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© Gino González © Fundación Editorial el perro y la rana, 2014 Centro Simón Bolívar, Torre Norte, piso 21, El Silencio, Caracas - Venezuela, 1010. Teléfonos: (58-0212) 7688300 - 7688399 correos electrónicos: comunicaciones@fepr.gob.ve editorialelperroylarana@fepr.gob.ve páginas web: www. elperroylarana.gob.ve www. mincultura.gob.ve/mppc/
Diseño de colección:
Mónica Piscitelli
ILUSTRACIoNes:
© Aarón Mundo
Edición y corrección: Yanuva León diagramación: Aarón Mundo
hecho el depósito de ley depósito legal: lf 4022014800529 isbn: 978-980-14-1536-7 impreso en la república bolivariana de venezuela
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Gino González
Estiquera una vez un pueblo huérfano de niños Ilustrado por Aarón Mundo
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Presentación Hay un universo maravilloso donde reinan el imaginario, la luz, el brillo
de la sorpresa y la sonrisa espléndida. Todos venimos de ese territorio. En él la leche es tinta encantada que nos pinta bigotes como nubes líquidas; allí estuvimos seguros de que la luna es el planeta de ratones que juegan a comer montañas, descubrimos que una mancha en el mantel de pronto se convertía en caballo y que esconder los vegetales de las comidas raras de mamá, detrás de cualquier escaparate, era la batalla más riesgosa. Esta colección mira en los ojos de niños y niñas el brinco de la palabra, atrapa la imagen del sueño para hacer de ella caramelos y nos invita a viajar livianos de carga en busca de caminos que avanzan hacia realidades posibles.
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El gallo pelón es la serie que recoge tinta de autoras y autores venezolanos. El lugar en el que se escuchan voces trovadoras que relatan leyendas de espantos y aparecidos de nuestras tierras, la mitología de nuestros pueblos indígenas y todo canto inagotable de imágenes y ritmos. Los siete mares es la serie que trae colores de todas las aguas, viene a nutrir la imaginación de nuestros niños y niñas con obras que han marcado la infancia de muchas generaciones en los cinco continentes.
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Estiquera una vez un pueblo huérfano de niños a Tomasino
Esta es la historia de un pueblo que era muy bonito y muy alegre en la vida. Todos
eran alegres y bonitos. El monte, la laguna, los pájaros y el sol. Las abuelas, los primos y la lluvia. Las matas de maíz, las matas de cirgüelas, los cuentos y las adivinanzas. Las mamás, los compadres y el viento. Los tíos, los hermanos, los abuelos y las muñecas. Los amigos, los papás, los trompos y los cuñaos. Los perros, el pescao, los cochinos y la luna. Las gallinas, el río, las estrellas, el zancudo y el morrocoy. Y por supuesto los niños. Todos, todos eran alegres y bonitos.
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La gente trabajaba, pero el trabajo no era malo porque no cansaba ni fastidiaba. El trabajo se hacía en cayapa, es decir entre todos y todo era de todos. Pero, lo más interesante es que en ese pueblo nada se compraba ni nada se vendía, lo que tú querías, simplemente lo tomabas y ya. Este era un pueblo conuquero. Música, color, poesía, baile, pirueta y todo aquello que en el tiempo de los espejos llamarían arte, era conuquero, pero nadie se identificaba con eso ni con conuquero tampoco porque en ese pueblo la gente era lo que era y listo. En el conuco se cultivaba el maíz que proporcionaba la arepa o la cachapa. El frijol, la caraota, el quinchoncho y el arroz. El topocho y el cambur. La caña que se molía en el trapiche de donde salía el papelón para endulzar el café también cosechado en el conuco o para endulzar el carato de maíz o la chicha de arroz o el dulce de cirgüela o de lechosa que se repartía junto al arroz con coco o con leche en los días de fiesta. El conuco producía, además de patillas y melones refrescantes, la auyama, la batata y la yuca para el casabe crujiente. El ají, la cebolla, el ajo, el cilantro y el onoto para condimentar y darle colorido al plato. El mastranto, la albajaca, la yerbabuena, el jazmín y la cayena para perfumar y adornar el cabello de las mujeres. El tabaco, la fregosa, la culebra, el limón y la sábila para curar las enfermedades del cuerpo y del alma, porque en ese pueblo nadie era inmortal. Y también habían misterios, pero las preguntas no hacían tanta falta y se vivía con pocas respuestas en ese pueblito donde había todo
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lo necesario, incluyendo la propia muerte. Existía, desde la candela y el agua hasta los luceros y los sortilegios para la agricultura o para curar la gusanera del ganao o para solicitar algún remedio que no se encontraba en el monte y que tampoco los muertos tenían, y la conversa con los fantasmas sólo era una forma de seguir juntos en el olvido apacible y sin lágrimas. Total que en ese pueblo nada faltaba ni nada sobraba. Las vacas y las chivas daban bastante leche, al igual que las tetas de las mujeres, porque esa leche de chiva o de vaca se transformaba en queso y mantequilla o se batía con el maíz cariaco para hacer el atol que tomaban las mujeres reciemparidas, y por eso conservaban las tetas esponjadotas de alimento y los niños crecían fuertes y sanos respirando el aire tan de puro de allí. El monte suministraba la palma moriche y la juajua con la que se tejían los canastos, los sombreros y los chinchorros y se elaboraba el techo de las casas, pero también la madera para la canoa, la silleta y la batea. Además del barro y la tapara que se convertía en el fogón, el horno y la pared; en la totuma, la tinaja, el coroto, el canarín y la cuchara. Los niños fabricaban sus juguetes y jugaban los juegos de sus antepasados, pero también inventaban nuevos juegos. Bañándose en el río o la laguna jugaban. Volando papagayo, bailando gurrufíos o con palabreos y trabalenguas. Encaramándose en
