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Celebrando a la mujer

Durante el mes de marzo, se conmemora alrededor del mundo el “día internacional de la mujer” y como tantos días “memorables” que celebramos, tiene su origen en el dolor.

Cuenta la leyenda que, en los Estados Unidos en el año de 1908, 129 mujeres que eran trabajadoras de una fábrica (Cotton) fueron quemadas vivas al suscitarse un incendio en el interior de esta. Al estar encerradas con llave no pudieron salir y por consiguiente perecieron todas. Este hecho realmente sucede, pero no en ese año y tampoco en esa fábrica. Este hecho tuvo lugar el 25 de marzo de 1911 (según información que se encuentra en el Museum of the City of New York, en el Upper East Side) en la Triangle Shirtwaist Company en la que mueren 140 personas, entre ellas mujeres, niños e inmigrantes. Estas mujeres trabajaban 70 horas a la semana, en condiciones de una disciplina dura por parte de los encargados o supervisores, a los que se les permitía cerrar con llave las puertas de la fábrica para que las trabajadoras “no perdieran el tiempo”, evitando pues, que no pudieran salir, ni un solo minuto.

Los dueños de esta fábrica eran Max Blanck e Isaac Harris, quienes fueron absueltos en el proceso penal pero no de la causa civil.

Cabe mencionar que alrededor del mundo, por esos años, se llevaban a cabo diversos actos (la mayoría protestas) que tenían como finalidad mejorar las condiciones de vida de la mujer.

Es así como en 1975 se inicia, por parte de la ONU, la intención de hacer formal esta “aceleración” y dos años más tarde, en

1977, es proclamado por la asamblea resaltando los siguientes puntos:

- Derecho a voto

- Mejores condiciones de trabajo

- Igualdad entre los sexos

En 1979 la misma organización lleva a cabo la convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer.

En el año de 1993, en la ciudad de Viena, Austria, se lleva a cabo la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Como mexicana puedo compartir que, en mi país de origen, México, los últimos años, sobre todo se han llevado a cabo hecho de extrema violencia contra la mujer, el número de feminicidios ha incrementado y esto parece no tener fin.

En Estados Unidos, país en el que por su liderazgo mundial habremos de suponer mejores condiciones, la realidad es que también existen grandes diferencias (de salario, sobre todo) entre hombres y mujeres. Las mujeres que pertenecen a las minorías no cuentan con las suficientes oportunidades de desarrollo.

Si hablamos del papel de la mujer en el día a día, nos daremos cuenta de que va mucho más allá de ser “empleadas” o trabajadoras”. En nuestra sociedad, la mujer es la responsable del sostenimiento “emocional” y afectivo de una familia.

Como bien lo decía Brigham Young (18011877): “Educa a un hombre y educarás a un hombre, educa a una mujer y educarás a una generación”.

Por eso es importante retomar nuestro papel como “guardianas de la paz” en estos tiempos de guerra, en donde como madres trabajadoras nos vemos en la tentación de no identificar las prioridades y no tener claro si somos madres que trabajan o trabajadoras que somos madres. Tener bien claro que nadie puede educar o cuidar a nuestros hijos como nosotras lo hacemos. Cuando una madre (sé que no es el día de las madres, pero es importante que como mujer lo tomes en cuenta) es ausente, a un hijo puede costarle entregar cariño, ser inseguro y mostrarse necesitado de un lazo que lo contenga. Al analizar casos de consumo de alcohol y drogas, es frecuente comprobar que ha habido una madre ausente.

Fuimos creadas para que, de la mano del hombre, podamos continuar con la creación de vida, nuestra fuerza femenina era necesaria y sin nosotras la misma creación se veía “incompleta”. Me gusta pensar en ese hecho en el que fuimos creadas con equidad, con igualdad de derechos, ni más ni menos que el varón. Como en cada artículo, quisiera hoy, compartir algo de mi experiencia personal al respecto: Hace algunos años, después de veinte ininterrumpidos de trabajo, me vi en la necesidad de renunciar a mi trabajo porque tuve mi segundo embarazo, el cual desde el inicio fue totalmente distinto al primero. Mi historia es que venía trabajando 15 horas en promedio diarias. Durante la semana, debía manejar a lo largo de todo el estado pues debía atender a clientes en las distintas ciudades de este. Esto implicaba que debía salir de casa muy temprano y la mayoría de las veces regresaba después de las siete de la noche. Recuerdo que en aquel entonces también tenía a cargo un grupo de empleados a los cuales no solo supervisaba, sino que también apoyaba. Tenía bien claro que había que responder con hechos y cumplir las metas.

Cabe mencionar que la empresa donde laboraba fue mi único empleo, pues inicié a laborar desde los 18 años y salí de la misma a los 38.

