace más de 12 horas que el teléfono está en modo avión. Sigo. Estoy concentrado. Pienso un pueblo que no conozco. No falta nada.

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Parajes insospechados

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egún un antiguo relato, Chamangá debe su nombre a la deformación de “Tía Mangá”, el apodo de una china vieja y bruja, que por 1880 tenía su rancho en las cercanías del arroyo que hoy lleva ese nombre. Hay también quienes dicen que es una palabra de origen guaraní que significa “camino sombrío”. La localidad rupestre de Chamangá forma parte del geoparque Grutas del Palacio, y se extiende por 120 quilómetros cuadrados Txt: en Flores, al este de la Juan Andrés Pardo ciudad de Trinidad y Fotos: próxima al límite entre Artigas Pessio Durazno y Florida. Está comprendida por la cuenca del arroyo Chamangá y sus afluentes: los arroyos Molles, Tala y Duraznito. Para llegar hay que recorrer un

camino vecinal que se encuentra a la altura del quilómetro 164 de la ruta 3. Praderas naturales y cadenas rocosas son los paisajes más frecuentes del lugar. Abundan también los pastizales, refugio ideal de especies silvestres, como mulitas, zorros, carpinchos y ñandúes. Aquí se han registrado más de cien especies de aves; entre las más comunes: el churrinche, la garza blanca y el chajá. Generalmente los afloramientos de rocas (principalmente granito) acompañan

los principales cursos de agua –Chamangá y Molles–, que aún conservan el bosque de galería nativo en gran parte de sus riberas. Pero lo que hace al lugar más atractivo es la historia que esconden muchas de esas piedras, lienzos donde hombres de otro tiempo hicieron representaciones pictóricas con trazos y figuras geométricas abstractas. Se trata, nada más ni nada menos, de las huellas que dejó la población que ocupó el territorio uruguayo hace más de 1.500 años. Son además las pinturas más antiguas de que se tiene registro en el país. Dispersas en 200 quilómetros cuadrados, hay que tener buen ojo para ver algunas de ellas, ya que suelen pasar inadvertidas, incluso para los que conocen el lugar. Según el arqueólogo e investigador Andrés Florines, “ya en la década del 70 del siglo XIX se empezaron a conocer las primeras pinturas al sur del Río Negro; desde entonces se han descubierto unas 75, de las cuales 43 están en Chamangá”, además de otras diez en el resto del departamento de Flores. En general el arte rupestre se ubica en afloramientos de rocas, con la particularidad de que las pinturas se encuentran al aire libre, es decir, no están protegidas de agentes externos que puedan deteriorarlas, por lo cual se requiere una atención que asegure su preservación en el tiempo.

Las pinturas rupestres de Chamangá fueron hechas hace más de 1.500 años.