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los árboles y comiendo mangos, mamones y guayabas sabaneras por los montes. Con las barbas del maíz o con muñecas de trapo. ¿Sabes una cosa?, en ese pueblo no había escuela y los niños todo el tiempo estaban jugando. Eso no quiere decir que no aprendían nada, sus padres y demases mayores, les enseñaban muchas cosas y ellos las aprendían riéndose y ni se daban cuenta. Jugando descubrían los secretos del barro, del monte, de la nube y el relámpago, y jugando se convertían en conuqueros, y cuando yo digo conuquero, digo médico, ingeniero, arquitecto, maestro, filósofo, poeta y cocinero, todo de un solo golpe. Digo que en ese pueblo nada faltaba ni nada sobraba, hasta que un día amaneció a la orilla una gran carretera de asfalto. La gente se sorprendió al ver esa carretera de repente. No sabían de dónde venía, hacia dónde conducía ni para qué servía, pues ni los caballos ni los burros lograban caminar sobre ese piso tan duro, además de que se calentaba mucho con el sol y quemaba las patas de los perros y de la gente. Mucho rato el pueblo estuvo comentando con asombro la repentina aparición de aquella carretera. Por fin, uno se ofreció para averiguar el origen o el destino de ella. Ensilló un caballo y se apertrechó como para un largo viaje con el cuchillo, el chinchorro, la cobija e pelo y cinco varas de tabaco que metió en el mapire. Agarró una mascá y se fue por un costado de la vía. Y como nunca regresó se hizo leyenda.
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La carretera siguió siendo un enigma, pero como hasta lo maravilloso se vuelve rutina, poco a poco la gente se fue olvidando de ella y se acostumbraron a verla allí. Mas después sería protagonista de otro acontecimiento que alborotó al pueblo de nuevo. Un día llegó un camión causando gran revuelo en la comunidad que nunca había visto tal cosa. Y se subían en los árboles y en los techos de la casas asombrados. Al fin se aplacaron cuando el camión se detuvo, dejó de roncar y la jumatana se disipó. Entonces, se bajó un hombrecito vestido como un pingüino de poliéster con una corbata lengua e vaca de colores chillones y una sonrisa de dientes pegados de los cuales cuatro eran de oro. Aparentaba una gran simpatía, pero tenía un defecto que los adultos no miraron y que los niños captaron enseguida: el hombrerete era mocho del corazón y tuerto del espíritu. Bueno sí, la jarana del camión terminó cuando se apagó, pero inmediatamente comenzó la de la lengua del sujeto. Chillando como un cochino hambriento gritaba por todo el pueblo, casa por casa, con su risa anchota y brillante. Era un vendedor de espejos. En los espejos se reflejaban los colmillos de oro que encandilaban a la gente. —¡Espejos, espejos, espejos! ¡Bonitos los espejos, baratos los espejos, bien buenos los espejos, útiles los espejos! ¡Descubra que usted es el más hermoso del universo con el espejo electrónico, hipnotivirtual, computafinanza, galáctico!
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Y se entusiasmaron como locos con esos espejos y cambiaron las cosechas y los animales por ellos. Sus prendas, adornos y metales considerados muy valiosos para el hombretujo. El pilón, la tinaja y la canoa. El baile, la lengua y el canto. El agua, el aire y la luna. Su medicina, su fi losofía y sus misterios. La tierra, la semilla, el surco y el sudor. Los árboles, el silencio y los pájaros. Y por tanto los sueños, el amor y la rebeldía. La dignidad, el respeto y la historia. Fueron cambiando por destellos lo que se ve y lo que no se ve también. El hombreteque llenaba y llenaba el camión con el pueblo. Sólo los niños se resistieron y aunque sus padres, sus tíos o sus hermanos mayores les cambiaban las metras, los trompos, las muñecas, los papagayos y los juegos, se daban cuenta de que el pueblo pagaba un precio muy alto por esos ridículos espejos y que el tipo era un farsante, pero los mayores de edad, al contrario de otras oportunidades, no los escucharon. El bichito ojos de serpiente cuando tuvo el camión repleto se marchó por la carretera con la misma carcajada y el mismo alboroto con que llegó. El pueblo quedó arruinado. Sus habitantes, menos los niños, desde luego, lo único que hacían era mirarse y admirarse a sí mismos en los espejos como encantados por un maleficio. Nada los sacaba de ese plan. Mientras tanto, el pueblo se deterioraba, se consumía en la pobreza. Los niños tristes, hambrientos, enfermos y aburridos porque se quedaron sin juguetes ni juegos.
