Perfil bajo #7
A帽o 1 / Octubre 2012 Revista de distribuci贸n gratuita www.elboulevard.com.uy
CULTURA QUE SE IMPRIME
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NIÑOS ENVUELTOS
(en una polémica)
Fe de erratas: Producto de un error de imprenta, en la nota "La memoria en estantes" de El Boulevard #6, el nombre del autor de la nota Gerardo Ferreira quedó invisible. Pedimos las disculpas del caso.
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EQUIPO: Dirección legal: Juan Manuel Chaves. Dirección de contenidos: Denisse Ferré. Consejo editorial: Juan Manuel Chaves, Federico de los Santos, Denisse Ferré, Sergio Pintado. Edición de fotografía: Manuel Larrosa. Diseño y diagramación: LATERAL.com.uy Corrección: Mariana Palomeque. Columnistas: Javier Zubillaga, Daniel Machín. Foto de tapa: Manuel Larrosa Colaboran en este número: Ignacio Fregossi, Dina Yael, Venancio Acosta, Anabella Aparicio, Gerardo Ferreira, Diego Faraone, Rafaela Lahore (notas), Laura Alonso (ficción), Marcos Larghero, Rafaela Lahore (fotografía), Virginia Chappe (actriz de foto de tapa). Ilustra este número: Levedad Las opiniones vertidas en los artículos son exclusiva responsabilidad de los autores. Los contenidos de El Boulevard pueden ser reproducidos con libertad y sin fines de lucro, citando el nombre del medio y del autor. www.elboulevard.com.uy info@elboulevard.com.uy
La aprobación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual uruguaya cerrará un considerable período de idas y vueltas, malos entendidos y debates sobre lo que se regulará y lo que no en cuanto a medios de comunicación. A la interminable polémica entre regulación y libertad de expresión, en las últimas semanas se sumó un nuevo aspecto: la posibilidad de prohibir la publicidad infantil en televisión. La iniciativa surgió del director general de Secretaría del Ministerio de Educación y Cultura Pablo Álvarez, una de las figuras políticas que, quizás solitario desde el Poder Ejecutivo, se ocupó más de la regulación de contenidos. Con el apoyo de la mayoría de los integrantes del Comité Técnico Consultivo, la propuesta tomó forma y parecería estar lista para ser integrada a la ley. Según declaraciones de Álvarez a El País, “no tendría sentido hacerle creer a un niño que precisa un producto y mucho menos hacerle creer que tener ese producto implica algo en su status social”. Este parecería ser el principal argumento que maneja el Ejecutivo. Ahora bien, la propuesta no convence a varios sectores –entre ellos, obviamente, el de la publicidad–, que argumenta que la prohibición provocará la muerte de todos los programas infantiles ya que, sin poder ofrecer publicidad, perderán el apoyo económico. La iniciativa de Álvarez pone sobre la mesa el debate sobre si la prohibición es la mejor manera de modificar una realidad que se considera perjudicial. Durante este mismo período de gobierno, la legalización del comercio de marihuana o la despenalización del aborto se han planteado como alternativas para que el Estado actúe sobre problemas específicos a través del reconocimiento legal de la situación. Al “aceptar” en su legislación que los hechos ocurren, el Estado cuenta con más herramientas para combatir los aspectos negativos asociados a ambos fenómenos. Sin embargo, esa misma lógica no parece aplicarse para los medios de comunicación. Ante el riesgo de los efectos de la publicidad sobre los niños, la primera medida es la prohibición, decisión que descarta, al menos en primera instancia, otras posibles soluciones. Con el mismo espíritu que se esgrime en otras áreas, bien podría empezar el Estado por reconocer que la publicidad (es decir, la promoción de artículos de consumo a través de medios de comunicación) es una realidad que ha acompañado el desarrollo de los medios en todo el mundo y es la forma de financiación de la gran mayoría de los productos, para luego aplicar una reglamentación que minimice los riesgos en los niños sin quitarle a las producciones su forma de financiamiento. ¿Por qué entonces no sustituir la prohibición por un plan de educación sobre medios de comunicación destinado al público infantil? Si los niños conocen lo que miran, si tienen herramientas para interpretar un programa dirigido hacia ellos, parece más probable que puedan evitar “ser engañados” por publicidad maliciosa. De lo contrario, no habrá publicidad explícita dentro de los programas infantiles pero sí fuera de ellos, y es difícil creer no va a ser vista por ningún menor. Además, la prohibición de las publicidades de marcas de cigarrillos demostró que, cuando las agencias quieren, se las arreglan para presentarse ante la gente, sorteando las dificultades para legislar sobre el tema: manteniendo los mismos colores y diseños pero eliminando las marcas. Que la publicidad infantil puede ser peligrosa es un hecho, pero la solución no debería estar en la prohibición. Taparle los ojos a un niño es prácticamente imposible en el siglo XXI, y mantenerlo al margen de un lenguaje con el que convivirá toda su vida solo lo desprotegerá. En este, como en otros temas, educar resulta más que prohibir.
Impreso en Microcosmos S.A., Guatemala 122. Tel: 2927002. Depósito Legal Nº 210099. ISSN: 1688-910X
Proyecto seleccionado por Fondo Concursable para la Cultura – MEC
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Las damas primero En uno de los capítulos de su divertida y muy recomendable autobiografía Bossypants, la actriz, comediante, guionista y productora Tina Fey narra una anécdota de su período en el programa Saturday Night Live (SNL) con la que ejemplifica ciertos prejuicios en torno a la figura femenina en el mundo de la comedia. En una de las lecturas previas a la grabación del show, su amiga y colega Amy Poehler realizó un chiste que Jimmy Fallon, por ese entonces la estrella del programa, consideró “poco femenino”. Ante el comentario de este último, la respuesta de Poehler fue un contundente “I don’t fucking care if you like it”, lo que en español sería “me importa un carajo si te gusta o no”. Por Ignacio Fregossi Para Fey, esa anécdota, que a simple vista podría pasar como un encontronazo laboral más, fue toda una declaración de principios de la recién llegada. Poehler dejaba en claro que no estaba ahí para interpretar el papel de una chica adorable sino para hacer lo que tenía ganas, y le importaba un carajo si al resto le gustaba o no. Esa actitud osada y desprejuiciada es uno de los sellos inconfundibles de las más recientes comediantes femeninas provenientes del país del norte. Por supuesto, reducir la participación activa de la mujer en la comedia norteamericana simplemente a los últimos quince años es un despropósito e implicaría negar el legado de aquellas grandes comediantes que hicieron su aparición en los años cincuenta y sesenta como Joan Rivers, Phyllis Diller y Lily Tomlin. En ese sentido, el libro Prontuario de comediantes, del músico y periodista Gonzalo Curbelo, es un interesante material de consulta. Publicado a través de Criatura Editora, recopila las columnas que durante casi cuatro años salieron todos los viernes en el periódico la diaria con los perfiles de los principales exponentes de la comedia stand-up anglosajona. El capítulo que lleva por título
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“Monólogos de la vagina dentata” reúne a algunas de las comediantes recién mencionadas junto a otras más cercanas en el tiempo y en plena actividad (Sarah Silverman, Wanda Sykes y Ellen DeGeneres, entre otras). A mediados de la década del setenta, la comedia televisiva se vería revolucionada con la aparición de SNL. Inicialmente concebido para ocupar el espacio que dejaba vacante las repeticiones del show de Johnny Carson, el programa comandado por el productor Lorne Michaels (el padre de muchas criaturas de la mejor comedia norteamericana contemporánea) se ha convertido en una fábrica inagotable de talento en sus 38 temporadas en pantalla. Desde sus inicios, la presencia de comediantes masculinos en el elenco estuvo matizada con la de sus pares femeninos. Así, por cada John Belushi, Chevy Chase o Dan Aykroyd, siempre existió una Gilda Radner (notoria influencia de las generaciones que la sucedieron) o una JuliaLouis Dreyfus (quien luego se convertiría en la inolvidable Elaine de la serie Seinfeld) equilibrando la balanza. No obstante, resulta complicado (y hasta carente de sentido) establecer el momento exacto en el que las mujeres dejaron de ocupar roles secundarios para pasar a los primeros planos. Posiblemente ese momento no existe y deberíamos pensar este fenómeno como producto de un proceso natural. Sin embargo, en el ejercicio de aventurar una hipótesis, el nombramiento de Tina Fey como guionista principal de SNL en 1999 (la primera mujer en la historia del programa en llegar a esa posición) podría darnos una pista. Para conocerla no hay que ir demasiado lejos. Simplemente basta con mirar alguno de los capítulos de 30 Rock (la brillante serie de comedia que comparte con Alec Baldwin y Tracy Morgan) y detenerse en su personaje, Liz Lemon, una suerte de avatar de Fey en la pantalla. Independiente, adicta al trabajo y de ideología liberal (lo que en los Estados Unidos se entiende como progresista), de actitud torpe pero con una facilidad de palabra abrumadora, y con sus anteojos de bibliotecaria en tiempos en donde la pose geek está de moda, Fey emana iguales
Tina Fey y Amy Poehler actuando como Sarh Palin y Hillary Clinton en Saturday Night Live.
dosis de sensualidad y ternura, lo que la acerca al público masculino y al femenino por igual. En cierta forma, su figura sintetiza las principales características que identifican a este grupo de mujeres y su rol en el mundo de la comedia. Ya no sólo se limitan a la interpretación de un papel, sino que se destacan sobre el resto por sus cualidades como guionistas y productoras. Amiga de Fey desde la época en que coincidieron en una compañía de comedia de improvisación en Chicago, también está Amy Poehler. La actual protagonista de Parksand Recreation ha logrado salir airosa de la transición que implica alejarse del nido SNL para dedicarse a otros proyectos. Es que como la propia Tina Fey lo define en su libro, “SNL es como la secundaria, salvo que en la secundaria te dicen cuándo te graduás”. Portadora de un timbre de voz agudo y un histrionismo natural que le han permitido interpretar los más diversos personajes, desde Hillary Clinton hasta Kim JongIl (sí, Kim JongIl), a Poehler sólo le resta que le llegue su momento de explosión en la gran pantalla. Quien sí ha pegado ese salto exitoso al celuloide es la no menos genial Kristen Wiig. Luego de varios roles secundarios en excelentes comedias como Ghost Town (protagonizada por el inglés Ricky Gervais) y Whip It, el 2011 fue un año consagratorio para ella gracias a la repercusión de la película Bridesmaids (que por estos lares se conoció con el nombre de Damas en guerra), coescrita y protagonizada por Wiig. Algunos criticaron a la película el haberse valido de ciertas reglas de la comedia masculina. Una vez más, el preconcepto del que habla Fey en su libro. Incluso desde lo escatológico, Wiig es una comediante que irradia femineidad como pocas. Si a eso le sumamos los matices en su tono de voz y su sutil gestualidad, el combo roza la perfección. Sería injusto olvidarse de Rachel Dratch, Maya Rudolph, y tantas otras que han pasado por el programa en las últimas dos décadas. Sin embargo, en Fey, Poehler y Wiig está el gen de la comedia femenina contemporánea, cosecha Saturday Night Live. Primero las damas.
