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N煤mero 09 / Abril de 2015 / Uruguay / Revista mensual de distribuci贸n gratuita junto al semanario Brecha /
Año dos Volvimos. Después de cuatro meses que volaron entre el disfrute de las vacaciones y la producción de este número (disfrute y producción pueden ser, como en este caso, palabras amigas), Ajena está nuevamente entre las páginas de Brecha. Aunque chiquita, la revista tiene sus bemoles. Nada raro, cualquiera puede pinchar la moto en medio del fumo artiguense, por ejemplo. Por eso este año saldremos de manera bimensual, cosa de darnos tiempo al reacomodo y, también, a recorrer con mayor tranquilidad los puntos elegidos. En este primer número empezamos a saldar algunas deudas pendientes de 2014. La más relevante: llegar hasta los departamentos que no estuvieron representados en las ediciones anteriores. Así, en estas páginas incorporamos a Florida, y en los números siguientes esperamos andar por nuevos caminos. En alguno de ellos, seguro, nos estaremos encontrando.
Foto de tapa: Héctor Piastri. El rocío de la mañana escurre en una hoja de tabaco. Departamento de Artigas.
MC
Staff
Escriben, fotografían e ilustran este número: Artigas Pessio / Felipe Echeverría / Héctor Piastri / Ignacio Iturrioz / Juan Andrés Pardo / Marcos Rey / Mauricio Künhe / Rodrigo Abella / Santiago Mazzarovich / Tania Ferreira / Venancio Acosta /
Coordinación general: Mariana Contreras // Producción: Juan Manuel Chaves // Corrección: Graciela Valdés, Pablo Azzarini // Diseño: Lateral.com.uy // Logística y administración: Cooperativa LABRECHA. Comercial: Paola Puentes (ppuentes@brecha.com.uy) / Gustavo Moraes (gmoraes@brecha.com.uy) / 2902.50.42/43/44 Contacto: ajenarevista@gmail.com Impreso en Artes Gráficas SA. Porongos 3035 - Tel: 2208 4888. DEPÓSITO LEGAL 363.387/2014
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¿Saben qué es el fumo? Es como se conoce, en los departamentos de la frontera uruguaya con Brasil, a la superficie total de cerca de doscientas hectáreas donde actualmente perviven, sorteando los pesares, las últimas plantaciones de tabaco del país.
Jornaleros en tiempo de cosecha.
>> La ruta del tabaco en la frontera norte.
No fumarás
Txt: Sí, el Uruguay profiláctico, históricamente pésimos respecto Venancio Acosta del resto, y usualmente las regentado por un Fotos: oncólogo empedernido y noticias que llegan desde allí son Hector Piastri festejado a nivel internacional por tercas embajadoras de esta haberse convertido en un férreo realidad. Las cifras de pobreza en oponente de la gran pandemia de la el medio rural también son, para variar, nicotina, también alberga en el árido norte las más elevadas del país. Para asimilar la –su entraña más desolada– a poco más de gravedad de esta situación, pero en 1969, 50 pequeños productores familiares de huelgan las descripciones. Ese año las Artigas y Rivera (con un promedio plantas de tabaco espigaron por primera histórico de dos hectáreas de cultivo cada vez en suelo norteño, de la mano de una uno) que atesoran la materia prima del empresa tabacalera nacional que estudió humo maldito. el suelo de la zona rural inmediata a la Artigas encabeza la lista de los capital departamental, y ensayó con departamentos más pobres del país. Sus media hectárea. A los meses las indicadores de desarrollo social han sido plantas rebasaron la altura media de
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un hombre. La empresa, de nombre Monte Paz, no perdió tiempo y se asentó en el lugar. Entonces las vecindades rurales de Artigas eran un desierto agreste trillado por troperos, peones, zafreros y changadores varios, de cuyas vidas la historia mentida del departamento no guarda memoria alguna. Muchos de ellos, a partir de entonces y al amparo de la empresa, fueron mutando en agricultores. E hicieron escuela. Compañía Industrial de Tabacos Monte Paz SA. es la chapa de la empresa tabacalera que se convirtió en la más grande del país. Compra toda la producción de tabaco artiguense desde hace 45 años. Desde aquel iniciático año 69 no pasó demasiado tiempo para que se erigiera como el meollo económico local de la zona. La certeza de que hace medio siglo que provee a las familias de un sustento que ninguna administración municipal ni nacional ha conseguido, anima a Monte Paz a atribuirse la gesta magnánima de haber salvado a los lugareños de la miseria, y de haber hecho progresar a estos parajes olvidados, que según la versión empresarial, antes de su mesiánico arribo sólo eran un montón de ranchos de barro y tacuara.
En 2009 el Frente Amplio ganó la intendencia departamental por vez primera. Tal vez por ese estigma partidario difícil de ocultar –el de la guerra declarada al tabaquismo que promovió el gobierno de esa divisa a nivel nacional–, la administración de Patricia Ayala embistió contra la pequeña industria tabacalera del departamento, lanzándose contra la relación que Monte Paz mantiene con los productores, a la que su gestión califica como “dependencia de corte paternalista”. Como respuesta ideó algunas alternativas a las plantaciones de tabaco destinadas a que los productores cambien de aire, pero no a todos satisface la oferta, y son cuestionados por no soltar la teta de la empresa. Y como la jactancia empresarial sólo es equiparable a jactancia político-partidaria, el problema se resiste a concluir. En tanto, las familias tabacaleras artiguenses siguen adictas a la actividad que desde hace décadas les llena la olla. Delmar Suárez interrumpió su mañana habitual. Sentado a la mesa del líving de su chacra, no puede impedir que al disertar un finísimo chillido bronquial le ahogue las frases largas. Apura el aire y continúa. Es el presidente de la Asociación de Plantadores de Tabaco de Artigas, organización que nuclea a algunos de los productores de la zona, pero quisiera nuclearlos a todos. Hace más de 40 años que lidia con el cultivo de tabaco. Y hace casi el mismo tiempo que dio la primera pitada. Mientras con un gesto de la
mirada señala el techo que lo alberga junto a su familia en la zona rural de la ciudad de Artigas, certifica: —Todo lo que tenemos fue hecho con tabaco. La composición de la frase no es premeditada. Simboliza una realidad a la que varios pobladores de los alrededores se adscriben. Como muchos de ellos, Delmar comenzó a plantar junto a sus padres, y más tarde asumió el legado. Hoy domina los pormenores del oficio, tanto como el resto de su familia. Ajena llegó en tiempo de cosecha. Ésta anuncia el fin de las etapas de producción, que ocupan la mayor parte del año. Pero la zafra comienza a inicios del invierno. Se empieza por acondicionar los almácigos, que son contenedores iniciales para el desarrollo germinal de las semillas (en Artigas se siembra la variedad Virginia, para mezclas de cigarrillos rubios). A comienzos de la primavera se procede a trasplantar, es decir, a llevar el plantín al campo. Las siguientes etapas del desarrollo se suceden entre movidas del suelo, carpidas, fertilización, cuidados contra plagas, etcétera. El inicio del verano trae las primeras hojas. Las llaman “bajeras”, por su ubicación rasante al suelo. La maduración total de la planta se sucede conforme avanza el verano, y su indicio es un color a limón que adquieren las hojas, antes verdes y de una apariencia rugosa y longeva. Es cuando sobreviene la cosecha. A partir de ese momento, la dedicación –que hasta entonces sólo implicaba cuidados leves o rutinarios– aumenta, y la mano de obra familiar comienza a requerir apoyo. Por eso en tiempo de cosecha se contrata mano de obra: una forma ampulosa de llamar a un puñado de changadores, casi siempre adolescentes, que recorren las chacras de la zona y se hacen el día trabajando alternativamente, por un jornal de unos pocos pesos, ora en las plantaciones de tabaco, ora en las de arroz, ora donde cuadre. Según Delmar, últimamente no es fácil conseguir ayudantes: “Esos que están acá hoy, Mañana no se sabe dónde van a estar. Se hacen los pesos que Doscientas hectáreas de plantaciones de tabaco se distribuyen entre Artigas y Rivera.
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quieren y después no aparecen más. Van donde los llamen primero. Hay que buscar engancharlos”. Se refiere a los gurises que, mientras conversamos, están cosechando afuera, al sol aún no del todo fatídico de la mañana. Ataviados con ropas viejas y mugrientas, la “mano de obra” del tabacal artiguense intercambia cuentas de Facebook con el fotógrafo de Ajena. —Yo era un adolescente cuando arranqué, ya hace 44 años. Mis hijos no. Con mi esposa tratamos de que ellos buscaran otro trabajo, que estudiaran. No hicimos hincapié en que trabajaran de esto. Porque desde el noventa y pico, al dos mil y algo, el tabaco en Artigas funcionó; hasta en los almacenes cuando decías que eras tabacalero te abrían la puerta; con o sin plata te vendían. Después vinieron las dificultades.
Monte Paz vende a los productores equipos de protección para el trabajo. “Tratamos de no regalar nada”, dijeron desde la empresa.