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Pero, la carretera seguiría dando sorpresas. Algunas semanas después, se apareció otro personaje por ella. No venía en ningún vehículo, ¡venía montado sobre sus alpargatas! Muy diferente al hombreteje de los espejos, este era un hombrerote de piernas tan de largas como una garza. El pantalón enrollado a la rodilla, una franela muy rota y un sombrero de paja deshilachado. Andaba tan sucio que no se sabía cuál era el color real de su piel metido entre sus trapos harapientos, emanando los sudores de todos los caminos. Lucía una barba redonda repleta de insectos que al principio los muchachitos pensaron que eran piojos, pero que en la primera noche del hombrerón en el pueblo se fijaron y vieron que eran cocuyos o luciérnagas de colores, y por eso la barba se parecía a un avispero o panal de abejas en el día, y por la noche a un arcoiris luminoso. A primera vista, el hombrezón mostraba un aspecto repugnante, además si tomamos en cuenta que del pie izquierdo sobresalían de la alpargata empantanada unos dedos estrambóticos y ensabañonados. Sin embargo, el hombrerote se miraba buenmozo porque así lo creía él mismo y así lo pensaron también los niños luego de conocerlo. Lo más gracioso del visitante fue lo que hizo al llegar. El hombrerote arrugó la cara y escupió: “Guácala, que pueblo tan feo”. Tenía sed y trató de conseguir una poquita de agua fresca. Al no ver ningún pozo, riachuelo ni nada parecido, lo intentó en los charcos de las calles. El agua no la consideró apta para el consumo. Uno de los
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niños se le acercó para ofrecerle una poca que no estaba ni tan limpia ni tan fresca y se la bebió sin más alternativa. Luego se sentó con los pequeños debajo de un gran árbol a punto de secarse por completo. Estos le contaron lo que había pasado. Los escuchó atentamente sin interrumpir, al final tampoco opinó nada y se hizo un silencio escandaloso de tanto silencio, los niños mirando al suelo y el vagamundo sacándose sucio del tobillo con los dedos. Al rato, el hombrerote bostezó y durmió largamente recostado del árbol. Los carajitos, enmudecidos, aún estaban en torno a él cuando despertó. Los observó por unos instantes y allí el hombrerón sacó de su morral un violín, que por cierto estaba hecho de una lata de aceite con el diapasón de madera. Se puso a tocar una melodía muy alegre y se pusieron a bailar. Finalizada la primera canción, el hombrerote se quitó el sombrero de cogollo, lo puso en el suelo boca arriba y les dijo: —Agarren de ahí. Los niños metían sus manos adentro del sombrero y sacaban caramelos y frutas. Mientras tanto el hombrerote seguía tocando y tocando una y otra pieza y los niños riendo, bailando, comiendo y jugando. Después de cada armonía interpretada, el hombrerote reía estrepitosamente y se rascaba los sabañones metiéndose la varilla del violín por la jorqueta de los dedos y echaba broma con los niños diciéndoles que
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la música sonaba bonita porque la goma de la vara del violín era de una pantaleta de su abuela que fue una mujer bien parrandera y bailadora. Con esa fiesta estuvieron bastante rato hasta que el hombrerote les dijo: —Bueno, ta listo, yo me voy. Los niños se pusieron tristes y le rogaron que no se fuera. El hombrerón contestó que él era muy andarino y que además quién se iba a quedar en ese pueblo tan feo, pero que si ellos querían se venían con él. Y se marcharon con el hombrerote. Los adultos quedaron mirándose en los espejos, hipnotizados. No se enteraron de la partida de los pequeños, al igual que ni supieron ni escucharon al hombre del violín. Caminaron muchas distancias y muchos tiempos juntos. Bailando, riendo, jugando y armando la fiesta en cada lugar. Hasta que un grupo de niños un día se quedó jugando por un rato más largo en un campo muy verdecito y el otro grupo otro día tomó un camino diferente al del hombrerote, que como vivía en el camino ni cuenta se dio y siguió caminando hasta morir de distancias, con la suerte de no ser recordado jamás porque no existían los funerales. Así los niños inventaron un pueblo que se quedó y otro que se fue. Un pueblo conuquero también, pero con una diferencia del anterior, y es que los niños siguieron
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siendo niños toda la vida, aunque se les arrugaba la piel. Y sólo nacían niñitos y niñitas que no se morían de viejos, sino de niños. ¿Qué pasó con el otro pueblo? Una noticia apareció muchos años después en los periódicos de otro mundo, referente a unos arqueólogos y antropólogos expedicionistas que habían descubierto las ruinas de un poblado con esqueletos al frente de espejos empolvados y quebradizos. Algo sorprendente, señalaba el reportaje, es que entre los escombros sólo se consiguieron esqueletos adultos, lo que hacía suponer, según los investigadores, que en esa ciudad, quién sabe por qué extrañas circunstancias, no hubo niños. El pueblo de los niños no fue descubierto jamás y por siempre simplemente vivió.