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4 Carlos Molina, payador anarquista
EL DIABLO Y EL GALLO DEL ALBA
La Vela Puerca, Juan Gelman y El Sabalero lo homenajearon. Supo trenzarse con otros armado de la guitarra pero también del facón, y vivió y murió, literalmente, con la vigüela en sus manos. Por Venancio Acosta
Era agosto, y el invierno comenzaba a tallar sus últimos embistes. Efraín había estado escuchando a su abuelo que entonaba unos versos en el cuarto contiguo. Era “La flecha” de Atahualpa Yupanqui. Fue Alba Aurora, la China, la primera que advirtió el silencio repentino y sentido que inundaba la pieza de aquella casa en el Cerrito donde su compañero moría, cantando, con la guitarra arrullada entre los brazos. Fue hace catorce años, en 1998. Y una mañana también fría de agosto pero de 2003, sus restos volvieron a Cerro Largo, donde había empezado su viaje. “Aquí se está enterrando a un hombre libre, que fue la dignidad cantada de América Latina, que enfrentó a ponchazo limpio la intemperie del mar, de la tierra y de los hombres”: así lo recibió su amigo poeta, Julio Guerra. Allí en Melo yacen hoy su poncho y su guitarra. Allí en Melo, pero en 1927 nacía, un 11 de setiembre, Carlos Molina. “Es el único motivo de esperanza que uno rescata de los once de setiembre porque ese día del año 1927 nació este gran hombre y artista de América Latina. Después hubo que incluir dramas y tristezas en esa fecha”, comenta Daniel Viglietti en su programa radial Tímpano. De niño, era de garabatear poemas inspirados en el paisaje campero de su tierra natal. Supo trabajar en chacras, cortar maíz, varear caballos y ser peón de estancia allá en la costa del río Tacuarí, que serpentea entre los matorrales. A los catorce años cayó en sus manos la primera guitarra, y como ella, signó su vida un compromiso irrenunciable con la causa de sus iguales. En los años cuarenta vino a Montevideo y en poco tiempo se volvió ducho en cuestiones de verseo. Anarco, retobado, cantaba vibrando y no le aflojaba al contrapunto. Tuvo una vez un cruce con el payador Héctor Umpiérrez. Se trenzaron en duelo en el escenario, y los versos dieron paso al filo del facón. Molina marchó a la comisaría porque supo dar más de lo que recibió y su contendiente, agujereado de varias puñaladas, acabó conversando con la muerte en una cama de hospital. Una emisora radial organizó de apuro una misa rogando por la recuperación del cantor abatido. Años más tarde Umpiérrez, recuperado, no tuvo mejor idea que empeñar su salud en cantarle a Pinochet y a Bordaberry, mientras Carlos Molina era encarcelado en Argentina por intentar unos versos al Che días después de su asesinato. Fue en 1967, y el poeta Juan Gelman lo atestigua: “Soy de un país donde hace poco Carlos Molina / uruguayo anarquista y payador / fue detenido /en Bahía Blanca al sur del
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sur […] cantaba como siempre bellezas y dolores cuando / de pronto el Che empezó a vivir a morir en su guitarra / y así la policía lo detuvo”. No era la primera vez. En los años cincuenta hubo, entre muchas otras, una huelga en el frigorífico del Cerro y su garganta envenenada se filtró entre los oradores. Relata una crónica de la Federación Anarquista Uruguaya: “Creemos haber sido testigos de un hecho nunca visto en los anales de las huelgas. Un día, una noche mejor, el payador Carlos Molina se trasladó al Cerro. Hubo mitin. [...] Molina, el payador libertario, habló por todos. Su numen vibró en la sacrosanta rebeldía proletaria, rugió la protesta contra el Estado, los políticos, las empresas, y los terratenientes”. El Bardo del Tacuarí, lo apodaban, y así, unido a su pago para siempre, anduvo por América Latina y por Europa. Recorrió las entrañas de su país y fue censurado en los setenta. “Si bien mi abuelo fue uno de los que se quedó durante la dictadura, recuerdo ir a despedirlo al aeropuerto porque se iba a España cada tanto, o a Buenos Aires”, cuenta Efraín, su nieto, a El Boulevard. Marcha lo entrevistó. He aquí un pasaje recurrido de la conversación: “¿Usted nunca ha payado con el diablo, Molina? Sí, sí... Con el diablo he payado. No hay otro diablo que la injusticia social, no hay otro diablo que los que se entrometen y obstruyen los destinos de mi país y mi continente. Contra ese diablo he payado toda mi vida”. Aunque escribió una decena de libros, la mayoría de sus versos sucumbieron en el olvido, en el fragor de la inmediatez del momento en que fueron dichos. Como cuando después de cantar, en 1984, en el regreso de Alfredo Zitarrosa del exilio, que tuvo que presentarse ante los milicos a explicar por qué razón no había dado a conocer las letras de lo que iba a cantar, previamente al espectáculo. La mayoría de sus letras fueron improvisadas, perdidas en los contrapuntos, en el rumor de las pulperías, en las payadas de las huelgas obreras de FUNSA, en los recuerdos de quienes lo conocieron. En 2001 La Vela Puerca incluyó versos de su poema
Foto: Marcos Larghero
“A la FAU de mis amores” en su canción “El ojo moro”: “Los pueblos de alma viril / saltan sangrientas etapas / se reincorporan en Chiapas / los mártires de Brasil / las fieras a su cubil / los hombres hacia la aurora / la legión libertadora no se rinde ni se aplasta / y cuando se grita ¡basta! / inaplazable es la hora”. Pepe Guerra le dedicó “Triste adiós a Carlos Molina”, y su amigo Ruben Olivera la canción “Cielito”. Desde 2007 yace en la calle Carlos María Ramírez de La Teja, el anarquista Ateneo Carlos Molina. En 2008 se dio a conocer el corto documental El gallo y el alba del director Fernando Richieri en homenaje al payador. Y este año la escuela Nº 357 del Cerrito de la Victoria, barrio donde vivió y murió, pasó a llamarse por iniciativa del equipo docente y la comisión fomento Escuela Carlos Molina, por decreto del Parlamento. Viglietti lo entrevistó en Paris, en 1990. Aquella vez Molina, de voz parsimoniosa, argumentó: “El payador no puede morir, pero no puede morir en cuanto tenga un sentido, con cierta lucidez, de cómo marcha el rumbo de la historia, cuál es la problemática de su pueblo […] si opta por seguir cantándole a las cosa fútiles, a los caudillos o a los señores, de hacerle plácida la digestión a la gente que come todos los días, y no tomar partido de que el canto es una herramienta […] va a ser una pieza de museo, está condenado a extinguirse”. Había recitado una vez “quisiera ser cantor gallo / cantar inventando el alba”, por eso aquel frío 30 de agosto del 98 mientras cantaba, como por instinto, se abrazó a la guitarra cuando quiso sorprenderlo la mañana.