Lo percibimos al llegar: Delmar y su familia ya tienen una pequeña porción de tierra rebosante de zapallos. Pero, opina él, cualquier cultivo que no sea el tabaco en Artigas presenta el mismo problema: la venta y el precio. Con Monte Paz eso está asegurado. Y funciona así: los contratos se firman por año, al finalizar el cultivo; con cada contrato la empresa asegura, a modo de garantía, que el productor va a obtener como mínimo lo mismo que obtuvo en la última zafra. Además la empresa brinda adelantos por cada etapa del cultivo para los gastos del productor; asesoramiento técnico; y en ocasiones hasta apoyos financieros adicionales. Todo se descuenta al final de la zafra. De boca de un dirigente de los trabajadores organizados, la opinión de
Delmar acerca de la empresa es llamativamente condescendiente. Sin embargo, habla con la verdad del agricultor: —Lo de la dependencia es también una campaña política que se hace. Dependemos de la empresa porque es el único rubro que estás trabajando en tu casa, ganás bien o ganás mal (depende cómo te vaya), y tenés un precio fijo por el producto, y la venta segura. Entre las propuestas concretas de la Intendencia de Artigas para la diversificación del tabaco y para acabar con la subordinación de los productores a Monte Paz, se destaca principalmente la promoción del cultivo de boniato para producir alcohol, a través de una microdestilería; buscando que los productores tengan un destino seguro para lo que cultivan. Delmar, al respecto, se anima a salir al cruce: —No es rentable para el productor. Hay quienes sacaron once mil pesos en una hectárea de boniatos. ¡La cantidad de tierra que necesitás!, mano de obra, trabajo, dedicación. ¡Y al final de la zafra tenés la misma plata que sacás con media hectárea de tabaco! Y la Intendencia te da once mil pesos por cada hectárea de boniatos, como adelanto, pero después para la comida, para lo que sea, arreglate con lo que tengas. Con Monte Paz ponés la comida en la olla antes de plantar.
recientemente como senadora de la República. No obstante, ya es candidata a la reelección departamental. El día de su renuncia al sillón municipal para asumir como senadora, Ajena fue a su encuentro en un paraje a diez quilómetros de la capital departamental, donde completaba una jornada de balances y despedidas: la primera administración frenteamplista –presidida por una mujer, hija de presos políticos– en el departamento más pobre del país con una tradición conservadora de más de 100 años. “Nunca les propusimos a los productores terminar con el cultivo de tabaco”, se atajó la jerarca, que en medio de valoraciones del período que termina y la proximidad de la campaña electoral por la reelección, esgrime un discurso aderezado. Explica que la idea de su gestión desde siempre fue diversificar la producción, presentando otras opciones a los productores. —Evidentemente Monte Paz ofrece más comodidad a los productores: es una multinacional. La Intendencia no puede darle las mismas garantías o los mismos sustentos al productor. Pero [el boniato alcoholero] es una iniciativa válida, y a los productores que supieron aceptarla les ha ido muy bien, y les ha dejado muy buena
“No se permite usar guantes en esta empresa”, bromea con Paco. Las manos ásperas y toscas levantan una piedra enorme; son las mismas que logran precisión de relojero al armarle la moñita al tabaco.
Patricia Ayala, intendenta de Artigas electa en 2009 por el Frente Amplio, asumió
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rentabilidad. Quizás no la rentabilidad que ellos esperan. Nosotros no estamos imponiendo nada, simplemente abrimos esa posibilidad. Evidentemente sólo podemos brindar cierta parte de beneficios o de apoyaturas. Las críticas de la Intendencia al vínculo de Monte Paz con los productores estriban en que existe allí un grado de dependencia “que no es el mejor”. Sin embargo, se reconoce que el cultivo les ha dado de comer a esas familias durante décadas, lo que dificulta las posibilidades de romper lo que consideran un “círculo vicioso”. Pero según Ayala las
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opciones están sobre la mesa. Algo que no le impide fustigar: —Sigue siendo posible. El tema es que mientras no cambiemos nuestros esquemas mentales y tengamos siempre la chiquitez de “yo quiero vender más”, o “yo quiero vender mejor”, y no ver el conjunto, las cosas no van a marchar. Si vamos todos juntos avanzamos todos juntos, y nos desarrollamos todos juntos. Ahora, si vos para vender más y mejor pisás al otro, así las cosas no van a marchar, porque nos matamos todos. Ayala ya es senadora de la república. Desde allí promete seguir trabajando. Pasará a recibir por ello un salario nominal mensual casi igual al que una familia tabacalera promedio gana durante un año de trabajo. Después de la cosecha, la etapa siguiente es el secado. Para ello se utilizan grandes estufas de ladrillo del tamaño de una habitación. En los primeros años de cultivo las estufas solían ser las edificaciones más dignas que había en los domicilio de las familias tabacaleras. Se trata de un cuarto oscuro e hirviente, donde las hojas cuelgan como murciélagos dorados en un ambiente que las cuece meticulosamente a unos setenta grados centígrados. Alrededor, un tufo apenas soportable sofoca y abraza los cuerpos. El olor del tabaco en esta etapa es dulzón e intenso; fundido en los destellos de la leña quemada, compone un vaho espeso que
En 2010 el senador colorado Tabaré Viera, impulsado por algunos agricultores, propuso en el Parlamento la creación de un fondo económico financiado por el 0,3 por ciento de las recaudaciones del Impuesto Específico Interno (IMESI), que se aplica a los cigarrillos, con el fin de apoyar la diversificación de los productores de tabaco. El pedido nunca entró a discusión en la Cámara y se encuentra archivado.
En la casa de Hugo Tafernaberry ya no quedan estufas, ni plantas, ni máquina alguna vinculada al tabaco, salvo una pila de semilleros viejos amontonados al costado de la vivienda y el recuerdo no del todo agradable de su época en el fumo. Él y su familia ya no plantan, y cuando lo hicieron siempre fue en tierra ajena. Y ésta es, a su juicio, la principal razón por la que el cultivo agoniza. Zafó de una gran deuda con Monte Paz y abandonó. Hoy cree que el repliegue de los productores tiene que ver principalmente con la tenencia de la tierra: los que van quedando son productores dueños de su suelo. Los que no, por tener que saldar rentas y liquidaciones con la empresa, dan números rojos y renuncian. Ya fuera del ruedo, Hugo nos advierte: —Estoy seguro de que la gente los ve a ustedes y los atiende con un pie atrás. Piensan que vienen contra la empresa. Y hoy en día nadie va a dar la cara y hablar mal de la empresa. Muchos productores están agradecidos con Monte Paz. No es difícil de comprender. Otros abrigan silenciosas inquietudes. “La gente es conformista”, suelta Hugo, animado por una súbita reflexión acerca de la forma en que una empresa millonaria amoldó las aspiraciones de varias generaciones de productores pobres, algunos de los cuales –esto no lo dice– hasta la veneran por la oportunidad de pagar el estudio de sus hijos, de tener un vehículo propio, o de contar con un sueldo promedio apenas por encima de la media artiguense. Para los arrendatarios, obtener una buena zafra y no dar pérdida es un dolor de cabeza. Gonzalo Fernández paga por unas hectáreas en Estiva, y confirma las dificultades. Las lluvias frecuentes son un factor que suele arruinar el cultivo. Aun así, Monte Paz paga (más barato, claro) por cualquier hoja, señala Gonzalo, mientras sostiene una, estropeada y ennegrecida: “Si meto esto en la estufa y lo llevo, me compran”, dice. Sin embargo, poner a secar las
En tiempo de cosecha se contrata mano de obra: una forma ampulosa de llamar a un puñado de changadores, casi siempre adolescentes, que recorren las chacras de la zona y se hacen el día trabajando alternativamente, por un jornal de unos pocos pesos. domina el lugar y se impone a la respiración. Digamos que no es fácil librarse de él. Un error en la regulación de la temperatura del recinto es un perjuicio en la calidad de la hoja, y así las cuentas no cierran. Por ello, y a pesar de un termómetro que continuamente registra el proceso, la estufa es la razón de la prolongada vigilia de los productores, que en esta etapa si acaso alcanzan a dormir lo necesario.