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El origen del color y el canto Estiquera una vez que en el mundo no había color y todo era blanco de noche y negro
en el día. Como no había color no habían flores y como no habían flores no había canto porque los pájaros no cantaban. No se sabe cómo La Vieja de los Pájaros sabía que la causa de que no hubiera color era porque el arcoiris aún no había aparecido en el mundo y que su nacimiento sólo sería posible con la ayuda de Armando Reverón. La Vieja de los Pájaros mandó a la iguana blanca, que después sería La Iguana Azul de Ramón Mendoza, para que hablara con Armando Reverón y allí lo encontró frente al mar, pintando claroscuros para doña Rosa Bolívar. Armando Reverón dijo que para qué necesitaba color el mundo sin canto ni flores y recomendó que se buscara primero al pájaro jipato que después sería el Pájaro Amarillo
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de Tomasino, y al caballo que comería jardines de Aquiles Nazoa, que estaban en la montaña más lejana y montañosa del Medioluto. Entonces, La Vieja de los Pájaros descoloridos mandó a llamar al cocuyo de los montes y se montó el Che Guevara en su bicicleta cariñosa y se fue y convenció al pájaro desamarillo y al caballo en ayunas florecientes y se vinieron con él. Llegaron a donde estaba el “pintor de pueblo con pinceladas de sueños”, como le decía Alí Primera a Armando Reverón, y allí frente a la mar anchota y blanquísima, como esta hoja de papel sin este cuento escrito, llegó y agarró un pedacito de nube blanca, un pedacito de sol negro, un pedacito de madera igual, un puñito de tierra de sus uñas y todo junto lo frotó con sus manos, luego llamó a un muchachito y a una muchachita para que le besaran las manos y !zas!, apareció ese arcoiris tan requetelindo pintándose en el mundo y El Caballo que Comía Jardines cagó y nacieron flores y El Pájaro Amarillo cantó y hubo de un solo golpe canto y color.
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La mata e mango Bueno, resulta que una vez andaba Tío Tigre buscando a Tío Conejo pa coméselo
como siempre. Flaquiiiiiito, porque no ve que Tío Tigre siempre se quería comé a Tío Conejo y como nunca lo podía agarrá ese cargaba una jaaaambre, desde que dejó la teta paca. Pero ese día tenía más jambre que siempre y con esa jambre pasó por debajo de una mata e mango cargadita de mango, y cuando la miró no dijo ni pensó, sino que la jambre… ¿comprende? Y entonces se subió y se puso a comé mango arriba de esa mata e mango y fue cuando vino el conejo Tío Conejo, que era a quien andaba buscando Tío Tigre pa coméselo. Pero no se sabe qué le pasó a Tío Tigre que no le provocó comese al conejo. Sería porque estaba comiendo mango, y más bien lo llamó alegre:
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—¡Epa Tío Conejo!... y por qué no se sube usté pacá arriba de la mata e mango, mire que los mangos tan bien sabrosos. Y Tío Conejo, así de repente, por primera vez no le tuvo miedo a Tío Tigre y se subió arriba e la mata e mango a comé mango también. Después venía el Burro y lo llamaron también a comé mango, y venía el Chivo con la Hormiga y la Guacharaca conversando con don Rifle, y todo el que pasaba era llamado pa allá arriba; y cuando poco estaba to ese gentío comiendo mango arriba de esa mata e mango y fue cuando venía por ese camino la Yerba que come Tío Conejo y Tío Conejo la llamó contento: —¡Señorita Yerba venga a comé mango usté también! Y ahí estaban comiendo mango y cuando menos acuerda venía la Mata e Mango también pasando por allí y todos le gritaron con esa alegría: —¡Epa señora Mata e Mango! ¿Pande va usté porai? —Bueno por aquí buscando un mango —contesto doña Mata e Mango. Y ellos casi al mismo tiempo le contestaron: —¡Queee!, entonces venga y súbase en la mata e mango que aquí hay bastante. Y fue cuando se subió la Mata e Mango arriba e la mata e mango a comé mango. Y en eso venía el Mango que andaba buscando a la Mata e Mango y también le gritaron:
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—¡Jipa! Manguito ¿pande va usté, anda buscando la Mata e Mango?... aquí está, véngase y súbase que aquí todos estamos comiendo mango. Y en eso que estaban comiendo mango resulta que el mango también se comía al tigre y se comía al conejo y la yerba se comía al conejo y el conejo a la yerba y el rifle afanaíto chupando mango porque el gatillo que es el único diente que tiene se lo había regalado a la guacharaca metío en una cabulla como un collar y, bueno pues, todos se estaban comiendo los unos a los otros con aquella alegría de bien contentos. Y en ese instante fue cuando por fin, entre las pepas y con aquel conchero encima, se dieron cuenta, aquellos enamorados sentados ahí debajo de la mata e mango, que las manos cuando acarician también son acariciadas por lo acariciado.
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El cuento de un niño llorón ¿Por qué tú eres tan llorón? No llores tanto. Te voy a contar el cuento de un muchachito
que era muy llorón. Él no lloraba como los demás niños, no. Este muchachito lloraba tan feo y tan reduro que parecía un cochino con hambre: ¡güeeee!, ¡güeeeeee! Lo malo no era que llorara así tan maluco, sino lo todo el tiempo que lo hacía. Es que de nada lloraba. Era mucho bastante mingón. Si se medio caía, aunque fuera blandito, se ponía a llorar y se quedaba allí en el suelo tirado, esperando a que lo levantaran. Si su mamá le hacía un cariñito a otro niño, él se ponía celoso y lloraba. En la fiesta, si repartían caramelos y le tocaba un caramelo a cada niño, él lloraba porque siempre quería más que los demás. Ese no pedía un chocolatico, sino una torta de chocolate.