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asiduamente visitada por personas y grupos interesados en conocerlas. Con respecto a las pictografías, “se trata de figuras geométricas –cruces, escaleras– asociadas al estilo grecas, muy característico de la región sur del continente; un modo minimalista combinado en ocasiones con diseños complejos que se repiten o a veces aparecen aislados”, señala Florines. Según los investigadores, al material de la pintura color sangre utilizada por aquellos hombres prehistóricos se le conoce como hematita, un mineral de óxido de hierro presente en la zona, al que mezclaban con elementos orgánicos, como grasas animales o vegetales. Según Florines no es posible adjudicar a un grupo A la pintura color sangre utilizada se la conoce como hematita, un mineral específico la autoría de las de óxido de hierro. pictografías. Hace 6 mil años Los primeros registros en esta zona son de habitaban nuestro país dos grupos 1905, fueron hechos por Agustín Larrauri, importantes: el primero construyó los un arqueólogo local. A lo largo del tiempo cerritos de indios habituales en la zona de las pinturas sufrieron numerosas amenazas Rocha, el segundo se ubicaba del otro lado (incluso muchas fueron destruidas) a partir del territorio y lo conformaban los alfareros de la irrupción en el área de canteras para del litoral, en las cuencas bajas de los ríos la explotación de granito. Sobre finales de Paraná y Uruguay; ambos eran muy la década del 90 se le negó el permiso a una diferentes a los grupos nómades que luego empresa minera que pretendía explotar una conocimos como charrúas o minuanes. cantera ubicada muy cerca del arroyo El arte rupestre se ubica en un Chamangá; y tras ello llegó finalmente la territorio en pugna entre esos dos grupos, decisión de proteger la zona mediante la al menos esa conformación de la Comisión Especial de es una de las Chamangá, en el año 1999. hipótesis de Su función fue preservar el acervo trabajo en rupestre de la zona frente a las amenazas Chamangá, provenientes tanto de los humanos como de así lo dice factores climáticos o de otro tipo. A su labor Florines, se debe que el 12 de enero de 2010 fuera aunque aprobado el ingreso del área al Sistema aclara: “aún Nacional de Áreas Protegidas (SNAP), en la estamos en categoría de paisaje protegido. esta parte En los últimos años el lugar cobró más dura de importancia científica y se inició una serie El arte rupestre de investigaciones para conocer más sobre se esparce por su historia. más de 200 El área tiene la particularidad de ser la quilómetros única ubicada en su totalidad en terrenos cuadrados en el privados, y desde su ingreso al SNAP es departamento de Flores.

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la investigación, que es precisamente averiguar sobre la vida de aquellos hombres y mujeres”. Los investigadores y expertos en general señalan que el arte rupestre “está condenado en el mundo”, porque es muy difícil de preservar. La principal amenaza es el vandalismo cometido de manera voluntaria, además de otras acciones perjudiciales provocadas por el hombre (canteras industriales, elaboración de materiales de piedra, como los postes, uso indiscriminado de agroquímicos), pero también sufre los embates de otros agentes externos que lo afectan. El ingeniero agrónomo Horacio Irazábal, integrante de la Comisión Asesora Especial de Chamangá, señala en este sentido: “los líquenes y otros tipos de hongos que se depositan sobre las rocas se han transformado en un serio problema para su conservación, ya que las van invadiendo y tapando”. Desde la comisión destacan también el potencial de Chamangá como zona para el desarrollo turístico-cultural; y al respecto la directora del área, la arquitecta Margarita Etchegaray, menciona como objetivos clave: “preservación, investigación, educación ambiental, recreación y turismo sostenible, esto último como una experiencia social y también emocional”. Gracias al pionero doctor Larrauri, primero, y a la voluntad asumida por diversos actores, después, se está intentando proteger el único registro pictográfico que tenemos de nuestros antepasados prehistóricos. Felizmente hoy las piedras de Chamangá continúan resistiendo el paso del tiempo, como fieles testigos de un pasado muy lejano. Está en nosotros mismos como sociedad aprender a valorar y cuidar de ellos.


Perfil

Karina Núñez

Karina explica cómo usar un preservativo femenino, en un taller sobre salud sexual y reproductiva.

Conoce las penurias de las trabajadoras sexuales porque es una de ellas. Esa realidad la llevó a recorrer los prostíbulos y whisquerías del Interior promocionando los derechos y la salud de las mujeres que allí trabajan. Fue en la charla profunda que pudo verse definitivamente al espejo y comprender –y denunciar– cuánto de común hay en las historias de todas.