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hojas machucadas no paga el precio de la leña que el productor gasta para mantener la estufa activa noche y día. Cálculos del oficio. Las hojas están mojadas. Según los productores, aún destilan químicos. “Yo no puedo cosechar una hoja mojada, así como está. No paro de vomitar, y me ataca el hígado. Y te aseguro que si vos te mojás, eso te tira en la cama por un par de días”, nos asegura Hugo. Los productores conocen el riesgo, pero no son del todo obedientes. En plena cosecha, Gonzalo (cuya única protección estriba en unos guantes de carga, un pantalón, y una campera deportiva que le esconde los brazos) advierte de los efectos perjudiciales para el que, primerizo en la tarea, tenga un primer contacto con las hojas. Unos pocos años de experiencia, de acuerdo a su propia opinión, le infundieron valor y algo de inconsciencia para lidiar con el cultivo y el asecho enfermante de los químicos. Agraciado con una dudosa inmunidad en la que ni siquiera él parece confiar, sujeta bajo el sobaco una pila de hojas que acaba de cortar y que más tarde reunirá con el montón. Está descalzo. A su espalda, un pibe cuya disposición de adulto no oculta el perfil cuasi púber de sus facciones, corta silenciosamente las hojas con una habilidad de perito; sin protección alguna contra los químicos que contraríe su flaca paga del día, en pocos segundos ha rebanado toda una fila de la siembra. De espaldas, Gonzalo –el patrón– nos explica el peligro de todas las porquerías que es necesario echarle al plantío para que crezca, huela, amarillee, no muera. Y aprovecha para opinar: —Que el cultivo de tabaco te intoxica, que el tabaco esto, que el tabaco aquello. Y bueno, para cambiar, ¿qué beneficios tenemos? Porque si las opciones son negocio, es lógico que todos queremos
mejorar, y progresar. Si me ofrecen plantar zapallos, papas, o juntar piedras, si gano más que con el tabaco, voy a ir. Pero de eso no me hablan. A su lado, Hugo dispara: —La empresa mueve platales. Yo conozco gente que trabaja ahí, con su vehículo particular, sus ocho horas con todos los derechos asegurados, y uno a veces no tiene ni BPS. Nos matamos trabajando para enriquecer a los otros, y uno siempre en lo mismo. Acá lo que hace falta es una buena organización. Luego del secado, sigue la clasificación de las hojas, y su enfardado para la venta. Monte Paz juega sus fichas. Emprende trabajos de caminería, entrega dinero para beneficencias locales, compra la producción en tiempo y forma, y dispensa prebendas generosas. Hasta le ofrece al agricultor empobrecido el anhelo idílico de abrazar por fin un pedazo de tierra con su nombre, mediante empréstitos suculentos cuyo único riesgo para el beneficiario es perecer en un mar de deudas. Hugo, que ya no planta, y que hasta hace un rato despotricaba contra la falta de organización y el sindicato amarillista, asume, sin embargo, que si la empresa hoy le ofrece dinero para comprar un campo lo va a “hacer pensar”: —Por más que ande tapado de mugre y oliendo químicos. Pero voy a tener lo que es mío– agrega con la mirada perdida y la actitud resignada de quien parece verse obligado a recurrir a viejos conocidos. Los agricultores del norte producen menos del 10 por ciento del total de lo procesado por Monte Paz. El resto se importa. Hace algunos años, a raíz del pleito que el Estado mantiene con la multinacional Philip Morris, la empresa demoró la firma de contratos, y se mantuvo a la expectativa por temor a que la situación le redundara en perjuicios económicos. Finalmente todo se normalizó. Una fuente gerencial de la empresa implicada directamente con el cultivo, que prefirió no dar su nombre y se empecinó en solicitar que este informe no resultara “agresivo” en su contra, dijo a Ajena que no fue nada grave. Consultado –de acuerdo a lo informado por los productores– acerca de si existen intereses en pugna dentro de Monte Paz por la permanencia o no del cultivo de
tabaco norteño (dada su insignificancia para la empresa en término de grandes números), prefirió no hacer comentarios. No obstante aseguró: “Yo no soy el que va a decidir, va a ser la empresa. Por ahora no me han dicho nada. Te podría decir que está todo tranquilo”. Respecto al manejo de los agroquímicos, la fuente manifestó que la empresa brinda charlas y vende equipos de protección (“tratamos de no regalar nada”). Al igual que la Intendencia, no especificó otras medidas. El representante de Monte Paz dijo estar de acuerdo con la diversificación propuesta por la Intendencia, pero agregó: “Yo lo que veo es que en Artigas hay un tema social importante. Si dejás de plantar tabaco tiene que haber un suplemento. Si no esas familias, ¿qué hacen? Se deja bastante plata en esa zona”. Opinó además que el tema de
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fondo es el mercado de los Cada familia productora tiene productos. La Intendencia un promedio de plantación de difiere en el análisis, y dos hectáreas. estima que muchos productores se niegan al cambio que su administración propone por anhelar mayores ganancias. “¿Sabés qué? ¡Plantaremos marihuana en vez de tabaco y terminamos el problema!”–bromea la ex intendenta, y el chiste es festejado alegremente por un par de asesores que la secundan–. Mientras tanto los productores artiguenses siguen caminando por el pretil. Invitados a estar alerta. En sus problemas de organización parece estar la posibilidad de que esta historia no sea más la de los trabajadores cuyo futuro depende de tímidos programas municipales, o de la voluntad amenazante de oscuros accionistas.
>> Diez años de polémica por una escultura de Cristo
Martirizado en la cruz Bajo llave, en un espacio que lleva al campanario, duerme un singular Cristo tallado en madera. Durante tres décadas presidió el altar de la iglesia San Pedro, en Durazno, pero un grupo de fieles, bajo el argumento de ver “símbolos satánicos” en la obra, logró que fuera bajado. Quienes se opusieron a la medida afirman que el estanciero Santiago Bordaberry, hijo del extinto dictador y ferviente católico antiliberal, fue quien lideró la “cruzada”. Diez años después la polémica sigue dando vueltas, y no sólo entre los fieles.
Txt: Marcos Rey La escultura representa a Jesús en la cruz, Tal distinción exige que la obra sea expuesta en un sitio Fotos: resucitando: para simbolizar su ascenso al cielo los digno y abierto al público. Sin embargo, el Cristo continúa bajo Ignacio Iturrioz brazos no están abiertos sino pegados al cuerpo. llave en una salita de paso que la iglesia califica sin ironía de Tiene rasgos indígenas y un pantalón de pescador. “museo parroquial”. Prácticamente en solitario, la escultura Luego de tres décadas presidiendo el templo, la iglesia decidió bajarlo sigue como recostada en penitencia sobre una escalera que conduce al del altar. En su lugar colocó un Cristo crucificado, más pequeño, campanario. Una rajadura parte en dos el rostro indígena de Jesús. No estándar. Diez inviernos va a cumplir la cruzada: el cambio de escultura existía antes de que fuera bajada del altar. se realizó una gélida noche de agosto de 2005. La defendió un párroco colombiano, Ramiro López, recién llegadito a la ciudad, y tuvo el amén En 1967 un incendio arrasó el interior de la iglesia San Pedro. Para del entonces obispo de Florida y Durazno, Raúl Scarrone. reconstruirlo convocaron al ingeniero Eladio Dieste, que aplicó la Indignados, algunos feligreses protestaron dejando de asistir a técnica de la “cerámica armada” por la cual es estudiado en varias misa. La prensa local amplificó la polémica, en la que participaron universidades del mundo. periodistas, artistas locales, miembros de la Comisión de Patrimonio Al igual que el templo moderno que propuso Dieste para la local y hasta algunos clérigos. El retiro fue en nombre del párroco, pero reconstrucción, la escultura de Silveira Silva pareció coronar el impulso no pocos duraznenses señalaron a Santiago Bordaberry renovador de ciertos sectores de la Iglesia Católica tras el –ultraconservador católico “sospechado” de carlista– como su principal aggiornamento que propició el Concilio Vaticano II. Eran tiempos de promotor. crisis económica, de revueltas sociales, de guerrillas y de golpes de El alboroto llegó a oídos del primer gobierno de Tabaré Vázquez Estado en Latinoamérica. La escultura no quedó al margen de esa que en enero de 2006, mediante una resolución presidencial, declaró a ebullición. Cuando fue colocada en el altar en 1971 –con una misa a la la obra monumento histórico nacional, ordenó que permaneciera en el que asistió toda la jerarquía católica–, llevaba más de un año envuelta templo y estableció que fuera ubicada en el altar, tal como previó el en la polémica. A pedido del párroco el artista talló en 1969 en un artista plástico Claudio Silveira Silva al tallarla. Y ardió la ciudad. tronco de naranjo el Cristo que presidiría el altar. Antes de colocarlo El obispo Scarrone consideró la decisión como una intromisión del allí, lo expuso en un galpón que casualmente está ubicado frente a lo Estado en los asuntos eclesiásticos, y no tardó en mover sus contactos. que será el museo Claudio Silveira Silva que se inaugurará este año. No menos rápido, Bordaberry ayudó a reunir 240 firmas para respaldar Como el artista simpatizaba con la izquierda –aunque no integraba una denuncia penal contra tamaña resolución. Pero no fue necesaria: ningún grupo político–, hubo quienes vieron en el Cristo un mensaje tres meses después Vázquez revocó la obligación de que la escultura revolucionario: el rostro indoamericano y los brazos pegados al cuerpo volviera al altar; aunque mantuvo su carácter de monumento histórico. evocaban la imagen del cadáver del Che Guevara, asesinado en 1967,
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y el pantalón de pescador era un guiño a la lucha de los cañeros de Bella Unión. Esas interpretaciones sorprendieron al propio Silveira Silva, y cuando se popularizaron hubo quienes reclamaron la intervención de otros escultores para decidir la suerte de la obra. Molesto, el artista decidió llevarse la escultura a su taller. Consideró la posibilidad de llevarla a Brasil o, como sugirió su padre, de construirle una capilla en Yaguarón, según contó el ex intendente blanco Raúl Iturria al defender la obra y criticar su retiro del altar en una extensa misiva que publicó el periódico local El Acontecer en 2005. Allí detalló que a comienzos de la década de 1970 el escultor se encontró con Dieste en la agencia de Onda en Durazno. Ese día el ingeniero habría convencido al escultor de que el Cristo debía presidir el altar, lo que es puesto en duda por los detractores de la obra. Como prueba del acuerdo, el círculo más íntimo del artista argumenta que El templo que reconstruyó Eladio Dieste fue el propio Dieste quien diseñó el soporte Tras el incendio de 1967, sólo el de hierro que sostuvo frente de la iglesia San Pedro quedó la pesada escultura de en pie. Con gran creatividad, Eladio dos mil quilos. Dieste (1917-2000) reconstruyó su interior con paredes y techos sinuosos revestidos de ladrillo armado. El ingeniero utilizó el mínimo de hormigón posible para darle amplitud y liviandad al templo. El efecto de la luz, que se introduce a través de formas geométricas, parece darle movimiento a una estructura que se sostiene sin columnas. El presbiterio, iluminado por un potente foco de luz natural que desciende del cielo, está separado apenas por un pequeño escalón del espacio comunitario, más oscuro pero también sin ninguna barrera. En la unión de ambos espacios, que simboliza la conexión entre lo terrestre y lo divino, estuvo durante tres décadas el Cristo de Claudio Silveira Silva. El soporte de hierro que creó Dieste para sostener la escultura no se veía de frente, lo que daba la sensación de que el Cristo se mantenía suspendido en el aire, ascendiendo al cielo, resucitando.