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Tenía cuatro pelotas y una vez otro niño apenas le tocó una de ellas, el muy egoísta se puso bravísimo y agarró aquellos lloros. Cuando la mamá barría el patio y le pedía que recogiera la basura, el muy haragán lloraba, igual hacía si lo mandaban a la bodega. Se la pasaba mirando televisión, se sabía de memoria las propagandas. En la calle, se antojaba de todo lo que veía y como era imposible que se lo compraran todo, lloraba. Si el papagayo se desfarataba, en vez de tratar de acomodarlo, lloraba como un cochino: ¡güeeeeee!, ¡güeeeee! Pero eso no es todo. Una noche estaban afuera de la casa y pasó una estrella fugaz por el cielo y un amigo de su papá dijo: —Pidan un deseo. Al rato, ese niño estaba llorando, porque había pedido nada más y nada menos que la propia estrella y lloraba porque el deseo no se le cumplía inmediatamente. En otra oportunidad, en un día soleado, se puso a llorar porque quería bañarse en el aguacero y las nubes no llovían, ah no, pero, otro día era al revés, estaba cayendo un aguacerón y todos los niños del barrio se estaban bañando bajo la lluvia y él, en vez de salir a bañarse también, lo que se puso fue a llorar de rabia como un cochino:
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“¡güeeeee!, !güeeeeeeeeeeee!”, ¿saben por qué?, primero porque ambicionaba la lluvia para él solo y segundo porque los demás niños estaban alegres y él no quería que estuvieran alegres y entonces lloraba porque llovía. Total que el muchacho era bien llorón... Pero, como a todo cochino le llega su sábado, una tarde andaba un señor buscando un cochino para matarlo y pasó al frente de la casa donde vivía el niño llorón y como al igual que siempre estaba llorando así como un cochino: “¡güeeeee! ¡güeeeeeeeeeeee!”, el hombre pensó: “En esa casa hay un cochino”. Y llegó al frente de la casa y le dijo a la doña que estaba lavando la ropa allí en una batea y que era la mamá del muchachito que lloraba como un cochino, pero que no era un cochino, sino que como chillaba igualito a un cochino, el don que andaba comprando cochino pensaba que era un cochino: —Señora, véndame ese cochino. La señora que se veía rabiosa, le contestó: —No, yo no lo vendo. El comprador le preguntó: —¿Y por qué no lo vende? Y la señora gritó furiosa:
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—¡Que no lo vendo! ¡Lo regalo, lléveselo de gratis, me tiene cansada! Al otro día en la mañana, el hombre andaba vendiendo por la calle y pregonaba gritando: —¡Chicharrón de muchacho llorón! ¡Bien buenos los chicharrones! ¡Chicharrón de muchacho llorón!
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La flor del mapurite El señor Mapurite no está contento. Uno de sus hijos le nació torcido, pues tiene un
profundo olor a azucenas. Tal cosa no había sucedido jamás en toda la digna trayectoria hedionda de los mapurites. —¡Cómo es posible tal desgracia! Gruñe don Mapurite mirando con desconfianza y reproche a la señora Mapurite. Los mapurites se consideraban una raza superior. Orgullosos se creían premiados por la naturaleza con su mal olor. Malo para el común de los mortales, decían. No era casual esa pedantería en ellos, su aspecto los convertía en una de las criaturas más temidas de la montaña. Desde el animal más fiero hasta el más inofensivo se apartaba de su camino cuando venía infundiendo respeto con su “simple” presencia.
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Hay revuelo en la comunidad mapuriteña. Brujos y doctores ya no saben qué hacer. Los rituales y brebajes más infalibles sucumbieron su hediondez ante el acentuado perfume de flores en el mapurite problema. —Esto es una señal del fin del mundo —afirmó el mapurite mayor. —Es una mancha a la familia —comentaron las señoras mapurites. —Ahora podrá reunirse sin problemas con el resto de la comunidad animal. Eso es peligroso. Ese muchacho potencialmente es un traidor —opinaron los mayores. —No es un mapurite —sentenciaron los jóvenes. —¡No lo queremos! —gritaron todos. —Debes huir —le susurró la madre mapurite al oído. Los ojos de el Sapo parecían dos culos de botella y mientras comía moscas escuchaba pensativo al Mapuriflor. —Mi mamá me dijo que usted podría ayudarme a ponerme hediondo. El Sapo lanzó un eructo y luego aconsejó: —Existe un campo donde viven las flores más hermosas y fragantes del mundo. Allí se encuentra una que es despreciada por las demás, pues hiede a mapurite. Búscala y es posible que te reconcilies con tu cuerpo.
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De esa manera el Mapurite encontró el olor de su raza en una azucena que hedía a mapurite y la Azucena el de la suya en un mapurite que olía a azucenas. El Mapurite se enamoró de la Azucena y la Azucena del Mapurite o mejor dicho, ambos se enamoraron de sí mismos, puesto que el Mapurite olía a azucenas y la Azucena a mapurite. Cada uno amaba, en realidad, la afirmación de sí mismo en el otro. Nunca dieron nada a cambio de nada. El uno necesitó del otro porque el otro necesitó del uno. Jamás pudieron conseguir sus olores naturales para compenetrarse con sus hermanos porque llevándolo consigo lo buscaron afuera. Y como fueron incapaces de amar el olor que cada uno tenía y que no era más que el del otro, no se amaron a sí mismos ni tampoco al prójimo. Y unieron sus muertes en un beso hipócrita.
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El origen de la noche o por qué el tordito es negro Eran los tiempos en que no existían nubarrones ni ventarrones en el viento de nadie.