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En 2007 Karina fundó junto con otras trabajadoras sexuales la asociación Grupo Visión Nocturna. Lo hicieron para luchar por sus derechos y para trabajar en la prevención de enfermedades de trasmisión sexual. El año pasado dejó el grupo. Visión Nocturna se incorporó a un proyecto de la Red de Mujeres Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y del Caribe, que financió un proyecto a condición de trabajar exclusivamente en prevención del sida. La organización debió dejar de lado la actividad contra la explotación sexual y el trabajo hacia la población trans, y Karina se fue. “No prostituyo mis principios”, dice ahora, para explicar su alejamiento. Tampoco abandona sus Los niños que jugaban entre las cunetas de la calle objetivos con facilidad. Las metas fundacionales de la Beaulieu de Fray Bentos estaban acostumbrados a oír los institución las lleva adelante por su cuenta, y con dinero que llantos. Sobre todo en esos días de verano, sale de su bolsillo. Recorrió todo el país denunciando a Txt: cuando la tosca de la calle ardía. Sabían que si Florencia Rovira Torres proxenetas, redes de trata y la explotación sexual detenían su juego y miraban hacia la whisquería del infantil; organizó a mujeres que se prostituyen y dictó Fotos: barrio iban a encontrar a la preciosa gordita rubia, talleres sobre salud sexual para trabajadoras del Manuela Aldabe bien abrigada como todo niño de pecho, abandonada ambiente y también para el público en general. de nuevo al sol. La señora que la cuidaba era la misma que Mañana viajará a Paso de los Toros porque acaban de procesar limpiaba el prostíbulo donde por las noches trabajaba la madre con prisión a un almacenero por explotación sexual de una niña, de la criatura. Difícil estar pendiente de ella todo el tiempo. y ella quiere estar para apoyar a la víctima, hija de una Podría decirse que Karina nació llorando. compañera de oficio. La niña fue abusada entre sus 9 y 11 años. Cuatro décadas más tarde Karina Núñez Rodríguez es una El almacenero le ofrecía un refuerzo de mortadela a cambio de mujer curtida por la vida, fuerte y audaz. Es quien escucha, sexo oral. Que la niña se atreva a declarar exigió mucho trabajo acompaña y lucha, siempre de frente, en defensa de las suyas. –su familia también estaba en situación de vulnerabilidad–, y Los años le permitieron cultivar los saberes y aprendió a usar necesitó mucho apoyo y la certeza de que si hablaba no le su inteligencia para defender a sus compañeras; ya no está en pasaría nada. edad de “agarrarse a trompadas” con nadie más. En 2008, aburrida de que rechazaran sus denuncias por la Camina con confianza y determinación por las calles de la realidad compleja que se vive en el interior del país, entendió ciudad rionegrense de Young, con una cartera hecha por ella que mientras no existieran datos escritos de lo que narraba no misma con bolsas de plástico, que cruza sobre su cuerpo la tomarían en serio. Así emprendió uno de sus proyectos más opulento. Regala una sonrisa a todo aquel que la saluda. Incluso ambiciosos: un viaje por nueve departamentos del litoral y el a Roberto, el proxeneta que “cagaba a palos” a su pareja, norte del país, en donde censó a las mujeres que ejercen el Sandra, el asesino que “la abrió al medio con un cuchillo”. trabajo sexual. En hojas de cuaderno apuntó datos sobre cada Nunca perdonó a Roberto, pero tampoco deja de interactuar una de las prostitutas que encontraba a su paso: edad, lugar de con él, “porque también es parte de esta sociedad, de lo que nacimiento y el de residencia, el sexo, la edad en la que somos”. Lo comprendió al encontrarlo en la cárcel, hacinado y en muy mal estado, un día que fue a hacer un taller de prevención de VIH y sífilis. “Esta mujer tiene más rostro que Tarzán.” Si lo dice el ex fiolo Roberto, por más alcoholizado y desamparado que se encuentre ahora, tiene que ser cierto. Los días de Karina son siempre cargados. Esta mañana la esperan en dos radios de Young para que cuente sobre el taller que dictará por la tarde, en el día internacional de la acción por la salud de las mujeres. Habla con soltura cuando invita a todas las mujeres de la ciudad a un taller en la Casa de la Cultura, para que a través del humor, algunos “ejercicios vaginales” y consejos sobre el uso de preservativos, se apropien de sus cuerpos. Un oyente de la emisora local la felicita por su “búsqueda de la verdad y por la claridad de sus palabras en defensa de la mujer”. En pocos meses Karina Núñez se transformó en una locutora experimentada. Ana Nela Portela, de Alternativa FM, 90.3 –la radio comunitaria de la ciudad–, le cedió un espacio todos los miércoles donde habla sobre sus dos trabajos: el que desempeña en el cruce de las rutas 3 y 25 como “trabajadora sexual”, y el que consume el resto de su tiempo: la promoción de la salud femenina, la lucha contra la trata, y la defensa de los derechos de quienes ejercen la prostitución y de los niños, niñas y adolescentes que sufren la explotación sexual.