Fue en la Semana Santa de 2005 que el párroco colombiano Ramiro López cubrió con un lienzo el Cristo. Lo hacía, justificó, retomando una vieja tradición eclesiástica de tapar las imágenes en señal de luto. En junio, sin más explicación, volvió a cubrirlo. La polémica, que ya estaba insinuada, se coló a la prensa. Tres décadas en el altar de la principal iglesia de Durazno habían convertido a la singular
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escultura en un ícono artístico de la ciudad. El Cristo tallado en madera de obispo Scarrone sin embargo respaldó la decisión naranjo, de Claudio Silveira Silva. del párroco, y a través de una carta pública lamentó que “gente ajena a la comunidad católica se entrometa con sus opiniones a distorsionar la acción pastoral y evangelizadora de la Iglesia”. No todos los clérigos opinaron lo mismo. El presbítero Gabriel González, párroco en la iglesia San Pedro hasta 2003, argumentó, también en una carta pública, a favor de que el Cristo se mantuviera visible en el altar. Y el pastor metodista Rodolfo Míguez consideró legítima la decisión de las autoridades católicas, pero defendió la obra como el único Cristo ecuménico de Uruguay que auspiciaba un punto de encuentro entre católicos y protestantes. En su carta, Iturria opinó que “cubrir la obra con un paño es peor que descolgarla”. Le valió un altercado verbal con Juan María Bordaberry y con su hijo Santiago, como también dio cuenta la prensa. En ese clima, a fines de agosto de 2005 el Cristo de la discordia fue descolgado. Poco después el padre Ramiro regresó a Colombia, sin explicar cómo se las ingenió para retirar una escultura de dos mil quilos, aunque argumentó que lo hizo a pedido de los parroquianos. Sin embargo, varios fieles que asistían a la iglesia enviaron una carta al obispo, también publicada en la prensa, en la que cuestionaron no haber sido consultados y acusaron a un “cerrado grupo” de fieles de promover el retiro de la obra. A instancias de la Comisión de Patrimonio de Durazno la Intendencia declaró al Cristo monumento histórico departamental en diciembre de 2005. Un mes después el gobierno de Vázquez lo haría a nivel nacional. El artista Silveira Silva, radicado en Barcelona, falleció poco después. Uno de sus hijos, Héctor Silveira, recordó a Ajena que su padre estaba muy enfermo cuando se enteró de los hechos. “Fue un gran disgusto. Porque si bien el Cristo quedó adentro de la iglesia, permaneció bajo llave y sin exhibirse al público.”
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En 1969 su padre firmó con la Iglesia un documento que condicionó la donación de la escultura a que se mantuviera en el altar. De lo contrario, consignaron las partes, volvería a manos de su creador. Durante un homenaje realizado al artista luego de que falleciera en enero de 2007, su hijo le entregó el documento al entonces intendente Carmelo Vidalín. “El Cristo es de la familia –dice el hijo del escultor-. Desde que se bajó, la Iglesia incumplió un compromiso escrito con mi padre.” A pesar de ello, nunca reclamó la obra porque confía en que la Iglesia, en algún momento, la vuelva a colocar en el altar. Una “alianza tácita” entre la jerarquía eclesiástica y los feligreses más conservadores del templo -representados por Santiago Bordaberry- se habría configurado en 2005, repiten a Ajena quienes se opusieron al retiro del Cristo. Bordaberry asiste a misa todos los domingos y su familia está vinculada a las tareas cotidianas de la parroquia. Forma parte de una
Génesis del Cristo de la discordia El artista fue contactado en 1969 por el párroco de la iglesia para que decorara el templo con tallas de madera no convencionales que estuvieran a tono con la reconstrucción moderna pensada por Dieste. El proyecto era más ambicioso de lo que resultó: incluía tallar el ambón con los cuatro evangelistas, el altar con los doce apóstoles, la pila bautismal, y las puertas con figuras de los profetas. El párroco le pidió al artista que hiciera un Cristo que no estuviera “agonizante”, sino “triunfal y glorioso”, según contó el ex intendente Raúl Iturria. “Tampoco quiero un Cristo en pañales” (en alusión al clásico taparrabo), le habría dicho el párroco, relató un amigo del artista a Ajena, de ahí el pantalón de pescador. Silveira Silva viajó a la estancia de su padre, en la frontera con Brasil, para tallar la obra en el tronco de un inusual naranjo de más de cuatro metros que habría crecido en un monte nativo (los naranjos, según Iturria, no suelen tener más de un metro y medio de altura). Para tallar la obra en un único tronco, el artista decidió hacerlo con los brazos a los costados y simbolizar entonces la resurrección. La cruz la hizo con otros dos troncos de naranjo que pintó de verde (en alusión a la esperanza) y rojo (para simbolizar el amor). El párroco aprobó la obra, pero murió sin verla en el altar.