El Sol brillaba siempre, ocultando aquellas cosas que detrás del vendaje de la luz no se pueden ver ni hacer. El agua no la refrescaba ni los árboles. El caño debía mantenerse oscuro. Ese era el trabajo del Tordito, tapaba con sus alas y su espalda al caño para evitar que el calor del Sol se zambullera y calentara el agua. Era duro el trabajo del Tordito. El encendido salvaje del Sol lo mordía constantemente con insoportable consecuencia. El Tordito debía estar alerta, pues el Sol era muy astuto y a veces se le colaba por entre las rendijas de las patas, las alas o sitios inesperados, en su terco afán por calentar el agua. De tanto
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parar la embestida del Sol con su cuerpo, el Tordito se chamuscó. Adquirió un bronceado constante que genéticamente se fue transmitiendo de generación en generación hasta conformar su color negro habitual. Ah, pero en el caño vivía una vieja culebra de agua que tenía una palabra suave como la brisa y robusta como el huracán que derriba los misterios atravesados en el camino. La Culebra de Agua le decía al Tordito: —No tiene sentido este diluvio de Sol. ¿Por qué debemos soportar la monarquía de la luz oprimiendo a la oscurana en su cárcel incandescente? La noche existe, sólo que el Sol la oscurece. Si existe el día, tiene que existir la noche. ¿A quién alumbra la luz? ¿A quién oscurece la sombra? Mucha luz encandila. Hacen falta las tinieblas para conocer la razón de la claridad. La Culebra de Agua estimuló la inconformidad en el Tordito y su tempestad se desató por el mundo cuando rebelde se negó a seguir soportando los quemantes latigazos del Sol, y cara a cara con la luz, conectó una manguera al caño, apuntó hacia el Sol y lo apagó. Volteó la luz al revés. Se liberó la oscuridad. Hubo noche, hubo luna y hubo estrellas y por cada estrella hubo un nubarrón en el pensamiento humano y alguien responsablemente enfrentado con sus incógnitas.
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Pero con el Sol apagado, el imperio de las sombras amenazaba con imponer su dinastía, por lo que, la Culebra de Agua, conocedora de los misterios del pájaro y de la piedra, aconsejó al Tordito para que reviviera al Sol, pero de tal manera que el ojo viera noche y viera día. Pensó el Tordito que era sabia la proposición y frotando fuertemente sus manos calentó y prendió al Sol. Cada vez que sus manos se enfriaban aparecía la noche y cada vez que se las calentaba aparecía el día. Desde entonces el Sol y la noche se reparten el color del mundo. Desde entonces, surge una pregunta, emerge una respuesta y en esta respuesta reencarna la interrogación del alba y del ocaso.
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El pajarito esclavo
El dueño de una avícola recibió con alegría una mañana los huevos importados
que había solicitado por Internet. Los colocó en la incubadora bajo la luz artificial y a los días empollaron las ñemas dando origen a unos pajarillos de colores preciosos. Al momento que tuvieron el tamaño adecuado, los colocó en la repisa exhibiéndolos hacia la calle. Una niña, que pasaba al frente de la tienda de mascotas con su papá, miró uno de aquellos pajaritos a través de la vidriera y quedó prendada de su belleza. Inmediatamente le insistió a su papá para que se lo comprara y él, como era bien consentidor, así lo hizo. La niñita se llevó el pajarito para su casa y lo puso en la ventana dentro de una jaula. Una pajarita que vivía en el cielo y en los árboles que estaban afuera de ahí, se acercó un día por casualidad a la ventana y conoció al pajarito. Se entabló entre ellos
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una relación amistosa que si a ustedes se les antoja podríamos decir que amorosa. La pajarita visitaba frecuentemente al pajarito cuando la ausencia de los humanos se lo permitía. Y aunque parezca mentira, el pajarito cierta vez le preguntó: —¿Por qué tú estás allá y yo estoy aquí? Entonces la pajarita le habló de la libertad. El pajarito como estaba acostumbrado a la jaula, no la comprendió. Un amanecer la pajarita vino y le dijo adiós emocionada porque se marchaba con los demás pájaros hacia otras latitudes y conocería el mar en el viaje. El pajarito miró desde la jaula cuando la pajaramenta pasaba al frente de esa ventana jugueteando con la brisa. Allí por primera vez observó la puerta de la jaula y notó que nunca había estado cerrada. Lo embargó una emoción hasta ese momento desconocida para él y abandonó la jaula tirándose al vacío, pero como no sabía volar cayó al suelo y se lo comió un gato.