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5 Ser bajista
Los cimientos de la música Los sonidos que un bebé siente cuando está en el vientre de su madre, los de alerta que emite la naturaleza cuando desafía al ser humano, los que hacen vibrar nuestro esqueleto en cualquier recital: todos son sonidos graves, los que también reproduce el bajo eléctrico o el contrabajo. Unida a estos está esa figura que puede pasar desapercibida para algunos: la del bajista. Por Anabella Aparicio
Jaco Pastorius, legendario bajista de Weather Report; el neoyorquino Marcus Miller; el también vocalista de The Police, Sting; y Paul Mc McCartney, uno de los líderes de The Beatles, son algunos de los bajistas más populares a nivel mundial. A su vez, ellos fueron y son referentes en la carrera de muchos músicos a lo largo de la historia. Estos artistas supieron romper con el paradigma de que el bajista es quien va a la izquierda del escenario. Se colgaron el instrumento al hombro, y demostraron la importancia que tienen sobre la música que todos escuchamos en los auriculares. “Si vos entrás a un edificio, te puede llamar la atención la iluminación o el decorado. Pero no vas a entrar y vas a decir ‘¡Qué buenos cimientos! ¡Qué buenas columnas! ¡Qué firmes!’ El bajo tiene ese soporte en la música, donde ponés todo lo demás. Si no tenés buenos cimientos, todo se cae a pedazos”. Esta fue la analogía que Popo Romano dio a El Boulevard para demostrar la función del bajo en la música. “Los cimientos”, “el equilibrio”, “lo que genera una experiencia física”, “un piso”, así fue como definieron a este instrumento varios bajistas destacados, quienes admiten sin titubear que volverían a elegir el bajo si empezaran de nuevo, y lo elegirían con todo el amor con que hoy tocan sus cuerdas. “Es una independencia tremenda tocar y cantar con el bajo, cuando lo lográs está buenísimo”, comentó Mateo Moreno a El Boulevard, quien ya hace dos años trabaja en su proyecto solista, después de su separación de No Te Va Gustar. “Para la gente que dice que no se puede cantar y tocar el bajo, yo soy un ejemplo vivo de que se puede, pero hay que trabajar un poco más de lo que estamos acostumbrados”. Este es un aspecto en el que también coincidió Shyra Panzardo (última bajista de Eduardo Darnauchans y hoy también solista), quien comentó que “el hecho de hacer sonar bien un bajo requiere más estudio e inversión que una guitarra que, por ejemplo, no suena bien con cualquier equipo”. Fernando Pomo Vera, bajista de Abuela Coca, también considera que si bien el bajo es un “instrumento que tiene un perfil menor para el público, los músicos saben que es fundamental y primordial”. El encuentro inesperado El bajo llegó a sus vidas por casualidad, sin que lo buscaran, pero se convirtió en una pasión y en su profesión. Así lo menciona el bajista argentino Javier Malosetti (bajista de Luis Alberto Spinetta, entre otros, y hoy solista) a El Boulevard: “El hecho de que terminara siendo más bajista que otra cosa simplemente sucedió porque tuve más posibilidades con ese instrumento. Quizás no había tantos bajistas en aquella época cuando arranqué”. Recuerda su primer encuentro con el instrumento: “Alguien había llevado un bajo a casa para ensayar con mi papá. No recuerdo quién era pero lo dejó un buen tiempo ahí, y fue ese instrumento el que investigué por primera vez. Era bastante malo pero a mí me parecía una nave espacial”. Entre numerosos instrumentos se puede ver a Popo en su casa, donde también tiene su estudio. La imagen refleja el estilo de vida del músico apasionado que en una habitación llena de bajos, consolas, teclados MIDI y accesorios, solo tiene unos pocos metros para sentarse. “Acá es donde vivo, donde encuentro mi centro, me emociono y estudio” contó. En el caso de Popo y Moreno, en sus inicios tocaban la guitarra en bandas y, por sus habilidades, pasaron a
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cumplir la función de bajista. “Yo no elegí el bajo, él me eligió a mí”, recuerda Mateo. Shyra conoció el instrumento en una clase de guitarra en la que su profesor le dijo que el bajo “era para hombres, porque las cuerdas eran muy gruesas y las mujeres no podían”. Eso la incentivó aún más para desafiar lo establecido. A Pomo le sedujo en parte por el hecho de ser un instrumento que “pasa desapercibido para muchas personas”. Escuchaba mucho The Police y bandas de reggae en las que el bajo cumple un rol más destacado. Un poco más veterano, Popo se considera un “contemporáneo” con el bajo eléctrico, ya que ambos nacieron en la década de 1950. Esto le permitió también ver los avances tecnológicos, el desarrollo del instrumento y las facilidades que existen hoy para comprarlo, y aprender a tocar gracias a internet. Para Romano, una de las consecuencias de poder buscar todo en la web es que no se usa tanto la imaginación como antes: “Ver una foto del bajista que te gustaba era ver qué instrumento tenía, cómo lo tocaba, si usaba púa y una cantidad de técnicas que con el sonido teníamos que imaginarnos y pensar cómo podíamos hacerlo”. Lo mismo le pasó a Shyra, quien conserva como primer recuerdo “intentar tocar ‘I want to hold your hand’, de los Beatles, con un casete en casa, para atrás y para adelante, sacando el bajo de oído. Así empecé a aprender”. Perfil bajo Una persona introvertida, de bajo perfil, atenta a lo que sucede en la banda y quizás un poco más solitaria es como ve en general Popo a los bajistas, aunque cree que también están los extrovertidos, como se considera Mateo, que opina que depende del estilo musical que se toque. Están los multiestilísticos, los jazzeros, los clásicos, o los roqueros, básicamente. Estos bajistas también coinciden en la importancia de estudiar y profundizar en el conocimiento del instrumento, así como de diversificarse en la variedad de estilos, lo que abre más puertas al momento de trabajar. Fuera de estas características, los músicos entrevistados sienten que no hubo contras en su profesión, y solo hay aspectos positivos vinculados al sentimiento de éxtasis que les genera tocar, según admiten. La música sin bajistas Mateo considera que sería “muy infeliz” la música sin los sonidos del bajo. “Como quedarte sordo de una parte de la frecuencia” agregó. Para estos músicos, es inconcebible crear una melodía armónica sin la presencia de bajos. Lo ven como una parte imprescindible para el ser humano, algo que va más allá de un instrumento, que forma parte de los sonidos de la naturaleza. Popo considera que sin los sonidos graves “la balanza del equilibrio quedaría torcida para un lado”, mientras que Shyra dice que “no sería la música” sin este instrumento. En tanto, Pomo, si bien admite que hay muchos estilos dentro de la música que prescinden del bajo y son buenos, “sin dudas faltaría un piso importante y, además, sería muy aburrida”. Por otra parte, Malosetti considera que “le faltaría tonos graves pero por un rato nomás, enseguida el pianista le daría duro a su mano izquierda y nadie extrañaría más a la figura del bajista”.
Foto: Manuel Larrosa
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El podio de los versos El mundillo de los concursos de poesía
“Certamen de poesía”, dice el afiche pegado con cinta scotch. Los chicos que salen del liceo siguen de largo, excepto por uno o dos que lo revisan a través del vidrio. El premio es un diploma y un trofeo. Capaz que mandan algo, si no los frena la vergüenza. “Concurso de poesía”, dice la web. Julio cliquea y lo examina en los minutos libres del trabajo. Tiene alguna cosita para mandar, aquellos poemas recauchutados que trajo del taller literario. No conoce muy bien a los jurados y francamente no le importa. “Premios Anuales de Literatura”, dice el PDF junto al comunicado oficial. El premio es gordo: plata y publicación. Antes de leer las bases (una literatura aparte) ya saben el pseudónimo a utilizar. Por Gerardo Ferreira De acuerdo a los prejuicios habituales sobre todo lo que sea evaluar la confiabilidad y el prestigio del concurso también dependen de la institución a la que esté vinculado y, por supuesto, de los premios que estén en juego. Seguí participando Mediante apoyo monetario y publicación (ítems que no siempre van juntos o que incluso pueden no estar dentro de los premios), los convocantes logran ejercer cierto mecenazgo sobre los artistas. Con los concursos de esta índole también se intenta mantener o reforzar una reputación institucional, cuyo síntoma virtuoso radica en recoger para sí el rol de ser “testeador oficial” de la “calidad” de todo lo que se presenta. Para cumplir la pesada función evaluativa, entra en juego esa otra especie malvada y polémica que aletea en la noche: los jurados. La mayoría de los concursos son anuales y surgen en la capital. Algunos tienen una larga tradición, y otros se realizan hace poco y buscan, en parte, habilitar otros espacios de valoración. Ligas mayores, ligas menores Si trazáramos un pequeño mapa de las convocatorias, no sería difícil establecer una escala de importancia, aunque es justo aclarar que a veces las propuestas no se condicen con los galardones ofrecidos y viceversa. A grandes rasgos pueden dividirse en “mayores” y “menores”, de acuerdo a: premios; relevancia y alcance nacional; y a la extensión o cantidad del material que se requiere. Esta escala (por supuesto tentativa) se torna rápidamente espectral, pues ganar un concurso, mayor o menor, no asegura que estemos ante un gran escritor o ante un gran libro o, al revés, quedar afuera no implica haber fracasado ni mucho menos. Se trata, en definitiva, de lecturas. Dentro de los denominados concursos “mayores” se encuentra el Premio Anual de Literatura que otorga el Ministerio de Educación y Cultura. Además de premiar la poesía también lo hace en categorías como Narrativa y Ensayo, cada una dividida en dos rubros, éditos e inéditos. En cuanto a los premios: para la poesía édita –con dos años de anterioridad al año que se convoca– se otorgan $45.000 (1er premio) y $25.000 (2do premio), mientras que para los inéditos son $35.000 (1er premio) para el autor, más $15.000 para edición de la obra, y para el 2do premio, $25.000. No es una fortuna, pero ayuda. Para concursar “se requiere una extensión mínima de 30 carillas” y son cinco los jurados que integran la nómina, dos de ellos elegidos por los participantes. Medio escalón más abajo se encuentra el Concurso Juan Carlos Onetti, conocido como “el de la Intendencia”, que desde 1960 convoca el Departamento de Cultura a través del Servicio de Artes y Letras. Onetti fue el propulsor de la
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primera edición de este concurso (y de varias más) cuando era responsable de la Dirección de Bibliotecas de la comuna. Se premian solo inéditos de tres categorías: Narrativa, Dramaturgia y Poesía. Para concursar se precisa un mínimo de 30 poemas, muy similar a lo requerido por el MEC, pero el premio en este caso se divide en la edición de la obra (para luego ser distribuida mediante un convenio entre Banda Oriental y Socio Espectacular), más $30.000 para el autor, más 100 ejemplares del libro. Son tres los jurados que integran la mesa y uno de ellos es elegido por los participantes. En una tercera ubicación (aunque es el caso más difícil de sopesar en cuanto a la relación propuesta-premio) se encuentra el concurso Poesía Joven Pablo Neruda organizado por el Gobierno Departamental de San José y la Fundación Pablo Neruda de Chile. Va por su quinta entrega pero se afianzó completamente este año. El primer premio es un viaje a Santiago de Chile con estadía paga por diez días para participar de los talleres de la Fundación Neruda, más la publicación de los textos en una antología junto con las menciones, más integrar la mesa de jurado en la siguiente edición del concurso. Cualquiera esperaría que a semejante banquete solo se pudiese acceder presentando una obra de gran envergadura, pero no, pues se participa con la cifra casi irrisoria de cuatro poemas inéditos. El jurado está integrado por cuatro miembros, y ninguno es elegido por los participantes. Dentro de los que podríamos llamar concursos “menores” entran varios. Algunos provienen de instituciones como la Casa de los Escritores o la Casa de la Cultura de San José; otros son esporádicos (como el caso del Centro
Cultural de España con “Urgente: poesía Emergente” que salió en 2011, o el de la Fundación Mario Benedetti con la publicación de la revista Inéditos); también hay convocatorias de revistas literarias u otros formatos o soportes, tanto en Uruguay (Lo que vendrá, Culturalia, Espacio Mixtura) como en el exterior (Río Grande Rewiew, Versal). Te quiero, no te quiero Muchos escritores se mantienen alejados de la órbita de los concursos por diversas razones. Algunos por considerar engorroso el proceso de evaluación, los aspectos burocráticos, las sospechas jamás confirmadas de amiguismo con el jurado u otras especulaciones dignas de un episodio de Matlock; otros porque no creen que sus textos deban pasar por ese “filtro”; y algunos simplemente porque consideran pernicioso lucrar o buscar el éxito económico a través del arte. Pero por otro lado, es cierto que hay escritores agazapados y al alpiste, frotándose las manos, esperando año a año que salgan las bases de aquellos concursos para poder mandar por fin el arsenal acumulado. Para ellos, el hecho de armar y desarmar libros, seleccionar poemas, títulos y versos es –en definitiva– una excusa legítima para trabajar más duro sobre los papeles personales. La actitud adoptada frente al plazo, frente a la entrega en fecha o bien, ante la toma de decisiones cuando se intenta acoplar el material a los requisitos pedidos redunda de manera positiva sobre la escritura. Escoger y corregir textos con motivo de un concurso es también otra manera de leer(se), interpretar(se) y de ordenar la propia obra. Acaso al final sea ese el mejor premio.