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influyente familia de ganaderos dueños de En el lugar ideado por Dieste dos emblemáticas estancias en las para el Cristo de Silveira cuelga cercanías del pueblo Carlos Reyles, y sus otro, martirizado, clásico. páteres familia han estado vinculados a los sectores ruralistas de los partidos tradicionales. Consultado, Bordaberry apenas admitió a Ajena que lo señalan como el promotor del retiro del Cristo, pero descargó la responsabilidad en las autoridades eclesiásticas. No obstante, para una cobertura periodística sobre la polémica que realizó Búsqueda (25-V-06), opinó que el Cristo no era una imagen “adecuada” porque se vinculaba a símbolos satánicos. “Para los satanistas –argumentó- el Cristo con los brazos al costado es el Cristo vencido, el Cristo que está derrotado por el mal.” En cambio, el Cristo crucificado y con los brazos abiertos está triunfante, “abrazando al mundo”. Criticó los pantalones como un símbolo “impropio de la época” y cuestionó que la obra presentara “un cadáver que está no sólo muerto, sino demacrado, ofendido”. Y advirtió: “estamos llenos de demostraciones en todo el mundo de cultores del satanismo”. En ese sentido el Cristo se vincula con “enemigos de la Iglesia de hace mucho tiempo, que le dan suma importancia a los aspectos simbólicos”. Para rematar, cuestionó: “¿Por qué la masonería local le da tanta importancia a que se quite de la cruz?”. Es vox pópuli entre los duraznenses que Santiago Bordaberry –al igual que su padre- adhiere con convicción al Carlismo, un movimiento político conservador que surgió en el siglo XIX para colocar en el trono español a una rama alternativa de la dinastía de los Borbones. Antiliberales y antirrevolucionarios, los carlistas realizan una interpretación tradicional del cristianismo. Dos posturas conviven hoy entre quienes se opusieron al retiro de la escultura. Por un lado, los que sostienen que el Estado debe exigir a la Iglesia que el Cristo, en tanto patrimonio histórico, sea entregado a un museo y deje de estar invisibilizado. Por el otro, quienes insisten en que la iglesia Católica tiene la obligación de reincorporar la obra al altar de un templo que, también patrimonio histórico, ha sido “amputado”. Esta última posición es la que comparten los allegados al escultor, y la Intendencia: “Sacarle la escultura a la Iglesia, es sacarle el problema. Para nosotros es cuestión de tiempo para que la obra sea reintegrada al altar. Mientras esté bajo llave en una sala del templo, la
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Claudio Silveira Silva (1935-2007)
Iglesia tendrá que seguir explicando una y otra vez por qué la tiene allí. Si insistimos para que el Cristo salga de la iglesia estamos avalando la mutilación del templo que diseñó Dieste”, razonó un jerarca que pidió mantener en reserva su nombre. Por su parte, cuando en 2007 asumió el actual obispo de Florida y Durazno, Martín Pérez Scremini, admitió a los integrantes de la Comisión de Patrimonio que fue un error la forma en que su antecesor avaló el retiro de la obra. Y hasta reconoció que él no la hubiera quitado del altar, generando ciertas expectativas sobre el regreso del Cristo a su ubicación original. “Cuando llegué a la diócesis, el Cristo ya había sido bajado”, dijo el obispo, aunque ante Ajena prefirió no abrir juicio “sobre la manera en la que se bajó el Cristo ni si fue la mejor decisión”. Tampoco quiso opinar sobre los símbolos satánicos que le atribuyeron algunos fieles como Bordaberry ni en qué medida incidieron para bajar la obra. Y a contrapelo de las expectativas que generó al asumir hace ocho años, no dudó en afirmar: “No tenemos pensado volver a colocar el Cristo en el altar. Fue un momento conflictivo que se vivió en Durazno y no creo que sea conveniente revivirlo. Con el párroco que vino a continuación se aquietaron un poco las aguas, no sería bueno removerlas”. Más bien parece que el obispo es afín a que la obra salga de la iglesia: “Desde el punto de vista artístico, es una obra muy importante. No tendría problema en que sea expuesta en el museo del artista que se está por inaugurar. Amerita que una obra así la puedan ver todos. Pero ninguna autoridad ha hecho la gestión para trasladarla allí”. Ni la hará: la Intendencia no tiene previsto llevar el Cristo al museo. “La iglesia algún día tendrá que darle un lugar en el interior del templo, no en un museo”, dijo a Ajena el historiador Óscar Padrón, director de Museos de Durazno. A pesar de que lleva diez años guardado bajo llave, quienes pugnan porque el Cristo vuelva a presidir el altar de la iglesia coinciden en señalar que la polémica fue una “excelente oportunidad” para revalorizar la escultura y aferrarla al patrimonio local. Pero si se respeta el lugar para el que fue creada: la iglesia San Pedro que reconstruyó Dieste. “La escultura –explicó Padrón- forma una unidad con la iglesia desde que se la inauguró en 1971. No es un agregado posterior, sino que fue el propio Dieste el que acondicionó el espacio para que el Cristo estuviera en el altar. El templo sin ese Cristo está El interior de la incompleto.” iglesia fue diseñado
Nació en Río Branco, pero desde muy joven se radicó en Durazno. Es un referente ineludible del arte departamental, como lo prueban las dos salas de la Casa de la Cultura que tienen sus tallas o el monumento al peón rural, frente a la base aérea. Fue docente del liceo departamental y del Taller Municipal de Artes Plásticas. Durante la dictadura se radicó en Barcelona. Reconocido en Europa, algunas de sus obras también se encuentran en templos del Interior. En 2012 el Cristo fue expuesto en una amplia muestra de sus obras en el Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo. Al inaugurar la exposición, el entonces ministro Ricardo Ehrlich anunció que el Estado daría en comodato una finca para instalar el Museo Claudio Silveira Silva en Durazno, que se inaugurará en el primer semestre de este año.
por Eladio Dieste, luego de que el edificio se incendiara.
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Clic
Las
paredes
abajo, por las dudas, la imagen de una virgen. Delante de la foto de un bebé rodeado de hilos y agujas de coser está el almanaque celeste de un escritorio de negocios rurales de Paso de los Toros. Arriba de la vela, el portalámparas para los ratos de generador, y colgada de éste, la Txt y Foto: bolsita con los Santiago Mazzarovich os Olivera viven en Minas de Callorda, en el remedios. Durazno más interior, más rural. Aún no tienen La memoria, energía eléctrica, nunca tuvieron. Cada noche la las creencias, las señora Olivera enciende una vela sobre la mesa de luz, mientras opiniones políticas o espera, en pocos meses, ser beneficiada por el programa de culturales, las preferencias por electrificación rural. tal o cual ferretería (o la En tanto, siguen las velas, los faroles a querosene o a pila y, audacia de los comerciantes cuando es necesario, ruge el generador a gasoil que sustenta un del pueblo para hacer consumo mínimo de lamparitas y una vieja tele blanco y negro que almanaques o imanes), si yeso se enciende, como mucho, a la hora del informativo. o material, si pintura fresca o La casa es grande, fresca, “bien casa de campo”, pensaría uno pared descascarada, si los que recién llega de la ciudad –y de apartamentos de 45 metros tonos, si el color o el blanco: es cuadrados–. El pasillo de distribución de las muchas habitaciones mucha la información que nos mide de ancho lo que los dormitorios de la ciudad de largo; es que brindan las paredes de las en medio de tanto campo lo que falta no es espacio. casas, los muros de las Los muros cuentan, dicen y gritan, lo mismo sucede con las ciudades. paredes de las casas. No son necesarias las consignas o los carteles: cuentan con las grietas, las capas, las texturas. Susurran historias Deberíamos modificar algunos sobre la familia, el paso del tiempo, los recuerdos. hábitos y, al entrar por primera En el estar resalta el almanaque de un negocio del pueblo; en el vez a un hogar, recorrerlo en pasillo hablan solas unas paredes gruesas y antiguas; en el cuarto silencio deteniéndonos en cada del hijo mayor asoma la foto del Che Guevara y debajo una cruz cuadrito y en cada foto, en católica colgada de una virgen. Afuera del cuarto cuelga un afiche cada recuerdo de los viajes y de Juan Pablo II. en los colores de la pared, para En la cocina, Artigas se llena de arrabal y se entrega a un recién después hablar con sus abrazo con Gardel, que se mira de habitación a habitación con Juan habitantes conociéndolos un Pablo II –el Che encima de la virgen miraría de reojo aquella poquito más. escena, si no fuera porque está en otra habitación. Latinoamérica es ese sincretismo, esas mezclas, esos elementos simbiontes que se cruzan y sintetizan en algo nuevo, contradictorio y lleno de colores y retazos y amalgamas de sentires.
de esta casa
L
En la habitación matrimonial aparece una imagen religiosa con vírgenes que sobrevuelan a un señor que parece (sólo parece) estar tocando el piano. Más hacia el centro, el matrimonio Olivera hace muchos años –quizás 30 o 40, esas cosas no se preguntan– mira a esta versión veterana como cuidándola desde el blanco y negro de otras décadas, desde los recuerdos más anteriores, desde la prolijidad del retrato de época. Abajo de ellos, otra vez, el papa Juan Pablo con los brazos extendidos saludando vaya a saber a qué multitud. Hacia la derecha, la foto de los cuatro hijos varones (sólo uno quedó viviendo y trabajando con ellos en Minas de Callorda); y
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Parajes insospechados
C
Txt: Juan Andrés Pardo Fotos: Artigas Pessio
ardal es un pueblo ubicado al suroeste de Florida, a ochenta quilómetros de Montevideo. Una localidad a la que llaman “capital de la cuenca lechera” porque esa es la principal actividad de la región. El pueblo tiene, también como referencia importante, la particularidad de ser el primer lugar donde se entregaron las computadoras del Plan Ceibal en 2007, con la presencia del presidente Tabaré Vázquez. Ambos datos destacan en los carteles a la vera de la ruta 77, por la cual se ingresa al pueblo. Es cerca de este poblado –de poco más de mil habitantes– que se encuentra una
vieja construcción, resultado de una historia trágica y cargada de mucho simbolismo: la Capilla Fenocchi. Escondida entre una espesa vegetación que dificulta el acceso por cuenta propia, la obra se erigió en marzo de 1891 en las afueras de Cardal. Don Pedro Fenocchi fue un inmigrante italiano que se radicó en la zona a fines del siglo XIX junto a su esposa Teresa Marioni y tres hijas, María, Luisa y Anunciada, en busca de un futuro promisorio para su familia. Vinieron desde un pueblo llamado Pontremoli, ubicado en la provincia de Mazza Carrara, a pocos quilómetros de Génova.
Rodeada de plátanos, la Capilla Fenocchi se esconde en pleno campo, cerca de Cardal.