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El viejo marinero
Hubo una vez un marinero de un solo puerto, porque nació y creció en un pueblo a la
orilla del mar, en donde de igual modo nacieron y crecieron sus padres y abuelos que también fueron pescadores. Allí compartió su vida con una mujer del mismo sitio con la cual tuvo unos hijos. El caso es que tal vez por lo generalizado de los colegios oficiales para el momento, al contrario de sus padres, los niños asistieron a la escuela y por razones extrañas al mar, el marinero no quiso que sus hijos fueran pescadores como él. Lo cierto es que la educación de los muchachos estuvo en muy poca medida en sus manos, al contrario de la suya al lado de su papá, con el cual navegó desde pequeño
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conociendo el nombre y el lenguaje de los peces a través de las diversas tonalidades del agua, los vientos de sal y el revoloteo de las aves marinas; así como las técnicas del uso y confección de anzuelos y redes de pesca. Los jóvenes, al cubrir los niveles de la escuela del pueblo, estudiaron en liceos y universidades lejos del mar por donde también se quedaron ejerciendo profesiones distintas a la pesquería. Al tiempo, el ya viejo marinero enviudó de la mujer, mas no de la mar, pues continuaba navegando, hasta que un día, los hijos que de vez en cuando lo visitaban, insistieron en que dejara de trabajar porque ya y que estaba muy viejo para ello y que además como él se había esforzado por el progreso de ellos, justo era que le retribuyeran el esfuerzo y le exigían que se jubilara de sus labores ancestrales. Uno de ellos, con más argumentos, lo convenció para que se viniera al llano donde tenía una finca. El viejo, cuyas razones del corazón no logró articular en la lengua, aceptó sin alternativa. Ya en el llano, atenuado el alborozo de la llegada, los días sucesivos fueron de un aburrimiento torturante. No reparó ni se inclinó por las faenas propias del campo y se
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pasaba largas horas mirando el horizonte. Por capricho de la melancolía, la extensidad de la sabana se le parecía al mar. En uno de esos instantes observó cómo se mecían las ramas de los árboles con la brisa y los imaginó barcos en navegación. Por fin quiso adentrarse a la mar y se subió en la rama no tan alta del suelo de un gran cotoperí y allí se pasaba las horas balanceándose, jugando a que navegaba, y era feliz. Pero como el juego en los ancianos se califica de “chochera” o “demencia senil”, sus hijos enfermaron de angustia al mirarlo. Lo llevaron a un psiquiatra, el cual recetó pastillas contra el sueño, y el hombre que pretendió morir de niño, murió de viejo.
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El conejo de los ojos rojos
Una vez dos ojos rojos del tanto llorar decidieron escapar del llanto y “patica pa qué
te tengo” salieron en ese carrerón, pero después del ímpetu y del susto, caminaron despacio y comieron mango por los montes y chocolates en la ciudad y entre andanzas y detenciones resulta que vieron a un conejo muy todo el tiempo alegre que era ciego porque nació sin ojos; y los ojos rojos, a lo mejor por la carencia, de ahí palante pande iba ese conejo se iban con él, así como atrás de un circo, y se ponían más rojos de la contentura cuando miraban la vida tan alegre de ese conejo alegre, pero como venían de la tristeza, el conejo no los escuchaba ni los podía tocar tampoco y en fin que esos ojos ya no encontraron cómo vivir sin ese conejo y del tanto andar juntos sería, suavecito, sin proponérselo, cariñosamente se pegaron en la cara del conejo y el conejo miró
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lo que no había visto y miró la tristeza, pues esos ojos aún mantenían residuos de ella en la mirada y el conejo por primera vez lloró y los ojos se sentían culpables por eso, pero allí el conejo pensó y como ya los ojos eran parte del conejo escucharon lo que el conejo pensó: “Yo debo dar gracias a estos ojos rojos porque me permitieron comprender que existe la tristeza aun en la alegría”. Pues el conejo alegre reconoció que lo supo fue por esos ojos rojos y no porque era ciego, puesto que muchos ciegos lo supieron, pero él no, así como muchos, aun mirando, tenían tanta luz en la vista que se encandilaban y no podían ver lo imposible de alegrías individuales, puesto que existen ineludibles tristezas personales, pero que la vida es alegre a pesar de la parte de llanto que le corresponde a cada quien. Tuvo conciencia de eso el conejo, sonrió tranquilo y los ojos rojos en ese instante estrenaron la risa sin público ni espectáculo y vivieron en el conejo siempre hermosamente rojos y el conejo en ellos también en la alegría con de vez en cuando una lágrima para olvidar lo olvidable y recordar lo recordable.
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Por si acaso no lo sabes
ALBAJACA: albahaca. ANDARINO: vagabundo, viajero, caminante. APERTRECHARSE: cargar todo lo necesario. ATOL: chicha de maíz cariaco. BARBAS DEL MAÍZ: pelusa que brota por las puntas de la mazorca del maíz, desde adentro hacia afuera. CANARÍN: olla para cocinar, elaborada con barro sometido al fuego en un horno. CANASTO: es una cesta que se hace con la concha de la juajua, muy útil para recoger los frutos de las cosechas. CARATO: chicha de maíz.
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CAYAPA: como dice el cuento, es cuando el trabajo se hace entre todos. Trabajo colectivo donde nadie explota el trabajo de otro para su beneficio egoísta (individualista). CIRGÜELA: ciruela. En Venezuela abundan dos tipos. La cirgüela huesito y la cirgüela joba. COBIJA E PELO: cobija de pelo: Antigua cobija que se elaboraba con lana y las cerdas de la cola de los caballos o yeguas, la cual se usaba como impermeable para protegerse de la lluvia. CONUCO: es una forma de producción agrícola donde se cosecha todo lo que se necesita para vivir y no hay necesidad de comprar nada. CONUQUERO: es quien trabaja en el conuco y vive del conuco y con el conuco. DEMASES: los demás. FREGOSA: una planta medicinal cuyas hojas producen un líquido verde. Bañarse entre sus hojas reposadas en agua y puestas al sol, alivia los síntomas gripales. El té de sus hojas también alivia los problemas estomacales. Son diversos sus usos. GUARAPO: es un jugo mucho menos espeso que la chicha.