Ilustración: Levedad
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Empanadas dieciocheras Las fiestas patrias chilenas en ojos de una uruguaya. Por Dina Yael
Llegar a Santiago en setiembre implica sorprenderse por la cantidad de banderas y el notorio nacionalismo que a un uruguayo convencional puede provocarle cierto rechazo. Hace demasiado calor para la fecha y la diferencia de temperatura se hace evidente cuando llega la noche. El taxista cuenta que este año tienen cuatro días feriados. “Hay que ver quién llega al último”, dice, insinuando algo que ya es harto conocido, como dicen ellos, que en las fiesta patrias “curarse” es habitual. Curarse en chileno es emborracharse, y con motivo de las fiestas los supermercados aumentan considerablemente la oferta de bebidas alcohólicas y las “botillerías” aprovechan la zafra. De hecho hay un menú “dieciochero” que incluye asado (al carbón), empanadas y una gran cantidad de alcohol, además del mote con huesillo que de tan típico cuando empieza el calorcito se vende en kioscos cual tortas fritas en Uruguay. El mote es trigo pelado y el huesillo son duraznos deshidratados. Una especie de almíbar con fideos, por describirlo de manera poco tentadora. El 18 de setiembre se celebra el día de la Primera Junta de Gobierno, que marcó en 1810 la independencia de Chile con España. Por supuesto, históricamente es feriado. El 19 se celebran las Glorias del Ejército, así que eso asegura dos días consecutivos de descanso. Pero si caen martes y miércoles, entonces el lunes se suma al feriado. Nada que decir con respecto a que se sigan celebrando sin chistar las Glorias del Ejército. Es realmente sorprendente, tanto como que hombres y mujeres voten separados, pero a los chilenos no les llama la atención, e incluso les sorprende que nosotros votemos mezclados. Siguiendo con las tradiciones chilenas, desde 1967 es obligación izar el pabellón patrio en todos lados. Las casas y edificios tienen un mástil preparado desde que son construidos, así que durante setiembre el país entero es rojo, azul y blanco, con la bandera conocida como “la estrella solitaria”. A nosotros, que no vemos tanta bandera junta salvo que Uruguay salga campeón de América, nos llama la atención. Los supermercados tienen banderas, el aeropuerto está lleno de banderas, los autos llevan banderas, los restaurantes y todo lo que se pueda nombrar tienen una bandera, banderita o banderín. Sumado a las cuecas que constantemente suenan en los centros comerciales y supermercados –estén en los barrios más pudientes o en aquellos más modestos– el patriotismo es realmente admirable. Recorrer un shopping a esta altura del año implica escuchar cueca tras cueca, presentes también en los programas de radio y televisión.
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Góndolas enteras con trajes de huaso (gaucho chileno) se venden y usan con fervor, y cuidado con considerarlo disfraz. De huaso uno no se disfraza: se viste nomás. En Chile la navidad se llama pascua, y Papá Noel es el viejito pascuero. Es inevitable comparar las fechas patrias chilenas con la navidad por estos lares. Los uruguayos lejos estamos de imaginar unas fechas patrias así, con una celebración exacerbada de lo nacional. Las fondas o ramadas (construcciones hechas con ramas y follaje que se levantan para vender bebidas y comida) pululan; la gente se junta para celebrar, bailar cuecas, disfrutar de espectáculos, beber hasta el hartazgo y de tanto en tanto comer también. La más llamativa es la Yain fonda, donde la juerga reunió este año a la banda de rock Los Tres y a Cecilia Pantoja, estrella allá por los años sesenta, con folclore y, por supuesto, cuecas. La entrada salía el equivalente a unos 400 pesos uruguayos, y la fiesta duró tres días consecutivos y reunió a gente de todas las edades. Si seguimos comparando, algo de noche de la nostalgia podía sentirse por ahí. Otra de las tradiciones chilenas es remontar cometas, tema realmente preocupante y que suele ser titular por estos días. La cantidad de niños y no tan niños con heridas por hilo curado es preocupación, al punto tal que el Parlamento sanciona la fabricación, tenencia, venta y uso de hilo curado. Remontar cometas no es solo un hobby: parece ser que las competencias de cometas, o
“volantines” como dicen ellos, genera una pasión tal que se quiere ganar a toda costa. Entonces muchos revisten el hilo con goma y fibra de vidrio u otro material cortante que permite, además de remontar la cometa propia, cortar el hilo de las cometas ajenas. Pero claro, eso lastima y mucho. En 2012 se duplicaron los dañados en relación a 2011 y el tema del hilo curado está en los titulares de todos los medios. Como acá con los fuegos artificiales en navidad, que allá no se estila; cada país con lo suyo. Tan así son para las fiestas patrias que se suele pagar el aguinaldo de tal manera que los trabajadores tengan dinero para poder celebrar la independencia y las glorias del ejército a lo grande. Uno se pregunta si de veras se celebra lo que se supone que hay para celebrar o simplemente se trata de la fiesta. Será una duda sin respuesta. A todos parece gustarle el clima patrio y las banderas “se ven bonitas”. El sentimiento patriotico resulta envidiable e inalcanzable. Pero algo se desmorona al ver que el presidente Piñera, junto a buena parte de su gabinete, participó en un Te Deum evangélico, y al salir pidió a la gente que aproveche para celebrar pero también para reflexionar que “el valor de la vida, de la familia, de la unidad, son valores que nunca debemos dejar de defender”. Dejo Chile con el aeropuerto lleno de banderines, escarapelas y celebración nacional. Y pienso, sepan disculpar, que prefiero que la identidad nacional se vea reforzada por el fútbol, aunque sea terriblemente banal.
Foto: Universidad Autónoma de Chile
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Un puente Entrevista con Jorge Temponi
Quizá sea más reconocido por su faceta de actor, pero Jorge Temponi ejerce como periodista cultural desde hace casi una década: luego de colaborar en Radio Litoral de Fray Bentos, Sarandí Sports y El espectador condujo durante ocho años Mateína, en AM Libre, y desde hace un año integra el staff del programa Cría cuervos en CX 30. En su casa del Prado y a pocas semanas de estrenada la película El ingeniero –que protagonizó junto a Jorge Denevi– Temponi se toma su tiempo para pensar las respuestas. Por Diego Faraone
Foto: Sebastián Mayayo
Por lo general se comenta que tu entrada a la actuación fue con 25 Watts, pero vos ya habías actuado. ¿Cómo fueron esas primeras experiencias frente a cámaras, y cómo entraste a 25 Watts? Había actuado en trabajos dentro de la carrera de Comunicación que estaba haciendo, en la Católica. Hubo laburos de ficción, y ahí actué en cuatro o cinco cortos. En alguno de ellos me vio Fernando Epstein, que era el instructor de edición en la Católica, y por verme ahí me llamaron después al casting de 25 Watts. Yo no era actor; Daniel Hendler sí, y Alfonso Tort era un tipo que estaba en tercero de la EMAD, así que entendían más del tema. Tuve la
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enorme fortuna de que Juan [Pablo Rebella] y Pablo [Stoll] confiaron en mí y que al personaje de Javi le venía bien mi cuerpo, mi forma de hablar. Obviamente Javi no es igual a mí, pero no tuve que “componer” demasiado. En cine se da esa situación de que a veces los no actores actúan y quedan muy bien. En ese rodaje aprendí muchísimo. Daniel Hendler fue muy generoso y me enseñó algunas cosas básicas que hasta el día de hoy siguen siendo reglas a seguir. ¿Por ejemplo? Por ejemplo, en los tiempos muertos del rodaje, ir acercándote al clima, al estado de la escena que te va a tocar. No digo
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9 repente esa toma queda y gusta, y no es la que a vos te hubiera gustado. Y otro pique más que me pasó el Dani, que creo que se lo pasó [Héctor] Alterio a él, es que en cine sencillamente tenés que permitir que la cámara te robe; en vez de ir vos hacia el espectador, hacés lo tuyo, que la cámara te va a robar lo suficiente y después se lo va a llevar al espectador. Si vos te esforzás por proyectar un estado, por demostrar algo, va a quedar pasado de rosca. En teatro en cambio es realmente un desafío mantener la verdad mientras estás proyectando: si no proyectás no te oyen, no te ven los gestos. Todo un tema. Sos periodista en la realidad y te tocó interpretar a un periodista en la película El ingeniero. ¿Te sentiste a gusto en el papel? Es un periodista de investigación. En realidad, yo soy solo periodista. Me quedó súper cómodo el formato de la entrevista: el trabajar la escucha, tratar de preguntar de una manera para sacar lo mejor del otro. Aparte, ese vínculo tan especial con la personalidad del ingeniero, ¿no? Tratar de ir llegando al carozo, de averiguar por qué fue que renunció.