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Al igual que la mayoría de los inmigrantes que llegaron del viejo continente, Fenocchi se dedicó a la agricultura. Llegó al pueblo por sugerencia de algunos parientes y amigos que estaban afincados en la zona, y así fue que finalmente adquirió algunas hectáreas de campo ubicadas a tres quilómetros de Cardal y a tres quilómetros del río Santa Lucía chico. En ese mismo lugar construyó, con sus propias manos, la primera casa de material de la zona. La familia, que se vio ampliada con la llegada de cinco hijas más (Teresa, Petrona, Francesca, Margarita y Dominga) vivió feliz durante muchos años, hasta que un día le tocó vivir una terrible tragedia. En 1889 hubo una gran epidemia de difteria en la región, siendo Cardal, Santa Lucía, 25 de Agosto e Isla Mala (hoy 25 de Mayo) las localidades más afectadas. La difteria es una enfermedad infecciosa –hoy poco común gracias a las vacunas– que por esos tiempos provocó la muerte de cientos de personas, la mayoría de ellas menores de edad. La historia recuerda también que, en aquellos años, había un único médico para toda la región, quien no disponía de medicamentos suficientes para esta enfermedad, de la cual la familia FenocchiMarioni no logró escapar. Un lunes murió una de las hijas, y dos días más tarde murieron otras tres. De sus
Por cada hija muerta Fenocchi mandó labrar una mano en los ángulos de la cruz.
ocho hijas, sólo las cuatro mayores lograron salvarse y la más chica, gracias a que aún era amamantada y por ello no se contagió. Como era costumbre por aquellos tiempos, cuando había epidemias se impedía enterrar a los muertos en los cementerios y se sugería hacerlo en zonas alejadas de las casas. Por esa razón, los cuerpos de aquellas hijas fueron sepultados en el campo, lejos de la casa familiar, en un lugar en el que años después el mismo Fenocchi levantaría una capilla que durante un buen tiempo fue muy visitada, dado que en Cardal no había iglesias, y que hasta hoy permanece en buen estado a pesar de sus casi 125 años de existencia. Hoy, Washington del Valle se encarga de mantener la capilla. Es descendiente de una de las familias más antiguas del pueblo y un apasionado por la historia de la obra, sobre la que ha investigado. Es que con el paso del tiempo, este lugar tan mágico sufrió algunos hechos vandálicos que van desde robo de objetos de la época a rotura de los mismos. Con autorización del actual propietario del campo (quien compró las tierras a descendientes de los Fenocchi), Washington logró ponerle llave a la capilla y evitar así que eso siguiera sucediendo. También gracias a la voluntad de Del Valle se llegó a realizar charlas informativas con estudiantes de UTU y de liceo, con la finalidad de trasmitir la importancia y el valor que la construcción posee. No debió ser casualidad el lugar elegido por Fenocchi para levantar esta obra, porque lo cierto es que allí se respira una energía muy especial y, sobre todo, paz absoluta. El silencio del campo es sólo interrumpido por el sonido del agua de una cañada que corre cercana (“arroyito la capilla”), y el canto de los teros que de vez
en cuando irrumpen en la escena. Cuatro grandes plátanos, crecidos alrededor de la capilla, le aportan otro elemento mágico al lugar y a su historia. Fueron plantados en recuerdo de cada una de las hijas fallecidas, y si bien hoy sólo tres se mantienen en pie, de cada uno de ellos surgen casualmente cuatro troncos. También hay una cruz que simboliza las manos de las cuatro niñas muertas. Washington remarca que a los niños les encanta ir al lugar porque lo consideran un “bosque encantado”. Al fin y al cabo, son hechos que movilizan a cualquiera que visite el lugar y que lo invitarán a la reflexión espiritual. Cada tanto, los descendientes de Fenocchi y Marioni llegan desde diferentes puntos para reencontrarse en este lugar tan emblemático en la historia de sus familias. Dicen que, hace muy poco, también llegó otro pariente lejano que se enteró por un informe en la televisión sobre la capilla y viajó especialmente desde Houston para ser parte de ese momento tan especial. Hace unos años, un joven escritor llamado Noel Álvarez llegó a Cardal para terminar de escribir una novela (basada en hechos reales) cuya historia se desarrolla en el pueblo y también en la capital del departamento. La Capilla Fenocchi fue precisamente uno de los lugares seleccionados
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por Álvarez para la historia, la que incluso tenía pensado llevar al cine. Sin embargo, y hasta el momento, aquella idea no prosperó debido a que no se han podido recaudar los fondos necesarios para su realización. Cada vez son más las personas que llegan a Cardal para conocer este místico lugar. Muchos de ellos, según Del Valle, lo hacen en busca de un “gran abrigo” de paz para el alma que el entorno ofrece. La historia de la capilla no surgió sólo como la necesidad de recordar la pérdida de una familia; es también una señal de que es posible salir adelante más allá de las adversidades que la vida presenta. Y no sólo eso. En tiempos en los cuales la globalización amenaza con hacer desaparecer la identidad de los pueblos, Capilla Fenocchi sigue en pie también como ícono fiel de otros tiempos, en los cuales el campo no estaba tan vacío y era el medio de vida de muchas familias. Un siglo después la capilla sigue siendo visitada por vecinos y también por la familia.
Perfil
Alberto Rodríguez, de oficio pedrero
Alberto Rodríguez vive en Tambores y repara muros de piedra por todo el país.
El puzle más viejo
“Un trabajo lento en un mundo donde todo va rápido”, así lo define el hombre del oficio en extinción. El constructor se da maña para seleccionar y encajar las piedras. Y luego, el placer de ver la pieza adecuada en el lugar exacto del rompecabezas.
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de presidente de la República. “Yo soy español y portugués”, agrega, aunque nació en el pueblo sanducero de Beisso 57 años atrás y hace 19 que vive en Tambores, pueblo en el límite de Tacuarembó y Paysandú. Viene de una familia numerosa: es el séptimo de diez hermanos; y deja como herencia cuatro hijos, que le dieron su vez siete nietos (“¡Son lindos los gurises chicos!”). Con Sofía llevan 34 años de casados y “creo que De entrada una advertencia: picapedrero no es lo mismo todavía nos queremos”, confiesa. que pedrero. Parece tonta la aclaración, pero es importante. Hombre de varios oficios dignos de la campaña, Alberto Los primeros cortaron y armaron las “mangueras” empezó a los 14 años trabajando en la esquila, se fue Txt: de piedra épocas atrás, mientras que los segundos luego un tiempo a El Espinillar de Salto –“cuando era Tania Ferreira las reparan hoy. Alberto pertenece a este último grupo, joven y soltero”– a cortar caña de azúcar, después tuvo Fotos: aunque bromea que tendría que hacer algo con el un comercio que no marchó muy bien, lo dejó y volvió al Alejandro Arigón campo como encargado de una estancia. Más tarde se nombre, porque suena demasiado simple para tan esforzada labor. Técnico en piedra podría ajustarse más, mudó pal’ pueblo y hace unos veinte años que se dedica se ríe. a la piedra. A lo que Alberto, y su compañero de labores, “Paco”, se Probablemente no le guste que hablemos en esta nota dedican es a reparar esos cercos de origen misterioso, –menos que pongamos la foto– de su sombrero con la copa sobrevivientes de los siglos en que se introdujo la ganadería al medio destartalada de tanto engancharse en las espinas de los país. talas. Y deberíamos respetar ese detalle, porque Alberto Una estancia en Flores, cerca del poblado de Cerro Colorado, prometió leernos. “Soy muy de la lectura, y leo lo que es la que los recibe esta vez para reparar un corral circular de encuentro”, advierte. Se declara asiduo concurrente a la unos 250 metros de perímetro con embarcadero incluido que, les biblioteca de Tambores y cada vez que va al pueblo se compra dijeron sus dueños, está en pie desde 1850. A la vista: campo, algún diario. A veces El Observador y nunca El País, porque le soja, unas vaquitas, más campo resentido por la sequía, y a unos queda muy grande e incómodo. Pero lo que más le gusta leer, dos quilómetros allá arriba la estancia entre los árboles. sobre todo en los días de lluvia, cuando el trabajo mengua, son “Hay poca gente en este oficio, y se dice que es trabajo de libros de historia. Artigas le parece fantástico: “¡Qué inteligencia esclavo. A mí me gusta y a él le gusta también”, dice Alberto para esa época! No va a haber otro igual”. Ese hombre del mientras señala con la cabeza a su partenaire. Paco (Pablo, 26) se Reglamento de Tierras le resulta fuera de su tiempo. También vino de Tambores siguiendo la invitación de Alberto, pero admira a Aparicio Saravia y sus batallas, donde, parece, los sabiendo que pronto volverá a ver a sus cuatro niños y a Carolina, hombres que iban al frente tomaban caña con pólvora para su esposa. En el medio del campo, es verdad que Paco también enfrentar con más coraje al enemigo; eso se le quedó grabado de disfruta de lo que han logrado, porque no hay mejor cosa que alguna lectura. Y menciona el gran cerco de piedra de Masoller, trabajar en lo que a uno le gusta. que se dice fue resguardo de las fuerzas gubernativas en el “Traé aquella más grande, vos que todavía sos joven y tenés episodio en que Aparicio recibió la herida fatal. fuerza”, le dice en broma el veterano al aprendiz. Bromean entre ellos todo el tiempo, y cuando toman confianza, les hacen chanzas en equipo a los preguntones atrevidos. “Palhas para cigarros. Especial Neve”, dice la etiqueta. Envueltas en un nailon prolijo, las 15 hojillas de chala de maíz esperan a ser enrolladas alrededor de un tabaco de cuerda. Con el facón corta el naco de a poco —“Yo fumo tabaco de hombre”, bromea con uno de los más jóvenes que acaba de encender un Coronado– y luego desarma las hebras de tabaco prensado sobre la palma de la Alberto confiesa que puede leer, mirar la tele y escuchar la mano. Cuidadosamente arma el cigarro y lo ata con una tirita radio al mismo tiempo, y pone atención a las tres cosas. De que saca de la misma chala. Ambos productos los compró en el noche, cuando ya está en la cama, engancha algunas radios almacén de Tambores, pero su origen es el otro lado de la argentinas (“lo de Nisman no se va a saber nunca”, arriesga, “y frontera. la vieja es peor que el tuerto”, coincide con el Pepe De la boca a los dedos, de los dedos a la oreja, de la oreja a Mujica), aunque se sintonicen más o menos. la boca, así es el circuito del naco, repetido tantas veces hasta dejar un reguero de moñitas que se esparcen como regalitos en el pasto. Alberto quizás tenga un rostro fácil de olvidar, pero ese humo dulce que suelta su boca es de los que se graban irremediablemente para siempre.