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Hubo un tiempo más antiguo en el que su vida fue aun más difícil que ahora: cuando vivía sumergida en el mundo del quilombo, un círculo que al primer descuido absorbe toda vida que transite por él.

comenzaron a prostituirse, si habían sido abusadas sexualmente durante la infancia. En dos años su encuesta reunió varios datos que luego le sirvieron en su lucha institucional, pero también en la personal. Descubrió que su caso no era único, que compartía muchas vivencias con sus compañeras. Sobre todo, su pesquisa dejaba constancia de lo que Karina no para de repetir: el trabajo sexual es la cara visible de la explotación sexual que las mujeres vivieron en su infancia.

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noche, antes de que se disfracen de las figuras que cumplirán con el deseo del enésimo hombre que viene a sentir que es amo, se reúnen para hablar como simples mujeres. Conjuran malos recuerdos. Hablan de lo difícil que es enfrentarse a un padre que te viola. Para una de las ellas, tres décadas no alcanzaron para sentir que puede denunciarlo, a pesar del profundo dolor que le provocó. A pesar, también, de que sigue abusando de otros niños en la familia. La más jovencita del plantel presta atención, pero no dice nada. Desde sus 12 años hay hombres que le pagan por actos sexuales. Ahora tiene 20, y cuando nadie la mira ella se chupa el dedo. “Nosotras tenemos la sonrisa del payaso pintada y el lagrimón que nos cae por dentro”, sentencia Karina. En el cuartito del fondo del prostíbulo de bloques y techo de chapa comparten la vivencia de haber sido abusadas sexualmente por un adulto cuando eran niñas.

Lo intentó todo: trabajó en la zafra, vendió chorizos, limpió casas, cuidó niños. Karina presentó ponencias, organizó innumerables talleres; hace un año se diplomó de manipuladora de alimentos –con 98 puntos sobre 100–, pero ningún almacén quiere emplearla.

El grado de conciencia, conocimiento y militancia al que llegó es fruto de un largo y tortuoso camino. Hubo un tiempo más antiguo en el que su vida fue aun más difícil que ahora: cuando vivía sumergida en el mundo del quilombo, un círculo que al primer descuido absorbe toda vida que transite por él. Karina recuerda su sentimiento de prisionera, de ver que otro, intocable, hacía usufructo de su cuerpo. La whisquería del norte de Young en donde trabajó tantos años aún sigue funcionando. Sigue siendo “un asco”, sigue manteniendo a las mujeres en régimen de servidumbre, obligándolas a recibir clientes todos los días desde las 22 horas hasta las 5 de la mañana a cambio de un simple cuartito frío en el fondo y la amenaza de ser multadas si faltan. Ahí siguen trabajando viejas compañeras. Antes de arrancar la farsa de la