estar ya en el personaje, no creo que se precise tanto, pero si te toca una escena dramática no estar rompiendo los huevos y cagándote de risa dos minutos antes de que digan “acción”, porque te estarías boicoteando. Y lo mismo si viene una escena pum para arriba y de joda, capaz que está bueno empezar a chichonear un poco antes. Otro pique muy básico es el de la concentración en la situación de los actores y tratar de olvidarse lo más posible de los focos, si están armando, de qué problema hay con las cámaras, si cambiaron de lente, aunque a veces te distraés un poco igual. Cuando dicen “acción” empezó, y si vos no estabas concentrado y colocado de
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¿Qué características creés que debería tener un periodista cultural? No sé qué características tiene que tener, pero lo que intento hacer es una especie de puente entre los realizadores y el público, meterme dentro de las posibilidades que te da el tiempo de dinámica de laburo, lo más posible en la obra del artista, un disco, un libro, lo que fuere, para transmitir lo que se pueda de ello al público, ya sea que el público vaya a contactarse con la obra o no. Posiblemente una mayoría de la audiencia no va a ver la obra, pero se puede tratar de que algún fragmento de eso llegue, y que de alguna manera lleguen las inquietudes que llevaron al artista a hacer eso que hizo. En ese sentido le doy mucha importancia a compartir fragmentos mismos de la obra. Si es una novela, por ejemplo, no solamente charlar de la historia, de por qué esa historia y las dificultades de desarrollarla sino, además de eso, que sean disparadores de la conversación fragmentos mismos, leer al aire. Ni que hablar con un disco, que para radio está mandado a hacer. Si es una película está bueno tener un audio del tráiler, y así. Más difícil es teatro. A veces viene un actor o una actriz le pido una tiradita de monólogo y se puede empezar la nota con eso. Eso ayuda a puentear. Si bien como periodista le ponés una interpretación tuya, el contacto con la obra es más directo. Aunque no lean la novela entera, ya al leer párrafos al aire se contactan con el estilo de escritura, se abren algunas ventanitas a la novela en sí. ¿Y creés que se necesita una formación para el periodismo cultural? Creo que lo fundamental es que te guste. Que te guste el arte en general, y estar siempre muy abierto. De repente me conecto con obras de artistas a las que no hubiera llegado de otra manera, y
reconozco que en casa no voy a escuchar ese disco o lo que fuera porque no es mi palo o no me apasiona, pero me enriquece. Hay que lograr entusiasmarse con un montón de cosas que de repente no son de tu gusto particular, pero así vas encontrando aspectos de interés y en ese sentido los artistas después lo reconocen, se sienten respetados. Es una formación permanente. ¿Y qué es lo que más satisfacciones te da el periodismo? Es difícil esa. Yo tengo vocación, trabajo de lo que me gusta, y entonces el desarrollo de la vocación te da una satisfacción que es incomparable. Lo demás viene por añadidura. Es como cuando estás muy enamorado de alguien y pensás ”¿qué es lo que más me gusta de esta persona?”. Podés desglosar y decir: me gustan sus ojos, su forma de ser, que es inteligente, pero lo que más te gusta es el amor que hay. Acá me pasa lo mismo, lo fundamental es la vocación. Y después me encanta, en esa función de puente lograr difundir y compartir sensibilidades. También conectarme, en las dos puntas del puente, con el público y con la comunidad artística uruguaya. Estoy convencido de que esta última, en relación a la población que tenemos, es muy grande y muy rica. Si en fútbol, teniendo tres millones de habitantes es impresionante lo que se ha logrado en la historia, te garanto que en el arte es igual o más impresionante. ¿Qué pensás acerca de la regulación de los contenidos en los medios de comunicación? Que es absolutamente necesaria. En este momento se está dando una regulación por omisión, es decir, lo que regula es cierta lógica mercantil, que está muy instalada y que se disfraza de libertad de expresión cuando no lo es. Creo que hay mucho para hacer en ese sentido; para encontrar los caminos a recorrer podemos ayudarnos con legislaciones muy buenas de otros países, no para copiarlas sino para tomar herramientas. Hay que debatir el tema, pensarlo. Ir buscando progresar en la materia y tratando de que los dueños, que en realidad son consignatarios de las ondas de comunicación, comprendan que en el fondo el cambio es para el bien de todos. Cuando se confunde libertad de expresión o libertad de prensa con libertad de empresa lo que se omite muchas veces en el análisis es que hay un montón de voces riquísimas de personas y colectivos silenciados por el perfil dominante de la comunicación, que no habilita espacios para ellos. Los informativos son un caso muy claro y que se cita permanentemente. Los que los defienden dicen: “pero esto pasa, nadie inventó las rapiñas, los asesinatos” y uno lo que se pregunta es cuántas otras cosas pasan y no están ahí. Es evidente que hay una apelación a emociones básicas del ser humano: el miedo, el deseo sexual, el morbo. Es cierto, el amor y la muerte son algunos de los tópicos básicos del arte y de la comunicación humana, pero me parece que estamos en un momento de
hipertrofia capitalista de todo eso. Entonces: el amor es mostrar culos, la muerte es mostrar la delincuencia y lo peligrosa que está la calle, la tragedia de los enfrentamientos humanos son el chusmerío de las vedettes, que si se acostó con fulano o mengano, que si se revolcó con cuatro o con cinco. ¿Qué me importa? Ellos dicen, “la gente lo mira”, bien, pero si vos tenés solo cuatro supermercados para vender comida en una ciudad y en esos supermercados ponés solo tres variedades de comida, la gente va a comer eso. Y sí, si es lo que hay. Esa justificación no es válida. Me parece que se puede laburar mucho por la positiva más que por el lado de las limitaciones, pero tampoco a las limitaciones hay que tenerles miedo. Si a vos te diagnostican que estás destrozado del hígado y vos seguís comiéndote una tableta de chocolate por día y tomándote veintisiete whiskies, vas a reventar. Hoy por hoy la sociedad está de acuerdo mayoritariamente en que estamos teniendo un problema de violencia, y sin embargo hablás de cómo podría limitarse la violencia en la televisión e inmediatamente suena que sos un censor, un delirante, que estás abriendo una puerta muy peligrosa. Puede ser, no creo en verdades absolutas sobre el tema, pero me parece que a la hora de habilitar la discusión hay que ensanchar un poco las posibilidades. Si los planteos más radicales ya son tibios y las fuerzas que tienen las corporaciones mediáticas son muy grandes, después de una negociación vamos a quedar apenitas corridos de donde estamos ahora, cuando lo que necesitamos es corrernos bastante. ¿Y no creés que la tendencia pueda ser contrarrestada desde dentro, por la gente que trabaja en los informativos, por ejemplo? En el día a día siempre algo se puede hacer, pero lo que pasa es que los grandes lineamientos te marcan la cancha. Los periodistas pueden tener ideas maravillosas y el editor va a decirles que no, que eso no le interesa a nadie. Imaginate, vas y decís “esta cooperativa acaba de inaugurar las viviendas en tal barrio”, el editor te va a decir “no, mirá, andá a la ruta que hay un accidente con cuatro muertos”. ¿Por qué valen más cuatro muertos en un accidente de tránsito que una cooperativa que se terminó de construir? ¿Por qué tiene tan poco lugar la cultura en los informativos? ¿Quién dice que es un embole eso? ¿Quién determina qué es entretenido y qué no? También pasa que hay mucha gente preocupada por el tema que tampoco es muy visible. Uno dice “no hay mucha discusión sobre eso”, pero ¿qué estará pasando con ese tema en la Universidad, qué estará pasando en el PIT-CNT, en la Coalición por una Comunicación Democrática? Capaz que hay mucho material para compartir y tampoco sabemos eso. Evidentemente desde los grandes medios no interesa discutir el tema, porque al que le va bien en un juego es difícil que se interese en cambiar las reglas.
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UN TRAMPOLÍN DESMANTELADO Futuros inciertos luego del furor del fenómeno MPU
“No es rock, no es murga, fue un pretexto, una medida, una forma de decirle” explicó a El Boulevard el impulsor del MPU (Música Popular Uruguaya), Federico Marinari. Desde sus comienzos a mediados de 2008, la discográfica Montevideo Music Group (MMG), que pertenece a Marinari, se las ingenió para que el carnaval durara todo el año y que algunos de sus exponentes empezaran a separarse e iniciaran sus carreras solistas. Hoy el crecimiento de MPU quedó opacado por el despegue solista de varios de sus integrantes, y por el momento se trabaja con cautela antes de “potenciar nuevas promesas”. Por Juan Manuel Chaves
Existen algunos rótulos o corrientes que se identifican con fenómenos musicales que están más vinculados a la intervención de un productor o una disquera que a un conjunto de artistas. Un mánager visualiza un nicho cultural por explotar, analiza el mercado y busca el o los exponentes que se adecuen con esa propuesta. Después de que encuentra al artista que calce con la idea que tiene en mente, lo prepara para lo que considera que el público demanda, por momentos transformando el concepto de música como arte por el de música-producto. Ejemplos de estos casos existen en todo el mundo, desde los famosos estudios Abbey Road en Londres, controlados por EMI, hasta las bandas de pop que nacen y mueren antes que el público conozca el nombre de sus integrantes. Con el paso del tiempo, y luego que el artista finalmente impone una nueva moda musical, el mánager se aleja y deja que la corriente quede emparentada con los artistas para volverle a incorporar esa dosis cultural y no tan comercial. Así funcionan, a grandes rasgos, las disqueras: como contratistas de fútbol que buscan el momento y el lugar para explotar su estrella. En los últimos años de la década de los noventa surgió en Uruguay la movida del pop latino que por momentos obstaculizó el éxito de cualquier otra manifestación artística popular. Salían grupos de todos lados y se generaban espacios y festivales para potenciar esta movida musical. Omar Gutiérrez y su programa De igual a igual, cumpleaños de quince, bailes, festivales y mucho éxito en las radios. La fórmula: un par de canciones pegadizas y entonces ya era buen momento para sacar un nuevo disco. Luego vino el furor del rock uruguayo, que de alguna manera surgió como una alternativa al pop latino pero que fue buscando su identidad. La Vela Puerca, Buitres, El Cuarteto de Nos y No Te Va Gustar, mostraron cómo era el camino, y después se sumaron un montón de pequeños representantes que buscaron ubicarse en el