Se le rompen algunos bordes a las rocas con unos marronazos si es necesario, y con el martillo se les da un golpe certero que las deja como nacidas en ese lugar. Si están bien encajadas, las mismas piezas generan la presión suficiente para lograr una estructura de alta estabilidad.
Alberto Rodríguez Brum. Se presenta con ambos apellidos porque “los Brum eran conocidos por guapos” y es nombre hasta
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Las huellas del ayer Las mangueras de piedra se construyeron luego de que se introdujera el ganado en la Banda Oriental, mucho antes de la llegada del alambrado. Las barreras naturales resultaban insuficientes para controlar a los animales dentro de áreas limitadas. En los inicios de la producción ganadera se instrumentaron los “cercos vivos”: palmeras, tunas, acacias, uñas de gato y talas contenían a los animales. Más tarde, con el arraigo de las primeras familias en el campo aparecieron los corrales para los caballos y vacas lecheras. Muchos de los corrales se construían con piques de ñandubay –madera dura y resistente– clavados en la tierra. En otros casos se eligió un material muy barato y abundante en ciertas zonas del país: la piedra. Ahí comenzaron a construirse las mangueras (la palabra “corrales” se reserva para los cercos de madera). Se acepta que la mayoría de las mangueras todavía existentes fueron construidas luego de la Guerra Grande (1839-1851) por comparsas de vascos e italianos inmigrantes, pero muchas de estas construcciones en piedra son anteriores, de la época jesuítica y misionera. El alambrado recién comenzó a utilizarse para delimitar campos en la década de 1860, y la estancia La Paz, de Ricardo Hughes, en Paysandú, es considerada la primera estancia alambrada en Uruguay. La competencia entre alambrado y piedra se extendió por décadas. En 1874 el costo de cercar un campo era la tercera parte del valor de la tierra. Con el reglamento de medianía forzosa los costos bajaron y ya en 1882 costaba cerca de la doceava parte del valor de la tierra. Hasta que la piedra se volvió más cara y perdió vigencia. El valor histórico y patrimonial de estas construcciones que aún perduran en el paisaje rural uruguayo no se considera en su justo punto. A excepción de un decreto de protección que promulgó la Junta Departamental de Tacuarembó en 2005 (declarando patrimonio histórico departamental a los “cerritos de indios” y “cercos, corrales y mangueras de piedra”), el país no cuenta con disposiciones para proteger este patrimonio.
Un prisma macizo y rectangular “La política es como el es el elegido para el remate. A su asado de cuarto de oveja, tiene lado irá la portera. sus partes buenas y sus partes malas.” Piensa que las cosas han cambiado porque antes los peones votaban lo que votaban los patrones, pero ya no, y que el Pepe Mujica “va a quedar en la historia por su sencillez”. Pero en definitiva los colores no importan, es la gente la que importa, dice. Terminó la escuela recién en 2014, gracias al programa Uruguay Estudia, que incentiva a que los adultos retomen sus estudios. Dice tener una relación rara con las matemáticas: los maestros que le tomaron los exámenes el año pasado le dijeron que no entienden cómo llegó a los resultados correctos con tan intrincados y exóticos procedimientos. Y el encargado de la estancia le dijo que el presupuesto de gastos que le esbozó a lápiz y papel lo va a enmarcar en un cuadrito. Alberto se declara hincha de Defensor Sporting, y le encanta el fútbol a pesar de que cuando era chico lo mandaban siempre de golero, muy en contra de su voluntad. “Tendríamos que ser de Rampla, del picapiedra”, bromea Paco, mientras de lejos tira una piedra mediana que queda incrustada en el lugar exacto. Se conocen tan bien que Paco le termina las frases a su compañero. “Y de los dibujitos, elegimos a Los Picapiedras”, continúan la serie de chistes. Alberto también confiesa que de vez en cuando, y siempre durante sus días libres, le gusta tomarse unas copas: “A veces me río, me siento más alegre, a veces lloro. A veces me caigo, a veces me derrumbo…”. El día comienza a las seis de la mañana en la vieja estancia. Mate y tabaco obligatorios al menos una hora antes, para así poder arrancar a trabajar. Las piezas con cocina, baño y cuartos acondicionados para los trabajadores están a unos cien metros del casco de la estancia. De hecho, están más cerca de los corrales que de la casa. Trabajan ocho horas, con una pausa en el medio: desde las 7 a las 11 de la mañana, y de las 14.30 a 18.30, aunque los
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horarios pueden variar a voluntad de los peones. Juan, un veterano que está dando unos antibióticos a los terneros dentro del corral que Alberto está arreglando, dice que esta es la primera vez, la primera estancia, donde trabaja con el régimen de ocho horas. Que antes la jornada era de sol a sol. Al grito de ¡iiiija! hace que los ingenuos bichos pasen uno a uno por el brete; terminan con los ojos violetas, y al fin libres corren medio cegados –pero curados de su conjuntivitis– lejos de Juan. Aunque se conocen apenas desde hace un mes, han tenido que convivir y es “como si los conocieras de toda la vida”, dice Alberto. Y así cada vez. El oficio de pedrero los acostumbra a viajar por todo el país y a conocer gente nueva todo el tiempo. Con Paco trabajan hasta 30 días de corrido, fines de semana incluidos. Luego paran unos días para visitar a sus familias allá en Tambores. “Empezamos a extrañar a los gurises”, larga Alberto, mate en mano, luego de un prolongado silencio. Suena la campana en el casco de la estancia. Se levantan sincronizadamente de sus sillas a la sombra de unos sauces. A los pocos minutos llegan los fideos con tuco. Raquel carga con una bandeja humeante y generosa, justo a tiempo luego de que Alberto, Paco y los demás se han tomado unos mates, lavado las manos y refrescado la cara para almorzar.