Durante muchos años Karina no fue consciente de lo que había vivido en su infancia ni del daño que aquella época le causó. Todo empezó cuando un vecino le ofreció un yogur a cambio de que ella “se le sentara encima”. En su cabecita de niña no lo entendió como un abuso, como una explotación. Estaba orgullosa de poder proteger a sus hermanas menores, de llevarles alimento, porque en la casa vivían hambrientas desde que se habían llevado preso a su padre por ser dirigente del Partido Comunista en Fray Bentos. Las torturas y los picanazos le costaron una pierna. “Estaba muy jodido el panorama y justo a mí se me ocurre contar” lo que le hacía el vecino. Se ligó una paliza, pero igual siguió los pasos de su madre, su abuela y su bisabuela, que habían sido explotadas sexualmente en su niñez y que luego habían ejercido la prostitución. “¡Ahora la entiendo!”, dice cuando habla de su madre. No la perdona, pero en su viaje por nueve departamentos vio su vida replicada en muchas otras mujeres que viven de la prostitución: el alcoholismo, el no poder con su propia vida y menos aun con la de sus hijos. Cadena y eslabón. Esas son las palabras que utiliza Karina para hablar del nexo maternal, de la reproducción de la explotación sexual generación tras generación. Después de aquel yogur, cambiar de rumbo no sería fácil. No fue por falta de Los miércoles, en su espacio radial, promociona la salud y los derechos de las mujeres.

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proponérselo. A los 24 años se anotó en el liceo para terminar los dos años que le quedaban para ser bachiller. Cursó y salvó quinto, pero de sexto le siguen quedando algunas materias ¿Por qué? Karina no sabe explicarlo, prefiere no hablar de eso. Y cuando confía alguna intimidad, algún recuerdo doloroso, lo hace para atajarse, para evitar que el otro piense que “es fácil ser prostituta”. Lo intentó todo: trabajó en la zafra, vendió chorizos, limpió casas, cuidó niños. En su casa guarda docenas de diplomas y certificados de cursos y capacitaciones. Karina presentó ponencias, organizó innumerables talleres; hace un año se diplomó de manipuladora de alimentos –con 98 puntos sobre 100–, pero ningún almacén quiere emplearla. Comparte un cuarto en la pequeñita casa de una familia compuesta por abuelos, hijos y nietos y con la mente suficientemente abierta como para alquilarle un espacio donde vivir. Fueron los únicos en Young que aceptaron hospedarla. Cuando vuelve de trabajar por la noche se ducha con el agua fría que hay y se va a dormir a su cuarto, tratando de no despertar al que duerme en la cama de al lado. Con el tiempo se le presentaron nuevas dificultades. El nacimiento de su primer hijo le hizo sufrir con otra intensidad la estigmatización social de la mujer que se prostituye. “Me tocó ver actos de mis hijos desde fuera de la escuela. Cuando recibían premios no podía estar”, cuenta. Así fue naciendo en ella la idea que se transformaría en un objetivo fundamental: que su trabajo no perjudicara la vida de sus hijos. Por eso, el día que uno de ellos cumplió 6 años y ninguno de sus compañeritos de clase fue a la fiesta que le organizó, decidió nunca más trabajar en la ciudad donde viven sus hijos. “Aquel día coincidió

No se trata solamente de protegerlos Karina financia con sus propios ingresos de la estigmatización sino también de la las recorridas por el Interior para conocer normalización y naturalización del trabajo la situación de las trabajadoras sexuales. sexual. Esa preocupación se transformó en uno de sus ejes principales: cómo “romper la cadena de la explotación que se continúa de madre a hija”. En su caso lo logró imponiéndose reglas para diferenciarse de su propia madre: no tomar alcohol, no fumar, no hablar de su trabajo delante de sus hijos, no llevar clientes o distintos hombres a su casa, a su cama. “El último eslabón” de su cadena familiar lo cortaron sus hijas. Ahora Karina escribe un libro. El ser detrás de la vagina productiva, se llamará, y es el fruto de las encuestas que hizo en su recorrida por el país. Allí describe la situación familiar de las mujeres que trabajan en la prostitución: “Trabajo sexual […] etapa en la que los vínculos familiares secundarios se rompen y mayoritariamente de forma definitiva a causa de la estigmatización. Etapa en la que sus hijos son menos cuidados, puestos a cargo de niñeras o de algún familiar cercano […] llegando así en ocasiones a incumplir varios de los deberes inherentes a los derechos del niño y del adolescente”. La relación con sus hijos se ve ahí reflejada. Su decisión de no vivir y trabajar en la misma ciudad la alejó de sus hijos. Los dos más pequeños tienen niñeras. “Son