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podio de las más escuchadas. Nuevamente una movida marquetinera (en este caso el festival Pilsen Rock) hizo que el fenómeno tomara mayor magnitud y se popularizara de inmediato. Con el tiempo, este fenómeno se terminó y dejó lugar solo a algunos pocos referentes que pudieron consolidarse y no dejarse llevar por el arrastre de la ola. Esas bandas todavía llenan escenarios y venden discos, pero son más cuidadosas: ya no tienen el sustento de la explosión de euforia popular por el género de años anteriores. Con el camión en marcha La corriente de música urbana MPU nació de la idea de Marinari que, si bien tenía nociones musicales, tenía la mente más enfocada en conseguir talentos que en potenciarse como artista. Habló con su socio Ernesto Muñoz y le transmitió su idea. Era un buen momento para reavivar aquel viejo y poco organizado movimiento de músicos uruguayos surgido entre los 70 y 80, que se conoció como Canción Popular Uruguaya o Música Popular Uruguaya. En aquel entonces, ese eslogan identificaba a un grupo de músicos y bandas (El Sabalero, Rumbo, Zitarrosa, Los que iban cantando, Fernando Cabrera), pero ellos no lo utilizaron como una forma de propaganda. Pertenecían a una misma generación y simplemente coincidían en los escenarios, con un discurso similar (con un alto contenido ideológico) y una intencionalidad (política) en un mismo momento. En 2008 Marinari encontró en el rótulo MPU una puerta de entrada para introducir un nuevo producto en todo el país. La sigla pretendía aprovechar un poco el camino internacional que había forjado Música Popular do Brasil (MPB) y Música Popular de Argentina (MPA), solo que estos fueron movimientos más artísticos que comerciales y no estuvieron vinculados a un único sello. La esencia de este nuevo MPU era detectar en un fenómeno popular como es la murga a aquellos protagonis-
tas que ofrecían la posibilidad de valerse (o venderse) por sí mismos y que tuvieran el carisma para pararse solos frente al público y cantar sus propias canciones. En 1999 Tabaré Cardozo se ofreció como conejillo de indias. Empezó a trabajar en canciones propias, muchas desprendidas de los espectáculos de carnaval que ahora se pulían un poco más, interpretadas solo con su guitarra. Las primeras: “Salen los botijas” y “A marcha camión” no funcionaron. “La cabeza de la gente estaba con Mayonesa y Nietos del Futuro. Después de esos primeros intentos grabamos un disco, Poética murguera [2002] y tampoco le embocamos”, recuerda Marinari en conversación con El Boulevard. “Después se me ocurrió hacer una canción que vincule el fútbol y la murga”, continúa relatando Marinari, “y ahí fue que le pedí a Tabaré un tema por el estilo. Él compuso ‘El tipo de la radio’ y con eso empezamos a meternos”. Así como surgió lo de Tabaré Cardozo, se hicieron contactos con otros artistas. Ernesto Muñoz, uno de los dueños de MMG, quería potenciar a su hermano Emiliano (que actualmente canta en dúo con el Zurdo Bessio), pero Marinari era más cauto y quería esperar un poco más. La motivación para seguir buscando este tipo de intérpretes, que tuvieran la cualidad de poder desenvolverse como solistas, surge de la rueda de ensayos de las murgas en las que ellos participaron (sobre todo La Gran Siete). Era común que, luego de los ensayos, un grupo se quedara cantando canciones de murga y siempre surgía aquél que, entrada la madrugada, se animaba a presentar un tema que había escrito. Ahí empezó a gestarse la corriente de música urbana MPU, en un grupo de artistas que querían hacer algo más que murga, y que encontraron en Marinari un trampolín. “Al principio la gente era más exigente con lo que le ofertabas. No teníamos que hacer lo que hicieron los cumbieros y los rockeros… La movida del pop latino y del rock no supo cuidar la raíz, que son las cancio-
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11 nes, y aparecieron un montón de grupos incontrolables, y después canciones que no ameritaban. Si yo impulso un artista que vende trescientos discos, no puedo sacar otro disco después porque no dan los números”. De alguna manera, Tabaré Cardozo marcó el camino, detrás vinieron Edú Pitufo Lombardo, Alejandro Balbis, Emiliano y Freddy El Zurdo Bessio, Pablo Pinocho Routin, Damián Salinas, Germán El Alemán Dorado y otros tantos que todavía no han sacado sus discos solistas pero están siguiendo los mismos pasos. Todos con una misma raíz: la murga canción. El músico Guillermo Lamolle explicó a El Boulevard que “probablemente algunos de estos artistas encuentren un camino personal más allá de esos primeros balbuceos discográficos. En los 70 y los 80, el sello Ayuí tuvo un rol equiparable y hay mucha gente importante que salió de allí; te nombro cuatro: Fernando Cabrera, el Cuarteto de Nos, Jaime Roos (que ya había grabado algo en Europa antes) y Jorge Drexler. Este movimiento nuevo es distinto: es más compulsivo, más acotado en cuanto a género, y con más producción detrás, por lo que es posible que haya carreras de más rápido ascenso y descenso”. La canción final previa a la retirada De a poco, los artistas que despegaron en su carrera solista fueron dejando de lado lo que fue MPU. El último recital masivo del movimiento se realizó en abril de 2011 en el Teatro de Verano donde mezclaron varios artistas que no pertenecían al grupo inicial y no tenían mucho que ver con la tónica del principio (Orgánica, Ana Prada, Francis Andreu, Lea Bensasson, Larbanois Carrero y Jorge Nasser). Por el momento, Marinari manifiesta que prefiere seguir apuntando a estos artistas antes que caer en el mismo error del rock y el pop. No busca promover artistas a mansalva, sino “siempre y cuando amerite que aparezcan”. Lamolle entiende que “la música uruguaya basada en géneros locales (o sea, ni rock ni pop) cada tanto llama la atención del público lo suficiente como para que se convierta en algo más o menos rentable. Como telón de fondo de estas subidas y bajadas hay una serie de artistas siempre consumidos, cuya actividad va más allá de circunstancias comerciales puntuales”. La movida generada por MPU sin dudas permitió que varios artistas consiguieran el anhelo de sacar sus discos solistas. No es posible saber si este fenómeno persistirá o si el “freno” que la discográfica está aplicando en procura de no atomizar al mercado va a terminar por disolverlo. De todas maneras, los artistas que hoy juegan de solistas saben que si la cosa no funciona, pueden volver a refugiarse en la cuerda de murga que, al menos, garantiza su existencia por un tiempo prolongado
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El Alemán, en concierto. Foto: Ignacio López
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Fade out
/ Ficción / Por Laura Alonso
E
l libro comenzó a borrarse. Primero una página y luego otra. Cerrarlo fue como desparramar el océano. Islotes de texto desaparecido. Miraba por el ventanal hacia la esquina. Algo o alguien movió ciertos números y un perro pasó dos veces por la vereda. Llevaba un pelaje marrón pero regresó gris. La mujer que barría las hojas al costado del cordón repetía la operación más de lo esperable. Cuando ya parecía que el cúmulo de hojas secas no estaba, ella pasaba barriendo la misma cantidad otra vez. Como si hubieran caído exactamente las mismas, todas de golpe. La sombrilla estaba abierta sobre la mesa. Eran las siete de la tarde de un día de abril. No había sol ni nadie ahí. No estaba para cubrir nada pero parecía que cuidaba algo semejante a una ausencia. Pensé en los islotes hundidos y la sombrilla. Como un cielo que aún mira con nostalgia lo que ya está por completo bajo el agua. Tuve un impulso de llegar a casa y abrir las canillas. Todas las canillas. Sentir el sonido de lo que se va. De lo que partió cuando yo también lo hice pero en direcciones distintas. Sé que nunca hubo nadie debajo de esa sombrilla como tampoco podían esas hojas secas ser siempre las mismas. En medio de estas cuestiones, esperaba a un amigo y todo indicaba que llegaría tarde. No tenía cómo comunicarme con él. No guardé su número nuevo en el celular. Las cosas que deben ser registradas nunca prenden en mí. Bien al contrario de los datos inútiles o erróneos. Iba atrasado media hora pero no es de extrañar. En esta ciudad nadie cumple con la hora acordada. Es tácito y no se discute. Mi vana puntualidad me otorga ciertos ratos de soledad para observar lo que me rodea y extraviarme, como siempre, en rincones irremediables. Fue cuando me alcanzaron el café y reparé en cierto detalle: café con merengue y pororó en bandejita plateada. Es ridículo y de mal gusto y entonces, di cuenta de una tonta revelación: merengue y pororó, ¡quién puta trabaja en la cocina de este bar! Ni obligada vuelvo a probarlo. Que se lo sirvan a los incautos. Ese alimento no es mío. Nunca lo fue. La primera vez fue un accidente y luego, ya se sabe: fichas de un dominó. Recordé que pocos días antes, una mariposa negra, en pleno día, había entrado a casa. Que tuve que tomarla entre mis dedos para dejarla otra vez libre y que éstos me habían quedado manchados con su polvillo. Como el insecto desesperado por escapar así era esta vez la espera, en el mismo bar que cierta vez fue un bar sin seña particular alguna. Me detuve en la música ambiente: “De aquel amor de música ligera, nada nos libra, nada más queda”. Mire usted, esa canción, ¡quién mierda pone la música en este bar! Abrí el libro y observé otra página borrada. Como si nunca hubiera estado impresa. Nunca escrita. Margen que ya no era margen, había tomado toda la extensión del papel. Era raro, sí, pero no sentía miedo. Ya no le temo a nada. Una cámara desde arriba hubiera
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visto algo similar. Un inmenso mar blanco subiendo por las dos calles, dispersando la sombrilla, la mesa, el merengue y el pororó. Todo intocado, desapareciendo. Quizás mi amigo lo supo, desde su ignorancia. Por ello se tardó más de la cuenta. Nada encontrará aquí cuando llegue. Ni el libro ni mi presencia. Cierta gente habla de la luz que irradian las personas y pienso en el concepto de Idea. En realidad, es un lugar común. Una aparición del pensamiento que como viene se va. Ya me he acostumbrado a ese tipo de argumento y no pongo demasiada atención en ello. Si un texto puede desaparecer de una página con todo su cuerpo negro de tinta ¿por qué no tendría que pasarnos a nosotros? Como una acuarela que se ha excedido de agua. Y mientras, pasaban los autos. Pude ver a través de ellos. A través de sus brillantes carrocerías. También, por la fachada de enfrente, muy lento, observé lo que se ocultaba detrás. Pero al fin llegó. Se sentó en mi mesa y miró. No a mí. Parecía no verme. —¡Eduardo!—. Nada. No me escuchaba. Levantó la mano y llamó al mozo. —¡Eduardo, ¡¿me escuchás?!— Le estaba gritando. Sé que le estaba gritando. Nadie parecía darse cuenta. Entonces, apareció. Por detrás de su hombro (a través de él) afuera, bajo la sombrilla: una niña. Su rostro me resultó familiar pero no alcancé a dar con su nombre ni con el lugar donde ya la había visto. No tenía más de diez años. Llevaba el pelo por los hombros, con cerquillo. Se paró y apoyó sus manos en el vidrio. Me miró y sonrió apenas, alzando un brazo. Estaba saludándome. Después se dio la vuelta y partió calle abajo. Sé que para siempre. Mientras esto ocurría, también debajo de la sombrilla, en esa mesa, alguien había colocado un tablero de ajedrez. Antes no estaba. Ni aquella vez ni ésta. En inverso al resto de lo que estaba sucediendo en derredor, los casilleros negros ganaban terreno sobre los blancos. Emergía, de aquellos cuadriláteros, como un petróleo. Una mezcla oscura y pesada. Pensé entonces en unos versos que nada tienen que ver con el asunto pero que igual vinieron a mí de súbito: “Leche negra del alba…” Y me di cuenta: ese bar no existía. La esquina y la sombrilla tampoco. Lo que cubrió alguna vez fue algo que escribí y que escribí antes. Lo mismo que se fue borrando, página tras página. Ahora intento golpear con fuerza sobre superficies que no devuelven sonido. Uno de aquellos seres, de una consistencia igual al mortero que aplican sobre la fisura, me ha susurrado al oído: “Aquí, donde todo comenzó, es a donde pertenecés; ya no te vas a escapar otra vez”. ¿Y dónde escribo esto? Pues, no lo sé. Ya no me veo las manos. Menos sé si existe un lugar al cual asirme para apoyar la escritura. Del libro que verán flotando sólo hallarán un montón de folios. Vacíos, enteramente blancos, ahora se mecen en la informe marea opaca.