veces para reparar la muralla china”, bromea ya en confianza. “¡20 mil quilómetros de largo! Fijate que de Montevideo a Bella Unión hay sólo 600 quilómetros. Si agarro esa changa no me vengo más”, ríe. Les pagan por metro de muro, así que “no nos apuramos. Vamos suave, para que quede bien”, explica. En el oficio de pedrero se sobrevive de recomendaciones, así que lograr un trabajo sólido –literalmente– es la clave para mantenerse en él. “El nuestro es un trabajo garantido por al menos 50 años”, dice. Trabajar con estructuras de piedra de tal antigüedad les hace tener otra dimensión del tiempo; está el respeto por algo
Quien maneja la técnica, desarrolla un ojo clínico. Para armar ese puzle a “piedra seca” se construye un cajón con las piezas más grandes por fuera y luego se llena de piedritas el hueco del centro. Se logra una mejor terminación si por encima se le coloca una “tapa”, una piedra chata que una las dos paredes. El trabajo con barro se cobra más porque es más trabajoso –sobre todo en invierno–, se usa piedra más chica y queda más lindo. Y si el patrón pide hormigón, le ponen hormigón; pero no lleva, explica Alberto. Si es necesario se Un golpe certero con sacan algunos bordes de el martillo deja las las rocas con unos piedras como nacidas marronazos, y con el en el lugar. martillo se les da un golpe certero que las deja como nacidas en el lugar. Si están bien encajadas, las mismas piezas generan la presión suficiente para lograr una estructura de alta estabilidad: a mayor superficie de contacto entre cada piedra, mayor es la rigidez y persistencia de la obra. Por ese motivo las grandes construcciones antiguas siempre llamaron poderosamente la atención de Alberto. La Isla de Pascua y sus estatuas, el Coliseo, el Partenón, Machu Picchu… ¡las pirámides! Qué trabajo ese. “Me llamaron como tres
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que alguien construyó hace tanto con tanta ciencia y paciencia aplicadas. Entiende que su trabajo no puede ser perecedero, que debe ser firme y serio como la roca. “Si me llaman de un trabajo para decir que la manga que hice se derrumbó a los cinco días, directamente me muero”, reflexiona, serio. “No se permite usar guantes en esta empresa”, bromea con Paco. Las manos ásperas y toscas levantan una piedra enorme; son las mismas que logran precisión de relojero al armarle la moñita al tabaco. Quedan pocas horas de sol. Alberto mira, se para y desenrolla la cinta métrica, saca cuentas, arma otro cigarro de rico olor, van cerrando el círculo del corral y tienen que medir bien el espacio para el futuro embarcadero y la portera. Dos hilos marcan los límites. Hacen palanca con los barrotes largos, que hacen las veces de pisón para apretar la tierra o abrir un pozo. “¿Cuál va primero?”, “Hay que correrla para acá, cosa que no nos apriete mucho”, “¿Quedó en línea ahí?”, “Es ésa, no se habla más”, le dice a Paco, que le entiende la intención, la mayoría de las veces sin mediar palabra. Ambos dejan el pisón al mismo tiempo, como coordinados sin querer. A unos metros, la piedra que remata el muro, donde irá después la portera, tiene que ser Paco, el aprendiz, y Alberto, a la hora del almuerzo. grande y hay que elegirla bien. Se la juegan por un prisma rectangular macizo y pesado que levantan con ayuda de la grúa de tres puntos adosada al tractor. Una “piedra motorizada”, le llaman en broma. Calza justito, y de nuevo el placer de ver la pieza del rompecabezas en el lugar exacto. Ahora de fondo –además de los gritos al mejor estilo cowboy de Juan, que arrea a los terneros hacia el aerosol violeta– se escucha la radio. Es Sergio Landi en La cruz del sur, que le gusta a Alberto porque es un programa “medio gaucho”. De hecho, varias veces eligió esa audición para pasar su anuncio: “Reparo mangueras de piedra”, dice el locutor, junto con su nombre y su número de celular. Luego Landi se dedica a los mensajes de los oyentes: con su tono campechano saluda a los camioneros que cruzan las rutas del país en plena zafra de soja, a Mabel, del Tala, que manda un saludo para toda
En el oficio de pedrero se sobrevive de recomendaciones, así que lograr un trabajo sólido –literalmente– es la clave para mantenerse en él. “El nuestro es un trabajo garantido por al menos 50 años.”
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Perfil // Alberto Rodríguez
la familia y que lo felicita por el programa, al “Canario Marcelo”, de Cerrillos, que lo escucha todas las tardes. Está linda la tardecita. Es lindo el tiempo de otoño. “Aunque en invierno vas entrando en calor y te vas sacando el abrigo. El verano es matador bajo el sol. Y cuando llueve no se trabaja, no hay más remedio.” En cualquier momento aparecen los zorros. Cada vez se ven más zorros en el campo. Parece que los bichos andan medio desordenados: la cotorra volvió a ser plaga, y las palomas también, porque se comen los granos de los silos y se multiplican por miles. Los dueños de las estancias envenenan algunos granos para matar a las palomas, y los carroñeros que se comen a las palomas envenenadas también marchan al espiedo. Los zorros se reproducen cada vez más rápido y se comen cada vez más gallinas y huevos..., todo un equilibrio natural desequilibrado. “A mí me gusta ver campo, lejos, mirar lejos… Y mirar el cielo allá arriba”, señala con las manos en alto. Alberto se sacude la tierra de dentro de las alpargatas de jean, que son lo más cómodo que hay para trabajar pero que a lo sumo le duran diez días y ya casi están dejando entrever el dedo gordo del pie. Hace poco se compró unas de cuero de chancho y suela de goma, pero son tan lindas que le dio lástima y las dejó pa’ salir. Le corre el nudo de chala al tabaco para poder fumarlo hasta el final. “Se aguantó, ¿viste?, recién esta noche va a llover. Tengo buena suerte.”
Fuentes utilizadas “Piedra sobre Piedra”, de Silvia Soler, en el Almanaque del Banco de Seguros del Estado, 2014. “Relevamiento y caracterización de mangueras y cercos de piedra construidos durante las primeras etapas de la ganadería en el Uruguay”, de Ricardo Sienra. Facultad de Veterinaria, 2010 (disponible en www.patriada.com.uy/cercos-y-mangueras/ mangueras-y-cercos-de-piedra/). “Informe arqueológico e histórico del cerco de piedra de la Sierra de los Caracoles”, de Andrés Florines, Jacqueline Geymonat y Arturo Toscano, elaborado para CSI Ingenieros. Maldonado, 2011.
El corral de piedra que reconstruye Alberto está en pie desde 1850, según sus dueños.
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Txt: Rodrigo Abella // Ilustración: Felipe Echeverría
Futuro Interior
Rodrigo nació en Treinta y Tres en el año 1982. Estudió ciencias de la comunicación en Montevideo, en la Udelar, y sólo le resta una materia para recibirse. En 2008 volvió a Treinta y Tres. Es músico, profesor de guitarra y docente de educación musical en Secundaria, además de encargado de la gestión cultural de un boliche en su ciudad.
A
l título de esta canción del maestro Ruben Lena, que en principio es metafórico y nos introduce a un texto por momentos descriptivo, podríamos atribuirle la cualidad (no buscada, y forzada para satisfacer los fines de este tejido) de premonitorio. En la ciudad de Treinta y Tres las cosas ocurren casi siempre porque sí. Todo es aleatorio, casual, involuntario; casi como en un sueño. Porque los sueños, pese a parecer inducidos por alguien ajeno, son indefectiblemente creados por el soñante. Algo así ocurre con la sociedad olimareña. Desentrañar una lógica, un sentido, al devenir de este rincón del mundo, sería, quizás, una forma de despertar o de al menos “poner la alarma”. En el año 1985 se celebró el primer Festival Folclórico del Rencuentro Democrático, a orillas del Olimar. Si bien los festivales se realizaban desde 1973, los organizadores entendieron que había que refundar. Aquel festival –reaccionario, con músicos exiliados o presos– había muerto y dado paso a éste: libre, democrático y plural. Nuestros mayores recuerdan con orgullo que en aquella edición estuvieron presentes los principales líderes políticos del país: Wilson Ferreira Aldunate y Carlos Julio Pereira (Partido Nacional), Liber Seregni y José Crottogini (Frente Amplio), Julio María Sanguinetti y Enrique Tarigo (flamantes presidente y vicepresidente de la República, del Partido Colorado), y Juan Vicente Chiarino y Federico Slinger (Unión Cívica). Estaban todos en el mismo palco, juntos. Por redundante, el término “democrático” quedó en desuso y al festival le llamábamos “del reencuentro”. La palabra “reencuentro” había sufrido un proceso de resignificación y ya no hacía referencia directa a la coyuntura política. En esos días, amigos y parientes que vivían en otros sitios llegaban de visita, se reencontraban con el Olimar; nos reencontrábamos. La fiesta tenía otras dos características importantes: era gratuita, y en su escenario (el Serafín J García) actuaban sólo músicos nacionales. En el año 2012, por la vía de los hechos, se omitió la palabra “reencuentro” y se modificó el ordinal que indicaba la edición de la fiesta a la que estábamos asistiendo. Esto ocurrió sin debate, sin discusión, sin discurso. Los festivales realizados en dictadura también debían contarse. Así, pasamos de la edición 27 a la 40 de un año para otro. Uno de los argumentos expuestos para enfrentar tal
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modificación sostenía que, de esta manera, el del Olimar pasaría a ser el festival más viejo del país. El intendente que tomó esa decisión ya no es intendente, pero su postura no fue revisada. El intendente de transición, organizador del festival 2015, tomó otra decisión histórica: el cierre del encuentro estaría a cargo del grupo argentino Los Nocheros (los organizadores se escudaron diciendo que actuarían al día siguiente de finalizada la fiesta). Para algunos este es un camino sin retorno; la fisura en la represa es imparable. En realidad es difícil predecir las cosas en un sueño. El próximo intendente y su grupo de asesores resolverán qué camino deberá tomar el festival. Ni la asociación de periodistas (porque no existe tal cosa), ni la de músicos (porque no existe tal cosa) ni la de escritores (porque no existe tal cosa) saldrán al cruce de devenir alguno. La ciudad de Treinta y Tres del siglo XXI no tiene colectivos fuertes: ni Rotary, ni Leones, ni asociación de estudiantes, ni Centro Progreso, ni Centro Democrático... Las cosas ocurren por voluntades individuales, como en un sueño. Estas características, curiosamente, generan un resultado no buscado. Aparecen a menudo en este pueblo creadores de los cuales enorgullecerse. Nacen, crecen y se desarrollan a la intemperie, huérfanos de padrinazgos y subvenciones estatales, libres e independientes. Vivir Treinta y Tres es desafiante o hipnótico. Todos los medios son masivos, pero sin masas. La modernidad es líquida pero sin modernidad. “El agua no tiene gajos, no lo olvides nadador, y en el río hay remolinos como sueños bajo el sol.” (Ruben Lena, fragmento de “El Olimar es un sueño”.)
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