Habla con soltura cuando invita a todas las mujeres de la ciudad a un taller en la Casa de la Cultura, para que a través el humor, algunos “ejercicios vaginales” y consejos sobre el uso de preservativos, se apropien de sus cuerpos. con que mi madre había ido a la playa y volvió insolada, con una fiebre que volaba. Entonces, cuando arrancó el cumpleaños y no llegó ningún amigo le dije a mi hijo: ‘Tus compañeritos se fueron todos a la playa como la abuela, y están todos en cama, mi amor’. Y mi hijo me respondió: ‘Mamá, ¿y si cortamos pedazos de torta y se los llevamos a sus casas?’”.

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madres” –Karina las llama “madres”–. Los hijos más grandes (en total tiene seis) se criaron con su abuela, la madre de Karina. Hoy viaja cada dos semanas a verlos. Le duele mucho no poder En el prostíbulo donde alguna vez trabajó todavía tiene amigas con las que conjuran los malos recuerdos. estar con ellos. Sin embargo ese dolor es preferible al que sentiría si sus hijos la durante varios días. Una vez curada y mientras llevaba vieran trabajar en la calle. “A mí todavía me duele recordar adelante el proceso para recuperar a sus hijos (que duró cuatro cuando mi mamá salía…” años), la Turca llevaba a Karina a todos lados, presentándola a personas con las que nunca había tratado. Fue así que comenzó Antiguas compañeras recuerdan la disciplina de Karina en la su proceso de reconstrucción personal, de empoderamiento y whisquería, no bebía, trabajaba para enviarles a sus hijos cada de superación. peso que ganaba, a pesar de estar en ese mundo que la Cuando las dos mujeres recibieron una invitación del absorbía. En el quilombo, donde “la vida es un círculo muy Ministerio de Salud Pública para ir a Montevideo y participar en cerrado”, donde “nadie cree en nada” y por lo tanto la vida es un programa de prevención del sida, a Karina se le abrió todo una secuencia de inmediateces, Karina carecía de paciencia un mundo. Se empezó a vincular con más y más personas, para tratar de cambiar su vida: “Si había algo que no podía militantes feministas, de derechos humanos, expertos en salud, hacer era esperar”. Hoy nota esa misma dificultad en las en derecho… “Y me gustó –recuerda– me sentí cómoda. Sentí compañeras, cuando, por ejemplo, no aceptan esperar un año que siempre pertenecí ahí.” Cursó el Programa Prioritario de para ver los resultados de un plan de vivienda. Infecciones de Trasmisión Sexual y Sida durante dos años, y obtuvo un certificado de promotora en salud. “Me encantó ¿Viste cuando decís, ‘esto es lo mío’?” Los cursos, las capacitaciones, los congresos, los talleres se fueron multiplicando. Un día de 1999, cuando estaba trabajando en una “Me gusta muchísimo ver que ahora me reciben donde whisquería en Durazno, le llegó una notificación. Le habían antes las puertas se me cerraban.” Volvió al liceo donde una vez sacado la patria potestad de sus tres hijos más grandes. Su agarró a trompadas a una docente por burlarse de su hija, madre había convencido a las autoridades de que Karina los frente a la clase, por tener una madre prostituta. Pero esta vez había abandonado a su cargo para así poder cobrar las fue recibida por la directora para dirigir un taller de salud asignaciones familiares. No soportó la idea de “perder a los sexual. “Es una sensación tan linda sentir que sorprendés a gurises” y por segunda vez se cortó las venas. personas que antes tenían prejuicios contra ti y que ahora Una compañera de la whisquería de Durazno la salvó. La podés dialogar de igual a igual con ellas. ¡Me llena de “Turca” se la llevó a su casa, la curó, le dio de comer, la cuidó adrenalina!”