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Ilustración: Levedad
“…and fade out again and fade out again”
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En bronce y hecho granito El taller del escultor José Belloni (1882-1965) cumplió un siglo de existencia y la ocasión fue oportuna para recordar que su acervo se encuentra en un galpón en El Pinar sin lograr aún el anhelo de un lugar de exposiciones abierto a todo público. Su hijo Stelio (1920-1989) y su nieto José Alberto se han encargado de transmitir la visión del consagrado escultor y preservar con mucho esfuerzo las obras que aún persisten. Por Juan Manuel Chaves Si uno hiciera un breve repaso por las esculturas más importantes de Uruguay, es muy probable que varias de ellas pertenezcan a Belloni. Este escultor consiguió en menos de 30 años realizar una gran cantidad de obras que hoy visten a Montevideo (La Carreta [1919], La Diligencia [1952] y los monumentos a la poeta María Eugenia Vaz Ferreira [1921], al pintor Juan Manuel Blanes [1947], al Dr. Luis Morquio [1938], a Ansina [1944] y a José Enrique Rodó [1947]). Sin embargo, su abundante producción hizo que por momentos se lo olvidara o se lo tuviera como un escultor funcional que nunca fue debidamente reconocido. Hoy su nieto, José Alberto, busca ese merecido reconocimiento y lucha por preservar el legado de su abuelo hasta el cansancio, a veces sin el apoyo necesario pero convencido de que tendrá sus frutos en el futuro. “Restaurar un monumento a veces es más difícil que crearlo de cero”, sostiene Belloni nieto. Su abuelo creó más de dos mil obras de las cuales cientos se encuentran distribuidas en hogares de uruguayos, otras tantas en lugares públicas y la gran mayoría en su taller, al fondo de su casa en el Pinar. De las que están en los lugares públicos muchas necesitan mantenimiento y en algunos casos restauración. En esta tarea se encuentra José Alberto Belloni desde hace más de quince años: recuperar de la forma
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más perfecta posible la esencia que su abuelo le transmitía a su obra. El trabajo ha sido muy difícil, por un lado por lo que implica “meter mano en la obra de otro” y por otro, por la financiación. “Si se quieren hacer los trabajos de buena manera, se deben tener en cuenta los detalles que en muchos casos son costosos”, asegura Belloni. En 2008 El Boulevard informó que finalmente se habían aprobado los recursos económicos para la realización de dos restauraciones: la del monumento a Rodó y La Carreta. El primero no tuvo mayores contratiempos, se hizo el trabajo, se colocó un cerco de seguridad con censores y por ahora el autor de Ariel se mantiene impoluto. La Carreta fue la más trabajosa, quizás porque estaba muy deteriorada: le habían arrancado piezas y debían hacerse algunas partes de nuevo. Hasta el año pasado se seguía viendo a escultores trabajando junto a la obra. Las demoras tuvieron su explicación. Hace cuatro años la iniciativa de la Intendencia de Montevideo (IM) fue comprometer a un privado en el cuidado del espacio público. En este caso, el boliche Azabache -ubicado en el corazón del Parque Batlle- debía encargarse de los costos de la refacción (unos 200 mil dólares) como forma de pago por la utilización del predio donde está ubicado, propiedad de la IM. En un principio todo funcionó como correspondía, hasta que surgieron una serie de irregularidades en los pagos. Belloni nieto recurrió a la IM para hacer el correspondiente reclamo e inició una serie de conversaciones que parecían no tener fin. El principal interlocutor por el ente municipal era Daniel Espósito, director de la División Espacios Públicos, quien entre otras cosas no compartía realmente las preocupaciones que tenía Belloni por preservar cada detalle del trabajo de su abuelo. La postura de Espósito comenzó a generar diferencias en la relación entre el escultor y la comuna. La discrepancia principal se dio en la parte técnica: los inspectores de la
José Alberto Belloni (nieto) | Foto: Sebastián Mayayo
Complicaciones en torno a la obra del escultor José Belloni
IM sostenían en declaraciones al diario El País que: “Él [el escultor] está sujeto al genio de su abuelo, pero el apellido no debería tener más autoridad que el que la propia persona tiene”. De a poco las diferencias de visión hicieron que los reclamos de Belloni por el no pago de los arreglos cada vez tuvieran menos resultados y la discusión tomó otro tenor. Se entablaron conversaciones judiciales con los dueños del boliche Azabache, y apareció un nuevo participante. Durante esos meses de dura negociación, según asegura Belloni, los daños o “atentados” hacia La Carreta comenzaron a ser malintencionados y más frecuentes (antes, la mayoría de los daños eran robos de las piezas de bronce). Se inició un conflicto con muchas idas y vueltas que terminaron cuando el living de la casa del escultor fue incendiado -según el parte de la policía y los bomberos fue premeditado- lo que hizo que José Alberto dejara de lado los reclamos judiciales. “Cuando la vida está en juego me parece que esto ya no tiene mucho sentido”, contó su nieto a El Boulevard. En el incendio se quemaron los dibujos originales que su abuelo había realizado de La Carreta. Por suerte el fuego no siguió expandiéndose: en la habitación contigua había algunas obras de gran valor que se podrían haber perdido para siempre. Eso dejó al descubierto el peligro que corren las obras, amontonadas en un galpón esperando que algún día se apruebe el proyecto de crear el museo Belloni y esas más de dos mil creaciones no sean simplemente un placer para unos pocos. Hoy la IM se hizo cargo del pago de lo adeudado. Daniel Espósito, titular de Espacios Públicos desde 1990, fue separado de su cargo en agosto de este año, y la arquitecta Patricia Rolland asumió el puesto. No está claro si el alejamiento de Espósito fue consecuencia del conflicto con Belloni, pero lo que sí se sabe es que ahora comienza una nueva etapa en el cuidado de los espacios públicos de Montevideo.
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Infancia de pueblo Fotorreportaje por Manuel Larrosa
Una calesita en vacaciones de julio, con sus juegos maltrechos remendados con parches a los que la pintura ya no les puede esconder el óxido. Una familia viajante que, casi como un circo de antaño, va de pueblo en pueblo con sus camiones, sus tráilers y hasta un baño rodante. “¿De dónde son?”, les pregunté. “De todos lados”, me contestó el más chico. “Pero ¿y dónde viven?”. “En ningún lado”, me contestó, como si eso fuera lo más común del mundo.
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La Torre de los Panoramas
La columna puntiaguda
Apenas sintieron DANZA CON LOBBY la conga
Neil Armstrong aparcó su transbordador justo al lado del caballo de José Artigas, que ya había llegado. Bajó, prendió la alarma y se dirigió a la puerta de entrada. Tocó el timbre con el agrande de quien se sabe el primer hombre que pisó la Luna. Desde el portero eléctrico, una voz femenina le respondió: “Pasá. Estamos en el salón comunal, al fondo”. Era la dueña de casa, Eva Perón. El salón estaba adornado con guirnaldas y globos, y en un rincón había un minicomponente sintonizando Alfa FM. En una mesa, ya había unos refrescos y unos pebetes. –Te pusiste las pilas –dijo Neil al darle un beso a Eva. –No te creas. Eso es lo que sobró de un mitin que tuve con los metalúrgicos. Excepto la Ving de pomelo, que la trajo Gervasio. –José –intervino el prócer, arrimándose–. Sabés que no me gusta mi segundo nombre, che. Los tres estaban riéndose de la situación cuando oyeron el ruido de un fuerte impacto. Corrieron hasta la entrada y vieron que Ayrton Senna había llegado. –¡¿Qué hacés, tritrí?! –le gritó Neil. –¡No cambiás más! –¡Claro! –exclamó Ayrton, mientras bajaba una funda de Brahma– ¡Para vos es fácil porque allá arriba no hay mucho tránsito! Artigas había aprovechado el momento para sacar una libretita y anotar un par de aforismos que justo se le habían ocurrido. Eva acababa de recibir un SMS de Juan Domingo y lo leía rascándose una teta. Saludaron al automovilista y entraron. –¿Falta mucha gente? –preguntó Neil. –Puf. Un toco –contestó Eva. –Yo tenía miedo de llegar demasiado temprano –confesó el astronauta–. Llegar primero a la Luna no me jode, pero a una fiesta… Pocos minutos más tarde, casi a la vez, llegaron José Nasazzi, Ho Chi Minh y Elvis Presley. El Mariscal traía licor de huevo; el célebre vietnamita, unos cucumelos; y el King of Rock and Roll, un par de cajas de Faisán rosado. “Qué machete, con la guita que tiene”, pensó Evita. Pero fue cordialmente demagoga: –Qué bueno. Esto es pueblo –y rió–. Apoyen en aquella mesa nomás. Vos, Jochi, si querés, poné los hongos en esa bandeja. –¡Che! –saltó Artigas– ¡Cuando venga Carlitos Gardel, ¿encaramos un truco?! Y la gente fue llegando. Aquello fue transformándose en multitud. Deportistas, artistas, políticos, empresarios, periodistas, albañiles, modelos, bancarios, vendedores ambulantes, artesanos, diplomáticos, pilotos, catadores de cloroformo, monjes, psicólogos, psiquiatras, psicópatas, psirujanos. De todo iba llegando al domicilio de María Eva Duarte de Perón. En un momento, pareció que la fiesta podía aguarse: cuando llegó Nietzsche y dijo que Dios seguramente estaría por caer. Todos se asustaron, pero finalmente no pasó nada y el comentario del filósofo decimonónico quedó en el olvido. Además, cuando Michael Jackson metió una pista y entró a cantar “Billie Jean”, la turba se cagó en todo y arrancó el bailongo. Y qué fiesta. Cuánto disfrute. Muchos hasta anduvieron apretando como adolescentes: Obdulio Varela con Agatha Christie, Carlos Cat con Édith Piaf, Aristóteles con Platón (¡por fin!), entre otros. Algunos incluso afirman haber visto a Néstor Kirchner chuponeando con la dueña de casa. Historias reales o chusmerío barato, lo cierto es que aquella festichola quedará en el recuerdo de todos como el mejor 2 de noviembre de sus vidas. O de sus.