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GUAYABA SABANERA: una guayaba pequeñita y acidita que crece en los montes sin que la gente la siembre. GURRUFÍO: juguete que consiste en un objeto redondo y plano, al cual se le abren dos orificios en el centro, por el cual se introduce una cabuya y se atan las puntas. Luego cada extremo se inserta en un dedo de cada mano y se gira con ambas. Al enrollarse el hilo, se halan ambas puntas simultáneamente y entonces el cilindro gira. GUSANERA: un puñado de gusanos infecciosos. Así se le dice en muchos lugares campesinos de Venezuela a las úlceras o llagas del ganado: vacas, toros, caballos, chivos… JARANA: bulla, algarabía, ruido, alboroto. JIPATO: pálido JORQUETA: horqueta. JUAJUA: guadua, guafa, bambú. Es una caña muy larga, pero que no es dulce, porque no tiene jugo ni se come, ya que es de madera y es más gruesa y muchísimo más dura que la caña de azúcar. La juajua crece a la orilla de ríos y quebradas. Ella tiene muchos usos en la construcción de las casas, como
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estructura para los techos y las paredes. Ah, y con sus conchas se tejen canastos, como se dijo antes. JUMATANA: humatana. LATA DE ACEITE: años atrás salían unas latas de aceite comestible de forma rectangular como de unos 30 o 40 centímetros de largo y de unos 10 o 15 de ancho. Como era herméticamente sellada, pues el aceite se extraía por un orificio, ya vacía, en la barriga, algunos músicos acostumbraban abrirle un hueco como caja de resonancia, se le agregaba un diapasón y cuerdas. Así, cuando no se podía tener un violín de madera, éste venía a ser una opción. MAÍZ CARIACO: es un maíz entre blanco y gris que al molerse resulta una harina muy blanca y con textura parecida al talco. Del maíz cariaco se asegura que es muy nutritivo. MAPIRE: morral, murrial, consistente en una bolsa con tiras de tela o mecate para colgar en uno de los hombros. MEDIOLUTO: blanco y negro. PALMA MORICHE: esta es una palmera de la que se hacen muchas cosas. De su fruta hasta chicha se prepara. Sus hojas largas y anchas se utilizan como techo para las casas y para la gente, porque de ellas también se fabrican
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sombreros. Entre las hojas y el tronco crece un cogollo que al secar se peina para deshilacharlo y de sus hilachas delgaditas se elabora un hilo con el cual se hacen chinchorros o hamacas. PAPAGAYO: volantín, papalote, zamura, cometa… PILÓN: grueso tronco de madera, hueco en el extremo de arriba, usado mediante otros troncos más pequeños y más delgados llamados manos de pilón, para triturar alimentos tales como maíz o arroz en concha. QUICHONCHO: es un grano parecido al frijol o a los frijoles. Pero más redondito y con pinticas. La mata de quinchoncho es un arbusto bien bonito que se puede sembrar hasta en el jardín de la casa y más o menos en un año ya está grande. En el apartamento se puede sembrar frijoles en porrones, porque la mata es más pequeña, y también tomates o ajises (que también es el plural de ají). REQUETELINDO: muy lindo. TABACO: en este caso se refiere al tabaco de mascar que antiguamente preparaba artesanalmente el campesino y aún lo hace con las hojas del tabaco, las cuales ya secas se enrollan como crinejas o de otra manera y se empapa con especias y licores tales como canela y vainilla, vino, brandy, según el gusto que el tabaco absorbe.
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TAPARA: fruto del taparo o totumo. Los taparos son diversos y producen taparas de diferentes tamaños y formas entre redondas, ovaladas o alargadas. Su concha es un tipo de madera muy fina. Cuando usted la abre, le saca lo de adentro que es un mazacote no comestible, pero sí muy bueno para curar la sarna de los animales y hasta de las personas, si se sabe usar. De cada parte de la tapara abierta se logra un recipiente llamado totuma. Según la manera como se piquen también se elaboran cubiertos para comer y otros utensilios de cocina, y hasta cantimploras: abriéndoles sólo un hueco por donde se le extrae la tripa. TINAJA: recipiente elaborado con barro sometido al fuego para almacenar y conservar fresca el agua para beber. TOPOCHO: es un fruto familia del plátano y del cambur, pero más pequeño y más dulce que el plátano y más grande, más gordo y menos dulce que el cambur. TRAPICHE: es donde se muele la caña. La caña es larga cubierta por una cáscara, pero no de huevo. El trapiche es un molino para moler la caña que antiguamente consistía en tres masas compactas de madera muy duras. En la actualidad son de hierro macizo, entrelazadas de tal forma que al girar se introduce la caña entre ellas y al aplastarla brota el jugo que es muy dulce y con el cual
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se prepara el azúcar o el papelón, que es una panela morena y sólida más natural que el azúcar. VAGAMUNDO: vagabundo, caminante. VARA: una medida que cuando se usa para medir el tabaco de mascar, equivale aproximadamente a 30 centímetros.
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Índice
Estiquera un pueblo huérfano de niños El origen del color y el canto La mata e mango El cuento de un niño llorón La flor del mapurite El origen de la noche o por qué el tordito es negro El pajarito esclavo El viejo marinero El conejo de los ojos rojos Por si acaso no lo sabes
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3.000 ejemplares Este libro se termin贸 de imprimir en en el mes de marzo de 2014 caracas - Venezuela
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