“Es una sensación tan linda sentir que sorprendés a personas que antes tenían prejuicios contra ti y que ahora podés dialogar de igual a igual con ellas. ¡Me llena de adrenalina!”

“¡Bueno, comenzó la función!”, declara Karina a la docena de mujeres de clase media y de diversas edades que se encuentran en la Casa de la Cultura de Young para participar de su taller de salud sexual femenina. Karina es una excelente animadora; en pocos minutos hace volar en pedazos los tabúes y logra que las mujeres se sientan cómodas. Con una gran sonrisa y una batería de bromas las invita a “querer su parte más linda”. Luego de haberlas mandado a correr en círculos, ordena a las mujeres sentarse en las sillas con las piernas separadas, para “abrir las

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cosas”. “Inspiramos y apretamos la vagina. ¡Nos tenemos que conectar con la vagina, gurisas!”, alienta. Llegó la hora de los ejercicios vaginales que todas las participantes parecen haber estado esperando, porque enseguida se desata un tiroteo de bromas entre las mujeres. Karina dirige los ejercicios: “Apretamos y dilatamos, apretamos y dilatamos”. “En morse, ¿sería abrir y cerrar, abrir y cerrar?”, larga una participante y provoca carcajadas en la sala. Karina pasa a explicar cómo transformar un preservativo masculino en una barrera de látex para practicar el sexo oral y la sala se llena de caras haciendo muecas con las lenguas “cauchutadas”. Termina mostrando cómo se coloca un condón femenino. Las participantes salen del taller más alegres y más sabias. Karina está contenta a pesar de que vinieron menos personas de las que se habían En la calle donde vive, apuntado. Disfruta mucho de animar un caminando junto a Casandra grupo, le dedica mucha preparación y y Hugo, sus amigos. le pone toda su energía. El taller lo

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organizó ella por iniciativa propia y, como de costumbre, no la ayudará a comer. Necesita trabajar de noche para ganar dinero. Pero hoy no podrá hacerlo, está sangrando de nuevo. Hace dos años y medio le detectaron un cáncer en el cuello del útero. En su agenda donde apunta todos los días que trabajó y cuánto ganó, hay un mes que está repleto de anotaciones que dicen “nada”, fue durante los tratamientos que le hicieron. Hace dos meses los controles mostraron que tenía metástasis. Ahora, cuando está muy estresada vuelve a sangrar y eso le impide trabajar. “A los clientes no les podés dar lástima, pagan por complacerse ellos.” La doctora le aconsejó que durmiera bien, que comiera sano, que llevara una vida tranquila. Pero el mundo la espera para ser cambiado y hay mujeres que necesitan creer en ese cambio. Hay que estar ahí, “haciendo diez cosas en un día”. “No me cuido –admite–. No bajo de peso, no manejo el estrés. Pero si paro y pienso en eso me muero antes.” Karina sigue preciosa, gordita y rubia, pero ya no la oirás llorar. Va y viene, argumenta y escucha, se indigna y reacciona. A veces logra convencerse de que es suprahumana. Y el resto del tiempo tiene que olvidar que no lo es.

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Txt: Hoski * // Ilustración: Camilo Fernández

Futuro Interior

* Hoski es el seudónimo de José Luis Gadea. Tiene 26 años. Vive desde hace años en la Villa San José, Toledo, departamento de Canelones. Es profesor de literatura, estudiante de filosofía, escritor, músico y performer. Forma parte del proyecto Orientación Poesía, destinado a la difusión de la literatura entre los adolescentes de Montevideo y Canelones.

1.