¿Qué ha promocionado más Julio Bocca? ¿El Ballet Nacional o la necesidad de una reforma de Estado? El bailarín argentino en más de una oportunidad ha protagonizado conflictos con los sindicatos y funcionarios del SODRE al querer imponer cambios que afectan el funcionamiento establecido durante años. El último sucedió cuando quiso modificar el régimen de descansos en los ensayos, previo al estreno de La viuda alegre. Más allá de razones y fallas de ambas partes, el conflicto radica en que la rutina de funcionamiento del Ballet y la Orquesta Nacional del SODRE no concuerda con el sistema de trabajo que propone su director. De alguna manera, lo que Julio logra hacer visible es una crisis que se manifiesta cada vez que el aparato burocrático tiene que responder a las lógicas normales de la gestión cultural. Quizás el ejemplo paradigmático es el horario de trabajo: la mayoría de las instituciones culturales de este país abren en horario de oficina. El día del Patrimonio y Museos en la Noche, dos de las principales fiestas de organización pública, repiten año tras año el conflicto de cómo y cuánto se les remunera a los funcionarios por trabajar en un horario no habitual. Va más allá de la voluntad de cada parte en negociar. No está previsto. A pesar de que progresivamente el Estado (ministerios, entes, gobiernos departamentales, etc.) va incorporando personal idóneo en gestión cultural, todavía gran parte de la plantilla son funcionarios sin especialización. Si bien existe un avance en todo el país, es desparejo y depende de la decisión de la autoridad de turno. Por ejemplo, en Salto durante el gobierno anterior se consolidaron políticas culturales como fondos concursables que durante este nuevo período se descartaron. Otra zona de cotidiano conflicto es la que tiene que ver con las formas de pago y la seguridad social de agentes culturales. La lógica burocrática está pensada para otro tipo de servicios. Si un artista es contratado por el Estado debe hacerse cargo de solventar los ensayos, los traslados y los sueldos de quienes trabajen hasta que se efectúe el pago, que en el mejor de los casos puede llegar a ser “a 30 días”. Otra vez, va más allá de las voluntades, no concuerda el sistema con la función. La irregularidad del sector es otro de los puntos calientes. Se han generado avances en distintas direcciones, desde una ley de seguridad social que abarca a los trabajadores de las artes escénicas hasta la exigencia de facturas para cobrar y evitar el absurdo de que el propio Estado fomente el trabajo en negro. La reforma generalmente es pensada como un fin en sí misma y no como un medio para alcanzar otros fines. ¿Qué tipo de administración necesitamos para cumplir con qué objetivos? De alguna manera, se está efectuando dicha reforma en las áreas de la cultura por la vía de los hechos: la incorporación de concursos para administrar los fondos, una mejor distribución territorial, la creación y consolidación de instituciones como el INAE o el ICAU, funcionarios que comienzan a especializarse y, sobre todo, experiencia e investigación en gestión pública de la cultura. José Mujica ha insistido con que la reforma de Estado es una cuestión cultural, a grandes rasgos lo que el presidente plantea es la idea de cultura organizacional. Así como hay características propias de un grupo humano en el folclore, el idioma o las comidas, las hay en la manera que el grupo se organiza, ya sea una empresa privada o una institución pública. Las organizaciones tienden a ser más o menos horizontales, más o menos colectivas, más o menos diversas. No hay sustento académico para concluir que una orquesta deba ensayar tres horas y descansar veinte minutos o dos tiempos de diez minutos y, mucho menos, sustento artístico; es una costumbre funcional y sobre todo el resultado de años de negociación entre partes. Como quien dice, cada pueblo tiene la burocracia que se merece. Daniel Machín
Javier Zubillaga* *Estudiante de dialéctica tautológica.
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Foto: Manuel Larrosa
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GRATIROLA GRATIROLA Gratiferia: una feria de cosas gratis
Todos los domingos la feria de Tristán Narvaja se extiende libremente por el centro de Montevideo. A unos pasos de distancia, y frente al callejón de la Universidad de Derecho, suele instalarse otra feria distinta y muy particular: es la Gratiferia. Se la puede encontrar los domingos desde las 11 a las 15 horas. y tiene una diferencia clave con casi todas las ferias del mundo: en esta feria todo es gratis. Por Rafaela Lahore Algunos se ponen de cuclillas para ojear las revistas; otros extienden la ropa para calcular si les va bien el talle. Preguntar “¿cuánto cuesta?” en la Gratiferia es una pregunta sin sentido. Si a uno le gusta alguna cosa se la lleva, y punto. Se puede elegir entre distintos productos: vestimenta, revistas, zapatos, discos, películas en VHS y libros. También pueden encontrarse alimentos o casetes grabados a mano. O repartidos de psicología. La Gratiferia es una iniciativa que surgió en Buenos Aires en el año 2010 y que se ha replicado en distintos lugares del mundo. Montevideo fue una de las primeras ciudades en sumarse a esta propuesta. Desde agosto de 2011 un grupo de uruguayos pone a disposición de los demás aquellos elementos que ya no utiliza. La consigna es: “Traé lo que quieras (o nada), llevate lo que quieras (o nada)”. En la Gratiferia el dinero no cuenta. Incluso, la propuesta va más allá del trueque: no hay necesidad de dejar algo para llevarse lo que uno quiere. En esta ocasión, entre aquellos que se acercan a revisar en la Gratiferia, aparece un hombre solo, de una treintena de años. Parece medio perdido. Revisa un poco. Decidido, toma una bermuda de jean y se la lleva. La invitación de la Gratiferia es a buscar en armarios y cajones y rescatar todo aquello que uno ya no utilice y que pueda servirle a otra persona. Lo que se ofrezca tiene que estar en buen estado. Esa es una de las pocas condiciones de esta iniciativa: “Si está para arreglar no está para la Gratiferia, está para arreglar. Si está para lavar no está para la Gratiferia, está para lavar. Si está para coser no está para la Gratiferia, está para coser...”, dicen los folletos que reparten. Nuevamente aparece el hombre de la bermuda de jean. Noto algo extraño: ahora lleva la bermuda puesta. Otra vez mira qué hay a su disposición y, en esta oportunidad, rescata un pantalón azul marino. Se lo pone por encima de la bermuda y luego se va, en dirección a la facultad de Derecho, terminando de acomodarse la ropa con las manos. Es difícil identificar un responsable de este movimiento en Montevideo. Quienes participan activamente de la iniciativa aseguran que la Gratiferia no es de nadie porque es de todos. Continuamente incitan a multiplicar la experiencia en distintos barrios. Puede ser en una plaza, en un club, en un parque o incluso en una reunión de amigos. Solo es cuestión de llevar las cosas que uno ya no utiliza y ponerlas a la vista para aquel que las quiera tomar.
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Por supuesto, aparece la pregunta inevitable: ¿qué pasa si alguien quiere llevarse todo? ¿Y si alguien quiere tomar las cosas para después venderlas? Según el espíritu de esta feria, si alguien quisiera llevarse todo, podría hacerlo. De todas formas, y si bien es sencillo suponer que algunos tienden a propasarse, en general eso no sucede. Por el contrario, muchas veces la gente siente la necesidad de pagar por aquello que eligió. Según cuentan, alguna vez han llegado a dejar dinero en el suelo, dinero que queda ahí hasta que alguien, nuevamente, se lo lleve. Esta feria se desarrolla en un clima familiar. Continuamente se arriman nuevas personas y yo ya no distingo bien quiénes se conocen desde antes y quiénes no, quiénes son parte de la organización o quiénes son simples curiosos que, como yo, se acercan por primera vez. Es difícil marcar el límite. De hecho, sin buscarlo, yo también me convierto en una parte activa de a la Gratiferia porque, sin darme cuenta, ya le estoy explicando a la gente que se acerca cómo funciona la iniciativa. Mientras tanto, siguen apareciendo nuevos elementos que ya alguien se va a llevar: manzanas rojas, tangerinas, un bikini. En la Gratiferia no solo se pueden encontrar objetos, sino que además se ofrecen algunos servicios como cortes de pelo o una variedad de talleres. También pueden verse espectáculos de malabarismo o de acrobacia, se puede participar de distintos juegos o de una pintada de caras. Muchas veces invitan a la feria a participar de distintas movidas, entonces ellos cargan las cosas y van. A través de su grupo de Facebook uno puede intentar seguir por la ciudad a esta pequeña feria ambulante. La variedad de productos está a la orden del día. Una señora se muestra satisfecha: está a punto de llevarse una tapa para el inodoro. Un minuto después alguien deja sobre el suelo un llamativo botiquín azul. Una mujer anima a la primera señora a que también se lleve el botiquín para así completar un imaginario “kit de baño”. Desde sus inicios, la Gratiferia se define como un movimiento social que intenta desprenderse del dinero para vivir con más libertad, promover un nuevo tipo de economía que permita obtener bienes o servicios sin tener que pagar. De esta forma, pretende instalarse como una alternativa al sistema de consumo, teniendo la confianza en el otro como premisa básica. Uno de sus objetivos principales es disminuir el consumismo mediante la reutilización de los objetos. Además, mediante este tipo de intercambio se procura minimizar el impacto ambiental ya que, al disminuir la demanda, se disminuye la manufacturación y, al mismo tiempo, el nivel de basura. Cada domingo, en la Gratiferia las cosas se esfuman de la misma forma en que aparecen otras nuevas: casi sin que uno se dé cuenta. A un paso del callejón de Derecho alguien comparte nueces con los demás. Ágilmente un muchacho se acerca a la feria y toma una tangerina. Otro opta por llevarse una tuna y el botiquín azul, por supuesto, ya desapareció.
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