Como mujer, nunca pedí ser igual a mis compañeros de trabajo, pues siempre he tenido muy claras nuestras diferencias. Nosotras cada mes, debemos lidiar con un periodo menstrual, que no solo es doloroso, sino que muchas de nuestras habilidades se ven mermadas, lo cual (está sostenido por estudios) nos somete a estrés, sobre todo cuando se trata de lograr metas. Por otro lado, nosotras nos embarazamos, lo cual es un evento que nos revoluciona a nivel corporal.

Recuerdo con profundo dolor el día que regresé a laborar después de haber dado a luz a mi primera hija. Ese día fue extenuante ya que pendientes, que se supone debían ser resueltos durante mi ausencia, estaban abiertos. Recuerdo escuchar la voz de mi jefe diciendo:” Es que ya deberías tener listas las maletas para ir a visitar ese cliente”. En ese instante los protectores de senos (esos que se usan para evitar que la leche moje tu ropa) empezaban a llenarse. Fui al baño y recuerdo llenar cuatro biberones. Cada vez que el aparato exprimía mis senos, sentía que también me exprimía el alma. Y me pregunté si esto era “justo”. Amaba a mi familia, amaba sentirme “útil”, regresar a mi país por medio de los impuestos que pagaba, la beca económica que durante diez años me había otorgado.

En la empresa no existía un lugar designado para “llenar los biberones”, al menos dos veces al día tenía que entrar al baño de mujeres y cerrarlo con llave durante el proceso.

Recuerdo como a pesar de tener un horario establecido, salía a las seis de la tarde y me debía quedar mucho más tarde, lo cual implicaba que al regresar a casa mi ropa terminaría mojada. Vivía al otro lado de la frontera y mínimo invertía una hora en el trayecto.

Recuerdo un sinnúmero de veces en los que encontraba a mi pequeña hija de cuatro meses, en un ataque de histeria porque se le había pasado la hora de comer y se había terminado los cuatro biberones que le dejaba con la leche materna. Varias veces sus nanas, tuvieron que ponerle una cucharadita de arroz en polvo al cuarto biberón para que se llenara. Después de recibirla en brazos, ella se prendía de mi pecho, entre llanto y satisfacción apretaba mi mano. Acto seguido era cambiarme, cocinar la cena y prepararme para el siguiente día.

Durante el primer año de vida de mi hija, la constante era dormir poco y nunca utilicé eso como excusa o pretexto para rendir menor. Al contrario, sentía que era un aliciente.

Cuando, seis años después, recibí la noticia de mi segundo embarazo, me aterré, no podía concebir la idea de pasar por lo mismo. Pasado el tiempo prudente (mis primeros cuatro meses de embarazo) al notar que mi nivel de glucosa no disminuía, que mi hijo no estaba creciendo y que no recibía una respuesta a mi solicitud de un cambio temporal; me decidí a hablar con mi esposo y le dije: ”Es inevitable, si queremos que el bebé nazca, debo renunciar”. Fue así como un primero de diciembre del año 2007 llegaba a su fin mi ciclo laboral en esa empresa. Afortunadamente contaba con el respaldo, no solo emocional, sino también el económico de mi esposo. A la larga, todo me hace tener la seguridad de que fue una excelente decisión. Mi hijo es un ser maravilloso, disciplinado y feliz. Sin embargo, después de 14 años de ese hecho, no creo que ninguna mujer tenga que estar en mi situación, creo que la verdadera equidad consiste en tomar en cuenta nuestro sexo y por ende nuestras diferencias.

No se vale que, a trabajo igual, recibamos ingresos distintos. Que no se tome en cuenta nuestra condición de madres trabajadoras y se nos pida (y a veces se nos juzgue por no quedarnos) el trabajar horas extras. Cuantas veces el falso concepto de “ponernos la camiseta” nos ha hecho trabajar de más y sin remuneración económica.

Como informática, me encantan las estadísticas y sé bien que las condiciones para las mujeres trabajadoras han mejorado, sin embargo, la “brecha de desigualdad persiste”.

Yo me quiero despedir con los siguientes números tomados de un artículo de la red.

• 2,700 millones de mujeres no pueden acceder a las mismas opciones laborales que los hombres.

• En 2019, menos del 25% de los parlamentarios eran mujeres.

• Una de cada tres mujeres sigue sufriendo violencia de género.

• De las 500 personas, en puestos de jefatura ejecutiva, que lideran las empresas con mayores ingresos en el mundo, menos del 7% son mujeres.

• En los 92 años de historia que tienen los Premios Óscar, sólo cinco mujeres han sido nominadas en la categoría de Mejor Director; de las cinco, sólo una ganó el premio (Kathryn Bigelow).

• Y hasta 2086 no se cerrará la brecha salarial si no se contrarresta la tendencia actual.

” Es imposible avanzar cuando la mitad se queda atrás”. Malala.

por Marcia Ramírez

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