Siempre quise saber cuál era el índice de suicidios de Santa Marta, el pueblito idílico de la canción del dúo LarbanoisCarero. El Interior es uno y es múltiple. Ya antes nos habían advertido de los mecanismos centralistas que operan en el momento de pensarlo como un todo. Sin embargo no es difícil reconocer tres o cuatro estereotipos repitiéndose hasta el hartazgo, delatando que el urbanismo monótono de la colonia no sólo sigue vivo, sino que ha sido reactualizado con vigor por las fiebres inmobiliarias costeras y el macrocefalismo capitalino de las últimas décadas. Ser joven con inquietudes es un problema en el Interior. En el campo, en la capital departamental o en el pueblito, en los barrios-dormitorios que se extienden por la periferia. No hay lugar para los raros, para los tipos que investigan. Si tenés una sensibilidad diferente: o te vas a Montevideo o te pegás un tiro. La otra es quedarse envejeciendo, languideciendo en la plaza o en los bares de las calles sin asfalto. El Interior; el Interior más allá de la excepción que me refute.

2.

No es difícil darse cuenta de que no me pegué el tiro. Tampoco me fui para Montevideo, no del todo. Hice trampa y no vivo en ningún lado.

3.

La Villa San José es un barrio ubicado entre Toledo y Sauce; ruta 6, departamento de Canelones. Es zona urbana. Tiene escuela, carnicería, almacenes. Es un lugar tranquilo. No hay nada. La gente se dedica básicamente a dormir por la noche para pasar el día trabajando en Montevideo. Nosotros jugábamos al fútbol en la canchita de Martín Duarte, íbamos al liceo... Al liceo de Sauce; Toledo es un pueblo bravo y nuestros padres nos querían encarando. ¿Cuántos años? Quince, dieciséis, menos de dieciocho... Mi adolescencia fue una maraña de mierdas. Nuestras adolescencias. Por suerte conocimos el pub Bizarro y la sede del Club El Sauce. No éramos felices pero estábamos vivos. ¿A qué otra cosa podíamos aspirar? Seis litros de vino por noche, ocho cigarros sueltos. Salía con treinta pesos y podía pasar la noche. No, no se me borra más la impresión del invierno y el vino clarete cortado, las historias que valían el nombre del boliche.

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4.

Después terminé el liceo. Conocíamos Montevideo de algún toque, pero no éramos más que un montón de canarios. El IPA. El día que me anoté fui con la plata justa. Entro y nos dicen que se precisa fotocopia de la cédula. Saco y me falta para la vuelta. Le miento al chofer, le digo que bajo antes. Faltan cuatro quilómetros para llegar y yo estoy escondido en el fondo; sube una mina y yo, que soy curioso... Ni bien termino de asomar la cabeza me mira el tipo; “Bajate”, dice, y me vuelvo caminando, sin protestar, avergonzado. Después hubo laburos, novias, me enamoré de la periferia y de la mugre del Centro. Mi pasaje por la ciudad ha sido el de un fantasma. Sed. Ómnibus de vuelta a la madrugada. Una derrota tras otra y el comienzo de una “carrera” de artista. ¿Dónde he vivido todo este tiempo? No soy de Montevideo, no soy de la villa olvidada. Nada de lo que pase en mi barrio importa y el amor que nos tenemos con las calles capitalinas es el de dos extraños. Viejos amantes. Camino por la esquina de mi casa. Pienso en fatalidades, en las hazañas de otro mundo. Soy un pequeño extranjero aunque nadie lo note demasiado.

5.

Toda historia es fragmentaria; el sentido se lo ponemos nosotros. He vuelto. He vuelto sin haberme ido. Soy docente, soy escritor, tengo banda; demasiadas cosas para no tener arraigo. La gente de donde vivo no me conoce. Me he creado fuera de todo y me protejo de las calumnias barriales. Interesante paradoja. Una de tantas. He vuelto, decía. Me efectivicé como docente. Canelones. Había unos grupos en Toledo. Dos liceos. Me queda cerca, pienso. Poco sentido de pertenencia. Hoy es martes y mañana a la mañana voy a dar clases. Me gusta. El pueblo me da trabajo, yo le doy lo que he aprendido. Me sedujo, me siento parte. Son las doce; mañana trabajo de mañana. Estoy contento. He vuelto y estoy contento.

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